THE ASIAN DOOR: La revolución verde de China. Águeda Parra

Visión a largo plazo y objetivos ambiciosos para afrontar el cambio climático. Éste es el modelo ofrecido por el presidente de China, Xi Jinping, en su discurso ante la 75º Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU). En este contexto, los próximos 40 años serán decisivos para hacer efectiva la transición mundial hacia un modelo de desarrollo verde y de bajo consumo en combustibles fósiles.

El anuncio realizado por China tiene dos aspectos muy positivos. En primer lugar, el adelanto de la fecha para llegar al pico de emisiones de CO2. El compromiso en el ámbito de la Cumbre de París sobre Cambio Climático para alcanzar este nivel estaba fijado para el año 2030. Sin embargo, ha sido en la intervención del presidente chino cuando se ha expresado la determinación de que este objetivo se cumpla antes de 2030. Y, en segundo lugar, se ha fijado el año 2060 como la fecha en la que se alcanzará la neutralidad de carbono. Esto supone alcanzar el nivel de emisiones cero en un tiempo menor que Europa, que ya alcanzó ese objetivo pico en la década de 1990 contando, por lo tanto, con más tiempo para conseguir la neutralidad climática.

La posición de China como el país más contaminante del mundo, suponiendo el 28,8% de las emisiones de CO2 globales, según el último informe Statistical Review of World Energy publicado por BP, se compensa con el que hecho de ser referente mundial en renovables. En el mix de consumo energético, el consumo de combustibles no fósiles creció un 29% en 2018, y supone el 27,9% de la electricidad total generada en el país en 2019. De modo que este nuevo anuncio no solamente refuerza la posición del gigante asiático como actor relevante en la lucha contra el cambio climático, sino que aporta una fecha de referencia para el resto de países emisores. Un anuncio que, en definitiva, muestra la planificación que contempla China para estructurar el desarrollo energético del país para los próximos 40 años y que anima a fortalecer la confianza mundial en la lucha por el cambio climático. En la práctica, el objetivo de China se traducirá en que solamente la acción del gigante asiático promoverá la reducción del calentamiento global entre 0,2 y 0,3 grados, según Climate Action Tracker (CAT).

El anuncio de China se produce poco después de que la Unión Europea (UE) incremente hasta al menos un 55% el objetivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 como parte del Pacto Verde Europeo (Green Deal). La falta de concreción en la última Cumbre UE-China no aplica, sin embargo, a la visión compartida que tiene Europa y el gigante asiático de trabajar conjuntamente para cumplir con los acuerdos que conduzcan a una neutralidad climática. El compromiso de fijar una fecha concreta en la que se alcance el fin de las emisiones contaminantes se ha convertido en un hecho histórico que ayudará a que otros grandes países emisores se unan a un proyecto de dimensión mundial en la lucha contra el cambio climático.

Entre las medidas que China ha venido contemplando para neutralizar las emisiones de CO2 durante los últimos años destaca la estrategia de abordar grandes plantaciones de árboles. El proyecto, que contempla incrementar la cobertura forestal del país del 21,7% al 23% entre 2016-2020, ha contado con iniciativas como la de replantar un área equivalente a la superficie de Irlanda. Sin embargo, el gobierno chino considera que estas medidas no van a ser suficientes para cumplir ambos objetivos.

Habrá que esperar a la publicación del próximo Plan Quinquenal para conocer los objetivos concretos de “recuperación verde” que plantea China para después de la pandemia del COVID-19. El anuncio en sí mismo ya se considera un paso imprescindible para reducir la huella de carbono del país, que enfrenta efectos del cambio climático sin precedentes que van desde inundaciones de magnitudes históricas a períodos de tifones irregulares. De ahí que la inversión en fabricar baterías para conseguir la implantación masiva de coches eléctricos esté en el punto de mira de los objetivos energéticos verdes de China más inminentes.

El Tíbet, la otra represión. Nieves C. Pérez Rodríguez

La mal llamada “liberación pacífica del Tíbet” de Mao tuvo lugar en 1950 cuando el Ejército de Liberación Popular de China entró a la región del Himalaya a combatir las fuerzas enemigas de Xian Kai-sheck, que se encontraban en los alrededores del territorio. El Tíbet para entonces gozaba de autonomía y los países occidentales y vecinos mantenían relaciones directas con la región y había intercambios comerciales fluidos. Tras la derrota del ejército de Xian Kai-Sheck y de las tropas tibetanas, el Tíbet tuvo que negociar con el gobierno chino. Acordaron que el Tíbet reconocería que era parte del territorio chino y Beijing por su parte aceptaría respetar el estatus del Dalai Lama, la autonomía política de la región y el mantenimiento de una estructura autóctona del Tíbet.

El acuerdo no se cumplió y la injerencia del gobierno chino seguía aumentando. Las autoridades del PC chino siempre han dicho que hay que eliminar los comportamientos tibetanos porque le hacen daño a la gente y afecta su productividad. Seguramente basado en el principio marxista que dice que las religiones son el opio del pueblo.

Beijing esperó el momento para comenzar a estrangular el acuerdo y 5 años más tarde había creado un todo un sistema administrativo paralelo al del Tíbet, impuso políticas restrictivas y comenzó a confiscar las riquezas de los monasterios budistas, lo que produjo el levantamiento de Litang en 1956 en los que participaron monjes y Beijing respondió con bombardeos, lo que llevó a la escapada del Dalai Lama al exilio y un cambio total de la estructura social tibetana. Entre los 60 y los 70 Beijing envío grandes contingentes de chinos han -la etnia mayoritaria- para repoblar la región. Aunque la situación mejoró considerablemente durante la era de Den Xiaoping, el territorio y el pueblo tibetano nunca vieron sus libertades autónomas restablecidas. Por el contrario, la década de los 90 trajo más restricciones para los tibetanos, aunque paralelamente Beijing hacía movimientos diplomáticos de cara a la galería mientras el Dalai Lama aumentaba su popularidad y reconocimiento.

La semana pasada se publicó un informe de la Fundación Jamestown en Washington D.C. en el que se afirma que el modelo que se implantó en el Tíbet se exportó a Xinjiang en cuanto al sistema de control social y prohibición de prácticas religiosas apoyado en un riguroso sistema de vigilancia social a través de cámaras ubicadas por todos los rincones de las ciudades. Aunque el informe va más allá, y sostiene que ahora el sistema de los centros de reeducación impuestos en Xinjiang -y de los cuales está publicación se ha hecho eco extensamente- están siendo copiados en el otro sentido, de Xinjiang al Tíbet.

Chen Quanguo fue el encargado en el 2011 de desarrollar el sistema policial del Tibet, que tal y como afirma un artículo de Kelsang Dolma publicado en Foreing Policy, es el sistema de mayor control en el mundo. El mismo personaje fue designado en el 2016 como secretario del PC chino en Xinjiang e impuso el mismo modelo en la región de los uigures. Chen fue también sancionado por el departamento del Tesoro estadounidense en julio de este año por su implicación en casos de abusos de los derechos humanos en ambas regiones.

El informe afirma que se tienen pruebas que desde el 2005 había algo parecido a unos centros de formación profesional en Lhasa, pero a una escala pequeña. El décimo primer plan de la nación china, que comprende el periodo del 2006 al 2010, especificaba que se llevaría a cabo un entrenamiento profesional en la Región del Tíbet.

En el 2012, en la Región de Chamdo se inició un entrenamiento militar para transformar la mano de obra del campo. En el décimo tercer plan nacional chino, que comprende el 2016-2020, el objetivo era entrenar a 65.000 tibetanos, incluidos rurales y de las urbes. Para el 2016 en Chamdo ya se habían establecido 45 de estos centros vocacionales de entrenamiento. Imágenes satelitales demuestran que en el 2018 uno de los centros fue expandido y cerrado con paredes altas de unos 3 metros de altura y rodeado por una cerca metálica.

Además del entrenamiento, estos centros recopilan datos y mantienen seguimiento de los ciudadanos. Con la excusa de ayudar con la búsqueda de trabajo, los participantes sin empleo deberán retornar ahí por lo que el control y rastreo es total.

Bajo la idea de “aliviar la pobreza” el PC chino establece estos centros vocacionales que tal y como describe el informe, son de naturaleza coercitiva y no de reclutamiento voluntario como intentan vender. Es un cambio radical de vida para los tibetanos, del nomadismo y la agricultura a la mano de obra asalariada.

En mayo del año en curso entró en rigor la “ley de la unidad étnica obligatoria” que busca la chinización del pueblo tibetano. Tiene como objetivo socavar el idioma, la cultura y la identidad del tibetano. Esta ley intenta materializar lo que no se ha podido conseguir en los últimos 60 años.

En el Tíbet ya existía un sistema altamente intrusivo de control, el llamado gestión de las redes sociales, en el que se controlaban los movimientos de los ciudadanos. Pero de continuar la exportación del modelo de los centros de Xinjiang, las escuelas vocacionales se convertirán en otro filtro más de rastreo social a pesar de -al menos de momento- no sean centros de internamiento extrajudicial como son en Xinjiang.

De acuerdo al informe, tan sólo en lo que va del 2020 medio millón de tibetanos provenientes de zonas rurales han recibido entrenamiento en estos nuevos centros de formación profesional. El plan del PC chino consiste en que los agricultores y pastores tibetanos entreguen sus tierras y rebaños a cooperativas administradas por el gobierno, por lo que pasan a ser asalariados. La formación profesional que reciben la hacen bajo un estilo militar rígido muy parecido, si no igual, al que hemos descrito que se lleva a cabo en Xinjiang, y es la razón por la que muchos expertos los describen como campos de concentración.

El informe afirma que estas acciones “son el ataque más fuerte nunca dirigido al modo de vida tibetano desde la revolución cultural de 1966 a 1976”.

Las políticas de Xi Jinping se parecen cada día más a las de Mao Zedong, a pesar de los años transcurridos, la espectacular transformación económica china y de la presión internacional contra la eliminación de los derechos de las minorías. Mientras Xi se pasea por los foros internacionales hablando de respeto, en China el respeto a quienes no siguen la línea oficial a rajatabla, practiquen algún tipo de creencia, o disientan en algún aspecto son vistos como peligro para el mantenimiento de los objetivos del partido.

INTERREGNUM: Pekín-Teherán. Fernando Delage

Con el apoyo de la administración Trump, el acuerdo de Israel con Emiratos y Bahréin apunta a una reconfiguración de gran alcance del escenario geopolítico de Oriente Próximo. Es previsible que otros Estados árabes sigan por este camino, incluyendo a Arabia Saudí (sin cuyo visto bueno nada de esto estaría ocurriendo). En su aparente intención de reducir la presencia directa de Estados Unidos en la región, la Casa Blanca avanza así en su objetivo de que sean Israel y Arabia Saudí quienes defiendan sus intereses, al compartir ambos—pocas cosas más les une—la obsesión anti-iraní del actual presidente norteamericano. Es una operación que abre, no obstante, nuevos riesgos locales, además de incentivar un mayor juego por parte de China en un espacio cada vez más inseparable de la dinámica euroasiática.

El acuerdo de Abraham ha sustituido el conflicto israelo-palestino por Irán como eje de las relaciones entre parte del mundo árabe y el Estado judío. Los palestinos son los grandes perdedores, al hacerse aún más inviable la solución del conflicto. Lo que no pueden percibir sino como una traición provocará sin duda su radicalización. Al mismo tiempo, se trata de un pacto entre gobiernos, construido a espaldas de las sociedades árabes, cuyos sentimientos hacia Israel son bien conocidos.  Representa, por tanto, un problema más que añadir a las quejas populares sobre desigualdad, corrupción y discriminación que ya amenazan la estabilidad política de los regímenes árabes.

Por otra parte, las ramificaciones de estos hechos no se limitan a la región. En Asia meridional, por ejemplo, Pakistán no puede sentirse más incómodo y desorientado. Pero son los movimientos chinos los que tienen mayores implicaciones. No es casualidad que el aumento de la presión sobre Irán coincida con la firma de un ambicioso acuerdo entre Pekín y Teherán. El anuncio—filtrado por Irán en julio y, hasta la fecha, ni confirmado ni desmentido por China—del compromiso de Pekín de invertir 400.000 millones de dólares en infraestructuras en la república islámica durante los próximos 25 años a cambio del acceso a los recursos petrolíferos del país, representa otra sacudida para el statu quo regional. 

Para Irán, el acuerdo es un salvavidas para una economía en situación crítica. Para China, representa un triple logro: además de asegurarse recursos energéticos a largo plazo, podrá avanzar en el desarrollo de las redes transcontinentales de interconexión que darán forma a la Ruta de la Seda, a la vez que desafía los esfuerzos de Washington dirigidos a aislar económicamente a Irán. El entendimiento de ambos gobiernos, resultado de la aproximación más estrecha que han construido desde la firma—en 2016—de una “asociación estratégica integral”, debe interpretarse en consecuencia desde una perspectiva global y, de manera más particular, en el contexto de la creciente interdependencia entre las grandes economías asiáticas y las de Oriente Próximo. Aunque tras el acercamiento China-Irán hay, en efecto, un juego geopolítico, éste no puede separarse de un proceso de integración económica que se reforzará durante las próximas décadas, en el que China e Irán—como India—desempeñarán un importante papel.

El acuerdo supone un giro notable por parte de los clérigos iraníes, cuya misión siempre ha consistido—entre otros elementos—en evitar toda dependencia de actores externos. Para algunos observadores, Teherán puede haber cedido a Pekín lo que los Pahlevi nunca dieron ni a Reino Unido, primero, ni a Estados Unidos, después. No menos llamativo resulta que China lo haya logrado sin poner en peligro su relación con Arabia Saudí, principal enemigo de Irán, donde operan centenares de empresas de la República Popular y se negocia, incluso, un acuerdo de cooperación nuclear.

Sube la tensión militar en el Pacífico

El verano ha sido testigo de ejercicios y maniobras militares de gran envergadura que han tenido como escenario preferente los disputados mares del sur de China que Pekín quiere hacer de exclusiva soberanía china contra los criterios de tribunales internacionales. En cada uno de estos ejercicios se han encontrado fuerzas aeronavales de EEUU y Japón, actuando juntas, y fuerzas chinas observando y recordando sus reclamaciones a la vez que reiterando su vieja aspiración de extender su dominio a Taiwán.  

 El pasado mes de agosto, EE.UU. desplegó ejercicios conjuntos con Japón y sus aliados en el Indo-Pacífico, en los que dos bombarderos B-1s, estacionados en Guam, se unieron a dos B-1s que llegaron desde Estados Unidos. En este “gran ejercicio de entrenamiento”, que comenzó el lunes 17 y terminó el domingo 18 de agosto, también participaron la fuerza de Ataque Reagan, el Cuerpo de Marines, los cazas F-35 Lightening IIs con base en Japón y cazas japoneses.

El Gobierno chino, por su parte, informó el 18 de septiembre del inicio de maniobras militares cerca del estrecho de Taiwán. Se trata, explicó China, de “una acción razonable y necesaria, dirigida a la situación actual en la región”, que tiene como objetivo ulterior proteger “la soberanía e integridad territorial” de China. Además, los días 21, 22 y 23 envió, por separado, dos aviones de combate hacia la isla.

En estos momentos, y tal vez en relación con la dura campaña electoral estadounidense, crecen las alarmas respecto a una hipotética intervención militar china en Taiwán que algunos expertos han llegado a sugerir que podría producirse la primera semana de noviembre, coincidiendo con las elecciones norteamericanas. Aunque hay que resaltar que aunque en los círculos militares oficiales de Washington el nivel de alerta y vigilancia hayan aumentado, no se considera probable una intervención china directa en Taiwán en las actuales circunstancias.

Hasta hace relativamente poco tiempo se consideraba que China no constituía un rival militar para Estados Unidos en caso de un enfrentamiento abierto. Pero, aunque hoy parece seguir siendo válida esa afirmación, las distancias se han acortado. China ha venido haciendo un enorme esfuerzo presupuestario para potenciar sus capacidades aeronavales, ha modernizado sus fuerzas terrestres, se ha ido desprendiendo  de sus dependencias, tanto de material como de doctrina, de Rusia y ha pasado de es esquema básicamente defensivo (que no ha abandonado) a desarrollar capacidades de despliegue de fuerzas fuera de su territorio. Cuando EEUU, con  Nixon, impulso los lazos con Pekín, el gran rival era la URSS y en ese escenario aquella política tenía más sentido. Pero hoy, sin dejar de ser Rusia un desafío a tener en cuenta en determinados escenarios, el reforzamiento político, comercial y militar de China exigen otra atención y otros planes desde Europa y EEUU.

Otra estacada para China. Nieves C. Pérez Rodríguez

En cuenta atrás para las elecciones, en un panorama político muy áspero, con una división social que parece agudizarse cada día y en medio de la peor pandemia que hemos conocido, la Administración Trump sigue su campaña por mantenerse en el poder mientras continúa su lucha con Beijing.

Los anuncios al final de la semana pasada venían de manos de la Secretaria de Comercio, que en esta ocasión ponía plazos para prohibir el uso de las plataformas Wechat y Tiktok. A pesar de que ya se había advertido sobre posibles bloqueos o prohibiciones, no deja de ser una estacada más a las ya complejas relaciones entre Washington y Beijing.

El pasado 6 de agosto Trump firmaba una orden ejecutiva que prevenía a los ciudadanos y empresas estadounidenses de la prohibición del uso de estas aplicaciones en un plazo de 45 días. En desarrollo de esa orden se oficializa la prohibición y tal y como decía el comunicado del Departamento de Comercio se explicaba que “se han tomado acciones significativas para combatir la recopilación maliciosa de datos personales de los ciudadanos estadounidenses por parte de China, al tiempo que promovemos valores nacionales conforme con las normas democráticas basados en la aplicación agresiva de la ley estadounidense”.

El debate en Washington se ha centrado en el peligro que representan estas plataformas para la seguridad nacional, la política exterior y la economía de los Estados Unidos. Por lo que la medida imponía un bloqueo a las tiendas de Apple y Google para que no puedan ser descargadas -a través de ellas- ninguna de las dos aplicaciones.

Wechat es una plataforma de mensajería multipropósito, pues funciona parecida a WhatsApp -mensajes de textos, de voz, envío de videos, llamadas- pero con más opciones y más usuarios en el mundo, pues desde el 2018 tiene 2 mil millones de usuarios activos. Es también una aplicación de videojuegos y de pago o envío de dinero, por lo que la prohibición afectará a entidades bancarias, negocios e individuos que la utilizaban para hacer transacciones diarias. La llaman el “super app” porque reúne las funciones de Twitter, Facebook, Google Play, WhatsApp y Slack.

Tiktok, por su parte, es una plataforma que permite crear, editar y compartir videos, mientras da la opción a los usuarios de interactuar entre sí comentando sus videos, compartiéndolos y además cuenta con una opción de mensajería directa. Inicialmente las cuentas eran públicas de forma predeterminada, lo que dejaba la biografía del perfil abierta, el nombre y la imagen del usuario, por lo que los usuarios sin importar su edad podían ser vistos y estaban accesibles a otros usuarios, lo que fue una de las primeras confrontaciones en los Estados Unidos.

Tiktok se concibió para permitir el envío de mensajes directos entre usuarios, lo que ocasionó que adultos interactuaran con niños. Esto abrió una primera batalla en la que el ente de protección al consumidor estadounidense (Federal Trade Commission, FTC por sus siglas en inglés) basándose en la ley de protección de la privacidad de niños (Children´s Online Privacy Protection) llevó el caso al Departamento de Justicia y la operadora de videos china acordó a pagar 5.7 millones de dólares. Lo que es la pena civil más alta por haber violado la privacidad de menores hasta el momento.

Además del pago millonario acordado en febrero del 2019, TikTok fue obligada a respetar la ley de protección de la privacidad de niños y, por lo tanto, tuvo que retirar videos de menores de 13 años para poder seguir operando en territorio estadounidense el año pasado.

Para ambas aplicaciones la prohibición de descargarlas entraba en vigor el lunes. Pero en el caso de Titktok se había concedido seguir una extensión hasta el 12 noviembre, con la idea de dar ocho semanas de gracia en las que se propiciara un acuerdo con la firma tecnológica estadounidense Oracle.

Para sorpresa de todos, a tan sólo 24 horas de que la prohibición entrara en rigor, el mismo Trump anunciaba que el acuerdo se había concretado e indirectamente se atribuía el éxito de este. Aunque no se conocen detalles, se ha hecho público que Oracle y Walmart tendrán el 20% de participación en lo que ahora será TikTok Global.

Para eliminar las dudas sobre brechas de seguridad de la plataforma, Tiktok se separará de ByteDance, que es la empresa china que la creo en sus comienzos, y Oracle le proveerá de una nueva nube -cloud- con el propósito de acabar con las dudas sobre el malicioso uso, manejo y almacenamiento de la data.

Tiktok prometió también pagar 5 mil millones de dólares al Departamento del Tesoro estadounidense para crear una iniciativa educativa, que es parte de lo que ha venido promoviendo Trump, de que detrás de un buen negocio siempre el Estado recibir algún beneficio.

Trump es un profundo convencido de su gran capacidad para hacer acuerdos, sus famosos “deals” que no siempre son en efecto un buen negocio. Pero lo que se puede ver con la nueva prohibición de Wechat y el acelerado acuerdo de Tiktok es el famoso juego de presión, que tanto le gusto a Trump y que a priori a dado resultado.

A tan solo 6 semanas de la contienda electoral que puede reelegirlo o por el contrario, derrotarlo, Trump va a usar el acuerdo como un éxito más de su gestión. Sin embargo, con tan pocos datos es apresurado afirmar que es en efecto, un buen negocio, o por lo menos la duda del riesgo para la seguridad nacional sigue estando muy presente, pues el 80% de la partición de TikTok seguirá estando en manos chinas, aunque la propuesta tenga contemplado agregar más ejecutivos estadounidenses.

THE ASIAN DOOR: ¿Amenaza para el dólar? Bienvenido yuan digital. Águeda Parra

La carrera por la supremacía tecnológica se está convirtiendo en la gran protagonista del siglo XXI. En el mismo orden de importancia en el que se desarrolló la Trampa de Tucídides en el siglo V a.C., enfrentando a Esparta con el rápido ascenso de Atenas, siglos después es China quien aspira a convertirse en potencia tecnológica mundial. En esta nueva batalla, el gigante asiático rivaliza con Estados Unidos gracias a disponer de un floreciente ecosistema digital que avala su aspiración. Ser el primero en lanzar la moneda digital puede ser su siguiente gran conquista.

China parte con la ventaja de contar con el mayor grupo de early-adopters de las nuevas tecnologías del mundo, además de disponer de un sistema de pagos digitales muy extendido desarrollado por los principales titanes tecnológicos chinos, como WeChat Pay y Alipay, propiedad de Tencent y Alibaba, respectivamente, que actualmente cubren las necesidades para efectuar pagos no sólo en el ámbito online, sino también en los pagos de proximidad en el mundo offline.

Las plataformas de pagos móviles son la forma más ampliamente utilizada por los consumidores en China. Contando con que el gigante asiático tiene poco más de la mitad de su población conectada a Internet, unos 880 millones de usuarios, el 86% utiliza el pago digital como medio de pago más habitual, según PricewaterhouseCoopers. La influencia de la Ruta de la Seda Digital hace que los países asiáticos sean los siguientes en la lista, mientras que la media mundial está situada en torno al 34%, muy lejos del volumen de transacciones que se manejan en China. Principal ventaja para abordar en mejor posición que el resto de sus rivales la revolución digital que está por venir a nivel mundial.

El despliegue del yuan digital a escala nacional supondría redirigir hacia un modelo estatal a los más de mil millones de usuarios de las aplicaciones de pago favoritas entre los consumidores chinos, y que conjuntamente generan un mercado que alcanza en volumen de transacciones los 19 billones de dólares, según iResearch. El monopolio de los pagos online de los titanes tecnológicos chinos podría llegar a su fin tras haberse iniciado una nueva fase de pruebas que ya incluye la incorporación de estas aplicaciones de pagos online en el nuevo sistema.

Las monedas digitales van a desempeñar un papel muy importante en la futura economía digital. China y el renminbi digital, dentro de las conocidas como Digital Currency/Electronic Payment (DCEP), forma parte de las futuras monedas digitales que están desarrollando los bancos centrales, las conocidas en inglés como Central Bank Digital Currency (CBDC). En este nuevo esquema de la revolución digital, China aspira a ser la primera de la clase, poniendo en peligro la hegemonía del dólar en los mercados internacionales. Un desafío geopolítico y geoeconómico más a sumar a la lista de los desencuentros que enfrentan a las dos principales economías del mundo, esta vez incorporando al renminbi en la competición por la definición de la economía del futuro.

Desde que China comenzara a avanzar en la concepción de una moneda digital en 2014, pasando a crear el Instituto de Investigación de la Moneda Digital en 2017, hasta el momento solamente nueve países han iniciado proyectos pilotos para implementar una CBDC, destacando Suecia y Corea del Sur entre los miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos). Del resto de países del organismo, solamente una docena de ellos ha iniciado la fase de investigación, Estados Unidos entre ellos.

Las pruebas pilotos para la implementación del DCEP se han llevado a cabo en Chengdu, Shenzhen, Suzhou, y Xiong’an, haciendo que la nueva moneda sea parte de los subsidios que reciben los funcionarios chinos, para pasar después a incorporar a empresas internacionales en el progreso de transformación, Starbucks y McDonald’s entre ellas. El siguiente paso en este desafío será abordar el sistema monetario mundial, con la vista puesta en cuestionar la hegemonía del dólar. ¿Qué posibilidades tendrá la nueva moneda digital china de dominar los mercados?

INTERREGNUM: Protestas en Tailandia. Fernando Delage

Desde hace varios meses se multiplican las protestas en Tailandia. Los manifestantes, en su mayoría estudiantes, han reclamado nuevas elecciones y cambios constitucionales, así como una investigación oficial sobre la desaparición de políticos de la oposición, algunos de los cuales fueron encontrados muertos en el extranjero. Durante las últimas semanas, la reforma de la monarquía—institución sagrada para los tailandeses—también se ha convertido en una de sus principales demandas. El 16 de agosto, unas 10.000 personas se reunieron en torno al monumento a la democracia en Bangkok, desafiando el estado de emergencia impuesto por la pandemia. Pese a las advertencias de las autoridades, el pasado fin de semana fueron más de 50.000 personas las que, según los organizadores, respondieron a una nueva convocatoria masiva frente al Palacio Real en la capital.

Tres grandes factores impulsan esta movilización popular, a la que se han sumado otros sectores sociales, como los sindicatos. El primero de ellos es la decepción con las expectativas de cambio político depositadas en las elecciones de marzo de 2019, las primeras celebradas tras el golpe de Estado de 2014. Aunque un nuevo partido que atrajo el voto de los jóvenes tailandeses, Futuro Adelante, logró la tercera posición con 80 escaños, la organización fue disuelta posteriormente por el Tribunal Constitucional, y su líder inhabilitado para la vida política durante 10 años.  La economía es una segunda variable: a los peores índices desde la crisis financiera de 1997-98 se suma la pérdida de los dos grandes motores de crecimiento del PIB tailandés—las exportaciones y el turismo—como consecuencia del coronavirus.

Una tercera motivación tiene que ver con el cambio de percepción que se ha producido con respecto al papel político de las fuerzas armadas y de la corona. Hay un extendido cansancio con el gobierno militar, y con la acumulación de poder y riqueza por el rey Maha Vajiralongkorn, monarca que carece del carisma y del respeto popular de los que gozó su padre, el rey Bumiphol, fallecido en 2016. Los manifestantes aspiran a una monarquía que no interfiera en el gobierno y esté sujeta a la ley.

No parece probable que el gobierno o el rey vayan a atender sus demandas. Los precedentes históricos y el poder del ejército hacen temer, por el contrario, el recurso a la violencia o, incluso, a un nuevo golpe. Pero ocurra lo que ocurra, los estudiantes tailandeses—como los de Corea del Sur a finales de la década de los ochenta—han transformado la polarización política nacional en una lucha de identidad a favor de los valores democráticos. Aunque por ello mismo son vistos como una amenaza por los defensores de la corona, el ascenso de su movilización revela en realidad la vulnerabilidad del autoritarismo. En juego están el futuro de la democracia y de la segunda mayor economía del sureste asiático. Sólo una nueva Constitución y unas elecciones libres permitirán evitar un conflicto mayor.

China, nuevos retos

China está a punto de cerrar un gran acuerdo político-comercial con Irán. Pekín invertiría centenares de miles de millones de euros en infraestructuras iraníes y Teherán facilitaría la extensión territorial hacia Occidente de la Ruta de la Seda, además de ofrecer facilidades logísticas en sus puertos del sur. Con ello, Irán trata de paliar las consecuencias de las sanciones estadounidenses por sus desacuerdos sobre el programa nuclear iraní, y China pone una pieza más en su estrategia diplomática de consolidar sus influencias en Oriente Medio.

Sin embargo, las negociaciones están pasando por dificultades. Por una parte, algunos sectores del régimen iraní están planteando su desconfianza por lo que han llegado a denominar colonialismo chino y consideran excesivas las condiciones planteadas por Pekín, que de momento no se han hecho oficialmente públicas. Por otra parte, el acercamiento Pekín-Teherán preocupa a Pakistán, hasta ahora socio preferente de China en la región, ya que hay frontera entre ambos países y China tiene ya puertos comerciales y militares en la costa sur pakistaní.

No hay que perder de vista que Pakistán, país islámico de mayoría sunní y con sectores muy radicalizados, es, a su vez, aliado de Arabía Saudí y enemigos ambos de un Irán de mayoría chií y enfrentado militarmente en Yemén a través de grupos aliados, con la propia Arabia.

Y un tercer elemento. El viraje de los países árabes de mayoría sunní hacia una oficialización de sus relaciones comerciales con Israel y un reconocimiento de este país, está cambiando los equilibrios de poder y poniendo en alerta los apoyos de Irán a grupos palestinos suníes per que se sienten traicionados.

En este proceloso mar tiene que navegar China que, a su vez, tiene crecientes acuerdos comerciales con Israel y con los saudíes. El proverbial pragmatismo chino tiene ante sí varios retos complicados.

El Tíbet y China, ¿David contra Goliat? Ángel Enriquez de Salamanca Ortiz

El Tíbet es una región situada al suroeste de la República Popular China, su líder, el Dalai Lama, elegido por los Dioses, es el dirigente de esta región.

Aunque esta región fue independiente, perteneció durante siglos a las dinastías chinas y, no fue hasta 1913, cuando esta región se declaró, unilateralmente, independiente de China. Poco después de la Guerra Civil China y la proclamación de la RPCh el 1 de Octubre de 1949, en 1950, Mao Zedong invadió esta región. El 23 de mayo de 1951 el PCCh y el gobierno del Tíbet firmaron el armisticio, “El acuerdo de los 17 puntos”, una paz injusta para los tibetanos que culmino con el exilio del Dalai Lama y con las protestas de 1959.

Desde entonces, se han sucedido protestas por todo el mundo en favor del Tíbet, con el lema “Free Tíbet” y personajes famosos como Richard Gere apoyan la causa. El Dalai Lama ha manifestado en repetidas ocasiones su interés, no por la cooperación entre China y el Tíbet, sino por la independencia, por considerar el acuerdo injusto y bajo coacción. Durante la década de los sesenta, la CIA ofreció ayuda al pueblo tibetano con armamento y entrenamiento militar, pero esta ayuda no se hizo en pro de esta región, sino para socavar a los gobiernos comunistas de la URSS y China en plena Guerra Fría.

El 15 de junio de 1988, en Estrasburgo, Francia, el Dalai Lama dio un discurso a los diputados del Parlamento Europeo, elogió a Europa por ser una región que había pasado de la enemistad a la fraternidad y abogó por la libertad de su región, independiente desde su nacimiento hace más de 2.000 años. Sucesivas reuniones y charlas ha dado el Dalai Lama en el Parlamento Europeo abogando por la libertad de su pueblo, pero la Unión Europea solo condenó el “asesinato de personas pacíficas” y llama al dialogo entre estas regiones. En el otro lado, China, ha llegado a poner como comparación al conflicto China-Tíbet, el conflicto que hay en España con Cataluña, una región española que también busca la independencia, y califican los movimientos pacíficos tibetanos como un arma para confundir a la opinión pública.

¿Por qué China quiere al Tíbet?

El Tíbet es una región que representa, aproximadamente, el 20% de todo el territorio de la República Popular China y, por si fuera poco, tiene recursos como Oro y Uranio, muy útil para el desarrollo nuclear.

El Tíbet es la región más alta del mundo y, en ella, se encuentra el Himalaya, una cordillera que comparten Bután, India, Nepal, Pakistán y China. En esta cordillera nacen los grandes ríos de Asia: el río Mekong, de más de 4.880 kilómetros, y que atraviesa China, Birmania, Laos, Tailandia, Camboya y Vietnam, alimenta a millones de personas en todos estos países ofreciendo más de 2 millones de toneladas métricas de pescado al año, es uno de los ríos con más biodiversidad del mundo y riega 54 millones de hectáreas en la cuenta del bajo Mekong; el río Yangtsé de más de 6.000 kilómetros o el río Amarillo (Hua He) de casi 5.500 kilómetros. Todos estos ríos nacen en la meseta tibetana y tener el control o la llave de este recurso hídrico puede ser crucial para controlar la región.

Durante los últimos años, el río Mekong ha sufrido sequias y bajadas del caudal y países como Tailandia y Laos acusan a China de almacenar grandes reservas de agua – por ejemplo, con la presa de Manwan o Xayaburi que provoca el desplazamiento de aldeas enteras  –  lo que hace que en las partes bajas del rio haya sequias que afectan a millones de personas dependientes de la pesca y agricultura. China, por otro lado, afirma que la estación lluviosa en la región de Yunnan ha sido cada vez menos intensa y se ha ofrecido a dar información sobre el caudal del rio, una información poco fiable según sus países vecinos. Pero este conflicto entre China y Tailandia, Camboya o Laos no es nuevo. Ya en 1957, se fundó el Comité del Mekong que fue sucedida por la Comisión del Rio Mekong en 1995 con el fin de coordinar el desarrollo de los recursos hídricos del río y la protección ambiental de todo el cauce, una comisión formada por Tailandia, Camboya, Laos y Vietnam y que, obviamente, no incluye a la República Popular China.

Además del control del agua, en esta región hay otros puntos conflictivos, entre los que podemos destacar: Arunachal-Pradesh, una zona en disputa entre los dos titanes de Asia, China e India, disputa que provocó algo más que palabras en 1987. Actualmente forma parte de India, pero Pekín lo considera como parte de la Región Autónoma del Tíbet; también se encuentra en conflicto Aksai-Chin, en Cachemira, una región perteneciente a la RPCh, zona de vital importancia estratégica para Pekín, que une Lhasa, capital del Tíbet, con Sinkiang, región de los Uigures; por último el paso de Nathu-La, zona de peregrinación que llevó a enfrentamientos militares entre ambos titanes en 1967.

Los conflictos del Himalaya se remontan al legado británico en 1947, un legado fronterizo que no dejo satisfecho ni a India ni a China que ha provocado guerras territoriales entre ambos países ya en 1962.

Mantener el control sobre el Tíbet se ha convertido en un objetivo vital para China, no solo es un punto clave geoestratégicamente por el control del agua (vital para la vida) y control de sus recursos, sino también, para mantener su hegemonía ante Pakistán e India.

Si el Tíbet logra su independencia, posiblemente, sería el inicio de una reacción en cadena, no solo Arunachal-Pradesh o Aksai-Chin, sino que también otras regiones como Hong-Kong podrían ver la luz al final del túnel y escapar de la dictadura de China.

Ángel Enriquez de Salamanca Ortiz es Doctor en Economía por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Relaciones Internacionales en la Universidad San Pablo CEU de Madrid

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@angelenriquezs

China necesita a Xinjiang sumisa

La política china de imponer un modelo cultural homogéneo en todo su territorio y de reducir a la menor expresión posible la identidad de sus minorías étnicas no está determinada solamente por un sentido de superioridad de los han que se siente como la expresión genuina de la esencia nacional china. Los han constituyen el 92% de la República Popular China, el 98% en Taiwán y el  75% en . Los han se dividen en diferentes subgrupos con sus características propias. Aunque siempre han sido mayoría, a lo largo de la historia de china los han han estado sometidos en algunos períodos a otras minorías dominantes, como por ejemplo durante la dinastía Qing (1644-1912), dominada por la etnia manchú, que vetaba los puestos de administración a los han, y durante la dinastía Yuan, cuando fueron sometidos a la supremacía de los mongoles. De ahí nace un supuesto derecho a la hegemonía en todo el territorio. La existencia en Xinjiang, también conicida como el Turkestán oriental, de una población diversa, de religión musulmana y en la que los uigures son mayoritarios, no es cómoda para el modelo nacional comunista de Pekín.

La cercanía de la región a países que comparten cultura y religión islámica con presencia de corrientes radicales constituye, a la vez, un riesgo y una coartada para la cada vez más dura represión china.

Pero, además, la región ha adquirido importancia estratégica para la expansión china hacia Occidente y el establecimiento de bases militares y comerciales en el Índico en su asociación con Pakistán. En ese plan es fundamental la utilización, en un territorio pacificado y controlado, de la carretera entre Kasgar (Xinjiang) y Gwadar, en la costa pakistaní cercana a la frontera con Irán.

Y el control de la ruta en la parte de soberanía china es más importante porque, en la parte pakistaní, la ruta transcurre por la Cachemira adjudicada Pakistán y por la extensa región de Baluchistán, fronteriza con Afganistán e Irán y donde hay una creciente movilización separatista y actividad de grupos yihadistas.

Baluchistán se asienta sobre enormes reservas de oro, cobre y gas, de las más importantes de Asia, y se ha vuelto la clave de uno de los megaproyectos de China, aunque se trata de la provincia más pobre y menos desarrollada de Pakistán. Fue allí donde hace más de dos décadas Pakistán llevó a cabo sus ensayos de armas nucleares.

Esto obliga a China a mantener el orden que exige a Pakistán para poner en marcha sus proyectos y a asegurar una retaguardia segura si se cmplican las cosas en Pakistán, en Cachemira o en la tensa frontera chino-india.