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INTERREGNUM: Dos discursos. Fernando Delage

El apoyo transmitido por el presidente chino, Xi Jinping, a su homólogo ruso, Vladimir Putin, en su reciente visita a Moscú, ha marcado un punto de inflexión en la competición estratégica global, así como en los movimientos de Pekín. Si se ha hecho más evidente que nunca que en la batalla por Ucrania están en juego los principios que determinarán el futuro orden internacional, Xi ha dejado igualmente de camuflar sus intenciones para pasar a desafiar abiertamente el statu quo. Utilizar a una Rusia debilitada y aislada como instrumento de sus ambiciones multiplica, no obstante, los costes de su ofensiva diplomática. Así ha podido comprobarse durante los últimos días.

Mientras Xi visitaba a Putin en Moscú, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, se encontraba en Kyiv con el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, en una nueva indicación de las implicaciones de una guerra que ha roto las barreras entre la seguridad europea y la asiática. Los cambios en la política de seguridad japonesa incluyen entre sus causas la amenaza revisionista planteada por Rusia—país con el que Japón aún tiene pendiente la firma de un tratado de paz desde 1945—, aunque China sea el desafío mayor. Ambas potencias proporcionaron el contexto para la visita de Kishida a India, la segunda que realiza en dos años, y desde donde viajó a Ucrania.

El fortalecimiento de la asociación estratégica entre las dos grandes democracias asiáticas, ambas vecinas de China, no ha pasado inadvertido en Pekín. La coordinación de agendas entre los actuales presidentes del G20 (India) y del G7 (Japón) ha propiciado que Kishida acudiera a Delhi para relanzar la estrategia del Indo-Pacífico Libre y Abierto (FOIP en sus siglas en inglés). Debe recordarse que fue en la capital india donde, en 2007, su antecesor Shinzo Abe dio origen al concepto al hablar de la creciente interconexión entre el Índico y el Pacífico.

En un discurso pronunciado ante el Indian Council of World Affairs el 20 de marzo, Kishida actualizó la iniciativa que mejor expresa la idea de una estructura regional alternativa a la visión sinocéntrica de Pekín. El primer ministro japonés expuso un plan que extiende el FOIP a los países del Sur Global apoyado en cuatro grandes pilares: la promoción del Estado de Derecho y el rechazo al uso unilateral de la fuerza; fomentar la cooperación sobre problemas transnacionales (cambio climático, seguridad alimentaria, pandemias, desastres naturales y desinformación); apoyo a la interconectividad como motor del crecimiento económico; y refuerzo de las iniciativas de seguridad en el terreno naval y áreo. Kishida anunció asimismo un programa de apoyo a las infraestructuras y la seguridad de las naciones emergentes por valor de 75.000 millones de dólares.

El acercamiento entre Japón e India es uno de los principales ejes de la dinámica estratégica asiática, vinculado a su vez a la respectiva relación de cada uno de ellos con Estados Unidos, y a la pertenencia de los tres (junto a Australia) al Diálogo Cuadrilaterald e Seguridad (QUAD). Pero sin la relación Tokio-Delhi sencillamente no habría “Indo-Pacífico”. Japón e India han descubierto, por otra parte, el potencial papel que puede tener la UE como elemento de equilibrio frente a la bipolaridad Estados Unidos-China, y son dos socios, por tanto, a los que Bruselas debe prestar mayor atención si aspira a construir un perfil propio en Asia.

Esa dimensión regional se echó en falta en otro importante discurso enfocado en China: el pronunciado el jueves por la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, en vísperas de su viaje a Pekín con el presidente de Francia, Emmanuel Macron. En un acto organizado por el Mercator Institute of Chinese Studies (MERICS) y el European Policy Centre, von der Leyen declaró que Europa necesita ser más proactiva frente a una China que se ha vuelto “más represiva en casa y más asertiva en el exterior”. Refiriéndose a los intentos de mediación china en Ucrania, subrayó que el futuro de las relaciones de la UE con Pekín estará determinado en buena medida por cómo evolucione la interacción entre la  República Popular y Rusia. Y, en términos no empleados hasta la fecha por un líder europeo, describió la clara determinación de las autoridades comunistas de situarse en el centro de un reconfigurado orden internacional.

La presidenta de la Comisión indicó que los Estados miembros deberán reforzar sus instrumentos económicos frente a las medidas coercitivas chinas; definir la relación con Pekín en áreas tecnológicas sensibles (microelectrónica, computación cuántica, robótica, inteligencia artificial y biotecnología); a la vez que anunció la presentación antes de finales de año de una nueva estrategia de seguridad económica de la Unión.

Como se ve, no es China la única potencia activa en el frente diplomático. En Asia sus movimientos están motivando el acercamiento de sus principales rivales frente a sus aspiraciones hegemónicas. En Europa, pese a sus intentos por dividir a los Estados miembros y separarlos de su aliado norteamericano, se está encontrando con una UE cada vez más hostil. No son obstáculos menores a su objetivo de destronar a Estados Unidos.

 

INTERREGNUM: Xi: los límites del poder. Fernando Delage

Apenas semanas después de que el XX Congreso del Partido Comunista Chino concediera en octubre un tercer mandato como secretario general a Xi Jinping y ratificara su dirección política, Pekín dio marcha atrás en distintos frentes. De defender de manera dogmática la política de covid cero, se pasó al levantamiento de todas las restricciones a partir del 8 de enero. El compromiso con un mayor papel del Estado en la economía ha sido sustituido por nuevos gestos hacia el sector privado, en particular hacia las empresas inmobiliarias y tecnológicas. La declarada prioridad de la seguridad nacional sobre la economía ha dado paso a un discurso a favor del crecimiento. La percepción de un entorno exterior hostil que obligaba a mantener una diplomacia asertiva contrasta con el acercamiento a distintas capitales con un lenguaje de cooperación.

Ninguna explicación oficial ha justificado ese giro, aunque distintos hechos permiten entenderlo. Las protestas populares contra el confinamiento a finales de noviembre pusieron en evidencia el hartazgo de la sociedad china, creando una presión sobre el gobierno que se encontró de manera repentina con la irrupción de nuevas amenazas a su legitimidad. A ello se sumaron los resultados económicos del último trimestre de 2022, ocultados hasta después de la celebración del Congreso. Un incremento del PIB del tres por cien el pasado año—muy por debajo del 8,1 por cien de 2021—fue una grave señal de alarma. Además de quedar lejos del objetivo que se había fijado el gobierno—un 5,5 por cien—, era indicación de un fenómeno estructural más que coyuntural, que anticipaba el fin de una larga etapa de alto crecimiento, base de un contrato social con sus ciudadanos que determinaba a su vez la estabilidad política de la nación. La diplomacia del “lobo guerrero”, la coerción económica y la modernización militar cambiaron por lo demás la imagen exterior de China. La reacción de Occidente, en forma de coaliciones de contraequilibrio—del Quad a la OTAN—, el lastre de la asociación política con Moscú, y la guerra tecnológica de los semiconductores obligaban igualmente a un reajuste.

La lección es clara: el triunfo político de Xi en el Congreso no podía ocultar las debilidades estructurales del sistema. La imposibilidad de reconocer los errores, característica de todo gobierno autoritario, le impedía abandonar su política contra la pandemia. Su ideología leninista obstaculizaba el crecimiento de la economía si se empeñaba en “rectificar” el sector privado por no alinearse con las prioridades del Partido. El impulso nacionalista como guía de la política exterior iba a resultar igualmente contraproducente. Ahora bien: sería un error interpretar estos cambios como una alteración de las perspectivas y de los planes mantenidos por el presidente chino. Esa rápida transformación es una respuesta pragmática, oportunista incluso, demandada por las circunstancias. Ni Xi ha renunciado a sus convicciones ni pueden darse por superadas las incertidumbres en torno al futuro político chino, en un contexto que estará marcado por un bajo crecimiento y por tensiones internacionales.

Interesa por todo ello comprender las razones, más bien, de por qué Xi puso fin a la moderación de sus antecesores y lidera una China muy distinta de la que el mundo conoció desde la política de reforma y apertura de Deng Xiaoping a finales de los años setenta hasta su llegada al poder en 2012. ¿Por qué Xi no quiso seguir cultivando una imagen positiva del país en el exterior? ¿Por qué Pekín ha actuado de forma aparentemente contraria a sus intereses durante los últimos tiempos?

La explicación más convincente y sistemática hasta la fecha es la que ofrece la conocida sinóloga norteamericana Susan Shirk en su último libro: Overreach: How China Derailed Its Peaceful Rise (Oxford University Press, 2022). Profesora en la Universidad de California en San Diego, y vicesecretaria adjunta para asuntos de Asia en el departamento de Estado durante la administración Clinton, Shirk encuentra la respuesta en la naturaleza del régimen político, y su origen en el segundo mandato de Hu Jintao. Su argumento central es que la dinámica interna del sistema impidió el ejercicio de la prudencia necesaria para gestionar un ascenso pacífico. Los responsables de distintas áreas de la administración—incluyendo los servicios de seguridad y las fuerzas armadas—impulsaron agresivamente sus respectivas agendas sin que la debilidad de Hu pudiera frenarlas o equilibrarlas. La percepción extendida a raíz de la crisis financiera global de que el diferencial de poder con Estados Unidos se había reducido condujo igualmente al abandono de la moderación anterior.

La combinación de estas circunstancias condujo a una China que se volvería más asertiva en el interior—obsesionada por “el mantenimiento de la estabilidad”—y en el exterior, con una retórica a favor de la defensa de los “intereses fundamentales” y la soberanía nacional. El sistema de liderazgo colectivo implantado por Deng en los años ochenta se había roto, al no servir para corregir una deriva que, Xi entre otros, interpretó como motivo para restaurar una estructura de poder unipersonal. Un camino que, sin embargo, tampoco ha servido como se mencionó para evitar los excesos.

En contraste con la incapacidad de Hu para controlar a sus colegas del Politburó, Xi tenía el poder para centralizar el proceso político, hacer frente a los grupos de intereses oligárquicos, y optar por una política exterior más conciliadora. Si no hizo ninguna de esas cosas, escribe Shirk, fue porque es mucho más ambicioso con respecto al papel global de China, y porque está dispuesto a asumir mayores riesgos para lograrlo.

INTERREGNUM: ¿El año de India? Fernando Delage

La próxima primavera India se convertirá en el país más poblado del planeta; un hecho cargado de simbolismo, que coincide con su presidencia—este año—del G20. Superar demográficamente a China no implica, naturalmente, que India vaya a superar el PIB de la República Popular ni alcanzar sus capacidades militares. Una notable asimetría de poder continuará definiendo la relación entre ambos vecinos. Sin embargo, la previsible consolidación del ascenso indio—proceso en el que 2023 puede resultar decisivo—es pareja a un cambio de ciclo en China, donde la desaceleración económica, los efectos de la política de covid cero y el enfrentamiento con Occidente y otras naciones asiáticas pueden marcar el fin de una época.

India se encuentra en una encrucijada, a un mismo tiempo interna y externa. Desde que el Bharatiya Janata Party ganara las elecciones de 2014 bajo el liderazgo de Narendra Modi—primera vez que un partido conseguía una mayoría absoluta en 30 años (y resultado que fue revalidado en 2019)—, el país ha registrado una alta tasa de crecimiento y ha mostrado una mayor confianza en sí mismo, abandonando toda percepción de inferioridad y adquiriendo un nuevo perfil global. Internamente, la combinación de nacionalismo e hinduismo promovidos por Modi ha debilitado la democracia y el secularismo que definieron la república tras la independencia. El tratamiento desigual de los musulmanes, la interferencia en el poder judicial o la persecución de los medios de comunicación independientes constituyen una preocupante regresión política. Es un hecho que, sin embargo, no parece alterar la trayectoria ascendente de la nación.

Circunstancias imprevistas, como la pandemia y la guerra de Ucrania, han favorecido a India. Lo han hecho, en primer lugar, en el terreno económico. El imperativo para muchas multinacionales de reducir su dependencia de China y diversificar inversiones y cadenas de suministro, les ha conducido a India, cuyo mercado—por su enorme tamaño—se encuentra a salvo de posibles turbulencias económicas. El empuje de su crecimiento hará de India, según indican las estimaciones de distintos organismos, la tercera economía mundial—tras Estados Unidos y China—hacia 2030.

También el escenario geopolítico ofrece, en segundo lugar, una oportunidad para que India amplíe su margen de maniobra diplomático, principal objetivo de su política exterior. El gobierno de Modi ha asumido sin ningún tipo de complejos el acercamiento a Estados Unidos que reclaman sus objetivos de seguridad, coincidente a su vez con el interés de Washington (como de Tokio y Canberra, entre otros) por asociarse con India como instrumento de contraequilibrio de Pekín. Se trata de toda una revolución diplomática, dado el peso de la tradición nehruviana de no alineamiento. Pero ocurre que el mundo ha dejado de estar liderado por Occidente. La división global sobre las sanciones a imponer a Rusia por la invasión de Ucrania volvió a constatar esa realidad; una circunstancia que proporciona a India la ocasión para situarse como árbitro entre Asia y las democracias occidentales, así como entre el hemisferio norte y los países emergentes.

Delhi ni siquiera tiene que improvisar. Durante los últimos años ha venido demostrando su activismo hacia distintos espacios regionales (a través de su “Act East Policy” hacia Asia oriental, la “Connect Central Asia Policy” hacia las repúblicas centroasiáticas, o la aproximación a su vecindad—la denominada “Neighborhood First Policy”—, entre otros instrumentos), como lo ha hecho igualmente hacia los foros multilaterales: de los BRICS a la Organización de Cooperación de Shanghai, del G20 al Quad. Simultáneamente, el ministro de Relaciones Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar, ha articulado un discurso que rompe moldes e impulsa en sus propios términos (no siempre comprendidos en Occidente), la gradual emergencia de esta nueva potencia central.

Japón quiere revisar su doctrina de defensa

La invasión rusa de Ucrania ha supuesto una patada en el tablero del orden geoestratégico mundial que está obligando a prácticamente todos los países del mundo a revisar sus estrategias de seguridad y sus alianzas políticas desde ámbito regional al internacional. El conflicto europeo está, en mayor o menor medida, detrás de la mayoría de las decisiones estratégicas del planeta y eso supone como se ha venido afirmando una revisión de todos los  compromisos, públicos y secretos, explícitos e implícitos, adquiridos tras el fin de la II Guerra Mundial y durante el largo y peligroso periodo denominado Guerra Fría en que el peligro de la extensión de dictaduras comunistas con apoyo soviético era la principal amenaza para las libertades y el bienestar europeo y occidental.

Japón es un ejemplo. Tras la derrota de su régimen criminal, el país volcó sus energías en la modernización, el crecimiento económico y la construcción de un sistema democrático cuya eficiencia ha sido ejemplar. Y todo ello garantizado por un esquema de seguridad basado en la limitación de fuerzas propias y en un paraguas disuasorio proporcionado por su alianza con Estados Unidos.

Ahora que está en auge la rivalidad entre los países democráticos y autocráticos, Japón necesitará revisar su estrategia de seguridad para tratar al mismo tiempo con China, que está intensificando su actitud hegemónica, y Corea del Norte, que continúa con su desarrollo nuclear y de misiles, así como con Rusia con quien Japón tiene contenciosos territoriales procedentes aún de la II  Guerra Mundial. Con este escenario el gobierno japonés ha anunciado un proceso de revisión de sus parámetros de seguridad.

“Ucrania podría ser mañana Asia Oriental”, ha mencionado de forma repetida el primer ministro japonés Kishida Fumio en sus discursos en foros internacionales desde que comenzara la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero. El líder japonés se mantiene alerta ante posibles acciones inesperadas en la región, como un posible conflicto en torno a Taiwán. De hecho, ya se ha filtrado que Tokio está estudiando el despliegue de un sistema propio de misiles de largo alcance capacitados para actuar frente a eventuales agresiones china o norcoreana. El Gobierno de Japón deliberará sobre el fortalecimiento de sus capacidades de defensa mediante la revisión, a finales de este año, de tres conjuntos de documentos relativos a la materia, entre ellos la estrategia de seguridad nacional.

El gobiero japonés ha anunciado oficialmente que pretende repensar cómo actuar ante China y Rusia mientras profundiza en la alianza con los Estados Unidos y refuerza la colaboración con sus aliados y otros países con valores semejantes, así como en el marco del Quad, del que forman parte Japón, los Estados Unidos, Australia e India, y otras alianzas.

INTERREGNUM: BRICS vs G7. Fernando Delage

Mientras buena parte del mundo sufre las consecuencias económicas de la guerra de Ucrania, China redobla su pulso con Occidente y trata de capitalizar el momento en su estrategia de ascenso global. Una semana después de reiterar el apoyo de Pekín a Putin en su llamada de felicitación al presidente ruso por su 69 cumpleaños, Xi Jinping recurrió, en efecto, a la cumbre de los BRICS del pasado jueves para dar visibilidad a los países emergentes como bloque, y para promover un concepto alternativo de orden internacional.

Las circunstancias ya apuntaban al simbolismo de esta cumbre, celebrada—no por casualidad—en vísperas del encuentro anual del G7 en Alemania y de la reunión de la OTAN en Madrid que actualizará el concepto estratégico de la organización. Aunque la reunión de los BRICS se ha realizado virtualmente, ha sido la primera convocatoria multilateral en la que ha podido participar Vladimir Putin después de la invasión de Ucrania. Putin ha hecho ver que su aislamiento diplomático no es completo, y que los líderes del grupo—pese a las presiones que han recibido de Estados Unidos y de sus aliados—no tienen inconveniente en tratar con él. Es más, tratando de sortear las sanciones occidentales, buscan la manera de beneficiarse del contexto actual en sus intercambios económicos con Moscú. Rusia les ha propuesto, por ejemplo, pagar sus transacciones sobre la base de una cesta de divisas que sustituya al dólar.

Pero es China el gigante cuya economía supera con creces a las de los otros cuatro miembros juntos, y Xi quien pretende dar forma a un consenso del bloque en torno a su visión de las relaciones internacionales. En su discurso, Xi expuso las dos grandes propuestas que, desde la invasión de Ucrania, ha articulado como ejes de la diplomacia china: la Iniciativa de Desarrollo Global y la Iniciativa de Seguridad Global. La primera, vinculada a la Nueva Ruta de la Seda, confirma una vez más que Pekín ha hecho del Sur Global un instrumento central para sus ambiciones estratégicas. La segunda, aunque tiene su origen en el “nuevo concepto de seguridad” acuñado por Pekín en la década de los noventa, ha sido reformulado como respuesta a la guerra de Ucrania y es una manera de denunciar a Occidente—y de manera por primera vez explícita a la OTAN—por no haber respetado los intereses de seguridad de Rusia.

El mensaje que se quiere transmitir con ambas propuestas es claro: China está preparada para sacar al mundo de la crisis económica (a través de sus planes de coordinación e interconectividad con los países en desarrollo) y proporcionarle estabilidad geopolítica (mediante el establecimiento de una nueva arquitectura de seguridad). Contrapone así su papel al de Estados Unidos, quien—por el contrario—mantiene según la República Popular una mentalidad de guerra fría y, con su política de sanciones, prolonga un conflicto que está provocando graves daños económicos. Es un discurso al que Pekín está dedicando grandes esfuerzos desde que estalló el conflicto en Ucrania, y que el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, ha tratado con al menos cuarenta países durante los dos últimos meses.

Frente a las tensiones con Washington y sus aliados por el apoyo que presta a Moscú, China tenía que lanzar el mensaje de que cuenta con el alineamiento de los países no occidentales. Pero lo cierto es que, más allá de una retórica compartida, no todos los miembros de los BRICS ven las cosas de la misma manera. Un escollo notable es India: pertenece al grupo, aunque también al QUAD y al Marco Económico del Indo-Pacífico propuesto por la Casa Blanca. El primer ministro Narendra Modi, que comparte con el presidente Joe Biden la idea de que China es un rival estratégico, ha participado como invitado, incluso, en la reunión del G7. Dejando a India al margen, Pekín ha propuesto la ampliación de los BRICS a nuevos miembros, entre los que podrían encontrarse Argentina, Egipto, Indonesia, Kazajstán, Nigeria, Emiratos, Arabia Saudí, Senegal y Tailandia (países todos ellos participantes, en mayo, en una reunión de los ministros de Asuntos Exteriores del grupo).

China parece jugar con la idea de que, con la ampliación del bloque, y bajo su liderazgo, los BRICS podrían convertirse en una alternativa al G7 o al G20. Las naciones en desarrollo van a contar, no obstante, con propuestas que rivalizan con las de Pekín sin sus mismos riesgos de dependencia. El anuncio por el G7, el pasado domingo, del “Partenariado para Inversión e Infraestructura Global”, un ambicioso plan dotado de ingentes recursos y concebido para competir con la Nueva Ruta de la Seda china, es la más reciente demostración de que la partida continúa.

 

 

Acuerdo fallido en las Islas del Pacífico. Nieves C. Pérez Rodríguez

China venía promoviendo la idea de un amplio acuerdo con las Islas del Pacífico que incluía libre comercio, cooperación policial y resiliencia ante desastres. Al menos esos eran los aspectos que se habían hecho público. El propio Xi Jinping envió un mensaje a través de los medios oficiales la semana pasada afirmando que China sería un buen hermano para la región y compartiría un destino común” antes de que se llevara a cabo que el ministro de Exteriores chino viajara a intentar firmar el acuerdo. Pero las 10 Islas del Pacíficos citadas al encuentro decidieron no firmar el pacto regional de intercambios y seguridad con China después de la reunión en Fiji entre el ministro de exteriores chinos Wang Yi y los homólogos de las 10 naciones.

Las agencias Reuters y AFP se hicieron con un borrador del acuerdo y publicaron que el mismo permitiría que China capacitara a la policía local, se involucrara en ciberseguridad, aumentara los lazos políticos, realizaran un mapeo marino sensible y obtuvieran mayor acceso a los recursos naturales tanto en tierra como en agua.  A cambio, Beijing ofrecía millones de dólares en asistencia financiera, la perspectiva de un acuerdo de libre comercio y acceso al mercado chino que es de 1.400 millones de personas.

Sin embargo, el propio canciller chino, en una rueda de prensa posterior al encuentro, afirmó que algunas naciones del Pacífico tenían preocupaciones específicas sobre la propuesta y que Beijing ahora intentará construir un consenso. En otras palabras, China se ha visto obligada a archivar el pacto regional por el que estaba abogando con las naciones insulares del Pacífico, al menos lo archiva de momento. Aunque no hay duda de que seguirán intentándolo, pues este acuerdo era muy importante para Beijing porque le daba fácil acceso, control y presencia en el Indo Pacífico y con ello intentar neutralizar el Quad que les tiene muy incómodos.

En efecto, antes de que China fracasara en conseguir el acuerdo había protestado por el encuentro de los líderes del Quad en el marco de la primera visita de Biden a Asia, que consiguió reunir por tercera vez desde el año pasado, a los cuatro líderes de las naciones que lo integran, Australia, India, Japón y los Estados Unidos. El ministro de Exteriores chino criticó el encuentro mientras denunciaba a la alianza de ser la OTAN del Indo Pacífico, afirmando que “El Quad promueve la mentalidad de Guerra Fría y aviva la rivalidad geopolítica”.

El dialogo de seguridad cuadrilateral ciertamente está muy vivo y sus miembros absolutamente convencidos de que China es un peligro regional por lo que han venido promoviendo la idea de un Indo Pacífico abierto y libre. También han hecho ejercicios militares conjuntos dos veces desde el 2020 y prevén continuar con los encuentros a todos los niveles que acerquen la relación y promuevan sus valores.El recién elegido primer ministro australiano, Anthony Albanese, ha expresado que las Islas del Pacíficos son una prioridad en su política exterior y está promoviendo hasta un programa nuevo de visas para sus ciudadanos, porque entiende que es estratégico acercarlos a Camberra. También ha sido claro en afirmar que la política exterior australiana no cambiará hacia China. En este contexto la ministra de Asuntos Exteriores australianos, Penny Wong, dijo que Australia quiere construir una familia en el Pacífico más fuerte a través de Seguridad y Defensa trayendo nueva energía a la región.

Todo parece indicar que desde el surgimiento de la pandemia China ha ido perdiendo su credibilidad y no solo con occidente sino también con naciones pequeñas, vecinas y en algunos casos hasta dependientes de Beijing. La poca transparencia de China, junto con los resultados vistos de sus acuerdos con naciones desfavorecidas, las enormes deudas que acaban incurriendo, la poca claridad de Beijing en situaciones como la invasión rusa a Ucrania parecen en conjunto ser una buena formula para generar recelo o desconfianza.

Seguramente todo eso en conjunto, sumado al tremendo crecimiento militar chino en la última década, sus conocidas ambiciones expansionistas y la propia forma en la que han manejado a sus ciudadanos por los brotes de Covid-19 son clarísimos indicativos de como tratarían a un tercero.

THE ASIAN DOOR: Juego de no suma cero para Asia. Águeda Parra

Transcurrido casi un año y medio desde que se iniciara la presidencia de Joe Biden, la agenda asiática pasa a protagonizar el foco de Washington. Los países ASEAN, por un lado, en un encuentro presencial en Washington, y, por otro lado, Corea del Sur y Japón, como destino del primer viaje a Asia del presidente estadounidense, comparten agenda para reforzar lazos y fortalecer compromisos. Encuentro con aliados y socios para impulsar las relaciones antes de presentar oficialmente la nueva iniciativa para la región, el Marco Económico del Indo-Pacífico (Indo-Pacific Economic Framework, IPEF, como se conoce en inglés).

Una estrategia de renovado enfoque Pivot to Asia por parte de la política exterior de Estados Unidos que podría no despertar el entusiasmo esperado. La percepción entre los países asiáticos de la ausencia de Estados Unidos en la región durante la administración Trump, y las tensiones geopolíticas producidas por la invasión rusa de Ucrania, podrían complicar los esfuerzos de Washington por asegurar un mayor compromiso de los países asiáticos frente al lanzamiento de IPEF.

La invasión rusa de Ucrania ha servido de catalizador para aflorar al espacio de la geopolítica mundial la amplia diversidad de visiones geoestratégicas que están presentes en la región del Indo-Pacífico y que, de forma conjunta, están generando una mayor alineación hacia la configuración de un nuevo orden asiático. Las sanciones internacionales impulsadas por la Unión Europea y Estados Unidos han suscitado pasar de compromisos tácitos a un posicionamiento más explícito a nivel mundial, aflorando la configuración polivalente de Asia, en cierta medida inadvertida por la geopolítica global.

El Indo-Pacífico se ha reafirmado como un escenario geopolítico de considerable transformación durante la última década. La iniciativa Pivot to Asia impulsada por Barack Obama en 2012 inició el reequilibrio estratégico para pivotar los intereses estadounidenses desde Oriente Medio hacia una de las regiones que comenzaba a configurarse como el centro de gravedad económico, fortaleciendo así las relaciones económicas y las alianzas de seguridad. Una década después, el presidente Joe Biden renueva el enfoque Pivot to Asia para contrarrestar la influencia que China ha desplegado en la región con el lanzamiento de su emblemática iniciativa de la nueva Ruta de la Seda, además de la rivalidad que plantea para Estados Unidos el desarrollo tecnológico alcanzado por China en este tiempo.

Mismo enfoque pero bajo otras implicaciones geopolíticas temporales, ya que el reposicionamiento impulsado por la invasión rusa de Ucrania está modulando un orden asiático donde sus miembros persiguen hacer prevalecer también sus ambiciones estratégicas.

La elección de Corea del Sur como primera parada del tour del presidente Biden por Asia refleja el interés de Estados Unidos por fortalecer sinergias, poniendo el foco en la asociación de la fortaleza tecnológica de Corea del Sur en manufactura de semiconductores y la hegemonía en el diseño de chips de Estados Unidos. La cooperación en alta tecnología y en la cadena de suministro será una pieza clave del relanzamiento de las relaciones bilaterales, de ahí la visita a la planta de Samsung, la más grande del mundo en manufactura de chips, cuyo expertise se replicará en la nueva fábrica de 17.000 millones de dólares que construirá la compañía surcoreana en Taylor, Texas, con la que Washington busca reducir la dependencia de China de dispositivos electrónicos y fortalecer su supremacía tecnológica.

En la formalización de la renovada alianza estratégica integral, China también figura en la agenda. Sin embargo, Corea del Sur, como el resto de países asiáticos, busca evitar que estrechar lazos económicos y de seguridad con Estados Unidos le conmine a romper los vínculos económicos que mantiene con China en un juego de suma cero. La región ha sido artífice del mayor acuerdo de libre comercio del mundo (RCEP, por sus siglas en inglés), que aúna las aspiraciones de sus miembros de una integración regional económica, superando la incertidumbre creada por la retirada de Estados Unidos de las conversaciones sobre el acuerdo comercial regional TPP (Trans-Pacific Partnership, en inglés).

La futura adhesión de Corea del Sur a la iniciativa IPEF como miembro inaugural para implantar un nuevo esquema de relaciones comerciales y de seguridad en el Indo-Pacífico va a requerir un amplio ejercicio de diplomacia estratégica para que las ambiciones regionales no se vean amenazadas por la intermitente priorización de los asuntos asiáticos en la agenda de Washington. El tono cauto de Corea del Sur busca además integrar al país a los mecanismos de seguridad que Estados Unidos lidera en la región, como el Quad, del que sí participa Japón, próximo destino en la gira de Biden por Asia.

La afirmación de Biden de que el futuro se escribirá en el Indo-Pacífico va a requerir de un rebalanceo de los juegos de poder de la región, integrando las reivindicaciones y ambiciones regionales con los intereses de las potencias occidentales para que estén en sintonía con la arquitectura de poder asiático.

 

 

INTERREGNUM: La ASEAN va a Washington. Fernando Delage

Sólo una semana antes de emprender un viaje a Corea del Sur y Japón, donde asistirá a la segunda cumbre presencial del QUAD a nivel de jefes de Estado y de gobierno, el presidente Biden recibió en Washington a ocho de los líderes de la ASEAN (sólo faltaron los presidentes de Myanmar y Filipinas). Esta cumbre especial, que ha servido para conmemorar 45 años del establecimiento de relaciones formales entre Estados Unidos y la organización, ha tenido una considerable relevancia al haberse situado el sureste asiático en espacio clave de la rivalidad estratégica entre Washington y Pekín. Los gobiernos de la región han podido recuperar el acercamiento a Estados Unidos que se perdió durante la administración Trump, un paréntesis durante el cual Pekín continuó avanzando en la integración económica con sus vecinos a través de iniciativas como la Nueva Ruta de la Seda y la Asociación Económica Regional Integral.

La cumbre lanzó dos importantes mensajes. El primero es que, pese a la guerra de Ucrania, la administración Biden mantiene el impulso de su estrategia hacia el Indo-Pacífico como orientación central de su política exterior. En segundo lugar, en el marco de esa estrategia, se quiere superar la percepción de que Washington no termina de reconocer la importancia del sureste asiático en la dinámica económica y geopolítica del continente.

Ese reconocimiento se formalizó al elevarse la relación al nivel de “asociación estratégica integral” y nombrarse un nuevo embajador norteamericano ante la organización, un puesto que había estado vacante desde 2017. Washington se esforzó asimismo por mostrar una especial sensibilidad hacia las prioridades de sus invitados, y anunció una serie de iniciativas hacia la región—en áreas como energías renovables, seguridad marítima y digitalización—aunque su montante se limita a unos modestos 150 millones de dólares.

La Casa Blanca ha insistido en que valora el papel de la ASEAN en sus propios términos y no sólo en función de la competición con China. Pero es innegable que uno de los principales objetivos de la cumbre era el de sumar los gobiernos de la región a su perspectiva estratégica. Es sabido, no obstante, que éstos nunca se adherirán a una abierta política de contención de la República Popular, ni a un esquema de cosas que ponga en duda la centralidad de la ASEAN en la arquitectura de seguridad regional. Problemas similares presenta otra de las cuestiones fundamentales para Estados Unidos: su plan económico (el denominado Indo-Pacific Economic Framework, IPEF), que Biden presentará formalmente en Tokio a final de mes. Es significativo que el comunicado final no hiciera mención alguna al mismo, quizá como respuesta a las dudas de los asistentes. En opinión de los líderes del sureste asiático presentes en la cumbre, el plan carece de claridad con respecto a sus elementos concretos.

Quizá había un problema de expectativas insuficientemente realistas, pero cada parte quiere algo que el otro difícilmente puede darle. La ASEAN desea que Estados Unidos se incorpore al CPTTP—el acuerdo de libre comercio que sucedió al TPP tras su abandono por Trump—y que abra su mercado a las exportaciones del sureste asiático; una posibilidad que hoy por hoy no aprobaría el Congreso norteamericano. Los Estados miembros de la organización evitarán igualmente toda presión dirigida a obligarles a elegir entre Washington y Pekín, como querría la Casa Blanca. En último término, por tanto, la cumbre restableció buena parte de la confianza perdida, pero Estados Unidos aún tendrá que hacer un esfuerzo mayor si aspira a corregir la percepción—y la realidad—de que está perdiendo influencia frente a China en la subregión.

INTERREGNUM: El meteórico ascenso militar chino. Fernando Delage

El pasado miércoles, el Departamento de Defensa de Estados Unidos hizo público su informe anual sobre las fuerzas armadas chinas; un documento que da idea de los extraordinarios avances que se han producido en el desarrollo de sus capacidades militares, y que agravará de nuevo las tensiones entre ambos países. Tras la sorpresa del proyectil hipersónico probado por China en agosto sin que fuera detectado por Estados Unidos, la publicación coincide con una espiral de enfrentamiento entre China y Taiwán, después de que, hace unas semanas, aviones chinos realizaran docenas de incursiones en la cercanía del espacio aéreo de la isla. La República Popular cuenta cada vez con mayores medios para intimidar a Taipei, pero su desarrollo militar envía igualmente un mensaje a Washington, en particular en el terreno naval y nuclear.

Los progresos en la modernización naval china constituyen, en efecto, uno de los puntos más destacados por el Pentágono en su informe. China posee ya la mayor flota del planeta, con unos 355 buques en su armada, una cifra que aumentará hasta las 420 unidades en cuatro años, y podría alcanzar las 460 hacia 2030. Según el documento, China persigue la adquisición de nuevas capacidades antisubmarinos y de misiles de largo alcance que puedan lanzarse desde buques y submarinos, lo que mejorará notablemente su proyección de poder militar más allá del Indo-Pacífico. Otro importante aspecto en este sentido es la atención dedicada a la reorganización interna de la armada y a su integración con los restantes fuerzas y cuerpos de seguridad.

En cuanto a su arsenal nuclear, el departamento de Defensa estima que China tendrá unas 700 cabezas nucleares hacia 2027, y 1.000 antes de terminar esta década, una cifra que supera con creces la propia estimación hecha por el Pentágono el año pasado (consideró que dicho arsenal pasaría de poco más de 200 a unas 400 unidades a lo largo de la década). Cuadruplicar o quintuplicar sus recursos, además de la expansión de sus plataformas nucleares en tierra, mar y aire, refleja la intención de Pekín de buscar un equilibrio con Estados Unidos también en este frente. Y, naturalmente, la mención del año 2027—fecha en que se celebrará el centenario de la fundación del Ejército de Liberación Popular—implica que China tendrá un mayor margen de maniobra con respecto a una eventual contingencia relacionada con Taiwán, al limitarse de manera significativa las opciones norteamericanas.

Sumados a los progresos realizados en otras áreas como el ciberespacio y el espacio, no puede negarse el extraordinario salto cualitativo dado por China en el terreno militar, y la consiguiente erosión que ello representa para la posición regional y global de Estados Unidos. El debilitamiento de la capacidad disuasoria de Washington es lo que le ha llevado a fortalecer sus acuerdos con los aliados—mediante el QUAD y el AUKUS, entre otras fórmulas—, pero también puede dar pie a una carrera de armamentos especialmente peligrosa, al no poder mantenerse la cuestión nuclear fuera de la ecuación.

Ante los avances chinos, los expertos se preguntan si Pekín está abandonando su política tradicional de “mínima disuasión” y de renuncia al “primer uso” de armamento nuclear. La creciente vulnerabilidad mutua de ambos gigantes debería obligarles a incorporar el tema a su diálogo estratégico a partir de la próxima cumbre virtual Biden-Xi, prevista para antes de finales de año, y a intentar llegar a algún tipo de acuerdo en materia de control de armamentos.

 

INTERREGNUM: Japón continúa su revolución diplomática. Fernando Delage

Al ser elegido como nuevo presidente del Partido Liberal Democrático el pasado 4 de octubre, Fumio Kishida se convirtió en el nuevo primer ministro de Japón. Su antecesor, Yoshihide Suga, anunció a principios de septiembre—cuando cumplía un año en el cargo—que no se presentaría a la reelección en el liderazgo del PLD como consecuencia del hundimiento de su popularidad por la gestión de la pandemia.

La elección de Kishida, quien perdió frente a Suga en la votación para suceder a Shinzo Abe en 2020, y esta vez sólo se impuso en segunda vuelta en una reñida competición entre cuatro candidatos, es interpretada como una derrota para quienes esperaban un cambio generacional. Kishida, que fue ministro de Asuntos Exteriores y de Defensa en los gobiernos de Abe, representa ante todo la continuidad, por lo que no fue recibido con entusiasmo ni por la bolsa de Tokio ni por los grandes inversores. Nada permite asegurar a priori que su mandato vaya a extenderse por un largo periodo. Para reforzarlo, una de sus primeras decisiones consistió por ello en convocar elecciones a la Cámara Baja el 31 de octubre. (La coalición de gobierno—el PLD y el centrista Komeito—han disfrutado en la última legislatura de una amplia mayoría, con 304 de los 465 escaños).

La frecuente rotación de primeros ministros en Japón (Abe fue una de las escasas excepciones desde la segunda postguerra mundial) no implica, sin embargo, ni inestabilidad política, ni un cambio significativo en las líneas generales de gobierno. Kishida mantendrá, al menos a corto plazo, una política de estímulo monetario y fiscal, así como la estrecha alianza con Estados Unidos y el desarrollo de las capacidades económicas, diplomáticas y de defensa que se requieren para hacer frente al desafío que representa China para sus intereses. Con respecto a la primera, el nuevo primer ministro prometió durante la campaña un giro desde la prioridad por la liberalización y desregulación de sus antecesores (“Abenomics”) hacia una “nueva forma de capitalismo” que haga hincapié en una mayor redistribución de la renta. Mientras las consecuencias de la pandemia condicionan no obstante su margen de maniobra en política económica, en el terreno diplomático Kishida ha hecho hincapié en su intención de mantener la visión de un “Indo-Pacífico Libre y Abierto” y en su firme apoyo al QUAD.

La decisión de mantener a los ministros de Asuntos Exteriores y Defensa—los únicos que no han cambiado en el nuevo gabinete—es un reflejo del cambio estructural que se registra en la política exterior japonesa desde hace una década frente a un entorno de seguridad cada vez más complejo. Además del aumento de las tensiones en torno a Taiwán y del reciente lanzamiento de misiles por Corea del Norte, Japón se prepara para una creciente competición estratégica en la región. De ahí la relevancia de otro gesto: la creación de un nuevo cargo, el de ministro de seguridad económica, para el que ha sido nombrado el exviceministro de Defensa  Takayuki Kobayashi.

Su función será la de seguir reforzando los instrumentos a través de los cuales Japón se ha convertido en uno de los principales arquitectos del orden económico regional. Al liderar la definición en las reglas multilaterales en comercio e inversión, supervisar el control de tecnologías sensibles (como semiconductores), coordinar la defensa de las cadenas de valor con sus socios del QUAD, o la ampliación de la agenda del grupo a cuestiones como los recursos estratégicos y la ciberseguridad, Tokio ha actuado de manera proactiva pero relativamente discreta para contrarrestar la estrategia económica de Pekín.

Aunque el país atraviesa una nueva transición política interna, lo decisivo es que la combinación de una China más asertiva y unos Estados Unidos más inciertos en cuanto a su evolución política futura han propiciado una revolución diplomática en Japón. Sucesivos gobiernos han rechazado una posición subordinada a los dos gigantes y optado—al mismo tiempo que se busca una posición más equilibrada en la relación con Washington—por dotarse de los medios para adquirir una mayor independencia estratégica.