Entradas

INTERREGNUM: China-Ucrania: año tres. Fernando Delage

Cuando la guerra de Ucrania entra en su tercer año, se multiplican los comentarios que hacen hincapié en las dificultades de Kyiv (al escasear los recursos defensivos que necesita) y en la resistencia de Moscú (por su capacidad para eludir las sanciones impuestas desde el exterior). El pesimismo no sirve, sin embargo, para pronosticar el desenlace del conflicto. Para Ucrania, la continuidad del apoyo político y logístico de Occidente es esencial, es cierto. Pero tampoco afronta Putin un escenario favorable: la victoria que no ha conseguido en dos años, tampoco la logrará en el tercero. La evolución de la guerra obliga también, en cualquier caso, a examinar la posición mantenida por otros actores, entre los cuales pocos son tan relevantes como la República Popular China.

En la rueda de prensa convocada con motivo de la celebración de la reunión anual de la Asamblea Popular Nacional el 7 de marzo, el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, subrayó la fortaleza de las relaciones con Moscú. Según Wang, China apoya la convocatoria de una conferencia internacional de paz, pero no dio ninguna indicación de que su gobierno esté dispuesto a presionar a Rusia para detener el conflicto. Por el contrario, sólo tres días antes, el enviado especial de las autoridades chinas para Rusia y Ucrania, Li Hui, declaró a sus interlocutores europeos en Bruselas—a donde viajó tras visitar Moscú—que Rusia estaba ganando la guerra, y recomendó a la Unión Europea que entable conversaciones con el Kremlim antes de la derrota ucraniana. En realidad, la supuesta neutralidad de Pekín nunca ha resultado creíble; así lo demuestra el envío, no de armamento letal, pero sí de componentes electrónicos y repuestos, además de la concesión de créditos (estimados en más de 9.000 millones de dólares entre 2022 y 2023). Es evidente, con todo, que surgen nuevas aristas que complican la solidaridad china con Putin.

Aunque la agresión rusa contra Ucrania desacredita la defensa por la República Popular de los principios más básicos de la Carta de las Naciones Unidas, la guerra parece haberle proporcionado en principio algunas ventajas. Por una parte, además de distraer la atención de las democracias con respecto al frente asiático (Taiwán y mar de China Meridional), ha contribuido a fortalecer sus credenciales como líder de las naciones del Sur Global. China se ha presentado como potencia mediadora, mientras acusa a Estados Unidos de alimentar el conflicto mediante su apoyo militar a Ucrania. Al mismo tiempo, sopesa las oportunidades que puedan derivarse del cansancio occidental con la guerra, cuya mejor indicación es el bloqueo por parte del Congreso de Estados Unidos de las

peticiones de la administración Biden para Kyiv. Por lo demás, Rusia se ha vuelto más dependiente que nunca de China, una situación que se consolidará en el futuro.

Pekín ha podido adquirir recursos y materias primas a precios imbatibles, dadas las necesidades rusas de financiación allá donde pueda encontrarlas. Como resultado, los intercambios comerciales bilaterales han crecido de manera notable, para superar los 240.000 millones de dólares en 2023, un aumento del 26 por cien con respecto al año anterior. Las exportaciones chinas a Rusia se incrementaron en un 47 por cien (en un 67 por cien si la comparación se hace con 2021), desplazando a Moscú del décimo al sexto lugar entre los socios comerciales de Pekín.

La relación entre ambos actores no ha dejado de tener, sin embargo, sus puntos débiles. Aunque comparten un mismo adversario, Occidente, la desconfianza—así ha sido históricamente—forma parte de su interacción. Una muestra de la misma es el hecho de que Putin haya recurrido a Corea del Norte para obtener la munición que China no está dispuesta a proporcionarle. Ese acercamiento entre Moscú y Pyongyang erosiona, por un lado, la influencia de Pekín en la península: aun siendo el principal socio de Corea del Norte, la cooperación militar de esta última con Rusia proporciona a Kim Jong-un un mayor margen de autonomía con respecto a las preferencias chinas. Por otra parte, es una relación que complica las opciones diplomáticas globales de la República Popular, pues nada une más a los aliados occidentales que la preocupación por las intenciones rusas (y norcoreanas).

Las limitaciones del apoyo chino a Rusia se deben en parte a la importancia de las relaciones económicas con los países europeos para sus intereses. Pero si estos últimos concluyen que China y Rusia constituyen una amenaza conjunta, cabe esperar entonces que se sumen a Estados Unidos en su política de contención del gigante asiático; un coste que Pekín quizá prefiera evitar. Por todo ello, la idea de que la guerra de Ucrania es una oportunidad estratégica para China quizá resulte desmedida. La República Popular, piensan no pocos de sus expertos, debe prevenir que Occidente extienda su inquietud por Rusia hacia China. Los beneficios inmediatos no compensan los efectos, a más largo plazo, de un conflicto que puede situarla en el lado erróneo de la historia.

Ucrania: Japón promete inversiones para después de la guerra

Mientras crece la sensación de que puede estarse debilitando lentamente el apoyo a Ucrania y el mensaje de que sería mejor para Kiev buscar un acuerdo con Moscú, las autoridades ucranianas han conseguido algunos compromisos para constituir alianzas de seguridad para después de la guerra y promesas de importantes inversiones para la reconstrucción nacional tras la catástrofe. En estos capítulos se han adelantado Francia y Japón.

En una conferencia que Japón coorganizó con el Gobierno ucraniano y organizaciones empresariales, el primer ministro japonés, Fumio Kishida,  dijo que la cooperación pública y privada japonesa será una asociación a largo plazo basada en la inclusión, el humanitarismo, así como la tecnología y el conocimiento. Entre los acuerdos suscritos destacó la promesa de Japón de entregar 15.800 millones de yenes (105 millones de dólares o unos 97 millones de euros) en nuevas ayudas para Ucrania, con el propósito de financiar el desminado y otros proyectos de reconstrucción que se necesitan con urgencia en los sectores de energía y transporte.

El primer ministro de Ucrania, Denys  Shmyhal, señaló que la reconstrucción de Ucrania va mucho más allá de la retirada de minas terrestres y escombros. Destacó la fortaleza de su país en agricultura, sus ricos recursos naturales y su ambición de ser un centro digital de Europa con su experiencia en información y ciberseguridad. También instó a los fabricantes de automóviles japoneses a abrir fábricas en Ucrania.

La Conferencia Japón-Ucrania para la Promoción del Crecimiento Económico y la Reconstrucción fue organizada conjuntamente por los Gobiernos japonés y ucraniano, la poderosa organización empresarial japonesa Keidanren y la Organización de Comercio Exterior de Japón.

Es muy probable que las sutiles presiones a Ucrania para encontrar una solución que la haga ceder en una fórmula hipócrita que tranquilice las conciencias y, más exactamente, las economías europeas necesite promesas de futuro, una anestesia económica para el después. Pero, a la vez, un Japón con una economía que se ralentiza también necesita vender a sus empresarios operaciones de futuro, rentables y con marca de humanitarias.

La sombra de Trump asusta a Taiwán

El crecimiento de las posibilidades de Donald Trump de volver a la Casa Blanca para un segundo mandato como presidente está sembrando preocupación en Taiwán, sobre todo a raíz de las declaraciones del candidato republicano en el que subordina su apoyo a la OTAN contra una eventual nueva agresión rusa a que los integrantes europeos de la alianza militar acepten la postura de EEUU sobre la financiación de la estructura militar aliada.

Trump defendió ya en su primer mandato como presidente la necesidad de que los integrantes europeos de la OTAN eleven su nivel de gasto en defensa y atenúen así los gastos de EEUU que hasta ahora corre con la principal carga financiera en medio, por cierto, de no pocas críticas europeas a la política exterior de EEUU mientras esperan que desde allí sigan asumiendo el peso principal. Pero ahora el contexto es distinto. Los aliados europeos están aumentando sus presupuestos de defensa, Rusia es más amenaza que nunca tras su agresión a Ucrania y Trump acompaña su mensaje de una discreta voluntad de llegar a un acuerdo con Putin y reducir su costoso apoyo a la resistencia ucraniana.

Esto es lo que se analiza con preocupación en Taiwán. Se teme que Trump, si gana las elecciones de noviembre, comience a matizar su apoyo a la isla y la política disuasoria respecto a China para llegar a un acuerdo global con Pekín en una especia de reparto de zonas de influencia donde dejaría a China la expansión de su sombra en Asia Pacífico a cambio de una moderada contención general. Taipei teme que la isla sea una moneda de cambio si Pekín se compromete a que la asimilación se haga sin intervención militar directa.

Trump ha evidenciado una posición aislacionista de EEUU respecto a los grandes conflictos internacionales, a pesar de sus bravatas y sus gestos frente a Corea del Norte en su primer mandato. Esto no es nuevo y la historia tiene ejemplos de cualificados políticos norteamericanos (como el padre del presidente Kennedy frente a Hitler) que abonan esta tradición, luego corregida en gran parte por agresiones exteriores o por amenazas globales.

Ucrania y Taiwán temen, quizá con más razón de lo que parece, una nueva presidencia de Donald Trump en la que su empatía con Putin y su atolondrada e irresponsable concepción del peligro ruso y sus ganas de evitar todo choque con China le lleven a sacrificar dos piezas esenciales en el gran tablero mundial.

En medio del caos internacional Xi busca protagonismo. Nieves C. Pérez Rodríguez

Mientras las guerras se convierten en las protagonistas de esta década, dejando a su paso todo tipo de tragedias humanas y desoladoras imágenes en Europa y en el Medio Oriente, la inestabilidad internacional es cada vez mayor y la incertidumbre parece que empuja a los lideres a mantener sus cuotas de control.

Probablemente basado en ese principio, Xi Jinping decidió organizar un foro a gran escala en el que se conmemoraron los diez años del lanzamiento de la Ruta de la Seda (BRI por sus siglas en inglés Belt and Road Initiative) que es la iniciativa más ambiciosa lanzada por China y propuesta maestra del mismo Xi.

Curiosamente, este evento de gran envergadura que contó con la asistencia de mil doscientos participantes de ochenta países de acuerdo con datos oficiales, se mantuvo en discreto silencio hasta tan solo seis días antes de que tuviera lugar él mismo.

Este foro ha sido el primer encuentro multitudinario organizado por Beijing después de tres largos años de aislamiento debido a la pandemia en el que se cerraron herméticamente al mundo. Hoy, China se encuentra sumergida en una crisis económica profunda y un aislamiento que busca concluir y nada mejor que aprovechar una excusa como el aniversario del lanzamiento del BRI.

La Iniciativa de la Ruta de la Seda es un proyecto monumental que busca conectar todos los continentes a través de una red comercial y de infraestructura. Está concebido en dos partes: la primera sería la terrestre que incluye viajes por ferrocarril, carretera y enlaces de vías existentes, partiendo de China pasando por Asia Central y terminando en Europa, que corresponden con las antiguas rutas comerciales ya descritas por Marco Polo. La segunda parte la constituye las vías marítimas, zarpando de puertos chinos con destinos a puertos en el Mediterráneo y puertos en África.

El comercio entre China y los países a lo largo del BRI en el 2022 alcanzó intercambios por casi dos billones de dólares, de acuerdo con CGTN, medio oficial chino, quien además sostiene que “Beijing ha firmado acuerdos de cooperación con 152 países y 32 organizaciones internacionales, lo que representa un 60% de la población mundial”.

Aunque también se debe hay subrayar que, con la desaceleración del crecimiento económico chino, el número de proyectos y el dinero destinado al BRI ha disminuido en los últimos años debido a las tremendas deudas que los países receptores deben a China como es el caso de Zambia, que se encuentra actualmente reestructurando su deuda y en donde muchos de los proyectos o han tenido problemas o han sido un fiasco.

Xi hizo el lanzamiento del BRI en el 2013 con bombos y platillos, como la propuesta geopolítica más ambiciosa y, a la lo largo de esta década lo ha venido promocionando como una ventaja para cada país involucrado, pero lo cierto es que desde hace unos años la iniciativa ha estado rodeada de grandes controversias que la describen como “préstamos trampa o predatorios” que en algunos casos han producido tal caos como el de Sri Lanka o proyectos que han dejado daños ambientales irreparables en Latinoamérica.

El mismo presidente Biden definió los compromisos del BRI como “acuerdos de deuda y soga de ahorcamiento que China establece con otros países”, y en muchos casos ha sido literalmente de esa forma, los créditos han sido tan altos, los intereses tan elevados y el proyecto tan ambicioso o tan mal ejecutado que no ha representado sino grandes problemas para el país receptor.

Beijing ha querido aprovechar este momento para reforzar su liderazgo internacional en medio del caos global.  Han recibido lideres como Vladimir Putin, a pesar de que Rusia no está dentro del mapa trazado del BRI. Por su parte Putin aprovechó también él escenario para presentarte como otro líder importante, a pesar de que ahora no puede asistir a casi ningún otro evento internacional. Mientras tanto China sigue sin condenar la invasión rusa a Ucrania.

En esta la tercera vez que se lleva a cabo el foro asistieron una veintena de jefes de Estado y de gobierno en su mayoría de países en desarrollo del sur de Asia, Medio Oriente, África y América Latina.

China se presentó como el mayor interesado en promover y defender la agenda de desarrollo económico global a través de las infraestructuras y la industrialización, retoma su protagonismo y hace que los medios hablen de China y de Xi como los anfitriones de un evento que impulsa los intercambios mientras los lideres occidentales hablan de Israel y Hamás, se reúnen con los lideres del Medio Oriente intentando conseguir apoyos en la nueva guerra abierta que tenemos…

 

 

 

 

EEUU-China: un juego con cartas marcadas

Estados Unidos quiere que China ejerza su influencia  en Oriente Próximo (apoyo financiero a Irán, inversiones en Arabia e Israel, proyectos en Jordania, acuerdos comerciales con Turquía) para que evite nuevos ataques terroristas contra Israel y aliente una disposición de Israel a aliviar la presión sobre Gaza.

Biden, bajo en popularidad en su propio país, en medio de un momento de extrema tensión internacional con muchos frentes abiertos, trata de ejercer liderazgo en un escenario en el que pocos más los pueden ejercer. EEUU tiene autoridad moral e histórica, capacidades militares, económicas y tecnológicas suficientes y muchos aliados, pero aún así necesita apoyos entre quienes si sitúan al otro lado y tienden a comprender los crímenes terroristas cuando se ejecutan contra Occidente y sus valores y debilitan al adversario preferido: EEUU.

Biden calcula que la incertidumbre internacional, el frenazo de Rusia en Ucrania y la propia crisis interna china pueden mover a Pekín y a su tradicional pragmatismo a actuar tratando de calmar las aguas.

El dilema chino ante la crisis entre Israel y el islamismo terrorista no es fácil de resolver; son demasiados los factores en juego y unas claves emocionales, políticas, religiosas e históricas alejadas de los conceptos chinos de gestionar las crisis. Pekín está en un mundo ideológico que le une al discurso de la izquierda radical y a la obsesión anti EEUU también compartida por parte de la extrema derecha. Y, a la vez, necesita un mundo más tranquilo donde la lucha contra los valores occidentales se hagan por cauces más suaves, minando las instituciones y, sobre todo, que permita seguir haciendo negocios y acumular capitales a costa de las sociedades abiertas y democráticas.

China se ve desplazada en estos momentos en las grandes crisis internacionales y necesita ejercer de segunda potencia mundial y aparecer en la foto de algún tipo de acuerdo en Oriente Próximo busca un espacio que ocupar que sea compatible con sus intereses actuales.

Y, además, tiene que aparecer como que Estados Unidos necesita a Pekín como aliando coyuntural sin dejar de ser el enemigo a batir y el causante de todos los males del mundo, un juego en el que ambas potencias juegan con sus propias cartas y, además, las llevan marcadas por si acaso.

 

China se enfada

Todos los países, y sobre todo cuando están organizados como un régimen despótico, se enfadan  cuando circunstancias adversas contravienen sus planes y sus expectativas y más cuando esas circunstancias llegan determinadas por decisiones tomadas por adversarios o competidores. Y a eso hay que sumar útil herramienta del victimismo nacionalista que explica cómo el mundo conspira siempre contra sus intereses. Es verdad que China exhibe un pragmatismo poco común, pero cuando vienen mal dadas recurre a la propaganda y a los instrumentos tradicionales.

Así ocurre cuando organismos internacionales recuerdan a Pekín que las normas del mercado libre son para todos y que no se puede concurrir a ese mercado aprovechando esa libertad cuando ganas con ella pero restringiéndola en el mercado interior o cumplir las normas únicamente cuando te favorecen. Ese es el fondo de la mayoría de las polémicas entre China, con sus empresas de capital estatal y fuertemente intervenidas, y sus competidores internacionales.

Claro que, a veces, China tiene parte de razón. Por ejemplo, en el caso de los coches eléctricos que las empresas chinas colocan en los mercados mundiales más baratos que los de sus competidores occidentales, fruto de las subvenciones públicas y la protección estatal. Bruselas ha advertido a China que investigará y obstaculizará el acceso de los vehículos eléctricos chinos a los mercados europeos. Y, claro, Pekín ha expresado su descontento con voces altas y amenazas. Y decimos que China tiene parte de razón porque todos los fabricantes de coches eléctricos están subvencionados y protegidos en nombre de la transición ecológica y Bruselas no protesta por las subvenciones de EE.UU. ni de las de los socios europeos o Gran Bretaña. La UE no ha propuesto a China sentarse a negociar la retirada general de subvenciones sino que los chinos retiren las suyas. Europa está inmersa en el laberinto de la preeminencia de los ideológico sobre la realidad de la coyuntura económica y da tumbos e exhibe hipocresía. Como consecuencia, Reino Unido ha frenado esa llamada transición porque los planes están afectando a la industria automovilística tradicional con caídas de empresas y aumento del desempleo y la propia UE está alargando los plazos para darse tiempo e investigar más sobre combustibles sólidos y biocombustibles que hagan más compatible la conversión de motores y, quizá, sustituyan a los modelos eléctricos.

Eso, sin contar con la contaminación que produce la fabricación de pilas eléctricas y con el hecho de que, a medio plazo, las redes eléctricas europeas no podrían atender a la demanda de millones de coches eléctricos en las calles. Menos aún en la situación de incertidumbre energética que se aceleró con la guerra de Ucrania.

 

Putin ensalza a Xi. Nieves C. Pérez Rodríguez

El Estado ruso hizo público la creación de un “Centro sobre la Ideologia de Xi Jinping” en Moscú, convirtiéndose así en el primer instituto que se dedicará al estudio del pensamiento del líder chino fuera del gigante rojo.

La Academia Rusa de Ciencias es la responsable de la creación del llamado laboratorio de investigación de la ideología moderna china. En este sentido, el director del área de estudios contemporáneo en Asia, Kiril Babaev, dijo que el centro de investigación tiene como propósito realizar un análisis objetivo y profundo de las ideas y conceptos que constituyen la base del Estado chino moderno.

Así mismo, Babaev aseguró que “este instituto permitirá al gobierno ruso, las empresas y la comunidad científica del país comprender la China moderna para así formular estrategias y pronósticos más acertados en el curso de las relaciones bilaterales”.  Lo que se ha convertido en una clara prioridad para los rusos en los años recientes.

El centro de estudio ideológico de Xi además se centrará en cinco áreas de investigación que pasan por la economía política, política doméstica y legislación, política exterior y relaciones internacionales, defensa y seguridad y ecología y sociedad de acuerdo con la agencia oficial china Xinhua.

En el anuncio inicial también dieron a conocer que tienen previsto comenzar en 2025 con una serie de publicaciones explicativas sobre las ideas de Xi y su importancia en el desarrollo de China y las relaciones entre Rusia y China para poder ir familiarizando a los lectores rusos con esa realidad.

Babaev afirmó también que Rusia necesita conocer y analizar el pensamiento ideológico de Xi porque China es hoy el principal socio estratégico y socioeconómico de Moscó. Especialmente después de que Rusia invadió a Ucrania y el rechazo que esa guerra a causando en Occidente y la dura respuesta que ha propiciado las sanciones que han aislado a Putin de la esfera global y bloqueado los productos rusos al mercado internacional.

La creación y lanzamiento de este instituto es un claro guiño de Putin a Xi, él cuasi emperador chino, un gesto de autócrata a autócrata, una reafirmación entre ellos sobre la importancia y reconocimiento de Xi como él gran líder chino o él nuevo Mao.

Además de ser un valioso movimiento estratégico ruso para elogiar al dirigente chino es una manera también de reconocer la importancia que tiene para Moscú su principal socio económico y prácticamente único aliado poderoso en este momento que podría eventualmente financiarlos, apoyar con material bélico para la guerra y servir hasta de lobby internacional a Rusia.

 

INTERREGNUM: China y el motín de Prigozhin. Fernando Delage

Aunque neutralizada, la rebelión contra el presidente Vladimir Putin por parte del líder del grupo de mercenarios Wagner, Yevgeny Prigozhin, vaticina un incierto futuro para Rusia. También alimentará las dudas de Pekín sobre la supervivencia de un régimen con el que contaba para construir un orden internacional postoccidental. Una Rusia inestable complicará el entorno de seguridad chino y reducirá las posibilidades de que el Kremlin apoye a la República Popular en el caso de un conflicto con Estados Unidos si intentara hacerse con Taiwán por la fuerza.

China se mantuvo en silencio hasta que concluyó la crisis, momento en el que  calificó el incidente como “un asunto interno de Rusia”. Tras volar a Pekín ese mismo día, el viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Andrei Rudenko, recibió de sus anfitriones un mensaje de confianza en las relaciones bilaterales. Los medios chinos han ocultado por su parte cualquier atisbo de preocupación oficial sobre el impacto de los hechos. Resulta innegable, no obstante, que los problemas de Putin también suponen nuevos problemas para el presidente chino, Xi Jinping.

El dilema más urgente que afronta Xi es cómo continuar apoyando a Putin mientras se prepara para la eventualidad de que deje de estar en el poder. El acercamiento  de Pekín a Moscú responde a unas premisas ideológicas compartidas, pero también a unos imperativos estratégicos propios que pueden verse debilitados tras la rebelión de Prighozin. La dependencia energética china y su vulnerabilidad marítima hacen de Rusia un suministrador de gas y petróleo a salvo de las acciones de terceros (por ejemplo, de las sanciones que pudieran imponer las democracias occidentales a la República Popular como respuesta a una acción unilateral de Pekín). Es una ventaja que puede verse en riesgo en un contexto de inestabilidad política en el Kremlin. Como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Moscú tiene por otra parte la capacidad de bloquear toda resolución contra China; una posibilidad también sujeta, en principio, a la permanencia de Putin en el poder.

La evolución de los acontecimientos, marcada por una dinámica bélica que desde la misma invasión ha puesto en evidencia las erróneas expectativas del presidente ruso, y por la rebelión interna de un grupo que él mismo apadrinó, revela a ojos de los dirigentes chinos un creciente descontento social, un agravamiento de la rivalidad entre las elites rusas, y una notable incompetencia estrátegica. Sobre esas bases, la pretensión de Xi de que él y Putin podrían reconfigurar el orden internacional, según le dijo a las puertas del Kremlin hace sólo tres meses, parece cada vez más alejada de la realidad. El debilitamiento del socio imprescindible en su enfrentamiento con Occidente obliga a Pekín a asumir una posición mucho más prudente. La opción pragmática consistiría en intentar reducir las tensiones con Washington y la Unión Europea, pero las convicciones ideológicas de Xi y los tiempos que se ha marcado para avanzar en sus objetivos, pueden conducir en realidad a una desconfianza aún mayor en las democracias liberales.

La vinculación con Moscú no va a desaparecer. Cualquier otro dictador ruso seguirá necesitando a Pekín. Eso sí, ni podrá tener el tipo de relación que Xi ha mantenido con Putin—al que llamó su “mejor y más íntimo amigo”—, ni estará dispuesto a depender en tan alto grado de la República Popular como precio para continuar la guerra en Ucrania. Y China, que ya tiene suficientes problemas en su periferia marítima, tendrá que volver a prestar atención a un espacio que había desaparecido como preocupación de seguridad tras su normalización y desmilitarización a finales de los años noventa—los 4.200 kilómetros de frontera continental con Rusia—, por no hablar del control del arsenal nuclear ruso.

Rusia-China: grietas en el subsuelo político

Algunos expertos vienen advirtiendo de que, debajo de la publicitada luna de miel política y sobre todo comercial entre Rusia y China, se abren algunas grietas asentadas en viejos contenciosos históricos y recelos de Moscú ante el aprovechamiento que Pekín está haciendo de las vulnerabilidades rusas para desplazar la influencia eslava en Asia Central y a lo largo de los más de 4.000 kilómetros de la frontera que comparten.

Desde el punto de vista coyuntural, las relaciones comerciales con China estás permitiendo a Rusia sortear con menos dificultades la situación en la que su gobierno se ha metido con su criminal aventura en Ucrania. Rusia da salida a productos que ahora no compra Occidente y China consigue petróleo ruso a 30 dólares el barril. Pero desde el punto de vista estratégico que exige mirar más allá de lo cotidiano,  Rusia ve cómo, a medio plazo, China avanza en su aspiración de ser la gran potencia centro asiática en lo que siempre fue el patio trasero ruso y su plataforma para contrarrestar las influencias occidentales, tradicionalmente británicas, en la península indostánica, Afganistán y el flanco oriental de Oriente Medio.

Estos hechos no deben ser perdidos de vista pues forman parte también de las ambiciones y aspiraciones de los gobernantes, actores secundarios pero imprescindibles, de aquellos países desligados hace décadas de lo fue el poder soviético y su influencia. Esos países, con fronteras discutidas entre sí, con aparatos militares y de seguridad de inspiración soviética y con asesores rusos, ven como renacen brotes separatistas, intentonas terroristas islamistas y maniobras de terceros países que quieren pescar en rio revuelto. Y, así, ante los problemas rusos, estos gobiernos intercambian cada vez más guiños con el gobierno de Pekín, necesitado a su vez de estabilidad en la región para sus proyectos de extender y blindar sus rutas comerciales, terrestres y marítimas, hacia Europa y Occidente.

Además, la existencia de importantes minorías islámicas en China que ven negados sus derechos de manera aún más brutal que para el resto de los chinos y que están emparentados étnicamente con los territorios de la frontera occidental china, añaden motivos para que China se vea obligada a estar más presente en la región.

Este complejo escenario lastra y limita las relaciones ruso chinas y condiciona el panorama geoestratégico a medio y largo plazo pues contamina y condiciona otros escenarios cercanos y no menos tensos ni menos conflictivos.

 

 

INTERREGNUM: La cumbre de Hiroshima. Fernando Delage

Si la guerra de Ucrania revitalizó la OTAN y reveló de nuevo el indispensable papel de Estados Unidos en la seguridad europea, el desafío revisionista planteado por las potencias autoritarias al orden liberal ha restaurado igualmente la misión del G7. La cumbre del pasado fin de semana en Hiroshima ha dado una notable señal de unidad entre las democracias, ha hecho patente la absoluta soledad de Rusia, complicado el entorno estratégico para China, y demostrado el éxito del proactivismo diplomático de Japón.

La guerra de Ucrania y China marcaron la agenda del encuentro del G7, un grupo que puede haber perdido cierto grado de representatividad (sus miembros representan en la actualidad el 45 por cien del PIB global frente al 70 por cien de hace treinta años), pero que el anfitrión japonés solventó en parte al invitar a los líderes de varios de los países emergentes más relevantes, como India, Brasil e Indonesia. Sumando los miembros del bloque más los invitados, Tokio logró un triple resultado con respecto a Rusia.

En primer lugar, se hizo patente el aislamiento diplomático de Moscú, participante en el G8 hasta su expulsión por la anexión de Crimea, y al margen hoy de todos los grandes foros multilaterales. Un segundo “golpe” contra el Kremlin (y contra Pekín) ha sido la invitación sorpresa al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky. El encuentro de Zelensky con el primer ministro indio, Narendra Modi—que no apoyó las sanciones a Rusia—, ha sido una extraordinaria oportunidad para compartir la situación de Ucrania con uno de los gigantes del Sur Global. La negativa de Lula da Silva a verse con Zelensky, como también se esperaba, no parece haber beneficiado por la misma razón al presidente de Brasil. Por último, Japón ha aprovechado la ocasión para extender sus ideas acerca de la interconexión estructural cada vez más evidente entre la seguridad europea y la asiática.

Es una aproximación que también ha servido para promover la cohesión del G7 en relación con las ambiciones militares y económicas chinas. Pese a los intentos de Pekín de evitar la incorporación de Europa a una coalición antichina—y mitigar de ese modo el creciente deterioro de las relaciones con Estados Unidos—el comunicado final de Hiroshima no ha podido ser, por el contrario, más duro para sus intereses. Además de denunciar a Pekín por una larga lista de asuntos—de la militarización del mar de China Meridional a sus prácticas de coacción económica, pasando por la interferencia en la vida política de otras naciones—, los miembros del grupo también pidieron a China que presione a Rusia para retirar sus tropas de Ucrania, de manera “inmediata, completa y sin condiciones”. Los Siete demostraron su “firme oposición a todo intento unilateral por cambiar el statu quo por la fuerza”, y reclamaron “una solución pacífica a las tensiones en el estrecho de Taiwán”. Por otra parte, el comunicado final recogió la petición de Francia y Alemania de incluir la disposición al “desarrollo de una relación estable y constructiva con China”, así como el lenguaje a favor de reducir el riesgo de la dependencia económica de la República Popular (“de-risking”) y la diversificación más que el desacoplamiento (“decoupling”): otro gesto a favor del enfoque defendido por la Unión Europea.

A la convergencia entre Estados Unidos, Europa y Japón en el G7 se sumó la del QUAD un día más tarde. La prevista cumbre en Australia se suspendió al acortar el presidente de Estados Unidos su viaje a Asia. Como ya ha ocurrido en ocasiones anteriores, la agenda política interna norteamericana se ha impuesto sobre los compromisos exteriores, un hecho que nunca pasa inadvertido para sus socios asiáticos. Pero el primer ministro australiano reaccionó con rapidez, y las cuatro grandes democracias de la región mantuvieron una reunión separada en Hiroshima, en la que mantuvieron las mismas líneas de acción sobre China. El detallado comunicado final vino a confirmar la creciente institucionalización del foro, que celebrará su cumbre de 2024 en India.

El comunicado de protesta hecho público por Pekín tras ambas cumbres muestra la realidad del enfrentamiento entre democracias y potencias revisionistas, pero también los límites de sus esfuerzos orientados a contrarrestar la influencia de las primeras. La guerra de Ucrania ha debilitado a su socio ruso y complicado su entorno de seguridad, además de su posición en la economía global. La primera cumbre China-Asia central celebrada la víspera de la reunión del G7en Xian, punto central en la Ruta de la Seda, ha supuesto un nuevo salto adelante para su liderazgo en Eurasia—variable a la que Occidente sigue sin prestar la atención que merece—pero insuficiente para contrarrestar su negativa imagen global.