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INTERREGNUM: BRI y un mundo de bloques. Fernando Delage  

La semana pasada, mientras el presidente de Estados Unidos viajaba a Israel para intentar evitar una expansión de la crisis en Oriente Próximo, se celebró en Pekín la tercera cumbre de la Ruta de la Seda (la “Belt and Road initiative”, BRI, en su denominación oficial en inglés). Pese a la desaceleración de la economía china y de los problemas que han acumulado numerosos proyectos (hasta un tercio del total según un estudio reciente), Pekín no tiene intención alguna de abandonar la iniciativa. Al contrario: al conmemorarse el décimo aniversario de su anuncio, la cumbre tenía por objeto ratificar su relevancia. Es cierto que los grandes planes de infraestructuras previstos en la concepción original del plan han sido sustituidos por una aproximación orientada a la rentabilidad, con las energías renovables y las redes digitales como nuevas prioridades. Pero la cita fue más allá, para revelar que BRI es un instrumento para proyectar normas y valores chinos con el fin de reconfigurar el orden global frente a un Occidente que concentra hoy su atención en Ucrania y Gaza.

Hasta el pasado verano, la República Popular había firmado más de 200 acuerdos de cooperación en el marco de BRI con más de 150 países y 30 organizaciones internacionales. Aunque sólo 23 jefes de Estado y de gobierno acudieron a la cumbre (por debajo de los 37 de la segunda convocatoria en 2019), el mapa de los asistentes resultó revelador. Especial protagonismo recibió el presidente ruso, Vladimir Putin, de quien Xi Jinping subrayó la “profunda amistad” que les une. La presencia de Putin en Pekín fue motivo suficiente para la ausencia de los líderes europeos; sólo acudió el primer ministro húngaro, Viktor Orban, quien no ocultó sus discrepancias con la estrategia china de la UE, concretada durante los últimos meses en la estrategia de seguridad económica. Como contraste, y en coherencia con las actuales prioridades chinas, el grueso de la representación exterior correspondió a los países del Sur global.

En vísperas de la cumbre, las autoridades chinas publicaron un Libro Blanco sobre BRI, definida como eje de su política de cooperación internacional. Según indica el documento, “la globalización económica dominada por un reducido número de países no ha contribuido a un desarrollo compartido con beneficios para todos (…). Muchos países emergentes han perdido incluso la capacidad para su desarrollo independiente, obstaculizando su acceso a la modernización”. En sus encuentros bilaterales con distintos líderes del mundo en desarrollo, Xi reiteró la importancia de promover la “solidaridad Sur-Sur”. BRI forma parte así del esfuerzo por promover un modelo de desarrollo global alternativo al propuesto por las naciones occidentales (inclinadas a la “confrontación ideológica” según declaró Xi), y facilitar la transición hacia un mundo multipolar. El espíritu de la iniciativa, señala el Libro Blanco, pasa por defender un principio de igualdad, en oposición a quienes defienden “la superioridad de la civilización occidental”. Lo que no indica el texto es que esa es también la dirección para expandir la influencia de Pekín en el actual contexto de competición con Estados Unidos.

Es evidente que China tiene un plan para situarse en el centro de un nuevo orden multilateral; un plan que puede seducir al mundo postcolonial y a otras naciones que rechazan los valores liberales. Pero como muestra la reacción global a la invasión rusa de Ucrania, primero, y al ataque de Hamás a Israel, después, no hay una línea nítida de separación en dos grandes bloques. Occidente no ha perdido su cohesión, mientras que el incierto panorama internacional que nos rodea puede complicar las ambiciones chinas.

China corrige, ligeramente, el rumbo

El giro de China ante la guerra contra el terrorismo en Gaza en que Pekín reconoce el derecho de Israel a su autodefensa, en línea con la posición formal de la UE y EEUU, unido a la visita del ministro chino de Exteriores, Wang Yi, a Washington parece indicar que algo se está moviendo en el escenario internacional ante la gravedad de la situación en Oriente Próximo. Wang mantendrá encuentros con el secretario de Estado Blinken y el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan.

Que la situación es grave es indudable, pero, de momento no estamos ante las vísperas de un apocalipsis. Detrás de las palabras gordas, las provocaciones y las bravatas hay cierta contención en los actores que pueden abrir las puertas del infierno. China parece estar dispuesta a profundizar en esta dirección sin dejar de sostener un discurso anti occidental y sin dejar de mirar de rejo as Rusia y sus juegos en las repúblicas centro asiática a la vez que Putín y Xi se prometen amor eterno.

Que China haya visto remontar, aunque ligeramente, su economía en el último mes no es un dato a despreciar en el momento actual en el que EEUU, a pesar de las dudas en el entorno de Biden, mantiene el pulso en los dos frentes de conflicto.

Pero China no baja ni un punto en su presión sobre los mares cercanos en los que insiste en imponer sus reglas, dominar las rutas y condicional el comercio internacional. No se trata únicamente de mantener la presión sobre Taiwán producto de un conflicto histórico que tiene su origen en la toma de poder en Pekín de los comunistas de Mao. El choque de las últimas horas entre barcos chinos y filipinos expresa con claridad el proyecto expansionista de la estrategia marítima de China que está invirtiendo en las últimas décadas ingentes recursos en sus fuerzas aeronavales.

 

 

Europa, cumbre a cumbre

Dos cumbres europeas en la última semana, en Varsovia y Munich, han marcado el terreno de los límites de la política exterior de la Unión Europea, la alianza trasatlántica con Estados Unidos y la recomposición estratégica de Asia Central y Oriente Próximo. Dos cumbres de importancia que no deben quedar fuera de la lupa de los observadores de la escena internacional.

Por un lado, en Varsovia, se ha evidenciado un cambio de enorme profundidad y relevancia en la política exterior de países árabes como los Emiratos y Arabia Saudí que es la aceptación cada vez más clara, pasando del secreto a la discreción y haciendo ya los primeros actos públicos, de Israel como Estado y de acercamiento entre sus políticas exteriores. Este cambio, catalizado por los avances de Irán, que amenazan tanto a Israel como al Islam sunní y a los países que lo sustentan, puede provocar una recomposición de alianzas en toda la región, sin olvidar la alianza discreta de Egipto con Israel en asuntos de seguridad frente a un terrorismo, paradójicamente sunní pero alentado por Irán, que desafía a ambas naciones.

La prueba de lo que este cambio significa está en las reacciones de Hamás (sunníes palestinos con apoyo financiero de Irán) y de Hizbullah (chíies libaneses con apoyo financiero y militar de Irán, desplegados también en Siria en apoyo de Al-Assad) que han denunciado la “debilidad” de países árabes al aceptar “al sionismo”.

Y la otra cumbre, en Munich, específicamente convocada para hablar de seguridad y con asistencia protagonista de Estados Unidos, ha sentido los ecos de Varsovia y el protagonismo iraní. Trump defiende que la UE se alinee claramente con Estados Unidos y rompa el acuerdo que el propio Obama firmó con Teherán sobre la contención nuclear. Esto, que es una proyección del acercamiento árabe israelí y un deseo de aislamiento de Irán, es rechazado por Alemania que ha sugerido una propuesta a China para que se sume al acuerdo actual.

Europa necesita una política exterior propia sin poner en riesgo las relaciones con Estados Unidos. Y esto es lo que no acaba diseñarse por la diferencia de intereses nacionales, viejos prejuicios, los errores proteccionistas de Trump y la presión de Putin en el Báltico intentando abrir más las contracciones entre Bruselas y Washington. Pero es indudable que la UE ha puesto el asunto en su agenda, lo cual es ya un avance.

Arabia Saudí da pasos al frente. Julio Trujillo

(Foto: Yasmeen Love, Flickr) El golpe palaciego del príncipe bin Salman en Arabia Saudi para, entre otras cosas, reajustar los poderes internos de la monarquía y acumular más capacidad ejecutiva, ha sorprendido a los expertos. Si a eso se suma la dimisión, no menos sorprendente, del primer ministro libanés Saad Hariri, anunciada desde Riad y aparentemente influido o presionado por los saudíes, tenemos un escenario en el que da la sensación de que Arabia Saudí ha pasado de una política entre bastidores, discreta y reservada, a una situación nueva en la que querría asumir un liderazgo público en Oriente Medio.

Los saudíes se encuentran en una situación delicada. A una preocupación general por la nueva geopolítica del petróleo, determinada por la mayor independencia energética de algunos clientes occidentales como Estados o el reingreso del petróleo iraní a los mercados mundiales tras el acuerdo de frenar su programa nuclear, se une una situación estratégica regional inestable.

La mayor preocupación saudí desde el punto de vista de su seguridad es el aumento de protagonismo de Irán en la región. Teherán, con el mantenimiento en Siria de Bashar el Assad está en situación de colocar tropas cerca de la frontera saudí por una parte y de Israel por otra, sin olvidar que grata de crear un corredor político militar, junto a Hizbullah y a sus aliados sirios desde Irak (donde su presencia e influencia no ha dejado de crecer) a Líbano, a lo largo del norte de Siria, todo un aviso a Turquía por una parte y a los kurdos por otra.

Esta situación fue la que movió a los saudíes a implicarse en la guerra de Yemen contra los hutíes, aliados de Irán, para intentar frenar su expansión, pero esa guerra se ha enredado y lo que se pensaba que iba a ser una victoria fácil de los sunníes apoyados por Riad ha quedado estancada. El apoyo de EEUU y Francia, que han trasladado mensajes con ayuda política y militar a los saudíes, y el discreto estímulo de Israel que es cada vez es más evidente, bin Salman se ha sentido fuerte para ocupar la escena en una operación que puede salirle mal.

No hay que olvidar que, por las mismas razones de achicar los espacios a Irán, ruptura de Arabia con Qatar no parece haber mermado mucho a este país, por otra parte, tan aliado con EEUU como los propios saudíes.

Y un tercer elemento en escena: Egipto, que empujando a Hamás a firmar una reconciliación con la OLP en Palestina devolviendo a ésta el poder que le arrancó a mano armada en Gaza, quiere su parte en el nuevo mapa regional que comienza a dibujarse.

El nuevo frente iraní

El acuerdo sobre la limitación del programa iraní de desarrollo de tecnología nuclear vuelve al primer plano de la actualidad al recordar el presidente Donald Trump su posición de anularlo para negociar uno nuevo.
Aquel acuerdo, firmado por la Administración Obama, imponía una moratoria en el desarrollo del programa por parte de las autoridades de Teherán, establecía un sistema de inspecciones (limitadas) y anulaba las sanciones impuestas al régimen teocrático y garantizaba la llegada de sus  recursos petrolíferos a los mercados occidentales de los que llevaba años ausente.
Este acuerdo fue siempre duramente criticado por Israel, que entiende que no frena en realidad los planes iraníes sino los encubre, que solo establece una moratoria de diez años sin inspecciones eficaces y que, anulando las sanciones económicas, provee al régimen de nuevos recursos destinados, entre otras cosas, a reforzar su capacidad militar. Y, recuerdan desde Jerusalén, es Israel el principal objetivo, declarado en cada discurso, de la estrategia militar iraní.
El aumento de la influencia militar de Teherán en Siria, en la frontera oriental israelí; su renovada alianza con Hizbullah, organización militar calificada de terrorista por EEUU y la UE, desplegada en Líbano en la frontera norte de Israel, y los lazos crecientes de los ayatollah con Hamás, en la frontera suroccidental de Israel, completan el escenario. En ese contexto, Donald Trump ha asumido parte de las posiciones israelíes y quiere corregir lo que piensa que fue un error estratégico de Obama que debilita la posición de Occidente y de su principal aliado en la zona en beneficio de rusos e iraníes.
Probablemente esta iniciativa estadounidense abrirá un nuevo frente de discrepancia con Europa, donde Francia es el principal valedor del acuerdo con Teherán, y con Rusia, que no quiere que se altere un panorama en el que ha recuperado protagonismo en toda la región.
En todo caso, parece necesario, en el dossier Irán, abrir un debate sereno, no sólo sobre la necesidad de visualizar procesos de distensión sino en asegurarse de que estos procesos garantizan de verdad avances y no gestos que, a medio plazo, demuestren que a veces los remedios son peores que las enfermedades.