INTERREGNUM: Corea, 70 años después. Fernando Delage

El 16 de junio, cumpliendo órdenes directas de la hermana del líder norcoreano, Kim Yo-jong, en su capacidad como alto cargo del Comité Central del Partido de los Trabajadores, se demolió la oficina de asuntos intercoreanos en la zona especial de Kaesong. Pyongyang respondió así al lanzamiento de globos con propaganda contra Corea del Norte en localidades cercanas a la Zona Desmilitarizada (ZD). Es el tipo de provocación que suele acompañar a los procesos de sucesión en el régimen, por lo que no pocos observadores creen que puede tratarse de una maniobra para reforzar la credibilidad como líder de Kim Yo-jong en el caso de incapacidad o muerte de Kim Jong-un.

Pero las implicaciones, naturalmente, no son solo internas. Es un gesto con el que Pyongyang parece querer poner fin al acuerdo que firmó con Seúl en 2018, y restaurar una presencia militar en el complejo industrial de Kaesong y en la zona turística del monte Geumgang, donde se permitió el reencuentro de familias separadas por la frontera.  Corea del Norte no sólo privaría así al gobierno de Moon Jae-in de uno de sus principales logros para reducir la tensión entre ambos Estados, sino que está transmitiendo a su opinión pública el mensaje de que Corea del Sur sigue siendo un enemigo.

Casualidad o no, la acción de Pyongyang coincide con el 20 aniversario de la primera cumbre intercoreana (13-15 junio 2000), y se ha producido un año después de la visita del presidente norteamericano, Donald Trump, a la ZD (20 junio 2019). Lo que es más importante, se solapa con el 70 aniversario de la guerra de Corea, iniciada el 25 de junio de 1950 cuando tropas del Norte traspasaron el paralelo 38 y, en tres días, se hicieron con Seúl.

La apertura de los archivos ha conducido, durante los últimos años, a un aluvión de nuevos estudios académicos que han ofrecido un mejor conocimiento de los orígenes, desarrollo y consecuencias de este conflicto, olvidado por la inmensa mayoría de los norteamericanos—que ni siquiera recordarán MASH, la serie de televisión—pero siempre presente entre los coreanos, en particular los del Norte. Al contrario de lo que el abuelo del actual líder, Kim Il-sung, dijo en su día a su población—que Pyongyang se veía obligada a responder a una invasión del Sur—se trató de una ofensiva cuidadosamente planificada para coger por sorpresa a Seúl y reunificar la península por la fuerza. Fue también una mentira que sirvió de base al relato conforme al cual el Norte describió el conflicto durante las siete décadas siguientes. La “Guerra de Liberación de la Madre Patria” ha servido a sucesivos miembros de la dinastía dirigente para legitimarse en el poder como defensores de la nación frente a los enemigos externos. También Kim Jong-un, en efecto, ha mantenido esta versión revisionista de la historia para recordar a su pueblo el imperativo de la lealtad hacia su líder y la necesidad de un arsenal nuclear.

El conocimiento de la verdad por los norcoreanos supondría una amenaza existencial para el régimen. Pero que esta versión del pasado siga marcando el futuro no hace sino consolidar la división de la península, como confirman distintos estudios de opinión en el Sur. Según un sondeo de la Universidad Nacional de Seúl del pasado año, sólo el 53% de la población considera necesaria la unificación, por debajo del 64% de 2007. Los surcoreanos que mantienen la opinión contraria y los que apoyan el mantenimiento del statu quo suman el 40%, frente al 27% que representaban en 2007. Entre los motivos de quienes apoyan la reunificación, es revelador, por otra parte, que el argumento de que “somos una misma nación” ha caído del 58% de 2008 al 35%. Y, en un dato no menos significativo, otra consulta de 2018 reveló que el 77% de los surcoreanos elegirían la economía antes que la reunificación si tuvieron que optar entre una u otra. En Corea del Sur, décimo-segunda economía del mundo y una de las más sólidas democracias asiáticas, se abre camino por tanto una nueva percepción del Norte, lo que también afectará a su juego diplomático y, en consecuencia, a la estructura geopolítica del noreste asiático.

Cómo Kim Jong-un llegó a ser el líder que es hoy. Nieves C. Pérez Rodríguez

Jung H. Pak, ex asesora de la CIA en asuntos coreanos, acaba de publicar a finales de abril su último libro sobre Kim Jong-un y cómo fue que se llegó a convertir en el líder que conocemos hoy. Su título en inglés “Becoming Kim Jong-un” publicado por Ballantine Books, hace un recorrido por la historia de la península coreana desde el momento de la ascensión al poder de Kim Il-sung, primer líder de la dinastía hasta hoy, mientras mantiene el foco central en el dictador actual. 

Pak analiza las circunstancias que hicieron posible la transferencia de poder de Kim Il-sung en el momento de su muerte en 1994 a su hijo Kim Jong-il y como éste mantuvo control y poder de Corea del Norte, gracias en parte a la consolidación del poder autocrático, y la impresionante veneración que su padre creó en sí mismo.  

La muerte de Kim Jong-il se produjo antes de lo esperado. Sin embargo, ya éste había señalado a Kim Jong-un como su sucesor en un par de ocasiones públicas, aunque era posible que para muchos altos rangos militares y políticos eso podía no estar tan claro, basado en la juventud de Kim y su corta experiencias.

El funeral de Kim Jong-il, describe la autora, fue el comienzo de su reinado. Ese día helado de invierno, en el que la nieve cubría de blanco las calles y contrastaba con el negro que vestían los participantes en señal de luto. A la cabeza de la procesión se encontraba Kim Jong-un, su corpulenta figura, curioso corte de pelo y su cara de niño, revelaba su juventud, en una sociedad donde la sabiduría está atada a la experiencia y a los años. 

Mientras las participantes dejaban ver su tristeza y melancolía, el nuevo Kim se presentaba como la reencarnación de su abuelo, el que ha sido mitificado por la propaganda del régimen norcoreano. Mientras, los análisis auguraban un reinado corto si las élites norcoreanas no aprobaban al líder y el régimen caería en las siguientes semanas o meses.

A pesar de que todo apuntaba a un colapso del régimen, Kim Jong-un ha hecho uso de mecanismos autoritarios de control, represión y miedo, cohibición y vigilancia de la elite, y el control de las fuerzas militares y de seguridad para consolidarse en el poder. Pero lo ha hecho más allá que su abuelo o su padre, ha centralizado el poder en sus manos mientras ha reducido el poder del gabinete y las fuerzas militares.

En los primeros dos años en el poder, el joven líder marginó y/o ejecutó a cinco de los siete altos miembros del Partido del Trabajo norcoreano, concentrando en su persona más poder. Mientras, continuaba su desarrollo nuclear y misilístico que es la razón de supervivencia del régimen, de acuerdo a las creencias del propio Kim Jong-un.

La educación internacional que recibió Kim le ha servido para comprender mejor las formas de pensar de las sociedades occidentales, así como el acceso a todo tipo de tecnología -video juegos, ordenadores, juguetes tecnológicos, etc- que modelaron una forma de pensamiento estratégico más sofisticado que el de sus predecesores. Al final, Kim nació siendo el nieto de una especie de Dios, y el hijo de una especie de rey. Con todo a su alcance en un país en el que el hambre mataba a la población mientras el crecía en medio de los privilegios que sólo gozan los hijos de altas élites en las sociedades más avanzadas.

El aislamiento al que fue sometido -descrito por el chef japonés que sirvió a los Kim durante años y citado por Pak- describe un niño solitario carente de amigos para jugar. Y al que hasta los generales que frecuentaban a su padre para darle informes del país rendían pleitesía por ser el hijo de su líder.  Acciones como esa alimentaron su ego y su convicción de superioridad que bien le han servido para dirigir el país más cerrado del planeta y contra todo pronóstico continuar la monarquía política e incluso asesinar a su medio hermano -Kim Jong-nam- ante los ojos del mundo, en el aeropuerto de Kuala Lumpur en Malasia, para eliminar cualquier posible competencia al cargo. Mientras, su hermana Kim Yo-jong sube su rango político y se mantiene estratégicamente al lado de su hermano en la mayoría de las apariciones del líder.

En cuanto al rol de Kim Jong-un en la escena internacional, también se ha destacado por continuar lo que comenzaron sus predecesores, un desarrollo nuclear que el mundo desconoce hasta donde puede haber avanzado, y el lanzamiento de misiles que a su vez demuestran una gran evolución y que provocan a su gran enemigo, Estados Unidos.

Kim también ha comprendido que para jugar en las grandes ligas hay que participar en los ciber ataques. Así se lo hicieron saber a Sony Pictures entertainment cuando estaban a punto de lanzar una película en la que Kim Jong-un era asesinado por los Estados Unidos y mostraba la auténtica personalidad de Kim como un aficionado a la buena vida, el alcohol y la fiesta.

En noviembre de 2014 Sony sufrió un ataque en el que robaron información confidencial de la empresa y fue publicada online. Los hackers amenazaron con mensajes digitales a empleados de Sony, junto a otros mensajes que aseguraban que no tendrían piedad si la película que dañaba la imagen de su líder era lanzada, y que ese lanzamiento era un acto de terrorismo y que no sería tolerado. Aseguraban también que Washington estaba usando una empresa de entretenimiento para dañar el liderazgo del líder norcoreano.

El dictador ha comprendido la necesidad de desarrollar su capacidad más allá de lo nuclear y misiles balísticos, desarrollar la capacidad cibernética de Corea del Norte en el escenario internacional. Establecerse como un luchador moderno cuyas herramientas cibernéticas pueden manipular el sistema a pesar del orden geográfico y la geopolítica, deja ver su pensamiento estratégico y desacredita  a los que lo subestimaron al principio de su reinado. 

A pesar de todas esas acciones, Kim ha conseguido reunirse con el presidente de los Estados Unidos en tres ocasiones sin haber dado nada a cambio, más que haber fortalecido su liderazgo e imagen de líder tanto en Corea como en el exterior.

Todas las acciones tomadas por Kim Jong-un muestran a un líder racional cuyo objetivo principal es continuar con su carrera nuclear que le ayuda a mantener un status quo internacional y asegurarse la supervivencia del régimen mientras ha burla sanciones de una u otra manera, lo que le ha permitido mantener oxigenado la economía doméstica.

Si algo ha comprendido Kim es que una guerra es lo opuesto a lo que quieren Japón, Corea del Sur, ó Estados Unidos. Es más, Kim ha entendido que el precio político por una guerra es tan alto para Washington que evitarán a toda costa llegar a ello, por lo que Kim seguirán lanzando provocaciones, continuará su desarrollo nuclear y cibernético, porque entiende que esa es la supervivencia de su régimen y su persona.

Kim Jong-un, mucha astucia y aparentemente poca experiencia. Nieves C. Pérez Rodríguez

Kim Jong-un es un personaje envuelto en misterio y secretismo. El régimen de Corea del Norte ha sabido utilizar la discreción para ocultar la excéntrica vida de la dinastía de los Kim. El aparato de propaganda ha articulado un sistema muy sofisticado de información en el que se filtra lo necesario y se publica lo preciso para alimentar el mensaje del régimen.

Anna Fifield es una periodista neozelandesa que ha pasado parte de su vida estudiando a Japón y la península coreana, con un enfoque especial en Corea del Norte. Actualmente es la directora de la oficina del Washington Post en Beijing. Fifield ha escrito la obra “El gran sucesor”, libro en el que relata la vida de Kim Jong-un con detalles nunca antes publicados. Para ello utilizó fuentes primarias y cercanas al líder en distintos momentos de su vida. El extenso trabajo de investigación recopila fechas, hechos y anécdotas que dibujan un perfil bastante cercano al enigmático personaje.

El libro comienza por dar una referencia histórica del origen de la dinastía norcoreana y su héroe y fundador, Kim Il-sung, personaje que, según la propaganda, nació en el famoso monte Paektu, en el norte del país y que, en la noche de su nacimiento, una gran estrella se apareció en el cielo. Una curiosa historia inspirada en el cristianismo que recuerda el momento del nacimiento de Jesús en Belén, que buscaba mitificar al líder.

Todo en Corea del Norte es insólito. Haber sobrevivido al colapso de la Unión Soviética y la muerte de su fundador Kim iJ-sung; la transición de poder de padre a hijo, preparada durante años y, en  2011, el régimen sobrevivió una tercera sucesión, en esa ocasión al nieto del gran héroe.

La muerte de Kim Jong-il dejó en el poder a un joven de tan sólo 27 años a cargo de un país complejo y hermético y en una muy precaria situación económica. En este momento la propaganda del régimen dejó a un lado lo místico para engrandecer a Kim Jong-un por un elemento más cercano de lucha, el nuevo líder es un militar innato, quien desde los tres años podía disparar un arma con tanta facilidad que podía acertar a una bombilla a 100 metros de distancia. Y a los ocho años ya podía conducir un camión a 120 kilómetros por hora.

Fifield afirma que, en contra de todos los pronósticos, en su viaje a Pyongyang poco después de que Kim Jong-un tomará posesión, “el gran sucesor no solo sobrevivía sino prosperaba”.  Se empezaban a ver el levantamiento de edificios altos, la apertura de cafés que ofrecen capuchinos por precios ridículamente altos, auge de gimnasios al puro estilo occidental, que se convierten en clubs de una reducida élite que es parte del régimen.  Se respiraba un aire capitalista nunca antes visto en esta ciudad, donde la proliferación del comercio de ocio en los que sólo los cercanos al régimen pueden disfrutar y presumir del estatus que ostentan en esa la capital que de vez en cuando llaman “Pyongyanttan”.

Pero en contraste con ese desarrollo, la mayoría de la población sigue viviendo en la miseria, sin agua corriente, con viviendas inacabadas, muy mal alimentados, intentando sobrevivir dentro de una gran precariedad.

En pro de obtener más datos, la autora conversó con la tía de Kim Jong-un, la mujer que se hizo pasar por su madre cuando fue a Suiza a estudiar a sus 12 años, junto con su hermana. Fueron presentados ante las autoridades como hijos de diplomáticos norcoreanos, con identidades falsas.  Ella describió un chico solitario, pero que tenía obsesión por el baloncesto, los aviones y los motores.  Y quien podía pasar el día entero entregado a sus intereses.

Tuvo una vida de niño rico de primer mundo, con los juguetes de última generación. Viajes a los principales destinos europeos, vistió con las principales marcas estadounidenses, especialmente Nike, como marca patrocinadora de baloncesto. Y dentro de Corea del Norte, le construyeron pistas para conducir, parques de diversiones, salas de juegos, piscinas olímpicas y complejos recreativos dentro de los campamentos o complejos de las múltiples viviendas que poseen los Kim, que pueden ser vistas satelitalmente, y que se ha podido saber que cuentan con pasajes subterráneos para poder desplazarse de un lugar a otro.

Durante su solitaria niñez, donde no había otros niños, se hizo amigo del chef japonés que trabajaba para su familia.  Y quién narró cómo se convirtió en su fiel compañero durante sus primeros años y con quien pasó muchas horas intentando acabar con su soledad.

Fifield afirma que esa imagen caricaturista de niño rebelde tonto no es del todo cierta. Al tomar el poder se rodeó de los personajes que apoyaron a su padre durante años y algunos hasta a su abuelo. Sacó el beneficio que pudo de ellos, como el jefe de las Fuerzas Armadas, el jefe de la propaganda y el jefe de economía y relaciones con China, que era su cercano tío Jang Song-thaek. Pero cuando ya no los necesitó más salió de ellos. En los tres casos todos desaparecieron, pero su tío es el más llamativo puesto que fue degradado públicamente a “escoria humana” y asesinado despiadadamente. Con esas desapariciones, Kim Jong-un envió un mensaje claro a quienes podían pretender salir de él, de lo que es capaz de hacer y que es él quien tiene en sus manos el control de Corea del Norte.

La autora afirma que fue la astucia de la madre de Kim la que impulsó a su hijo a ser el elegido. Ella era una amante de Kim Jong-il de larga data y, según las fuentes, probablemente la mujer que él realmente amó, sin embargo, era poco probable que el hijo de la amante llegará a coronarse como el elegido en la dinastía. Pero la educación que recibió, la seguridad que ella le transmitió y el haberlo enviado a la academia militar después de regresar de Suiza parecen ser las claves de su elección. Así como el rol de su hermana, quien se deja ver siempre como su asistente más fiel y devota.

El pequeño Kim, desde los 8 años, fue presentado a los altos cargos militares y, probablemente alimentada por su madre, esa preferencia castrense creció y fue la base del líder que hoy vemos. Una especie de rey que lejos de retroceder en sus ambiciones, ha continuado una carrera nuclear que se cree muy sofisticada, con misiles de largo alcance, ha conseguido reunirse con el presidente de la potencia con la que está técnicamente en guerra hace más de 70 años y, permitiendo cierto grado de corrupción, ha hecho que el estrago económico se vea aliviado a través de pago de comisiones y un mercado negro que crece cada día en ese país, pero que oxigena la economía norcoreana y alivia el hambre del ciudadano común. (Foto: Flickr, Elvert Barnes)

INTERREGNUM: Trump, Kim y los aliados. Fernando Delage

A finales de este mes, posiblemente en Vietnam, el presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, y el líder norcoreano, Kim Jong-un, celebrarán un segundo encuentro. Una nueva reunión a este nivel puede servir, como la reunión de junio en Singapur, para crear una aparente dinámica de estabilidad entre ambas naciones, y por tanto en la región. Sin embargo, ni resolverá el problema de fondo—Kim no va a renunciar a sus capacidades nucleares—ni tranquilizará a los aliados de Estados Unidos, con cuyos intereses Washington no parece contar.

Así ocurre con Corea del Sur estos últimos días. El 31 de diciembre venció el acuerdo entre ambos socios sobre la financiación de la alianza; unas condiciones que se han actualizado cada cinco años desde 1991. Según diversas fuentes, la Casa Blanca exige a Seúl un aumento de su contribución del orden del 50 por cien, una demanda que ningún gobierno surcoreano—menos aún uno de izquierdas como el actual—podría aceptar. A medida que pasen las semanas sin un entendimiento, aumentan las posibilidades—se temen numerosos analistas—de que Trump pueda ofrecer a Kim alguna concesión con respecto a la alianza. Quizá no fue casualidad que la dimisión de James Mattis como secretario de Defensa se anunciara tras concluir la última ronda de conversaciones con Corea del Sur, como tampoco lo es que Trump haya vuelto al ataque en Twitter sobre cómo la seguridad de sus prósperos aliados está subvencionada por los contribuyentes norteamericanos. La retirada de Siria y Afganistán indica que la hostilidad del presidente hacia las alianzas no es mera retórica.

Dividir a Estados Unidos y Corea del Sur es por supuesto un elemento central de la estrategia de Pyongyang. Y es un objetivo detrás del precio que Kim puede pedir—en forma de retirada de los soldados norteamericanos del Sur de la península—para ofrecer a la Casa Blanca no el abandono de sus instalaciones nucleares, pero sí el fin del desarrollo de misiles intercontinentales, la prioridad más inmediata para la administración Trump. Las recientes declaraciones del secretario de Estado, Mike Pompeo, a Fox News, en el sentido de que lo primero es la seguridad del territorio de Estados Unidos han sido por ello un jarro de agua fría para Seúl, y un motivo de satisfacción para Corea del Norte.

Es mucho en consecuencia lo que está en juego en este segundo encuentro. Trump busca el mayor triunfo en política exterior de su presidencia, para poder utilizarlo de cara a su reelección. Pero puede poner también en marcha un desastre estratégico a largo plazo para la seguridad de Corea del Sur, para la de otros aliados—como Japón—y en realidad para los propios Estados Unidos. Si Washington pierde Seúl, perderá la península y el noreste asiático en su conjunto. Kim habrá ganado una partida, pero no final: quizá Corea del Sur tendrá que plantearse su nuclearización, aunque el juego quedará en buena medida en manos de China, que observa con deleite cómo esta Casa Blanca deshace sistemáticamente los pilares del poder norteamericano en Asia. (Foto: Matt Brown)

La mano derecha de Kim Jong-un visita Washington. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Tal y como anunciamos en esta columna la semana pasada, los pasos al segundo encuentro entre Kim Jong-un y el presidente Trump están avanzando. Kim Yong Chol, el elegido por el líder norcoreano para negociar con Washington, llegó a la capital el pasado jueves por la noche y el encargado especial para Corea del Norte del Departamento de Estado, Stephen Biegun, lo recibió en el aeropuerto y lo acompañó hasta el hotel. El viernes se reunió con el Secretario de Estado y luego se dirigió a la Casa Blanca donde pasó una hora y media en compañía de Trump. En este encuentro se acordó que la segunda cumbre se efectuará a finales de febrero, de acuerdo a palabras de la portavoz de prensa de la Oficina Oval.

Con pocos detalles desvelados, ahora la incertidumbre recae en el lugar del encuentro. The Wall Street Journal afirmaba que fuentes cercanas a las partes habían dicho que se están valorando Vietnam o Suecia. Mientras las reuniones tenían lugar en la capital estadounidense, Choe Son-hui, viceministro de Relaciones Exteriores de Corea del Norte, aterrizaba en Suecia, para participar en una conferencia organizado por el primer ministro del país, que consiste en pequeños grupos de trabajo con expertos internacionales. Evento en el que Stephen Biegun también participaba. Y a pesar de que no ha habido confirmaciones oficiales, se esperaba que Choe y Biegun se reunieran para acordar más detalles de la segunda cumbre entre Trump y Kim.

La Administración Trump se muestra muy positiva ante la los avances que pueden conseguir en un segundo encuentro y la disposición de Pyongyang a negociar. El mismo Pompeo admitió que a pesar de que Kim Yong Chol no respondió preguntas de periodistas, si posó con una sonrisa para la foto, lo que podría ser interpretado como un cambio o al menos una ligera apertura.

Sin embargo, es importante destacar que no se ha podido verificar ningún progreso real de desnuclearización de Corea del Norte. Es más, muchos expertos afirman que el régimen de Kim no ha tomado ninguna medida para desnuclearizarse, por el contrario, afirman que han seguido avanzando en su programa nuclear desde junio, momento de la primera cumbre en Singapur.

El mismo vicepresidente estadounidense, Mike Pence, admitió en un evento en el Departamento de Estado la semana pasada que “hay una falta de progreso”, mientras ponía el énfasis en que el diálogo entre Trump y Kim es prometedor. Sin embargo, remarcó que la Administración Trump sigue a la espera de pasos concretos por parte de Corea del Norte, como “el desmantelamiento de arsenal nuclear que representa un riesgo para nuestra gente y nuestros aliados”.

El mismo Trump ha asegurado que un segundo encuentro entre él y el líder norcoreano podría permitir que se suavicen las grandes diferencias y se mejoren las relaciones entre ambos líderes que han estado marcadas por décadas de desconfianza. Sin embargo, los hechos demuestran que después de Singapur no ha habido ningún progreso real en la demanda principal de Estados Unidos: “la desnuclearización de la Península Coreana”. Por lo contrario, en un conato fallido de reuniones entre ambas partes el pasado otoño en Naciones Unidas, las reuniones ni siquiera pudieron llegar a organizarse. Y el mismo Stephen Biegun no ha podido dar resultados concretos, pues los norcoreanos han exigido que las reuniones sean con el mismo Pompeo. Todo apunta a que Pyongyang es quien están controlando la situación.

En el terreno diplomático, la Administración Trump está acabando sus cartuchos. Trump ha hecho brillar a un dictador opresor en la escena internacional, le ha otorgado estatus de líder que merece un tratamiento de Jefe de Estado de país libre y, a cambio, no ha conseguido más que promesas. Este segundo encuentro tiene que dar resultados reales. Tiene que fijarse una agenda de inspecciones nucleares que permitan verificar, tal y como Pyongyang afirma, que estén desnuclearizándose realmente; determinar una hoja de ruta, que contenga los pasos a seguir y que puedan ser correspondidos con algún tipo de levantamiento, pero progresivo, de sanciones en las que el régimen norcoreano pueda percibir algo de  desahogo económico interno a cambio de su real disposición a desnuclearizarse y siempre sujeto a regresar al punto inicial de haber un cambio de actitud.

Trump tiene muchos problemas internos en su país ahora mismo, a pesar de que la economía va bien. Por lo tanto, necesita una cumbre que alimente su ego y lo ayude a mejorar sus índices de popularidad. Este encuentro internacional es la plataforma perfecta para ello y le va a permitir cambiar la atención de problemas a algo positivo, al menos durante los apretones de manos y las fotos.

Pompeo visita Pyongyang por cuarta vez. Nieves C. Pérez Rodríguez

El Secretario de Estado, Mike Pompeo ha visitado una vez más Corea del Norte. Viaje que debió ocurrir el pasado mes de septiembre, pero que fue abruptamente cancelado por el presidente Trump, a tan sólo unas horas de que Pompeo hiciera el anuncio. Como buen subordinado, Pompeo aceptó el cambio con resignación y dejando ver que fue postergado hasta que la situación favorezca el encuentro. Pero lo cierto es que esta visita debía ocurrir por dos razones fundamentalmente: una, que el protocolo sugiere que el nuevo representante para Corea del Norte del Departamento de Estado sea presentando oficialmente, y qué mejor que de manos de quién hasta ahora ha encabezado las conversaciones (Pompeo). Y, en segundo lugar, por la importancia que la Administración Trump ha dado a la resolución de este conflicto, así que una vez que se comprobó que la tercera cumbre entre Kim Jong-un y Moon Jae-in fue exitosa, Pompeo reorganizó su visita que duró sólo 6 horas.

La delegación estadounidense aterrizó en Corea del Norte sin tener claro qué va a suceder, ni siquiera si Kim Jon-un recibiría al Secretario de Estado, afirma Kylie A. Twood, la única periodista estadounidense acreditada a acompañar a Pompeo en la visita y con la que 4Asia tuvo oportunidad de comunicarse. Twood sostiene que cuando el avión que traslasa por el mundo al Secretario de Estado tocaba tierra, los funcionarios norcoreanos comenzaron a dar a conocer lo que ocurriría en la visita. Pompeo salió del avión y Kim Yong Chol -ex ministro de seguridad ciber de Corea del Norte- comunicó que ni su traductor ni su escolta podría acompañarlos, mientras que Pompeo con una amable sonrisa intentaba no darle mucha importancia al asunto.

Las caravanas de coches mercedes negros esperaban a pies del avión para movilizar a los visitantes que fueron dirigidos hasta Peakhwawon, la casa de invitados que se suele usar para este tipo de reuniones. Twood la describe como un pequeño paraíso a las afueras de la capital en medio de un bosque idílico que consta de todos los lujos de un hotel de 5 estrellas, como pinturas enormes en marcos dorados, ostentosos muebles y múltiples salones. Mike Pompeo, Steve Beigun (encargado especial para las relaciones con Corea del Norte del Departamento de Estado), y Andy Kim (director del centro de Corea de la CIA) participaron en la reunión con el líder norcoreano, pero al traductor oficial estadounidense le fue negado el acceso. El encuentro, apuntó Twood, duró unas 2 horas, lo que es excepcionalmente largo para lo que Kim acostumbra.

Pero la mayor sorpresa llegó en el último minuto cuando a la delegación estadounidense se le informó de que el dictador norcoreano les acompañaría a comer.

Una vez más, a Pompeo se le indica el lugar exacto en el que debe pararse para esperar a Kim Jong-un, quien volverá a aparecer como una especie de rey por una puerta principal, relata Twood, quién además afirma que pasaron juntos unas tres horas y medias entre la reunión y la comida, en las que los altos funcionarios estadounidenses se dejaban sorprender por los norcoreanos. Pues en territorio norcoreano está claro que son ellos los que controlan y disponen, y así lo ha aceptado la Administración Trump, al menos de momento.

Es evidente que el régimen de Pyongyang quiere normalizar su relación con Estados Unidos y por extensión con el resto del mundo. Necesitan imperiosamente insertarse económicamente a la dinámica global. Y toda esta apertura es muestra de ello.

David Kang (director del Instituto de estudios coreanos de la Universidad del Sur de California) valora como muy positivo los avances que se han conseguido con Corea del Norte. Pone el énfasis en la Cumbre entre los dos líderes coreanos que tuvo lugar hace pocos días, y que prueba lo distendido de las relaciones entre ambos países, y a diferencia del discurso estadounidense el presidente Moon y Kim han dejado las expectativas en el hecho de estar de acuerdo en una desnuclearización, sin precisar cuándo tendrá lugar. Lo que ha resultado en la estabilización de la península coreana.

Victor Cha, uno de los expertos en el conflicto coreanos más respetados en Washington, coincide en que el acercamiento entre ambas Coreas parece real, y que los puntos cruciales de lo que han acordado favorece más a Pyongyang en cuanto a los proyectos económicos que fueron discutidos, que de llegar a ejecutarse se traducirán en prosperidad para Corea del Norte. Pero en cuanto a la desnuclearización no se ha avanzado ni un ápice.

Kim Jong-un quiere una buena relación con Washington que lleve a la Declaración de Paz, como un primer paso, que no es más que un formalismo que sostiene que la guerra ha terminado. Pero la declaración no es un tratado de paz, jurídicamente hablando. Un “tratado de paz” incluye a otros actores internacionales de relevancia como

Japón, Rusia y China y necesitaría en el caso de los Estados Unidos la aprobación del Senado. Pero, además, siguen estando las sanciones, y Corea del Norte ha sido sancionada por proliferación nuclear, con lo cual, la única manera de se dé un levantamiento de sanciones es que se pruebe que están desnuclearizados.

Pyongyang está jugando varias fichas a ver cuál le sale bien, pero es muy poco probable que acepten un proceso de desnuclearización. Pues en el fondo lo que Kim quiere es ser reconocido como potencia nuclear. Pero en este sentido la Administración Trump ha sido muy claro, la única vía es la desnuclearización de la península coreana.

La risa de la izquierda. Miguel Ors Villarejo

Hace unos meses, sorprendí a un diseñador de Unidad Editorial con un enorme póster de Kim Jong-un a cuestas. “¿Adónde vas?”, le dije, y me explicó que estaba usando el reverso del cartel para la portada de Actualidad Económica. Había escrito con un aerosol negro “¡Viva el (neo)liberalismo!” y, con ayuda de Photoshop, pensaba colocar luego detrás una pared de ladrillo, para que pareciera una pintada callejera. El resultado puede apreciarse en esta imagen.

Aunque nunca se lo he llegado a preguntar, me ha intrigado desde entonces que escogiera pasearse mostrando el lado del dictador norcoreano y no el del grafiti. Me imagino que es de izquierdas (aunque, una vez más, nunca se lo he llegado a preguntar) y no querría que lo asociaran con el ideario al que la progresía acusa de todo tipo de abominaciones. Bueno, la progresía y el común de los mortales: si ponen en Google “neoliberalismo” y clican a continuación en “imágenes”, ante sus ojos se desplegará un mosaico de viñetas en las que famélicos ciudadanos son estrujados, atormentados y desvalijados por obesos banqueros.

También verán una foto de Milton Friedman acariciándose el mentón, pensativo. El premio Nobel no acuñó el término (su primer uso documentado es de 1884), pero le dio nueva notoriedad en “El neoliberalismo y sus perspectivas”, un artículo de 1951 en el que paradójicamente criticaba los excesos del laissez faire en el siglo XIX y abogaba por una vía intermedia, que asumiera las “importantes funciones positivas que el Estado debía asumir” al tiempo que reservaba la iniciativa empresarial al sector privado. El significante ha acabado, sin embargo, tan cargado de connotaciones negativas, que ni el propio Friedman lo empleaba y se definía a sí mismo como monetarista o, simplemente, liberal. Y, claro, si ni el propio Friedman se atrevía a pasar por neoliberal, no podemos pretender que lo haga un diseñador de Unidad Editorial.

Lo sorprendente es que este odiado sistema ha hecho posible la mayor y más duradera explosión de riqueza de la historia de la humanidad. “A lo largo de los últimos dos siglos”, escribe la historiadora Deirdre Mccloskey en el Wall Street Journal, “la renta per cápita real de Japón, Suecia y Estados Unidos se ha multiplicado por 30”. Y esta mejora ignora la irrupción de artículos inimaginables en 1800. “Contemple la magnífica abundancia que exhiben las estanterías de los centros comerciales. Considere todos los dispositivos casi mágicos de comunicación y entretenimiento que están hoy al alcance incluso de las personas más humildes. ¿Conoce a alguien que sufra una depresión clínica? Puede encontrar ayuda en una amplia variedad de medicamentos de los que ni siquiera el multimillonario Howard Hughes pudo disponer para aliviar su desesperación. ¿Necesita un trasplante de cadera? En 1980 era una intervención que se encontraba en fase experimental”.

“Muchos norteamericanos piensan que sus hijos vivirán peor que ellos”, observa Warren Buffett en su carta de 2015 a los accionistas de Berkshire Hathaway. “Es una opinión totalmente errónea. […] Los políticos no deberían derramar lágrimas por los niños de mañana. De hecho, a muchos […] ya les va muy bien. Todas las familias de mi vecindario de clase media alta disfrutan de un tren de vida superior al que llevaba John D. Rockefeller cuando yo vine al mundo”.

Frente a esta ejecutoria, ¿cuáles son los méritos de la dinastía Kim? Opresión, atraso, hambre, proliferación nuclear… La izquierda se las ha arreglado, sin embargo, para neutralizar la toxicidad del déspota norcoreano. “Es como un malo de cómic”, me comentó un colega cuando le manifesté mi sorpresa porque alguien prefiriera pasear su efigie a una pintada en favor del neoliberalismo. Y se rio de buena gana.

Esta risa de la izquierda es un misterio. En su biografía de José Stalin Koba el temible, Martin Amis indaga por qué nadie cuestiona que el Tercer Reich fue un horror y, en cambio, tantos juzgan con indisimulada indulgencia a la URSS (aunque algo se ha progresado: ahora discutimos si la Rusia bolchevique fue mejor que la Alemania nazi; antes discutíamos si la Rusia bolchevique era mejor que Estados Unidos). Y relata cómo en 1999 acudió a un mitin en el que intervenía Christopher Hitchens, un exmilitante trotskista. “En cierto momento, recordando el pretérito, Christopher dijo que conocía bien el edificio en el que estábamos, porque había pasado allí incontables noches con muchos antiguos camaradas. El público respondió […] con una carcajada afectuosa”.

“¿Por qué la risa?”, se pregunta Amis. Si Christopher se hubiera referido a sus “incontables noches con muchos antiguos camisas negras”, el silencio hubiera podido cortarse con un bate de béisbol. ¿A qué obedece este doble rasero? ¿No mató Stalin a 10 millones de personas? “¿Por qué la risa no hace lo que es debido? ¿Por qué no se excusa y abandona la sala?”

Una cumbre, dos egos y un camino por recorrer. Nieves C. Pérez Rodríguez

El 12 de junio del 2018 pasará a la historia como el gran momento en que un presidente estadounidense se encontró con un líder norcoreano. Un éxito diplomático que, a priori, ha sido posible por el carácter irreverente e impredecible de Trump, así como por el hecho de que Pyongyang ha desarrollado su programa nuclear en un 95%, lo que le ha permitido sentarse a hablar prácticamente de tú a tú con la nación que a lo largo de estos tensos 70 años de aislamiento los ha tenido presionados.

Se ha pasado de una hostilidad nunca antes vista a una mesa de negociación que terminó con la firma de un acuerdo de desnuclearización. La Administración Trump ha concentrado todos sus esfuerzos en hacer historia como la única que realmente ha querido poner fin a este intrincado conflicto. El Secretario de Estado, Mike Pompeo, ha dedicado casi cada minuto de su tiempo a este esfuerzo y, lo prueban los viajes que ha hecho a Pyongyang y lo rápido que se produjo el encuentro.

Pompeo conoce en profundidad la situación norcoreana, como director de la CIA tuvo acceso a todo tipo de datos y el mismo ha dicho públicamente en varias ocasiones que Trump ha sido informado de cada detalle casi diariamente, desde que aquel tomó posesión del Departamento de Estado.

La imagen de Corea del Norte ha cambiado radicalmente. Hemos visto un líder paseando por Singapur, haciéndose selfies con el primer ministro de este país y visitando los sitios icónicos de esta ciudad Estado. Se ha humanizado su imagen, se ha convertido en un líder del mundo, en vez de ser el férreo dictador que lleva las riendas de una prisión abierta, tal y como ha sido denominada por las ONGs, por el nivel de represión al que se somete a la población.

La televisión pública norcoreana ha transmitido imágenes en tiempo real del gran apretón de manos de ambos líderes, conversando y firmando el documento, cosa que para occidente es parte fundamental del rol de los medios de comunicación, pero inédito en una sociedad tan hermética como la norcoreana. Es una gran excentricidad que el régimen esté usando todo esto como campaña de reafirmación de su liderazgo y fortalecimiento de su imagen.

Una gran curiosidad de la cumbre fue el vídeo que la Casa Blanca preparó para Kim Jong-un. Comenzando por el nombre de lo que se supone es la productora que lo hizo “Producciones imágenes del destino” (ó Destiny Pictures Production, titulaba en inglés) y que tuvo una duración de 4 minutos en las que se mostraban imágenes acompañadas por una voz que relataba el número de personas en el planeta y el pequeñísimo porcentaje de esa población que dejará un impacto en la tierra, y aquellos que tomarán decisiones que renovarán su nación. Todo ello mientras se explicaba que la Historia tiene la tendencia a repetirse, con imágenes de fondo desoladoras de los límites de Corea del Norte custodiados por militares y de los momentos de mayor tensión que se han vivido. Mostraban la imagen de Kim y de Trump como quienes podrían cambiar esta historia y hacer de Corea del Norte un lugar económicamente floreciente, donde llegue el desarrollo y la modernidad. Después de la oscuridad llega la luz, una historia de oportunidades, un nuevo comienzo, dos líderes y un nuevo destino. Al puro estilo hollywoodiense terminaba diciendo “la Historia espera para ser escrita”.

El mensaje no pudo ser más directo. Washington le dijo a Pyongyang si te subes a nuestro barco te lo damos todo: prosperidad, dinero, salud, desarrollo y, lo más importante, le garantizó la seguridad a Kim y su país.

Cada momento de la cumbre fue impactante. Las largas alfombras rojas por las que cada líder camino desde direcciones opuestas hasta llegar al centro, cuyo fondo lo decoraban las banderas estadounidenses y las norcoreanas. El punto exacto del encuentro fue el mismo centro para darse la mano cordialmente, mientras Trump ponía su mano izquierda en el brazo derecho de su homólogo, como un gesto de cercanía. Kim lo miró con una medio sonrisa y correspondiendo a las palabras de Trump, pero al momento de girar a las cámaras para la foto asume una seriedad arrogante, mientras que el estadounidense se dejaba ver cómodo y confiado de que era su gran momento y que conseguiría lo que había ido a buscar.

Las palabras del inquilino de la Casa Blanca fueron, tal y como se había pronosticado en ésta misma página, una clave para leer entre líneas junto con su lenguaje corporal. Dijo que fue un gran encuentro y Kim está dispuesto a desnuclearizar a Corea del Norte. Admitió que no es un proceso corto, ni fácil, pero que la disposición abre una nueva etapa.

No cabe duda que hay mucho por hacer, esto es sólo un primer paso, pero en diplomacia un primer paso es un gran paso. La situación en la que se ha estado durante más de 70 años no ha enderezado las cosas; por el contrario, ha hecho que Pyongyang cuente hoy con la capacidad de enviar misiles hasta el otro lado del planeta. Por lo que intentar otro camino podría ser positivo para la estabilidad mundial.

Corea del Norte podría repetir lo que ha hecho en otra ocasión, sin duda, pero al menos este intento podría servir para ayudar a muchos de los ciudadanos de a pie que luchan por sobrevivir en un país que apenas tiene alimentos y cuya economía está devastada.

Son muchas los puntos en la agenda que están pendientes. El más importante, los derechos humanos de los norcoreanos. Pero tal y como lo interpreta la Administración Trump, una vez conseguida esta primera etapa, que es la base en la que construirán la relación, podrán empezar a exigir o poner condiciones.

De momento, en EEUU se sienten complacidos porque saben que pasarán a la historia como la única Administración que fue capaz de arriesgarse y sentarse a conversar con un enemigo histórico a cambio de poder acabar con la gran amenaza nuclear que ha tenido al planeta en vilo.

Un nuevo escenario

Ocurra lo que ocurra en el encuentro entre Trump y Kim Jong-un, tras su finalización se abrirá un nuevo escenario en Asia Pacífico y en el panorama internacional general. Como apunta desde Washington nuestra colaboradora Nieves C. Pérez, cada palabra y cada imagen entrañarán un mensaje que deberá ser analizado para tratar de vislumbrar no sólo la realidad de lo que se diga, sino tratar de adivinar lo que no se cuenta y también se haya tratado. Ya habrá tiempo de hacerlo y lo haremos.

Pero la realidad es que Trump y Kim van a inaugurar una etapa nueva para sus respectivos pueblos y para sus respectivos intereses. Como hemos señalado en otras ocasiones, nunca un presidente de los Estados Unidos se sentó con el dirigente del país nacido en la ilegalidad tras la guerra coreana y nunca el dictador norcoreano había alcanzado tanto protagonismo mediático, diplomático y político.

Y eso no va a cambiar tras la cumbre. Si Trump no comete ninguno de los errores de comunicación y oportunidad a los que parece ser tan aficionado y se alcanza algún acuerdo operativo, aunque sea de mínimos, al presidente norteamericano se le perdonarán muchas de las meteduras de pata anteriores, aunque no aparcarán los frentes que su nacionalismo económico y su zafiedad han abierto.

Y Kim, por su parte, pasará de ser un personaje de cómic, un dictador aparcado a la espera de derrumbe, a constituirse en un personaje del panorama mundial. Japón ya ha anunciado su disposición a estudiar un reconocimiento oficial, con Corea del Sur se abrirá una etapa inédita y la influencia y el liderazgo de China subirá como la espuma.

Esos son los nuevos componentes de una escena de la que, repitámoslo una vez más, la Unión Europea está ausente, sin estrategia, sin propuestas y sin iniciativas, sólo pendiente de futuras oportunidades de nuevos negocios lo que dibuja la urgente necesidad de algo más.

INTERREGNUM: Efectos norcoreanos. Fernando Delage

Hoy es sí, mañana es no, al día siguiente es de nuevo sí, y un día más tarde “ya veremos”. La consistencia no parece ser un atributo de la política norcoreana del presidente de Estados Unidos. Es imposible adivinar, por tanto, si habrá finalmente un encuentro entre Trump y Kim Jong-un; y más difícil aún vaticinar su posible resultado. Pese a esas incertidumbres, las cosas han cambiado desde que, en marzo y sin preparación previa, Trump accediera a reunirse con Kim. La apertura diplomática de Pyongyang ha provocado ciertos cambios en el noreste asiático, algunos de los cuales pueden complicar el margen de maniobra de la administración norteamericana al reducir la presión externa sobre Corea del Norte.

Uno primero es el acercamiento sin precedente entre las dos Coreas. Pese a sus riesgos—es una política que ya fracasó en intentos anteriores—, el presidente Moon Jae-in ha optado por una estrategia de conciliación hacia Pyongyang que ha contribuido a mitigar en gran medida la inquietud de la opinión pública surcoreana sobre su Estado vecino. En apenas dos meses, los dos líderes coreanos se han reunido más veces que todos sus antecesores juntos desde la división de la península tras la guerra de 1950-53. Cuanto más se consolide esa relación, más difícil será mantener la solidez de la alianza entre Washington y Seúl.

Los vaivenes diplomáticos de Trump y su política comercial han dañado, por otra parte, la relación con otro de sus principales aliados, Japón. El primer ministro Shinzo Abe, marginado en los movimientos de Estados Unidos con respecto a la cuestión coreana, y frustrado por el unilateralismo proteccionista de la Casa Blanca, se ha visto obligado a reajustar su política hacia Pekín. Abe y el presidente chino, Xi Jinping, han hablado por primera vez por teléfono, y Li Keqiang acaba de realizar la primera visita de un primer ministro chino a Japón en nueve años.

Entre otros acuerdos, durante su visita se ha acordado el establecimiento de una línea de comunicación directa para evitar un choque accidental en relación con el problema de las islas Senkaku. El gobierno japonés también ha abandonado su anterior rechazo de la Ruta de la Seda, y Tokio podría plantearse, incluso—ha dicho Abe—, su adhesión al Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras. Es posible que Xi Jinping visite oficialmente Japón en 2019, lo que confirmaría una nueva etapa de normalización entre ambos Estados.

Las circunstancias también han permitido la primera visita de Moon Jae-in a Tokio desde su nombramiento, y la reanudación del diálogo trilateral China-Japón-Corea del Sur, que había estado interrumpido desde 2015. Tras su encuentro de la semana pasada, resulta evidente el interés compartido de los tres gobiernos por evitar una acción militar norteamericana que pueda conducir a una guerra en la región, y por coordinar sus posiciones para prevenir el daño que pueda causar a sus economías las sanciones arancelarias de Trump. Éste se ha convertido pues en un poderoso incentivo para el acercamiento de los tres grandes del noreste asiático.

China es el gran beneficiario de esta suma de resultados. Seúl está más alineado que nunca con Pekín sobre cómo enfocar la cuestión norcoreana. Japón ha reducido su hostilidad hacia la República Popular. Y, después de años de incómoda coexistencia como aliados, Kim Jong-un ha viajado dos veces a una China que ha visto incrementarse las oportunidades para buscar una solución favorable a sus intereses económicos y estratégicos.

Probablemente nada de esto era lo que esperaba el presidente de Estados Unidos cuando presumía de que obtendría el premio Nobel de la Paz por su gestión del problema. Tampoco Kim Jong-un lo logrará. Pero, haya o no cumbre, ha jugado sus cartas con habilidad: si el proceso diplomático fracasa, él no aparecerá como el único o principal responsable. Desde un principio ha sabido lo que quería. No puede decirse lo mismo de Trump.