INTERREGNUM: Europa choca con la muralla china. Fernando Delage

Lo que tres líderes europeos no habían conseguido hasta la fecha tampoco lo iban a obtener Macron y von der Leyen en su visita a Pekín de la semana pasada. Ni Olaf Scholz, ni Charles Michel ni Pedro Sánchez convencieron al presidente chino para presionar a Rusia a favor de la paz en Ucrania. Tampoco fue un resultado logrado por el presidente de Francia ni por la presidenta de la Comisión. Ha sido Xi Jinping, en cambio, quien sí ha avanzado en sus objetivos; en particular, en hacer evidente la división entre los gobiernos europeos y, por tanto, la debilidad estructural de la política china de la UE.

El contraste entre el tratamiento ofrecido a Macron en su visita de Estado (con un despliegue sin precedente en los medios chinos y una inusitada atención personal de Xi) y el dispensado a von der Leyen no ha podido ser más elocuente. Lejos de la supuesta unidad que pretendían transmitir en su viaje parcialmente conjunto, las autoridades chinas han marginado a quien definen como una subordinada de Washington (la presidenta de la Comisión), y cultivado de manera excepcional a quien cree disponer de una autonomía con respecto a Estados Unidos en su relación con la República Popular (el presidente francés).

Un portavoz del Elíseo indicó a la conclusión del viaje que Macron había cumplido con sus objetivos. En realidad, ni Xi hizo la menor concesión sobre Ucrania (ni siquiera se comprometió a hablar con Zelenski), ni Rusia apareció nombrada una sola vez en el comunicado de 51 puntos firmado por ambos presidentes. Si el funcionario se refería a los resultados económicos, sí es evidente entonces que se ha llegado a importantes acuerdos, incluyendo la venta de 120 aviones de Airbus.

El viaje de Macron coincide en numerosos aspectos por tanto con el realizado por el canciller alemán, Olaf Sholz, en noviembre pasado. Pese a las presiones de la administración Biden para constituir un frente común con los aliados en relación a China, los europeos no comparten la inclinación norteamericana a romper la interdependencia económica con Pekín. En el lenguaje más reciente de la Comisión Europea, se trata de defender una política no de “decoupling”, sino de mitigación de los riesgos de la dependencia de China (“de-risking”). Pero ni siquiera esto último resulta apreciable en los movimientos de Berlín o París pese a las lecciones ya aprendidas de la dependencia energética de Rusia mantenida durante décadas. Tanto Sholz como ahora Macron—los líderes de los dos Estados miembros que realmente importan en la relación con China—han demostrado la prioridad de sus intereses económicos nacionales sobre los intereses estratégicos europeos.

El presidente francés ha ido incluso más lejos, porque también aspira a un papel político protagonista pese al escaso realismo de sus pretensiones. Xi le ha dado a Macron la plataforma que éste buscaba. Los analistas chinos ya hablan del eje Francia-Alemania, no Alemania-Francia, en un gesto de reconocimiento al que también se refería un editorial del oficialista Global Times el pasado jueves: “Está claro para todos que ser un vasallo estratégico de Washington es un callejón sin salida. Hacer de la relación China-Francia un puente para la cooperación China-Europa es beneficioso para ambas partes y para el mundo”.

Los gobiernos europeos tratan de interpretar las intenciones chinas en el actual contexto de rivalidad entre Estados Unidos y la República Popular. El apoyo de Xi a Putin ha lanzado una señal muy clara, que la Comisión Europea ha entendido pero algunos líderes nacionales se empeñan en desoír. Macron, como antes Sholz, parece haber renunciado a la construcción de una posición común europea que Pekín sí se habría visto obligada a atender. Los vecinos de China habrán tomado nota del éxito de Xi en su estrategia de división del Viejo Continente, y sacado sus conclusiones sobre las pretensiones europeas de adquirir un papel independiente en Asia. También la Casa Blanca sabrá lo que cabe esperar de este incesante cortejo de visitantes europeos en China. Quedarse en tierra de nadie es una opción, aunque quizá no la más aconsejable en estos tiempos turbulentos.

THE ASIAN DOOR: Dos visitas, dos visiones geopolíticas. Águeda Parra

La agenda de política exterior de Estados Unidos y China se intensifica en una clara referencia a un mundo de bloques donde las acciones de diplomacia juegan un papel cada vez más decisivo en la rivalidad que mantienen ambas potencias. En este tablero de estrategia geopolítica, Estados Unidos y China han sido los escenarios hacia donde se han trasladado las conversaciones en torno a las dos cuestiones que más están tensionando la geopolítica global, Taiwán y la guerra de Ucrania, coincidiendo en el tiempo ambas visitas.

La coincidencia no tiene por qué ser casual, pero sí que es cierto que el tiempo apremia, y en cada caso en distinto sentido. Mientras, por una parte, apenas queda un año para las elecciones presidenciales de Taiwán en 2024 en las que podría cambiar la presidencia del gobierno hacia el partido nacionalista Kuomintang, al alza en las últimas elecciones locales de noviembre y más proclive a la unificación con el continente, por otra parte, el año transcurrido desde que se iniciaría la guerra en Ucrania urge a Occidente a buscar una solución pacífica, incorporándose recientemente China como actor global en su nuevo rol de mediador en el conflicto frente a Rusia.

La presidenta de Taiwán Tsai Ing-wen ha realizado un viaje por Centroamérica para estrechar sus lazos diplomáticos con Guatemala y Belice, buscando reforzar un apoyo decreciente tras el reciente cambio de reconocimiento de Honduras por China, dejando a Taiwán con apenas 13 países que siguen manteniendo relaciones diplomáticas con la isla. Mientras fortalecer este tipo de lazos directos con los países que todavía mantienen el reconocimiento de Taiwán sigue siendo una cuestión prioritaria, la reunión con el presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos Kevin McCarthy ha sido el punto más estratégico de su agenda.

Cambiar el escenario de la visita de Taiwán a California ha permitido que la escalada de tensión entre Estados Unidos y China no pase a un nivel mayor de intensidad, evitando reproducir la atención mediática y geopolítica que supuso la visita de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi a la isla en agosto del año pasado, además de generar una reacción militar sobre Taiwán menos intensa por parte de Pekín. El trasfondo, sin embargo, no varía. El reconocimiento de que los lazos entre ambas partes “nunca han sido tan fuertes” muestra el apoyo bipartidista de Estados Unidos hacia Taiwán que, a su vez, se traduce en la necesidad de acelerar la venta de armas a la isla asegurándose de que “lleguen en el momento oportuno”.

Mientras la reunión entre Tsai y McCarthy es la primera que se realiza en suelo estadounidense desde que Estados Unidos iniciara relaciones diplomáticas con China en 1979, el encuentro de Macron con Xi ha permitido a los dos países restablecer sus relaciones diplomáticas de forma presencial desde la última visita del presidente francés en 2019. Sin interferir en la visita de estado de Macron y la reunión con la presidente de la Comisión Europea Úrsula Von der Leyen, en la que China ha mostrado a su amplia audiencia la fortaleza de sus relaciones con Europa, la reacción sobre Taiwán no se ha hecho esperar, pasando a activar las maniobras militares por mar y aire apenas el presidente francés abandonó suelo chino.

La frase del presidente Reagan de “la paz a través de la fuerza” comentada por la presidenta Tsai, ensalzando que “somos más fuertes cuando trabajamos juntos”, en referencia a un impulso en las relaciones de defensa, comerciales, económicas y tecnológicas entre Estados Unidos y Taiwán, da muestra de cómo la mayor cohesión entre ambas partes se traduce, asimismo, en una confrontación más seria en las relaciones entre Estados Unidos y China.

El encuentro de Tsai y McCarthy posiblemente no generará un paso importante para cambiar el status quo de Taiwán, aunque sí ha otorgado a la isla mayor visibilidad internacional. En cuanto a la visita a Pekín, las cuestiones económicas y comerciales han protagonizado un encuentro en el que China ha dejado claro que los avances sobre Ucrania se producirán cuando las “condiciones y los tiempos sean los adecuados”, mostrando Pekín auténtico pragmatismo chino y fortaleza internacional sin dejarse influir por las peticiones que los mandatarios europeos vienen realizando al gigante asiático en sus visitas al país. Muy posiblemente, actuar frente a China como bloque geopolítico imprescindible en la resolución de temas que impactan en la gobernanza mundial pasaría por encontrar el espacio de diálogo y negociación con el gigante asiático donde no confluyan a la vez temas económicos y comerciales de país con los de la geopolítica global.

 

 

THE ASIAN DOOR: América Latina en la agenda estratégica de Biden y Xi. Águeda Parra

La guerra de Ucrania parece confirmarse como el evento que ha incentivado el despliegue de diplomacia por parte de las dos grandes potencias buscando mejorar su posicionamiento ante los cambios que está trayendo una geopolítica en transición. El rol de América Latina está cobrando fuerza ante los desafíos que plantea la nueva era digital y los objetivos de movilidad sostenible, aunque el enfoque de la agenda estratégica de Biden y Xi para América Latina no parecen coincidir.

América Latina ha entrado en la agenda de Washington justo después de Asia, principal foco de interés de la política exterior de Biden, poniendo de relieve la creciente importancia que está atrayendo Asia ante los desafíos que plantea la próxima década. Antes de su cita con los mandatarios de América Latina, Biden celebrada dos grandes eventos que situaban a Asia como eje central de su estrategia exterior. El primero de ellos, la Cumbre ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático, en sus siglas en inglés), donde Washington ha buscado acercar posiciones por parte de los países asiáticos ante su visible neutralidad ante el conflicto de Ucrania, sin que la cumbre consiguiera su objetivo. Pocos días después, Biden realizaba su primera visita oficial por Asia, donde el presidente estadounidense lanzaba el Marco Económico del Indo-Pacífico, IPEF en sus siglas en inglés, la propuesta económica para la región para complementar la estrategia de defensa desplegada en la zona.

Este mayor despliegue de diplomacia en la región del Indo-Pacífico contrasta con el programa lanzado para América Latina en la Cumbre de las Américas, ante un escenario de múltiples discrepancias entre los países asistentes, poniendo énfasis en la migración y algo menos en el enfoque económico. Una situación que contrasta con los buenos datos de comercio que la región mantiene con China y fortalece los vínculos del gigante asiático con la región.

El liderazgo comercial de China en América Latina se afianza. Según un reciente informe que incorpora datos de Naciones Unidas, los flujos comerciales de los países de la región con el gigante asiático han sido superiores a los que mantienen con Estados Unidos en una comparativa entre 2015 y 2021, con la excepción de México. Esto supondría una mayor ventaja comercial de Xi durante el mandato de Biden, aunque la brecha comercial con Estados Unidos ya comenzó a abrirse durante la administración Trump.

Las riquezas naturales están marcando el ritmo de esta nueva etapa comercial entre China y la región, principalmente con los países que tienen abundantes reservas de minerales tecnológicos, esenciales para la fabricación de chips y para la manufactura de baterías, necesarias para abordar los retos que supone la transición hacia un esquema de movilidad sostenible. La necesidad de asegurar el abastecimiento de estos minerales estratégicos va a cambiar ostensiblemente las dinámicas geopolíticas en la región. De ahí, que Argentina, Chile y Perú lideren los flujos comerciales con China, por este efecto de los minerales tecnológicos, además de registrarse subidas notables en el caso de Brasil, principalmente por el aumento de las importaciones de soja, pero también de maíz.

En el caso de México, el Tratado de Libre Comercio que el país mantiene con Estados Unidos desde la década de los 90 eclipsa las cifras de volumen de intercambio con el gigante asiático. Frente a los 110.000 millones de dólares de flujo comercial con China en 2021, el volumen con Estados Unidos ascendió a los 607.000 millones de dólares, mostrando la fortaleza de la relación de Washington con su vecino más próximo en el denominado “patio trasero”.

Fortalecer la unidad de la región y plantear estrategias de recuperación económica ante los efectos de la pandemia y de la invasión de Ucrania han sido los argumentos planteados por Washington en la invitación oficial para la Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles. La falta de asistencia del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, no favoreció que se avanzara en el primero de los objetivos, mientras la aceleración del crecimiento económico parece estar más ligada a una cooperación estratégica en materia comercial y de inversión con China que con Estados Unidos en la próxima década.

 

 

¿Qué nos dejó la Cumbre de la OTAN? Nieves C. Pérez Rodríguez

La asamblea de la OTAN de Madrid nos ha dejado la imagen de la marca España renovada. Una España que queda bien parada, se ha vendido como un país mediano que sabe manejar un evento de envergadura y que puede proporcionar seguridad doméstica al nivel de cualquier otra potencia. Los que nos encontrábamos en Madrid para la Cumbre pudimos ser testigos del mayor despliegue de agentes de seguridad a todo lo largo y ancho de la capital.

La capital del mundo por un poco más de un par de días, como los medios locales la llamaron una y otra vez, exaltaba la belleza de una  icónica Castellana, su Palacio Real o su Museo del Prado junto con los hoteles de lujo que acogieron a los líderes de Estado que se acudían a la gran cita y que obligaron a cerrar momentáneamente el tránsito de los ciudadanos de norte a sur o viceversa cuando las delegaciones y sus jefes de Estado y de gobierno se transportaban de sus hoteles a IFEMA o a donde tuviera lugar convocatoria.

Dentro de este caos, como lo describieron muchos madrileños, fuimos testigos de cómo Turquía levantaba el veto a Finlandia y a Suecia para que así éstas pudieran comenzar su proceso de adhesión a la Organización del Atlántico Norte. Lo más significativo que tuvo lugar en la cumbre.

Otro gran avance es el cambio de estrategia de los últimos doce años al reconocer a Rusia como un país con el que no se puede tener una relación de colaboración.

Y el tercer gran elemento de cambio que además refleja un avance es que por primera vez los países europeos han reconocido públicamente que China representa una amenaza estructural que engloba muchos aspectos: tecnología, economía, seguridad alimentaria, seguridad geográfica y retos a los valores que profesa occidente.

Biden podrá presumir de estos cambios porque no cabe duda de que fueron impulsados y promovidos desde su Administración. Aunque no puede menospreciarse es que estos cambios son reflejo de una nueva realidad geopolítica internacional que obedece a la manera de proceder sobre todo rusa, aunque también china.

En nuestras conversaciones con expertos durante estos días pudimos extraer opiniones diversas, aunque todos coincidían en que el cambio de estas políticas es un hecho irreversible, como lo es la posición hacia China. Nos decía un coronel español retirado que la OTAN a lo largo de los años ha creado un equilibrio de treinta miembros que ha costado mucho alcanzar y mantener. Pero que ahora a Europa le había llegado el momento de dar lo que tiene. Y que los cambios eran parte de ese momento y proceso.

La OTAN ahora si está en otra situación y le ha llegado el momento de la verdad. Aunque admitía que el apoyo diplomático tiene que acompañar en todo momento el proceso pues debe estar presente para evitar que se desencadene una guerra nuclear.   Es decir, siempre con las formas diplomáticas rodeando la conversación.

En cuanto a China, que es una economía profundamente metida en el entramado global y representa un gran riesgo, la OTAN tiene que fortalecer el marco natural de cómo relacionarse con un país tan poderoso. Tiene que definir una estrategia clara que pueda llevarse a cabo.

Así mismo un general español con el que conversamos nos decía que llegar a declarar a Rusia como un desafío sistémico en el 2022 después de que tan sólo en el 2010 fuera definida como un socio estratégico, es un cambio radical de postura.

Ahora todo este proceso debe ir acompañado de educación. Se debe educar a la población europea que no tiene memoria de guerras sobre la importancia de tener una política fuerza de seguridad tanto doméstica como desde la alianza. El costo y sacrifico que eso lleva consigo, pero también se debe educar de los enormes beneficios de tenerlo.

Hablar sobre la libertad de la que gozamos los europeos, aun cuando fue muy duro llegar aquí por lo que el único camino es el mantenimiento.

 

INTERREGNUM:  India: ¿intereses o principios? Fernando Delage  

Como mayor democracia del planeta y como país que sufrió de manera directa la experiencia del imperialismo, la posición de India con respecto a la guerra de Ucrania sigue llamando la atención. Las razones de su neutralidad (que indirectamente viene a traducirse en una posición a favor de Moscú) son conocidas, y entre ellas destaca la dependencia de los suministros militares rusos para la modernización de las fuerzas armadas indias. Pero se trata de una aproximación arriesgada, pues Delhi parece querer ignorar el peligroso precedente que supone la violación por Rusia de todas las normas existentes. En último término, su actitud no ha hecho sino exponer su vulnerabilidad geopolítica.

Preguntado la semana pasada en un foro en Bratislava por qué Delhi rechaza condenar la invasión de Ucrania, el ministro de Asuntos Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar, criticó la premisa europea de que otros países deban compartir su opinión sobre el conflicto. “Europa, dijo, debe abandonar esa mentalidad conforme a la cual los problemas de Europa son los problemas del mundo, pero los problemas del mundo no son los problemas de Europa”. India, añadió el ministro, hará exactamente lo que hacen los países occidentales: evaluar una situación a la luz de sus propios intereses. Y son esos intereses los que justificarían la posición de su gobierno sobre la guerra.

Al no aceptar que India tenga que alinearse con una de las partes, Jaishankar quiso reafirmar la autonomía estratégica de su país en un contexto de creciente multipolaridad. Dada su lejanía geográfica, Rusia—es cierto—, no representa una amenaza directa a la seguridad nacional india, mientras que el aislamiento diplomático de Moscú puede producir consecuencias que no desea, como una más estrecha alianza de China con Rusia. La República Popular es el verdadero desafío que afronta Delhi, y es un problema para el que India necesita contar tanto con Washington como con Moscú.

Ahora bien, ¿cómo puede gestionarse el hecho de que India mantenga diferentes percepciones de las de sus socios de Occidente con respecto a Ucrania, pero similares o idénticas sobre los riesgos a la inestabilidad en el Indo-Pacífico? ¿Por qué India no quiere ver la estrecha interacción que existe entre ambos escenarios? ¿Puede confiar en la ayuda de las democracias occidentales si un día tiene dificultades en Asia, manteniéndose al margen de lo que ocurre en Europa?

Es un dilema que enturbia la relación entre intereses y valores, pero que debería hacer evidente a los estrategas indios la extraordinaria transformación que se ha producido en el terreno de juego. Tradicionalmente han defendido un orden multipolar, convencidos de que es así como India contaría con un mayor margen de maniobra. La nueva estructura multipolar parece crear, sin embargo, nuevos condicionantes a su independencia estratégica, y no todos ellos relacionados con el equilibrio de intereses en política exterior.

Así se puso de manifiesto poco después de las críticas de Jaishankar a los europeos. Apenas habían sido reproducidas sus palabras con grandes elogios en los medios del mundo no occidental, cuando las declaraciones de dos antiguos portavoces del actual partido gobernante (el hinduista Janata Party) insultando a Mahoma han provocado una grave crisis en las relaciones con los países islámicos. No es necesario recordar la importancia del Golfo Pérsico en particular para los intereses indios: de los recursos energéticos que recibe, a las remesas de los ocho millones de indios residentes. La polarización de la dinámica política interna se ha convertido pues en otra nueva variable que afecta a la proyección exterior del gigante asiático.

Una cultura estratégica no se cambia de un día para otro; menos aún una milenaria como la india. Pero frente a la segunda Guerra Fría que parece estar empezando, la pregunta (que no la respuesta) es sencilla: ¿qué promoverá en mayor grado la autonomía india? ¿Defender un orden basado en reglas, o formar parte del bloque de quienes—explícita o tácitamente—no denuncian a una Rusia agresora? ¿Los principios son realmente antitéticos a los intereses?

Sri Lanka empeora. Nieves C. Pérez Rodríguez

Sri Lanka está pasando la peor crisis económica de su historia reciente con prolongados cortes de luz y escasez de gas y medicamentos, así como otros artículos de primera necesidad. Todo como consecuencia de una serie de políticas económicas equivocadas que han ocasionado un desplome de las reservas de la nación del 70%.

El presidente Gotabaya Rajapaksa ha intentado diferentes salidas para aminorar la crisis, pero sin mucho tino ni éxito. Tal fue el caso de los recortes fiscales que propuso en el marco de la elección parlamentaria bajando impuestos como el IVA del 15% al 8% mientras eliminaron otros gravámenes. Como resultado, la llamada Ceilán se quedó sin liquidez viéndose obligados a recurrir a sus reservas para poder cumplir con sus compromisos internacionales. Lo que como consecuencia produjo un desplome de éstas de 8.864 millones en junio del 2019 a 2.361 a enero del 2022 de acuerdo con Reuters.

Otra razón fundamental de la crisis es el hundimiento del sector turístico como consecuencias de los ataques terroristas del Domingo de Resurrección del 2019 en tres hoteles de lujo, un hostal, un complejo residencial y tres iglesias que en total causaron la muerte de unas 207 personas, entre ellos extranjeros, y dejaron además centenas de heridos, lo que desmotivó la visita de extranjeros y con ello el naufragio de muchas fuentes de empleo.

El sector turístico se vio aún más impactado por la pandemia del Covid-19 que comenzó en 2020 y con ello los ingresos de este gremio han prácticamente desaparecido. Así mismo el valor de la moneda ceilandesa, la rupia, perdió su valor en un 45% tan sólo en el mes de marzo. Todo ello ha desencadenado protestas en las calles que llevan semanas y que esta semana se saldaban con un muerto y 11 heridos de manos de la policía en el poblado de Rambukkana ubicado a unos 100 kilómetros de la capital.

Las protestas, que comenzaron a brotar de manera espontánea por toda la isla a razón de los cada vez más largos apagones eléctricos y la falta de gas y combustible, hasta ahora habían sido increíblemente pacíficas de acuerdo con los medios locales, hasta que el martes de esta semana se vieron obligados a disuadir la concentración de manifestantes que bloqueaban las vías del tren por más de ocho horas, según la versión de la policía.

La desesperada situación provocó que el gobierno de Sri Lanka anunciara hace unos días que dejarían de pagar temporalmente 35.500 millones de dólares en deuda externa, justificando el incumpliendo en la pandemia y la guerra de Ucrania que han hecho imposible pagar a sus acreedores.

Asimismo, oficiales ceilandeses encabezados por su ministro de finanzas (Ali Sabry) se encuentran esta semana en Washington para intentar buscar algún mecanismo de crédito expedito ante el Fondo Monetario Internacional. Sri Lanka tiene que pagar unos 400 millones de deuda este año, con un bono de 1000 millones de dólares que expira en julio, por lo que el tiempo es un factor apremiante.

En efecto, esta misma semana comenzaba con el vencimiento de unos bonos internacionales por un valor de 78 millones de dólares que, de no cumplirse con el compromiso dentro del periodo de gracias de 30 días, entonces incumplirían por primera vez con el pago de su deuda externa desde su independencia del Reino Unido de 1948, afirmaba la BBC.

Dos agencias de calificación crediticias internacional advertían ya hace unos días atrás que Sri Lanka estaba a punto de incumplir sus deudas. Fitch Ratings y S&P global ratings anunciaban que la nación sureña había comenzado su proceso de incumplimiento soberano. De acuerdo con Bloomberg la nación necesitará entre 3 a 4 mil millones de dólares para poder remontar la crisis.

Pero también hay economistas que consideran que están atrapados en la “diplomacia de créditos chinos” y que no es el primer caso en el que literalmente una nación queda en manos de su acreedor por haber aceptado condiciones crediticias excesivas e injustas. Para Beijing Sri Lanka tiene un gran atractivo por su ubicación y conectividad marítima y complementa perfectamente la parte marítima de la nueva Ruta de la Seda en desarrollo o el BRI que es el nombre actual.

La situación de La lágrima de la India, como también se le conoce por su forma geográfica y ubicación, no es nada alentadora, pues vienen de apenas superar fuertes restricciones debido a la gran cantidad de casos de infecciones de Covid que han padecido durante el 2021, lo que de por sí ha ralentizado la economía que ya venía fuertemente golpeado por las fracasadas decisiones del gobierno, que además de ser impopular en este momento, ha sido acusado también de nepotismo, pues el presidente ha puesto en cargos claves a familiares directos.

Ojalá que Sri Lanka no se convierta en otro caso más en los que occidente mira hacia el otro lado, por lo que se ven obligados a recurrir a Beijing por más ayudas y créditos que acaban no solo arruinando al país sino dejándolos en una situación de dependencia de China…

 

INTERREGNUM: Ucrania y las relaciones UE-China. Fernando Delage  

La guerra de Ucrania ha colocado a China ante una difícil situación en distintos frentes. Uno de ellos, no menor, es el de sus relaciones con la Unión Europea. La agresión rusa ha incrementado el valor estratégico del Viejo Continente, a la vez que ha impulsado su conversión en actor geopolítico. Ante la transformación europea de las últimas semanas—la de Alemania en particular—, Pekín se encuentra frente a una dinámica muy distinta de la que existía antes del 24 de febrero.

Tanto la sólida unidad occidental como las sanciones sin precedente impuestas a Moscú han sorprendido a China, obligada a valorar si está dispuesta a arriesgar su relación con la UE—principal mercado para sus exportaciones—por ayudar a Putin. Sólo los intercambios con Alemania duplican el comercio chino con Rusia. Las implicaciones económicas del conflicto van, sin embargo, mucho más allá. Por una parte, el alcance y rápida ejecución del proceso de sanciones ha hecho evidente a China (además de a Rusia, claro está) los extraordinarios instrumentos de poder económico de que disponen las democracias occidentales; unas capacidades que—de extenderse a la República Popular—condicionarían en gran medida el margen de maniobra de Pekín.

Por otro lado, convencidos de la necesidad de corregir su dependencia estratégica del exterior—comenzando por el gas ruso—, los Estados miembros de la UE han extendido su reflexión con respecto a sus vulnerabilidades en relación con China. Ucrania puede convertirse así en el factor que acelere el desarrollo de una estrategia europea de diversificación, orientada al mismo tiempo a minimizar los riesgos de coerción económica por parte de Pekín.

Como ha señalado la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, la invasión rusa de Ucrania “no es sólo un momento de definición para nuestro continente; lo es también sobre nuestra relación con el resto del mundo”. Y, en efecto, aunque las prioridades chinas sean económicas, Pekín observa también cómo Europa ha despertado de su inocencia geopolítica para dar una mayor prioridad a la cuestiones de defensa, revitalizando la OTAN de manera simultánea al fortalecimiento de las alianzas de Estados Unidos en el Indo-Pacífico; otro resultado en nada beneficioso para los intereses chinos.

Este conjunto de circunstancias obligaba a rebajar las expectativas con respecto a la cumbre UE-China celebrada  el 1 de abril, casi dos años después de la anterior. En septiembre de 2020, la prioridad de los europeos fue la de cerrar un acuerdo de inversiones que permitiera abrir en mayor grado el mercado chino. Desde entonces, una suma de hechos—entre los que cabe destacar, además de la pandemia, las represalias por la violación de derechos humanos en Xinjiang y las sanciones chinas de respuesta a parlamentarios y académicos europeos, así como la presión sobre Lituania por su posición con respecto a Taiwán—hicieron descarrilar dicho acuerdo, además de endurecer la percepción europea de la República Popular. La posición china sobre la invasión rusa de Ucrania ha sido una nueva advertencia para Europa y marcó la cumbre de la semana pasada.

Lo que está en juego en torno a la guerra es, en último término, el equilibrio de poder global. Bruselas y los Estados miembros han entendido la naturaleza de la amenaza que representa el autoritarismo revisionista para sus intereses y valores. También Pekín es consciente del dilema, pero no puede romper con Rusia al carecer de otro socio estratégico equiparable. De este modo, la irresponsabilidad de Putin no sólo transformará la manera en que la UE y China ven el mundo exterior; afectará igualmente al futuro de sus relaciones bilaterales.

INTERREGNUM: Japón y Rusia: paso atrás. Fernando Delage

Siempre atento a no perder la oportunidad de hacer ruido en un momento de tensión internacional, Kim Jong-un ensayó hace unos días un nuevo misil, y advirtió que sus fuerzas nucleares “están plenamente dispuestas para afrontar y contener cualquier intento militar por parte de los imperialistas norteamericanos”. Según algunos analistas, la invasión de Ucrania—que Pyongyang ha apoyado—habría reforzado la determinación del líder norcoreano de desarrollar su arsenal nuclear. De hecho, ningún misil anterior había alcanzado la altitud del de la semana pasada (más de 6.000 kilómetros): un proyectil de alcance intercontinental, aunque cayó en la zona económica exclusiva de Japón, a menos de 200 kilómetros de la prefectura de Aomori, al norte del archipiélago.

El primer ministro, Fumio Kishida, calificó el lanzamiento como “un acto de violencia inaceptable”, y una nueva amenaza para la seguridad de Japón, de la región y de la comunidad internacional. Pero no ha sido la única sorpresa con que se ha encontrado el gobierno japonés durante los últimos días. El pasado lunes, en respuesta a las sanciones impuestas por Tokio a Rusia por la guerra de Ucrania, Moscú anunció la suspensión de las negociaciones con vistas a la firma de un tratado de paz (pendiente desde el fin de la segunda guerra mundial). En el comunicado hecho público, el ministerio ruso de Asuntos Exteriores indicó que es imposible “discutir sobre asuntos de esta importancia con un país que ha adoptado una actitud tan claramente inamistosa”. La responsabilidad, añadía, “recae únicamente sobre Japón, por su posición antirrusa”.

El gobierno japonés declaró la decisión como “completamente inaceptable”, pero naturalmente no se trata de un mero parón diplomático: supone el fracaso de la estrategia de acercamiento a Rusia mantenida durante una década. Entre 2012 y 2020, en efecto, el primer ministro Shinzo Abe trató de romper el bloqueo diplomático con Moscú mediante el establecimiento de una relación personal con Vladimir Putin—con quien se reunió en innumerables ocasiones—, y la promesa de inversiones en las despobladas provincias del Extremo Oriente ruso. Dichos esfuerzos resultaron infructuosos: en julio de 2020, Rusia modificó incluso su Constitución para prohibir toda concesión territorial (la demanda japonesa de recuperar las islas Kuriles es la cuestión en el centro del contencioso bilateral).  Pero, al mismo tiempo, Japón debe abandonar igualmente la idea de que una asociación con Moscú podría servir de elemento de contraequilibrio frente a China.

Aunque a miles de kilómetros de distancia del frente bélico, la guerra de Ucrania puede marcar así un nuevo punto de inflexión en la política rusa de Japón, confirmando una vez más la estrecha interacción entre el escenario estratégico europeo y el asiático. Japón tiene ahora que hacer frente a Rusia y China simultáneamente. Mantener sus duras sanciones contra Moscú es una exigencia por tanto para presionar también—indirectamente—a Pekín como aviso por si se le ocurriera emprender una agresión similar contra Taiwán.

Las lecciones van incluso más allá. Al igual que los líderes europeos, los dirigentes japoneses son conscientes de que su seguridad en la nueva etapa internacional que se abre pasa por reforzar sus capacidades militares y la alianza con Estados Unidos. Las relaciones Japón-Rusia serán una de las más tensas en el noreste asiático en el futuro previsible, sin que—al contrario de lo que pueda pensarse—sea un resultado favorable para China. Estados Unidos tendrá que prestar al Viejo Continente una atención con la que no contaba, pero—lejos de distraerle del Indo-Pacífico como querría China—, cuenta hoy con una firme coalición de democracias europeas y asiáticas, unidas contra el revisionismo de las potencias autoritarias. Pekín se ha equivocado en la elección de sus socios.

INTERREGNUM: Dilemas chinos. Fernando Delage

Cuando va a cumplirse un mes de la invasión rusa de Ucrania, la brutalidad desatada por Putin no sólo está agravando una crisis humanitaria sin precedente. La resistencia ucraniana y la firme respuesta de Occidente han acabado con las ambiciones geopolíticas que pudiera tener Moscú en esta guerra en la que se juega el futuro de Europa. Si una prioridad central de Putin ha consistido en erosionar la Unión Europa y las relaciones transatlánticas, ha conseguido exactamente todo lo contrario. Si quería rehacer la estructura de seguridad del Viejo Continente, lo que ha logrado es aislar a su país: nunca podrá negociarse con él un nuevo orden (cuestión distinta será con su sucesor). Pero igualmente le ha complicado las cosas a su único socio de envergadura, China, a la que ha solicitado ayuda militar, económica y financiera.

Desde la anexión de Crimea en 2014, Moscú se ha apoyado en Pekín con el fin de contrarrestar las consecuencias de las sanciones económicas y el aislamiento diplomático impuestos por americanos y europeos. Mediante la formación de un eje de potencias revisionistas, a China se le abrió una oportunidad para debilitar la influencia de Estados Unidos y de Occidente. Pero la guerra de Ucrania ha exacerbado un escenario de inestabilidad económica global y de reajustes geopolíticos que obliga a Pekín a reconsiderar los límites de su relación con Rusia.

Hasta la fecha, China ha tratado de mantener una posición que, sin condenar explícitamente a Moscú, no perjudicara su capacidad de maniobra. El desarrollo de la guerra le está haciendo ver, sin embargo, que no puede permanecer neutral ante un conflicto que provocará el mayor realineamiento estratégico desde 1945. La naturaleza del próximo orden global—y de la identidad de China como potencia—será muy diferente según Pekín opte por consolidar una alianza con una Rusia perdedora (que le daría, eso sí, el claro liderazgo de un bloque autoritario), o bien decida apostar a favor de la estabilidad de un sistema internacional integrado y basado en reglas. Como señalan estos días algunos respetados especialistas chinos, cuenta con un estrecho margen temporal para elegir.

La presión económica se está dejando sentir. Los dirigentes chinos confiaban en lograr este año un crecimiento del 5,5 por cien del PIB, aunque el FMI y otras instituciones estimaban que no llegaría al cinco por cien. La guerra de Ucrania puede reducir esas cifras aún más, lo que conduciría al peor escenario económico de las dos últimas décadas. Además de su impacto político en un año crucial para el presidente Xi (que en otoño obtendrá su tercer mandato en el XX Congreso del Partido Comunista), el aumento de los precios de los recursos energéticos (China importa el 70 por cien del petróleo y el 40 por cien del gas que necesita) y de materias básicas como los cereales (de los que depende en gran medida la seguridad alimenticia china), y la disrupción en las cadenas globales de producción (en cuyo centro se encuentra la República Popular) pueden agravar los problemas estructurales de la economía china.

Aún más si Washington (y Bruselas) decidieran imponer sanciones a Pekín por prestarle a Moscú la ayuda pedida, como le dio a entender el presidente Biden a Xi en su conversación del pasado viernes. Cabe pensar que China no querrá perder unos mercados como los de Estados Unidos y la UE (sus exportaciones a ambos sumaron más de un billón de dólares en 2021, frente a los 70.000 millones de dólares de sus ventas a Rusia), ni que sus bancos queden fuera del sistema financiero internacional. También preferiría evitar el coste diplomático a su reputación, por no hablar de la estrecha coordinación entre norteamericanos y europeos que siempre ha querido evitar.

En los últimos días no han faltado indicaciones de la incomodidad china. Sus empresas de aviación han rechazado el envío de repuestos a Rusia, y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, con sede en Pekín, ha suspendido sus créditos a Moscú. Su embajador en Washington, ha escrito que, “de haber sabido [lo que iba a hacer Putin], China hubiera tratado de prevenirlo por todos los medios”, mientras que el embajador en Kiev ha provocado la furia de Moscú al alabar la resistencia de los ucranianos y manifestar el compromiso chino con la reconstrucción del país. Pese a la censura en los medios, han tenido por otra parte una notable difusión los comentarios de varios académicos chinos, aconsejando una revaluación de la asociación con Putin y la intervención de Pekín para intentar poner fin al conflicto.

La presión es innegable, como lo es también el cambio de percepción chino sobre su amigo moscovita. Si conducirán o no a un giro político es aún discutible, pues la decisión (es parte fundamental del problema) está en manos de una única persona, Xi, cuyas obsesiones ideológicas pueden alejarle del pragmatismo aconsejable en esta encrucijada.

China, Ucrania, Putin y EEUU, un panorama cada vez más complejo. Nieves C. Pérez Rodriguez

El pasar de los días muestra un panorama cada vez más desolador y cruento en Ucrania, una nación que hace menos de un mes era una país productivo y vibrante. Putin sigue dando pasos feroces y sanguinarios en su absurdo deseo de incorporar a Rusia una nación soberana desde 1991.

Ucrania, un país con 43 millones de ciudadanos y el segundo con más extensión territorial de Europa, después de Rusia, se ha convertido de la noche a la mañana en una nación en ruinas y con más de 2.5 millones de refugiados -según Naciones Unidas-, número que no hará más que aumentar con el paso de las horas, debido a los brutales ataques a centros urbanos, edificios de viviendas, hospitales, colegios, etc.

Para muchos, Putin ha perdido la cordura, para otros se ha quitado la careta. Sea cual sea el caso, lo que sí está claro es que la imagen de Putin cambió. Ese retrato de hombre poderoso capaz de posar al lado de un oso gigante o montar a caballo en invierno, medio desnudo, o de asistir a un evento internacional y posar al lado de los presidentes más importantes del planeta, se ha desvanecido. Ahora el Putin que el mundo ve es el de un líder autoritario y cruel, capaz de todo por obtener su objetivo, matar en masa, atacar una maternidad, o un hospital, incluso los corredores humanitarios. Un criminal que hasta hace poco era reconocido por ser un maestro del arte de la estrategia y que era respetado hasta por aquellos que no comulgaban con sus ideas.

El medio inglés “The Times” ha publicado que Putin ha puesto en arresto domiciliario a dos altos cargos de los servicios secretos rusos encargados precisamente de recopilar información de Ucrania. Explica el artículo que, aunque el FSB es oficialmente una agencia de inteligencia doméstica, el Quinto Servicio o Departamento del FSB fue establecido en los años noventa cuando Putin era el director y encargado de las operaciones en los países que fueron parte de la URSS. Y la razón detrás de la represalia es que aparentemente Putin fue informado de que Ucrania no tendría la capacidad de resistir a una invasión.

Putin, aunque siga decidido en continuar, está enfadado por la cantidad de días que le està costando hacerse con el control de Ucrania. Rusia lleva tres semanas de invasión y, aunque se han hecho con algunos territorios a la fuerza, sigue sin controlar el país y sin haber tomado la capital que era el plan inicial. Por lo que la detención de los altos cargos de inteligencia puede ser una manera de señalar culpables del caos.

Entretanto, el coraje del presidente Zelensky y su gabinete junto con congresistas y políticos de todas las líneas ideológicas de la nación eslava han dado un estoico ejemplo de lo que deberían ser los gobiernos y el servicio público, aun bajo las más aterradoras circunstancias. Ese ejemplo ha servido para mantener a un pueblo con la moral alta para seguir luchando en el frente de batalla o incorporarse a él, aun cuando la destrucción y la muerte se han convertido en parte de la cotidianidad desde que Putin decidió invadir Ucrania.

Mientras tanto, la propaganda sigue controlando la opinión pública en Rusia y en China como ha venido sucediendo desde el comienzo del ataque, intentando desinformar y confundir. Sin embargo, los gestos de protestas, a pesar de la represión, siguen viéndose; ayer mismo, en el canal oficial ruso, se veía en horario estelar nocturno la interrupción de una mujer en pleno noticiero con una pancarta que decía “No a la guerra, Paren la guerra. No crea en propaganda, la propaganda nos engaña”. Una mujer que seguro ya está pagando un altísimo precio por su valentía, así como lo están pagando los que comenzaron a protestar al comienzo de la guerra y que fueron neutralizados y amenazados por el régimen con abrirles un expediente criminal que los perseguiría de por vida si insistían en continuar protestando. La misma razón que hizo que los medios de comunicación occidentales salieran de Rusia por temor a retaliaciones a sus periodistas.

Esta semana comenzaba con un encuentro de siete horas de alto nivel entre China y Estados Unidos en la ciudad de Roma. El asesor de seguridad Nacional de la Casa Blanca – Jake Sullivan- advirtió a China en una entrevista televisada previa al encuentro de los peligros que acarrearía que apoyaran a Rusia. La reunión culminó y la discreción parece haber sido parte del acuerdo, pues ninguno de los países participantes ha dado claves de los acuerdos y si es que los hubo o no avances.

Los líderes chinos son astutos y saben que es un gran momento para convertirse en líderes mediadores, en referentes de la paz internacional.

Los roles de hoy están invertidos comparados con la época soviética. Ahora son los chinos los que controlan, los que tienen recursos y poder y son los rusos los que necesitan de su apoyo. Y no cabe duda de que Beijing está aprovechando las circunstancias, pero también tienen que ser extremadamente cautos para no incurrir en violación de las sanciones si deciden ayudar de alguna forma a Moscú. Mientras tanto, la inquietud por el creciente apoyo de la OTAN no hace más que afianzarse gracias precisamente a esta invasión, cosa que inquieta mucho a China.

El escenario es realmente complejo para todos y lógicamente para Ucrania es irreparable, ya que está pagando con vidas y viendo desmoronarse sus edificaciones y progresos con cada ataque y misil. Pero Para Rusia tampoco está fácil pues Putin ha conseguido el repudio del 75% de los países del planeta, la censura de occidente y el descalabro de su liderazgo hasta a nivel interno, que a pesar de la poca información que sale parece ir en picado entre los ciudadanos. Incluso algunos rusos están buscando escapar del país antes de que las sanciones empiecen a hacer efecto.

Hay fuentes que apuntan a que Moscú no contaba con una resistencia ciudadana de esta envergadura y mucho menos que el presidente Zelensky y otras figuras políticas ucranianas destacadas se encargaran de mantener la moral del pueblo alta día a día a pesar de ver cómo se va desangrando el país.

David Sanger, analista especializado en seguridad nacional, afirmaba en CNN en vivo que la situación se puede complicar para Zelensky si las fuerzas rusas toman control de más territorio durante las negociaciones, sobre todo si pudieran hacerse con el control de la capital porque en ese caso los ucranianos estarían bajo presión de aceptar que Crimea, así como otros territorios ocupados por Rusia -especialmente los del sur este- están controlados por Moscú y por tanto verse presionados a cederlos.

¡El ejemplo de resistencia que están dando los ucranianos pasará a la historia y su presidente servirá de inspiración durante décadas sino siglos, sea cual sea el desenlace de esta absurda guerra!