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INTERREGNUM: Australia revisa su política de defensa. Fernando Delage

Como muchos otros países en tiempos recientes, también Australia se ha visto obligada a actualizar su estrategia de seguridad nacional. El 24 de abril, el gobierno laborista de Anthony Albanese anunció una revisión de gran alcance de su política de defensa. Según se indica, “las circunstancias estratégicas son hoy radicalmente diferentes”: el riesgo de una escalada militar y de un conflicto en la región del Indo-Pacífico ha aumentado; las acciones de Pekín en el mar de China Meridional amenazan las reglas de un orden del que depende Australia; y la capacidad de Estados Unidos de garantizar la seguridad regional se encuentra sujeta a nuevos desafíos.

Frente a esta transformación del entorno exterior, las actuales capacidades australianas resultan insuficientes. La nación ha perdido la ventaja de su lejanía si pueden alcanzarla misiles chinos, mientras que las líneas de navegación de los océanos Índico y Pacífico, vitales para su economía, son vulnerables a un bloqueo. La revisión de la defensa, un documento que permanece clasificado en su mayor parte, no subraya tanto el temor a una invasión como la preocupación por los daños que Australia pueda sufrir desde el exterior. En consecuencia, la defensa nacional—y la estabilidad del Indo-Pacífico—demandan como prioridad la mejora de sus medios de proyección de poder.

Un instrumento básico en esa dirección será AUKUS, el pacto firmado con Estados Unidos y Reino Unido para dotarse de submarinos de propulsión nuclear. Con independencia de las dudas que plantean el calendario y el coste de dicho acuerdo, ya examinados en una columna anterior, Australia necesita asimismo otras capacidades de largo alcance, para lo que se contempla el reforzamiento de los puertos y bases situados en la costa septentrional, así como de la industria de defensa. El objetivo fundamental, según se desprende de la revisión, debe consistir en modernizar aquellos programas con mayor efecto disuasorio, aunque también se traduzca en un recorte de los recursos de carácter más convencional.

La actualización de la estrategia de defensa no se limita por otra parte a la dimensión militar. Se subraya la importancia de la coordinación entre las distintas agencias de la administración, a la vez que se hace hincapié en los instrumentos diplomáticos como clave de la seguridad nacional. En este sentido se recomienda la adopción de una posición más proactiva, encaminada a apoyar el mantenimiento de un equilibrio de poder en el Indo-Pacífico y poder reducir así los riesgos de conflicto. Es un imperativo que deriva del hecho de que, conforme al análisis realizado por el documento, Estados Unidos ya ha dejado de ser el “líder unipolar” de la región, y su competición con China puede conducir a un enfrentamiento abierto. Pero al mismo tiempo que se deben fortalecer los medios nacionales, se señala que la alianza con Washington es cada vez más importante para Canberra, por lo que se sugiere mejorar la planificación militar bilateral, aumentar las maniobras conjuntas y la presencia de las fuerzas norteamericanas. Se propone igualmente profundizar en la asociación estratégica con Japón, India y otras naciones afines.

Pese a la acertada descripción del entorno y las nuevas amenazas, la comunidad estratégica australiana ha llamado la atención, no obstante, sobre algunas debilidades de la revisión. Destaca entre ellas la llamativa ausencia de toda referencia presupuestaria y de financiación acorde con el incremento de capacidades que se propone. Las dudas surgen asimismo con respecto a la ambigüedad de los objetivos finales. Como ha escrito en The Monthly el profesor Hugh White, responsable él mismo de un anterior Libro Blanco de defensa, la cuestión que se plantea a Australia es “si desarrollar unas fuerzas armadas diseñadas para ayudar a Estados Unidos a defender su posición estratégica en Asia frente al desafío que representa China y mantener el viejo orden liderado por Washington, o construir unas fuerzas que garanticen nuestra seguridad si el poder norteamericano en Asia se reduce y se ve sustituido por un nuevo orden dominado por China e India”. Ambas cosas son imposibles, indica, porque cada una de ellas demanda prioridades diferentes para las fuerzas australianas.

¡Y el AUKUS, finalmente, nació! Nieves C. Pérez Rodríguez

En septiembre del 2021 se le daba nombre al acuerdo que era bautizado antes de que objetivamente naciera. El peculiar anuncio de AUKUS se hizo previo a la discusión exhaustiva de los puntos concretos de la alianza, lo que de por si le imprimió un carácter disímil y, finalmente, dieciocho meses más tarde, los tres socios se reunieron en San Diego, California, para formalizar con apretones de manos, fotos y anuncios oficiales que AUKUS es tan real que comenzará a dar sus frutos.

La asociación entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos (AUKUS por sus siglas en inglés) está viva y tiene objetivos muy claros en el futuro, en un mundo cada vez más dividido en el que China y Rusia se acercan y las democracias se juntan para protegerse y por tanto fortalecerse.

Otras democracias como Japón, Corea del Sur, Taiwán y hasta la misma Filipinas se han acercado a los Estados Unidos, como mecanismo de supervivencia. Y en los últimos tiempos hemos sido testigo de esos acercamientos que se materializan con visitas de altos funcionarios, maniobras militares en conjunto, establecimiento de bases militares en cooperación o envío de misiones que se despliegan tanto para entrenar como para el envío de un mensaje directo a quienes pretendan desestabilizar la dinámica del Pacífico y el Indico.

Por su parte, el primer ministro británico, Rishi Sunak, hacía un anuncio el domingo (justo a un día del encuentro de los tres líderes) sobre el aumento en su presupuesto de defensa a 6 mil millones de dólares para fortalecerse contra la invasión rusa a Ucrania, que ha despertado viejos fantasmas en Europa, pero con ojo y el énfasis en la creciente amenaza China. El anuncio se da en medio de una situación doméstica comprometida para Sunak, con protestas en las calles y una situación económica desfavorable. Por lo que justificó la necesidad de la alianza, además, con empresas como Rolls-Royce, la gigante británica de ingeniería que proporcionará los reactores para los submarinos de propulsión nuclear, lo que será  una fuente de puestos de empleos locales.

El primer ministro australiano, Anthony Albanese, describía el acuerdo como la “mayor inversión individual en la capacidad de defensa de Australia”.  Australia viene desarrollando un pensamiento más estratégico, al menos desde 2020, desde donde ha venido buscado expandir su papel en la región contando con mayor capacidad a la vez que va acompañado de la mano de otras potencias que le servirán de apoyo de necesitarlo.

El comunicado oficial emitido por el Departamento de Estado al respecto decía que “gran parte de la historia del siglo XXI se escribirá en el Indo-Pacífico y para mejorar la prosperidad económica, la libertad y el Estado de Derecho, y para preservar los derechos de cada país. AUKUS ayudará a compartir la visión compartida de una región del Indo-Pacifico libre y abierta para las generaciones venideras”.

Aukus es un pacto que está concebido para enfrentar la expansión de China en el Pacífico occidental por lo que la incorporación de submarinos a la ecuación va a dar muchos beneficios. Los submarinos llevarán armas convencionales y los reactores nucleares. Se estima que a fines de la década de 2030 el primer submarino de última generación esté listo en el Reino Unido y contará con una gran cantidad a bordo de tecnología.

El AUKUS se compone de dos pilares, uno lo define el esfuerzo trilateral para apoyar a Australia en el desarrollo, construcción y operación de submarinos de propulsión nuclear y el segundo pilar se enfoca en acelerar la cooperación en tecnología crítica que incluyen capacidades cibernéticas, inteligencia artificial, tecnologías cuánticas y capacidades submarinas adicionales, hipersónicas entre otras.

En el fondo, aunque en una primera etapa impulsará a Australia, se busca mejorar las capacidades de defensa de las tres naciones que lo componen. Aunque de acuerdo con Charles Edel, respetado experto en asuntos australianos con foco en defensa, en el fondo la triple asociación busca impulsar la integración tecnológica para hacer crecer la capacidad industrial y profundizar de esta forma la coordinación estratégica entre las tres naciones.

Edel explica que esta alianza buscar transformar la capacidad de construcción naval de las tres naciones, pretende ser un acelerador tecnológico y a cambiar el equilibrio de poder en el Indo-Pacifico y, en última instancia, está destinado a cambiar el modelo de cómo opera Estados Unidos, y como empodera a sus aliados.

Las imágenes y las palabras que nos dejó el encuentro de tres poderosos líderes de Washington, Camberra y Londres después de todos los estragos de la pandemia revelan cómo las viejas democracias están recurriendo a estos acuerdos para contrarrestar a un nuevo pero peligroso adversario: China.

Y aunque ya existía una afiliación a través de la asociación del Five Eyes que tuvo su origen en los cuarenta y se expandió durante la Guerra Fría, y aunque en sus inicios Australia no era parte se incorporaron y desde entonces ha sido parte fundamental y claramente en el futuro cercano. Australia será un importante actor en los años venideros en la región y jugará un rol determinante

Cerrando el círculo, pero con obstáculos

Estados Unidos sigue reconstruyendo, paso a paso pero con determinación, sus alianzas en el Indo Pacífico intentando aislar a China, demostrarle la fortaleza del modo de vida occidental y, a la vez, exhibiendo músculo militar y diplomático consiguiendo abrir nuevas bases militares en Filipinas y fortaleciendo, aún más, su coordinación de defensa con Corea del Sur y Japón que se suman a los acuerdos con Australia y Reino Unido para reforzar la presencia militar en la región.

EEUU ha venido propiciando un acercamiento cuidadoso y muy medido a India, aliado tradicional de Rusia, y un estrechamiento de lazos con Sri Lanka, impulsando acuerdos con Vietnam y fortaleciéndolos con Tailandia. China, por su parte, mantiene una estrecha relación con la dictadura birmana.

Pero EEUU no consigue abrir un canal de mejora de relaciones con Indonesia, país extenso e insular de una enorme importancia estratégica para el control de las rutas comerciales marítimas. Allí, es China quien mantiene su presencia y su influencia a pesar de las diferencias de modelos económico, político y religioso.

En una cumbre celebrada en Bali a finales de 2022, los presidentes chino e indonesio acordaron construir lo que China denomina “una unidad de destino común”, programando una amplia gama de acuerdos comerciales, políticos y estratégicos. China ha subrayado que dará la bienvenida a que más productos competitivos de Indonesia entren a su mercado, y seguirá alentando a destacadas compañías chinas para que participen en importantes proyectos de construcción de infraestructura en Indonesia, en el desarrollo de la nueva capital de Indonesia y el Parque Industrial del Norte de Kalimantan, y para que amplíen la cooperación en economía digital, desarrollo verde y otros ámbitos. En pocas palabras, China consolida su presencia en un país que permitirá fortalecer la presencia marítima china en las rutas comerciales y proyecta su sobra sobre espacios marítimos en los que Pekín trata de imponer su hegemonía comercial y militar.

Acuerdo fallido en las Islas del Pacífico. Nieves C. Pérez Rodríguez

China venía promoviendo la idea de un amplio acuerdo con las Islas del Pacífico que incluía libre comercio, cooperación policial y resiliencia ante desastres. Al menos esos eran los aspectos que se habían hecho público. El propio Xi Jinping envió un mensaje a través de los medios oficiales la semana pasada afirmando que China sería un buen hermano para la región y compartiría un destino común” antes de que se llevara a cabo que el ministro de Exteriores chino viajara a intentar firmar el acuerdo. Pero las 10 Islas del Pacíficos citadas al encuentro decidieron no firmar el pacto regional de intercambios y seguridad con China después de la reunión en Fiji entre el ministro de exteriores chinos Wang Yi y los homólogos de las 10 naciones.

Las agencias Reuters y AFP se hicieron con un borrador del acuerdo y publicaron que el mismo permitiría que China capacitara a la policía local, se involucrara en ciberseguridad, aumentara los lazos políticos, realizaran un mapeo marino sensible y obtuvieran mayor acceso a los recursos naturales tanto en tierra como en agua.  A cambio, Beijing ofrecía millones de dólares en asistencia financiera, la perspectiva de un acuerdo de libre comercio y acceso al mercado chino que es de 1.400 millones de personas.

Sin embargo, el propio canciller chino, en una rueda de prensa posterior al encuentro, afirmó que algunas naciones del Pacífico tenían preocupaciones específicas sobre la propuesta y que Beijing ahora intentará construir un consenso. En otras palabras, China se ha visto obligada a archivar el pacto regional por el que estaba abogando con las naciones insulares del Pacífico, al menos lo archiva de momento. Aunque no hay duda de que seguirán intentándolo, pues este acuerdo era muy importante para Beijing porque le daba fácil acceso, control y presencia en el Indo Pacífico y con ello intentar neutralizar el Quad que les tiene muy incómodos.

En efecto, antes de que China fracasara en conseguir el acuerdo había protestado por el encuentro de los líderes del Quad en el marco de la primera visita de Biden a Asia, que consiguió reunir por tercera vez desde el año pasado, a los cuatro líderes de las naciones que lo integran, Australia, India, Japón y los Estados Unidos. El ministro de Exteriores chino criticó el encuentro mientras denunciaba a la alianza de ser la OTAN del Indo Pacífico, afirmando que “El Quad promueve la mentalidad de Guerra Fría y aviva la rivalidad geopolítica”.

El dialogo de seguridad cuadrilateral ciertamente está muy vivo y sus miembros absolutamente convencidos de que China es un peligro regional por lo que han venido promoviendo la idea de un Indo Pacífico abierto y libre. También han hecho ejercicios militares conjuntos dos veces desde el 2020 y prevén continuar con los encuentros a todos los niveles que acerquen la relación y promuevan sus valores.El recién elegido primer ministro australiano, Anthony Albanese, ha expresado que las Islas del Pacíficos son una prioridad en su política exterior y está promoviendo hasta un programa nuevo de visas para sus ciudadanos, porque entiende que es estratégico acercarlos a Camberra. También ha sido claro en afirmar que la política exterior australiana no cambiará hacia China. En este contexto la ministra de Asuntos Exteriores australianos, Penny Wong, dijo que Australia quiere construir una familia en el Pacífico más fuerte a través de Seguridad y Defensa trayendo nueva energía a la región.

Todo parece indicar que desde el surgimiento de la pandemia China ha ido perdiendo su credibilidad y no solo con occidente sino también con naciones pequeñas, vecinas y en algunos casos hasta dependientes de Beijing. La poca transparencia de China, junto con los resultados vistos de sus acuerdos con naciones desfavorecidas, las enormes deudas que acaban incurriendo, la poca claridad de Beijing en situaciones como la invasión rusa a Ucrania parecen en conjunto ser una buena formula para generar recelo o desconfianza.

Seguramente todo eso en conjunto, sumado al tremendo crecimiento militar chino en la última década, sus conocidas ambiciones expansionistas y la propia forma en la que han manejado a sus ciudadanos por los brotes de Covid-19 son clarísimos indicativos de como tratarían a un tercero.

INTERREGNUM: Japón y Australia, amigos y socios. Fernando Delage

Nada más comenzar 2022, con una pandemia aún descontrolada, los Juegos Olímpicos a la vuelta de la esquina, y los dirigentes chinos dedicados a la preparación del XX Congreso del Partido Comunista de otoño, Pekín se ha encontrado con un par de sorpresas en el entorno exterior. En Eurasia, las protestas en Kazajstán y la intervención rusa han puesto de relieve el tipo de sobresaltos inesperados que pueden complicar sus intereses, cada vez más globales. En el Indo-Pacífico, el anuncio de un ambicioso acuerdo de cooperación en defensa por parte de Japón y Australia supone un nuevo peldaño en la construcción de una alianza de contraequilibrio de China.

El pacto (“Reciprocal Access Agreement”, o RAA), firmado por los primeros ministros de ambos países el 6 de enero tras siete años de negociaciones, permitirá el acceso recíproco a sus instalaciones militares, lo que facilitará a su vez la realización de maniobras conjuntas, así como la interoperabilidad y despliegue de los dos ejércitos con respecto a cualquier contingencia. El RAA se suma así al AUKUS (en el que participa Australia con Estados Unidos y Reino Unido), al QUAD (del que Tokio y Canberra son miembros junto a Washington y Delhi), y al Diálogo Trilateral de Seguridad (Estados Unidos, Australia y Japón), como un instrumento añadido de respuesta frente a las mayores capacidades y ambiciones chinas.

El reforzamiento por Japón y Australia de su relación de “cuasi-aliados” representa un paso muy significativo para ambos. La creciente presión de Pekín sobre Canberra ha llevado al gobierno australiano a maximizar sus opciones, desde una percepción del desafío que representa China no muy distinta de la de Estados Unidos. Japón mantiene un discurso más matizado pero no por ello menos firme, y continúa avanzando en el desarrollo de un mayor papel estratégico pese a sus limitaciones constitucionales. Con el RAA, Australia se convierte en el segundo país con el que Tokio mantiene un acuerdo de este tipo (además del que concluyó con Estados Unidos hace sesenta años).

Este extraordinario grado de confianza entre las dos naciones no responde tan sólo, naturalmente, a sus respectivas necesidades individuales. El acuerdo ilustra su compromiso conjunto a favor de la estabilidad regional, con respecto a la cual siempre podrán contar con una mayor influencia trabajando juntos que de manera separada. Coordinando sus esfuerzos diplomáticos en el sureste asiático, por ejemplo, pueden complicar los intentos chinos de crear una relación de dependencia de Pekín en los Estados de la subregión.

No menos importante es la variable norteamericana, y lo es en un doble sentido. Por una parte, puesto que Tokio y Canberra comparten un mismo interés por mantener a Estados Unidos comprometido con la seguridad asiática, el nuevo acuerdo promueve ese objetivo al repartirse con Washington las responsabilidades militares. Responden así a una de las prioridades de la administración Biden, que ha hecho siempre hincapié en la necesidad de reforzar sus alianzas. Pero, por otro lado, una asociación estratégica más estrecha les otorga también una mayor protección frente al riesgo de unos Estados Unidos más aislacionistas tras las próximas elecciones presidenciales.

Con todo, la relación entre Australia y Japón va más allá de las cuestiones de seguridad, y los líderes de ambos países han acordado asimismo nuevas medidas de cooperación en materia de energía, fiscalidad y economía. La aspiración es la crear un orden regional y un entramado de reglas en el que involucrar tanto a Washington como a Pekín, y hacer que una integración económica cada vez más profunda limite la amenaza de una región dividida en dos grandes bloques. Cuando Estados Unidos ya no puede seguir liderando Asia, hay que buscar alternativas si tampoco se quiere una China hegemónica.

INTERREGNUM: China y Australia a la greña: Fernando Delage

Hasta tiempos recientes, Australia era un ejemplo de cómo una democracia liberal podía mantener una relación fructífera y estable con China pese a la diferencia de valores políticos. La República Popular compra cerca del 40 por cien de las exportaciones de Australia, también uno de los destinos más populares para los inversores, estudiantes y turistas chinos. La ausencia de conflictos históricos y de intereses incompatibles facilitaron el desarrollo de la relación bilateral, elevada durante la visita del presidente Xi Jinping en noviembre de 2014 al estatus de “asociación estratégica integral”.

Durante los últimos meses, por el contrario, Canberra ha pagado el precio de enfrentarse a Pekín. Este ultimo endureció su actitud después de que, en abril, el gobierno australiano fuera el primero en solicitar una investigación internacional sobre el origen del COVID-19 y la gestión inicial del contagio. Desde entonces China ha impuesto restricciones a las exportaciones de más de una docena de productos australianos, por valor de miles de millones de dólares. La última crisis diplomática se desató la semana pasada, cuando el portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores chinos exigió en un tweet la condena del asesinato de civiles afganos por soldados australianos durante la guerra en el país centroasiático, sobre la base de un falso video. 

Algunos observadores creen que Pekín ha decidido presionar a Canberra a modo de advertencia, una vez que el nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha anunciado que Washington coordinará con sus aliados la política a seguir hacia la República Popular. Para otros, se trata de una manera de desviar la atención de otras acciones chinas, como la violación de derechos humanos en Xinjiang o la suspensión de la autonomía de Hong Kong. En cualquier caso, no faltan razones más concretas: Australia fue el primer país en prohibir la participación de Huawei y ZTE en sus redes de telecomunicaciones de quinta generación; ha aprobado leyes que persiguen la injerencia en su vida política (en respuesta a diversos episodios de intromisión de China); y no ha cesado en sus críticas a la política china con respecto a Taiwán o al mar de China Meridional. Flaco favor ha hecho a Canberra que esas medidas y críticas fueran valoradas por el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, como ejemplo de lo que debe hacerse frente a Pekín.

Han sido hechos con consecuencias. El mes pasado, en un inusual mensaje diplomático, un miembro de la embajada china en Australia detalló una lista de 14 quejas, sobre aquellos asuntos—incluidos los mencionados anteriormente—que han “envenenado” las relaciones entre ambas naciones. Pekín espera que Australia adopte “acciones concretas” si quiere reparar el daño causado y volver a una situación de normalidad, aunque el primer ministro Scott Morrison ya ha advertido que no cederá en los valores e intereses nacionales del país.

La escalada de tensión es interpretada como un mensaje por parte de China a quienes quieran seguir el camino de Australia. Pero quizá el problema no estriba tanto en las acciones de su gobierno sino en haber optado por una innecesaria provocación pública de Pekín. Lo que se hace pensando en que resulte políticamente “rentable” de cara a la opinión pública nacional, puede ser fuente de conflictos en el terreno diplomático; una lección que conocen bien la mayor parte de las naciones asiáticas cuyas economías dependen de su interdependencia con la República Popular.

INTERREGNUM. Doble cumbre, doble triunfo para Pekín. Fernando Delage

El pasado viernes, por primera vez desde la división de la península, un líder norcoreano pisó el suelo de Corea del Sur. Aunque sin salir de la irónicamente denominada Zona Desmilitarizada, Kim Jong-un reiteró ante el presidente surcoreano, Moon Jae-in, su objetivo de desnuclearización, sin exigir—según se ha dicho— la retirada de las tropas norteamericanas del Sur. La firma de un tratado de paz que sustituya al mero armisticio de 1953 también está encima de la mesa.

Como es lógico, el encuentro intercoreano ha creado grandes expectativas. Pero convendría mantener cierto escepticismo. Propuestas similares ya fueron objeto de dos cumbres anteriores (en 2000 y 2007), cuyos nulos resultados parecen haberse olvidado. Además de las dificultades de verificación de todo acuerdo de desarme—cuestión sobre la que no se ha acordado nada específico—, son bien conocidas las tácticas norcoreanas destinadas a ganar tiempo mientras consolida sus capacidades. En el fondo, seguimos desconociendo las intenciones que persigue Pyongyang con su apertura diplomática. Puede ser un señuelo para lograr la ayuda económica que necesita, pero también resulta plausible pensar—en un objetivo compartido con Pekín—que intenta debilitar la alianza de Seúl con Washington.

En uno de esos llamativos guiños de la historia, mientras Kim y Moon se veían en Panmunjom, el presidente chino, Xi Jinping, recibía al primer ministro indio, Narendra Modi, en Wuhan. Todo ha sido inusual con respecto a su encuentro: que se haya celebrado fuera de Pekín, que Modi viaje dos veces a China con pocas semanas de diferencia (asistirá a la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai en Qingdao en junio), y su singular formato: los dos líderes se han visto a solas, sin asesores, sin agenda previa, y sin declaración final.

No resulta difícil identificar algunos de los posibles objetivos de ambas partes. De cara a su reelección en las elecciones del próximo año, Modi no puede permitirse un estado de tensión con Pekín como el del verano pasado en Doklam. Delhi necesita atraer capital extranjero y conocer de primera mano las prioridades chinas en Pakistán. Quizá Modi haya concluido que la hostilidad de su gobierno hacia la República Popular no ha producido los resultados esperados. O mantiene crecientes dudas sobre la administración Trump, que—sospecha—puede hacer de India un próximo objetivo de su política comercial proteccionista. China tiene por su parte un mismo interés en minimizar las diferencias con Delhi. India es una variable fundamental para el éxito de la Nueva Ruta de la Seda, y evitar que se comprometa con el Cuarteto (la potencial alianza antichina con Estados Unidos, Japón y Australia que Trump quiere impulsar) es un claro propósito de Pekín.

Las dos cumbres celebradas los mismos días en distintos puntos de Asia tienen así curiosos puntos de coincidencia. Ambas pueden beneficiar de manera directa a China. Y reducir el peso de otro actor, ausente físicamente en los dos encuentros, pero factor central en las intenciones de unos y otros: Estados Unidos. No hace mucho era Washington quien movía las piezas del tablero asiático. Ahora es su presidente quien se verá obligado a reaccionar a estos movimientos de quienes han dejado de ser peones para definir los términos del juego mayor. (Foto: Flickr, Don)

INTERREGNUM: Infraestructuras alternativas. Fernando Delage

Hace un par de semanas, un anónimo alto funcionario norteamericano declaró a la Australian Financial Review que Estados Unidos, junto a Japón, India y Australia, estaba dando forma a un plan conjunto de inversiones en infraestructuras como alternativa a la Ruta de la Seda china. No se mencionaba ningún plazo: sólo que estaba en estudio, pero no suficientemente elaborado como para que el primer ministro australiano, Malcolm Turnbull, pudiera tratarlo con el presidente Trump en su reciente visita a Washington.

La cooperación entre los cuatro países mencionados ha adquirido un nuevo impulso, como se sabe. En noviembre, sus ministros de Asuntos Exteriores se reunieron en Manila para resucitar el “Quad”, el Diálogo de Seguridad Cuatrilateral propuesto originalmente por el primer ministro japonés, Shinzo Abe, en 2007. Era cuestión de tiempo que, frente a una China más ambiciosa y con mayores capacidades, las grandes democracias de la región combinaran sus esfuerzos a favor del mantenimiento del statu quo. La reciente Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, hecha pública en diciembre, y la posterior Estrategia de Defensa del Pentágono, denominan de manera explícita a la República Popular como una “potencia revisionista” que recurre a la Ruta de la Seda como instrumento preferente para conseguir sus objetivos de reconfiguración del orden regional. También describen oficialmente la región como “Indo-Pacífico”, haciendo así hincapié en la interconexión entre ambos océanos y en el creciente papel de India.

No había constancia, sin embargo, de que el diálogo entre los cuatro gobiernos en materia de seguridad estuviera acompañado por una discusión similar en el terreno de las infraestructuras. En mayo de 2015, Japón ya anunció la puesta en marcha de una “Partnership for Quality Infrastructure”; un programa dotado con 110.000 millones de dólares para apoyar la financiación de proyectos en función de su rentabilidad a largo plazo, creación de empleo y sostenibilidad medioambiental. Dos años más tarde, en una iniciativa conjunta con India, Tokio presentó el “Corredor de Crecimiento Asia-África”, dotado con otros 200.000 millones de dólares. Pero que Australia y, sobre todo, Estados Unidos, reconozcan la prioridad de jugar las mismas cartas que Pekín con respecto a las redes de infraestructuras de Eurasia es toda una novedad.

Como cabía esperar, Pekín ha denunciado la iniciativa, al interpretarla—acertadamente—como dirigida a contrarrestar su creciente influencia en la región. Analistas y expertos chinos son escépticos, sin embargo, sobre la viabilidad de estos planes. La dinámica política interna en Japón, India y Australia limita las posibilidades de una estrategia de confrontación con China, mientras que se duda de que Estados Unidos esté dispuesto a dedicar al proyecto los recursos financieros que requiere. En cualquier caso, aunque aún faltan muchos detalles por conocer, una respuesta multilateral a la Ruta de la Seda china comienza a tomar forma. La ironía es que la integración económica del espacio euroasiático puede ser un interés perfectamente compartido por todas las partes.

INTERREGNUM: Modi se mueve. Fernando Delage

La semana pasada India demostró una vez más cómo está construyendo paso a paso su ascenso internacional. Mientras los medios se vuelcan en las andanzas de Trump y tratan a Xi Jinping casi como un igual del presidente de Estados Unidos, el primer ministro indio, Narendra Modi, con menor visibilidad, sitúa gradualmente a su país como uno de los elementos clave del equilibrio de poder asiático.

El martes 23 Modi estuvo en el foro de Davos. Retomando algunos de los mensajes expresados por el presidente chino en la reunión de 2017, Modi declaró su oposición al proteccionismo. “La globalización económica, señaló, es una tendencia de los tiempos y sirve a los intereses de todos los países, especialmente los países en desarrollo”. También indicó que la lucha contra el cambio climático debe ser una responsabilidad colectiva de todas las naciones. Pero Modi quiso sobre todo promover India como oportunidad de inversión, haciendo hincapié en la nueva fase de reformas y liberalización en marcha. La economía se ha multiplicado por seis desde la última vez que un primer ministro indio asistió a Davos, hace veinte años.

El jueves 25 recibió en Delhi a los líderes de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN). En la cumbre bilateral, Modi subrayó su determinación de aumentar los intercambios económicos con la subregión, aún muy lejos de los de China. (La República Popular representó algo más del 15 por cien del comercio exterior de la ASEAN en 2015, frente al 2,4 por cien de India). La prioridad de la diplomacia económica india es con todo cierta, como confirman otros datos: el gobierno filipino, por ejemplo, ha anunciado que las inversiones previstas en 2018, por valor de 1.250 millones de dólares, crearán más de 100.000 empleos y harán de Delhi uno de sus principales inversores externos. También la ASEAN tiene como prioridad lograr un mejor acceso al mercado indio, quinto mayor del mundo hacia 2025.

Modi y los diez líderes del sureste asiático acordaron por otra parte promover la “seguridad marítima”. “India comparte, dijo Modi, la visión de la ASEAN de la paz y seguridad a través de un orden marítimo basado en reglas”. Un día antes, Delhi anunció un reforzamiento de la cooperación en materia de defensa con Indonesia a través de ejercicios conjuntos, compraventa de armamento e intercambio de visitas de responsables políticos y militares. India ya mantiene, por otra parte, acuerdos navales con Singapur, Vietnam, Tailandia y Malasia. Y, como se sabe, recientemente apoyó la restauración del Diálogo de Seguridad Cuatrilateral con Estados Unidos, Japón y Australia.

Reforzando sus vínculos económicos y la cooperación en materia de seguridad con estas naciones, India busca equilibrar las ambiciones chinas. El ascenso de la República Popular ha adquirido una dimensión estratégica que empuja a India a lograr una mayor presencia en el sureste asiático. La incertidumbre de los miembros de la ASEAN sobre el futuro del papel de Estados Unidos en Asia propicia este acercamiento. El desafío es cómo articular de manera eficaz el enorme potencial de este eje bilateral.

INTERREGNUM: Opciones estratégicas en Asia. Fernando Delage

La estrategia exterior de un país no está predeterminada. Sus ambiciones diplomáticas no son sólo resultado del aumento de sus capacidades económicas y militares, como a veces se piensa. Existen otros condicionantes de gran peso, entre los que se encuentran la geografía, la demografía, la necesidad—o no—del acceso a recursos y materias primas, o el entorno estratégico regional. Pero tampoco son elementos menores el legado de la Historia, la ideología del régimen político o la percepción que se mantenga en un determinado momento de las potenciales amenazas a la seguridad nacional. Existe por tanto un margen de apreciación subjetiva por los líderes de turno y, en consecuencia, la posibilidad de elegir entre distintas opciones estratégicas.

China, Japón, India, Rusia y Estados Unidos (también Corea del Sur y Australia, entre otros) están inmersos en este debate. Todos ellos intentan valorar cómo su soberanía, intereses económicos e imperativos de seguridad se ven afectados por la redistribución de poder en curso en Asia. Sus cálculos estratégicos requieren una actualización, a la que sus líderes responden siendo “rehenes” en cierto modo de inercias que han guiado el comportamiento exterior de sus naciones a lo largo del tiempo. Factores materiales se combinan así con ideas, intereses e idelogías en un debate interno que marca las posibilidades de acción de los gobiernos.

Para aproximarnos a esta complejidad, a esta red de múltiples variables que interaccionan entre sí, pocas aproximaciones son más útiles que la ofrecida por el National Bureau of Asian Research de Estados Unidos en la reciente edición de su publicación anual, “Strategic Asia”. En “Power, ideas, and military strategy in the Asia-Pacific” (Seattle, 2017), autores de primer nivel sintetizan de manera magistral esos debates nacionales y el camino seguido por las principales grandes potencias en los últimos años. El volumen cierra un esfuerzo de investigación de tres años, del que ya dieron cuenta la edición de 2015, que analizaba en detalle las capacidades económicas, políticas y militares de estas grandes potencias y su previsible evolución; y la de 2016, que examinaba la cultura estratégica de estas mismas naciones y su influencia sobre las decisiones de sus líderes. Se completa de este modo una obra de referencia, tanto para expertos como para lectores interesados, indispensable para entender Asia en 2018.