Entradas

China se enfada

Todos los países, y sobre todo cuando están organizados como un régimen despótico, se enfadan  cuando circunstancias adversas contravienen sus planes y sus expectativas y más cuando esas circunstancias llegan determinadas por decisiones tomadas por adversarios o competidores. Y a eso hay que sumar útil herramienta del victimismo nacionalista que explica cómo el mundo conspira siempre contra sus intereses. Es verdad que China exhibe un pragmatismo poco común, pero cuando vienen mal dadas recurre a la propaganda y a los instrumentos tradicionales.

Así ocurre cuando organismos internacionales recuerdan a Pekín que las normas del mercado libre son para todos y que no se puede concurrir a ese mercado aprovechando esa libertad cuando ganas con ella pero restringiéndola en el mercado interior o cumplir las normas únicamente cuando te favorecen. Ese es el fondo de la mayoría de las polémicas entre China, con sus empresas de capital estatal y fuertemente intervenidas, y sus competidores internacionales.

Claro que, a veces, China tiene parte de razón. Por ejemplo, en el caso de los coches eléctricos que las empresas chinas colocan en los mercados mundiales más baratos que los de sus competidores occidentales, fruto de las subvenciones públicas y la protección estatal. Bruselas ha advertido a China que investigará y obstaculizará el acceso de los vehículos eléctricos chinos a los mercados europeos. Y, claro, Pekín ha expresado su descontento con voces altas y amenazas. Y decimos que China tiene parte de razón porque todos los fabricantes de coches eléctricos están subvencionados y protegidos en nombre de la transición ecológica y Bruselas no protesta por las subvenciones de EE.UU. ni de las de los socios europeos o Gran Bretaña. La UE no ha propuesto a China sentarse a negociar la retirada general de subvenciones sino que los chinos retiren las suyas. Europa está inmersa en el laberinto de la preeminencia de los ideológico sobre la realidad de la coyuntura económica y da tumbos e exhibe hipocresía. Como consecuencia, Reino Unido ha frenado esa llamada transición porque los planes están afectando a la industria automovilística tradicional con caídas de empresas y aumento del desempleo y la propia UE está alargando los plazos para darse tiempo e investigar más sobre combustibles sólidos y biocombustibles que hagan más compatible la conversión de motores y, quizá, sustituyan a los modelos eléctricos.

Eso, sin contar con la contaminación que produce la fabricación de pilas eléctricas y con el hecho de que, a medio plazo, las redes eléctricas europeas no podrían atender a la demanda de millones de coches eléctricos en las calles. Menos aún en la situación de incertidumbre energética que se aceleró con la guerra de Ucrania.

 

Putin ensalza a Xi. Nieves C. Pérez Rodríguez

El Estado ruso hizo público la creación de un “Centro sobre la Ideologia de Xi Jinping” en Moscú, convirtiéndose así en el primer instituto que se dedicará al estudio del pensamiento del líder chino fuera del gigante rojo.

La Academia Rusa de Ciencias es la responsable de la creación del llamado laboratorio de investigación de la ideología moderna china. En este sentido, el director del área de estudios contemporáneo en Asia, Kiril Babaev, dijo que el centro de investigación tiene como propósito realizar un análisis objetivo y profundo de las ideas y conceptos que constituyen la base del Estado chino moderno.

Así mismo, Babaev aseguró que “este instituto permitirá al gobierno ruso, las empresas y la comunidad científica del país comprender la China moderna para así formular estrategias y pronósticos más acertados en el curso de las relaciones bilaterales”.  Lo que se ha convertido en una clara prioridad para los rusos en los años recientes.

El centro de estudio ideológico de Xi además se centrará en cinco áreas de investigación que pasan por la economía política, política doméstica y legislación, política exterior y relaciones internacionales, defensa y seguridad y ecología y sociedad de acuerdo con la agencia oficial china Xinhua.

En el anuncio inicial también dieron a conocer que tienen previsto comenzar en 2025 con una serie de publicaciones explicativas sobre las ideas de Xi y su importancia en el desarrollo de China y las relaciones entre Rusia y China para poder ir familiarizando a los lectores rusos con esa realidad.

Babaev afirmó también que Rusia necesita conocer y analizar el pensamiento ideológico de Xi porque China es hoy el principal socio estratégico y socioeconómico de Moscó. Especialmente después de que Rusia invadió a Ucrania y el rechazo que esa guerra a causando en Occidente y la dura respuesta que ha propiciado las sanciones que han aislado a Putin de la esfera global y bloqueado los productos rusos al mercado internacional.

La creación y lanzamiento de este instituto es un claro guiño de Putin a Xi, él cuasi emperador chino, un gesto de autócrata a autócrata, una reafirmación entre ellos sobre la importancia y reconocimiento de Xi como él gran líder chino o él nuevo Mao.

Además de ser un valioso movimiento estratégico ruso para elogiar al dirigente chino es una manera también de reconocer la importancia que tiene para Moscú su principal socio económico y prácticamente único aliado poderoso en este momento que podría eventualmente financiarlos, apoyar con material bélico para la guerra y servir hasta de lobby internacional a Rusia.

 

INTERREGNUM: China y el motín de Prigozhin. Fernando Delage

Aunque neutralizada, la rebelión contra el presidente Vladimir Putin por parte del líder del grupo de mercenarios Wagner, Yevgeny Prigozhin, vaticina un incierto futuro para Rusia. También alimentará las dudas de Pekín sobre la supervivencia de un régimen con el que contaba para construir un orden internacional postoccidental. Una Rusia inestable complicará el entorno de seguridad chino y reducirá las posibilidades de que el Kremlin apoye a la República Popular en el caso de un conflicto con Estados Unidos si intentara hacerse con Taiwán por la fuerza.

China se mantuvo en silencio hasta que concluyó la crisis, momento en el que  calificó el incidente como “un asunto interno de Rusia”. Tras volar a Pekín ese mismo día, el viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Andrei Rudenko, recibió de sus anfitriones un mensaje de confianza en las relaciones bilaterales. Los medios chinos han ocultado por su parte cualquier atisbo de preocupación oficial sobre el impacto de los hechos. Resulta innegable, no obstante, que los problemas de Putin también suponen nuevos problemas para el presidente chino, Xi Jinping.

El dilema más urgente que afronta Xi es cómo continuar apoyando a Putin mientras se prepara para la eventualidad de que deje de estar en el poder. El acercamiento  de Pekín a Moscú responde a unas premisas ideológicas compartidas, pero también a unos imperativos estratégicos propios que pueden verse debilitados tras la rebelión de Prighozin. La dependencia energética china y su vulnerabilidad marítima hacen de Rusia un suministrador de gas y petróleo a salvo de las acciones de terceros (por ejemplo, de las sanciones que pudieran imponer las democracias occidentales a la República Popular como respuesta a una acción unilateral de Pekín). Es una ventaja que puede verse en riesgo en un contexto de inestabilidad política en el Kremlin. Como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Moscú tiene por otra parte la capacidad de bloquear toda resolución contra China; una posibilidad también sujeta, en principio, a la permanencia de Putin en el poder.

La evolución de los acontecimientos, marcada por una dinámica bélica que desde la misma invasión ha puesto en evidencia las erróneas expectativas del presidente ruso, y por la rebelión interna de un grupo que él mismo apadrinó, revela a ojos de los dirigentes chinos un creciente descontento social, un agravamiento de la rivalidad entre las elites rusas, y una notable incompetencia estrátegica. Sobre esas bases, la pretensión de Xi de que él y Putin podrían reconfigurar el orden internacional, según le dijo a las puertas del Kremlin hace sólo tres meses, parece cada vez más alejada de la realidad. El debilitamiento del socio imprescindible en su enfrentamiento con Occidente obliga a Pekín a asumir una posición mucho más prudente. La opción pragmática consistiría en intentar reducir las tensiones con Washington y la Unión Europea, pero las convicciones ideológicas de Xi y los tiempos que se ha marcado para avanzar en sus objetivos, pueden conducir en realidad a una desconfianza aún mayor en las democracias liberales.

La vinculación con Moscú no va a desaparecer. Cualquier otro dictador ruso seguirá necesitando a Pekín. Eso sí, ni podrá tener el tipo de relación que Xi ha mantenido con Putin—al que llamó su “mejor y más íntimo amigo”—, ni estará dispuesto a depender en tan alto grado de la República Popular como precio para continuar la guerra en Ucrania. Y China, que ya tiene suficientes problemas en su periferia marítima, tendrá que volver a prestar atención a un espacio que había desaparecido como preocupación de seguridad tras su normalización y desmilitarización a finales de los años noventa—los 4.200 kilómetros de frontera continental con Rusia—, por no hablar del control del arsenal nuclear ruso.

Rusia-China: grietas en el subsuelo político

Algunos expertos vienen advirtiendo de que, debajo de la publicitada luna de miel política y sobre todo comercial entre Rusia y China, se abren algunas grietas asentadas en viejos contenciosos históricos y recelos de Moscú ante el aprovechamiento que Pekín está haciendo de las vulnerabilidades rusas para desplazar la influencia eslava en Asia Central y a lo largo de los más de 4.000 kilómetros de la frontera que comparten.

Desde el punto de vista coyuntural, las relaciones comerciales con China estás permitiendo a Rusia sortear con menos dificultades la situación en la que su gobierno se ha metido con su criminal aventura en Ucrania. Rusia da salida a productos que ahora no compra Occidente y China consigue petróleo ruso a 30 dólares el barril. Pero desde el punto de vista estratégico que exige mirar más allá de lo cotidiano,  Rusia ve cómo, a medio plazo, China avanza en su aspiración de ser la gran potencia centro asiática en lo que siempre fue el patio trasero ruso y su plataforma para contrarrestar las influencias occidentales, tradicionalmente británicas, en la península indostánica, Afganistán y el flanco oriental de Oriente Medio.

Estos hechos no deben ser perdidos de vista pues forman parte también de las ambiciones y aspiraciones de los gobernantes, actores secundarios pero imprescindibles, de aquellos países desligados hace décadas de lo fue el poder soviético y su influencia. Esos países, con fronteras discutidas entre sí, con aparatos militares y de seguridad de inspiración soviética y con asesores rusos, ven como renacen brotes separatistas, intentonas terroristas islamistas y maniobras de terceros países que quieren pescar en rio revuelto. Y, así, ante los problemas rusos, estos gobiernos intercambian cada vez más guiños con el gobierno de Pekín, necesitado a su vez de estabilidad en la región para sus proyectos de extender y blindar sus rutas comerciales, terrestres y marítimas, hacia Europa y Occidente.

Además, la existencia de importantes minorías islámicas en China que ven negados sus derechos de manera aún más brutal que para el resto de los chinos y que están emparentados étnicamente con los territorios de la frontera occidental china, añaden motivos para que China se vea obligada a estar más presente en la región.

Este complejo escenario lastra y limita las relaciones ruso chinas y condiciona el panorama geoestratégico a medio y largo plazo pues contamina y condiciona otros escenarios cercanos y no menos tensos ni menos conflictivos.

 

 

INTERREGNUM: La cumbre de Hiroshima. Fernando Delage

Si la guerra de Ucrania revitalizó la OTAN y reveló de nuevo el indispensable papel de Estados Unidos en la seguridad europea, el desafío revisionista planteado por las potencias autoritarias al orden liberal ha restaurado igualmente la misión del G7. La cumbre del pasado fin de semana en Hiroshima ha dado una notable señal de unidad entre las democracias, ha hecho patente la absoluta soledad de Rusia, complicado el entorno estratégico para China, y demostrado el éxito del proactivismo diplomático de Japón.

La guerra de Ucrania y China marcaron la agenda del encuentro del G7, un grupo que puede haber perdido cierto grado de representatividad (sus miembros representan en la actualidad el 45 por cien del PIB global frente al 70 por cien de hace treinta años), pero que el anfitrión japonés solventó en parte al invitar a los líderes de varios de los países emergentes más relevantes, como India, Brasil e Indonesia. Sumando los miembros del bloque más los invitados, Tokio logró un triple resultado con respecto a Rusia.

En primer lugar, se hizo patente el aislamiento diplomático de Moscú, participante en el G8 hasta su expulsión por la anexión de Crimea, y al margen hoy de todos los grandes foros multilaterales. Un segundo “golpe” contra el Kremlin (y contra Pekín) ha sido la invitación sorpresa al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky. El encuentro de Zelensky con el primer ministro indio, Narendra Modi—que no apoyó las sanciones a Rusia—, ha sido una extraordinaria oportunidad para compartir la situación de Ucrania con uno de los gigantes del Sur Global. La negativa de Lula da Silva a verse con Zelensky, como también se esperaba, no parece haber beneficiado por la misma razón al presidente de Brasil. Por último, Japón ha aprovechado la ocasión para extender sus ideas acerca de la interconexión estructural cada vez más evidente entre la seguridad europea y la asiática.

Es una aproximación que también ha servido para promover la cohesión del G7 en relación con las ambiciones militares y económicas chinas. Pese a los intentos de Pekín de evitar la incorporación de Europa a una coalición antichina—y mitigar de ese modo el creciente deterioro de las relaciones con Estados Unidos—el comunicado final de Hiroshima no ha podido ser, por el contrario, más duro para sus intereses. Además de denunciar a Pekín por una larga lista de asuntos—de la militarización del mar de China Meridional a sus prácticas de coacción económica, pasando por la interferencia en la vida política de otras naciones—, los miembros del grupo también pidieron a China que presione a Rusia para retirar sus tropas de Ucrania, de manera “inmediata, completa y sin condiciones”. Los Siete demostraron su “firme oposición a todo intento unilateral por cambiar el statu quo por la fuerza”, y reclamaron “una solución pacífica a las tensiones en el estrecho de Taiwán”. Por otra parte, el comunicado final recogió la petición de Francia y Alemania de incluir la disposición al “desarrollo de una relación estable y constructiva con China”, así como el lenguaje a favor de reducir el riesgo de la dependencia económica de la República Popular (“de-risking”) y la diversificación más que el desacoplamiento (“decoupling”): otro gesto a favor del enfoque defendido por la Unión Europea.

A la convergencia entre Estados Unidos, Europa y Japón en el G7 se sumó la del QUAD un día más tarde. La prevista cumbre en Australia se suspendió al acortar el presidente de Estados Unidos su viaje a Asia. Como ya ha ocurrido en ocasiones anteriores, la agenda política interna norteamericana se ha impuesto sobre los compromisos exteriores, un hecho que nunca pasa inadvertido para sus socios asiáticos. Pero el primer ministro australiano reaccionó con rapidez, y las cuatro grandes democracias de la región mantuvieron una reunión separada en Hiroshima, en la que mantuvieron las mismas líneas de acción sobre China. El detallado comunicado final vino a confirmar la creciente institucionalización del foro, que celebrará su cumbre de 2024 en India.

El comunicado de protesta hecho público por Pekín tras ambas cumbres muestra la realidad del enfrentamiento entre democracias y potencias revisionistas, pero también los límites de sus esfuerzos orientados a contrarrestar la influencia de las primeras. La guerra de Ucrania ha debilitado a su socio ruso y complicado su entorno de seguridad, además de su posición en la economía global. La primera cumbre China-Asia central celebrada la víspera de la reunión del G7en Xian, punto central en la Ruta de la Seda, ha supuesto un nuevo salto adelante para su liderazgo en Eurasia—variable a la que Occidente sigue sin prestar la atención que merece—pero insuficiente para contrarrestar su negativa imagen global.

Xi telefonea a Zelesky ¿y ahora qué? Nieves C. Pérez Rodriguez

A catorce meses de la invasión rusa de Ucrania, Xi Jinping finalmente sostuvo una llamada telefónica con Volodymyr Zelensky a mediados de la semana pasada. La tardía llamada se da a dos meses de que China presentara su plan de paz para poner fin a la guerra.

La hoja de ruta de Xi consta de doce puntos y no parece aportar nada novedoso a la compleja situación. Sin embargo, China la promueve como la mejor opción sobre la mesa ante la ausencia de otras. De esta manera la segunda economía más poderosa se convierte en el intermediario técnicamente neutral que podría resolver el conflicto. Pero esa imparcialidad que ahora promueven es bien conocida como inexistente, puesto que la cercanía que Xi y Putin es pública, y sin ir muy lejos a principios del 2022 en Beijing ambos se profesaron una amistad sin límites previo a la invasión, momentos en que Washington ya había alertado de la posibilidad real de que el Kremlin invadiera Ucrania.

Xi ha jugado a calcular milimétricamente la distancia a favor de Rusia puesto que China está sacando beneficios de la situación actual. Con las sanciones impuestas a Moscú, Beijing ha aprovechado para beneficiarse comprando el petróleo a Rusia a un precio negociado y mucho más bajo que en el mercado internacional. Es muy posible que, además, estén haciendo otro tipo de negocios que no han sido reportados por lo que para Xi es muy conveniente jugar el papel de “neutral”.

La hoja de ruta se resume en el respeto a la soberanía de los países, el abandono de la mentalidad de la época de la Guerra Fría, el cese de hostilidades o cese el fuego y la reanudación de conversaciones de paz, El diálogo como mecanismo de resolución, medidas contra la crisis humanitaria y protección de civiles y prisioneros de guerra. En este punto muy probablemente China actuaría como garante o parte del intercambio de prisioneros entre Kiev y Moscú, priorizar el mantener seguras las centrales eléctricas, evitar la proliferación nuclear y facilitar las exportaciones de cereales con el acuerdo “Iniciativa de granos del Mar Negro” firmado por Rusia, Turquía, Ucrania y la ONU. Detención de las sanciones unilaterales, mantener estable la cadena de suministro y la promover la reconstrucción de Ucrania.

Y todos esos puntos suenan muy bien, y en efecto serían una buena salida a la crisis, pero la realidad es que aquí tenemos un Estado agresor: Rusia, que ha invadido un Estado soberano: Ucrania y ha matado, destruido instalaciones tanto de infraestructura como las eléctricas como de producción de alimentos y amenazado la estabilidad de Europa, de la cadena de suministros y la seguridad alimentaria de millones de personas, entre algunas de las consecuencias generadas. Por lo que, aunque el plan tenga una buena intención debe contar con la disposición real de Putin de materializarlo y no de usarlo para negociar mientras gana tiempo.

Xi ha calculado la distancia a favor de Rusia desde el comienzo de la guerra, no ha cuestionado la invasión ni tampoco a Putin, pero si ha criticado a Occidente y a la OTAN por su apoyo a Kiev. Xi es un estratega que se mueve tácticamente en los últimos meses desde que regresó activamente al escenario internacional y ha viajado, ha comenzado a acumular éxitos diplomáticos como los acercamientos entre Irán y Arabia Saudita, ha abierto su país para recibir cada semana mandatarios y personalidades de alto nivel tal como sucedió con la visita del presidente Macron y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen.

Xi entiende la importancia estratégica de la UE para China y la necesidad de debilitar o al menos neutralizar la alianza transatlántica que la invasión ucraniana no hizo sino revivir y potenciar.

Esta semana por ejemplo Beijing recibirá a los mandatorios de Singapur, Malasia y Gabón y continuará esforzándose por reactivar sus relaciones después del gran parón que sufrieron las visitas de Estado durante la pandemia. También tiene programado ser la sede de importantes eventos como la Cumbre China-Asia que tendrá lugar el próximo mes en Xian y el tercer Foro de la Iniciativa de Ruta de la Seda que se llevará a cabo en el otoño.

Por ahora, Xi ve necesario recuperar terreno en Europa, por lo que ha prometido a Zelensky enviar un representante chino a Kiev quién será un intermediario en las negociaciones de paz. Zelensky recíprocamente enviará a un encargado de negocios a Beijing para mantener el canal de comunicación abierto y corresponder diplomáticamente a China, e invitó a Xi a visitar la capital ucraniana mostrando apertura. Ciertamente, Xi es de los pocos líderes internacionales que no ha desfilado por Kiev desde la invasión y no es descartable que lo haga siempre que pueda sacar algún beneficio de la visita, como potenciar su protagonismo internacional.

De acuerdo con información oficial, Xi ha hablado cinco veces con Putin desde la invasión y lo ha visto en persona dos veces. China se abstuvo de votar en Naciones Unidas en contra de la guerra y pidiendo la salida de Moscú de Ucrania, al principio de la guerra. Beijing se ha abstenido también de condenar la invasión durante todo lo que lleva la ofensiva, pero ahora China busca protagonismo como mediador.

Zelensky, en medio de su complicada situación, se muestra optimista frente a la llamada y disposición de Xi de mediar. Ucrania no pierde nada por intentarlo. Estados Unidos no ha dicho mucho al respecto; en este sentido John Kirby, asesor del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, calificó la llamada de “algo bueno” y dijo haberse enterado de la llamada a través de la prensa.

Putin necesita de China más que nunca ante la soledad a la que el mismo se ha condenado. Xi lo sabe y lo usa en su beneficio no solo económico, sino que seguirá capitalizando el rol de mediador de la guerra. En diplomacia todo es válido, hasta seguir rodando la arruga sin acabar con ella. La misión de China ha sido y es seguir con su plan de conquista y avance internacional, en materia de intercambios, el desarrollo de su nueva Ruta de la Seda, inversiones, control de puertos y mares, y cualquier rendija por donde puedan conseguir influencia puede ser rentabilizado para su misión y protagonismo…

 

China: el aspirante desairado

El gobierno de Xi está enfadado. Su plan de paz para Ucrania recibe más dudas y suspicacias que aplausos; Europa, a pesar de las presiones de Pekín, no renuncia a sus propósitos de restringir la presencia de empresas chinas susceptibles de ser un peligro para la seguridad ni exigir a China cumplir las leyes del mercado, y, para colmo, EEUU recibe con encuentros de alto rango (aunque no máximos) a la presidenta de Taiwán que, además, representa a una corriente que empieza a distanciarse del sueño de lograr una unidad china en clave de democracia y juega con la posibilidad de proclamar Taiwán como un país independiente y democrático más.

China ha reaccionado a la manera arrogante, autoritaria y provocadora que la caracteriza en momentos de debilidad. Ha desplegado un enorme potencial aeronaval en torno a la isla (enorme pero aún alejado de las capacidades de EEUU y aliados en la región) y ha exhibido su capacidad para invadir Taiwán y poner al mundo aún más patas arriba. China no sólo juega con fuego sino que enseña la mano con la mecha encendida lo suficientemente cerca del barril de pólvora.

Pero hay signos de incertidumbre. Mientras EEUU aguanta el pulso y refuerza sus alianzas en Asia Pacífico, en Europa aparecen dudas, y países como Alemania, oficialmente dispuesto a no aceptar desafíos de Pekín, juega a la ambigüedad en el terreno comercial y otros como España se muestran reacios a frenar actividades de empresas chinas problemáticas para la seguridad. Y esto, justamente, es lo que lleva a China a pensar que puede abrir brechas en la unidad occidental y combinar su cara amable y tramposa con una promesa de terror bélico en el Pacífico para tratar de conseguir ese objetivo. En el fondo es el mismo objetivo con el que sueña Rusia y en la que rusos y chinos asientan parte de su alianza estratégica, solo que Moscú está en situación de mayor debilidad.

Ese es el gran pulso actual en el planeta, en el que Europa, tan importante en la esfera económica y de valores, juega de invitada de piedra sin capacidad de protagonismo diplomático y mucho menos militar, aunque creciendo. Sin embargo, este es un reto del que a la UE y a Europa le va a ser muy difícil evadirse o ponerse de perfil, entre otras cosas porque la guerra está en sus fronteras orientales, escenario recurrente de los grandes conflictos bélicos de los dos últimos siglos. Y probablemente este debería ser un punto prioritario a tratar en las cancillerías europeas. De hecho lo es, aunque muchos países escondan sus intenciones reales y sus miedos paralizantes.

 

THE ASIAN DOOR: Dos visitas, dos visiones geopolíticas. Águeda Parra

La agenda de política exterior de Estados Unidos y China se intensifica en una clara referencia a un mundo de bloques donde las acciones de diplomacia juegan un papel cada vez más decisivo en la rivalidad que mantienen ambas potencias. En este tablero de estrategia geopolítica, Estados Unidos y China han sido los escenarios hacia donde se han trasladado las conversaciones en torno a las dos cuestiones que más están tensionando la geopolítica global, Taiwán y la guerra de Ucrania, coincidiendo en el tiempo ambas visitas.

La coincidencia no tiene por qué ser casual, pero sí que es cierto que el tiempo apremia, y en cada caso en distinto sentido. Mientras, por una parte, apenas queda un año para las elecciones presidenciales de Taiwán en 2024 en las que podría cambiar la presidencia del gobierno hacia el partido nacionalista Kuomintang, al alza en las últimas elecciones locales de noviembre y más proclive a la unificación con el continente, por otra parte, el año transcurrido desde que se iniciaría la guerra en Ucrania urge a Occidente a buscar una solución pacífica, incorporándose recientemente China como actor global en su nuevo rol de mediador en el conflicto frente a Rusia.

La presidenta de Taiwán Tsai Ing-wen ha realizado un viaje por Centroamérica para estrechar sus lazos diplomáticos con Guatemala y Belice, buscando reforzar un apoyo decreciente tras el reciente cambio de reconocimiento de Honduras por China, dejando a Taiwán con apenas 13 países que siguen manteniendo relaciones diplomáticas con la isla. Mientras fortalecer este tipo de lazos directos con los países que todavía mantienen el reconocimiento de Taiwán sigue siendo una cuestión prioritaria, la reunión con el presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos Kevin McCarthy ha sido el punto más estratégico de su agenda.

Cambiar el escenario de la visita de Taiwán a California ha permitido que la escalada de tensión entre Estados Unidos y China no pase a un nivel mayor de intensidad, evitando reproducir la atención mediática y geopolítica que supuso la visita de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi a la isla en agosto del año pasado, además de generar una reacción militar sobre Taiwán menos intensa por parte de Pekín. El trasfondo, sin embargo, no varía. El reconocimiento de que los lazos entre ambas partes “nunca han sido tan fuertes” muestra el apoyo bipartidista de Estados Unidos hacia Taiwán que, a su vez, se traduce en la necesidad de acelerar la venta de armas a la isla asegurándose de que “lleguen en el momento oportuno”.

Mientras la reunión entre Tsai y McCarthy es la primera que se realiza en suelo estadounidense desde que Estados Unidos iniciara relaciones diplomáticas con China en 1979, el encuentro de Macron con Xi ha permitido a los dos países restablecer sus relaciones diplomáticas de forma presencial desde la última visita del presidente francés en 2019. Sin interferir en la visita de estado de Macron y la reunión con la presidente de la Comisión Europea Úrsula Von der Leyen, en la que China ha mostrado a su amplia audiencia la fortaleza de sus relaciones con Europa, la reacción sobre Taiwán no se ha hecho esperar, pasando a activar las maniobras militares por mar y aire apenas el presidente francés abandonó suelo chino.

La frase del presidente Reagan de “la paz a través de la fuerza” comentada por la presidenta Tsai, ensalzando que “somos más fuertes cuando trabajamos juntos”, en referencia a un impulso en las relaciones de defensa, comerciales, económicas y tecnológicas entre Estados Unidos y Taiwán, da muestra de cómo la mayor cohesión entre ambas partes se traduce, asimismo, en una confrontación más seria en las relaciones entre Estados Unidos y China.

El encuentro de Tsai y McCarthy posiblemente no generará un paso importante para cambiar el status quo de Taiwán, aunque sí ha otorgado a la isla mayor visibilidad internacional. En cuanto a la visita a Pekín, las cuestiones económicas y comerciales han protagonizado un encuentro en el que China ha dejado claro que los avances sobre Ucrania se producirán cuando las “condiciones y los tiempos sean los adecuados”, mostrando Pekín auténtico pragmatismo chino y fortaleza internacional sin dejarse influir por las peticiones que los mandatarios europeos vienen realizando al gigante asiático en sus visitas al país. Muy posiblemente, actuar frente a China como bloque geopolítico imprescindible en la resolución de temas que impactan en la gobernanza mundial pasaría por encontrar el espacio de diálogo y negociación con el gigante asiático donde no confluyan a la vez temas económicos y comerciales de país con los de la geopolítica global.

 

 

INTERREGNUM: Contra Occidente. Fernando Delage

La reciente visita del presidente chino a Moscú ha despejado toda duda sobre la solidez de las relaciones con Rusia. La supuesta misión mediadora de Xi Jinping ha hecho evidente la falta de neutralidad china, por no hablar del cinismo de su diplomacia. Apoyar a quien ha sido acusado de haber cometido crímenes de guerra por el Tribunal Penal Internacional, y proponer negociaciones con Ucrania sin exigir la retirada rusa de los territorios ocupados resta toda credibilidad a un gobierno que dice exigir el respeto a la Carta de las Naciones Unidas como base de su plan de paz. Pero nada de eso preocupa a Xi. Su viaje a Rusia ha sido el último de sus movimientos orientados a erosionar el liderazgo occidental del orden internacional, y no se le puede negar el éxito de sus propósitos.

Bajo una falsa apariencia de neutralidad, Pekín continúa construyendo su reputación como actor responsable y comprometido con la estabilidad mundial. En un mensaje dirigido básicamente a las naciones emergentes, se trata de un nuevo paso en su estrategia de ascenso global después de haber logrado la restauración de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí. China avanza gradualmente de este modo en la formación de una coalición contra Estados Unidos, país al que hace responsable de los desequilibrios de la economía internacional, así como de no pocos de los conflictos abiertos en distintas regiones del planeta.

Sus movimientos se han producido en un doble frente. El primero, de carácter conceptual, fue el anuncio hecho el 15 de marzo de la “Iniciativa de Civilización Global”; un nuevo alegato como líder de una alternativa al “universalismo” de los valores liberales, y que se suma a las iniciativas de desarrollo y de seguridad global anunciadas hace unos meses. Pese a lo genérico de su lenguaje, los tres documentos recogen las bases de un orden mundial orientado hacia las preferencias chinas.

El segundo tiene que ver con Rusia, pilar central de esa coalición. Pekín respeta los intereses de Moscú pues se trata de un socio indispensable no sólo para transformar la estructura del sistema internacional, sino sobre todo para hacer frente a la percepción china de un inevitable deterioro de las relaciones con Estados Unidos. En un artículo publicado por los medios rusos en víspera de su llegada, Xi escribió que China y Rusia se ven obligados a fortalecer su asociación frente a la “hegemonía, dominación y acoso” norteamericano. Y reiterando su conocida idea de que “el mundo es testigo de cambios no vistos en un siglo”, “somos nosotros quienes estamos empujando ese cambio” le dijo a Putin en su despedida, a lo que éste respondió con su asentimiento.

Con todo, transmitir el mensaje de que nada debilitará el eje autoritario constituido con Moscú no ha sido el único objetivo perseguido por Xi. Su visita ha servido igualmente para poner de relieve la extraordinaria dependencia rusa de China un año después de la invasión de Ucrania. Si los intercambios bilaterales crecieron un 34,3 por cien en 2022 (hasta los 190.000 millones de dólares), las importaciones chinas de recursos energéticos rusos—que suman el 40 por cien de los ingresos nacionales—aumentaron de 52.800 millones de dólares a 81.300 millones. Rusia se ha convertido en el segundo suministrador de petróleo de la República Popular, y en el primero de gas. Al mismo tiempo, Pekín ha impuesto de manera creciente el yuan como divisa de referencia en las operaciones con Moscú. China es un socio irreemplazable para un Putin sujeto a las sanciones occidentales, pese a consolidarse la asimetría en la relación: la economía china es hoy diez veces mayor que la rusa.

Esa disparidad de poder le da a Xi una considerable libertad de maniobra. No dio el visto bueno esperado por el Kremlin al gasoducto “Power of Siberia 2”, y su advertencia contraria el uso de armamento nuclear marca una línea roja que Putin no podrá cruzar. Tampoco habrá gustado al presidente ruso que, nada más volver a Pekín, Xi haya invitado a las cinco repúblicas centroasiáticas a celebrar una cumbre China-Asia central en mayo. Gestos de poder, unos y otros, que revelan cómo la guerra de Ucrania y el aislamiento de Rusia están precipitando el liderazgo chino de Eurasia; un resultado que sólo puede ser causa de inquietud para los europeos.

THE ASIAN DOOR: La mediación de China entre Rusia y Ucrania remueve el Indo-Pacífico. Águeda Parra

Una vez que las cuestiones nacionales han quedado resueltas positivamente, es el momento para China de prestar mayor atención a la política exterior, mostrándose a su audiencia del Sur Global en este nuevo rol de pacificador global una vez reelegido en un tercer mandato, y habiendo dejado atrás la política de Covid cero. Sin que China pretenda tomar posición en el conflicto, las sanciones internacionales contra Rusia dejan a su socio, un año después, más cerca de la esfera del gigante asiático, y a su economía mucho más dependiente de las importaciones chinas. De ahí, que la reciente propuesta de diplomacia global de China englobe una componente tanto estratégica como táctica, además de tener un importante efecto geopolítico en la región.

El interés de China por Ucrania tiene un enfoque estratégico y bastante menos comercial. No se trata de una relación comercial intensa, ya que el país no figura entre las diez principales economías suministradoras del gigante asiático, ocupando los primeros puestos las principales potencias de Asia Pacífico. En esta clasificación si figura, sin embargo, Rusia, con quien China ha incrementado significativamente su relación comercial en este último año, pasando de ocupar el décimo puesto en la clasificación de principales suministradores en 2021, a la sexta posición apenas un año después.

En el plano estratégico, sin embargo, el papel de China en Ucrania tiene varias derivadas. En primer lugar, le permite al gigante asiático posicionarse como pacificador en su papel de mediador global. El objetivo para China es ser percibido como el jugador externo decisivo que logra lo que Estados Unidos no puede, como en el caso del restablecimiento de lazos diplomáticos entre Irán y Arabia Saudita, consiguiendo que iraníes y saudíes vuelvan al menos a hablar de nuevo.

La intermediación de China en el acuerdo entre Irán y Arabia Saudita es una prueba de lo ambiciosa que puede llegar a ser su iniciativa para Ucrania. Aunque los beneficios puede que no sean tan tangibles, ya que en el acuerdo entre Irán y Arabia Saudita conlleva obtener precios del petróleo más estables, en el caso de Ucrania sería una ganancia más simbólica, ya que supondría recuperar su imagen en el exterior tras abandonar la política de Covid cero.

En segundo lugar, el papel de mediador de China le permite presentarse en su nuevo papel de pacificador global a la gran audiencia que forma el grupo de países del Sur Global, compuesto por África, Asia, Oceanía y América Latina, que a menudo suele quedar fuera del radar de Estados Unidos y sus aliados. Un grupo que reúne a muchos de los países que se abstuvieron en la resolución de condena aprobada en la Asamblea General de las Naciones Unidas al inicio de la invasión. En este sentido, las recientes iniciativas de paz de China le permitirían al gigante asiático posicionarse en su papel de pacificador ante unos países que no están directamente involucrados en conflictos en Europa o en Oriente Medio, y que tienen una importante vinculación diplomática y comercial con China.

Estas iniciativas de paz le permiten a Xi tener un rol mayor en el mundo y son, asimismo, una respuesta táctica a la rivalidad con Estados Unidos, demostrando China que es un actor global. De tener la mediación un resultado positivo, podría considerarse un nuevo éxito para China haber conseguido acercar posturas. En caso contrario, de no resolverse el conflicto también sería un triunfo para China, ya que su mediación iría en detrimento del rol que hasta el momento ha venido desplegando Estados Unidos a nivel mundial.

En lo geopolítico, la visita del primer ministro japonés Fumio Kishida a Kiev ha puesto de manifiesto que la invasión de Rusia ha avivado la preocupación de que Japón podría no estar preparado para manejar una crisis en la región del Indo-Pacífico, de ahí que haya intensificado los encuentros e impulsado relaciones más estrechas con sus aliados. Es una señal para China de cómo se está balanceando el escenario geopolítico tras el efecto que ha generado la invasión de Ucrania y el fortalecimiento de las relaciones entre China y Rusia.