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Cómo Kim Jong-un llegó a ser el líder que es hoy. Nieves C. Pérez Rodríguez

Jung H. Pak, ex asesora de la CIA en asuntos coreanos, acaba de publicar a finales de abril su último libro sobre Kim Jong-un y cómo fue que se llegó a convertir en el líder que conocemos hoy. Su título en inglés “Becoming Kim Jong-un” publicado por Ballantine Books, hace un recorrido por la historia de la península coreana desde el momento de la ascensión al poder de Kim Il-sung, primer líder de la dinastía hasta hoy, mientras mantiene el foco central en el dictador actual. 

Pak analiza las circunstancias que hicieron posible la transferencia de poder de Kim Il-sung en el momento de su muerte en 1994 a su hijo Kim Jong-il y como éste mantuvo control y poder de Corea del Norte, gracias en parte a la consolidación del poder autocrático, y la impresionante veneración que su padre creó en sí mismo.  

La muerte de Kim Jong-il se produjo antes de lo esperado. Sin embargo, ya éste había señalado a Kim Jong-un como su sucesor en un par de ocasiones públicas, aunque era posible que para muchos altos rangos militares y políticos eso podía no estar tan claro, basado en la juventud de Kim y su corta experiencias.

El funeral de Kim Jong-il, describe la autora, fue el comienzo de su reinado. Ese día helado de invierno, en el que la nieve cubría de blanco las calles y contrastaba con el negro que vestían los participantes en señal de luto. A la cabeza de la procesión se encontraba Kim Jong-un, su corpulenta figura, curioso corte de pelo y su cara de niño, revelaba su juventud, en una sociedad donde la sabiduría está atada a la experiencia y a los años. 

Mientras las participantes dejaban ver su tristeza y melancolía, el nuevo Kim se presentaba como la reencarnación de su abuelo, el que ha sido mitificado por la propaganda del régimen norcoreano. Mientras, los análisis auguraban un reinado corto si las élites norcoreanas no aprobaban al líder y el régimen caería en las siguientes semanas o meses.

A pesar de que todo apuntaba a un colapso del régimen, Kim Jong-un ha hecho uso de mecanismos autoritarios de control, represión y miedo, cohibición y vigilancia de la elite, y el control de las fuerzas militares y de seguridad para consolidarse en el poder. Pero lo ha hecho más allá que su abuelo o su padre, ha centralizado el poder en sus manos mientras ha reducido el poder del gabinete y las fuerzas militares.

En los primeros dos años en el poder, el joven líder marginó y/o ejecutó a cinco de los siete altos miembros del Partido del Trabajo norcoreano, concentrando en su persona más poder. Mientras, continuaba su desarrollo nuclear y misilístico que es la razón de supervivencia del régimen, de acuerdo a las creencias del propio Kim Jong-un.

La educación internacional que recibió Kim le ha servido para comprender mejor las formas de pensar de las sociedades occidentales, así como el acceso a todo tipo de tecnología -video juegos, ordenadores, juguetes tecnológicos, etc- que modelaron una forma de pensamiento estratégico más sofisticado que el de sus predecesores. Al final, Kim nació siendo el nieto de una especie de Dios, y el hijo de una especie de rey. Con todo a su alcance en un país en el que el hambre mataba a la población mientras el crecía en medio de los privilegios que sólo gozan los hijos de altas élites en las sociedades más avanzadas.

El aislamiento al que fue sometido -descrito por el chef japonés que sirvió a los Kim durante años y citado por Pak- describe un niño solitario carente de amigos para jugar. Y al que hasta los generales que frecuentaban a su padre para darle informes del país rendían pleitesía por ser el hijo de su líder.  Acciones como esa alimentaron su ego y su convicción de superioridad que bien le han servido para dirigir el país más cerrado del planeta y contra todo pronóstico continuar la monarquía política e incluso asesinar a su medio hermano -Kim Jong-nam- ante los ojos del mundo, en el aeropuerto de Kuala Lumpur en Malasia, para eliminar cualquier posible competencia al cargo. Mientras, su hermana Kim Yo-jong sube su rango político y se mantiene estratégicamente al lado de su hermano en la mayoría de las apariciones del líder.

En cuanto al rol de Kim Jong-un en la escena internacional, también se ha destacado por continuar lo que comenzaron sus predecesores, un desarrollo nuclear que el mundo desconoce hasta donde puede haber avanzado, y el lanzamiento de misiles que a su vez demuestran una gran evolución y que provocan a su gran enemigo, Estados Unidos.

Kim también ha comprendido que para jugar en las grandes ligas hay que participar en los ciber ataques. Así se lo hicieron saber a Sony Pictures entertainment cuando estaban a punto de lanzar una película en la que Kim Jong-un era asesinado por los Estados Unidos y mostraba la auténtica personalidad de Kim como un aficionado a la buena vida, el alcohol y la fiesta.

En noviembre de 2014 Sony sufrió un ataque en el que robaron información confidencial de la empresa y fue publicada online. Los hackers amenazaron con mensajes digitales a empleados de Sony, junto a otros mensajes que aseguraban que no tendrían piedad si la película que dañaba la imagen de su líder era lanzada, y que ese lanzamiento era un acto de terrorismo y que no sería tolerado. Aseguraban también que Washington estaba usando una empresa de entretenimiento para dañar el liderazgo del líder norcoreano.

El dictador ha comprendido la necesidad de desarrollar su capacidad más allá de lo nuclear y misiles balísticos, desarrollar la capacidad cibernética de Corea del Norte en el escenario internacional. Establecerse como un luchador moderno cuyas herramientas cibernéticas pueden manipular el sistema a pesar del orden geográfico y la geopolítica, deja ver su pensamiento estratégico y desacredita  a los que lo subestimaron al principio de su reinado. 

A pesar de todas esas acciones, Kim ha conseguido reunirse con el presidente de los Estados Unidos en tres ocasiones sin haber dado nada a cambio, más que haber fortalecido su liderazgo e imagen de líder tanto en Corea como en el exterior.

Todas las acciones tomadas por Kim Jong-un muestran a un líder racional cuyo objetivo principal es continuar con su carrera nuclear que le ayuda a mantener un status quo internacional y asegurarse la supervivencia del régimen mientras ha burla sanciones de una u otra manera, lo que le ha permitido mantener oxigenado la economía doméstica.

Si algo ha comprendido Kim es que una guerra es lo opuesto a lo que quieren Japón, Corea del Sur, ó Estados Unidos. Es más, Kim ha entendido que el precio político por una guerra es tan alto para Washington que evitarán a toda costa llegar a ello, por lo que Kim seguirán lanzando provocaciones, continuará su desarrollo nuclear y cibernético, porque entiende que esa es la supervivencia de su régimen y su persona.

¿La mano dura, a pesar de las torpezas de Trump, estará dando resultados? Nieves C. Pérez Rodriguez

Washington.- Desde que Moon Jae-in se convirtió en presidente de Corea del Sur el pasado mayo, se abrigaba la esperanza de que, con su llegada, llegarían tiempos de cambios y más negociación con Corea del Norte. Moon tiene una larga experiencia en la negociación de éste incrustado conflicto y una reputación conciliadora. Por eso se contemplaba la posibilidad de alcanzar algún camino de salida a la crisis.

La prueba de esto la vimos previa a los Juegos Olímpicos. Fue Moon quién medió para que Corea del Norte participara, y quien haciendo uso de tácticas diplomáticas sentó en el palco presidencial al vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, a tan sólo 3 sillas de la hermana de Kim Jon-un. Y ahora también es gracias a él y la vía diplomática que ha abierto con Pyongyang que se ha conseguido que el líder norcoreano acepte un encuentro con Trump para negociar la situación, al que su impulsividad natural le apresuró a hacer público, incluso antes de consultar y/o informar al Departamento de Estado.

Bill Clinton fue el anterior presidente que consideró seriamente viajar a Pyongyang y sentarse a negociar con Corea del Norte a finales del 2000. Visita que no se materializó debido a que, en la avanzada presidencial, la entonces secretaria de Estado, Madeleine Albright, discutió con Kim Jong-il sobre la posibilidad de que se deshicieran de los misiles que poseía hasta ese momento, concesión que los norcoreanos no aceptaron. Aun cuando estaban dispuestos a dejar de vender misiles y parar el avance de su carrera misilística.

Posteriormente, en la Administración George Bush los esfuerzos se centraron básicamente en continuar con la política Clinton, y Colin Powell, el secretario de Estado de ese momento, consiguió unificar “the six party talk”, o el grupo de los seis, conformado por Estados Unidos, las dos Coreas, Japón, China y Rusia, grupo de negociación multilateral creado en 2003 con el objetivo de desmantelar el programa nuclear de norcoreano. Pero que pereció en 2009, en cuanto que Pyongyang se retiró, según Kelsey Davenport, director de política de no proliferación.

La Administración Obama, a pesar de su explícita apertura a dialogar e intentar conciliar posiciones con los enemigos se mantuvo en una posición similar a sus antecesores ante la crisis coreana. Aunque Hillary Clinton, como secretaria de Estado, visitó Corea del Norte para conseguir la liberación de unos presos estadounidenses a cambio de ayudas y concesiones al régimen. Lo que marca una vez más una diferencia con la Administración Trump, qué desde el principio ha sido directa y ha jugado a la confrontación con Pyongyang más que a la negociación. Trump es un presidente cuya espontaneidad e imprudencias parece haberle puesto en una situación favorable, al menos en este momento. Así, mientras, las maniobras militares estadounidenses y surcoreanas siguen llevándose a cabo y las sanciones seguirán vigentes.

Kim Jon-un no es irracional, por el contrario tienen una estrategia perfectamente definida que consistiría en afianzar su capacidad nuclear para conseguir precisamente esto, que los tomaran en serio y poder negociar en el momento que a ellos les ha venido bien, según Suzanne DiMaggio (directora del dialogo entre USA y Corea del Norte) y la que hizo posible el primer encuentro en mayo del 2017 en Oslo entre representantes de la Administración Trump y del Régimen norcoreano).

DiMaggio afirma también el hecho de que Trump aceptara la invitación a reunirse, pone en ventaja al régimen de Pyongyang. Es lo que han querido durante años, un encuentro con líderes democráticos del primer mundo. Estados Unidos ha aceptado sin haber conseguido nada a cambio.

Washington sigue con una política exterior difusa. Por un lado, sigue sin tener embajador en Seúl. El mejor candidato, Victor Cha, el americano con más conocimiento y experiencia en la península coreana según muchas fuentes, ex asesor de Bush además de profesor de Georgetown, fue descartado por la Casa Blanca, porque se opuso en una reunión a un ataque militar a Corea del Norte. Cha contaba con el plácet de Seúl para ser embajador, incluso antes de haber sido solicitado por Washington. Mientras que el secretario de Estado, Rex Tillerson, admitía desde África que no sabía de los avances con Pyongyang. Todos estos cambios son una muestra de la manera de ejecución de esta Administración, la desconexión entre la Casa Blanca y el Departamento de Estado.

Sin embargo, sentarse a hablar en diplomacia es siempre positivo, es la vía deseada que podría alejar las confrontaciones o, al menos de momento, una salida militar que traería tragedia y dolor. Pero no podemos dar por hecho el encuentro; con el carácter volátil de cada uno de los personajes en ambos lados del Pacífico hay que esperar a ver cómo evolucionan los preparativos a tan esperado momento, y sobre todo si desde éste lado, Trump no dice alguna imprudencia que acabe dándole la coartada al adversario para cancelar el encuentro. (Foto: Mark Scott Johnson)