Entradas

THE ASIAN DOOR: Ucrania, game-changer del tablero geopolítico global. Águeda Parra

Cumplido un año desde la invasión de Ucrania, los cambios históricos se suceden en diferentes ámbitos, todos ellos estrechamente vinculados. El apoyo de los aliados de la OTAN, las sanciones impuestas por la Unión Europea, las votaciones de condena a la invasión rusa celebradas en la Asamblea de las Naciones Unidas, y la reestructuración del esquema energético global están generando el mayor cambio en el tablero geopolítico global de las últimas ocho décadas.

La Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid ha sido un eslabón más en los cambios históricos que están redefiniendo el tablero sobre el que se fundamentará la geopolítica mundial en las próximas décadas. La declaración de Rusia como amenaza para la Alianza Atlántica puso mayor énfasis en la defensa de la integridad territorial de Europa, mientras que el potencial de Ucrania como game-changer del tablero geopolítico global se ha apreciado en el cambio de definición de China en el nuevo Concepto Estratégico de la OTAN, pasando a considerar además al gigante asiático como el mayor desafío estratégico para los próximos diez años. Un cambio que supone ampliar el prisma de interés de la Alianza hacia el Indo-Pacífico, poniendo énfasis en el protagonismo que están tomando las dinámicas geopolíticas y de seguridad en los últimos años en la región, y en el posicionamiento de India, China e Indonesia ante los cambios geopolíticos que está desencadenando la invasión de Ucrania.

Ucrania como game-changer de excepción del tablero geopolítico global ha propiciado la redefinición del esquema energético europeo, configurándose como resultado un nuevo modelo de abastecimiento del gas ruso hacia otros destinos con los que, implícitamente, se fortalecerán las alianzas económicas, comerciales, pero también geopolíticas. En este cambio de relaciones energéticas, India ha sido el país que más ha incrementado sus importaciones de recursos energéticos de Rusia, aprovechando el excedente que ha acumulado el país por las sanciones impuestas por la Unión Europea, y los grandes descuentos ofrecidos en la búsqueda de nuevos clientes. De ahí, que India se haya convertido en el principal destinatario de las exportaciones de gas y petróleo ruso, multiplicándose hasta por catorce durante 2022 respecto al año anterior.

Otro de los actores que ha tomado protagonismo en la redefinición del suministro energético ruso ha sido China, pasando a convertirse en el principal proveedor de petróleo y gas del gigante asiático, sobrepasando a Arabia Saudita. De ahí, que el presidente Xi Jinping haya comentado que la asociación energética sea la piedra angular en la cooperación entre los dos países. A pesar de la acelerada reordenación del suministro energético ruso hacia otros destinos, y la reducción del precio para facilitar que no se acumulara excedente tras disminuir el suministro a Europa, Rusia ha incrementado sus ingresos de petróleo y gas un 28% respecto a antes de la guerra.

Las restricciones por la política de Covid cero impuestas por China han mantenido a la economía china en una latencia sostenida durante todo el 2022, registrando el país asiático el menor crecimiento económico en 40 años, de ahí que la demanda de recursos energéticos del exterior haya sido moderada. No obstante, las exportaciones de petróleo ruso a China se han incrementado un 10%, y un 32% en Gas Natural Licuado durante los primeros 10 meses de 2022, según fuentes oficiales rusas. Es previsible que se siga manteniendo el suministro en esos niveles, o que incluso se incremente, principalmente a través del Ártico, por donde fluye el suministro hacia Asia.

Entre los efectos de la geopolítica de la energía, la guerra en Ucrania ha tenido además un factor dinamizador de la descarbonización de Europa, estimado entre cinco y diez años, aunque seguirá siendo necesaria una mayor expansión de la capacidad eólica marina y solar para cumplir con los objetivos climáticos. Sin embargo, el amplio dominio de China en el suministro de materiales para tecnologías verdes cambia el eje de dependencia energética de Rusia hacia China, ya que el gigante asiático actualmente domina el 70% de la producción solar.

De nuevo, la encrucijada de la dependencia energética vuelve a escena para convertirse en elemento central del esquema de seguridad energética global y, por ende, del tablero geopolítico mundial. De ahí que resulte esencial un mayor enfoque estratégico por parte de la Unión Europea para avanzar hacia la autosuficiencia energética, sin que el dominio tecnológico de China, ni las políticas proteccionistas de Estados Unidos condicionen una transición energética, adquiriendo nuevas competencias tecnológicas que le permitan posicionarse como actor relevante en el esquema energético global, y por ende, en el tablero geopolítico mundial.

 

INTERREGNUM: China-EE UU: la espiral que no cesa. Fernando Delage

Aunque el incidente del globo espía chino aún no ha llegado al final de su recorrido, ha hecho evidente cómo, en un contexto de competición estructural entre dos grandes potencias, cualquier hecho menor puede magnificarse. El problema no es que China espíe—sería del todo anormal que no lo hiciera—, sino que el incidente haya distraído a ambos gobiernos con respecto a cuestiones mucho más relevantes. Y que lo haya hecho, además, cuando—tras el encuentro entre Biden y Xi Jinping en noviembre—se había restaurado la intención de volver al diálogo. La suspendida visita a Pekín del secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, tenía precisamente como objetivo intentar avanzar hacia alguna fórmula estable de interacción entre los dos países. Su encuentro en Múnich el pasado sábado con su homólogo chino, Wang Yi, reunión que no se confirmó hasta el último momento, no sirvió más que para una nueva escalada retórica en sus denuncias mutuas.

Tanto Blinken como Wang se encontraban, es cierto, con un limitado margen de maniobra. Por parte norteamericana, el globo espía no ha hecho sino agravar la percepción de la amenaza china, convertida en tema central de la política nacional. Por parte china, no puede descartarse que todo haya respondido a un fallo de coordinación, y que la trayectoria del globo en cuestión fuera desconocida por los máximos dirigentes. No tiene realmente sentido que el presidente chino diera su visto bueno a una incursión en el espacio aéreo de Estados Unidos cuando trataba de rebajar la tensión con Washington.

Sin embargo, tras un breve intento de disculpa inicial, el gobierno chino pasó a la ofensiva. El portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores culpó a Washington de exagerar la cuestión y “recurrir a la fuerza de manera inaceptable e irresponsable” al derribar al artefacto, además de atribuirle el despliegue de sus propios globos espía sobre territorio chino. En Múnich, fue el jefe de la diplomacia china, Wang Yi, quien advirtió a Washington sobre la “erosión de la confianza mutua y el riesgo de un accidente”. Urgió asimismo a Estados Unidos a “cambiar de dirección, y a reconocer y reparar el daño causado a las relaciones bilaterales”.

Lejos de atender sus sugerencias, Blinken dio a entender que China podría estar dispuesta a proporcionar ayuda militar a Rusia en su campaña contra Ucrania; un comentario que resta credibilidad al anuncio hecho por Wang de que Pekín ofrecerá una propuesta para poner fin a la guerra. Lo que intenta la República Popular es tratar de normalizar la relación con los europeos después de haber levantado las restricciones por la pandemia y, de paso, evitar un completo alineamiento del Viejo Continente con Estados Unidos. Antes de acudir a la Conferencia de Seguridad de Múnich, Wang visitó Francia e Italia, y esta misma semana viajará a Hungría y Moscú. La preparación de los próximos viajes de Macron y Meloni a Pekín le ofrecieron una oportunidad para tantear el terreno, aunque con escasos resultados, pues China no abandona la posición de que Estados Unidos y la OTAN son los responsables del conflicto en Ucrania.

Las circunstancias no facilitan pues la restauración de un entorno de estabilidad. Es habitual que, en las relaciones entre Estados Unidos y China, se produzca cada cierto tiempo una crisis, cuya consecuencia es el bloqueo diplomático, hasta que ambas partes coinciden en que ha llegado el momento para un deshielo y retoman las conversaciones. La crisis del globo espía es aún muy reciente. Pero el calendario electoral norteamericano no ayudará a una rápida desescalada. De cara a su reelección, Biden puede estar predispuesto a reforzar su línea dura hacia China. Mientras, tampoco Xi puede ceder cuando observa a los aliados europeos y asiáticos de Estados Unidos formando un frente común contra la República Popular. El previsto viaje a Moscú del presidente chino podrá darnos, no obstante, algunas claves sobre lo que cabrá esperar en los próximos meses.

INTERREGNUM: Stoltenberg en Corea del Sur y Japón. Fernando Delage

La cancelación de la visita a Pekín del secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, no es una buena noticia. La recuperación del diálogo bilateral al más alto nivel al que se comprometieron los presidentes Biden y Xi tras su encuentro de noviembre con ocasión de la cumbre del G20 en Bali, queda de nuevo en suspenso tras el incidente del globo espía chino. Se tardará aún un tiempo en disponer de información sobre lo ocurrido, pero, entretanto, la escalada de tensión no cederá, impulsada tanto por la dinámica política interna en Estados Unidos y la República Popular, como por el contexto internacional.

Así se puso de manifiesto la semana pasada con el viaje a Corea del Sur y Japón del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.  Siete meses después de la cumbre de la Alianza en Madrid, encuentro en el que por primera vez en la historia de la organización participaron el presidente surcoreano y el primer ministro japonés—junto a sus homólogos de Australia y Nueva Zelanda—, la visita de Stoltenberg ha sido una nueva señal del creciente acercamiento de las democracias atlánticas y asiáticas en una era marcada por la guerra de Ucrania y la competición con China. “Lo que pasa en Asia importa a Europa y a la OTAN, y viceversa”, reiteró Stoltenberg en sus entrevistas con los medios locales.

Tras la cumbre de Madrid, Corea del Sur abrió su representación diplomática ante la Alianza, al tiempo que decidió incrementar su cooperación en áreas como no proliferación, ciberespacio y antiterrorismo. En Seúl, Stoltenberg solicitó a sus anfitriones el envío de ayuda militar directa a Ucrania, una petición difícil de atender dada la política surcoreana de no enviar armamento a países en conflicto (posición también mantenida por Alemania, Noruega o Suecia que, sin embargo, han abandonado en este caso). Como relevante exportador de armamento, Seúl sí ha enviado un considerable volumen de material a Polonia, así como piezas de artillería a Estados Unidos que éste ha proporcionado a su vez a Ucrania. Los obstáculos legales y la oposición de la opinión pública limitan el margen de maniobra de un gobierno inclinado, no obstante, a profundizar en su relación con la Alianza.

El secretario general también trató con el presidente Yoon Suk Yeol del posible papel de la OTAN en relación con el problema nuclear norcoreano, así como de los informes de la inteligencia norteamericana conforme a los cuales Pyongyang estaría proporcionando armamento a Rusia en su campaña contra Ucrania. Stoltenberg aprovechó igualmente su intervención en una universidad de Seúl para dar a conocer el concepto estratégico aprobado en Madrid, y la descripción del reto sistémico que representa China para los valores, los intereses y la seguridad de la Alianza Atlántica. Hizo hincapié en particular en el rápido desarrollo de las capacidades militares chinas, incluido el arsenal de misiles que pueden alcanzar territorio OTAN, además por supuesto de la península coreana.

Un día más tarde, en Tokio, Stoltenberg volvió a denunciar las acciones chinas, pero destacando esta vez sus amenazas hacia Taiwán, sus intentos de control de infraestructuras críticas y sus campañas de desinformación. Denunciando la “reacción autoritaria” liderada por Pekín y Moscú contra un orden internacional basado en reglas, subrayó una vez más la estrecha interconexión existente entre la seguridad transatlántica y el Indo-Pacífico, y el peligroso mensaje que transmitiría una victoria rusa en Ucrania sobre la posibilidad de conseguir objetivos mediante el uso de la fuerza. En la conferencia de prensa que ofreció junto al primer ministro japonés, Fumio Kishida, este último, además de dar la bienvenida al interés de la Alianza por Asia, anunció que Japón abrirá una delegación ante la OTAN y asistirá regularmente a reuniones de la organización, con la que—dijo—se reforzará la colaboración en temas como el espacio y el ciberespacio, la desinformación y las nuevas fronteras tecnológicas.

Pekín y Pyongyang criticaron unas y otras declaraciones, reveladoras de hasta qué punto la guerra en el Viejo Continente y el apoyo de Rusia a China están acercando a Asia a Europa, dos espacios vistos en otros tiempos como geopolíticamente separados. Es una nueva realidad que también confirmó la semana pasada la visita de los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa de Australia a París, Londres y Bruselas.

 

INTERREGNUM: Xi: los límites del poder. Fernando Delage

Apenas semanas después de que el XX Congreso del Partido Comunista Chino concediera en octubre un tercer mandato como secretario general a Xi Jinping y ratificara su dirección política, Pekín dio marcha atrás en distintos frentes. De defender de manera dogmática la política de covid cero, se pasó al levantamiento de todas las restricciones a partir del 8 de enero. El compromiso con un mayor papel del Estado en la economía ha sido sustituido por nuevos gestos hacia el sector privado, en particular hacia las empresas inmobiliarias y tecnológicas. La declarada prioridad de la seguridad nacional sobre la economía ha dado paso a un discurso a favor del crecimiento. La percepción de un entorno exterior hostil que obligaba a mantener una diplomacia asertiva contrasta con el acercamiento a distintas capitales con un lenguaje de cooperación.

Ninguna explicación oficial ha justificado ese giro, aunque distintos hechos permiten entenderlo. Las protestas populares contra el confinamiento a finales de noviembre pusieron en evidencia el hartazgo de la sociedad china, creando una presión sobre el gobierno que se encontró de manera repentina con la irrupción de nuevas amenazas a su legitimidad. A ello se sumaron los resultados económicos del último trimestre de 2022, ocultados hasta después de la celebración del Congreso. Un incremento del PIB del tres por cien el pasado año—muy por debajo del 8,1 por cien de 2021—fue una grave señal de alarma. Además de quedar lejos del objetivo que se había fijado el gobierno—un 5,5 por cien—, era indicación de un fenómeno estructural más que coyuntural, que anticipaba el fin de una larga etapa de alto crecimiento, base de un contrato social con sus ciudadanos que determinaba a su vez la estabilidad política de la nación. La diplomacia del “lobo guerrero”, la coerción económica y la modernización militar cambiaron por lo demás la imagen exterior de China. La reacción de Occidente, en forma de coaliciones de contraequilibrio—del Quad a la OTAN—, el lastre de la asociación política con Moscú, y la guerra tecnológica de los semiconductores obligaban igualmente a un reajuste.

La lección es clara: el triunfo político de Xi en el Congreso no podía ocultar las debilidades estructurales del sistema. La imposibilidad de reconocer los errores, característica de todo gobierno autoritario, le impedía abandonar su política contra la pandemia. Su ideología leninista obstaculizaba el crecimiento de la economía si se empeñaba en “rectificar” el sector privado por no alinearse con las prioridades del Partido. El impulso nacionalista como guía de la política exterior iba a resultar igualmente contraproducente. Ahora bien: sería un error interpretar estos cambios como una alteración de las perspectivas y de los planes mantenidos por el presidente chino. Esa rápida transformación es una respuesta pragmática, oportunista incluso, demandada por las circunstancias. Ni Xi ha renunciado a sus convicciones ni pueden darse por superadas las incertidumbres en torno al futuro político chino, en un contexto que estará marcado por un bajo crecimiento y por tensiones internacionales.

Interesa por todo ello comprender las razones, más bien, de por qué Xi puso fin a la moderación de sus antecesores y lidera una China muy distinta de la que el mundo conoció desde la política de reforma y apertura de Deng Xiaoping a finales de los años setenta hasta su llegada al poder en 2012. ¿Por qué Xi no quiso seguir cultivando una imagen positiva del país en el exterior? ¿Por qué Pekín ha actuado de forma aparentemente contraria a sus intereses durante los últimos tiempos?

La explicación más convincente y sistemática hasta la fecha es la que ofrece la conocida sinóloga norteamericana Susan Shirk en su último libro: Overreach: How China Derailed Its Peaceful Rise (Oxford University Press, 2022). Profesora en la Universidad de California en San Diego, y vicesecretaria adjunta para asuntos de Asia en el departamento de Estado durante la administración Clinton, Shirk encuentra la respuesta en la naturaleza del régimen político, y su origen en el segundo mandato de Hu Jintao. Su argumento central es que la dinámica interna del sistema impidió el ejercicio de la prudencia necesaria para gestionar un ascenso pacífico. Los responsables de distintas áreas de la administración—incluyendo los servicios de seguridad y las fuerzas armadas—impulsaron agresivamente sus respectivas agendas sin que la debilidad de Hu pudiera frenarlas o equilibrarlas. La percepción extendida a raíz de la crisis financiera global de que el diferencial de poder con Estados Unidos se había reducido condujo igualmente al abandono de la moderación anterior.

La combinación de estas circunstancias condujo a una China que se volvería más asertiva en el interior—obsesionada por “el mantenimiento de la estabilidad”—y en el exterior, con una retórica a favor de la defensa de los “intereses fundamentales” y la soberanía nacional. El sistema de liderazgo colectivo implantado por Deng en los años ochenta se había roto, al no servir para corregir una deriva que, Xi entre otros, interpretó como motivo para restaurar una estructura de poder unipersonal. Un camino que, sin embargo, tampoco ha servido como se mencionó para evitar los excesos.

En contraste con la incapacidad de Hu para controlar a sus colegas del Politburó, Xi tenía el poder para centralizar el proceso político, hacer frente a los grupos de intereses oligárquicos, y optar por una política exterior más conciliadora. Si no hizo ninguna de esas cosas, escribe Shirk, fue porque es mucho más ambicioso con respecto al papel global de China, y porque está dispuesto a asumir mayores riesgos para lograrlo.

INTERREGNUM: Japón regresa a la geopolítica. Fernando Delage

La invasión rusa de Ucrania no sólo transformará la identidad de la Unión Europea como actor internacional. El apoyo a Moscú por parte de Pekín ha puesto de relieve la estrecha interconexión existente entre la seguridad euroatlántica y la seguridad asiática, propiciando una evolución similar en las democracias de esta última región. Así como los europeos—Alemania en particular—han despertado de su inocencia geopolítica para afrontar la realidad del desafío revisionista planteado por dos potencias autoritarias al orden internacional, la guerra de Ucrania ha contribuido asimismo a que Japón avance un escalón más en el proceso de normalización de su política de seguridad emprendido hace una década.

La amenaza de Corea del Norte, una China más asertiva en sus reclamaciones de soberanía y militarmente más poderosa, y una alianza con Estados Unidos condicionada por un incierto escenario internacional, condujeron a finales de 2013 a importantes cambios en las bases de la diplomacia japonesa. El gobierno de Shinzo Abe creó el Consejo de Seguridad Nacional, aprobó la primera Estrategia de Seguridad Nacional y actualizó las orientaciones de la política de defensa. Sin modificar la Constitución, que en su artículo 9 limita la proyección militar del país, una ley le otorgó en 2015 el derecho de autodefensa colectiva, sujeto a condiciones muy estrictas. Abe mejoró por otra parte la interoperabilidad con las fuerzas armadas de Estados Unidos y firmó acuerdos de asociación estratégica con India, Australia y varios miembros de la ASEAN.

Como en otros momentos clave de su historia, Japón supo adaptarse a la alteración de la estructura del sistema internacional. Siguiendo esa línea de continuidad, el actual primer ministro, Fumio Kishida, ha procedido a un nuevo reajuste, con la diferencia de que, esta vez, quedan prácticamente superadas las premisas que marcaron la acción exterior del país tras la segunda guerra mundial. Desde 1945, Japón no ha conocido un entorno de seguridad más complejo que el de estos tiempos.

Así lo percibe la revisión de la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) anunciada por Kishida el pasado viernes. Frente al “desafío estratégico sin precedente” que representa China, la “amenaza cada vez más grave e inminente” de Corea del Norte y la “grave preocupación de seguridad” que es Rusia, Japón no tiene otra opción que reforzar sus capacidades defensivas y de disuasión. Conforme a los cambios previstos (detallados, además de en la ESN, en otros dos documentos que actualizan simultáneamente las directrices de defensa nacional), el país contará con medios de respuesta directa contra el territorio de otro país (respetando en cualquier caso las estrictas limitaciones legales de 2015) y, al igual que los miembros de la OTAN, aumentará su gasto en defensa hasta el dos por cien del PIB en cinco años. Dado el tamaño de su economía, esto significa que, pese a la aparente paradoja de su Constitución pacifista, Japón contará con el tercer mayor presupuesto militar del planeta, tras Estados Unidos y China.

La guerra de Ucrania ha servido para crear un amplio consenso nacional con respecto a la necesidad de fortalecer la política de defensa. No se han resuelto, en cambio, las diferencias sobre cómo financiar ese gasto, dadas las circunstancias demográficas y económicas de la nación, así como su gigantesca deuda pública. Pero lo relevante es este regreso de Japón como actor geopolítico proactivo, asumiendo un papel que, más allá de sus meros intereses nacionales, aspira a crear una estructura regional estable y basada en reglas. Sumados estos cambios a sus iniciativas de seguridad económica—concretadas en una ley aprobada en mayo—, y a la firme defensa normativa de los valores democráticos, Japón ha adquirido un liderazgo regional y una proyección global que se traducirá asimismo en una coordinación aún mayor con Estados Unidos y con sus socios europeos frente a los grandes desafíos estratégicos de nuestro tiempo.

INTERREGNUM: Otoño multilateral. Fernando Delage

Como cada año por estas fechas, se concentran en unos pocos días las cumbres anuales de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN) con sus socios externos, la Cumbre de Asia Oriental, y la del foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico (APEC). Al ser este año Indonesia anfitrión de la reunión del G20, se suma un encuentro multilateral más en la región. No repiten los mismos participantes en todos los casos, pero buena parte de ellos se irán trasladando de Camboya—país anfitrión de los dos primeros encuentros—, a Bali—donde se celebra la cumbre del G20—, para terminar el próximo fin de semana en Tailandia, donde se reunirán los líderes de APEC. Tampoco la agenda es la misma, pero sí el contexto de fondo, marcado por el enfrentamiento entre Estados Unidos y China. Para la mayoría de los observadores lo más relevante de esta intensa semana es en consecuencia el encuentro de Joe Biden y Xi Jinping el lunes 14 en Indonesia.

En realidad, sólo en el G20 van a coincidir ambos mandatarios: Xi no estuvo en Camboya—le representó su primer ministro, Li Keqiang—, y Biden no estará en Bangkok: le sustituirá la vicepresidenta Kamala Harris. Pero las relaciones entre los dos países condicionan todos los encuentros. Para Biden, el principal objetivo de su viaje consiste precisamente en enviar una clara señal de su compromiso con las naciones del Indo-Pacífico (y, por tanto, de su intención de contrarrestar la creciente influencia china). En Phnom Penh, Biden declaró que la ASEAN es un pilar central de su política asiática, y anunció la puesta en marcha de una “asociación estratégica integral” con la organización. En el que fue su tercer encuentro bilateral con el grupo, el presidente norteamericano ofreció asimismo una partida de 850 millones de dólares en asistencia al sureste asiático, para promover—entre otros asuntos—la cooperación marítima, vehículos eléctricos y la conectividad digital.

La situación en Myanmar también formó parte de la discusión en Camboya, con el fin de reforzar de manera coordinada la presión sobre la junta militar, así como Corea del Norte, asunto sobre el que Biden mantuvo una reunión separada con el presidente surcoreano y el primer ministro de Japón. Los tres líderes, que ya mantuvieron un encuentro con ocasión de la cumbre de la OTAN en Madrid el pasado mes de junio, tratan de articular una posición común frente a la reciente oleada de lanzamiento de misiles por parte de Pyongyang, y la posibilidad de un séptimo ensayo nuclear. También trataba Biden de preparar con sus dos más importante aliados asiáticos la reunión bilateral con Xi.

Aunque Biden y Xi se conocieron cuando eran ambos vicepresidentes, no han coincidido presencialmente desde la llegada del primero a la Casa Blanca. Han hablado por teléfono cinco veces desde entonces, y llegaron a Bali poco después de obtener (Biden) unos resultados mejores de los esperados en las elecciones de medio mandato, y (Xi) un tercer mandato en el XX Congreso del Partido Comunista. Por las dos partes se aspiraba a explicar en persona sus respectivas prioridades—incluyendo Taiwán, Corea del Norte y Ucrania—, restaurando un contacto directo que pueda contribuir a mitigar la espiral de rivalidad.

Es innegable, no obstante, que—pese a su encuentro formal—tanto Washington como Pekín continuarán intentando orientar la dinámica regional a su favor, ya se trate del entorno de seguridad o de acuerdos económicos. En Tailandia, China podría dar algún paso hacia su adhesión al CPTPP—el antiguo TTP que Trump abandonó—, mientras que la alternativa que Biden promueve—el “Indo-Pacific Economic Framework”—puede resultar redundante con la propia función de APEC, foro que la corresponde presidir a Estados Unidos en 2023.

La interacción entre las dos grandes potencias y la división geopolítica resultante marca, como se ve, esta sucesión de encuentros multilaterales, que lleva a algunos a reconsiderar por lo demás el futuro de la ASEAN, justamente cuando celebra su 55 aniversario. Desde fuera de la región, habría también que preguntarse por la ausencia—salvo en el G20—del Viejo Continente, en la región que se ha convertido en el epicentro de la economía y la seguridad global.

¿Qué nos dejó la Cumbre de la OTAN? Nieves C. Pérez Rodríguez

La asamblea de la OTAN de Madrid nos ha dejado la imagen de la marca España renovada. Una España que queda bien parada, se ha vendido como un país mediano que sabe manejar un evento de envergadura y que puede proporcionar seguridad doméstica al nivel de cualquier otra potencia. Los que nos encontrábamos en Madrid para la Cumbre pudimos ser testigos del mayor despliegue de agentes de seguridad a todo lo largo y ancho de la capital.

La capital del mundo por un poco más de un par de días, como los medios locales la llamaron una y otra vez, exaltaba la belleza de una  icónica Castellana, su Palacio Real o su Museo del Prado junto con los hoteles de lujo que acogieron a los líderes de Estado que se acudían a la gran cita y que obligaron a cerrar momentáneamente el tránsito de los ciudadanos de norte a sur o viceversa cuando las delegaciones y sus jefes de Estado y de gobierno se transportaban de sus hoteles a IFEMA o a donde tuviera lugar convocatoria.

Dentro de este caos, como lo describieron muchos madrileños, fuimos testigos de cómo Turquía levantaba el veto a Finlandia y a Suecia para que así éstas pudieran comenzar su proceso de adhesión a la Organización del Atlántico Norte. Lo más significativo que tuvo lugar en la cumbre.

Otro gran avance es el cambio de estrategia de los últimos doce años al reconocer a Rusia como un país con el que no se puede tener una relación de colaboración.

Y el tercer gran elemento de cambio que además refleja un avance es que por primera vez los países europeos han reconocido públicamente que China representa una amenaza estructural que engloba muchos aspectos: tecnología, economía, seguridad alimentaria, seguridad geográfica y retos a los valores que profesa occidente.

Biden podrá presumir de estos cambios porque no cabe duda de que fueron impulsados y promovidos desde su Administración. Aunque no puede menospreciarse es que estos cambios son reflejo de una nueva realidad geopolítica internacional que obedece a la manera de proceder sobre todo rusa, aunque también china.

En nuestras conversaciones con expertos durante estos días pudimos extraer opiniones diversas, aunque todos coincidían en que el cambio de estas políticas es un hecho irreversible, como lo es la posición hacia China. Nos decía un coronel español retirado que la OTAN a lo largo de los años ha creado un equilibrio de treinta miembros que ha costado mucho alcanzar y mantener. Pero que ahora a Europa le había llegado el momento de dar lo que tiene. Y que los cambios eran parte de ese momento y proceso.

La OTAN ahora si está en otra situación y le ha llegado el momento de la verdad. Aunque admitía que el apoyo diplomático tiene que acompañar en todo momento el proceso pues debe estar presente para evitar que se desencadene una guerra nuclear.   Es decir, siempre con las formas diplomáticas rodeando la conversación.

En cuanto a China, que es una economía profundamente metida en el entramado global y representa un gran riesgo, la OTAN tiene que fortalecer el marco natural de cómo relacionarse con un país tan poderoso. Tiene que definir una estrategia clara que pueda llevarse a cabo.

Así mismo un general español con el que conversamos nos decía que llegar a declarar a Rusia como un desafío sistémico en el 2022 después de que tan sólo en el 2010 fuera definida como un socio estratégico, es un cambio radical de postura.

Ahora todo este proceso debe ir acompañado de educación. Se debe educar a la población europea que no tiene memoria de guerras sobre la importancia de tener una política fuerza de seguridad tanto doméstica como desde la alianza. El costo y sacrifico que eso lleva consigo, pero también se debe educar de los enormes beneficios de tenerlo.

Hablar sobre la libertad de la que gozamos los europeos, aun cuando fue muy duro llegar aquí por lo que el único camino es el mantenimiento.

 

INTERREGNUM: ¿Una OTAN global? Fernando Delage

Desde 2019, los miembros de la OTAN han estado discutiendo sobre cómo dar forma a una posición común con respecto a China. Fue aquel año cuando el país apareció por primera vez en una declaración de la Alianza, al indicarse que la República Popular “presenta oportunidades y desafíos”. Tras un proceso de reflexión interna, el comunicado final de la cumbre de 2021 recogió una nueva descripción: China, se decía, plantea “desafíos sistémicos al orden internacional basado en reglas y a áreas relevantes para la seguridad de la Alianza”. Tras el encuentro de la semana pasada en Madrid, es en el concepto estratégico de la organización—el documento que define las grandes orientaciones para la próxima década—donde se refleja el consenso de los aliados acerca del gigante asiático, a la luz de sus acciones de los últimos años y de su apoyo a Putin tras la invasión de Ucrania.

Partiendo de la misma descripción de China como “reto sistémico”, el texto señala que sus “declaradas ambiciones y políticas coercitivas desafían nuestros intereses, seguridad y valores”. La República Popular, añade, “utiliza una gran variedad de herramientas políticas, económicas y militares para aumentar su presencia global y proyectar poder, mientras mantiene ocultas su estrategia, sus intenciones y su desarrollo militar”. Además de hacer referencia al uso de instrumentos híbridos y cibernéticos, al aumento de su arsenal nuclear, y a la vulneración de los derechos humanos, se hace hincapié en los intentos de control de infraestructuras críticas y cadenas de valor, al utilizar “sus capacidades económicas para crear dependencias estratégicas”. El documento toma nota asimismo de “la profundización de la asociación estratégica entre China y la Federación Rusa” y sus esfuerzos conjuntos dirigidos a erosionar las bases del orden internacional.

En un hecho sin precedente, la OTAN ha calificado por tanto a China como adversario en un documento formal; y lo ha hecho, además, desde una perspectiva global (al definir a la República Popular como un desafío para la seguridad internacional y no sólo para la región del Indo-Pacífico), y sin dejar fuera ninguna de las dimensiones en las que su ascenso afecta a Occidente. En un gesto lleno de simbolismo que refleja igualmente la interconexión entre la seguridad europea y la asiática, la Alianza invitó a la cumbre de Madrid a los líderes de Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda.

La respuesta de Pekín no se hizo esperar. Además de acusar a la organización de difamarla maliciosamente, indicó asimismo que “busca crear enemigos y fomentar la confrontación de bloques”. Aunque la OTAN en ningún caso va a involucrarse militarmente en el Pacífico, Pekín tiene claro que estos movimientos son reflejo de la intención de la administración Biden de fortalecer su red de alianzas frente a China. Denuncias aparte, a partir de ahora tendrá que incorporar a la OTAN como nuevo rival en su planificación estratégica.

Treinta años después de la caída del Muro de Berlín, los hechos parecen pues apuntar al comienzo de una nueva guerra fría, aunque con líneas de división mucho más complejas. No pocas cosas separan a Rusia y China, mientras que los países emergentes persiguen objetivos políticos no siempre coherentes con sus prioridades económicas. Dos grandes incógnitas—la naturaleza de la Rusia post-Putin, y el sucesor de Biden en Estados Unidos—determinarán en gran medida la evolución de los acontecimientos; también para una China que quiere más poder, pero necesita ante todo estabilidad exterior. La creciente coordinación de varios de sus Estados vecinos con la OTAN es otro motivo de alarma que tendrá que agradecer a su socio moscovita.

INTERREGNUM: BRICS vs G7. Fernando Delage

Mientras buena parte del mundo sufre las consecuencias económicas de la guerra de Ucrania, China redobla su pulso con Occidente y trata de capitalizar el momento en su estrategia de ascenso global. Una semana después de reiterar el apoyo de Pekín a Putin en su llamada de felicitación al presidente ruso por su 69 cumpleaños, Xi Jinping recurrió, en efecto, a la cumbre de los BRICS del pasado jueves para dar visibilidad a los países emergentes como bloque, y para promover un concepto alternativo de orden internacional.

Las circunstancias ya apuntaban al simbolismo de esta cumbre, celebrada—no por casualidad—en vísperas del encuentro anual del G7 en Alemania y de la reunión de la OTAN en Madrid que actualizará el concepto estratégico de la organización. Aunque la reunión de los BRICS se ha realizado virtualmente, ha sido la primera convocatoria multilateral en la que ha podido participar Vladimir Putin después de la invasión de Ucrania. Putin ha hecho ver que su aislamiento diplomático no es completo, y que los líderes del grupo—pese a las presiones que han recibido de Estados Unidos y de sus aliados—no tienen inconveniente en tratar con él. Es más, tratando de sortear las sanciones occidentales, buscan la manera de beneficiarse del contexto actual en sus intercambios económicos con Moscú. Rusia les ha propuesto, por ejemplo, pagar sus transacciones sobre la base de una cesta de divisas que sustituya al dólar.

Pero es China el gigante cuya economía supera con creces a las de los otros cuatro miembros juntos, y Xi quien pretende dar forma a un consenso del bloque en torno a su visión de las relaciones internacionales. En su discurso, Xi expuso las dos grandes propuestas que, desde la invasión de Ucrania, ha articulado como ejes de la diplomacia china: la Iniciativa de Desarrollo Global y la Iniciativa de Seguridad Global. La primera, vinculada a la Nueva Ruta de la Seda, confirma una vez más que Pekín ha hecho del Sur Global un instrumento central para sus ambiciones estratégicas. La segunda, aunque tiene su origen en el “nuevo concepto de seguridad” acuñado por Pekín en la década de los noventa, ha sido reformulado como respuesta a la guerra de Ucrania y es una manera de denunciar a Occidente—y de manera por primera vez explícita a la OTAN—por no haber respetado los intereses de seguridad de Rusia.

El mensaje que se quiere transmitir con ambas propuestas es claro: China está preparada para sacar al mundo de la crisis económica (a través de sus planes de coordinación e interconectividad con los países en desarrollo) y proporcionarle estabilidad geopolítica (mediante el establecimiento de una nueva arquitectura de seguridad). Contrapone así su papel al de Estados Unidos, quien—por el contrario—mantiene según la República Popular una mentalidad de guerra fría y, con su política de sanciones, prolonga un conflicto que está provocando graves daños económicos. Es un discurso al que Pekín está dedicando grandes esfuerzos desde que estalló el conflicto en Ucrania, y que el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, ha tratado con al menos cuarenta países durante los dos últimos meses.

Frente a las tensiones con Washington y sus aliados por el apoyo que presta a Moscú, China tenía que lanzar el mensaje de que cuenta con el alineamiento de los países no occidentales. Pero lo cierto es que, más allá de una retórica compartida, no todos los miembros de los BRICS ven las cosas de la misma manera. Un escollo notable es India: pertenece al grupo, aunque también al QUAD y al Marco Económico del Indo-Pacífico propuesto por la Casa Blanca. El primer ministro Narendra Modi, que comparte con el presidente Joe Biden la idea de que China es un rival estratégico, ha participado como invitado, incluso, en la reunión del G7. Dejando a India al margen, Pekín ha propuesto la ampliación de los BRICS a nuevos miembros, entre los que podrían encontrarse Argentina, Egipto, Indonesia, Kazajstán, Nigeria, Emiratos, Arabia Saudí, Senegal y Tailandia (países todos ellos participantes, en mayo, en una reunión de los ministros de Asuntos Exteriores del grupo).

China parece jugar con la idea de que, con la ampliación del bloque, y bajo su liderazgo, los BRICS podrían convertirse en una alternativa al G7 o al G20. Las naciones en desarrollo van a contar, no obstante, con propuestas que rivalizan con las de Pekín sin sus mismos riesgos de dependencia. El anuncio por el G7, el pasado domingo, del “Partenariado para Inversión e Infraestructura Global”, un ambicioso plan dotado de ingentes recursos y concebido para competir con la Nueva Ruta de la Seda china, es la más reciente demostración de que la partida continúa.

 

 

INTERREGNUM: China, desafío europeo. Fernando Delage

Con la atención puesta en Ucrania, otros desafíos a la posición internacional de Europa parecen haber pasado a un lugar secundario. Algunos de ellos, sin embargo, adquieren una nueva relevancia precisamente por su relación con la guerra en el Viejo Continente. Ese es el caso de China: su apoyo a Rusia convierte a Pekín en un actor inesperado en la seguridad europea, haciendo de su ascenso un reto de naturaleza multidimensional. Además de tratarse de un rival tecnológico e industrial de primer orden, la UE ha tardado en reconocer que compite igualmente con China sobre el futuro del orden internacional. El aumento de sus capacidades económicas, diplomáticas y militares pone en riesgo intereses y valores europeos, pero también afecta a su entorno de seguridad.

La lejanía geográfica y el hecho de que Europa no sea un actor estratégico en Asia impedían percibir China de la misma manera que lo hace Estados Unidos. Pero la República Popular se acerca más que nunca a Europa a través de sus planes dirigidos a reconfigurar Eurasia. Su solidaridad con Moscú, sus operaciones de influencia y la promoción del autoritarismo en el mundo emergente subrayan la definición de China como “rival sistémico” hecha por la UE en 2019, y reiterada más recientemente por la brújula estratégica de la Unión.

La guerra de Ucrania ha obligado a Estados Unidos a reajustar su estrategia china, como hizo el secretario de Estado, Antony Blinken, el 26 de mayo, y reiteró la semana pasada el secretario de Defensa, Lloyd Austin, en su intervención en el foro de Shangri-la. También la OTAN, en su próxima cumbre de Madrid, incorporará el desafío chino a su nuevo concepto estratégico. La Unión Europea ha dado forma por su parte a nuevos instrumentos orientados igualmente a responder a los movimientos de Pekín. Pero se echaba en falta una concepción integral y sistemática que, además de identificar las implicaciones para Europa de las ambiciones de Xi Jinping, recogiese las medidas que conviene adoptar en los diversos frentes.

Ese vacío es el que ha intentado cubrir un reciente informe realizado de manera conjunta por tres prestigiosos think tanks: el Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad, el Instituto Montaigne de París y el Centre for European Reform de Londres. Según el informe (“Rebooting Europe’s China Strategy”), la UE debe perseguir tres objetivos estratégicos fundamentales en sus relaciones exteriores: proteger y promover los pilares de la identidad europea—democracia, Estado de Derecho, multilateralismo y desarrollo sostenible—; fortalecer la relación con los socios y aliados democráticos; y mantener un orden internacional basado en reglas.

De conformidad con esos fines, el informe recomienda actuar simultáneamente en cinco direcciones. En primer lugar, Europa necesita minimizar y gestionar sus vulnerabilidades frente a China. Debe, para ello, protegerse de las operaciones de influencia y de los ciberataques; competir con la influencia económica china, tanto en su territorio como en terceros países; impulsar una estrategia de diversificación que reduzca la dependencia de los suministradores chinos; y supervisar de manera más estricta las inversiones chinas.

Europa necesita, en segundo lugar, maximizar su margen de maniobra con respecto a China sacando un mayor partido a las capacidades con que ya cuenta. Además de recurrir a su poder regulatorio, la UE debería evitar el bloqueo de las decisiones de política exterior por la exigencia de unanimidad; demostrar que su modelo de gobierno democrático y de libre mercado produce mejores resultados que el sistema autoritario chino; y asegurar que propuestas como la Global Gateway se convierta en una alternativa atractiva a la Nueva Ruta de la Seda de Pekín.

En tercer lugar, Europa debe fortalecer asimismo las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales frente a los esfuerzos chinos por reconfigurar su misión. En el terreno multilateral, la UE debe prestar atención asimismo a las acciones de Pekín destinadas a promover la adopción de sus estándares técnicos por parte de las agencias especializadas, como la Unión Internacional de Telecomunicaciones.

La cooperación con la República Popular, en cuarto lugar, debe estar sujeta a una exigencia de reciprocidad y de respeto de las normas internacionales. Y, finalmente, la UE y los Estados miembros necesitan profundizar en el conocimiento de China y de su presencia en el territorio, en las motivaciones que guían a sus dirigentes y a los vínculos entre las empresas chinas y el Partido Comunista.

Son recomendaciones muy completas, muchas de las cuales la UE ya estaba en realidad siguiendo, pero que sirven sobre todo para evitar el riesgo de que la urgencia de hacer frente al ataque de Putin a la estabilidad europea se traduzca en una menor atención al creciente peso del gigante asiático.