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INTERREGNUM: Xi el conciliador. Fernando Delage

Hace sólo un mes, mientras el XX Congreso del Partido Comunista le otorgaba todo el poder al frente de la organización, Xi Jinping describía un entorno estratégico hostil y reclamaba a sus ciudadanos un “espíritu de lucha” para hacer frente a las “peligrosas tormentas” que se avecinan. Un lenguaje muy diferente fue el empleado por el presidente chino en sus sucesivos encuentros y discursos de la semana pasada. ¿Ha cambiado en pocos días su percepción del mundo, o se trata más bien de un ajuste retórico en función de su audiencia?

Lo cierto es que, en su segundo viaje al extranjero desde la pandemia—tras el que realizó a Samarkanda para asistir a la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai en septiembre—Xi no podía permitirse aparecer con una actitud beligerante ante sus colegas. Sería contradictorio ante todo con la imagen de potencia responsable y pacífica que Pekín quiere transmitir. Tanto en el G20 como en el foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico (APEC)—las dos cumbres a las que asistió—el presidente chino iba a encontrarse con los representantes de naciones emergentes cuya cooperación necesita para hacer realidad sus ambiciones estratégicas. Pero también en su reunión con Biden el 14 de noviembre, Xi adoptó una posición pragmática.

“China, dijo, no busca transformar el orden internacional existente” ni “sustituir a Estados Unidos”. Rechazó incluso la idea de que las relaciones entre ambos países respondan a un esquema de competición (fórmula empleada por la reciente Estrategia de Seguridad Nacional norteamericana). Xi encontró una misma cordialidad por parte del presidente norteamericano—se conocen desde hace años—y los dos líderes acordaron gestionar de manera “responsable” sus inevitables divergencias, así como “mantener abiertas las líneas de comunicación”, con el fin de evitar tanto una escalada innecesaria como un choque accidental. Ambos dirigentes insistieron por lo demás en la necesidad de una resolución pacífica de la guerra de Ucrania y advirtieron a Rusia contra el uso de armamento nuclear.

Un día más tarde, en su intervención ante el plenario del G20, Xi reiteró su habitual discurso sobre “una comunidad de destino compartido para la humanidad” y a favor de la cooperación global frente a los juegos de suma cero. Un mensaje pragmático y conciliador, que dirigió de manera más directa a sus vecinos en la cumbre de APEC, el sábado 18. Asia no debe convertirse en “un escenario de competición entre las grandes potencias”, subrayó el presidente chino, si se quiere asegurar tanto la recuperación del crecimiento económico como un entorno de estabilidad geopolítica. La cumbre en Bangkok le permitió verse asimismo con el primer ministro japonés, Fumio Kishida, en el primer encuentro mantenido entre los líderes de ambos países en tres años.

Es evidente que los elementos de rivalidad entre China y Estados Unidos—así como entre China y Japón (e India)—no van a desaparecer. La recuperación del contacto presencial entre los mandatarios les ha ofrecido, no obstante, la ocasión para hacer hincapié en sus intereses compartidos más que en sus diferencias, lo que hizo posible la adopción de una serie de declaraciones conjuntas a favor de la cooperación y la integración regional. El compromiso de reactivar los contactos regulares entre altos funcionarios contribuirá igualmente a mitigar en cierto grado las tensiones. Pero no puede perderse de vista que, en último término, los foros multilaterales son un instrumento esencial de la estrategia de ascenso global de la República Popular. Recuperar la dañada imagen de su país es un imperativo de Xi, de la misma manera que es a través de sus discursos en cumbres como éstas como va ganándose la complicidad del mundo no occidental, ofreciendo un modelo económico y político alternativo al de las democracias liberales.

INTERREGNUM: Alemania y el desafío chino de la UE. Fernando Delage

Sólo días después de confirmarse su tercer mandato como secretario general del Partido Comunista Chino, Xi recibe esta semana en Pekín al canciller alemán, Olaf Scholz. Se trata de la primera visita de un líder del G7 a la República Popular desde el comienzo de la pandemia, y se produce en un momento de grave deterioro de las relaciones entre China y Occidente. Es un viaje polémico, que cuenta con la oposición de miembros de su propio gobierno, así como con el desconcierto de la Unión Europea cuando trata de actualizar su estrategia hacia el gigante asiático.

La propia posición de Scholz resulta confusa. Quiere mantener la misma política de su antecesora, Angela Markel, a favor de una relación económica más estrecha con Pekín, pero adoptando al mismo tiempo una posición más crítica por el apoyo chino a Rusia en la guerra de Ucrania y por la situación de los derechos humanos en el país. Dice estar en contra de los esfuerzos norteamericanos dirigidos a reducir los vínculos comerciales con China, pero advierte al mismo tiempo a las empresas alemanas que deberían evitar su dependencia de las cadenas de valor de un solo país.

Pese a reconocer Berlín el error de la política mantenida hacia Rusia durante más de cuarenta años, parece como si no quisiera aplicar sus lecciones a China. El reciente visto bueno por parte de Sholtz a la compra por la china COSCO del 25 por cien de una terminal en el puerto de Hamburgo, el más importante de Alemania y el tercero de Europa, ha causado sorpresa. Es sabido que la decisión del canciller no contaba con el acuerdo de los ministerios de Asuntos Exteriores y de Economía—ambos en manos de los Verdes—, ni tampoco respetaba las recomendaciones de la inteligencia nacional. La administración alemana se encuentra, además, dando forma final a una nueva estrategia de seguridad nacional, cuyo anuncio está previsto para comienzos de año, y en la que las relaciones con Pekín serán objeto de especial atención.

La visita de Sholtz a un Xi que, además de imponer a China una dirección cada vez más autoritaria, describe a las potencias occidentales como rivales, ha sido acogida con una nada disimulada reserva por parte de Washington. Pero también por Bruselas. En el último Consejo Europeo (20-21 octubre), los líderes de la Unión mantuvieron una discusión estratégica sobre China con el fin de renovar su posición. Aunque no hay un consenso al respecto, la triple definición de la República Popular hecha por los 27 en 2019—socio comercial con el que se coopera sobre asuntos globales, competidor económico y tecnológico, y rival sistémico—no parece ajustada después de la guerra de Ucrania: la balanza se inclina más hacia la competición y la rivalidad que hacia la cooperación. Los Estados bálticos defienden una actitud más beligerante, mientras que otros—como Hungría—quieren ante todo seguir beneficiándose de las inversiones chinas. Francia trata de navegar entre los dos extremos. Berlín dice querer compatibilizar ambas cosas, pero la realidad es que siguen primando los intereses económicos, quizá por la comprensible presión de sus empresarios: en veinte años, las ventas a China han pasado del uno por cien de las exportaciones alemanas a cerca del ocho por cien. Para fabricantes de automóviles como Volkswagen o BMW, el mercado chino representa la mitad de su facturación.

El problema es que, al jugar al solitario con Pekín, Berlín impide la adopción de una política europea como bloque. Desde Bruselas—que también se manifestó en contra de la venta de la terminal del puerto de Hamburgo—no se entiende una posición que no sólo no corregirá sino que incrementará por el contrario la dependencia alemana de China. Esta última podrá concluir al mismo tiempo que su política de presión funciona, al ver cómo consigue dividir a los Estados miembros. Y, aunque por sí sola represente cerca de la mitad de los intercambios entre China y el Viejo Continente, Alemania se encontrará aislada frente a sus socios en una etapa de redefinición del proyecto europeo.

China: programas y contradicciones

El recién celebrado congreso de los comunistas chinas y sus medidas de política económica han llevado incertidumbre a los mercados y a los socios de China en diversas partes del mundo. China va a seguir el camino de ir sustituyendo, poco a poco, como señala en estas páginas nuestra redactora Nieves C. Pérez Rodríguez, el pragmatismo autoritario que le proporcionó crecimiento económico por los viejos principios dictatoriales y una vuelta al intervencionismo duro. Pekín y Xi se están enrocando en un discurso antiguo, belicista y provocador que, al mismo tiempo intentan hacer compatible con una propuesta, derivada de la necesidad, de buscar un alto el fuego en Ucrania que alivie la tensión internacional de respiro a la economía europea y, con todo ello, deje espacio a los negocios de las empresas chinas.

La ventaja que proporcionó el pragmatismo chino y dio ventaja sobre países de rigidez ideológica intervencionista como Corea del Norte y Cuba (o la misma Rusia que pese a décadas de teórica liberalización nunca ha entrado en una fase económica expansiva) no va a ser capaz de enjugar la nueva aventura de China aunque probablemente el delirio neo maoísta tenga límites impuestos por la realidad de los mercados internacionales. Esta es una de las razones, según expertos financieros, por las que el yuan chino tocó mínimos en 14 años frente al dólar y las acciones de empresas chinas de la bolsa de Hong Kong cayeron tras el resultado del Congreso del Partido Comunista.

La economía planificada de los comunistas fue un fracaso desde el primer momento, a pesar de los esfuerzos ingentes que se hicieron (y aún se hacen) para abrillantarla y siempre vivieron mejor en occidente las capas más pobres que en las dictaduras comunistas como demostraron las cifras y los flujos migratorios, aunque prohibidos, en una sola dirección.

China tiene depositadas esperanzas en mantener sus negocios en África y  en América  Latina a través de sus empresas dopadas de capital estatal y estaba muy inquieta por el resultado de las elecciones en Brasil, una de las grandes economías del mundo y done China tiene inversiones e intereses desde hace años. Y desde Brasil, Pekín ha recibido con alivio la victoria de Lula (aunque hubieran hecho buenos negocios con Bolsonaro) porque esa victoria en la presidencia con un parlamento de mayoría conservadora es visto por los gobernantes chinos como una promesa de estabilidad favorable a sus inversiones en la zona. Pero tendrá que contar con aquel mercado para seguir haciendo negocios. La inestabilidad en una de las principales economías del mundo ha poblado de pesadillas los sueños chinos.

Esos pueden ser los límites al renovado intervencionismo chino y es que van a necesitar seguir obteniendo fondos para financiar sus planes estratégicos y en ese camino puede ser un obstáculo el discurso nacionalista y radical sobre el que se asientan precisamente esos planes estratégicos.

INTERREGNUM: La coronación de Xi. Fernando Delage

Tal como estaba previsto, el XX Congreso del Partido Comunista Chino concluyó el pasado domingo encumbrando la figura de Xi Jinping. Comienza su tercer mandato como secretario general y presidente de la Comisión Central Militar (y—a partir de marzo próximo—como presidente de la República), tras haber dedicado una década entera a consolidar su poder hasta extremos que resultaban inimaginables cuando sucedió a Hu Jintao a finales de 2012. La aparente “purga” de este último ante las cámaras, y en presencia de los más de 2.000 delegados en el Congreso, da una idea del tipo de líder ante el que nos encontramos. Occidente debe prepararse para una China hostil, cuyo comportamiento estará guiado por una peligrosa combinación de ideología y nacionalismo.

Aunque el Congreso no nombró a Xi presidente del Partido como se especulaba—es un cargo que nadie ha desempeñado desde 1982—, sí ratificó su estatus como “núcleo central” de la organización, e incorporó su “pensamiento” a los estatutos, equiparando así su cuerpo doctrinal al de Mao (las ideas de los restantes líderes tienen la categoría inferior de “teoría”). La composición del nuevo Comité Central, y por tanto del Politburó y de su Comité Permanente es, no obstante, la mejor ilustración de la capacidad de maniobra de Xi. Como revelan tres hechos—la retirada política de quien ha sido primer ministro durante los últimos diez años, Li Keqiang; la salida asimismo del Comité Permanente de Wang Yang, pese a no haber llegado aún a la edad de jubilación; y el humillante trato dispensado a Hu Jintao en la clausura del Congreso—, Xi ha liquidado a las Juventudes Comunistas como facción rival. Se ha rodeado únicamente de cargos leales, entre los que—por razones de edad—tampoco parece encontrarse su potencial sucesor. Las circunstancias conducen por tanto a pensar que Xi obtendrá un cuarto mandato tras el XXI Congreso en 2027.

Las esperanzas de que, en su intervención, Xi planteara la necesidad de un giro en política económica y una diplomacia más pragmática se han visto por otro lado frustradas. Confirmando su obsesión por el control absoluto de la economía—como de la política y la sociedad—, el máximo dirigente chino hizo hincapié en el imperativo del intervencionismo público y de la “prosperidad común”, denunciando una vez más el “desviacionismo” del sector privado. La corrección de las desigualdades sociales es, con todo, tan prioritario como la urgencia de minimizar la dependencia de los mercados occidentales para adquirir una independencia tecnológica propia. Es esta última una batalla que China ganará, dijo Xi, en una nada velada reacción a las últimas medidas de la administración Biden que prohiben la exportación de semiconductores a la República Popular.

Los nubarrones en el entorno exterior fueron por ello extensamente identificados por Xi, sin ningún atisbo de cesión. Reiteró la posibilidad del uso de la fuerza contra Taiwán en caso necesario, y la continuidad de una política exterior en la que va a resultar inevitable la confrontación con Estados Unidos—al que en ningún momento nombró—, y el simultáneo refuerzo de la asociación con las naciones del mundo emergente.

“Seguridad” fue el término más empleado por Xi en la presentación de su informe ante el Congreso. Un concepto obsesivo, vinculado a la necesidad de control político e ideológico que permita situar a China como principal potencia mundial hacia 2049. Pero puede que Xi se equivoque. Haber roto todas las reglas impuestas en los años ochenta por Deng Xiaoping para evitar la irrupción de un nuevo Mao—limitación de mandato, liderazgo colectivo, etc.—le puede proporcionar un poder personal sin precedente, pero gobernará una China más aislada, enfrentada a Occidente y a la mayor parte de sus vecinos. Ese poder tampoco le servirá para resolver el rápido envejecimiento de la población, los desequilibrios medioambientales, o el fin de un alto crecimiento económico. Problemas todos ellos que, como alternativa, pueden conducir a Xi hacia un nacionalismo beligerante y, con él, hacer de China una grave amenaza para la estabilidad regional y global.

Xi el omnipotente. Nieves C. Pérez Rodríguez

Xi se consagra, tal y como se había anticipado, como el nuevo Mao, o más bien se corona como el nuevo emperador chino moderno que una vez que agotó los dos periodos establecidos para gobernar modificó la Constitución para poder continuar en el poder.

El XX Congreso del Partido Comunista que se llevó a cabo la semana pasada contó con 205 hombres que eligieron este domingo a los 24 miembros del Politburó, que representa el segundo escalafón jerárquico en la pirámide de mando, y a las siete distinguidas personalidades que componen el Comité Permanente, el órgano más poderoso que es presidido por Xi Jinping.

En medio de la confirmación de Xi, como es habitual, tocaba la reconfirmación de los líderes de mayor jerarquía del Partido Comunista y los que serán la mano derecha del presidente.  Los seis hombres aparecieron en cámaras caminando detrás de Xi en fila india y en absoluta prestancia cuasi militar, y permanecieron parados uno al lado del otro mientras el propio Xi los presentaba al público uno por uno y estos hacían una reverencia en agradecimiento, con la prestancia que caracteriza los eventos chinos.

El llamado Comité Permanente del Partido Comunista equivale a un gabinete presidencial y quedó compuesto por los siguientes personajes:

Li Qiang: es el secretario del partido de Shanghái y el segundo al mando justo detrás del presidente. Acumula una larga experiencia política en regiones económicamente fuertes en China, como la zona de libre comercio de Shanghái. Ayudó a imponer las estrictas medidas para contener el Covid-19 lo que significó rígidas restricciones y el cierre de Shanghái con costos altísimos económicos para el país, pero que a su vez muestra su devoción a la política “Cero Covid” de Xi.

Cai Qi: actualmente se desempeña como alcalde de Beijing y jefe del Partido en la capital china. Se cree que es la persona más cercana al presidente y que le ha sido especialmente leal. Como organizador de los Juegos Olímpicos de invierno, considerados por el gobierno como un éxito, afianzó su respeto y reputación, aunque había sido cuestionado por su campaña de “echar de la capital a la población de bajo nivel”, que consistió en movilizar a la fuerza a migrantes en 2017.

Ding Zuexiang: director de la oficina del secretario general y la oficina presidencial. Un personaje curioso, porque no viene de abolengo político, lo que es muy importante en China; sin embargo, se le conoce por sus habilidades para escribir y memorizar, lo que lo hace ser un muy buen jefe de gabinete. Se ha ganado profundamente la lealtad de Xi, probablemente porque le ha mostrado serle leal en cualquier circunstancia y algunos analistas consideran que él es la persona que pasa más tiempo al lado del presidente.

Li Xi: es el jefe del PC chino en la provincia de Guangdong, además de tener viejos vínculos personales con la familia de Xi. En efecto, trabajó con alguien muy cercano al padre de Xi Jinping, quién fue un respetado político en la provincia. Es también conocido por su capacidad de resolver crisis y sacar al partido de comprometidas situaciones políticas.

Wang Huning: con un perfil un poco más global dada su prominente educación internacional, se cree que es el teórico político del PC chino, pues ha dado forma a las teorías rectoras de los últimos tres líderes chinos y los expertos lo perciben como el creador de la filosofía y la política de Xi. Además de que ya había sido miembro del Comité Permanente del PC chino y se le atribuye la autoría del ambicioso proyecto del BRI o la franja y ruta de la seda.

Zhao Leji: también ex miembro del Comité Permanente y jefe de la Comisión Central de Control Disciplinario. Se le considera un político prominente cuyo origen es la provincia de Shaanxi, donde el propio Xi Jinping fue enviado durante la época de la Revolución Cultural, y de donde han surgido varias estrellas del partido.

Algunos de estos nombres como el de Li Qiang muestran como Xi valora sobre todo la lealtad por encima de la eficacia de las políticas públicas o resultados económicos. Algo que es muy propio de la cultura china y que una vez más evoca la era de Mao en la que primó la lealtad al líder sobre la capacidad de respuesta o acción. Li es acusado de maltratar a unos 10 millones de ciudadanos por mantener rigurosísimas medidas de control y confinamiento para evitar contagios en Shanghai, lo que ha tenido además un efecto devastador en la economía china y ocasionó huida de capitales extrajeron frente la agresividad de la medida. Sin embargo, hoy es el según por detrás del propio Xi..

Xi ha demostrado ser un líder sumamente astuto y calculador que ha cambiado a China. Ha convertido al gigante asiático en un Estado que vigila los pasos de sus ciudadanos a través del uso de tecnología punta, que le ha servido para que posea el mayor control que nunca un líder ha acumulado. El mejor ejemplo se ha visto durante la pandemia del Covid-19 en que los ciudadanos han tenido que pasar controles diarios para poder salir de sus viviendas, se han tenido que hacer cientos de pruebas para evitar contagios masivos, se les ha negado en casos extremos, atención médica porque no contaban con la capacidad de atender más o porque se decidió a quien priorizar. Además del encubrimiento de información que han padecido los ciudadanos junto con el resto del planeta sobre el origen del virus, el número real de muertes o contagios.

Además, con sus rígida política de Cero-Covid ha generado una desaceleración de la economía china en el último año, tiene una gravísima crisis inmobiliaria que además irrita a la población y anula sus posibilidades de adquirir una vivienda. Simultáneamente ha perseguido a las minorías del país sin piedad al punto que durante su gobierno ha establecido centros de reeducación, de acuerdo con la definición oficial, o centros de reclusión donde se ideologiza y tortura a uigures, así como otras minorías por ser musulmanes y querer seguir sus tradiciones.

Xi aprovechó la pandemia para consolidar el sistema de control social con dispositivos super modernos, aplicaciones novedosas que obligan al ciudadano a fichar diariamente su estado de salud, mientras hacen un seguimiento de cada movimiento del individuo.

EL Congreso del PC chino fue una muestra de ese cálculo diminuto con cada detalle, con el nombramiento de personajes íntimos de confianza de Xi, lo que refleja el inmenso poder que ha conseguido acumular. E incluso el altercado en el que Hu Jintao, respetada figura y exlíder que fue sacado del salón en vivo después de que se le vio intentar coger un documento mientras que Xi puso sus manos sobre el mismo como un intento de que no pudiera tenerlo.  Incidente que no se ha visto en China, ni se ha comentado en las redes chinas pues fue suprimido de la transmisión.

Se vea por el ángulo que se vea, el control acumulado por el Xi Jinping lo consagra más que como un presidente como un líder supremo de por vida que ha cambiado las reglas del juego, y que con la excusa del rejuvenecimiento de China se ha vuelto capaz de todo al precio que sea necesario.

 

China, final de etapa, comienzo de era

El Partido Comunista chino ha culminado su congreso que, al margen de una liturgia pesada, antigua y conocida de escenificación de la dictadura, ha confirmado todos los pronósticos que hacían los expertos con los datos que estaban sobre la mesa: Xi se confirma como caudillo máximo con tantos poderes como tuvo Mao, el fundador de esta tiranía; sigue en la agenda el propósito de aplastar el único territorio chino con libertades y garantías, Taiwán, con el pretexto de lograr la unidad territorial  que tanto valora el nacionalismo chino, y se incentiva la carrera para disputarle a Occidente no sólo la primacía económica y comercial sino también la hegemonía militar con la que apuntalar y extender un modelo autoritario justificado por una supuesta eficacia.

Como estaba previsto, hubo unanimidad en los votos de los delegados para aprobar una nueva enmienda a los estatutos del partido. Si en el anterior congreso, el de 2017, en el documento se incluyó la ideología política del líder supremo (“Pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era”), en la conclusión de esta reunión se ha decidido reafirmar a Xi como el “núcleo duro” del PCCh, y sus ideas como los principios rectores del partido. Desde Mao, ningún otro líder en China tuvo su doctrina política incluida en la Constitución del partido mientras aún estaba en el cargo, subraya Lucas de la Cal, corresponsal de El Mundo en China que, con restricciones, ha asistido al congreso.

Pekín trata de explicar que ha acabado una etapa y comienza una era que ha de estar marcada por China como primera potencia mundial y donde el modelo chino (autoritario e intervencionista) sea la referencia para mejorar el bienestar de las sociedades menos desarrolladas o con problemas, es decir, todas.

Pero la propaganda china va a tener problemas: la economía del país no va tan bien como esperaban que ocurriría en estas fechas, entre otras cosas por la agresión del amigo Putin; los mercados no parecen propicios en estos momentos para nuevos y mejores negocios chinos debido a la inestabilidad y, además, China tiene que afrontar gastos comprometidos con aliados para mantener su influencia donde ya la tiene. Esto, que ya hemos subrayado desde estas páginas, marca la coyuntura actual en una China aislada voluntariamente por el Covid y algunas malas decisiones al respecto.

 

INTERREGNUM: Biden frente al tercer mandato de Xi. Fernando Delage

La administración Biden no ha esperado a la conclusión del XX Congreso del Partido Comunista Chino para transmitir a Xi Jinping lo que puede esperar de Estados Unidos en su tercer mandato. No es mera continuidad. La publicación de su primera Estrategia de Seguridad Nacional y la adopción de nuevas medidas de control de las exportaciones tecnológicas revelan un aumento significativo de la presión sobre la República Popular, aunque no cabe esperar que vayan a conducir a una China menos beligerante (quizá todo lo contrario).

Retrasada su entrega por la guerra de Ucrania, la Casa Blanca desveló finalmente el 12 de octubre su esperada Estrategia de Seguridad Nacional. El documento, que declara la era de la post-Guerra Fría como “definitivamente concluida”, identifica a China como “el más relevante desafío geopolítico” para Estados Unidos y para el orden mundial. “Superar a China” se convierte en la prioridad, aun afrontando al mismo tiempo el imperativo de contener a “una Rusia profundamente peligrosa”.

Recuperando los términos ya empleados anteriormente por el secretario de Estado, Antony Blinken, China—declara el texto—“es el único competidor que tiene tanto la intención de reconfigurar el orden internacional como, cada vez más, el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo”. El mundo se encuentra en un “punto de inflexión”, en buena medida porque China aspira a redefinir las bases del orden global, lo que hará que la próxima década sea “decisiva” para la rivalidad entre Washington y Pekín.

La Estrategia describe la situación en el estrecho de Taiwán como “crítica para la seguridad regional y global”, pero reitera el compromiso de Estados Unidos con la política de “una sola China” y su oposición a la independencia de la isla. Subraya al mismo tiempo la disposición de Washington a cooperar con la República Popular sobre asuntos como el cambio climático o la lucha contra las pandemias. Hasta aquí no parece haber grandes sorpresas. Pero otras medidas adoptadas en las últimas semanas dan todo su sentido a esta frase del documento: Estados Unidos “dará prioridad al mantenimiento de una ventaja competitiva duradera sobre la República Popular”.

El departamento de Comercio anunció el 7 de octubre nuevas reglas por las que se prohibe la exportación a China de semiconductores avanzados y de los equipos necesarios para su fabricación. Se impide asimismo a ingenieros y científicos norteamericanos a ayudar a la República Popular al desarrollo de semiconductores sin autorización expresa, incluso en áreas no sujetas al control de las exportaciones; y se refuerzan los mecanismos de supervisión para impedir que semiconductores norteamericanos vendidos a empresas civiles chinas caigan en manos de las fuerzas armadas. En una decisión aún más controvertida, se exigirá una autorización del gobierno norteamericano a cualquier compañía de un tercer país que venda semiconductores a China si lo han hecho utilizando tecnología de Estados Unidos. Y todo ello se suma a los cerca de 53.000 millones de dólares que la administración destinará a investigación sobre la próxima generación de semiconductores y a recuperar al menos parte de su producción en suelo nacional. (En la actualidad el 100 por cien de los chips comprados por Estados Unidos se producen en el extranjero: el 90 por cien en Taiwán y el 10 por cien restante en Corea del Sur).

La intención china de adquirir una completa autonomía tecnológica, y su programa de fusión civil-militar, han provocado una decisión que va más allá de una mera respuesta defensiva. No se trata tan sólo de intentar frenar el ascenso chino, sino de asegurar que, dando un empuje cualitativo a sus esfuerzos en innovación, Estados Unidos redoble su liderazgo. La Casa Blanca revela así un eje central de su política hacia la República Popular; una apuesta agresiva que presiona a Pekín donde más daño puede hacerle: en el terreno decisivo para su crecimiento económico futuro así como para su superioridad militar.

Estados Unidos no abre pues un escenario favorable a la reducción de las tensiones entre ambos gigantes. Tampoco un Xi fortalecido tras al XX Congreso lo propiciará. Habrá que estar atentos a su encuentro con Biden con ocasión de la cumbre del G20 el mes próximo en Indonesia.

China: la dictadura se refuerza

Fin de etapa. Comienza otra. El congreso del Partido Comunista chino que se celebra estos días marca, al contrario que en las democracias donde las legislaturas son decididas por las elecciones generales, cada periodo político en el país. El presidente Xi, que previamente se ha dotado de un estatus que le permite repetir indefinidamente sus mandatos de caudillo máximo, recupera los poderes que tuvo Mao y ha abierto las sesiones reafirmando su ambición de integrar Taiwán en su sistema autocrático, “sin renunciar a la fuerza”, subrayando su voluntad de que China tenga voz en todos los escenarios del planeta y anunciando un mayor esfuerzo presupuestario para seguir desarrollando las capacidades militares de China y disputar la influencia, los negocios y el poder a las potencias occidentales, es decir, Estados Unidos.

En realidad, no es nada nuevo. Es la repetición del discurso chino en una estrategia que quiere desembocar en 2049, en el centenario de la llegada de los comunistas al poder, con Taiwán en manos de Pekín, un poder militar y político hegemónico en la región y un estatus de segunda (o primera) potencia mundial consolidado.

Pero ni una palabra sobre Ucrania y la agresión desestabilizadora de su aliado Putin, ni sobre las actuales dificultades económicas chinas, ni sobre las protestas internas de minorías étnicas con un plus de represión de los derechos humanos sobre la población china en general.

Pero todos esos problemas están presentes y van a condicionar las diversas estrategias chinas. Es un reto difícil para Pekín sortear obstáculos, mantener equilibrios, apoyar públicamente a Putin y cri, alentar y criticar sus estrategias en Europa oriental, alentar y contener a Corea del Norte y pretender estar en todos los mercados con el ventajismo de sus empresas estatales con fondos públicos. Pero eso es China y ese es el tablero de juegos en el que Pekín quiere jugar con cartas marcadas.

INTERREGNUM: Exaltación de Xi. Fernando Delage

Con la celebración del Día Nacional el 1 de octubre, comenzó en China un período de exaltación de Xi Jinping que se extenderá hasta la confirmación de su nombramiento para un tercer mandato como secretario general por parte del XX Congreso del Partido Comunista, cónclave que arrancará el día 16 para concluir una semana más tarde. Habrá que esperar, por otro lado, hasta la reunión de la Asamblea Popular Nacional en marzo del año próximo para que reciba igualmente la prolongación de su mandato como presidente de la República Popular.

Ausente de la vida pública desde su regreso de la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai celebrada en Samarkanda el 15 de septiembre, Xi reapareció el martes pasado, cuando—junto a los seis restantes miembros del Comité Permanente del Politburó—, inauguró una exposición sobre los logros de su primera década en el poder. Para varios de sus acompañantes fue uno de sus últimos actos en el cargo. El Congreso renovará la composición del Comité Central, y por tanto del Politburó y su Comité Permanente, en lo que será la indicación más clara del poder de Xi. Por razones de edad (haber cumplido 68 años) dos miembros del Comité Permanente serán sustituidos, pero se especula tanto sobre la posibilidad de la reducción del órgano a cinco dirigentes (a lo largo de la historia de la República Popular su composición ha oscilado entre cinco y nueve miembros), como por bajar la edad límite a 67, lo que significaría la retirada de otros tres miembros actuales, incluido el primer ministro, Li Keqiang.

Puede ocurrir, por tanto, que permanezca Xi como único líder de la quinta generación de dirigentes (después de las encabezadas por Mao Tse-tung, Deng Xaioping, Jiang Zemin y Hu Jintao). Pero si se mantiene en el poder, como parece previsible, hasta el XXII Congreso en 2032, tampoco su sucesor se encontrará entre quienes se incorporen en esta ocasión a los órganos de dirección. Se producirá un salto directo a la séptima generación, representada por líderes nacidos en la década de los setenta y que aún no han escalado en la jerarquía de la organización más allá del puesto de viceministros. La renovación de las elites del Partido es la principal función del Congreso, que también se espere nombre a Xi presidente del mismo—es un título que sólo ocupó Mao Zedong con anterioridad, y que realmente poco añade a su poder personal—, y que refuerce en los estatutos su doctrina política (oficialmente, el “Pensamiento de Xi Jinping sobre Socialismo con Características Chinas para la Nueva Era” ) como fuente de autoridad.

Si se confirma, la marcha de Li certificaría que Xi se ha impuesto sobre todas las facciones internas (las Juventudes Comunistas, grupo del que proceden tanto Li como el anterior secretario general, Hu Jintao, ha sido virtualmente neutralizado por el actual presidente), pero crea también nuevos interrogantes sobre el futuro curso económico de la nación, competencia tradicional de los primeros ministros. Leal al Partido, Li ha silenciado su oposición a la política de covid-cero, una de las causas de los negativos indicadores económicos registrados por el país.

Esa política, sumada a las crecientes dificultades del sector inmobiliario, pueden conducir—según las estimaciones del Banco Mundial—a un crecimiento de apenas el 2,8 por cien en 2022 (frente al 8,1 por cien del año anterior). De confirmarse, por primera vez desde 1990 China registrará un crecimiento inferior al del resto de Asia (que será de un 5,3 por cien, duplicando el 2,6 por cien de 2021). Es una cifra que se aleja del 5,5 por cien de aumento del PIB que el gobierno se había fijado oficialmente como objetivo, y que suponía el menor índice de crecimiento anual en tres décadas. Las perspectivas han empeorado no obstante en los últimos meses.

Todo apunta a que esta pérdida de dinamismo económico es reflejo de problemas estructurales, difíciles de corregir mediante el recurso a meros instrumentos fiscales y monetarios. China afronta el entorno económico más complejo desde el lanzamiento de la política de reformas a finales de la década de los setenta, lo que puede complicar los próximos años de mandato de Xi. El culto a su personalidad y la recentralización ideológica—acompañados ambos elementos por una creciente hostilidad hacia los empresarios privados—no servirá eternamente para ocultar los problemas de fondo.

 

INTERREGNUM: Xi prepara el XX Congreso. Fernando Delage

En un año en el que el secretario general del Partido Comunista Chino, Xi Jinping, esperaba verse libre de problemas para recibir el visto bueno a su tercer mandato en el XX Congreso, que se celebrará el próximo otoño, los desafíos se han multiplicado tanto en el frente interno como en el exterior. Su continuidad no está en discusión, pero las críticas a su liderazgo parecen extenderse, lo que podría conducir a algún giro en política económica y en política exterior.

Si esto es así no podrá confirmarse hasta noviembre, aunque el informe político que presentará Xi al Congreso—y que definirá las grandes orientaciones del gobierno chino hasta 2027—quedará prácticamente concluido en el cónclave secreto anual de los máximos dirigentes chinos en la playa de Beidaihe, en los primeros días de agosto. Aunque tampoco trascenderá aún, la segunda cuestión relevante que tratarán en su encuentro será la formación del próximo Comité Permanente del Politburó. La renovación, por razones de edad, de la práctica totalidad de sus siete miembros, dará la señal más clara de la fortaleza (o de los límites) del poder de Xi.

Es en la economía donde el presidente chino se ha encontrado con el escenario más conflictivo para sus intereses. Su política de COVID cero, las tensiones con Estados Unidos y las consecuencias de la guerra de Ucrania impedirán el objetivo oficial de un crecimiento del PIB del 5,5 por cien en 2022. Después de que la economía china haya registrado un crecimiento de apenas el 0,4 por cien en el segundo trimestre—la segunda peor cifra de los últimos treinta años—, lo más probable es que el PIB sólo se incremente en un 3 por cien. Pero a ello se suma un aumento sin precedente del desempleo juvenil (un 19,3 por cien en junio) y una crisis del sector inmobiliario que ha conducido a millones de ciudadanos a suspender el pago de sus hipotecas, con el consiguiente impacto sobre el sector financiero.

Las sanciones norteamericanas y el apoyo de Pekín a Moscú se está traduciendo por otra parte en un desvío de las inversiones de numerosas multinacionales desde la República Popular a otros países, como Vietnam y Bangladesh. Las exportaciones han sido el único aspecto positivo (crecieron un 17,9 por cien interanual en junio), pero la continuidad de su dinamismo depende de que la administración Biden elimine tarifas a las importaciones chinas, una decisión incluida en la agenda de la conversación mantenida por ambos presidentes el 28 de julio.

Por otra parte, China afronta la peor imagen exterior en décadas. El último sondeo del Pew Research Center, realizado en 19 países, recoge un 68% de percepción negativa entre los encuestados, frente a un 27% con una opinión favorable. Son unos resultados que erosionan los intentos de la República Popular de proyectarse como gran potencia responsable, pero también la imagen personal de Xi. Más preocupa con todo a Pekín el deterioro de su entorno geopolítico. La creciente consolidación del QUAD, el lanzamiento de AUKUS, y su inserción en el nuevo concepto estratégico de la OTAN reflejan una preocupante situación de enfrentamiento con las democracias occidentales y asiáticas, agravada por las presiones con respecto a Taiwán.

En estas circunstancias no debe sorprender que Xi haya querido demostrar su autoridad en sus recientes y sucesivas visitas a Hong Kong, Wuhan y Xinjiang, objeto todas ellas de una enorme atención mediática. Los argumentos nacionalistas empleados por el presidente sirven de distracción de las dificultades económicas, que sin embargo no van a desaparecer. Se especula por estas razones con que Xi tendrá que ceder, permitiendo la realización de algunas de las reformas a favor del mercado aplazadas durante tanto tiempo, y la designación como nuevos miembros del Politburó de algunos dirigentes que no pertenecen a su facción. Si, como parece, ya ha tenido que dejar en manos de Li Keqiang la gestión del día a día de la economía (aunque competencia tradicional de los primeros ministros, Xi se la arrebató poco después de llegar al poder), una de las grandes incógnitas es precisamente si Li—miembro de las Juventudes Comunistas, grupo considerado como enemigo por Xi—seguirá formando parte del Comité Permanente tras el Congreso.