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China en Medio Oriente y Jerusalén, siempre en el centro

No es un secreto pero sí un dato que no se suele incorporar a los análisis sobre la evolución del mapa geoestratégico de Oriente Medio: China lleva más de una década posicionándose en esa zona con una extraordinaria habilidad: ha instalado y potencia bases navales en el sur de Pakistán (suní); mantiene relaciones comerciales y energéticas, por sus necesidades de un petróleo del que carece, con Irán (chíi), y ha mejorado notable y discretamente sus relaciones con Israel en los últimos cinco años. Esto está permitiendo a Pekín influencia y capacidad de mediación que ejerce con mucha moderación para impedir tensiones que dificulten su acceso a las materias energéticas que necesita o que desestabilicen las rutas comerciales que necesita abiertas y estables.

Y también ha desaconsejado a Estados Unidos el reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado de Israel. Pero detrás de esta decisión de EEUU hay muchos elementos que no siempre se tienen en cuenta.

Señalemos algunos errores que se cometen al plantear la cuestión. Jerusalén fue la capital política de Israel hace 3000 años y lo ha sido emocionalmente de los judíos desde entonces. Y es la capital del moderno Estado desde 1947, no una capital judía como se dice, sino de Israel, país del que son ciudadanos casi 3 millones de árabes musulmanes y cristianos, además de judíos. La capitalidad de un país no depende de quién la reconozca sino de cuál es la decisión de ese país.

El islamismo, 600 años después de la aparición del cristianismo, construyó su teología situando a Jerusalén como primera o tercera ciudad santa, según los tiempos, y desea ese reconocimiento.

Así se ha conformado una ciudad como lugar sagrado de las tres grandes religiones monoteístas y sólo desde la creación del moderno Israel disfruta de libertad de culto, aunque no sin tensiones.

Ahora bien, la decisión de Trump, ejerciendo una opción ya aprobada por administraciones anteriores, puede ser un error táctico. Aunque hay que señalar que Ryad y El Cairo fueron informados y los saudíes recordaron a los palestinos que había un posible acuerdo respecto a una capitalidad palestina en Abu Dis, un barrio al este de Jerusalén, que sería aceptada por Israel. De hecho, los israelíes han hecho esa oferta hace años. Pero públicamente los palestinos no pueden aceptar esto y egipcios y saudíes tienen que protestar y así lo han hecho con gran moderación. Nada parecido a una intifada se ha producido. Ni Hamas ni la ANP están interesadas realmente.

Así pues, el reconocimiento de Donald Trump, que ha incomodado al Gobierno israel, en contra de lo que dice, no es causa de que no haya conversaciones de paz sino su consecuencia. A partir de aquí los análisis. Y no perdamos de vista el papel de China.

Irán, Arabia Saudí…. Y Trump.

Con apenas una semana de diferencia se han desarrollado unas elecciones en Irán y un viaje de Trump a Oriente Próximo con significativas escalas en Arabia Saudí e Israel. No son sucesos completamente independientes. Mientras Rusia estrecha lazos con el Damasco de Al Asad, a quien apoya el régimen de Teherán, Estados Unidos visita y firma acuerdos militares con Arabia Saudí que, con Egipto, planea, aunque se miren de reojo, una alianza contra el bloque chií que, irradiado desde Irán, va consolidando posiciones no sólo en Siria y Líbano (y en Yemen con dificultades) sino también en algunos círculos palestinos. Arabia Saudí verá acrecentado y modernizado su poder militar, que se muestra dudoso en su enfrentamiento contra los rebeles hutíes, apoyados por Teherán, en Yemen.

El presidente Trump está definiendo aceleradamente una política más activa en la zona que la de Obama y eso va a tener consecuencias en la consolidación de bloques en la zona. Las condiciones para resolver, militar o negociadamente, los conflictos en marcha van a cambiar profundamente.

En este escenario, con los suníes robusteciendo lazos con EEUU y los chíes más cerca de Moscú, las elecciones iraníes se han decantado del lado de Rohani, la menos dura de las versiones de le teocracia, la que ha negociado con EEUU y Occidente un acuerdo de contención de la investigación nuclear, que Trump e Israel ven con la máxima desconfianza y aspiran a cambiar, y la que ha realizado una serie de reformas, mínimas pero dinamizadoras de la sociedad iraní. Rohani ha conseguido derrotar otra vez al sector más intransigente y belicoso de los guardias revolucionarios y del Estado.

Esta nueva situación no dejará de influir en Centro Asia, la histórica Ruta de la Seda por donde China recuperará influencia, donde la religión mayoritaria es el islam suní y donde, a la vez, existen lazos por razones históricas y estratégicas, con Rusia.

En el otro lado del espacio geoestratégico en que esta alianza se mueve, Israel observa atentamente la situación. No hay que olvidar que el Gobierno de Jerusalén lleva meses fortaleciendo muy discretamente sus relaciones económicas con Qatar, colaborando con Egipto contra el terrorismo en el Sinaí y compartiendo información con estos países y Arabia sobre las relaciones de Irán en grupos palestinos de Gaza. Aunque tampoco hay que olvidar que el Estado Islámico es suní y ha logrado colaboración indirecta de estos países en la medida en que contrarrestaba el empuje de Irán.

Por eso, el discurso de Trump en Arabia Saudí ha insistido en la necesidad de implicarse más contra el terrorismo, premiar el compromiso en esa tarea con armamento más sofisticado y pedir que medien con los palestinos para que acepten volver a la mesa de negociación con Israel con propuestas realistas. Coincide esto con sectores israelíes que creen posible articular un acuerdo con países árabes, suníes y moderados, es decir Jordania, Egipto y eventualmente Arabia y Qatar, que imponga una paz con los palestinos con las fronteras de 1967 y un pacto sobre Jerusalén y los refugiados. Un complejo crucigrama para el que el presidente Trump y sus asesores parecen tener respuestas.