Transición Imperial en Tokio, fin de la era Heisei. Nieves C. Pérez Rodríguez

Tokio.- La monarquía hereditaria más antigua del planeta es la japonesa. Los emperadores han sido parte fundamental del Estado y del mantenimiento de las tradiciones. Y hasta la modernización del Estado japonés a mediados del siglo XX, se le consideraba como una especie de sumo sacerdote, por ser mediador entre los hombres y la divinidad. Cuenta la leyenda que el carácter divino tiene su origen en el primer emperador, que era hijo de un dios.

En la constitución de 1947 se refunda el Imperio japonés, después de la derrota que sufrió en la Segunda Guerra Mundial, y se estableció que el ocupante del trono del Crisantemo tiene una figura más simbólica y tradicional, que mantiene y ratifica la esencia de la sociedad nipona, sin otorgar poderes o responsabilidades políticas.

El artículo 1 reza literalmente: “El emperador es el símbolo del Estado y de la unidad del pueblo, derivando su posición de la voluntad del pueblo en quien reside el poder soberano”.

El poder político reposa en la “Dieta nacional” o parlamento que es elegido por el pueblo y que a su vez elige el gabinete de gobierno, compuesto por el Primer ministro y los ministros que son ratificados simbólicamente por el Emperador.

El 30 de abril oficialmente tendrá lugar la toma de posesión del nuevo emperador, el actual príncipe Naruhito, hijo del emperador Akihito. Una sucesión de poder inusual, pues según la tradición japonesa los emperadores dejan de serlo al momento de su fallecimiento, cuando se nombre el nuevo en suceder el trono, junto con el nombre de la nueva era que comienza en la nación nipona.

La abdicación del emperador Akihito -emperador número 125 de Japón- se hizo pública en el 2016, cuando él mismo manifestó su deseo de retirarse debido a su delicado estado de salud y avanzada edad. El último emperador japonés en abdicar fue el Emperador Kokaku en 1817, hace un poco más de doscientos años.

Dado la peculiaridad de la transición se elaboró una ley minuciosamente estudiada que determinó cómo se haría, y se acordó que al emperador Akihito y su mujer la emperatriz Michiko se les concediera el título de Emperadores Eméritos mientras vivan. De esta manera La Era Heisei o lo que es lo mismo “la era de la creación de la paz” llega a su fin, después de 31 años.

 Del nuevo emperador, de 59 años, casado con una común -tal y como lo hizo su padre- se espera que mantenga la continuidad y la estabilidad que brindó su padre después de los estragos de la Segunda Guerra Mundial, por lo que la era que comienza con Naruhito es la Reiwa que significa “hermosa armonía”, lo que denota el profundo deseo japonés de mantenerse alejado de actos bélicos -tal y como lo contempla su Constitución-y seguir el camino próspero y altamente civilizado que les ha permitido llegar a ser una potencia económica.

Los cambios de era en Japón son parte de su historia. De hecho, ha habido más eras que emperadores, y eso se debe a que han cambiado eras después de tragedias naturales o sucesos traumáticos. Para la cultura es una manera de resetear su actitud social y emprender un nuevo camino renovado. Por esa razón, la decisión del nombre de la nueva sucede en estricta confidencialidad. No depende de la Casa Imperial, sino del gobierno. Se siguen tradiciones para poder tomar la decisión, se sabe que las discusiones toman meses y que se consultan expertos en literatura japonesa y china, y que el nuevo nombre busca reflejar los ideales de la sociedad nipona del momento. Además, debe ser una palabra corta que pueda ser utilizada en la papelería oficial, transacciones comerciales, en la moneda, y en los calendarios que comenzarán en este caso, el 1 de mayo en que oficialmente comienza la Era Reiwa.

Japón es una nación de profundas tradiciones y arraigos. El emperador representa una de esas tradiciones y, por lo tanto, es importante para sus ciudadanos, aunque sea básicamente un símbolo. La sociedad japonesa es increíblemente avanzada, hasta el punto de que es capaz de cambiar para avanzar. Sucedió después de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de haber librado múltiples batallas, muchas de ellas ganadas, entendieron que era necesario renunciar a ello y persistir en la paz. La toma de posesión del nuevo emperador y su Era Reiwa dejan por sentado a priori que ese es el camino que desean seguir, el mantenimiento de la armonía y el bienestar de la sociedad, siempre de la mano de la mesura exquisita, que tan bien representa a los japoneses.

INTERREGNUM: “Cuatro de mayo”. Fernando Delage

Es éste un año cargado de conmemoraciones en China. Aunque en pocas naciones circula tanta Historia por sus venas, su sistema político tiende a reinterpretar ciertos hechos, a amplificar otros, y a ignorar unos terceros. Esto último es lo que ocurre con los sucesos de Tiananmen, de los que se cumplirán 30 años en junio, y que resultan desconocidos para los jóvenes chinos pues no aparecen en los manuales de Historia. En octubre se celebrará, por el contrario, el 70 aniversario de la fundación de la República Popular tras la victoria por los comunistas de la guerra civil. Siete décadas después, una de las características del liderazgo de Xi Jinping es su hincapié en describir las bases ideológicas del régimen en el contexto de la continuidad de la cultura china. De ahí la relevancia de una tercera efemérides: el centenario, esta misma semana, del Movimiento del 4 de mayo.

El 4 de mayo de 1919, estudiantes universitarios se manifestaron en Pekín como reacción a la humillación infligida a China por el tratado de Versalles, que dio las colonias alemanas en su territorio a Japón. Las protestas se consideran por ello como punto de partida del nacionalismo chino contemporáneo. Pero las quejas de entonces, como el extraordinario movimiento intelectual que propiciaron, conducían a preguntas de mayor calado: ¿qué significa ser chino? ¿hacia dónde se dirige China? Su monarquía milenaria había caído sólo unos años antes, en 1911, mientras que la derrota ante Japón—en 1895—, ya había agravado el dilema existencial de una nación que, pese a considerarse a sí misma como centro del mundo, no podía competir con las potencias occidentales que aparecieron en su periferia desde mediados del siglo XIX.

A los reformistas de 1919 les movía una misma ambición patriótica: construir una China unificada y moderna que pudiera hacer frente a la inestabilidad política, superar el feudalismo de su sociedad, y contrarrestar las fuerzas imperialistas del exterior. El lema “Doctor Ciencia y Sra. Democracia” resumía el mensaje de los estudiantes. El rejuvenecimiento de la nación es parte fundamental, cien años después, del “Sueño Chino” del presidente Xi, cuando el objetivo tradicional de adquirir “riqueza y poder” se ha conseguido en buena medida: China va camino de convertirse en la mayor economía del mundo y—según esperan sus líderes—en la mayor potencia militar hacia 2049 también, coincidiendo con el centenario del establecimiento de la República Popular. Pero ¿y la modernización política?

Mientras China ocupa una posición central en la economía global, el régimen refuerza su autoritarismo, como indican las instrucciones sobre el respeto a la ortodoxia ideológica, el sistema de crédito social o la reeducación de más de un millón de uigures en Xinjiang. La contradicción no puede ser mayor entre el mundo abierto que los dirigentes chinos dicen defender y lo que practican en casa.

La semana pasada, ante 40 líderes extranjeros en Pekín, Xi intentó ganarse su confianza con respecto a la iniciativa de la Ruta de la Seda, uno de los proyectos más ambiciosos de la Historia y principal instrumento para reorientar el orden internacional a favor de China. Los cien años del 4 de mayo días después sirven de recordatorio de que la modernización china es aún una tarea incompleta. Pero como ilustraron los estudiantes de la universidad de Pekín, en 1919 y de nuevo en 1989, existe una profunda corriente humanista y patriota en la civilización china, que ningún fenómeno de involución política podrá derrotar de manera definitiva.

Rusia recuerda su presencia asiática

El encuentro entre el líder norcoreano, Kim Jong-un, y el presidente ruso, Vladímir Putin, revela que Corea del Norte está hace tiempo cambiando sus tradiciones y dándole a las relaciones exteriores y las maniobras diplomáticas una importancia que hasta hace poco despreciaba. Para el lider norcoreano, seguir rompiendo el cerco en el que él mismo se encerró es importante en una época de presión a través de sanciones económica y para el presidente ruso es fundamental enviar el mensaje de que su país no es una potencia ajena a la zona y, además, cuenta con la influencia y la potencia suficiente como para tener protagonismo.

Sin duda este encuentro no opaca el papel esencial de China y, además, aparentemente en mensaje de Putin a su colega norcoreano es mantener una vía de diálogo con Estados Unidos y Corea del Sur y aceptar el principio de desnucleraización al que sigue poniendo reparos. Probablemente por eso, el propio presidente Trump ha agradecido públicamente a Putin sus esfuerzos. Sin embargo, el presidente norteamericano no debería caer en la ingenuidad, y es difícil que sea así, de considerar el gesto ruso como una iniciativa sin profundidad. Rusia quiere tener la fiesta en paz con China mientras refuerza su presencia en las repúblicas centro asiáticas ex soviéticas, por donde discurre la nueva ruta de la seda terrestre, y el estrechamiento de lazos con ambas Coreas es una maniobra estratégica de envergadura.

La cubre Kim-Putin, pues, debe ser observada con atención y ver los próximos pasos, aunque, probablemente, Rusia será un acicate más a la firma de un acuerdo con Estados Unidos. Moscú no quiere una elevación de la tensión en la zona, entre otras cosas porque en estos momentos no está en situación de aprovecharla.

THE ASIAN DOOR: La cosmética española hace furor en el mercado digital chino. Águeda Parra.

Existe una relación muy arraigada de China por el lujo. El buen desarrollo económico del país en los últimos años ha favorecido el acceso de un número mayor de población a un mercado que sigue manteniendo ritmos de crecimiento del 20% anual en 2018 por segundo año consecutivo. China supone hoy en día un tercio del mercado mundial de lujo, que ascendió hasta los 295.300 millones de dólares en 2018.

Mantener este fenómeno en pleno auge se atribuye fundamentalmente a una creciente clase media que dispone de una mayor renta, donde los principales motores de este grupo población son los millennials y las mujeres. Una vez que las nuevas generaciones de nativos digitales están fomentando la economía digital en China, es lógico pensar que sean las ventas de lujo online las que hayan experimentado un crecimiento más robusto, un 27% superior respecto a 2017.

La nueva ley sobre comercio electrónico transfronterizo, que entró en vigor en China el pasado 1 de enero, favorecerá el incremento de las compras de lujo realizadas en el propio país, con la vista puesta en equiparar el gasto realizado fuera como dentro de China en 2025. En primer lugar, la ley está orientada a fomentar la seguridad en las transacciones ante productos falsificados y la protección de los derechos de propiedad intelectual. Otra cuestión prioritaria de la ley es reducir los costes de importación, favoreciendo un mayor consumo del lujo nacional. De esta forma, se persigue que el consumo del lujo local respecto al gasto total siga manteniendo buenas tasas de crecimiento, como demuestra la mejora del 23% al 27% entre 2015 y 2018, según Bain & Co. Como tercera medida, la ley persigue una mayor armonización del precio, buscando reducir la diferencia existente entre los mercados locales y los internacionales.

El gasto en marketing digital en China de las marcas de lujo supera ya el presupuesto que las empresas dedican a los canales presenciales, demostrando una extendida estrategia de omnicanalidad en su apuesta por conquistar a los consumidores más exigentes. Las marcas de lujo son conocedoras del potencial que tiene entre los canales online disponibles en China la omnipresente plataforma WeChat, de ahí que se haya convertido en su herramienta prioritaria de captación de consumidores a la que le dedican entre el 40% y 70%.

El sector del lujo en China tiene a la cosmética como su principal reclamo, registrando esta industria un crecimiento en 2018 del 20%, similar al que experimentó el conjunto del sector, duplicando el valor de otras categorías tradicionales como la de relojes, que solamente alcanzaron un 10%. El impulso de estas ventas está íntimamente relacionado con la innovación en los canales digitales y la apuesta por el marketing de influencers para hacerse más eco entre el público objetivo, millennials y mujeres, principalmente. La posibilidad de incorporar en las plataformas digitales las últimas tendencias de moda, y hacer accesible el estilo moderno de la calle a través de este medio, ha sido el factor decisivo del espectacular crecimiento del sector del lujo en China, y en particular, de la cosmética.

La presencia del sector de la cosmética española en China es un valor en alza. La marca España comenzó a introducirse en el mercado chino en 2015, y en solo en dos años las marcas españolas han conseguido consolidarse en China creciendo en ventas un 600%, hasta alcanzar los 115 millones de dólares (103 millones de euros). De entre las marcas españolas, Sesderma es con diferencia la que está consiguiendo alcanzar un mejor posicionamiento en el mercado chino, convirtiéndose en referente de la cosmética española a escala mundial. La mejor forma de apreciar la alta penetración de la marca en el gigante asiático se ejemplifica con las ventas generadas durante la celebración del Día del Soltero, un evento que cada año organiza Alibaba el 11 de noviembre y donde la firma española alcanzó 5,6 millones de dólares (5 millones de euros) de ventas en un solo día, comparado con los 1,34 millones de dólares (1,2 millones de euros) que registró el año anterior. Otras marcas españolas como ISDIN, Natura Bissé, MartiDerm y Puig, son parte del conjunto de empresas que están posicionando las marcas de cosmética con mucho éxito, formando parte de uno de los mercados de consumo más importantes del mundo que mueve al año unos 52.600 millones de dólares, y donde las ventas a través de las plataformas digitales generan hasta el 25% de las ventas.

Entre las claves del éxito de las marcas de cosmética española destaca la capacidad de compaginar la innovación y la tradición para posicionarse como productos de alta calidad a precios competitivos. Los millennials y turistas que visitan España son parte del descubrimiento de la cosmética española en China, al convertirse en embajadores de nuestras marcas mientras están en el país y adquiriéndolas posteriormente a través de las plataformas de comercio eléctrico existentes en China como Tmall, propiedad de Alibaba. De ahí que la cosmética española haya experimentado un crecimiento del 265% en 2017 respecto al año anterior, hasta alcanzar los 145 millones de dólares en 2017, según Global Trade Atlas, una proyección que ha permitido posicionar a España en el noveno puesto en el Top 10 de proveedores de cosmética de China, cuando en 2016 ocupaban la posición 17.

De entre el amplio tejido empresarial español, muchas son las empresas que podrían seguir la estela de la industria de la cosmética para posicionarse en el mercado. Prioritario será incluir en la estrategia de internacionalización las plataformas digitales, medio preferente de acceso a un público que sabe apreciar y valorar la calidad de nuestros productos nacionales. Un medio para elevar el posicionamiento de la marca Made in Spain a un nivel superior en el mercado chino, uno de los más competitivos del mundo.

Cómo la obsesión de Trump por ganar el Nobel lo aleja de la paz. Miguel Ors Villarejo

“Poco después de que el éxito de El arte de la negociación (1987) lo convirtiera en un supuesto experto en acuerdos”, escribe la investigadora del Fondo Carnegie para la Paz Internacional Jessica T. Mathews, “Donald Trump presionó a la Administración de George Bush [padre] para que le encomendara el diálogo con la Unión Soviética para la reducción del arsenal nuclear. Al final, el cargo recayó en Richard Burt, un veterano diplomático especializado en control de armamento. Cuando ambos coincidieron en un evento social en Nueva York, Trump cogió a Burt en un aparte y lo aleccionó sobre lo que él habría hecho (y Burt debería haber hecho) para arrancar la conversación. Recibe a los soviéticos afectuosamente, le dijo. Deja que las delegaciones tomen asiento y desplieguen sus papeles. En ese momento, levántate, apoya los nudillos en la mesa, echa el cuerpo adelante, diles: ‘¡Jodeos!’ y sal de la habitación”.

“Trump”, sostiene Mathews, “piensa que [en una negociación] lo que funciona es lo inesperado. Desconcertar al interlocutor es lo que, en su opinión, permite que acabes saliéndote con la tuya”.

No he leído El arte de la negociación, pero sí Nunca tires la toalla y varias de las operaciones inmobiliarias que Trump describe confirman la impresión de Mathews. El presidente es un hombre de acción. Ha venido al mundo a hacer grandes cosas, como la Torre Trump de Chicago o el Trump Soho Hotel, y trabaja frenéticamente desde las cinco de la mañana. Pero aquí y allá tropieza con hombrecillos que le oponen resistencia por ignorancia o por pura maldad. Su estrategia consiste en diferenciar cuáles de ellos son sensibles al halago y cuáles a la intimidación, y obrar en consecuencia. A veces te envía una legión de abogados, pero a veces te sorprende con su “conciencia ética”, como cuando se empeñó en levantar un campo de golf en Escocia y, para congraciarse con los ecologistas, creó madrigueras artificiales para las nutrias, instaló cajas refugio para los murciélagos y recolectó semillas para preservar las especies autóctonas. “La gente esperaba un duelo y, en lugar de eso, brindamos una alianza”.

No es difícil identificar este patrón en su relación con Kim Jong-un. En agosto de 2017 Trump prometió sepultarlo bajo una tormenta de “fuego e ira”, pero después de que el Amado Líder filtrara su disposición a estudiar la “desnuclearización completa de la península coreana”, el presidente cambió radicalmente su registro y declaró que Kim y él estaban “enamorados”.

Parece que Trump estableció una conexión prematura entre sus amenazas y el anuncio de Kim, incluso sugirió al Gobierno japonés que presentara su candidatura al Nobel de la Paz. Pero la desnuclearización completa de la península coreana es algo que los Kim llevan planteando desde hace 25 años. “Al referirse a la península coreana y no a Corea del Norte”, explica Mathews, “Pyongyang da a entender que se desnuclearizará cuando Estados Unidos firme un tratado de paz que dé por finalizada la guerra de Corea, disuelva su alianza militar con Seúl, repliegue sus fuerzas y desactive el escudo nuclear que protege a Corea del Sur y Japón”. O sea, una retirada general.

Aunque Trump llegó a afirmar que “Corea del Norte no supone ya ninguna amenaza”, la realidad no tardó en salir a la luz. Pyongyang se ha negado reiteradamente a facilitar una lista de los silos donde aloja sus misiles y, cuando tres meses después de la cumbre de Singapur el secretario de Estado Mike Pompeo viajó a Corea del Norte para reclamarla, Kim ni siquiera lo recibió.

Ante semejantes muestras de deslealtad, el encuentro de febrero solo podía ser un fracaso y Mathews se pregunta cuál es el siguiente paso. Por las malas ya hemos visto que no se saca nada de los Kim, pero por las buenas tampoco: después de que en 1994 se comprometieran a interrumpir la producción de plutonio, en 2002 se descubrió una instalación en la que no estaban efectivamente enriqueciendo plutonio, sino uranio.

“Corea del Norte no va a renunciar nunca a la disuasión nuclear, salvo quizás en un futuro lejano”, argumenta Mathews. Kim ha visto cómo terminaron Sadam Husein o Muamar el Gadafi y es consciente de que habrían corrido una suerte muy diferente si hubieran contado con la bomba atómica. Además, la historia enseña que, si perseveras como India o Paquistán, Washington acaba por resignarse y te deja conservar tu arsenal.

Hasta ahora, Estados Unidos ha instado a los norcoreanos a que entreguen las armas si quieren apoyo económico. “Dejen de ser una amenaza”, les dice, “y nosotros les ayudaremos a prosperar”. Pero igual hay que recorrer el camino inverso: ayudarles a prosperar para que dejen de ser una amenaza. A Kim Jong-un le preocupa el bienestar de su pueblo más que a su padre o a su abuelo, y necesita desesperadamente capitales. A cambio del levantamiento de sanciones, podría considerar concesiones más asumibles que la desnuclearización total, como dejar de realizar ensayos o congelar la fabricación de combustible atómico.

Se trata, sin embargo, de pasos modestos y poco espectaculares, por los que es poco probable que le den a nadie el Nobel. (Foto: Allan Leonard)

THE ASIAN DOOR: Hablemos de turismo chino, pero de fertilidad. Águeda Parra

Mientras la población de China envejece rápidamente, la escasez de nuevos nacimientos pone en riesgo el crecimiento económico del país. El escenario es propicio para que el gigante asiático se vea amenazado por la trampa de ingresos medios, lo que le llevaría a tener una población envejecida y, por tanto, el colapso de su crecimiento económico, antes de conseguir superar los 22.000 dólares de ingreso per cápita que establece el Fondo Monetario Internacional como ingreso medio. Según las previsiones oficiales, alrededor del 25% de la población será mayor de 60 años en 2030, un aumento del 13% desde 2010.

Si el control de la población, o más concretamente de la superpoblación, fue una de las primeras medidas adoptadas por Deng Xiaoping en 1978 para abordar el período de reformas y apertura que ha llevado al país a convertirse en segunda potencia mundial, la problemática de la población, esta vez decreciente, vuelve a convertirse en el principal reto que debe afrontar China si quiere convertirse en potencia global en 2050. Considerada como urgencia nacional, los últimos datos oficiales de 15,23 millones de nuevos nacimientos en 2018 confirman un descenso de 2 millones de niños respecto a 2017. Teniendo en cuenta que se estima que hasta el 51% de los nuevos nacimientos serán el segundo hijo de las familias, se complica aún más la situación de la población china en el corto-medio plazo, al poner de manifiesto el menor deseo de las parejas jóvenes de tener su primer hijo.

Desde que en 2016 se pusiera fin a la política del hijo único, y con la propuesta de incorporar en el Código Civil en 2020 la eliminación de cualquier referencia al número de hijos que se pueden tener, se abre la oportunidad para que las parejas chinas hagan una planificación familiar según sus deseos. Incluso para aquéllas con problemas de fertilidad. Unos 200.000 niños nacen en China por procedimientos de fecundación in vitro (FIV), un tratamiento que las parejas normalmente realizan en el extranjero buscando una mayor calidad en la atención médica y el acceso a tratamientos médicos más avanzados.

Entre los destinos más populares, Malasia se ha establecido como un referente en la región al contar con una tasa media de éxito del 65%, por encima de la media mundial que se sitúa en el 50%, la misma que tiene China. La distancia es otro factor a considerar, aunque principalmente se valora la visa de 30 días habilitada por el gobierno malayo para facilitar la estancia de los turistas que solicitan estos tratamientos. Aunque el país está destinando unos 7,4 millones de dólares para promocionarse como hub de turismo médico en la región, la percepción entre los ciudadanos chinos de que Malasia tiene un menor nivel de desarrollo hace que muchas parejas opten por Tailandia, Corea del Sur, Taiwán, Estados Unidos o Canadá como destinos preferidos para llevar a cabo este tipo de tratamientos.

Mencio, uno de los discípulos más destacados de Confucio, destacó que不孝有三,无后为大, es decir, “Hay tres cosas contrarias a la piedad filial, y no tener descendencia es la peor de ellas”. Por ello, para evitar que las familias chinas que optan por tratamientos de fertilidad recurran al turismo médico, el gobierno ha impulsado desarrollar los servicios de FIV en China, un mercado que se estima alcance los 1.500 millones de dólares en 2022, doblando la cifra de 670 millones de dólares que registró en 2016, según BIS Research. La creciente clase media en China, con mayor disponibilidad de recursos económicos, está favoreciendo el desarrollo de este tipo de turismo en busca de una mejor asistencia médica y el acceso a los tratamientos más innovadores, dedicando en estos desplazamientos unos 7.300 dólares, según Ctrip.

De este modo, se abren múltiples posibilidades para aquellas empresas extranjeras que quieran ser parte del floreciente desarrollo del mercado de salud en China, uno de los más importantes a nivel mundial con un crecimiento anual del 11%, superior al 4% que registra Estados Unidos, según la Organización Mundial de Salud. Ante la previsión de que el turismo médico alcance los 900.000 desplazamientos en 2020, respecto a los actuales 500.000, generando un gasto por viaje de unos 10.000 millones de dólares al año, las oportunidades de negocio surgen en la captación desde Europa de este tipo de turismo. No solamente se trata de que nuestras empresas hagan atractiva la opción de España como destino de turismo médico, sino que se trata también de fomentar la internacionalización hacia China de las empresas españolas más pioneras en este tipo de tratamientos.

El gasto medio asociado a este tipo de desplazamientos para tratamientos, junto a una renta creciente de las familias chinas y la eliminación de la política del hijo único son los factores que pronostican un buen desarrollo del mercado de emisión de turistas de salud chinos. Por otra parte, Beijing permite operar a clínicas de capital 100% extranjero en el país desde 2010. Una opción a la que hay que sumar la facilidad incorporada en la nueva ley de inversión extranjera, aprobada recientemente por la Asamblea Nacional Popular y cuya entrada en vigor será el próximo 1 de enero de 2020, por la que se establece para las inversiones extranjeras “un trato no menos favorable que el que se le da a los inversores locales”. Un nuevo escenario que debería fomentar el número de empresas extranjeras interesadas en realizar una internacionalización de su negocio en el mercado chino. Entre ellas, aquéllas dedicadas al mercado de la salud en general y, en particular, las que ofrecen servicios de fertilidad. (Foto: Duda Castro)

Japón, un estado de antigua data. Nieves C. Pérez Rodríguez

Con este artículo, iniciamos una serie sobre Japón en vísperas de la ceremonia de traspaso del trono del emperador Akihito al príncipe heredero Naruhito, ceremonia en la que 4Asia estará presente.

Japón -日本- que significa literalmente el país del sol naciente, es una de las naciones más pobladas de Asia, con 127 millones de habitantes y con una geografía realmente compleja. Su territorio se compone básicamente de islas. El 97 por ciento de la superficie del país lo conforman cuatro islas principales: Honshū, Hokkaidō, Kyūshū y Shikoku, y el resto, otras pequeñas 6848 islas adyacentes. Se tienen registros que las islas japonesas fueron habitadas desde la Edad de Piedra.

Cuenta la leyenda japonesa que Japón se fundó en el siglo VII a.C. por el Emperador Jinmu. Los emperadores han sido siempre una figura central en la cultura del país nipón y han ejercido como los gobernadores oficiales, aunque el poder real estuvo en manos de cortesanos, nobles o shogunes hasta la época más contemporánea. Los shogunes eran señores feudales que tenían sus propios ejércitos y sus títulos eran concedidos por el mismo Emperador quien, al otorgarlos, daba con ellos el poder de las decisiones de la nación.

En 1549 llegó a Japón a través de las rutas comerciales portuguesas el español jesuita Francisco Javier para predicar el cristianismo. Lo que con el paso de los años, despertó inquietud en el Shogunato, pues creían que eran parte de una invasión o conquista militar, por lo que decidieron cerrar las fronteras japonesas al exterior. Ese hermetismo se mantuvo más de 250 años, cuando finalmente el oficial de la Armada de Estados Unidos, Matthew Perry, a través del tratado de Kanagawa de 1854 consiguió romper el aislamiento.

Inicialmente, Perry se negó a negociar con los shogunes pues entendía que debía hacerlo con la cabeza del país, o sea el Emperador. Y después de intentarlo fallidamente comprendió que la figura del soberano estaba en una posición superior, un tanto mitificada, y que no lo lograría. El Shogunato no concebía que un extranjero y además un común se reuniera con el Emperador.  Lo que si consiguió Perry  fue que Japón abriera sus puertos al comercio con Estados Unidos a partir de ese momento.

Esa apertura a occidente incorporó cambios sociales en Japón que incomodaron a la sociedad nipona y que acabó en conflicto entre las facciones del Shogunato, desencadenado una corta rebelión civil conocida como la “guerra de Boshin”, entre 1868 a 1869, que resultó en el fin del Shogunato o corte y el retorno de todos los poderes a las manos del Emperador.

El Emperador aprovechó el momento para modernizar el Estado japonés, eliminando el sistema feudal existente hasta entonces e incorporando instituciones de corte más occidental y reformas sociales, económicas y hasta legales. Todos esos cambios impulsaron el desarrollo de Japón hacia una potencia mundial mediana de la época.

Tras el éxito de la guerra de Japón con China (1894) básicamente por controlar más territorio en el Pacífico, incluida Corea, el dominio de Asia pasó de manos chinas a japonesas por primera vez. Japón se hizo con la isla de Taiwán y el control de Corea. Y posteriormente la guerra ruso-japonesa (1904-1905), que tuvo lugar por el desacuerdo sobre quién contralaría la península coreana ya que mientras que el Imperio japonés reclamaba el control de la península, el Imperio ruso estaba en busca de un puerto que no sufriera congelamiento durante el invierno.

La victoria de Japón sobre Rusia fue un hito histórico, pues era fue la primera vez que un pueblo no caucásico ganaba a un pueblo europeo. Japón se consagró como potencia mundial en el siglo XX.

Un elemento constante en la historia japonesa desde la antigüedad hasta la primera mitad siglo XX es la existencia de emperadores, así como del componente militar. La civilización nipona ha mantenido sus costumbres y tradiciones a través de los siglos precisamente por haber sido una sociedad cerrada, a pesar de que su territorio está compuesto por islas, lo que naturalmente les obliga a salir en busca de recursos o del comercio. La lucha y las batallas se entendían como necesarias y entrenaban para estar listos cuando fuera necesario. Tal y como dice un antiguo proverbio japonés: “Ningún mar en calma hizo un experto marinero”.

Afganistán: o ceguera o faltan datos

La política exterior y de seguridad de los EEUU de Donald Trump, o es errática o responde a claves desconocidas pero se parece bastante a un troceamiento de los problemas para darle soluciones distintas en cada caso, sin tener en cuenta intereses globales y considerando que resolver el corto y medio plazo es lo mejor para los intereses nacionales de Washington sin importar las consecuencias a un plazo más largo. Si esto es así y no tiene una lógica secreta, es justo todo eso lo que parecía la política de Obama, por ejemplo respecto a la contención de Irán y su programa nuclear y de lo que fue acusada por Trump.

Afganistán es un buen ejemplo de esto. La Administración Trump ha heredado un viejo plan de Obama de buscar al sector “moderado” del movimiento talibán y tratar de llegar con él a un acuerdo posibilista y de estabilidad al que pudieran sumarse al menos algunos de los señores de la guerra sobre los que se sustenta el frágil Gobierno de Kabul. La Administración Obama apenas pudo avanzar en esta dirección porque varias matanzas a manos de los propios talibanes lo hicieron imposible, al margen de que, a la vez, irrumpieron en la escena afgana el Daesh y se registró algún atentado autónomo de Al Qaeda. Esta es la situación en estos momentos. Precisamente sobre esta base, los asesores de Trump quieren ofrecer a un sector de los talibanes un acuerdo de alto el fuego, autonomía en algunas zonas y participación en la gestión del país a cambio de combatir al islamismo del Daesh y Al Qaeda.
La situación es compleja y hay parámetros que no parecen tener en cuenta los estadounidenses. En primer lugar, no se puede deslindar la situación afgana de la de Pakistán, otra vez en estado de tensión con India, en crisis interna y con una parte importante de su población de etnia pastún, que se extiende a uno y otro lado de la frontera con Afganistán y que constituyen una parte importante de la base social de los taliban. Y a eso se podría añadir el separatismo de Beluchistán, el protagonismo de China en el país y en la región y el siempre existente interés ruso, sin olvidar que Irán es el vecino occidental de Afganistán. Y a todo eso opone Trump un acuerdo con concesiones a los talibán que permita replegar a gran parte de las tropas norteamericanas que está hoy sobre el terreno. Lo dicho, o faltan datos o sobra ceguera. (Foto: Beth Bowman)

INTERREGNUM: Ruta de la Seda 2.0. Fernando Delage

Se celebra esta semana en Pekín la segunda cumbre de la Ruta de la Seda (BRI en sus siglas en inglés). Dos años después del primer encuentro, cuatro después de la presentación del Plan de Acción de la iniciativa, y casi seis después de su anuncio por el presidente chino, el proyecto avanza en su desarrollo, desafiando a los escépticos. Las críticas sobre la falta de transparencia del programa, los riesgos medioambientales y laborales que está ocasionando, o la sostenibilidad de la deuda en que incurren los países participantes son probablemente acertadas, pero es innegable que China ha aprendido en este tiempo de sus errores.

En su intervención ante una cumbre que marcará una nueva etapa en la iniciativa, Xi Jinping intentará despejar los temores de quienes se oponen a la misma y anunciará posibles reajustes en una idea que si se caracteriza por algo es por su flexibilidad. La mejor manera de valorar BRI consiste por tanto en analizar cada proyecto concreto sobre la base de sus propios méritos. Algunos responden a claras motivaciones estratégicas y carecen de toda lógica económica; en otros prevalece en cambio la búsqueda de rentabilidad comercial e inversora a medio-largo plazo. Pero en todos ellos Pekín cuenta con el margen de maniobra que le proporciona su método de funcionamiento: pese a la retórica multilateral que le acompaña, BRI es en realidad una red de acuerdos bilaterales.

Lo que guía a los dirigentes chinos es el imperativo del crecimiento económico que asegure la estabilidad social y política interna. Tras 40 años de rápido desarrollo, su mantenimiento es un objetivo que requiere reorganizar Asia—mediante la integración del espacio euroasiático—e, incluso, la economía global. De ahí la preocupación de las grandes potencias por las implicaciones estratégicas de BRI, como ha vuelto a ponerse de relieve con ocasión de la segunda cumbre.

Estados Unidos, India, Japón y Australia han intentado dar forma a una estrategia “Indo-Pacífico” como modelo alternativo a la Ruta de la Seda y al acercamiento entre Moscú y Pekín, pero la divergencia de enfoques entre sus miembros complica su realización. Washington, que no enviará a ningún alto cargo a Pekín, ha impulsado nuevos instrumentos—como la BUILD Act y un nuevo fondo de financiación de infraestructuras dotado con 60.000 millones de dólares—cuya operatividad es aún discutible. Su aproximación unilateral no conduce por lo demás sino a profundizar en su aislamiento diplomático. India no asistió a la primera cumbre y tampoco lo hará a ésta, reiterando así su oposición a una iniciativa que en buena medida depende de ella. Por su tamaño y ubicación—India es el elemento fundamental que une los dos ejes de BRI, el continental y el marítimo—Pekín es consciente de que la hostilidad de Delhi puede hacer inviable el proyecto.

Sin sumarse tampoco a la Ruta de la Seda de manera oficial, pero permitiendo la participación de su sector privado, Japón es quizá quien ha articulado la estrategia más eficaz. En cuantos foros multilaterales participa—G7, G20, APEC o la Cumbre de Asia Oriental—Tokio está promoviendo el concepto de “infraestructuras de calidad”, con el fin de establecer unos principios comunes—transparencia, límites al volumen de deuda, impacto social y medioambiental, y coherencia con la estrategia de desarrollo de los países receptores, entre otros—que ponen en evidencia la debilidad de las prácticas chinas. Al mismo tiempo, Japón se está asociando con otros países, China incluida, para promover la financiación de infraestructuras en el mundo en desarrollo. Su no participación en BRI, no significa que Tokio no quiera dialogar con Pekín al respecto.

Sin abandonar su inquietud por el ascenso de China, los movimientos de Japón suponen un reconocimiento del sinsentido de pretender quitarle a un gigante como la República Popular su espacio, en unas circunstancias en que aumentan además las dudas sobre la posición de Estados Unidos en la región. A ningún país asiático beneficia un continente dividido en dos, ni en Eurasia ni en el Indo-Pacífico. Tampoco a ese tercero—la Unión Europea—cuyo futuro está también sujeto a la evolución del tablero económico y geopolítico asiático. (Foto: Kostas Mylonas)

La Gran Muralla, Notre-Dame y Oscar Wilde. Miguel Ors Villarejo

Notre-Dame tardó más de dos siglos en culminarse, pero Emmanuel Macron ha prometido reconstruirla en cinco años. No es lo mismo levantar una catedral desde cero que reconstruirla, pero se trata en todo caso de una diferencia de tiempo enorme, que da idea de lo mucho que ha avanzado la civilización. Nos han educado en la veneración de las Siete Maravillas del Mundo que nos legó el helenismo. El Coloso de Rodas, el Faro de Alejandría o las pirámides de Guiza se erguían imponentes en las láminas de nuestros manuales de historia, pero cualquier país mediano podría hoy replicarlas sin incurrir en un esfuerzo excesivo. La Estatua de la Libertad es más alta que el Coloso, Torrespaña le saca más de 100 metros al Faro y con lo que nos hemos gastado en el AVE a Barcelona podríamos montarnos un juego de 11 pirámides como la de Keops. En Las Vegas ya se les ha ocurrido: el hotel Luxor replica el mausoleo egipcio y, aunque no lo iguala en tamaño por 30 metros, es mucho más acogedor.

Durante siglos la obra más cara de la humanidad fue la Gran Muralla. La firma británica de material de construcción Travis Perkins calculó hace unos años lo que supondría erigir las llamadas Nuevas Siete Maravillas, de las que la fortificación china forma parte, y concluyó que podría entregar sus 21.000 kilómetros en 18 meses, y no a lo largo de 2.000 años y varias dinastías. Eso sí, el presupuesto se iría hasta los 62.000 millones de euros. Es un dinero, sin duda, pero la Gran Mezquita de la Meca la gana por 40.000 millones.

El Coliseo de Roma, otra de las Nuevas Siete Maravillas, saldría por 461 millones de euros, con lo que ni siquiera estaría entre los 20 edificios más caros. En cuanto al Taj Mahal, símbolo del lujo oriental durante tanto tiempo, Travis Perkins te lo podría dejar en 80 millones, una miseria comparado con lo que los superricos del siglo XXI pagan por sus mansiones.

La propia Notre-Dame no costó más de 250 millones, según estima la tesis de la investigadora Amy Denning. Esta suma no es ni la mitad de los 700 millones que, dos días después de que la catedral ardiera, se llevaban recaudados en donaciones privadas. Esta espectacular reacción de solidaridad revela que la impresión que dejan en nuestro ánimo estos monumentos supera claramente su importe económico (que, por otra parte, resulta sorprendentemente bajo).

Quizás Oscar Wilde estaba después de todo equivocado cuando apuntó que “el hombre moderno conoce el precio de todo y el valor de nada”. (Foto: Sebastien Poncelet)