INTERREGNUM: Iniciativas en competencia. Fernando Delage

Durante los últimos días se ha puesto una vez más de relieve cómo Estados Unidos y China están definiéndose con respecto al otro, y cómo cada uno está construyendo su respectiva coalición en torno a concepciones alternativas del orden internacional.

Tras la presentación, en semanas anteriores, de las orientaciones estratégicas y económicas sobre el Indo-Pacífico, faltaba la anunciada revisión de la política hacia China, finalmente objeto de una intervención del secretario de Estado, Antony Blinken, el 26 de mayo en la Universidad George Washington. Tras definir a la República Popular como “el más grave desafío a largo plazo al orden internacional”, Blinken indicó que “China es el único país que cuenta tanto con la intención de reconfigurar el orden internacional como, cada vez más, con el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo”. China “se ha vuelto más represiva en el interior y más agresiva en el exterior”, dijo el secretario de Estado, quien también reconoció que poco puede hacer Estados Unidos de manera directa para corregir su comportamiento.

La solución que propone la administración Biden se concentra en esta frase: “Configuraremos el entorno estratégico de Pekín para hacer avanzar nuestra visión de un sistema internacional abierto e inclusivo”. Pero se trata de una fórmula muy parecida a la empleada en su día por el presidente Obama o, antes incluso, por los asesores de George W. Bush antes de su toma de posesión (y, por tanto, antes de que el 11-S aparcara a China como prioridad). Si hay un cambio significativo es, sobre todo, con respecto a Taiwán, como anticipó el propio Biden—supuestamente en forma de error—sólo un par de días antes.

En respuesta a una pregunta que se le hizo durante la conferencia de prensa con la que concluyó su viaje oficial a Japón, el presidente vino a decir que, en el caso de una invasión china de Taiwán, Estados Unidos recurriría a la fuerza militar. Con sus palabras, Biden parecía abandonar la política de “ambigüedad estratégica”—recogida en la Ley de Relaciones con Taiwán de 1979—, conforme a la cual Washington está obligado a proporcionar a la isla las capacidades para defenderse, pero en ningún caso existe un compromiso explícito de intervención militar.

Era la tercera vez que Biden decía algo así, y por tercera vez su administración desmintió que se tratara de un cambio de posición. Blinken tuvo que reiterar que Estados Unidos “se opone a cualquier cambio unilateral del statu quo por cualquiera de las partes”. “No apoyamos la independencia de Taiwán, añadió, y esperamos que las diferencias a través del estrecho se resuelvan de manera pacífica”.  Aunque es cierto que se mantienen los mismos principios, no cabe duda, sin embargo, de que el comentario de Biden es significativo y representa un reajuste de la posición norteamericana. Cuando menos implica el reconocimiento de que, después de 40 años, la “ambigüedad estratégica” puede no ser suficiente como elemento de disuasión para evitar que China invada Taiwán, un dilema que se ha visto agudizado por la agresión rusa contra Ucrania.

La reacción de Pekín no se hizo esperar. Pero su rechazo al “uso de la carta de Taiwán para contener a China” va acompañado de una estrategia de mayor alcance. De hecho, justo antes de que Biden comenzara su primer viaje a Asia, comenzó a promover la “Iniciativa de Seguridad Global”, una propuesta de orden de seguridad alternativo al liderado por las democracias occidentales. Lanzada por el presidente Xi en su intervención ante el Boao Forum el pasado mes de abril, la propuesta, que tiene como fin “promover la seguridad común del mundo” (y viene a ser una especie de hermana gemela de la Nueva Ruta de la Seda), constituye —oculto bajo esa retórica global—un plan para deslegitimar el papel internacional de Estados Unidos.

El presidente Xi expuso las virtudes de su iniciativa a los ministros de Asuntos Exteriores de los BRICS el 19 de mayo. Según indicó a los representantes de Brasil, Rusia, India y Suráfrica, se trata de “fortalecer la confianza política mutua y la cooperación en materia de seguridad”; de “respetar la soberanía, la seguridad y los intereses de desarrollo de cada uno, oponerse al hegemonismo y las políticas de poder, rechazar la mentalidad de guerra fría y la confrontación de bloques, y trabajar juntos para construir una comunidad mundial de seguridad para todos”. Posteriormente, ha sido el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, quien la ha promovido en dos viajes sucesivos a América Latina y a una decena de Estados del Pacífico Sur.

La iniciativa es doblemente significativa. China ha decidido implicarse de manera directa en la seguridad global, cuando hasta ahora su terreno de preferencia era el económico. En segundo lugar, el mal estado de sus relaciones con Estados Unidos y la Unión Europea le obliga a consolidar y extender su presencia entre sus socios en el mundo emergente, un espacio al que—por esta misma razón—Occidente tendrá que prestar mayor atención en el futuro.

¿Competencia estratégica o peligrosa rivalidad? Nieves C. Pérez Rodríguez

La semana pasada un portavoz del Pentágono usaba la expresión “Competencia estratégica con China” como parte de la nueva narrativa de la Administración Biden. De esta forma entraba formalmente en uso el término acuñado por la Casa Blanca en la “orientación de su estrategia de seguridad nacional” un documento hecho público en marzo de este año, que cuenta con más de veinte páginas que enumera cada una de las prioridades para la nueva administración e identifica los mayores retos a los que se enfrentan.

Como era de esperarse la pandemia, el riesgo de un colapso económico, el cambio climático o la ciberseguridad son parte fundamental de los principales desafíos expuestos en el documento que como comienza diciendo “Nos enfrentamos a un mundo de nacionalismo creciente, democracia en retroceso, creciente revalidad con China, Rusia y otros estados autoritarios y una revolución tecnológica que está remodelando todos los aspectos de la vida”.

La Administración ha venido afirmando desde el principio que entiende la importancia de los aliados para los Estados Unidos. Por lo tanto, aseguran que revitalizarán y modernizarán las relaciones y sus alianzas y asociaciones en todo el mundo. En cuanto a la Alianza Atlántica aseguran que será vigorizada con una agenda con los miembros de la UE y Reino Unido para redefinir las prioridades de este momento. Planifican reforzar y modernizar a la OTAN. Mientras afirman que las alianzas individuales tendrán un peso importante, con países como Australia, Japón y Corea del Sur, así como reconocen los intereses claves que tienen en el Indo-pacifico por lo que se proponen profundizar relaciones con India mientras trabajan paralelamente con Nueva Zelanda, Singapur, Vietnam y otras organizaciones como la ASEAN.

La estrategia de seguridad nacional de Biden concibe la diplomacia como el mecanismo más asertivo para mantener los valores democráticos, esos valores que llevan setenta y cinco años en pie desde la fundación de Naciones Unidas y han sido capaces de mantener un sistema de cooperación global efectivo en vez del establecimiento de una agenda autoritaria.

… “Cuando el comportamiento del gobierno chino amenace directamente nuestros intereses y valores, responderemos al desafío de Beijing. Enfrentaremos prácticas comerciales injustas e ilegales, robo cibernético y prácticas económicas coercitivas que perjudican a los trabajadores estadounidenses, socavan nuestras tecnologías avanzadas y emergentes y buscan erosionar nuestras ventajas estratégicas y competitividad nacional. Nos aseguraremos de que nuestras cadenas de suministros críticas para la seguridad nacional y suministros sean seguras. Continuaremos defendiendo el acceso a los bienes comunes mundiales, incluida la libertad de navegación y los derechos de sobrevuelo, de conformidad con el derecho internacional. Nos posicionaremos para defender a nuestros aliados. Apoyaremos a Taiwán, una democracia líder y un socio económico y de seguridad fundamental.  Nos aseguraremos de que las empresas estadounidenses no sacrifiquen sus valores al hacer negocios en China. Y defenderemos la democracia, los derechos humanos y la dignidad humana, incluso en Hong Kong, Xinjiang y el Tíbet.”…

John Kerry, comisionado especial de Biden para el Clima visitó China el mes pasado, en una visita que no logró en realidad su objetivo, pues a su partida el Ministro de Exteriores de China -Wang Yi- dejaba claro que la cooperación climática “no puede separarse de la situación general entre China y Estados Unidos”.

Así mimo, la semana pasada en Suiza se reunió el asesor de seguridad nacional de Biden -Jake Sullivan- con Yang Jiechi chio, un alto miembro del politburó y diplomático chino. De acuerdo con el comunicado oficial de la Casa Blanca, Sullivan enfatizó a Yang la necesidad de mantener líneas abiertas de comunicación, al tiempo que expresó su preocupación por las recientes provocaciones militares de China contra Taiwán, los abusos de los derechos contra las minorías étnicas y los esfuerzos de Beijing para aplastar a los defensores de la democracia en Hong Kong.  Aunque este encuentro fue cordial y respetuoso, comparado con el primer encuentro del pasado marzo en Alaska donde las acusaciones y duros comentarios anticipaban unas relaciones bilaterales complejas. En esta reunión se acordó el primer encuentro entre Biden y Xi para el final de este año.

China por su parte ha seguido adelante con su agenda y no hace esfuerzo alguno en disimular su postura. Un buen ejemplo lo vimos el primer fin de semana de octubre que, haciendo coincidir con el día nacional de China enviaron un total de 38 aviones militares a sobrevolar la zona de defensa aérea de Taiwán y otros 56 aviones más volvieron a incursionas en el espacio de Taiwán el lunes 4. A lo que el ministro de defensa taiwanés Chiu Kuo-Cheng advertía sobre la posibilidad cada vez más real de que China invada Taiwán en unos cuatro años.

La diplomacia será la vía que seguirá intentando Washington y buscarán dialogar sobre el futuro de Taiwán y el mar del sur de China. Sin embargo, los mismos expertos del Pentágono cuando han sido preguntados sobre la posibilidad real de que se suscite un enfrentamiento con China, ninguno se atreve a desestimar la opción. En efecto, la estrategia de seguridad nacional de la Casa Blanca explica que estamos en un momento de inflexión acerca del futuro de nuestro mundo mientras afirma que explícitamente que Estados Unidos nunca dudará en usar la fuerza cuando sea necesario para defender nuestros intereses nacionales. “Nos aseguraremos de que nuestras fuerzas armadas estén equipadas para disuadir a nuestros adversarios, defender a nuestra gente, intereses y aliados, y derrotar amenazas que emergen”.

 

THE ASIAN DOOR: RCEP, nuevo miembro de la Ruta de la Seda. Águeda Parra

La integración comercial en la zona del Asia-Pacífico siempre ha supuesto un fuerte impulso para el crecimiento económico de la región. El creciente protagonismo de China en las cadenas de suministro globales ha tenido como resultado que el gigante asiático se haya posicionado como epicentro de la aportación de valor en la zona de Asia-Pacífico. Una influencia que se prevé creciente con la firma de uno de los acuerdos regionales de libre comercio más grandes del mundo, la Asociación Económica Integral Regional, conocido en inglés como RCEP (Regional Comprehensive Economic Partnership).

En los ocho años que ha tardado en formalizarse el pacto entre China y otros 14 países de la región, que incorpora a los 10 países de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) junto a Corea del Sur, Japón, Australia y Nueva Zelanda, el gigante asiático ha puesto en marcha uno de los proyectos de geopolítica más importantes de las últimas décadas, la nueva Ruta de la Seda. La ambición de la iniciativa de mejorar las conexiones a través de promover el mayor desarrollo de infraestructuras de la región en mucho tiempo persigue, asimismo, otros objetivos. Entre ellos, encontrar nuevos mercados para los productos chinos a través de fomentar una mayor integración comercial en la región.

Con la incorporación de China en el RCEP, no sólo el gigante asiático no se desacopla del mundo, sino que supone su consolidación como potencia económica dominante en la región. Poniendo la magnitud del pacto en perspectiva, la RCEP da cabida a más de 2.200 millones de personas, un tercio de la población mundial, casi el 28% del comercio mundial e incluye el 30% del PIB mundial, lo que supone consolidarse como el mayor acuerdo de libre comercio regional firmado hasta el momento.

Dos grandes ausencias marcan el inicio de una nueva etapa comercial en Asia-Pacífico. Por una parte, la de Estados Unidos, cuya retirada del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (en inglés TTP, Trans-Pacific Partnership) marcaba una nueva dinámica en las relaciones de cooperación comercial con la región. Con este nuevo posicionamiento, la región avanza sin esperar a que Estados Unidos termine de resolver su transición presidencial, que podría llevar implícito un giro de 180º en ciertas decisiones de política exterior. China, como principal impulsor del acuerdo, maximiza su influencia en una región que avanza hacia el fortalecimiento de su integración económica y comercial, mientras las exportaciones estadounidenses pierden presencia en una de las regiones más dinámicas del mundo. Por otra parte, no menos importante es la ausencia de India en el acuerdo, cuya retirada en julio se propició al considerar que su adhesión podría conducir a un aluvión de importaciones de productos chinos, aunque la puerta queda abierta para que solicite su incorporación en cualquier momento.

Lo novedoso de este acuerdo es que el pacto avanza en la línea de relación comercial ya establecida entre los 10 países miembros de la ASEAN, tomando en cuenta la mayoría de los acuerdos vigentes para aunarlos en un único documento que se ha hecho extensivo de forma multilateral al resto de miembros. Alineando los acuerdos vigentes en un único pacto, Asia-Pacífico sigue la línea de integración de otras áreas comerciales unificadas, como la existente en la Unión Europea o entre Estados Unidos, Canadá y México a través del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Un acuerdo del que no sólo se beneficiará China, sino también el resto de países, al aumentar la capacidad productiva, especialmente la de los países ASEAN, además de que conjuntamente todos los miembros impulsen la consolidación de la cadena de valor con producción e inversiones que se originan y proceden de la región.

Con la previsión de que en el medio-largo plazo se vayan reduciendo, o incluso eliminando, hasta el 90% de los aranceles de los productos en el seno de la asociación económica, los objetivos de Pekín pasan por el fomento de elementos importantes de su cadena industrial. En el radar estaría la estrategia de impulsar la tecnología de los coches eléctricos de fabricación china, que le permita al gigante asiático avanzar en el objetivo de convertirse en hub de la industria automovilística, al menos para la región de Asia Pacífico.

La RCEP consolida el liderazgo chino. Nieves C. Pérez Rodríguez

El TPP (el tratado de cooperación económica traspacífico) quedaba en el naufragio total este domingo, momento en el que 15 economías asiáticas firmaban la RCEP (La Asociación Económica Integral Regional, por sus siglas en inglés). Con Beijing a la cabeza y en medio de la pandemia del Covid-19, cada ministro de comercio de los respectivos países firmaba bajo la mirada digital de las otras naciones. Un evento peculiar por las circunstancias, pero cuyo ceremonial característico no se vio entorpecido por la distancia física o la conversación a través de videoconferencia.

Trump se había retirado del TPP en enero del 2017, una de las primeras órdenes ejecutivas que firmó al principio de su legislatura, pero no fue hasta el final de la misma, en que Beijing consiguió ganar posición entre los aliados comerciales de Washington para concretar la firma del RCEP, que ha venido impulsando China para equilibrar la ausencia y la necesidad dejada por el TPP. 

El TPP fue promovido por Obama como el ambicioso acuerdo comercial de ambos lados del Pacífico en el que Washington, además de hacerse con el liderazgo indiscutible en la región, dejaba fuera a China y promovía una alternativa justa de intercambios. Por lo tanto, Beijing fomentaba el interés en la RCEP como una opción menos compleja de acuerdo económico. Pues el TPP tenía como objetivo bajar tarifas, proteger el medio ambiente, facilitar y estimular el crecimiento de los miembros y el respeto de los derechos laborales de los ciudadanos de los países parte del acuerdo.

Ahora bien, el acuerdo de la RCEP fue suscrito por los 10 países que conforman la ASEAN (Indonesia, Thailandia Singapur, Malasia, Filipinas, Myanmar, Camboya, Laos, Brunéi y Vietnam en cuyas manos resta la presidencia actualmente, y quién fomentó internamente el interés en la RCEP), y Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelandia y China quien ha sido el promotor de la necesidad de activar esta asociación durante años, pero que en plena pandemia ha aprovechado el escenario de la crisis económica para avivar el sentido de la misma en la región.

La India ha decidido quedarse fuera. Aparentemente Modi -el primer ministro indio- está jugando estratégicamente a dejar la ventana abierta para negociar con la nueva Administración Biden, con la que parece que está apostando por establecer cercanas y eficientes relaciones económicas. En el nuevo escenario, en el que el liderazgo económico en el Pacifico está en China, Delhi está centrado en convertirse en una fuente más grande de exportaciones minoristas para los Estados Unidos. Y de conseguirlo la jugada podría traducirse en un gran impulso económico para la India, así como su crecimiento e importancia internacional podrían rediseñarse.

Para China, haber conseguido este acuerdo es un gran triunfo. Partiendo del hecho objetivo que cuenta con un mercado interno de 1300 millones de consumidores, es de los que más tiene que ganar, podrá poner sus productos con menos o ninguna restricción en cualquiera de sus socios, así como importar bajo los mismos parámetros.  También reafirma su liderazgo regional, como la primera economía en el Pacifico, e incluso fuera de la región se posiciona como el líder global capaz de unificar 14 países cuyas economías e intereses son diversas y capaz de liderar el mayor acuerdo económico del mundo.

La RCEP tiene bajo su paraguas 2.100 millones de consumidores. Representa el 30% del PIB mundial y un cuarto de las exportaciones del mundo, lo que supone la asociación comercial más grande del planeta. Por lo tanto, en este acuerdo Beijing le ganaba una partida a Washington como pionero en la globalización y la cooperación internacional. Por lo que la presión sobre la nueva Administración Biden se acrecienta. El presidente electo ha hablado de su intención de restablecer el TPP, los demócratas tienen una oportunidad ahora de volver a establecer alianzas y puentes en la región, y en un único escenario en el que Beijing está al mando podría darse una gran oportunidad para que tanto republicanos como demócratas se unan en priorizar retomar protagonismo en el Pacífico.

INTERREGNUM: Multilateralismo en el sureste asiático. Fernando Delage

Acaba un año en el que las tensiones económicas y geopolíticas entre Estados Unidos y China parecen haber determinado la evolución del continente asiático. En realidad, este contexto de rivalidad entre los dos gigantes no ha paralizado ni dividido la región. Por el contrario, sin ocultar su preocupación por esta nueva “guerra fría”, el pragmatismo característico de las naciones asiáticas ha permitido avanzar en su integración económica y en la defensa de un espacio político común.

Un primer ejemplo de la voluntad asiática de no dejarse doblegar por el unilateralismo de la actual administración norteamericana fue la decisión de Japón de rehacer el TPP después de haberlo abandonado Washington. Con la participación de otros 10 Estados, el gobierno japonés dio forma a un acuerdo—rebautizado como CPTPP (Comprehensive and Progressive Agreement for Trans Pacific Partnership)—que mantiene abierto el comercio intrarregional pese a la oposición de la Casa Blanca. Un segundo salto adelante se dio en noviembre cuando, con ocasión de la Cumbre de Asia Oriental celebrada en Bangkok, la ASEAN y cinco de los seis socios con los que ya mantenía acuerdos bilaterales de libre comercio (China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda) lograron cerrar la constitución del RCEP (Regional Comprehensive Economic Partnership), pendiente ya sólo de su firma en 2020.

La conclusión de este acuerdo comercial entre 15 países que suman un tercio de la población y del PIB global (fue India quien decidió no sumarse en el último momento, aunque podrá incorporarse en el futuro), es uno de los hechos más relevantes del año en Asia. Más allá de integrar a algunas de las mayores economías del planeta, los países de la ASEAN y sus socios del noreste asiático han lanzado un poderoso mensaje contra esa combinación de populismo, proteccionismo y nacionalismo que está haciendo mella en Occidente. Mientras este último se divide, Asia refuerza su interdependencia.

En esa dirección apunta igualmente otra contribución hecha por la ASEAN en el año que termina. Mientras Japón y Australia buscan la manera de redefinir la región mediante un concepto del “Indo-Pacífico” que permita mantener comprometido a Estados Unidos con la seguridad regional, y amplíe el espacio de actuación de India, los Estados del sureste asiático han articulado su propia respuesta, de una manera que protege al mismo tiempo el papel central de la ASEAN en los asuntos regionales.

Su perspectiva sobre el “Indo-Pacífico”, hecha pública en junio, quiere evitar, en efecto, toda posible división de Asia en bloques, haciendo hincapié en su carácter inclusivo y añadiendo una dimensión económica y de desarrollo. La ASEAN intenta corregir así la estrategia formulada con el mismo nombre por Washington con el fin de contener el ascenso de la República Popular China. El RCEP es por tanto mucho más que un mero acuerdo económico: es un instrumento que permite institucionalizar un concepto de Asia que, sin ocultar los diferentes valores políticos de sus miembros, contribuye a la prosperidad económica de todos ellos, y—en momentos de especial incertidumbre geopolítica—facilita la estabilidad estratégica de la región. (Foto: Flickr, foundin-a-attic)

THE ASIAN DOOR: El dominio de Alibaba en Asia-Pacífico. Águeda Parra

Si las grandes oportunidades económicas se producen en tiempos de crisis, Alibaba ha hecho, y está haciendo, muy bien su trabajo. La tregua sin fin en torno a la guerra comercial entre Estados Unidos y China mantiene las perspectivas de crecimiento de la economía del gigante asiático por debajo de los niveles de años anteriores, lastrando a todo el tejido empresarial chino. Una situación de inestabilidad internacional que, sin embargo, no ha afectado a que Alibaba reporte un crecimiento de ingresos del 40% hasta los 16.651 millones de euros en el tercer trimestre de 2019, y 693 millones de usuarios activos en su marketplace. El debut en la bolsa de Hong Kong ha completado uno de los acontecimientos más relevantes en el universo Alibaba, con el que ha conseguido recaudar 11.700 millones de euros, 40 veces más acciones de lo inicialmente esperado.

Unas cifras que consolidan una trayectoria de éxito para Alibaba Group Holding Limited (阿里巴巴集团) (BABA), el consorcio que agrupa a un nutrido número de empresas que operan en Internet y que han situado a la compañía como el referente global del comercio electrónico y, por extensión, a China como el mayor mercado mundial del e-commerce y de los medios de pago. De hecho, si comparáramos el volumen total de ventas de Alibaba, que alcanzó los 768.000 millones de dólares en 2018, con el PIB de una economía, la compañía se situaría en el Top 20 de las grandes potencias mundiales con un valor muy similar al de Turquía en puesto 17, según datos del Banco Mundial de 2018, y con la previsión de su fundador de convertir a Alibaba en la quinta mayor economía mundial en 2036.

Jack Ma, fundador de Alibaba en 1999, es uno de esos líderes visionarios que ha situado la innovación en comercio electrónico como seña de identidad de las capacidades de China en el ámbito de la tecnología global. La diversificación de los negocios de Alibaba, que abarcan desde los pagos electrónicos, la logística hasta las finanzas, ha aupado a la compañía al primer puesto como tecnológica más disruptiva, desplazando del liderazgo a los titanes tecnológicos americanos denominados FANG (Facebook, Amazon, Netflix y Google), siendo la primera vez que una empresa china tiene este reconocimiento, según el informe de innovación tecnológica 2018 de KPMG. Esta innovación tecnológica disruptiva le ha reportado a Alibaba ser reconocida por primera vez como la marca más valorada en China en la clasificación 2019 BrandZ™ Top 100 Most Valuable Chinese Brands.

Los medios de pago se han convertido en la mejor estrategia para que Alibaba conquiste los mercados de Asia-Pacífico, aquellos que reciben un mayor número de turistas extranjeros, principalmente por cercanía. En estos destinos es donde Alipay, la plataforma de servicios de pagos online de Alibaba, busca que los turistas chinos disfruten de la misma experiencia de compra que cuando están en su país, exportando a través de la aplicación del móvil el mismo ecosistema de pagos que tienen mientras residen en China. El número de establecimientos que aceptan pagos a través de Alipay está creciendo exponencialmente por todo Asia-Pacífico. En el caso de Japón, unos de los destinos más atractivos para los turistas chinos, los establecimientos conectados con la plataforma propiedad de Ant Financial han pasado de 50.000 en 2018 a 300.000 en 2019, lo que supone multiplicar por seis la presencia de la plataforma en el mercado nipón.

Una tendencia similar se produce en otros puntos de la región donde Alibaba ha sido muy activa en la creación de acuerdos comerciales con otros socios de pagos electrónicos. Como una segunda fase del despliegue de la nueva Ruta de la Seda, Alibaba está ampliando su conexión digital realizando acuerdos de pagos electrónicos con los países de la ruta, como TrueMoney en Tailandia, GCash en Filipinas, Kakaopay en Corea del Sur, Paytm en India, Dana en Indonesia y Touch ‘n Go (TnG) en Malasia. Se trata de expandir nuevos negocios como parte de la Ruta de la Seda Digital y, a su vez, estos países consiguen incrementar su atractivo para el turista chino, un mercado que alcanzó casi los 150 millones de turistas en 2018. En esta línea se encuadra la nueva iniciativa de Alipay denominada “Taxi en el extranjero” (境外打车), un mini programa que a través del móvil permite realizar la búsqueda, reserva y pago en varias plataformas locales de taxi en 33 ciudades de 10 países, principalmente en los destinos más visitados por el turista chino como es Reino Unido, Estados Unidos, Tailandia y Filipinas. El objetivo es alcanzar más de 100 ciudades en 20 países, lo que supondría para el universo Alibaba extender su influencia a nivel mundial y, con ello, la geopolítica de la tecnología. (Foto: Alibaba Group, Flickr)

INTERREGNUM: Washington aprieta las tuercas. Fernando Delage

El 23 de mayo, el Senado de Estados Unidos aprobó, a instancias de 14 miembros de la Cámara—un grupo que incluía tanto a demócratas como a republicanos—una ley que permitirá “sancionar a aquellos individuos y entidades chinas que participen en las actividades ilegítimas de Pekín dirigidas a afirmar la expansión de sus reclamaciones territoriales” en los mares de China Meridional y de China Oriental. Presentada en 2017 pero no puesta en marcha hasta ahora, este instrumento legislativo confirma cómo las tensiones económicas entre Washington y Pekín se extienden con rapidez al terreno político y de seguridad.

Que la medida iba a endurecer la posición de Pekín resultaba previsible. Pero la escalada ha sido mera cuestión de días. El 1 de junio, en la reunión que cada año organiza por estas fechas el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos e Internacionales de Londres en el hotel Shangri-la de Singapur, el secretario de Defensa en funciones de Estados Unidos, Patrick M. Shanahan, advirtió que “el comportamiento que erosiona la soberanía de otras naciones y alimenta la desconfianza en las intenciones de China debe acabar”. Nada más concluir su discurso, muy beligerante en el tono contra Pekín, su departamento hizo público un informe sobre la estrategia de Estados Unidos en el Indo-Pacífico—el primero desde 1998—en el que se acusa a China de buscar “la hegemonía regional en el Indo-Pacífico a corto plazo, y la preeminencia global a largo plazo”.

Pese a sus 60 páginas, el Informe, tras realizar esa descripción hostil de la República Popular como rival, ofrece una descripción del proceso de reforzamiento de las capacidades militares norteamericanas en la región, más que una estrategia operativa propiamente dicha. Pero el guante estaba lanzado de nuevo—retomando el lenguaje y las críticas ya lanzadas por el vicepresidente Pence en su discurso de octubre en el Hudson Institute—, y así fue recibido por Pekín. El 2 de junio, en el mismo foro en Singapur, el ministro de Defensa, Wei Fenghe, respondió a Shananan prescindiendo de toda sutileza diplomática. Además de negar las acusaciones de militarización de las islas del mar de China Meridional, advirtió que China “luchará hasta el final” en la disputa comercial con Estados Unidos, como “luchará asimismo cueste lo que cueste” contra la reunificación de Taiwán, asunto—dijo en alusión a los comentarios del jefe del Pentágono sobre la isla—con respecto al cual toda interferencia externa concluirá en fracaso.

Como en un acto reflejo con los movimientos en Washington, al terminar Wei su discurso, fue el viceministro de Comercio chino, Wang Shouwen, quien presentó en Pekín un Libro Blanco sobre las relaciones comerciales y económicas con Estados Unidos. Apenas 48 horas antes, las autoridades chinas amenazaron con posibles sanciones a empresarios y compañías norteamericanas si interrumpían el suministro a sus socios chinos. En la presentación del informe, Wang acusó a Washington de “imponer unas demandas nada razonables que interfieren en la soberanía china”. “Después de darle una mano, Estados Unidos quiere un brazo”, dijo. “Si quiere recurrir a una presión extrema para que una escalada de las fricciones comerciales obligue a China a capitular, esto es imposible”, concluyó.

Las espadas están pues en alto. Trump confía en su instinto y en las prácticas negociadoras a las que recurrió como empresario inmobiliario. Pero su presión no hace sino reforzar el nacionalismo de una China que no puede permitirse ceder en cuestiones de principio. Pekín se prepara para un conflicto que durará años.  Foto: Flickr, Darkday

FORO INTERNACIONAL “EL FUTURO DE LAS RELACIONES ASIA-EUROPA”. Isabel Gacho Carmona

Un mundo apolar en el que no sabemos dónde está nuestro eje gravitacional, un mundo donde imperan los conflictos híbridos y las zonas grises, un mundo complejo y desregulado donde cada vez es más difícil prever los acontecimientos. Así describía el panorama actual el pasado 20 de febrero la jefa de la Oficina de Política de Seguridad Nacional y Estrategia, Irene Blázquez, en la Conferencia Inaugural del Foro “El futuro de las relaciones Asia-Europa”. El evento, organizado por la Universidad Europea, trató temas como el futuro del proceso ASEM, las relaciones estratégicas en Asia-Pacífico o el futuro de las inversiones españolas en Asia.

La importancia de ASEM como foro internacional para la cooperación en diversas materias, y que cuenta actualmente con 53 miembros asociados: 51 países y la Comisión Europea y el Secretariado de la ASEAN, fue resaltada tanto por los Embajadores de Vietnam e Indonesia como por la subdirectora de Política Comercial de Ministerio de Industria.

En lo referente a las relaciones estratégicas entre ambos continentes, el foro estuvo marcado por el mantra del giro de China hacia un papel de rule maker e institution builder. Esta aspiración a ser potencia global, para Blázquez, se sustenta en tres patas: La proyección económica mediante la inversión en sectores estratégicos, la creación de infraestructuras y la deuda pública de países occidentales. Respecto a la estrategia global de la Unión Europea, pese a su “falta de músculo” y su “carácter intergubernamental”, para la experta en Seguridad, estamos ante una revitalización de la política exterior común, “la estrategia Mogherini o el hecho de que la PESC tiene actualmente 17 proyectos en marcha son prueba de ello”.

No todos los ponentes, sin embargo, compartían esta visión optimista. El profesor García Cantalapiedra, por ejemplo, argumentaba que la UE no tiene credibilidad estratégica. “Hablas de la PESC y te preguntan por la OTAN” “nos falta esa pata y hay que completarla” “hay que pasar de actor civil a actor estratégico”. Para Cantalapiedra, en lo referente a las relaciones UE-Asia, nuestro problema es que no estamos en ese escenario y, al no estar presentes, no tendremos un sitio en las mesas de negociación. “Reino Unido y Francia, por ejemplo, sí que tienen sus propias estrategias para Asia”. Dado el fin del orden multilateral liberal, el profesor propone que la UE y la ASEAN deberían estrechar su relación por razones estratégicas en un nuevo orden de bloques regionales.

La profesora García Abad, por su parte, habló del siglo XXI como el Siglo del Pacífico frente al siglo XX que hubiera sido el Siglo del Atlántico, de Asia como un escenario donde perviven algunas dinámicas de la postguerra fría (como Taiwán o la península coreana) o de el (pre)dominio (descendiente) de EEUU en la región. En este sentido, para García Abad la salida de EEUU del TTP fue un error incomprensible “salir de un tratado de estas características teniendo una competición con otra potencia es dejarle todo el espacio”.

Respecto al futuro de las inversiones españolas en Asia, se resaltó el cambio sustancial que supone que muchos países de la región hayan pasado de ser “meras fábricas” a mercados en sí mismos con el auge de las clases medias. Asia es un mercado muy competitivo, pero al ser tan grande ofrece muchas oportunidades: “aunque lleguemos tarde a la merienda, siguen quedando ganchitos y Coca-Cola para todos” apuntaba Miguel López, director de relaciones institucionales de GESTAMP. (Foto: Diah Nugraheni)

INTERREGNUM: Cinco años de Ruta de la Seda. Fernando Delage

Se han cumplido estos días cinco años del anuncio por parte del presidente chino, Xi Jinping, de la Nueva Ruta de la Seda. Nadie pudo entonces imaginar que aquella propuesta, realizada en un discurso pronunciado en la capital de Kazajstán durante una gira por Asia central, iba a convertirse en la iniciativa más importante de su mandato, y en el elemento central de su política exterior. Que fuera incluso recogida en los estatutos del Partido Comunista, con ocasión del XIX Congreso en octubre del pasado año, da idea del espacio que ocupa en la agenda de los dirigentes chinos.

El proyecto nació sin una definición de sus límites geográficos y sin ninguna forma institucional. Carece asimismo de indicadores cuantificables que permitan medir su grado de realización. Si en un primer momento Xi se refirió a Asia central  y a la periferia marítima china como objeto del programa, posteriormente éste se ha ampliado a África, América Latina, el Pacífico Sur y hasta el Ártico. La ausencia de unas reglas comunes para todos los participantes significa que Pekín negocia de manera bilateral con cada uno de ellos. Es por tanto un proceso abierto y flexible, en el que catalizan las prioridades chinas con respecto a su economía—encontrar nuevos motores de crecimiento—y a su seguridad: reducir los riesgos de vulnerabilidad y minimizar la capacidad de Estados Unidos y de sus aliados de obstaculizar su ascenso como gran potencia.

Si hay que resumir los fines de la Ruta, quizá éstos dos sean los esenciales: es un medio, primero, para que China pueda convertirse en un igual de Estados Unidos en la definición de las reglas y las instituciones globales; y, segundo, para hacer de una Eurasia integrada el nuevo centro de la economía mundial, sustituyendo al eje euroatlántico. El alcance de las ambiciones chinas afecta de manera directa a los equilibrios geoeconómicos y geopolíticos de las últimas décadas, y la Ruta de la Seda se ha convertido en consecuencia en una de las causas fundamentales de los reajustes estratégicos de las principales potencias.

De sus profundas reservas hacia la iniciativa en un primer momento, Japón ha pasado a apoyar la participación de sus empresas privadas, aunque también ha construido alternativas, como la propuesta de financiación de Infraestructuras de Calidad en Asia, o el Área de Crecimiento Asia-África, formulada de manera conjunta con India. Esta última, el vecino de China en mayor grado opuesto a la Ruta de la Seda, tiene que compaginar el deseo de evitar sus implicaciones geopolíticas—una mayor proyección política de Pekín en el subcontinente—con la necesidades de atraer inversión extranjera y desarrollar las infraestructuras que resuelvan sus problemas de interconectividad. Rusia no puede por su parte mantenerse al margen de una iniciativa que incrementará, a su costa, la dependencia de China de las repúblicas centroasiáticas.

Estados Unidos ha tardado en reaccionar. La alternativa al proyecto chino es la “estrategia Indo-Pacífico”, a la que se aportan reducidos recursos financieros para hacer mayor hincapié en la formación de un bloque de contraequilibrio, el denominado “Cuarteto” constituido por Estados Unidos, India, Japón y Australia. Su cohesión plantea sin embargo numerosas dudas al no ser siempre coincidentes los intereses de sus gobiernos con respecto a Pekín.

La Ruta de la Seda supone asimismo un relevante desafío para Europa. La reconfiguración de Eurasia que se persigue puede condicionar en gran medida el papel internacional de la Unión Europea en el futuro, aunque al mismo tiempo le ofrece nuevas oportunidades económicas. Cinco años después del discurso de Xi, Bruselas ha dado por fin forma a una respuesta, según anunció la semana pasada la Alta Representante, Federica Mogherini. Funcionarios de la UE han estado trabajando durante meses en una estrategia de interconectividad en Eurasia que identifica los intereses europeos y sus objetivos fundamentales. Hay que esperar que, además de esa descripción, existan los medios e instrumentos para pasar a la acción. Pero para conocerlos habrá que esperar al Consejo Europeo que, en octubre, aprobará oficialmente el documento.

¿Xi Jinping Vuelve a ganarle a Trump? Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- El encuentro que tuvo lugar en Beijing entre Xi Jinping y Kim Jong-un ha dejado muchas fotografías para la historia, pero también la prueba de que ambos líderes no están distanciados, como se había especulado. Y llama la atención aún más la discreción con la que China manejó la reunión, mientras que desplegó todos los honores que le rinden a un Jefe de Estado de primer mundo, con primeras damas incluidas y toda la comitiva presidencial.

La primera salida del dirigente norcoreano desde que tomó posesión en el 2011 tiene un gran simbolismo y viene a romper con años de aislacionismo y hermetismo. Sin embargo, cabría otra lectura que podría ser que la visita sea la demostración de que Corea del Norte necesita ayuda y/o apoyo de occidente, como parte del efecto de las múltiples sanciones impuestas al régimen. Kim Jong-un es un estratega, sus movimientos están bien calculados y un cambio de dirección de esta naturaleza tiene una razón de ser, que trasciende sus fuertes lazos con China.

El primer movimiento de apertura de Corea del Norte fue su participación en los juegos olímpicos de invierno, que propició Moon Jae-in, presidente de Corea del Sur, quién no ha escatimado esfuerzos diplomáticos en intentar calmar el ambiente, con el propósito de retornar a una relativa calma. Y que además ha servido de catalizador a los enfrentamientos verbales entre Trump y Kim. Moon también manifestó su disposición de visitar Corea del Norte y su propuesta fue acogida con agrado por el régimen de Pyongyang y, al mismo tiempo, consiguió que Trump aceptara reunirse con Kim Jong-un.

Si miramos atrás, tan sólo a principios del año se temía que misiles norcoreanos impactaran la costa oeste de los Estados Unidos, y hoy estamos hablando de encuentros diplomáticos, lo que es muy positivo, aunque no necesariamente una prueba de que se neutralizará este conflicto, de larga data.

Los análisis que se hacen están basados en la información proporcionada por los medios oficiales; tanto de China, Xinhua, como de Corea del Norte, KCNA, por lo que siempre van a estar con la línea de ambos regímenes y en el hipotético caso de algún desacuerdo entre los líderes, la posibilidad de que esa información se filtre es nula. Partiendo de esta realidad, se debe decir que el mero hecho de que Kim Jong-un saliera de su madriguera, y que lo hiciera de la misma manera como lo hizo su abuelo y su padre, en un tren blindado, con los colores militares que representan al régimen, y que además se hospedaran en el mismo lugar que sus antecesores no es casual. Por un lado, da una imagen de continuismo y de relativa austeridad, aunque al ver a su mujer, que asistió con indumentaria perfectamente en línea con las tendencias actuales de las grandes firmas, la austeridad se difumina para dar paso a la opuesta realidad en que viven los favorecidos del régimen versus la población civil norcoreana.

El despliegue de medios puesto en escena por China son la clara muestra que a Xi Jinping le interesa mantener a Corea del Norte como la oveja negra de Asia que tiene en vilo al mundo. Eso fortalece a Xi y le da más protagonismo en la escena internacional, sin mencionar que se adelantó a los líderes democráticos en encontrarse con Kim (Moon y Trump) y no sólo reunirse, sino hacerlo ir a su territorio, lo que es otra muestra de que Xi es quién marca el son al que baila esta relación bilateral. Como si todo esto fuera poco, durante el banquete formal ofrecido en honor a la pareja de Pyongyang, que valga decir parecía una boda real europea en cuanto al lujo y el número de asistentes, China proyectó videos con imágenes de las relaciones entre ambas naciones desde la división de Corea, dejando una vez más por sentado, que estos vínculos son antiguos y de mutuo interés.

Estos aliados históricos se necesitan mutuamente. China necesita que Corea del Norte sea un enemigo de Estados Unidos para mantener el balance en la región de Asia Pacífico, pero tampoco hay que olvidar que Beijing y Pyongyang son aliados económicos, y la razón de la supervivencia del régimen de Corea del Norte con el envío de mercancías, incluido petróleo, que le ha permitido seguir desarrollando su capacidad nuclear. Por su parte Kim Jong-un está suavizando su imagen de dictador intransigente a mediador. Mientras todo esto tuvo lugar, Trump ignorante del encuentro, fue puesto al tanto por Xi una vez que los visitantes partieron a casa, pero con la buena nueva que Kim está dispuesto a negociar sus avances nucleares.

De lo dicho a lo hecho hay un gran trecho… y nunca una frase es tan oportuna. Pyongyang jamás negociará o retrocederá en su capacidad nuclear, pues esa es precisamente la razón por el régimen sigue vivo y se encuentre a día de hoy negociando. (Foto: Even Lundefaret, Flickr)