Sri Lanka en caída libre. Nieves C. Pérez Rodríguez

La crisis en Sri Lanka sigue agravándose por horas. Esta semana comenzó con la renuncia del primer ministro Mahinda Rajapaksa, como respuesta a las continuas manifestaciones que vienen llevándose a cabo durante semanas y que en los últimos días han desencadenado decenas de heridos y unas 6 muertes confirmados hasta el momento.

Sri Lanka tiene un sistema político semi presidencialista que consiste en un ejecutivo dual donde hay un presidente, elegido popularmente, y un primer ministro elegido por el presidente y un gabinete de gobierno.

La isla viene experimentando una fuerte crisis económica desde hace unos años, situación que se agudizó en la pandemia debido a las restricciones y por la caída del turismo.  En medio de la desfavorable situación, el presidente tomó una serie de medidas económicas torpes que agudizaron aún más la crisis y que ha acabado prácticamente con las reservas de la nación.

Ante esa situación, el Estado no ha podido afrontar sus deudas internacionales, por lo que la escasez de combustible, gas, y artículos de primera necesidad no han hecho más que multiplicar su valor y escasear. El gobierno se ha visto obligado a racionar las horas de luz, por lo que la isla pasa muchas horas al día sin electricidad.

Un reportaje de la BBC hecho en plena fulgor de protestas en Colombo afirmaba que los chinos han estado durante meses ofreciendo préstamos a las autoridades ceilandesas como una salida a la desesperante situación. Pero se han encontrado con resistencia para aceptar la ayuda económica.

La ubicación estratégica de Sri Lanka tiene a Beijing muy pendiente de la situación, por lo que han intentado adelantarse a ofrecer ayudas económicas. Sri Lanka ya tiene una deuda con China de unos 4.5 mil millones de dólares. Tan sólo el pasado abril China extendía otro crédito complementando otro otorgado el año pasado por 1 mil millones de dólares.

China ha venido usando la “diplomacia de créditos” para poder asegurarse la dependencia de pequeñas economías, mientras reciben intereses altos de esos créditos, por lo que las naciones receptoras acaban atrapadas en la mayoría de los casos. El mejor ejemplo es el enorme Puerto de Hambantota en Sri Lanka, construido por una empresa china en 2010 que se encargará de su administración por 99 años (según el acuerdo firmado). Con el Puerto de Hambantota, ubicado al sur de Sri Lanka y siendo el segundo más grande de la isla, Beijing se aseguró su avance en la Ruta de la Seda o el BRI y el control del puerto por casi un siglo.

Las últimas horas en Colombo han dejado imágenes de destrucción y desesperación. Muchas protestan han acabado en incendio de autobuses, ataque a vivienda de políticos y personalidades prominentes. El pesimismo y la desesperanza se han convertido en los motores de la sociedad que buscan desesperadamente como sobrevivir la crisis que parece no tocar fondo.

La fruta del monje. Nieves C. Pérez Rodríguez

La fruta del monje, o siraitia grosvenorii por su nombre científico, es una fruta del sureste asiático que se ha venido cultivando hace más de ocho siglos en las regiones montañosas del sur de China y el norte de Tailandia.

Se cree que el nombre se le dio porque fueron monjes budistas quienes la cultivaron en sus orígenes. El dulzor del extracto de dicha fruta es 250 veces mayor que el del azúcar tradicional según la Federación de Alimentos y Drogas de los Estados Unidos (FDA).

Este pequeño fruto redondo lleva siglos usándose en la medicina china tradicional y también se llamada “Luo han guo” o la fruta de Buda. En esta medicina se ha usado para afecciones respiratorias, de la faringe, asma, bronquitis, tos seca, molestia de garganta, entre otros.

Para obtener el azúcar de esta fruta se retira la piel y las semillas, y se exprime la pulpa del que sale un jugo que se seca y de ahí se extrae el polvo concentrado, que es el producto final.

Una particularidad única de esta fruta es que, a diferencia de la mayoría de las frutas, los azúcares naturales no son responsables de su dulzura. Su intenso dulzor se obtiene de unos antioxidantes únicos presentes en ella llamados mogrósidos.

Durante el proceso de extracción del edulcorante, los mogrósidos se separan del jugo recién exprimido por lo que el edulcorante de esta fruta no contiene fructosa ni glucosa, razón por la cual el organismo lo metaboliza de manera diferentes al azúcar tradicional.

Otra curiosidad de esta sustancia es que no contiene calorías. Y que los antioxidantes mogrósidos también tienen propiedades antinflamatorias por lo que su uso podría tener beneficios para la salud. La fruta del monje es familia del pepino, la sandía, el calabacín, el melón y de la calabaza.

Uno de los grandes beneficios de este sucedáneo del azúcar podría ser para la población diabética, puesto que no contiene calorías ni carbohidratos. Y la explicación podría estar en que los mogrósidos tienen una habilidad de estimular la producción de insulina en las células insulínicas.

El extracto de la fruta del monje también tiene otra ventaja y es que puede ser sometido a altas temperaturas en la preparación de alimentos y mantiene sus propiedades inalterables.

Una de las razones por la que su demanda ha aumentado considerablemente en los últimos años es que es un derivado de una planta, por lo que es un producto potencialmente atractivo para vegetarianos o veganos.

Esta fruta ha sido usada durante siglos en el sur de Asia, pero en occidente lleva relativamente poco tiempo. En los Estados Unidos, fue aprobada en el 2010, y también ha sido autorizado su consumo en Canadá, Australia, Nueva Zelanda y en muchos países de América Latina.

Este sucedáneo del azúcar está teniendo mucha aceptación en países occidentales por su inexistente contenido calórico, pero también por su metabolización en el organismo. Un alimento que para muchos puede ser considerado superalimento por sus propiedades y que en China ha sido usado durante siglos, en occidente ha hecho su debut consiguiendo una gran aceptación entre la población más exigente.   (Foto: Flickr, Marko Knuutila)

INTERREGNUM: El sureste asiático en 2019. Fernando Delage

Ante el juego mayor de las grandes potencias, suelen perderse de vista los movimientos de las restantes naciones. Los medios prestan atención a China, a su rivalidad con Estados Unidos, a la creciente proyección de India y al nuevo activismo diplomático de Japón, pero tienden a olvidarse de una subregión que, como bloque, se equipara demográficamente a la Unión Europea y está llamada a convertirse en uno de los grandes actores económicos del futuro: el sureste asiático. Convocatorias políticas internas, las negociaciones finales de la Asociación Económica Regional Integral (RCEP), y el impacto en la zona de las tensiones entre Washington y Pekín, harán de 2019 un año especialmente significativo.

En la tercera democracia más poblada del planeta, Indonesia, unas buenas cifras de crecimiento, y la superación de las críticas a sus credenciales islámicas, favorecen a priori la reelección de Jokowi como presidente cuando se cumplen veinte años de la democratización del país tras la larga dictadura de Suharto. En la segunda gran economía de la ASEAN, Tailandia, la democracia se ha visto interrumpida, por el contrario, en dos ocasiones en la última década. Cinco años después del último golpe de Estado, mucho más tarde por tanto de lo prometido en su día por los generales, se volverá a un gobierno civil.

Las elecciones se celebrarán en marzo, unas semanas antes de la entronización formal del nuevo rey, Maha Vajiralongkorn, prevista para principios de mayo. Pero hay que mantener cierto escepticismo: el voto se producirá bajo una Constitución reescrita para reservar una notable cuota de poder para los militares: éstos, junto a sus partidos aliados, controlarán la Cámara Alta. El bloqueo político que cabe prever como resultado será fuente de inestabilidad social, a la vez que complicará la recuperación de la economía y el liderazgo diplomático de Tailandia, justamente cuando asume la presidencia rotatoria anual de la ASEAN.

En Filipinas, las elecciones parciales de mayo permitirán comprobar el grado de apoyo popular a Duterte y a sus políticas de lucha contra la drogadicción, de represión de la sociedad civil, y de acercamiento a China. Esta última también continuará siendo una variable política en Malasia, donde, tras su derrota del pasado año, se disuelve gradualmente la tradicional coalición mayoritaria (UMNO) y todos los ojos se dirigirán a si el sorprendente triunfador en las últimas elecciones, Mahathir, cumple su promesa de dejar la jefatura del gobierno a su antiguo rival, y ahora aliado, Anwar Ibrahim. La paralizada transición política de Birmania y el drama de los Rohingya, agravarán, por último, el creciente aislamiento del país—y de su consejera de Estado, Aung San Suu Kyi—por la comunidad internacional.

En el frente económico regional, 2019 debería ser el año en que concluyen las negociaciones del RCEP. El retraso se debe sobre todo a una potencia extra-regional, India, siempre reticente a una agenda de liberalización comercial. Pero la dinámica multilateral no se detiene: la reciente entrada en vigor del CPTPP (es decir, del TPP a 11, sin Estados Unidos), al que ya pertenecen Singapur y Vietnam, al que se sumarán en unos meses Brunei y Malasia, y al que también Tailandia e Indonesia han dicho que se quieren sumar—mientras Filipinas se lo piensa—, representa un nuevo paso adelante en la reconfiguración de la arquitectura económica regional.

El sureste asiático tampoco permanecerá ajeno, por lo demás, a la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Su impacto comenzará a sentirse este año, cuando firmas multinacionales decidan desplazar sus cadenas de producción de China a la subregión. Pese a ese previsible aumento de las inversiones extranjeras debe tenerse en cuenta, no obstante, que también caerá la demanda de la República Popular, economía de la que los miembros de la ASEAN se han vuelto dependientes en gran medida. Por otra parte, si, como se cree, es Vietnam quien atrae buena parte de esa inversión antes dirigida a China, la competitividad de otros Estados miembros, como Indonesia o Filipinas, puede verse gravemente afectada. (Foto: Gergely Takács, flickr)

La travesía asiática de Trump. Nieves C. Pérez Rodríguez

En una larga travesía de 12 días, el presidente Trump visita Asia. Muchos días de viaje y una agenda bien copada en la que visita Japón, Corea del Sur, China, Vietnam y Filipinas. Un viaje tan largo como importante en el que el secretario de Estado Tillerson le acompañará para dar aún más solemnidad a esta visita oficial. Mientras Trump sostendrá encuentros con los jefes de Estado correspondientes, Tillerson se reunirá con altos dirigentes, homólogos y personalidades económicas, con las que buscará afianzar lazos de cooperación a nivel político y de inversiones e intercambio. Según Daniel Blumenthal (escritor de Foreing Policy) la clave de este viaje está fundamentalmente en el elemento geopolítico, que consiste en intensificar la competencia de los Estados Unidos con China por el sureste asiático. Insiste en que nada es tan importante como ese punto y el presidente Trump debería dejar muy claro que su gabinete toma con mucha seriedad la rivalidad geopolítica en la región asiática.

Japón es el aliado más fuerte de Estados Unidos en Asia. En Tokio, Trump afianzará la alianza con Shinzo Abe y proyectará una sólida amistad mientras negocian más intercambios comerciales y analizan la amenaza de Corea del Norte. La Administración Trump finalmente entendió la importancia de un aliado como Japón y ha comenzado a darle el lugar que merece. Tokio, por su parte, da señales de estar más cómodo con Washington y ha bajado sus niveles de ansiedad ante la amenaza nuclear de Pyongyang por el apoyo de Trump. De hecho, Japón es el país que más está invirtiendo en Estados Unidos a día de hoy, instalando industrias en su territorio y generando un gran número de empleos (exactamente lo que Trump ha definido como su vuelta a la Gran América).

En Seúl, se espera que se aborde fundamentalmente la peligrosa situación de Corea del Norte. Trump se reunirá con Moon Jae-in, lo que revalida el apoyo de Washington y mando un claro mensaje a Kim Jong-un. Corea del Sur es el segundo gran aliado de Estados Unidos en la región, y para el presidente Moon es realmente importante contar con este espaldarazo público.

En el caso de China, Trump prometió a Xi jinping visitarle en casa, y eso es exactamente lo que está haciendo. Cumpliendo con su compromiso, quedando bien con el ahora consagrado líder, después de que el congreso del Partido Comunista Chino convirtiera a Xi en el personaje más poderoso desde Mao Zedong, y que comparativamente con Trump, está en una posición más fuerte, en términos de liderazgo y popularidad. Sin lugar a dudas, en la región Xi es el líder más poderoso y Washington le necesita para seguir presionando a Pyongyang. Beijín es el único actor internacional capaz de presionar y neutralizar a Pyongyang sin necesidad de un ataque bélico, siendo el principal proveedor de un régimen completamente aislado.

Aquí la pregunta que se presenta es ¿hasta dónde quiere jugar China genuinamente ese rol?, Xi se siente claramente cómodo en su papel de líder internacional, pero también sabe cuándo debe bajar su perfil para mantener el juego a su favor. Esperemos que Trump entienda esa estrategia y pueda dejarle claro que Estados Unidos está dispuesto a acabar con el riesgo y mantendrá el liderazgo regional. A pesar de que hasta ahora Trump ha sido blando con Beijín, el Departamento de Estado maneja una línea anti china muy fuerte, que espera empezar a implementar.

Vietnam es un país clave. Tanto Trump como Tillerson participarán en la Cumbre de APEC el 10 de noviembre, que es obviamente importante pues 21 economías en el Pacífico estarán en este foro que promueve el libre comercio. Sin embargo, la clave podría estar en que Washington quiere asegurarle a Hanói su apoyo, siguiendo la línea anti china que amnas están manejando. Vietnam históricamente ha sufrido el acoso chino, y entre el expansionismo chino actual y su posición geográfica, es uno de los países más vulnerables ante el gigante asiático, por lo que Washington está aprovechando para extender su apoyo a cambio de mantener su presencia en la región.

En Filipinas se reunirá con Rodrigo Duterte, un líder tan controvertido como popular, quien, con una política tan agresiva como inapropiada, abusa del poder para acabar con el narcotráfico y los consumidores de estupefacientes, por lo que se espera que Trump aproveche la oportunidad para pedirle moderación y respeto por los derechos humanos. Asimismo, Washington intentará recuperar los espacios ganados por China en la región del sureste asiático.

Otro aspecto no menos importante es el aumento del radicalismo islámico y la presencia de ISIS, en el que Trump debería afianzar su compromiso en mantener cooperación en materia de seguridad.  Seguramente otra de las razones que llevan al inquilino de la Casa Blanca hasta Manila es parte de su ego, pues Duterte ha expresado públicamente su admiración por Trump, lo que no sorprende pues, en el fondo, ambos líderes tienen un carácter impulsivo y políticamente incorrecto.

Tal y como se ha expuesto, cada país en esta gira por Asia tiene una razón estratégica. La Administración Trump está yendo a poner orden y afianzar su posición en el Pacífico, y a dejarle claro a China quién tiene el control,  solidificar alianzas y mandar un mensaje claro a Pyongyang de unión con sus aliados. Ojalá que la imprudencia de Trump se quedara en casa, y que su Twitter no funcione en Asia, o que lo agotador de su agenda lo mantenga aislado de su móvil. Seguramente así nos aseguraremos una visita diplomática en toda su expresión. Sobre todo, en la cultura asiática donde la prudencia y las formas marcan el día a día de la sociedad.

INTERREGNUM: Trump en Asia. Fernando Delage

El 3 de noviembre, Trump comienza su segundo gran viaje al exterior, con una gira de 12 días que le llevará a cinco países de Asia. Además de los tres grandes del noreste asiático—Japón, China y Corea del Sur—, el presidente norteamericano visitará dos naciones del sureste de la región—Vietnam y Filipinas—para asistir a dos cumbres multilaterales.

En los tres primeros predominará la agenda bilateral. Comercio y seguridad ocuparán la mayor parte de su tiempo con Shinzo Abe, Xi Jinping y Moon Jae-in. Tras su victoria electoral del 22 de octubre, un Abe reforzado políticamente tratará de convencer a Trump de lo inviable de su política comercial: Japón, como la mayoría de las economías asiáticas, necesita mayor liberalización e integración, y preferiría evitar una excesiva dependencia del mercado chino. El primer ministro surcoreano tendrá que emplearse a fondo también para que Trump no añada el acuerdo de libre comercio Estados Unidos-Corea del Sur (KORUS) a la lista de los pactos, encabezados por NAFTA, que quiere deshacer. En China, cuyo superávit comercial con Estados Unidos el presidente no ha dejado de denunciar desde la campaña electoral, quizá desvele por fin cómo piensa responder. Con los tres líderes, Trump discutirá asimismo la evolución del desafío norcoreano, para concluir, lo reconozca o no, que carece de opciones de actuación en solitario.

Tras diez meses en la Casa Blanca, el principal problema asiático de Trump es la ausencia de una política. Ni en el departamento de Estado ni en el Pentágono se ha nombrado aún a los responsables de Asia, mientras también siguen vacantes muchas de las embajadas de Estados Unidos en la región. Tampoco se ha expuesto una estrategia articulada sobre los objetivos de la administración. Se espera con notable expectación, por tanto, que en su discurso en Vietnam, donde Trump asistirá a su primera cumbre del foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico (APEC), anuncie su visión de Asia y cómo propone defender los intereses norteamericanos en un contexto de profunda transformación. Asia nunca ha sido más importante para el futuro económico y diplomático de Estados Unidos y, sin embargo, se acelera la percepción de debilitamiento de su posición. La Casa Blanca quiere apartarse de las propuestas de Obama y su famoso “pivot” hacia Asia, pero lo que ha provocado ha sido un vacío de un año tras el abandono del TPP, letal para su credibilidad.

Un anticipo de lo que pueda decir Trump lo ofreció su secretario de Estado, Rex Tillerson, en un discurso pronunciado en Washington el 18 de octubre, en vísperas de su primer viaje oficial a India. Fue algo más que un examen de las relaciones entre las dos mayores democracias del mundo. Tillerson volvió al discurso de administraciones anteriores sobre un orden regional libre y abierto, y “basado en reglas”. Aunque de manera poco explícita, también dio a entender que Washington va a reaccionar a la iniciativa china de la Nueva Ruta de la Seda, y que, ante la redistribución en curso del poder internacional, India será uno de sus principales socios de preferencia. Cabe esperar que, en su intervención en Vietnam, por fin Trump anuncie cómo Estados Unidos va a intentar abrirse un espacio en Eurasia para equilibrar las ambiciones económicas y geopolíticas chinas.

En Filipinas, Trump no asistirá a la Cumbre de Asia Oriental, segunda gran cumbre anual multilateral en Asia, a la que Estados Unidos se incorporó en 2010, y que Obama trató de reconvertir en el principal foro regional de seguridad. Aunque es el único proceso, junto a APEC, que reúne a los jefes de Estado y de gobierno, la ausencia de Trump en su primera convocatoria es difícilmente justificable. Al menos, participará la víspera en la cena de conmemoración del 50 aniversario de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), institución que ocupó un papel relevante en la estrategia asiática de Obama pero que ha ignorado hasta la fecha la actual administración. Quizá tras sus conversaciones con Rodrigo Duterte, Trump pueda afinar sus ideas al conocer de primera mano la percepción local sobre el ascenso de China y sobre lo que se espera de Estados Unidos.