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Europa, cumbre a cumbre

Dos cumbres europeas en la última semana, en Varsovia y Munich, han marcado el terreno de los límites de la política exterior de la Unión Europea, la alianza trasatlántica con Estados Unidos y la recomposición estratégica de Asia Central y Oriente Próximo. Dos cumbres de importancia que no deben quedar fuera de la lupa de los observadores de la escena internacional.

Por un lado, en Varsovia, se ha evidenciado un cambio de enorme profundidad y relevancia en la política exterior de países árabes como los Emiratos y Arabia Saudí que es la aceptación cada vez más clara, pasando del secreto a la discreción y haciendo ya los primeros actos públicos, de Israel como Estado y de acercamiento entre sus políticas exteriores. Este cambio, catalizado por los avances de Irán, que amenazan tanto a Israel como al Islam sunní y a los países que lo sustentan, puede provocar una recomposición de alianzas en toda la región, sin olvidar la alianza discreta de Egipto con Israel en asuntos de seguridad frente a un terrorismo, paradójicamente sunní pero alentado por Irán, que desafía a ambas naciones.

La prueba de lo que este cambio significa está en las reacciones de Hamás (sunníes palestinos con apoyo financiero de Irán) y de Hizbullah (chíies libaneses con apoyo financiero y militar de Irán, desplegados también en Siria en apoyo de Al-Assad) que han denunciado la “debilidad” de países árabes al aceptar “al sionismo”.

Y la otra cumbre, en Munich, específicamente convocada para hablar de seguridad y con asistencia protagonista de Estados Unidos, ha sentido los ecos de Varsovia y el protagonismo iraní. Trump defiende que la UE se alinee claramente con Estados Unidos y rompa el acuerdo que el propio Obama firmó con Teherán sobre la contención nuclear. Esto, que es una proyección del acercamiento árabe israelí y un deseo de aislamiento de Irán, es rechazado por Alemania que ha sugerido una propuesta a China para que se sume al acuerdo actual.

Europa necesita una política exterior propia sin poner en riesgo las relaciones con Estados Unidos. Y esto es lo que no acaba diseñarse por la diferencia de intereses nacionales, viejos prejuicios, los errores proteccionistas de Trump y la presión de Putin en el Báltico intentando abrir más las contracciones entre Bruselas y Washington. Pero es indudable que la UE ha puesto el asunto en su agenda, lo cual es ya un avance.

Arabia Saudí da pasos al frente. Julio Trujillo

(Foto: Yasmeen Love, Flickr) El golpe palaciego del príncipe bin Salman en Arabia Saudi para, entre otras cosas, reajustar los poderes internos de la monarquía y acumular más capacidad ejecutiva, ha sorprendido a los expertos. Si a eso se suma la dimisión, no menos sorprendente, del primer ministro libanés Saad Hariri, anunciada desde Riad y aparentemente influido o presionado por los saudíes, tenemos un escenario en el que da la sensación de que Arabia Saudí ha pasado de una política entre bastidores, discreta y reservada, a una situación nueva en la que querría asumir un liderazgo público en Oriente Medio.

Los saudíes se encuentran en una situación delicada. A una preocupación general por la nueva geopolítica del petróleo, determinada por la mayor independencia energética de algunos clientes occidentales como Estados o el reingreso del petróleo iraní a los mercados mundiales tras el acuerdo de frenar su programa nuclear, se une una situación estratégica regional inestable.

La mayor preocupación saudí desde el punto de vista de su seguridad es el aumento de protagonismo de Irán en la región. Teherán, con el mantenimiento en Siria de Bashar el Assad está en situación de colocar tropas cerca de la frontera saudí por una parte y de Israel por otra, sin olvidar que grata de crear un corredor político militar, junto a Hizbullah y a sus aliados sirios desde Irak (donde su presencia e influencia no ha dejado de crecer) a Líbano, a lo largo del norte de Siria, todo un aviso a Turquía por una parte y a los kurdos por otra.

Esta situación fue la que movió a los saudíes a implicarse en la guerra de Yemen contra los hutíes, aliados de Irán, para intentar frenar su expansión, pero esa guerra se ha enredado y lo que se pensaba que iba a ser una victoria fácil de los sunníes apoyados por Riad ha quedado estancada. El apoyo de EEUU y Francia, que han trasladado mensajes con ayuda política y militar a los saudíes, y el discreto estímulo de Israel que es cada vez es más evidente, bin Salman se ha sentido fuerte para ocupar la escena en una operación que puede salirle mal.

No hay que olvidar que, por las mismas razones de achicar los espacios a Irán, ruptura de Arabia con Qatar no parece haber mermado mucho a este país, por otra parte, tan aliado con EEUU como los propios saudíes.

Y un tercer elemento en escena: Egipto, que empujando a Hamás a firmar una reconciliación con la OLP en Palestina devolviendo a ésta el poder que le arrancó a mano armada en Gaza, quiere su parte en el nuevo mapa regional que comienza a dibujarse.

El nuevo frente iraní

El acuerdo sobre la limitación del programa iraní de desarrollo de tecnología nuclear vuelve al primer plano de la actualidad al recordar el presidente Donald Trump su posición de anularlo para negociar uno nuevo.
Aquel acuerdo, firmado por la Administración Obama, imponía una moratoria en el desarrollo del programa por parte de las autoridades de Teherán, establecía un sistema de inspecciones (limitadas) y anulaba las sanciones impuestas al régimen teocrático y garantizaba la llegada de sus  recursos petrolíferos a los mercados occidentales de los que llevaba años ausente.
Este acuerdo fue siempre duramente criticado por Israel, que entiende que no frena en realidad los planes iraníes sino los encubre, que solo establece una moratoria de diez años sin inspecciones eficaces y que, anulando las sanciones económicas, provee al régimen de nuevos recursos destinados, entre otras cosas, a reforzar su capacidad militar. Y, recuerdan desde Jerusalén, es Israel el principal objetivo, declarado en cada discurso, de la estrategia militar iraní.
El aumento de la influencia militar de Teherán en Siria, en la frontera oriental israelí; su renovada alianza con Hizbullah, organización militar calificada de terrorista por EEUU y la UE, desplegada en Líbano en la frontera norte de Israel, y los lazos crecientes de los ayatollah con Hamás, en la frontera suroccidental de Israel, completan el escenario. En ese contexto, Donald Trump ha asumido parte de las posiciones israelíes y quiere corregir lo que piensa que fue un error estratégico de Obama que debilita la posición de Occidente y de su principal aliado en la zona en beneficio de rusos e iraníes.
Probablemente esta iniciativa estadounidense abrirá un nuevo frente de discrepancia con Europa, donde Francia es el principal valedor del acuerdo con Teherán, y con Rusia, que no quiere que se altere un panorama en el que ha recuperado protagonismo en toda la región.
En todo caso, parece necesario, en el dossier Irán, abrir un debate sereno, no sólo sobre la necesidad de visualizar procesos de distensión sino en asegurarse de que estos procesos garantizan de verdad avances y no gestos que, a medio plazo, demuestren que a veces los remedios son peores que las enfermedades.