THE ASIAN DOOR: El billón de dólares que necesita el clima. Agueda Parra

Reducir los cambios profundos que están por llegar, y que hasta el momento han generado que el mundo haya elevado su temperatura 1,1ºC desde los niveles preindustriales, es el principal objetivo de la cumbre anual de las Naciones Unidas COP27 celebrada en Sharm el-Sheikh, Egipto. Mientras los objetivos de este tipo de encuentros internacionales se mantienen, ¿cuál es gran desafío de esta cumbre? No es otro que alcanzar mayor implicación de los países más contaminantes para conseguir un presupuesto climático que pueda dar respuesta a los efectos del calentamiento global.

El cronómetro del partido de la COP27 que enfrenta a las economías más contaminantes con los países en desarrollo, y que están sufriendo mayor impacto por el cambio climático, sigue avanzando, pero el resultado podría quedar de nuevo en tablas. No obstante, los nuevos estudios que se aportan en cada edición arrojan datos cada vez más preocupantes para una y otra parte.

Entre los países más contaminantes, los estudios presentados en esta COP27 apuntan a que Estados Unidos, que junto con China son los dos países más contaminantes del mundo, se ha calentado un 68% más rápido que todo el planeta en su conjunto. El calentamiento de la parte continental habría crecido hasta 2,5ºC desde 1970, reflejando los efectos de un patrón climático donde las áreas terrestres se calientan más rápido que los océanos, y donde las altitudes más altas se calientan más rápidamente que las altitudes más bajas. Esto ha generado que, al menos en Estados Unidos, los desastres naturales pasen de producirse una vez cada cuatro meses en la década de 1980 a una vez cada tres semanas en la actualidad.

En los países en desarrollo, con infraestructuras menos avanzadas, el impacto del cambio climático ejerce más presión, con sequías e inundaciones recurrentes que lastran el desarrollo económico y social, haciendo más difícil para millones de personas tener acceso a agua potable. La COP27, marcada por una agenda que incluye el concepto de “pérdidas y daños”, una idea que han puesto a debate los pequeños estados insulares, refleja claramente esta idea de compensación a los países en desarrollo por los desastres originados por el cambio climático, como las recientes inundaciones de Pakistán, y que tienen su origen en décadas de industrialización de los países avanzados.

Monetizando los efectos del calentamiento global, el presupuesto climático necesario para afrontar los desastres generados ascendería a un billón de dólares que, según esta idea de pérdidas y daños, deberían afrontar los países ricos que acumulan un volumen mayor de emisiones históricas. Desde el punto de vista de las renovables, el presupuesto en tecnologías verdes es similar, ya que se estima que son necesarios hasta 1,3 billones de dólares en inversión en energía verde hasta 2030 para limitar la temperatura global acordada en la Cumbre de París, según Bloomberg.

El testigo optimista que dejó la pasada COP26 en Glasgow, resaltando que todavía era factible alcanzar el límite de los 1,5ºC respecto a la época preindustrial, ha dado paso a un escenario algo más alarmista en la COP27. Solamente un año después, las referencias de los expertos apuntan a que seguramente se sobrepasará el límite climático en la década de 2030. Para entonces, quedan 80 meses para tener un 67% de posibilidades de quedarse por debajo del ambicioso objetivo de los 1,5ºC.

Acabar la COP27 con el optimismo demostrado en la COP26 parece, por tanto, ser el mayor desafío. La guerra en Ucrania y una creciente desaceleración económica mundial podría llevar a postergar durante un tiempo los objetivos climáticos. Sin embargo, como toda crisis es también una oportunidad, la reducción de la dependencia del gas ruso debería ser el punto de inflexión que impulsara las tecnologías verdes, favorecidas por un auge en la energía solar y los bajos costes que está alcanzando la nueva generación de tecnologías verdes para así conseguir que el pico de emisiones contaminantes se alcance para 2025.

THE ASIAN DOOR: Una COP26 poco agresiva mientras China anuncia su plan. Águeda Parra

En las semanas previas a la celebración de la COP26 en Glasgow, Reino Unido, la atención se ha centrado en las altas expectativas puestas sobre el encuentro, esperando que la cumbre fuera recordada por establecer una hoja de ruta más ambiciosa y agresiva contra el cambio climático. En estos días, el análisis científico independiente proporcionado por Climate Action Tracker ha presentado los riesgos de no hacer todo lo posible mientras todavía se está a tiempo, planteado diferentes escenarios según la senda de crecimiento de las emisiones actuales. Un escenario que, aunque pesimista, ha conseguido arrancar apenas un par de acuerdos entre los líderes asistentes a la COP26.

De continuar la evolución actual de emisiones de gases de efecto invernadero, las predicciones indican que solamente la trayectoria de emisiones correspondiente a los países del G20 ya conducirían a un calentamiento de 2,4 ºC al final de este siglo, lejos del objetivo fijado de no superar los 1,5 ºC respecto a los niveles preindustriales. Tras el descenso registrado durante los meses de mayor impacto de la pandemia, los ritmos de recuperación económica están generando un repunte de las emisiones de gases contaminantes entre los países del G20, que podría elevarse hasta un 4%, según un informe de Climate Transparency. De hecho, los veinte países más ricos del mundo son responsables de alrededor del 75% de los gases contaminantes.

Durante la celebración de las cumbres climáticas afloran numerosos análisis y estimaciones que muestran el avance de los planes climáticos. Entre ellos, destaca el emitido por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente que advierte de que el mundo solamente dispone de ocho años para reducir a la mitad los gases de efecto invernadero si se pretenden alcanzar los compromisos del Acuerdo de París. Un planteamiento que revela, asimismo, que con los compromisos anunciados por los países del G20 solamente se conseguirá reducir las emisiones en un 7,5%.

Compromisos sí, pero quizá no todos los que se esperaban. Desde Washington se ha buscado que los dos mayores emisores de carbono del mundo, entre Estados Unidos y China acumulan el 40% de las emisiones globales de carbono, alcanzaran un acuerdo que pudiera anunciarse durante la cumbre. Las reuniones preparatorias no han sido exitosas, y la falta de asistencia de Xi Jinping a la COP26 ha rebajado la expectativa de que se pudieran alcanzar objetivos más ambiciosos.

Tres días antes de que se celebrara la COP26, China ya realizó uno de los anuncios más relevantes de la cumbre. Se trata del “Plan de acción de pico de emisiones de carbono de China 2030”, en definitiva, la contribución nacional (NDC, por sus siglas en inglés) para las próximas décadas donde se especifica el despliegue sectorial de reducción de emisiones. Sin fijarse nuevos límites a los ya anunciados, el documento sí especifica que la intensidad energética se reducirá en más de un 65% (las emisiones de CO2 por unidad de PIB) con respecto a los niveles de 2005, cuando antes se barajaba una intensidad entre el 60% y el 65%. El documento también eleva la proporción de consumo de combustibles no fósiles en el mix energético hasta el 25% en 2030, que mejora las previsiones respecto del objetivo anteriormente anunciado del 20%.

Entre las propuestas que han tenido un mayor éxito durante la cumbre climática figura el compromiso de poner fin a la deforestación en 2030, firmado por más de cien líderes mundiales, China entre ellos, que incluye fondos públicos y privados que alcanzan los 19.000 millones de dólares. Los países firmantes agrupan el 85% de los bosques del mundo, recuperando un compromiso que ya se formalizó en 2014, aunque en esta ocasión se espera que tenga un mayor éxito por el volumen de la financiación prevista y por los países clave que apoyan el compromiso.

Una de cal y otra de arena. El compromiso colectivo de reducir las emisiones de gas metano en un 30% para 2030, que incluye entre los países clave a Estados Unidos y Europa como dos de los mayores consumidores de gas natural, es otro de los acuerdos alcanzado por más de 90 países, dos tercios de la economía mundial. Entre los ausentes figuran China, Rusia e India que, conjuntamente, generan alrededor de un tercio de las emisiones de metano.

Dos grandes acuerdos, aunque uno de ellos no haya sumado los esfuerzos de todas las partes, que constatan que no se hayan alcanzado las expectativas creadas antes de la celebración de la COP26. Se esperaba una cumbre de acuerdos agresivos que frenaran significativamente el aumento de las temperaturas y las emisiones de carbono a nivel mundial que, finalmente, no ha sido tal.

Kerry, ¿Intereses propios por encima de los ambientales? Nieves C. Pérez Rodríguez

John Kerry, el delegado especial para el medio ambiente, encargado de trabajar en pro de las políticas de protección ambiental se encuentra en el centro de la polémica en Washington.

Los demócratas han tenido el medio ambiente como prioridad en los últimos años, basándose en los estudios que aseguran que el calentamiento global es una realidad que está destruyendo el planeta y que es imperativo tomar acciones al respecto.

Estados Unidos es el segundo país más contaminante del planeta, contribuyendo al 15% de la contaminación mundial.  De esa cuota contaminante el 29% de los gases de efecto invernadero los produce el sector de transporte, el principal emisor y por lo que la actual Administración de EEUU se ha comprometido a dar un giro radical e invertir en los vehículos verdes o recargables. Y el segundo sector es el eléctrico que emite el 25% de los gases.

En ambos sectores el uso de combustibles derivados de fósiles es muy alto, por lo que Biden presentó un ambicioso plan para reducir las emisiones de esos gases entre un 50 y un 52% para el 2030 en la Cumbre de líderes sobre el clima, organizada por la Casa Blanca en abril.

Kerry, quién fue senador por Massachussets durante 28 años hasta que sustituyó a Hillary Clinton como Secretario de Estado en 2013 durante el segundo mandato de Obama, trabajó en pro del ambiente desde el Departamento de Estado. Es bien conocido como un activista verde desde hace muchos años y ha usado políticamente esta bandera para mantenerse activo y brillando en las esferas políticas estadounidenses y también en las internacionales.

Conoció a su actual esposa, Theresa Heinz, en un evento ambiental, Ella es también conocida por su caudalosa fortuna y su trabajo filantrópico en esta área.  Justamente, a finales de la semana pasada se hacía público que Heinz es beneficiaria de un fideicomiso que ha invertido más de 1 millón de dólares en un fondo de inversión que a su vez invierte en la tecnológica YITU.

YITU Technology es una empresa china de inteligencia artificial, creada en 2012 y de acuerdo con su propia definición “integra tecnologías de IA con aplicaciones industriales para un mundo más seguro.  Se dedican a la investigación de la inteligencia artificial para encontrar soluciones integrales para la visión artificial, la escucha y la compresión”.

Durante la Administración Trump, el Departamento de Comercio incluyó a YITU en la lista negra de empresas chinas “implicadas en violaciones y abusos de derechos humanos, en la implementación de la campaña de represión, detención arbitraria masiva y vigilancia de alta tecnología contra los uigures, los kazajos y otros miembros de grupos minoritarios musulmanes en China.

El escándalo podría llegar a trascender a gran escala debido a que Kerry ha sido una piedrita en el camino al momento de pasar legislación a favor de los uigures. De acuerdo con una fuente del congreso, cada vez que están intentando empujar legislación que denuncia los abusos del Partido Comunista chino hacia las minorías musulmanas, Kerry ha trabajado tras bastidores para prevenir que esa legislación salga adelante.

John Kerry ha insistido en enfocarse exclusivamente en el tema ambiental, desestimando otros puntos cruciales. “Sí, tenemos problemas, varios y problemas distintos, pero ante todo este planeta debe ser protegido”, fueran las palabras de Kerry al ser interpelado al respecto de los abusos que sufren los uigures en China.

Kerry, quien ha estado en China avanzando trabajo contra el cambio climático y quien está promoviendo energías más limpias se convierte en el centro de la polémica además porque es precisamente China el país que más ha invertido en el sector de paneles solares, en efecto, la explotación de la mano de obra china salpica este gremio y en concreto la mano de obra uigur que es responsable de gran parte de la producción de estos paneles, que precisamente tienen como fin la reducción de la emisión de carbono.

Curiosa manera de fomentar la necesidad de parar el cambio climático. Por un lado, intentado sumar a la causa a China como principal país contaminante, quién además está padeciendo tremendos problemas con el uso del carbón, tanto por su escasez como por la contaminación que produce el mismo. Por otro invirtiendo patrimonio propio en empresas chinas cuya misión es convertirse en los espías digitales del Partido Comunista chino para poder mantener control y coacción social de sus ciudadanos.  Y mientras tanto en Washington Kerry usa su influencia para evitar que legislación uigur sea aprobada.

Lo que sí es seguro es que los republicanos presionarán por una respuesta de la Casa Blanca en los próximos días y veremos si Kerry seguirá su lucha por el clima o más bien le toque luchar por demostrar su inocencia…

 

THE ASIAN DOOR: La revolución verde de China. Águeda Parra

Visión a largo plazo y objetivos ambiciosos para afrontar el cambio climático. Éste es el modelo ofrecido por el presidente de China, Xi Jinping, en su discurso ante la 75º Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU). En este contexto, los próximos 40 años serán decisivos para hacer efectiva la transición mundial hacia un modelo de desarrollo verde y de bajo consumo en combustibles fósiles.

El anuncio realizado por China tiene dos aspectos muy positivos. En primer lugar, el adelanto de la fecha para llegar al pico de emisiones de CO2. El compromiso en el ámbito de la Cumbre de París sobre Cambio Climático para alcanzar este nivel estaba fijado para el año 2030. Sin embargo, ha sido en la intervención del presidente chino cuando se ha expresado la determinación de que este objetivo se cumpla antes de 2030. Y, en segundo lugar, se ha fijado el año 2060 como la fecha en la que se alcanzará la neutralidad de carbono. Esto supone alcanzar el nivel de emisiones cero en un tiempo menor que Europa, que ya alcanzó ese objetivo pico en la década de 1990 contando, por lo tanto, con más tiempo para conseguir la neutralidad climática.

La posición de China como el país más contaminante del mundo, suponiendo el 28,8% de las emisiones de CO2 globales, según el último informe Statistical Review of World Energy publicado por BP, se compensa con el que hecho de ser referente mundial en renovables. En el mix de consumo energético, el consumo de combustibles no fósiles creció un 29% en 2018, y supone el 27,9% de la electricidad total generada en el país en 2019. De modo que este nuevo anuncio no solamente refuerza la posición del gigante asiático como actor relevante en la lucha contra el cambio climático, sino que aporta una fecha de referencia para el resto de países emisores. Un anuncio que, en definitiva, muestra la planificación que contempla China para estructurar el desarrollo energético del país para los próximos 40 años y que anima a fortalecer la confianza mundial en la lucha por el cambio climático. En la práctica, el objetivo de China se traducirá en que solamente la acción del gigante asiático promoverá la reducción del calentamiento global entre 0,2 y 0,3 grados, según Climate Action Tracker (CAT).

El anuncio de China se produce poco después de que la Unión Europea (UE) incremente hasta al menos un 55% el objetivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 como parte del Pacto Verde Europeo (Green Deal). La falta de concreción en la última Cumbre UE-China no aplica, sin embargo, a la visión compartida que tiene Europa y el gigante asiático de trabajar conjuntamente para cumplir con los acuerdos que conduzcan a una neutralidad climática. El compromiso de fijar una fecha concreta en la que se alcance el fin de las emisiones contaminantes se ha convertido en un hecho histórico que ayudará a que otros grandes países emisores se unan a un proyecto de dimensión mundial en la lucha contra el cambio climático.

Entre las medidas que China ha venido contemplando para neutralizar las emisiones de CO2 durante los últimos años destaca la estrategia de abordar grandes plantaciones de árboles. El proyecto, que contempla incrementar la cobertura forestal del país del 21,7% al 23% entre 2016-2020, ha contado con iniciativas como la de replantar un área equivalente a la superficie de Irlanda. Sin embargo, el gobierno chino considera que estas medidas no van a ser suficientes para cumplir ambos objetivos.

Habrá que esperar a la publicación del próximo Plan Quinquenal para conocer los objetivos concretos de “recuperación verde” que plantea China para después de la pandemia del COVID-19. El anuncio en sí mismo ya se considera un paso imprescindible para reducir la huella de carbono del país, que enfrenta efectos del cambio climático sin precedentes que van desde inundaciones de magnitudes históricas a períodos de tifones irregulares. De ahí que la inversión en fabricar baterías para conseguir la implantación masiva de coches eléctricos esté en el punto de mira de los objetivos energéticos verdes de China más inminentes.

THE ASIAN DOOR: Davos, China y plásticos, ¿roles convergentes? Águeda Parra

La reunión anual en Davos del Foro Económico Mundial (World Economic Forum, WEF) no ha resultado ser el mejor escenario para tomar acciones contundentes que frenen el cambio climático. A pesar de que el tema central de esta edición era “Stakeholders for a Cohesive and Sustainable World”, es decir, “Interesados en un mundo Cohesivo y Sostenible”, no parece que haya habido consenso en las medidas a adoptar entre los 3.000 participantes de más 130 países. Por ejemplo, aunque los científicos estiman que la aviación comercial produce cerca del 5% del calentamiento global, han sido más de 1.500 personas las que han asistido al evento en jet privado, dando una indicación de que el debate sobre el cambio climático es de largo recorrido.

En esta lucha contra reloj, China se está posicionando como uno de los países más activos en la lucha contra el cambio climático, con el objetivo de reducir los efectos medioambientales que la contaminación puede producir en el crecimiento de su economía y en la salud de su población. China reúne las dos caras de la moneda; es al mismo tiempo el país que realiza más emisiones de efecto invernadero, unos 10.330 millones de toneladas de CO2 en 2019, y es líder en producción de energías renovables.

La reciente situación de inestabilidad económica internacional, bajo un escenario de guerra comercial, ha propiciado que China haya hecho un mayor uso del carbón para mantener su economía, siendo el responsable de gran parte del crecimiento de las emisiones globales durante 2019. Sin embargo, aunque Estados Unidos y Europa están reflejando descensos respecto a los niveles alcanzados hace un año, Estados Unidos duplica la contaminación per cápita de China, alcanzando la primera economía mundial una tasa de 16,14 toneladas métricas per cápita frente a las 7,95 que registra el gigante asiático.

Al margen del uso del carbón, China está dando importantes avances en la prohibición del uso de plástico con medidas que han propiciado cambios en la multimillonaria industria de los residuos y el reciclaje. El gigante asiático ya no considera que ser el receptor de gran parte de la basura mundial sea un negocio rentable. La magnitud de las importaciones, que en 2015 alcanzaron 46 millones de toneladas, asociadas a unos no siempre eficientes controles sobre este sector, han propiciado problemas de contaminación medioambiental y de salud pública. La medida entró en efecto en enero de 2018, generando un cambio disruptivo a nivel global. Por una parte, se genera un efecto en cadena entre los países emisores, entre ellos Reino Unido. Entre 2012 y 2016, el gobierno británico envió al país asiático de media el 65% de los residuos de plásticos generados por el país. De hecho, China comenzó a ser el mayor importador de residuos en la década de 1980, promoviendo un modelo que ha llevado a que desde 2012 sea el receptor del 56% de los residuos plásticos exportados a nivel mundial. Por otra parte, se genera un efecto positivo, motivado por la necesidad de impulsar medidas a nivel nacional de reciclaje de residuos para seguir manteniendo en funcionamiento a las empresas del sector.

En esta línea, la estrategia para combatir los efectos del cambio climático en China no solamente se centran en frenar la importación de plástico, sino en generar nuevas políticas que conduzcan a reducir el uso de plástico diario que hace el país. De los 15 millones de toneladas que consume el país, unos 2,4 millones acaban en el mar. De ahí, que el siguiente paso en la estrategia haya sido reducir el uso de los plásticos de un solo uso. Se eliminará progresivamente de los supermercados y de los grandes almacenes de las grandes ciudades, una medida que también va a afectar al servicio de reparto de comida que en los países asiáticos normalmente se suele realizar en bolsas de plástico. Con esta medida, China se suma a la estrategia adoptada por otros países como Francia, Tailandia, Nueva Zelanda o Indonesia que están prohibiendo la utilización de plásticos de un solo uso. Con ello, el gigante asiático busca reducir la estimación de crecimiento en generación de basuras que se espera en la zona de Asia Oriental y Pacífico y que pasará de una media de 204 millones de toneladas en 2016, a 296 millones de toneladas en 2050.

Los objetivos son ambiciosos, el crecimiento económico lo requiere. La nueva medida prohibirá los plásticos de un solo uso a finales de 2020 y con ello se espear reducir su consumo en un 30% en 2025. Sin duda una medida que posiciona a China a la cabeza de los países que están tomando medidas tangibles en la lucha contra el cambio climático y que revertirá en la salud del planeta. Una prioridad que debería estar entre las principales políticas de los gobiernos de todo el mundo.

THE ASIAN DOOR: China y la emergencia climática. Águeda Parra

Las cumbres sobre el cambio climático recuerdan una realidad con la que convivimos y ante la que las economías de todo el mundo reaccionan con políticas dispares. La posición de China y Estados Unidos, primer y segundo país más contaminante del mundo, es bien distinta. Mientras el primero ha incorporado políticas gubernamentales para reducir las emisiones de dióxido de carbono según el compromiso adquirido como país firmante del Acuerdo de París, el segundo ha decidido retirarse del tratado mundial del clima con efectividad 2020.

Los años de uso intensivo del carbón sobre los que Estados Unidos y Europa han basado su crecimiento económico, y que han propiciado un historial de emisión de gases de efecto invernadero considerable, es la razón por la que algunos grupos ecologistas consideren que estas dos regiones deberían asumir la mitad del coste de reparar los efectos nocivos causados al medioambiente. China también se suma a esta petición, ya que considera que los países desarrollados están haciendo muy poco por detener el calentamiento global, en especial Estados Unidos.

La falta de un compromiso mayor a nivel mundial ha motivado que 2018 haya marcado un nuevo récord de emisiones de gases de efecto invernadero, aunque la aportación de los países al cambio climático ha sido desigual. Europa es la única región que ha reducido sus emisiones de dióxido de carbono, hasta un 1,3% entre 2017-2018, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE). En el resto del mundo, existen tres focos contaminantes situados en India, que incrementó sus emisiones un 4,8%, Estados Unidos, que creció un 3,1%, mientras China aumentó un 2,5%. De los tres países, solamente China e India están comprometidos por ajustarse a los compromisos del acuerdo de París con políticas que contemplan, entre otras medidas, la reducción de la dependencia del carbón para la generación de energía. China e India son el reflejo de que Asia concentra un número elevado de este tipo de plantas, con antigüedad media de 12 años, frente a los 40-50 años de vida estimada de este tipo de instalaciones, dificultando aún más si cabe la transición hacia la generación de energía limpia.

China afronta el sexto año de lucha contra la polución con el compromiso de que las emisiones de dióxido de carbono alcancen su punto máximo en 2030, reflejando un descenso significativo desde ese momento. De esta forma, el gigante asiático aborda la lucha contra el cambio climático a la vez como un desafío y una oportunidad. El gigante asiático se enfrenta a una población que envejece rápidamente y que acumula problemas respiratorios crónicos que afectan directamente a la esperanza de vida de la población. De ahí que el desafío para China sea mejorar la calidad del aire que conlleve una mejora en los estándares de salud medioambiental. En los últimos años, China ha conseguido reducir la concentración de partículas contaminantes en el aire una media del 32%, teniendo impacto directo sobre el incremento de la esperanza de vida, que podría aumentar hasta en 2,4 años la expectativa actual de mantenerse estos niveles de reducción de polución del aire. Un valor que podría incrementarse en 1,7 años adicionales cuando China alcance los estándares que se ha marcado, y que podrían convertirse en 4,1 años si se alcanzaran los estrictos niveles que ha propuesto la Organización Mundial de Salud. Iniciativas del tipo como la plantación de árboles en una extensión del tamaño de Irlanda son medidas adicionales que está abordando China y que corresponden al objetivo de incrementar su superficie forestal en un 23% en esta década.

Desde el punto de vista de la oportunidad, China está apostando por la innovación en renovables como medio de reducir progresivamente las emisiones industriales que se generan por la excesiva dependencia del carbón. El gigante asiático es a la vez el país más contaminante del mundo, pero también el que más inversión destina a la generación de energía limpia, además de ser el país que dispone de mayor capacidad de energía renovable. Por sexto año consecutivo, China lidera la inversión mundial en renovables, hasta los 91.200 millones de dólares en 2018, una cifra un 37% inferior a la alcanzada en 2017 principalmente motivada por el efecto de la supresión de ciertos subsidios gubernamentales, siendo la más baja desde 2014. Por su parte, la inversión en Europa se situó en 61.200 millones de dólares, mientras Estados Unidos alcanzó los 48.500 millones de dólares, lo que implica que en cuestión de renovables China invierte casi dos dólares por cada dólar que aporta Estados Unidos.

Las políticas por fomentar las renovables en China están favoreciendo la inversión extranjera en el mayor mercado del mundo y cuyos ritmos de crecimiento son testimonio de cómo evoluciona la implementación de nuevas formas de energía a nivel mundial. En el caso de las multinacionales españolas, destaca la presencia de Siemens Gamesa en el despliegue de los parques eólicos en la región china de Xinjiang, un proyecto que refuerza su presencia en el mercado del gigante asiático y que además afianza la tercera posición en el Top de principales fabricantes de turbinas eólicas del mundo en 2018, según Ren21, detrás de la danesa Vestas y la china Goldwind, en primera y segunda posición, respectivamente. Solamente un año antes Siemens Gamesa ocupaba la segunda posición mundial, pero el impulso de la iniciativa Made in China 2025 comienza a dar sus resultados y las empresas chinas en el sector de las renovables están compitiendo por conseguir una mayor cuota de mercado que les haga líderes del mercado de las renovables en las próximas décadas.

El inesperado líder contra el cambio climático. Isabel Gacho Carmona

Bien es sabido que el desarrollo económico chino ha estado basado en el carbón como fuente de energía. Desde la perspectiva de las élites, la degradación medio ambiental era un precio necesario a pagar para el crecer y acabar con la pobreza extrema.

Hasta la década de los 2000, China no se propuso en ningún momento reducir sus emisiones de CO2. De hecho, los líderes temían los intentos de interferencia de países occidentales en nombre de la protección medioambiental. Esta situación ha cambiado hasta tal punto que, en 2015, en París, China se presentó al mundo como firme defensor y hasta como líder de la lucha contra el cambio climático. ¿Qué ha llevado a Pekín a tomar esta dirección?

Con las primeras reformas económicas impuestas por Deng Xiao Ping desde 1978, se fue abandonando la planificación y virando hacia una economía de mercado, que se empezaría a consolidar a partir de 1992. Durante los primeros años de apertura se impulsó la economía del país, sin embargo, la escasez de energía frenaba el crecimiento económico.

Esta necesidad de energía se traduciría en una transición energética. Hubo algunas reformas en los años 80, pero es en la década de los 90 cuando podemos hablar de una verdadera transición. Quizá sus rasgos más característicos fueron la aceleración de la demanda de energía primaria, sobre todo hidrocarburos, pero su carácter todavía muy continuista en lo que se refiere a la dependencia del carbón. De hecho, según las proyecciones, el carbón seguirá siendo la columna vertebral del sistema, aunque pierda relevancia en términos relativos con la entrada en el juego de otras fuentes de energía.

A partir de los 2000 se pone en la mesa reducir la dependencia del carbón y la inversión en energías renovables. Lo hemos visto en occidente a lo largo de los siglos XIX y XX, el desarrollo económico viene con una fase deterioro medioambiental seguido de otra de búsqueda de la sostenibilidad. La aparición de clases medias urbanas favorece este cambio. Pero si es un cambio de paradigma que ya hemos vivido en occidente, ¿Por qué China, que apenas acaba de empezar a darlo, se está erigiendo cómo líder? Y, ¿Por qué ahora?

China es un país con muchas particularidades: su inmensa población, su régimen político, sus grandes reservas de carbón… Que son factores que no hay que dejar de tener en cuenta. Pese a estas singularidades, las fases de desarrollo que ha seguido son muy similares a las que siguieron las otras potencias globales actuales. La diferencia radica en el tiempo.

China ha crecido más tarde y más rápido que el resto de las potencias que se podrían erigir como líderes de este cambio. Tras muchos años creciendo en la sombra, China se encuentra ahora viviendo una etapa de moderación en su crecimiento y con una proporción de clase media urbana mucho mayor que años atrás. Estos ingredientes se traducen en un escenario propicio para dar un giro ambiental en su desarrollo. El hecho de que hayan llegado a esta situación a la vez que se erige como potencia global y a la vez que la lucha contra el cambio climático ocupa un lugar predominante en la agenda mundial es un hecho insólito y se presenta como una oportunidad.

Esta situación se ha dado, para más inri, en un contexto de declive de la hegemonía estadounidense a favor de un orden global multipolar, y China se quiere presentar como potencia responsable. Entre los actores que podrían liderar este cambio nos encontramos a una Unión Europea pionera en políticas de desarrollo sostenible y protección ambiental, pero con una falta clara de voz y acción en política exterior a nivel global. Por otro lado, nos encontramos a un Estados Unidos proteccionista, centrado en sí mismo y, lo más importante, negacionista del cambio climático.

En definitiva, se han juntado muchos factores que dan sentido a la situación actual. Sin embargo, no hay que perder de vista que, pese a los esfuerzos y a la retórica, sigue siendo el país que más CO2 emite del mundo.

Para más información, consulte este artículo publicado en companias-de-luz.com: https://www.companias-de-luz.com/los-movimientos-migratorios-y-el-cambio-climatico/

Una China bella. Gema Sánchez.

(Foto: Ankhbayar Tumurbaatar, Flickr) Ahora que en Madrid se habla tanto de los índices de contaminación atmosférica y de los protocolos municipales para intentar disminuir las emisiones procedentes del tráfico rodado, me cuenta un amigo residente en Pekín que, en esta ciudad, acaban de entrar en alerta naranja. Los medidores (el más fiable el de la Embajada de EE. UU.) han registrado niveles de dióxido de nitrógeno de hasta 269 microgramos el metro cúbico, más de diez veces el valor que la OMS establece como seguro, que son 25 microgramos. (Para que los lectores se hagan una idea, la media anual en Madrid en 2016 fue de 39.) Ante tal situación, las autoridades recomiendan que los niños, ancianos y enfermos no salgan a la calle.

El desarrollo acelerado y descontrolado de China en las últimas décadas ha provocado un envenenamiento del medioambiente. A las densas columnas de humo que expulsan las fábricas, se une el humo de millones de vehículos y, la semana pasada, el encendido de las calefacciones que siguen empleando carbón como combustible. Todo ello se agrava por la ausencia de viento y lluvia que podrían limpiar la densa nube. Hay que recordar que en Pekín se llegó a alcanzar en diciembre de 2015 un valor superior a 500 microgramos, el tope de los sistemas de medición.

La exposición a unos niveles tan elevados de contaminantes produce afecciones respiratorias severas, no en vano 1,5 millones de personas mueren al año en China por causas relacionadas con la contaminación. La población está preocupada, la mayoría ya se ha acostumbrado a usar mascarilla como un complemento más de su atuendo callejero y, los más afortunados, pueden respirar un ambiente algo más limpio en su hogar mediante el uso de filtros. Pero ¿qué se puede hacer?

Las autoridades chinas reiteran que están adoptando medidas para rebajar la polución; sin embargo, no parece que estén dando los resultados positivos esperados. Un informe del Centro Tyndall para Investigación del Cambio Climático de la Universidad de East Anglia (Reino Unido) afirma que “las emisiones mundiales de NO2 parecen estar subiendo, después de un período estable de 3 años”, y el 28% de ese total corresponde a China. El coautor del mismo informe, Glen Peters, habla de que China está teniendo un repunte en las emisiones, un 3,5% en 2017. Estos datos parecen encajar muy bien con el retorno a las viejas políticas de producción industrial, características del modelo económico de crecimiento de los últimos años y, aunque están buscando la forma de cambiar el modelo por otro más eficiente, no es una tarea sencilla y conseguir resultados llevará tiempo.

El presidente Xi Jinping, en su discurso en el 19º Congreso Nacional de octubre, se comprometió a reducir la contaminación y cuidar el medio ambiente, lo expresó de una forma más poética: lograr “una China bella”. Él sabe que la polución preocupa a millones de compatriotas y que puede generar descontento, lo cual encendería todas las alarmas. Sabe también que, tan importante como volcar esfuerzos en conseguir que China sea reconocida internacionalmente como una gran nación, lo es conseguir unos estándares de vida razonables, donde no entrarían tales niveles de contaminación sostenidos durante mucho tiempo. Habría que recordar un viejo proverbio chino: “antes de iniciar la labor de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu propia casa”.