Marco Rubio: “Rusia es un problema a cinco años, pero China a cien”. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- El resurgimiento de Rusia como la gran amenaza para el mundo ha cambiado no solo la estabilidad y la realidad europea, sino que ha generado un despertar en la mayoría de las naciones democráticas del planeta quienes han entendido, a través de las cruentas imágenes de Ucrania, que Putin es capaz de todo por conseguir sus objetivos, así como del riesgo que corren los sistemas democráticos y soberanos frente a los autoritarios.

Si se analizan las contundentes respuestas de los Estados Unidos, así como de la Unión Europea junto con otras grandes economías del mundo vemos un cambio de dirección. La UE, por su parte, ha respondido como un bloque indivisible y bajo el genuino temor y riesgo de tener un vecino invadido por Rusia.

Estados Unidos ha respondido con la mayor severidad liderando con sanciones económicas que no tienen precedentes y que han sido apoyadas por el resto de las grandes economías. Washington ha mantenido en los últimos veinte años una política exterior cuyo centro fue la lucha contra el terrorismo, pero en los años más recientes China se ha convertido en el dolor de cabeza y la necesidad neutralizar los abusos de Beijing en el mundo. Asimismo, el sureste asiático ha estado entre las prioridades para el mantenimiento de su seguridad nacional.

El senador por el Estado de Florida Marco Rubio le decía a Joshua Goodman periodista de AP: “Rusia es un problema agudo y es un desafío actual. Pero es un problema a cinco o 10 años. China, en cambio, es un problema de 100 años, tanto en la región como a nivel internacional”. Mientras, instaba a la Administración Biden a prestar más atención a la creciente influencia china en América Latina y el Caribe, en tanto que Rusia recuerda su poder en la región en medio de las crecientes tensiones geopolíticas sobre Ucrania.

Para descifrar las claves de un posible cambio de rumbo de la política exterior estadounidense consultamos la opinión del senador Rubio, quien es miembro del Comité de Relaciones Exteriores y de Inteligencia del Senado. Sostiene en que la invasión rusa a Ucrania ha cambiado la situación internacional y ha expuesto la vulnerabilidad de Europa frente a un tirano como Putin. ¿Van por tanto los Estados Unidos a equilibrar sus prioridades en política exterior?

“La invasión de Ucrania ha expuesto las mayores vulnerabilidades de Europa que consiste en la gran dependencia que tienen del petróleo y gas natural de Rusia, junto con que no han gastado lo suficiente en su propia defensa. Prepararse para contrarrestar la agresión de Putin resultará costoso para muchos aliados europeos, pero no es nada comparado con el costo que todos pagaríamos si el Partido Comunista Chino recurriera a medidas militares para afirmar su dominio.

La invasión de Ucrania es una dolorosa y trágica lección de la que el mundo debe aprender: la dependencia y la debilidad invitan a los regímenes hostiles a impulsar sus ridículas demandas”.

¿Va usted o su partido a introducir y/o apoyar legislación o iniciativas para intentar responder al desafío ruso?

“El 2 de marzo presenté un proyecto de ley de asignaciones suplementarias de emergencias para brindar seguridad, asistencia humanitaria y económica a Ucrania junto con los aliados de la OTAN que están ayudando a Ucrania. Es un proyecto urgente de 6.4 mil millones de dólares en fondos para el Departamento de Defensa de los Estados Unidos y el Departamento de Estado para responder a la crisis.

La desafortunada guerra de Ucrania ha generado una cosa positiva y que, después de muchos años, la mayoría de los países del mundo han cerrado filas en pro de las libertades democráticas”.

¿Ve usted y/o el partido republicano la necesidad de que Los Estados Unidos aprovechen el momento para ganar o retomar protagonismo internacional y asumir un rol más activo, como el que tuvo Washington después de la II Guerra Mundial y durante la Guerra Fría? ¿Europa vuelve a convertirse en estratégica para la seguridad nacional de los Estados Unidos?

“Nuestros aliados europeos tienen un papel esencial que desempeñar en la defensa contra el autoritarismo en el siglo XXI. Primero, asumiendo un papel de liderazgo para contrarrestar la agresión de Putin y también manteniéndose firmes contra Beijing en los años venideros. Para hacer esto deberán tomarse muy en serio la confrontación de las propuestas económicas de Beijing y condenar sus flagrantes violaciones de derechos humanos, tal y como lo hicimos en los Estados Unido cuando el presidente promulgó la ley de prevención de trabajo forzoso de los uigures por citar un ejemplo. Frente a un Partido Comunista chino cada vez más hostil, Estados Unidos debe continuar empoderando a nuestros aliados para garantizar su seguridad nacional y la seguridad del mundo.

La invasión de Ucrania ha abierto heridas que parecían haberse curado pero que claramente siguen estado presente, como fue en su momento la amenaza soviética. Sin embargo, los Estados Unidos entienden que la amenaza a los sistemas libres es mucho más global. Y que en efecto la mayor amenaza la representa China por su fuerza y poderío. Razón por la que el presidente Biden ha sido claro desde el comienzo de la crisis con Beijing y en la cumbre hace una semana entre Xi y Biden le recordó enfáticamente las duras consecuencias a que conduciría si China apoyaba a Putin en la demencial guerra”.

INTERREGNUM: Japón y Rusia: paso atrás. Fernando Delage

Siempre atento a no perder la oportunidad de hacer ruido en un momento de tensión internacional, Kim Jong-un ensayó hace unos días un nuevo misil, y advirtió que sus fuerzas nucleares “están plenamente dispuestas para afrontar y contener cualquier intento militar por parte de los imperialistas norteamericanos”. Según algunos analistas, la invasión de Ucrania—que Pyongyang ha apoyado—habría reforzado la determinación del líder norcoreano de desarrollar su arsenal nuclear. De hecho, ningún misil anterior había alcanzado la altitud del de la semana pasada (más de 6.000 kilómetros): un proyectil de alcance intercontinental, aunque cayó en la zona económica exclusiva de Japón, a menos de 200 kilómetros de la prefectura de Aomori, al norte del archipiélago.

El primer ministro, Fumio Kishida, calificó el lanzamiento como “un acto de violencia inaceptable”, y una nueva amenaza para la seguridad de Japón, de la región y de la comunidad internacional. Pero no ha sido la única sorpresa con que se ha encontrado el gobierno japonés durante los últimos días. El pasado lunes, en respuesta a las sanciones impuestas por Tokio a Rusia por la guerra de Ucrania, Moscú anunció la suspensión de las negociaciones con vistas a la firma de un tratado de paz (pendiente desde el fin de la segunda guerra mundial). En el comunicado hecho público, el ministerio ruso de Asuntos Exteriores indicó que es imposible “discutir sobre asuntos de esta importancia con un país que ha adoptado una actitud tan claramente inamistosa”. La responsabilidad, añadía, “recae únicamente sobre Japón, por su posición antirrusa”.

El gobierno japonés declaró la decisión como “completamente inaceptable”, pero naturalmente no se trata de un mero parón diplomático: supone el fracaso de la estrategia de acercamiento a Rusia mantenida durante una década. Entre 2012 y 2020, en efecto, el primer ministro Shinzo Abe trató de romper el bloqueo diplomático con Moscú mediante el establecimiento de una relación personal con Vladimir Putin—con quien se reunió en innumerables ocasiones—, y la promesa de inversiones en las despobladas provincias del Extremo Oriente ruso. Dichos esfuerzos resultaron infructuosos: en julio de 2020, Rusia modificó incluso su Constitución para prohibir toda concesión territorial (la demanda japonesa de recuperar las islas Kuriles es la cuestión en el centro del contencioso bilateral).  Pero, al mismo tiempo, Japón debe abandonar igualmente la idea de que una asociación con Moscú podría servir de elemento de contraequilibrio frente a China.

Aunque a miles de kilómetros de distancia del frente bélico, la guerra de Ucrania puede marcar así un nuevo punto de inflexión en la política rusa de Japón, confirmando una vez más la estrecha interacción entre el escenario estratégico europeo y el asiático. Japón tiene ahora que hacer frente a Rusia y China simultáneamente. Mantener sus duras sanciones contra Moscú es una exigencia por tanto para presionar también—indirectamente—a Pekín como aviso por si se le ocurriera emprender una agresión similar contra Taiwán.

Las lecciones van incluso más allá. Al igual que los líderes europeos, los dirigentes japoneses son conscientes de que su seguridad en la nueva etapa internacional que se abre pasa por reforzar sus capacidades militares y la alianza con Estados Unidos. Las relaciones Japón-Rusia serán una de las más tensas en el noreste asiático en el futuro previsible, sin que—al contrario de lo que pueda pensarse—sea un resultado favorable para China. Estados Unidos tendrá que prestar al Viejo Continente una atención con la que no contaba, pero—lejos de distraerle del Indo-Pacífico como querría China—, cuenta hoy con una firme coalición de democracias europeas y asiáticas, unidas contra el revisionismo de las potencias autoritarias. Pekín se ha equivocado en la elección de sus socios.

THE ASIAN DOOR: Geopolítica y renovables, el giro inesperado de la invasión de Ucrania. Águeda Parra

Considerada la cumbre del Cambio Climático COP26 como una de las menos ambiciosas en los últimos años, la invasión rusa de Ucrania ha dado en apenas un mes un giro inesperado sobre los objetivos mundiales de acción climática. La recuperación de la economía tras los confinamientos y las restricciones de la pandemia planteaban apenas hace cuatro meses una trayectoria de emisiones que conducían a un calentamiento de 2,4ºC al final de este siglo, considerando el escenario más desfavorable. La situación geopolítica actual plantea, sin embargo, un cambio de escenario de orden global que puede resultar beneficioso para los objetivos climáticos.

La guerra en Ucrania plantea el mayor desafío geopolítico desde la Segunda Guerra Mundial, no solamente para Europa, sino que supone una reordenación en la balanza de poder geopolítica a nivel mundial. La firme determinación de la Unión Europea de reducir su dependencia energética del gas de Rusia, que alcanza el 40%, y asciende al 60% en el caso de Alemania, supone situar el cambio de la estrategia europea sobre seguridad energética como uno de los principales game-changer en el juego de rebalanceo de fuerzas de poder que va a dejar la etapa post-guerra.

La cuenta atrás para alcanzar cero emisiones netas en 2050 comenzó para la Unión Europea en 2021. Por delante, unas tres décadas para alcanzar la descarbonización convirtiendo a las renovables en la pieza central del modelo de seguridad energética de los países europeos. El mismo tiempo que resta para que potencias energéticas como Rusia pierdan su influencia, al ser fuente de una quinta parte de las reservas de gas natural del mundo. De hecho, la reflexión sobre esta paulatina pérdida de influencia geopolítica podría haber acelerado la incursión militar sobre Ucrania.

Mientras un giro inesperado de la geopolítica global impulsa que la Unión Europea intensifique la política de fomento de las renovables, China mantiene su esquema y redobla la atención sobre las energías limpias con la publicación de un plan para desarrollar un sistema energético moderno para 2021-2025 como parte del itinerario marcado por el 14º Plan Quinquenal (2021-2025). De cumplirse los objetivos recientemente publicados, el plan estratégico definido por China podría adelantar hasta en cinco años el pico de emisiones de carbono comprometido para 2030.

El liderazgo de los gobiernos regionales marca la pauta de adecuación a los compromisos climáticos anunciados por China y, a falta de que 12 de los 34 gobiernos regionales comuniquen sus planes de desarrollo, la acción conjunta de los 22 restantes ya contempla el objetivo de agregar más de 600 gigavatios (GW) de capacidad de renovables de forma combinada entre 2021 y 2025. Una cifra que supone más del doble de la capacidad eólica y solar instalada a finales de 2020.

La ambiciosa hoja de ruta que plantea este nuevo plan supondría incrementar la generación de energía a partir de fuentes no fósiles a un 39%, desde el 33,9% registrado en 2020 y el 34,6% en 2021, según el plan energético presentado de forma conjunta por la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma, y la Administración Nacional de Energía.

La bajada de los costes de producción son parte esencial que favorece la cifra récord de generación de energía eólica y solar año tras año, mientras la inversión en investigación y desarrollo energético, que crecerá un 7% entre 2021 y 2025, según el plan, complementa el impulso por acelerar la transición hacia un mix energético donde el carbón va teniendo cada vez un menor peso.

La geopolítica provoca movimientos inesperados y, entre los múltiples efectos que tendrá la invasión de Ucrania, la aceleración de la transición hacia las renovables figura entre los cambios más significativos. La dimensión de la seguridad energética marcará en el corto y medio plazo gran parte de los cambios geopolíticos globales.

Lecciones ucranianas

La invasión rusa de Ucrania, su evolución y sus posibles consecuencias están siendo cuidadosamente observadas en las repúblicas centroasiáticas, situadas entre Rusia y China y que, desde el desmembramiento de la Unión Soviética, se han mantenido bajo influencia política y militar rusa aunque con crecientes inversiones chinas ahora orientadas a cimentar la recuperación de la Ruta de la Seda por vía terrestre.

Hasta ahora, todo indicaba que los esfuerzos chinos se admitían pero con el mensaje de que para su progreso tenían que contar con la aprobación y hasta el apoyo ruso en la región. Moscú no parece dispuesto a admitir la menor injerencia en lo que considera su zona de influencia, ni el menor desafío a los equilibrios políticos regionales como demostró en enero la actuación rusa en la crisis de Kazajistán.

Pero los acontecimientos militares en Ucrania están mostrando a esos países de influencia y tutela rusa las limitaciones militares de sus padrinos, a pesar de sus poderos medios, y cómo la agresión militar ha conducido a una sólida respuesta occidental que está situando a Rusia en una gravísima cris económica que puede acabar repercutiendo gravemente en sus territorios y eso mejora las posiciones chinas en la zona, debilita la necesidad de contar con Rusia para actuar y ofrece una oportunidad de multiplicar la influencia política y financiera de Pekín que intentará llenar el vacío que puede dejar la desastrosa aventura rusa en la Europa central.ç

Por otra parte, China tiene que moverse con cautela pues, aunque mantiene cifras de crecimiento económico, éste se ha venido frenando los últimos años. Y En ese marco no puede poner en peligro sus intereses y sus importantes negocios en Europa.

Como resaltan los expertos “la UE confía en conseguir el compromiso de Pekín para garantizar el bloqueo a Rusia. China, por su parte, necesita afianzar sus relaciones comerciales con Occidente, pues no atraviesa su mejor momento económico. Durante mucho tiempo, Pekín hizo geopolítica con su fortaleza económica, pero ahora tiene que pensar en cómo sostener su crecimiento”.

¿La nueva URSS? Ángel Enríquez de Salamanca Ortíz

La Rus de Kiev fue un imperio que alcanzo una extensión desde el mar Báltico hasta el mar Negro, pero llegó a su fin en el S-XIII. Desde entonces, la región, incluyendo la actual Ucrania, ha estado gobernada por polacos, eslavos, austriacos u otomanos, pero no fue hasta la primera mitad del S-XX cuando el territorio de Ucrania fue anexionado a la recién nacida URSS. Durante el periodo de la URSS, el presidente Nikita Jrushchov decidió que el territorio de Crimea pasara a manos ucranianas, un territorio ruso desde el S-XVIII. La perestroika o el desastre de Chernóbil aceleraron el fin de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en 1991, dando lugar a diferentes repúblicas, entre ellas, la actual Ucrania.

Tras la independencia de Ucrania, el país quedó dividido entre los prorusos y los proucranianos, al este quedo Rusia y al oeste la Unión Europea.

En el año 2010 llegó Yanukovych al poder, una nueva etapa marcada por la corrupción y el encarcelamiento de opositores. Una época de crecimiento que permitió al país acordar su anexión a la Union Europea, un mercado único que daría un impulso a la economía de la exrepública, pero en 2013, el acuerdo llegó a su fin y Ucrania no pudo anexionarse a la UE, a pesar de los cambios electorales o constitucionales, Europa no podía permitir que un país fuera al mismo tiempo miembro de la Unión Europea y estar en una área de libre Comercio con Bielorrusia, Kazajistán y Rusia, la llamada “Unión Aduanera Euroasiática”, por lo que el acuerdo de anexión no llegó a su fin. El Kremlin no podía permitir que la exrepública, llena de gaseoductos procedentes de Oriente Medio o Rusia, estuviera en manos de Europa.

Debido a esto, multitud de personas salieron a las calles de Kiev para exigir la anexión a Europa, el Euromaidán, y el fin de Yanukovich. Las manifestaciones provocaron decenas de muertos y en enero de 2014, el presidente Yanukovich huyó del país. Las elecciones presidenciales las ganó el partido de centro-derecha, con Poroshenko a la cabeza, pero poco después se desató la guerra de Crimea; la región prorusa se alzó y, tras unas elecciones dudosas, el Kremlin se anexiono la península de Crimea con el rechazo de la comunidad internacional. Sebastopol junto con Kaliningrado son puertos clave para el dominio ruso de Europa del Este, por no hablar de las reservas que se estiman de petroleo y gas en el Mar Negro.

Las protestas se replicaron en la región del Donbás, en las ciudades de Donetsk y Lugansk entre otras. Ante estas protestas y alzamientos militares, el gobierno de Kiev no podía controlar la región y, se proclamó independiente, dando lugar así, a la guerra del Donbás y a las manifestaciones de Odesa, donde grupos prorusos, con la ayuda y financiación de Rusia, y proucranianos se enfrentaron dejando decenas de muertes. La financiación y ayuda de Rusia con material militar e inteligencia o apoyo logístico ha permitido que durante estos años la región haya conseguido mantenerse viva.

Europa, tanto en la crisis del 2014 como en la actual, no ha llegado a involucrase, simplemente ha sido un mero observador, y ha mostrado su debilidad política en el conflicto, un conflicto que repercute directamente a Europa y en suelo europeo, pero, ¿Qué ocurrirá si China invade Taiwán? ¿Saldrá, en este caso, Estados Unidos en defensa la isla? Una isla que, al igual que Ucrania, no pertenece a la OTAN.

Durante años, Alemania ha estado cerrando sus centrales nucleares para depender del gas de Rusia, un claro error, pero quizás sea esta la oportunidad del viejo continente para reforzar al máximo su inversión en energías renovables, descarbonizar su economía y no depender del exterior en el futuro.

China ha manifestado su neutralidad ante el conflicto, pero en la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para condenar la ofensiva militar en Ucrania, se abstuvo, junto con India o EUA; Rusia, obviamente, veto la condena, y el resto de países votaron a favor. Ante las sanciones impuestas por la comunidad internacional, Rusia tendrá que exportar sus recursos, para financiarse, al gigante asiático, convirtiéndose así en un aliado más junto con Bielorrusia, que cedió el paso de tropas del Kremlin para llegar a Chenobil y a Kiev. Países como Kazajistán, Kirguistán o Tayikistán, son aliados históricos de Rusia y zona de paso de unos de los proyectos más ambiciosos de China, la Ruta de la Seda, por lo que su enemistad en el conflicto con el Kremlin podría frenar el ambicioso proyecto de Pekín.

La OTAN, un tratado de defensa colectiva entre los países miembros y financiada en un 70% por Estados Unidos y, que se creó durante la guerra fría por las potencias occidentales para hacer frente a la URSS y a China, se ha desplazado cada vez más hacia el este desde su inauguración en 1949, incluyendo algunas exrepúblicas socialistas como Polonia o Los Países Bálticos. Putin teme esa expansión y proximidad del capitalismo hacia sus fronteras, unas nuevas fronteras donde podrían establecerse bases militares para amenazar a Rusia, pero, ¿No es Kaliningrado un enclave ruso en suelo europeo? No hay que olvidar que Rusia tiene bases militares en el Ártico y el Estrecho de Bering, que podría conectar Rusia y Estados Unidos, un claro ejemplo de que la Guerra Fría, 30 años después, aún no se ha olvidado.

La invasión de Rusia ha colapsado las bolsas europeas, y los precios de la energía o alimentos se han disparado. Por eso se han establecido sanciones para intentar ahogar la economía rusa. En primer lugar sacar a la banca rusa del sistema SWIFT y en segundo lugar congelar las reservas exteriores del banco de Rusia.

Eliminar a Rusia del sistema SWIFT, un sistema que establece un lenguaje común para todas las transacciones entre los bancos, un procesamiento de datos que permite la comunicación fiable y segura a la hora de hacer pagos o transacciones por parte de todos los bancos del mundo. Excluir a Rusia de este sistema impide a los bancos rusos comunicarse con otros bancos, lo que impide que se lleven a cabo las transferencias. Pero para este ataque de occidente, Rusia cuenta con el sistema CIPS de China, un sistema que podría alcanzar suficiente importancia como para eludir el sistema occidental.

La congelación de los activos externos del Banco Central de Rusia como el oro, dólares, yuanes o euros, provenientes de la venta de petroleo y gas, unos activos que Rusia no podrá utilizar, lo que ha provocado que el rublo haya caído casi un 30%, lo que hace mas difícil las importaciones rusas y generará inflación en el país.

Vladimir Putin, que se ha perpetuado en el poder tras la reforma constitucional del año 2020 y exmiembro de la KGB, ha declarado que dejar la URSS por parte de las repúblicas fue un error, y que esa disolución solo trajo miseria para el país. ¿Estará intentando reunificar la URSS a la vista de las estatuas de Vladimir Lenin que aún se mantienen erguidas en las calles de Moscú? Países como Ucrania, Finlandia, Suecia, Bosnia Herzegovina o Serbia no están en la OTAN, lo que da carta blanca al Kremlin para la invasión de estos países. Por el contrario, Polonia, Estonia, Letonia, Lituania o Bulgaria si están en la OTAN, y un atraque a estos países podría desencadenar la tercera guerra mundial, de nuevo, en suelo europeo.

 

Ángel Enríquez de Salamanca Ortíz es Doctor en Economía por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Relaciones Internacionales en la Universidad San Pablo CEU de Madrid

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@angelenriquezs

 

INTERREGNUM: Dilemas chinos. Fernando Delage

Cuando va a cumplirse un mes de la invasión rusa de Ucrania, la brutalidad desatada por Putin no sólo está agravando una crisis humanitaria sin precedente. La resistencia ucraniana y la firme respuesta de Occidente han acabado con las ambiciones geopolíticas que pudiera tener Moscú en esta guerra en la que se juega el futuro de Europa. Si una prioridad central de Putin ha consistido en erosionar la Unión Europa y las relaciones transatlánticas, ha conseguido exactamente todo lo contrario. Si quería rehacer la estructura de seguridad del Viejo Continente, lo que ha logrado es aislar a su país: nunca podrá negociarse con él un nuevo orden (cuestión distinta será con su sucesor). Pero igualmente le ha complicado las cosas a su único socio de envergadura, China, a la que ha solicitado ayuda militar, económica y financiera.

Desde la anexión de Crimea en 2014, Moscú se ha apoyado en Pekín con el fin de contrarrestar las consecuencias de las sanciones económicas y el aislamiento diplomático impuestos por americanos y europeos. Mediante la formación de un eje de potencias revisionistas, a China se le abrió una oportunidad para debilitar la influencia de Estados Unidos y de Occidente. Pero la guerra de Ucrania ha exacerbado un escenario de inestabilidad económica global y de reajustes geopolíticos que obliga a Pekín a reconsiderar los límites de su relación con Rusia.

Hasta la fecha, China ha tratado de mantener una posición que, sin condenar explícitamente a Moscú, no perjudicara su capacidad de maniobra. El desarrollo de la guerra le está haciendo ver, sin embargo, que no puede permanecer neutral ante un conflicto que provocará el mayor realineamiento estratégico desde 1945. La naturaleza del próximo orden global—y de la identidad de China como potencia—será muy diferente según Pekín opte por consolidar una alianza con una Rusia perdedora (que le daría, eso sí, el claro liderazgo de un bloque autoritario), o bien decida apostar a favor de la estabilidad de un sistema internacional integrado y basado en reglas. Como señalan estos días algunos respetados especialistas chinos, cuenta con un estrecho margen temporal para elegir.

La presión económica se está dejando sentir. Los dirigentes chinos confiaban en lograr este año un crecimiento del 5,5 por cien del PIB, aunque el FMI y otras instituciones estimaban que no llegaría al cinco por cien. La guerra de Ucrania puede reducir esas cifras aún más, lo que conduciría al peor escenario económico de las dos últimas décadas. Además de su impacto político en un año crucial para el presidente Xi (que en otoño obtendrá su tercer mandato en el XX Congreso del Partido Comunista), el aumento de los precios de los recursos energéticos (China importa el 70 por cien del petróleo y el 40 por cien del gas que necesita) y de materias básicas como los cereales (de los que depende en gran medida la seguridad alimenticia china), y la disrupción en las cadenas globales de producción (en cuyo centro se encuentra la República Popular) pueden agravar los problemas estructurales de la economía china.

Aún más si Washington (y Bruselas) decidieran imponer sanciones a Pekín por prestarle a Moscú la ayuda pedida, como le dio a entender el presidente Biden a Xi en su conversación del pasado viernes. Cabe pensar que China no querrá perder unos mercados como los de Estados Unidos y la UE (sus exportaciones a ambos sumaron más de un billón de dólares en 2021, frente a los 70.000 millones de dólares de sus ventas a Rusia), ni que sus bancos queden fuera del sistema financiero internacional. También preferiría evitar el coste diplomático a su reputación, por no hablar de la estrecha coordinación entre norteamericanos y europeos que siempre ha querido evitar.

En los últimos días no han faltado indicaciones de la incomodidad china. Sus empresas de aviación han rechazado el envío de repuestos a Rusia, y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, con sede en Pekín, ha suspendido sus créditos a Moscú. Su embajador en Washington, ha escrito que, “de haber sabido [lo que iba a hacer Putin], China hubiera tratado de prevenirlo por todos los medios”, mientras que el embajador en Kiev ha provocado la furia de Moscú al alabar la resistencia de los ucranianos y manifestar el compromiso chino con la reconstrucción del país. Pese a la censura en los medios, han tenido por otra parte una notable difusión los comentarios de varios académicos chinos, aconsejando una revaluación de la asociación con Putin y la intervención de Pekín para intentar poner fin al conflicto.

La presión es innegable, como lo es también el cambio de percepción chino sobre su amigo moscovita. Si conducirán o no a un giro político es aún discutible, pues la decisión (es parte fundamental del problema) está en manos de una única persona, Xi, cuyas obsesiones ideológicas pueden alejarle del pragmatismo aconsejable en esta encrucijada.

Perdiendo también se gana. Nieves C. Pérez Rodríguez

El pasado viernes se reunieron virtualmente Xi Jinping y Biden durante casi dos horas en busca de encontrar una salida a la crisis de Ucrania. Partiendo de dos perspectivas distintas se llevaba a cabo el encuentro. Previo a la cumbre, Washington advertía a China de consecuencias si decidieran apoyar a Rusia, mientras que Beijing sigue sin tan siquiera condenar la invasión rusa.

Ni la fuerte presión internacional que esta crisis ha conseguido, ni el gran repudio a los hechos que se ha traducido en una gran condena a la situación, sumando a la presión que la propia Administración Biden está ejerciendo sobre China, ha tenido algún resultado.

Es más, hay quienes piensan que el efecto de la cumbre fue opuesto. Phelim Kine escribía en Político (un medio impreso y virtual de Washington con mucho peso en el mundo político y en las esferas de poder de los Estados Unidos)  que Biden no logró que Xi se comprometiera a hacer un uso de la influencia que China tiene sobre Rusia para poner fin a la agresión a Ucrania; es más, afirmaba que no pudo ni siquiera conseguir que Xi empleara el término “invasión”. Por el contrario, explica Kine, “Biden lograba el efecto opuesto y Xi criticaba implícitamente a Washington por su papel en la intromisión de Estados Unidos en la crisis.

China siempre ha abogado públicamente por la no intromisión en asuntos internos de las naciones y en esta ocasión está usando la misma técnica para justificar su supuesta neutralidad. De hecho, cada vez que el mundo ha intentado cuestionar su comportamiento, bien sea por los derechos humanos de los uigures o los tibetanos o por la restricción de la libertad de opinión en China, su argumento es que esos son asuntos internos y el resto del mundo debe mantenerse al margen mientras lo desmiente.

En medio de esta crisis internacional, los chinos han buscado diferentes vías para hacer llegar su mensaje. Por un lado, han recordado que las relaciones entre Washington y Beijing siguen estando fracturadas desde la era Trump, y el ministro chino de Exteriores, el portavoz de Exteriores o algún otro alto funcionario, desde el comienzo de la invasión hace afirmaciones casi diarias en las que mandan mensajes directos de su incomodidad con la Administración Biden, de que las sanciones son excesivas, de que los rusos y los ucranianos deben resolver solos su crisis, etc.

La semana pasada, otra prominente figura política china decía a un medio que “las sanciones occidentales impuestas por occidente son escandalosas”. Beijing no solo no ha condenado la invasión per se sino que no ha condenado aún ninguna acción, ni de bombardeo a hospitales, o refugios de civiles atacados; ni siquiera los ataques a las plantas nucleares, aún cuando un mal cálculo o un pequeño accidente originado en alguna planta podría tener repercusiones globales.

Además, este año es importante para el Partido Comunista chino pues tendrá lugar su decimo segundo congreso, lugar para investir a Xi para un tercer mandato de 5 años más, aun cuando ya en el 2018 fueron eliminados el máximo de los términos presidenciales a través de una reforma constitucional que le permite mantenerse en el poder por tiempo indefinido. Sin embargo, la inestabilidad es algo de lo que huyen los líderes chinos, porque saben que se traduce en problemas de orden público. Y ya la situación es compleja debido a que estamos comenzando el tercer año de pandemia, su crecimiento económico se ha visto afectado por el Covid y gracias en parte a las desmesuradas medidas de control que imponen en China. Que valga decir están generando un gran rechazo social en los últimos días por la ferocidad con la que siguen imponiendo cuarentenas y encierran a ciudades enteras de cientos de miles de ciudadanos.

La guerra rusa en Ucrania no le conviene a China, naturalmente, sobre todo porque su objetivo principal es seguir creciendo su economía y su plan de expansión de la nueva Ruta de la Seda junto con el rejuvenecimiento de China se puede dilatar considerablemente. Sin embargo, ya le ha dado beneficios a corto plazo al menos. Le ha puesto en el centro de las conversaciones diplomáticas, le ha subido el estatus a mediador, puede además tener cierto control sobre Putin y por tanto ser el único capaz de potencialmente conseguir un alto al fuego de parte de Rusia. Además de que tiene a la Administración Biden detrás intentando conseguir más de su parte, lo que le da más poder de negociación incluso en otros ámbitos.

Por lo tanto, Xi, aunque perdiendo en crecimiento económico doméstico por las implicaciones indirectas de la guerra en Ucrania y las sanciones a Rusia, está ganando a nivel global. Perdiendo también se gana.

 

Ucrania: Japón a la expectativa

Japón, que se ha sumado a los aliados en su apoyo a Ucrania, incluso enviando material para las fuerzas armadas ucranianas, observa con atención la situación creada por la agresión rusa y desconfía de los movimientos chinos, los públicos y los secretos, para intentar obtener ganancias de la situación y avanzar en sus planes en el centro de Asia y en el Indo Pacífico. La alarma antre la nueva situación ha coincidido con la ruptura con Rusia en el viejo contencioso sobre las islas Kuriles, al norte del Japón y que Japón denomina Territorios del Norte, parte de las cuales fueron ocupadas por Rusia a finales de la segunda guerra mundial.

Como subrayan los expertos, Japón rompió un precedente de años con su dura respuesta a la invasión rusa a Ucrania, y el conflicto podría modificar la estrategia de defensa de Tokio frente a las ambiciones regionales chinas. Cuando Rusia ocupó la península ucraniana de Crimea en 2014, señalan,la respuesta japonesa fue tibia. Pero esta vez ha estado en sintonía con sus aliados occidentales con las sanciones y la dura retórica contra Moscú, llegando a enviar ayuda militar no letal a Ucrania.

Tokio observa cómo China hace juegos malabares con su discurso y, al recordar la necesidad de llegar a un acuerdo en Europa que salvaguarde la integridad territorial de Ucrania y la seguridad de Rusia, recalca que la propia integridad china esta sin resolver hasta que Pekín domine la isla de Taiwán, territorio sobrenado de facto desde la llegada de los comunistas al poder en Pekín.

Esta resituación internacional de Japón va a profundizar el discurso que ha venido creciendo, lenta pero decididamente, en los círculos políticos japoneses sobre la necesidad de repensar su política exterior, redefinir la defensa nacional, fortalecer sus fuerzas armadas y aumentar el protagonismo regional. Y cada uno de estos asuntos remueve los fantasmas históricos sobre el papel criminal que Japón desempeñó durante el siglo XX, lo cual va a exigir delicadeza y equilibrios extraordinarios a las autoridades niponas.

Y es que todo parece una vuelta al pasado con estética y tecnología distinta: Putin imitando una mezcla de Hitler y Stalin, Zelenski apelando a dudosos ejemplos sobre la historia europea, Biden un poco perdido en su oportunidad de liderazgo y Europa buscando un Churchill con acento continental.

INTERREGNUM: Corea del Sur: de Moon a Yoon. Fernando Delage

Mientras Putin continúa la escalada en la guerra de Ucrania, conviene no olvidar otros escenarios de conflicto, y pocos entre ellos son tan sensibles como la península coreana. Es un factor no menor en la competición estratégica entre Estados Unidos y China (una relación sujeta hoy al impacto de los acontecimientos en Europa); Biden y la UE necesitan a un gobierno surcoreano claramente alineado con Occidente y Japón contra Moscú; y Kim Jong-un estará observando con atención las consecuencias que está teniendo para Rusia haber atentado contra la estabilidad mundial.

Lo que está en juego en política exterior daba especial relevancia por tanto a las elecciones celebradas en Corea del Sur la semana pasada. Se trata de la décima economía del planeta, un país clave en el desarrollo de las nuevas fronteras tecnológicas, y un aliado vital de Estados Unidos. Es una nación que se encuentra condicionada, no obstante, por la variable China—principal destino de sus exportaciones e inversiones—y por el conflicto no resuelto con el Norte. La guerra de Ucrania agrava la presión sobre Seúl para intentar poner fin a las pruebas de misiles de Pyongyang y cerrar filas con Washington, y los resultados de las elecciones pueden contribuir a un esfuerzo en esa dirección mayor que el realizado por el presidente saliente, Moon Jae-in.

El 9 de marzo, los surcoreanos eligieron como su sucesor al candidato conservador, el exfiscal general del Estado Yoon Suk-yeol. En los comicios más disputados en la historia democrática de Corea del Sur (Yoon se impuso por una diferencia inferior al uno por cien de los votos al candidato del Partido Democrático de Corea, Lee Jae-myung), vuelve a repetirse un patrón de alternancia entre los dos principales partidos cada cinco años (el mandato presidencial no es renovable), que también suele suponer, en efecto, un giro en las líneas maestras de la política exterior.

Más que atraídos por la popularidad de Yoon, los votantes han querido mostrar su decepción con el gobierno anterior por una creciente desigualdad social, el alto desempleo juvenil, el precio de la vivienda, los conflictos de género, o las dificultades de las pequeñas empresas frente a los grandes conglomerados. El estrecho margen de victoria del ganador revela la profunda polarización política que atraviesa el país, y que no desaparecerá tras las elecciones. Pero además de los asuntos internos, los surcoreanos también se han pronunciado por la falta de resultados en los intentos de acercamiento a Pyongyang.

Sin carrera política previa y sin ninguna experiencia diplomática, Yoon ha prometido una política exterior “global” que recuerda a la que quiso desplegar una administración conservadora anterior, la del presidente Lee Myung-bak (2008–2013). La atención se centra en particular si restaurará una línea dura con respecto a Corea del Norte. Según ha declarado, sólo ofrecerá ayuda económica y financiera a Pyongyang si éste avanza en su desnuclearización. Sin cerrar la puerta al diálogo, niega la posibilidad de que Seúl haga primero cualquier tipo de concesión.

El desafío norcoreano se entrecruza con la que será mayor dificultad para el nuevo presidente: gestionar la doble presión de Estados Unidos y de China. A priori, su posición es claramente favorable a coordinarse con Washington sin las reticencias de su antecesor (ha propuesto, incluso, el establecimiento de una “alianza estratégica global” con Estados Unidos). El problema es que, para la Casa Blanca, China es hoy un asunto mucho más importante que Corea del Norte. Y si Washington quiere hacer de su presencia en Corea del Sur (28.500 soldados) un instrumento que, más allá de la península, forme parte de su estrategia hacia Pekín, situará a Seúl—una vez más—en el fuego cruzado de las dos grandes potencias.

China, Ucrania, Putin y EEUU, un panorama cada vez más complejo. Nieves C. Pérez Rodriguez

El pasar de los días muestra un panorama cada vez más desolador y cruento en Ucrania, una nación que hace menos de un mes era una país productivo y vibrante. Putin sigue dando pasos feroces y sanguinarios en su absurdo deseo de incorporar a Rusia una nación soberana desde 1991.

Ucrania, un país con 43 millones de ciudadanos y el segundo con más extensión territorial de Europa, después de Rusia, se ha convertido de la noche a la mañana en una nación en ruinas y con más de 2.5 millones de refugiados -según Naciones Unidas-, número que no hará más que aumentar con el paso de las horas, debido a los brutales ataques a centros urbanos, edificios de viviendas, hospitales, colegios, etc.

Para muchos, Putin ha perdido la cordura, para otros se ha quitado la careta. Sea cual sea el caso, lo que sí está claro es que la imagen de Putin cambió. Ese retrato de hombre poderoso capaz de posar al lado de un oso gigante o montar a caballo en invierno, medio desnudo, o de asistir a un evento internacional y posar al lado de los presidentes más importantes del planeta, se ha desvanecido. Ahora el Putin que el mundo ve es el de un líder autoritario y cruel, capaz de todo por obtener su objetivo, matar en masa, atacar una maternidad, o un hospital, incluso los corredores humanitarios. Un criminal que hasta hace poco era reconocido por ser un maestro del arte de la estrategia y que era respetado hasta por aquellos que no comulgaban con sus ideas.

El medio inglés “The Times” ha publicado que Putin ha puesto en arresto domiciliario a dos altos cargos de los servicios secretos rusos encargados precisamente de recopilar información de Ucrania. Explica el artículo que, aunque el FSB es oficialmente una agencia de inteligencia doméstica, el Quinto Servicio o Departamento del FSB fue establecido en los años noventa cuando Putin era el director y encargado de las operaciones en los países que fueron parte de la URSS. Y la razón detrás de la represalia es que aparentemente Putin fue informado de que Ucrania no tendría la capacidad de resistir a una invasión.

Putin, aunque siga decidido en continuar, está enfadado por la cantidad de días que le està costando hacerse con el control de Ucrania. Rusia lleva tres semanas de invasión y, aunque se han hecho con algunos territorios a la fuerza, sigue sin controlar el país y sin haber tomado la capital que era el plan inicial. Por lo que la detención de los altos cargos de inteligencia puede ser una manera de señalar culpables del caos.

Entretanto, el coraje del presidente Zelensky y su gabinete junto con congresistas y políticos de todas las líneas ideológicas de la nación eslava han dado un estoico ejemplo de lo que deberían ser los gobiernos y el servicio público, aun bajo las más aterradoras circunstancias. Ese ejemplo ha servido para mantener a un pueblo con la moral alta para seguir luchando en el frente de batalla o incorporarse a él, aun cuando la destrucción y la muerte se han convertido en parte de la cotidianidad desde que Putin decidió invadir Ucrania.

Mientras tanto, la propaganda sigue controlando la opinión pública en Rusia y en China como ha venido sucediendo desde el comienzo del ataque, intentando desinformar y confundir. Sin embargo, los gestos de protestas, a pesar de la represión, siguen viéndose; ayer mismo, en el canal oficial ruso, se veía en horario estelar nocturno la interrupción de una mujer en pleno noticiero con una pancarta que decía “No a la guerra, Paren la guerra. No crea en propaganda, la propaganda nos engaña”. Una mujer que seguro ya está pagando un altísimo precio por su valentía, así como lo están pagando los que comenzaron a protestar al comienzo de la guerra y que fueron neutralizados y amenazados por el régimen con abrirles un expediente criminal que los perseguiría de por vida si insistían en continuar protestando. La misma razón que hizo que los medios de comunicación occidentales salieran de Rusia por temor a retaliaciones a sus periodistas.

Esta semana comenzaba con un encuentro de siete horas de alto nivel entre China y Estados Unidos en la ciudad de Roma. El asesor de seguridad Nacional de la Casa Blanca – Jake Sullivan- advirtió a China en una entrevista televisada previa al encuentro de los peligros que acarrearía que apoyaran a Rusia. La reunión culminó y la discreción parece haber sido parte del acuerdo, pues ninguno de los países participantes ha dado claves de los acuerdos y si es que los hubo o no avances.

Los líderes chinos son astutos y saben que es un gran momento para convertirse en líderes mediadores, en referentes de la paz internacional.

Los roles de hoy están invertidos comparados con la época soviética. Ahora son los chinos los que controlan, los que tienen recursos y poder y son los rusos los que necesitan de su apoyo. Y no cabe duda de que Beijing está aprovechando las circunstancias, pero también tienen que ser extremadamente cautos para no incurrir en violación de las sanciones si deciden ayudar de alguna forma a Moscú. Mientras tanto, la inquietud por el creciente apoyo de la OTAN no hace más que afianzarse gracias precisamente a esta invasión, cosa que inquieta mucho a China.

El escenario es realmente complejo para todos y lógicamente para Ucrania es irreparable, ya que está pagando con vidas y viendo desmoronarse sus edificaciones y progresos con cada ataque y misil. Pero Para Rusia tampoco está fácil pues Putin ha conseguido el repudio del 75% de los países del planeta, la censura de occidente y el descalabro de su liderazgo hasta a nivel interno, que a pesar de la poca información que sale parece ir en picado entre los ciudadanos. Incluso algunos rusos están buscando escapar del país antes de que las sanciones empiecen a hacer efecto.

Hay fuentes que apuntan a que Moscú no contaba con una resistencia ciudadana de esta envergadura y mucho menos que el presidente Zelensky y otras figuras políticas ucranianas destacadas se encargaran de mantener la moral del pueblo alta día a día a pesar de ver cómo se va desangrando el país.

David Sanger, analista especializado en seguridad nacional, afirmaba en CNN en vivo que la situación se puede complicar para Zelensky si las fuerzas rusas toman control de más territorio durante las negociaciones, sobre todo si pudieran hacerse con el control de la capital porque en ese caso los ucranianos estarían bajo presión de aceptar que Crimea, así como otros territorios ocupados por Rusia -especialmente los del sur este- están controlados por Moscú y por tanto verse presionados a cederlos.

¡El ejemplo de resistencia que están dando los ucranianos pasará a la historia y su presidente servirá de inspiración durante décadas sino siglos, sea cual sea el desenlace de esta absurda guerra!