La fábula de las fake news. Miguel Ors Villarejo

Tras la sorpresa que supuso el triunfo de Donald Trump, los estadounidenses no han tardado en encontrar un culpable: las noticias falsas. Su difusión masiva a través de Facebook ha alterado el voto de millones de ciudadanos e inclinado la balanza en favor del candidato republicano. Algunos expertos incluso creen que la pérdida de ascendiente de la prensa tradicional pone en peligro la democracia. “La nación”, advierte la revista Editor & Publisher, “se enfrenta a la amenaza de una información incompleta y mal asimilada que distribuye un medio que todavía tiene que demostrar su capacidad para desempeñar semejante tarea”.

La queja de Editor & Publisher no es nueva. De hecho, es bastante anterior a Trump. Procede de un editorial de noviembre de 1937 y el medio al que se refiere no es Facebook, sino la radio. Orson Welles acababa de emitir su dramatización de La guerra de los mundos. Todos hemos leído cómo aquella noche las comisarías y las redacciones se bloquearon con “las llamadas de oyentes aterrorizados y desesperados que intentaban protegerse de los ficticios ataques con gas de los marcianos”. En algunos barrios incluso se habló de infartos y suicidios inducidos por el miedo, y el New York Times alertó de la irresponsabilidad de aquellos locutores aficionados. Había que atajar la distribución de informaciones diseñadas para confundir a la audiencia, o sea, de fake news.

El problema es que la única fake new fue aquel pánico. El impacto de Welles fue muy limitado. Su programa no alcanzó ni el 2% de cuota, porque coincidió con el show del ventrílocuo Edgar Bergen, que era la sensación del momento. Tampoco hubo muertos ni heridos. El análisis de los formularios de ingreso de seis hospitales de Nueva York, que había sido teóricamente el epicentro de la histeria alienígena, revela que “ninguno registró caso alguno relacionado con la emisión”. ¿Cómo se forjó y alimentó el mito de La guerra de los mundos?

“Échenle la culpa a los grandes rotativos”, escriben Jefferson Pooley y Michael Socolow en Slate. “La radio había arrebatado a la prensa muchos recursos publicitarios durante la Gran Depresión, ocasionándole un serio perjuicio. Los diarios aprovecharon la oportunidad que Welles les brindó para desacreditarla como fuente de información”.

Y volviendo a Trump, ¿no podría estar pasando ahora lo mismo con Facebook? Los investigadores Andrew Guess, Brendan Nyhan y Jason Reifler han estudiado una muestra representativa de ordenadores para determinar cuántos estuvieron expuestos a fake news en octubre y noviembre de 2016 y han obtenido una proporción alta (27%), pero sus contenidos nunca superaron el 2% de la dieta informativa total.

En cuanto al papel de Facebook como propagador, pudo ser relevante en 2016. Entonces, el sitio aparecía en los historiales de navegación justo antes de las webs de noticias falsas, lo que sugería que facilitaba el acceso a ellas. “Pero este patrón ya no se da con los datos de 2018”, observa Guess.

Finalmente, no hay evidencia de que las noticias falsas influyeran en el resultado de las presidenciales. Guess y sus colegas no han encontrado “ninguna asociación” entre la lectura de artículos favorables a Trump y cambios en el apoyo electoral.

“El temor al efecto nocivo de las fake news no debe desdeñarse”, concluye Guess, pero su alcance es “más matizado” de lo que sugiere la alarma actual. Como en los años 30, parece que los medios establecidos están aprovechando la conmoción política para ajustar cuentas con los intrusos que se han quedado con sus anuncios. Cuentan para ello con la buena disposición de la gente, que desconfía de la influencia de Facebook y Google tanto como nuestros abuelos y bisabuelos recelaban de la radio.

“No son los marcianos que invaden la Tierra los que más nos asustan”, escriben Pooley y Socolow. “Son la ABC, la CBS y la NBC ocupando y colonizando nuestras mentes las que de verdad nos aterran”. Por eso, periódicamente, recurrimos a alguna fábula que nos recuerda el poder de los medios. (Goretti Cortina)

Un año de Donald Trump. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Ante los representantes de ambas cámaras legislativas, en presencia de jueces y magistrados del poder judicial y con el gabinete en pleno, Donald Trump dedicó ochenta minutos al discurso del “Estado de la Unión”, a valorar el año transcurrido y exponer sus prioridades para el 2018.

En este tradicional evento, en el que los que los redactores de la alocución del presidente invierten muchas horas de meticuloso trabajo, estos intentaron no dejar fuera ningún elogio a la gestión presidencial y hacer uso convenientemente de patriotismo con marcados visos de conservadurismo y gran dosis de proteccionismo para así delinear el camino que continuará su gobierno.

Ha sido el discurso más presidencial que ha hecho Trump. Lo ha hecho en el momento preciso en que necesitaba proyectar serenidad, autodisciplina y sobriedad. Estas fueran las palabras de New York Times para definirlo, mientras que el Washington Post aseguró que parte de la moderación y la razón por la que la prensa no lo ha calificado de negativo se debía al hecho que el día antes del discurso, el día del discurso y el día posterior a éste Trump tuiteó sólo 6 veces, y que los tweets carecían de contenido incendiario, lo que hizo que la prensa se pudiera concentrar estrictamente en el contenido del mismo.

Trump dedico un 70 por ciento de su tiempo a las políticas domésticas y los problemas que tiene el país, y en cada oportunidad estableció una relación entre alguno de ellos y los inmigrantes, intentando justificar su postura anti-inmigración. De todos los problemas a los que hizo mención, la reforma migratoria fue a la que más tiempo dedicó, y explicó que tiene un plan basado en cuatro pilares, dejando ver cómo ese punto lo tienen rigurosamente planificado. Está claro que la oposición seguirá luchando por los “Dreamers”, a pesar que les cueste otro cierre del gobierno. Y, por otra parte, los indicadores económicos fueron también extensamente mencionados, los más halagados y básicamente la razón de su estrategia.

En la parte internacional, atacó duramente a Corea del Norte, lo que no aporta nada nuevo excepto que usó el riesgo que representa Pyongyang para justificar la necesidad de la modernización nuclear estadounidense.

Así lo explicó Kathleen Hicks (directora internacional del Centro de Estudios y Estrategias Internacionales, CSIS por sus siglas en inglés) en el marco de un foro en el que se analizó el discurso del Estado de la Nación y al que 4Asia tuvo acceso. Y en ese punto, Sue Mi Terry, (considerada la mayor experta en asuntos coreanos en este momento, y quien trabajó en la CIA) explicó que hablar de modernización nuclear puede incomodar a los aliados, y poner a EEUU en un terreno más peligroso, pues no se sabe cuál será la reacción de Kim Jong-un. Sue cree que los juegos olímpicos no mejorarán la tensión; más bien será positivo para el régimen norcoreano participar, ya que les permite refrescar su imagen internacional, y es probable que después todo vuelva a como estábamos a principios de año.

De acuerdo con Heather Conley, vicepresidenta para asuntos europeos en este think tank, el discurso fue positivo, aunque no mencionó los países con los que Estados Unidos está en conflicto y calificó a los aliados como los grandes olvidados de la alocución de Trump. Los omitió por completo, mientras que Trump optó por dedicarle tiempo a los adversarios. Lo que fue complementado por William Reinsch (especialista en comercio internacional) que subrayó como positivo que, al menos, no insultó a ningún aliado y no atacó a China. Reinsch afirmó que la salida de Washington del TPP ha empujado a los pequeños países asiáticos a virar hacia China, lo que parece que empieza a ver esta Administración, razón por lo que pueden estar considerando la vuelta al acuerdo. Asimismo afirmó que en los acuerdos no se puede siempre ganar todo; algunas veces sacrificar unas tarifas asegura la presencia y liderazgo, dijo.

El año de gestión de Trump ha servido para disminuir el rol e influencia internacional de Estados Unidos en el mundo, pero sobre todo en Asia, sostuvo Heather Conley, que insistió en que Washington no tienen una agenda positiva en el exterior. La situación inédita de desolación del Departamento de Estado ha dejado un vacío en el mundo, y como consecuencia ha perdido liderazgo internacional por falta de presencia, afirmó. Insistió en que esta Administración ha centrado sus esfuerzos en políticas de defensa obviado las diplomáticas; la prueba es el número de embajadas sin embajadores.

Estados Unidos necesita una política exterior fuerte y con los diplomáticos al frente. Heather considera que los aliados europeos tienen sus reservas con la Administración Trump pero se decantan por esperar a ver qué pasará, mientras que Macron es el único líder que parece estar decidido a jugar otro rol, uno mucho más predominante.

Hay que subrayar una reflexión escuchada en este evento: “Pensar que los militares nos sacarán de los problemas es un fracaso. Hay que tener políticas fuertes que prevengan enviarlos al frente”.

¿Puede causar bitcóin otra Gran Recesión? (I) La formación de una burbuja. Miguel Ors

La burbuja financiera más famosa de la historia es la de los tulipanes de 1636. De repente, los holandeses enloquecieron. “Se conservan registros de ventas absurdas”, se lee en Wikipedia. La variedad Semper Augustus, altamente estimada por el dibujo en forma de llamas de sus pétalos, llegó a valer tanto como una mansión en un buen barrio de Amsterdam, con su jardín y su coche de caballos. La histeria era absoluta. Un pobre marinero que confundió un bulbo con una cebolla y se lo zampó dentro de un bocadillo de arenque fue condenado a seis meses de cárcel.

Gente de toda condición se vio seducida por la facilidad con que se ganaba dinero y, cuando los precios se dieron inevitablemente la vuelta, las prisas por deshacer posiciones desataron una estampida que dejó tras de sí un reguero de sufrimiento. “Las bancarrotas se sucedieron y golpearon a todas las clases sociales”, recuerda Wikipedia. “La […] imposibilidad de hacer frente a los contratos y el pánico llevaron a la economía neerlandesa a la quiebra”.

Durante siglos, infinidad de economistas han visto en este episodio una prueba palmaria de los peligros del capitalismo desbocado, pero parece que no escarmentamos. A finales del año pasado, bitcóin superaba los 19.000 dólares. No está mal para una divisa que en 2009 se regalaba. Literalmente. “Luego”, dice en Actualidad Económica Alberto Gómez Toribio, responsable tecnológico de la consultora Nevtrace, “alguien [el programador Laszlo Hanyecz] ofreció 10.000 bitcoines por un par de pizzas y otro colega se las envió. Así se cerró la primera compra real”.

Aquel 22 de mayo de 2010 se celebra hoy como el Día de la Pizza Bitcóin. Si Hanyecz se hubiera tomado una barrita de Biomanán para matar el hambre y hubiera guardado las criptomonedas para mejor ocasión, se habría encontrado en diciembre de 2017 con 190 millones de dólares. ¿Cómo se justifica tamaña revaluación?

“La venta de la pizza demostró que [el dinero virtual] era viable”, sigue Gómez Toribio, “y MtGox, un bazar de armas para videojuegos [Abre un inciso: “Hay quien gana fortunas con eso”. Cierra el inciso], MtGox decidió meterse en la compraventa de bitcoines. Su ejemplo cundió, otras casas entraron y acabó fijándose un precio”.

A mediados de 2014 varias firmas se animaron a aceptarlos como medio de pago: Destinia, Agatha Ruiz de la Prada, Microsoft… Era puro marketing y “su uso no ha progresado mucho más”, reconoce Jorge Ordovás, otro socio de Nevtrace. “Pero la publicidad dio liquidez al mercado. El bitcóin se podía comprar y vender con facilidad, la gente se animó a invertir y su cotización se disparó”.

Este despegue es la segunda etapa de las cinco en que el economista Hyman Minsky y el historiador Charles Kindleberger dividieron las burbujas. La primera es la sustitución. Tiene lugar cuando un grupo significativo de especuladores abandona los criterios tradicionales de valoración de activos (en el caso de una empresa, que tenga beneficios) porque, argumentan, el mundo ha cambiado y las viejas reglas ya no sirven. Esta sustitución de paradigma coincide generalmente con la aparición de un producto exótico y seductor (los tulipanes eran un lujo asiático desconocido en Europa hasta mediados del XVI) o de una tecnología disruptiva (el ferrocarril, internet, blockchain) cuyo impacto es difícil de determinar.

Una vez que se consolida el relato del nuevo paradigma y que la prensa le dedica portadas y reportajes, hasta los inversores conservadores se ven presionados para no perderse lo que podría ser una gran oportunidad. Sus compras son limitadas, pero como estamos ante una oferta todavía más restringida, el activo (los tulipanes, Terra, bitcóin) inicia un vigoroso despegue que, si dura lo suficiente, acaba dando paso a la euforia.

En esta tercera fase, los precios alcanzan niveles disparatados. En el apogeo de la fiebre inmobiliaria japonesa, el solar en el que se levanta el Palacio Imperial de Tokio llegó a valer más que todo el estado de California. No hace falta tener un MBA para darse cuenta de que algo así carece de sentido, pero la única lógica financiera que rige a estas alturas es la de tonto el último: se compra porque se confía en vender y, aunque se trate una burbuja (como todos admiten abiertamente), solo pierde el idiota que se queda con el pastel en la mano (o con el bulbo o con el bitcóin) cuando la música se detiene.

La cuarta fase es la toma de beneficios y empieza cuando los inversores más cautos deciden que el último euro lo gane otro. Su salida provoca una desaceleración de los precios, lo que a su vez resta atractivo a quienes compran para vender, que son los siguientes en retirarse. En esos momentos de precario equilibrio, agotada ya la ascensión, basta una mala noticia para que toda la estructura se desmorone y la burbuja entre en su quinta y definitiva etapa: el pánico. En 1637 se desató ante la incapacidad de encontrar comprador para un lote de tulipanes. Lo mismo le ocurrió a Paribas en 2007, cuando intentó colocar sin éxito tres fondos atestados de hipotecas subprime. Ahora, el catalizador podría haber sido la noticia de que Corea del Norte ha creado una unidad especial para hackear las casas de cambio de criptodivisas.

“Aún no hemos entrado en la fase del estallido”, escribe The Economist, “pero podría estar cerca”. ¿Qué pasará cuando llegue? ¿Arrastrará al resto de la economía a la quiebra, como la tulipomanía? ¿Puede causar bitcóin otra Gran Recesión?

Lo veremos en las dos próximas entregas.

THE ASIAN DOOR: Alibaba y su disruptiva estrategia omnicanal. Águeda Parra

Las grandes empresas tecnológicas de China se han convertido en los perfectos aliados de la visión de Xi de transformar el país a través de la innovación y la modernización. El XIII Plan Quinquenal (2016-2020) es el primero de la era de Xi Jinping, y recoge su visión de cómo transformar China en un país avanzado que camina hacia la consecución del “sueño chino”, entendido como la construcción de una “sociedad modestamente acomodada” en un país “rico y poderoso”.

Entre los objetivos del Plan figura el objetivo del presidente chino de que China se convierta en un país industrializado moderno, que consiga duplicar el PIB y el PIB per cápita en 2020, teniendo como referencia los valores de 2010. En este proceso, las nuevas tecnologías van a ser un elemento dinamizador esencial para el desarrollo económico del país. Las empresas públicas y privadas están volcadas en la gran revolución digital que se está produciendo en China, y entre ellas Alibaba figura como uno de los grandes referentes tecnológicos.

El valor bursátil de Alibaba a principios de año se situaba en 469.000 millones de dólares, una valoración muy similar a la de Amazon, el gigante americano del e-commerce, propiedad de Jeff Bezos. La diferencia del valor de mercado entre ambos se está reduciendo rápidamente motivado, principalmente, por la agresiva estrategia de negocio de Alibaba y los buenos resultados obtenidos durante 2017 entre todas las empresas que la componen.

La dimensión de Alibaba es propia de un gran imperio, gracias a los 488 millones de usuarios activos que registra entre todas sus divisiones de negocio, según los datos del informe financiero de la compañía a finales de junio, cantidad que supera en 140 millones toda la población de Estados Unidos. Estos datos le convierten en el mayor operador del e-commerce mundial, y a China en el mayor mercado del e-commerce del mundo. Los ritmos de innovación que caracterizan los negocios de Alibaba son parte de la agresiva estrategia de innovación que sigue su fundador y CEO, Jack Ma, que se convertía en el hombre más rico de China tras superar al presidente del grupo Wanda, Wang Jianlin, según publicaba Forbes en mayo de 2017. Durante 2017, el conglomerado chino realizó inversiones en 45 empresas, superior a las 37 realizadas durante 2016, según datos de la consultora Lieyun, dirigidas a la adquisición de empresas pertenecientes al sector del comercio físico y del e-commerce, en una apuesta por la omnicanalidad para mejorar la satisfacción de la experiencia de cliente en un proceso sin fisuras entre el canal presencial y el digital.

Para 2018, la estrategia de Alibaba pasa por cinco grandes áreas: New Retail, New Finance, New Manufacturing, New Technology y New Energy. Éstas son las líneas de actividad sobre las que se establecerá el crecimiento de la compañía en los próximos años, tanto a nivel de inversiones como de acuerdos con otras compañías. Así se entiende el acuerdo firmado a finales de 2017 con el fabricante de coches Ford para cooperar en áreas de computación en la nube (cloud computing), conectividad y de tiendas en línea, que permitirán la venta de coches de la marca americana a través de la plataforma de venta online de Alibaba, Tmall. También destaca el acuerdo suscrito entre el metro de Shanghai y Alipay, la plataforma de pagos de Alibaba, que permite desde el pasado 20 de enero la adquisición de los billetes del suburbano a través de la aplicación del móvil utilizando el escaneo de códigos QR. Todos estos son ejemplos que muestran el ritmo vertiginoso de los procesos de innovación de Alibaba, a los que seguirán muchos otros durante 2018, en una clara apuesta de la compañía por seguir siendo protagonista de la revolución digital en China y en todo el mundo.

El efecto cobra

Donald Trump odia los tiburones. “Ojalá se mueran todos”, le confesó a Stormy Daniels, una estrella del porno con la que por lo visto tuvo una aventura en 2006. Unos años después insistía en Twitter: “¡Los tiburones están los últimos en mi lista, con la excepción de los perdedores y los odiadores del mundo!”

“Sin embargo, muchos animales causan más muertes”, escribe en MarketWatch Maria LaMagna, e ilustra su comentario con un elocuente gráfico en el que se aprecia que las bestias más sanguinarias de los Estados Unidos son las avispas, las abejas y los abejorros. Acaban con 58 personas cada año. Los escualos apenas matan a una. Es más probable morir coceado por una vaca (20 víctimas) o despedazado por un perro (28). De hecho, observa en el mismo artículo un conservacionista, jugar al golf es más peligroso: entre sus verdes y suaves lomas se pierden bastantes más vidas por culpa de los rayos.

La hostilidad de Trump no es, con todo, una rareza. Millones de individuos comparten su antipatía por los tiburones. ¿Por qué?

Tendemos a considerar que nuestra mente es una sofisticada maquinaria, pero su diseño es fruto de una superposición de estructuras bastante chapucera. “El cerebro”, me explicaba hace años el catedrático de psicobiología Ignacio Morgado, “ha conservado las viejas funciones al lado de las nuevas”. La aparición de la conciencia no arrinconó las emociones, ni siquiera las puso a sus órdenes. Siguen siendo respuestas automáticas, algo necesario para garantizar su eficacia. El sistema nervioso simpático tiene grabadas las situaciones que en el pasado fueron relevantes y reacciona instantáneamente cuando las percibe, sin que nos dé tiempo a pensar qué ocurre. La corteza cerebral es demasiado lenta. Si hubiera que esperarla, la mitad de las veces no llegaría.

Se trata de un funcionamiento muy adaptado a la vida en la sabana, pero no tanto al entorno actual, donde las prioridades son diferentes. El ataque de un depredador es un acontecimiento infrecuente, pero lo seguimos marcando emocionalmente como si aún lo fuera. En general, cualquier suceso violento tiene más posibilidades de ser recordado. En vez de una biblioteca meticulosamente ordenada, nuestra memoria es el dormitorio de un adolescente, con carteles llamativos en las paredes y montones de ropa tirada por el suelo. Cuando tenemos que tomar una decisión y metemos la cabeza para recuperar información, la que está disponible no suele ser la más pertinente. Hay que apartar antes muchas imágenes de tiburones y atentados.

Este sesgo cognitivo “de disponibilidad” tiene importantes implicaciones, unas personales (manías, fobias) y otras de mayor alcance. Piensen en una burbuja financiera. ¿Cómo termina tanto listo con la cartera llena de acciones de Terra o de bitcoines? No se puede decir que carezcan de información. La prensa está llena de las advertencias que lanzan expertos como Warren Buffett, pero sus argumentos no pueden sobreponerse a sentimientos como la codicia, la envidia, la rivalidad… Muchos inversores solo tienen en mente la suficiencia con que su cuñado les dijo en la última reunión familiar: “Vaya pelotazo que he dado en la bolsa”.

La pluralidad de motivaciones hace que el gobierno de los asuntos humanos esté sujeto a toda suerte de contratiempos. El sociólogo Robert Merton ya observó en 1936 que numerosas iniciativas tenían a menudo consecuencias contrarias a las deseadas. Por ejemplo, cuando Londres quiso atajar las mordeduras de serpiente en la India, ofreció una recompensa a todo el que le trajera una piel de cobra, pero se encontró con que su población se multiplicaba porque muchos espabilados montaron granjas para criarlas.

Lo mismo les pasó a los franceses con las ratas en Indochina y podría repetirse ahora con los tiburones. Desde que Daniels desveló la aversión de Trump, las ONG que se dedican a la defensa del escualo han registrado una avalancha de dinero, “procedente en su mayoría de gente que nunca había donado”, asegura la cofundadora de Atlantic White Shark Conservancy.

Hay cierta justicia poética en toda esta historia. El odio de Trump a los tiburones era irracional, porque no suponen ninguna amenaza, pero se ha visto neutralizado por la reacción virulenta (y no menos irracional) de quienes se apuntan a la causa que sea con tal de hacer la puñeta al presidente.

Como dice mi madre, Dios escribe recto con renglones torcidos.

El NAFTA, supervivencia en agonía. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- El acuerdo de libre comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés) está en un proceso de deterioro de su estabilidad, a pesar de sus más de veinte años de exitoso funcionamiento. Tanto Canadá como México están apostando fuertemente por mantenerlo a flote, pero sus socios estadounidenses han repetido sin ningún tipo de dobleces que no continuarán con un acuerdo que perjudique la economía y los intereses de los Estados Unidos. La semana pasada, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, en su visita a la Casa Blanca, apostó por impulsar el acuerdo mientras Donald Trump, en su básico vocabulario, dejaba claro que sus relaciones bilaterales con Canadá son muy buenas, pero que el NAFTA ya se verá.

Trump ha sido consistente es su oposición a este acuerdo como, en general, a casi cualquier acuerdo económico en donde los intereses de su “América First” o “Make America Great again” estén comprometidos: de acuerdo a su propia concepción, lógicamente. Ha asegurado que es el peor tratado económico nunca antes firmado y firmó una orden ejecutiva para renegociar NAFTA a muy pocos días de tomar posesión. Además de que sus asesores económicos han expresado su negativa a continuar adelante con este compromiso.

La semana pasada, en el marco de la cuarta ronda de negociaciones para intentar salvar NAFTA, el representante de intercambios estadounidense afirmó que la causa del déficit que sufre Estados Unidos es este acuerdo. Del mismo modo, alegó que es prioritario para su Administración disminuir el déficit en los intercambios entre México y Estados Unidos, que el año pasado ascendió a 36 billones de dólares, mientras con Canadá fue de 30 billones (según el Economic Complexity Index).

Chrystia Freeland, ministra de Exteriores de Canadá, por su parte aseguró que erradicar este acuerdo no será la solución al déficit estadounidense. Los números indican que en 2016 las exportaciones estadounidenses fueron de 1.42 trillones de dólares versus 2.21 trillones en importaciones globales, lo que arroja un balance negativo de 783 billones.

Los expertos no terminan de ponerse de acuerdo en cómo se podría acabar con el NAFTA. Técnicamente hay dos teorías que se manejan. La primera, que Trump puede anularlo basándose en el artículo 2205 del acuerdo, lo que le daría 90 días para la retirada total. La segunda teoría sostiene que, dado que este convenio fue aprobado por el Congreso de los Estados Unidos, es el Congreso el que tiene la autoridad legal de anularlo, lo que sería más complicado, pues de momento sigue contando con su apoyo.

El dinero es el elemento que tiene realmente en vilo este tratado; el reestablecer aranceles a los productos beneficiaría a las empresas petroleras estadounidenses, lo que se traduciría en mayor liquidez, dicen. Es también probable que se pudieran recuperar entre 500 a 700 mil empleos en empresas manufactureras en California, Michigan, New York y Texas que han sido trasladadas a México. Sin embargo, el precio de los productos agrícolas que se importan de México a Estados Unidos aumentaría instantáneamente, (vegetales, frutas, aceites comestibles, etc.) lo que terminaría teniendo un impacto inflacionario en la economía que tanto quiere proteger Donald Trump.

Los acuerdos económicos entre países, tal y como su nombre indica, son convenios en donde se gana y se sacrifican cosas para un bien común. Pretender establecer acuerdos donde sólo se benefician los intereses de una de las partes, es una gran presunción. Renegociar acuerdos existentes para poder ajustarlos a las nuevas necesidades, demandas e incluso a la nueva realidad, es políticamente correcto, pero siempre que se haga bajo el respeto hacia los otros socios.

El afán proteccionista de Trump está llevando a la nueva Administración a replantearse las normas del juego económico, y con ello tratar de imponerlas a sus aliados comerciales.

México ha ido abriendo progresivamente su mercado hacia el Pacífico. En el 2011 se creó una zona de libre comercio entre México, Colombia, Chile y Perú, que solo en el 2017, ha conseguido que el 94% de los intercambios hayan sido libres de impuestos. Además, China, Alemania y Japón (en ese orden) después de Estados Unidos y Canadá, son los países a los exportan sus productos. Y astutamente Japón está intentado hacerse con los espacios que podrían dejar las fábricas automovilísticas estadounidenses en México. En cuanto a Corea del Sur, la relación con México es bastante dinámica, tiene firmados 11 convenios de cooperación en diversas áreas (según cifras oficiales del gobierno azteca) y Seúl considera a México como el primer aliado comercial en América Latina, puente estratégico para entrar a este gran mercado. Canadá, por su parte, tiene menos riesgo, pues de momento parece que Washington apuesta por mantener las relaciones cercanas y apunta más a querer un convenio económico bilateral con ellos.

Finalmente, lo cierto es que, para Estados Unidos, ambos socios son fundamentales en su economía, y que a pesar de su tendencia súper proteccionista, a la administración Trump le tocará hacer un análisis pragmático de sus intereses frente a la realidad, pues Canadá es el primer país a donde envían sus productos, y el tercer país del que importan. Y en cuanto a México, es el segundo al que al que exportan productos, y el segundo también del que importan.

Imponer un cambio de las reglas de juego cambiará la realidad económica. La situación actual no es la misma de cuando la fuga de los empleos, lo que significa que aun intentando replicar esa pasada realidad no hay seguridad de que se podrán recuperar las manufactureras. Estamos inmersos en un proceso de cambio constante que exige adaptarse. Mirar atrás no es la clave, pues lo que dio resultado hace tres décadas no tiene garantía de ser exitoso en el mundo globalizado que vivimos hoy.

Estas son las razones por las que China compra equipos de fútbol europeos (y 3). Miguel Ors Villarejo

En un congreso de emprendedores celebrado el año pasado en Londres, algunos asistentes manifestaron su inquietud por el caudal de dinero que los inversores chinos estaban volcando sobre los clubes europeos. ¿No podría desvirtuar la competición? “Los ejemplos de propietarios extranjeros que se entrometen en la gestión, los fichajes y las tácticas han dado pie a abundantes titulares en la prensa”, escribe Angus McNeice. Y recuerda cómo Vincent Tant intentó (sin éxito) potenciar el “atractivo mundial” del Cardiff City cambiando su tradicional color azul por el rojo o sustituyendo la golondrina del escudo por un dragón.

Las sugerencias no se ciñen al terreno del marketing. Ledman, la empresa de Sian que patrocina la segunda división portuguesa, colgó en su web que iba a enviar a 10 jugadores chinos para que los alinearan los principales conjuntos de la competición. Al final debió retractarse, pero el mero anuncio dejó en el aire la inquietante pregunta de si esta gente sabe lo que se trae entre manos.

La respuesta es que, con alguna excepción, no tiene ni idea. Como reconoció en el encuentro de Londres Lin Feng, el consejero delegado de la consultora DealGlobe, los compradores chinos son en su mayoría “inversores pasivos” que “no conocen bien el negocio del fútbol”.

¿Y por qué se meten, entonces? Justamente por eso: porque no conocen bien el negocio y quieren aprenderlo. Simon Chadwick, que da clases de Estrategia para Firmas Deportivas en la Universidad de Salford, dice que, a diferencia de los oligarcas rusos o los jeques árabes, los millonarios chinos no compran equipos para hacer alarde ante sus amigotes, sino para enterarse de cómo funcionan y ayudar al camarada Xi Jinping en su propósito de convertir la República Popular en una potencia balompédica. “No es nada nuevo”, señala Chadwick. “Aplican el manual que les ha funcionado en otros ámbitos. Toman participaciones en sociedades extranjeras y contratan a técnicos para que formen a su mano de obra”. La entrada de Wanda en el Atlético sigue el mismo patrón que la de Geely en Volvo o la de ChemChina en Pirelli.

“Las fusiones y adquisiciones son un aspecto clave de la estrategia de desarrollo china”, declara en el Telegraph Danae Kyriakopoulou, investigadora del Centro de Estudios Económicos y Empresariales de Londres. “Pekín debe asimilar las tecnologías necesarias para dejar de fabricar artículos baratos y evolucionar hacia actividades de más valor añadido, y la entrada en compañías de países desarrollados es un modo de conseguirlo”.

Estas fiebres suelen ser de todos modos pasajeras y, en el caso del fútbol, parece que empieza a remitir. A mediados de agosto, el Consejo de Estado incluyó los clubes deportivos en la lista de sectores en los que las firmas locales no pueden invertir. Se conoce que ya disponen de suficientes modelos para destripar y copiar, aunque también ha debido de pesar un poco en la decisión el amor propio. “Si no adoptamos alguna medida”, escribía este verano el fundador del conglomerado Fosun, “estos extranjeros nos van a tomar por unos idiotas con los bolsillos llenos de dinero”.

China: auge de las firmas y artículos de lujo. Nieves C. Pérez Rodríguez

Mucho se ha hablado sobre el crecimiento espectacular que ha experimentado China en los últimos años. Hay quienes afirman que será la economía más grande del planeta antes de lo previsto. Su presencia internacional es cada vez más fuerte y su voz cada día más clara. Y a pesar de que siguen definiéndose a sí mismos como socialistas, gobernados por un partido comunista, los números demuestran que son el Estado que practica el capitalismo más agresivo, siendo el primer exportador e importador de bienes y la primera potencial industrial.

Una prueba de este espectacular desarrollo económico es el consumo de artículos de lujo y el auge de las casas de moda de renombre en su territorio. Aunque son 20 años los que llevan celebrando la semana china de la moda en Beijing, esta última edición consolidó su posición global y contó con la presencia de más de 520 firmas de diseño.

Según la academia china de ciencias sociales, ya en 2010 el mercado de artículos de lujo había aumentado a 9,4 billones de dólares. Y hoy en día, los consumidores chinos son responsables de un tercio de las compras de lujo en el mundo, que hasta hace muy poco se hacían en su mayoría en París. Las principales urbes chinas cuentan con boutiques de primeras marcas, pero los precios en su territorio han sido siempre mucho más elevados que en el exterior. Y a pesar de que en el último año los precios de estos artículos han bajado considerablemente, según los cálculos hechos por el Financial Times, se estima que seguirán estando alrededor del 40% por encima comparado con otras ciudades del mundo, debido a los elevados impuestos que el gobierno chino les impone.

A principios de este año Bain & Co. publicó un estudio que demuestra que tanto las joyas como los bolsos de firmas de lujo aumentarán sus ventas entre un 2 y un 4%, lo que representa unos 290 billones de dólares sólo en el año 2017, aumento que se debe al creciente interés de los consumidores chinos en estos productos. Estos números despertaron rápidamente interés en las plataformas de venta digital, como Alibaba, que ha lanzado un departamento de lujo en su web. Asimismo, otro fenómeno paralelo es el de los blogs que se han sumado a esta tendencia en crecimiento. Jóvenes blogueras chinas han comenzado a aconsejar a sus seguidores dónde comprar piezas de ropa de moda y como combinarlas, a lo que las grandes firmas han respondido con contrataciones para publicitar sus productos directamente a través de sus blogs. Según la revista Forbes, el sentido chino de sus derechos, después de tantos años de economía utilitaria, es especialmente fuerte cuando se trata de adquirir experiencias únicas, y qué mejor que caprichos que están reservados sólo para pocos bolsillos.

Los gustos excéntricos son una demostración de poder económico, sin lugar a dudas. En un viaje que hice a Zambia en el 2011, pude percibir la influencia china en Lusaka, desde las obras de infraestructura hasta los anaqueles del supermercado. Pero como si todo eso no fuera suficiente, me llamó especialmente la atención que los inversionistas chinos tenían especial interés en hacerse con las piedras preciosas de gran dimensión, y Zambia como el segundo país productor de esmeraldas del mundo, vende sus piedras más valiosas a chinos que las usan como objeto decorativo en sus hogares, como símbolo de status y posición económica. Lo mismo sucede en Madagascar, en donde compran por un valor irrisorio zafiros multicolores que se extraen en el sur de esta isla, así como las maderas más codiciadas en el mercado internacional, extraídas ilegalmente de sus bosques, para elaborar muebles finos.

En una sociedad tan numerosa, que ha tenido un crecimiento económico tan acelerado, hay una imperiosa necesidad de parecerse más a occidente, y demostrar con objetos su liquidez. El gigante asiático adelantó en el consumo de bienes de lujo a Japón en 2012 y con ello ha acelerado el crecimiento de este sector a nivel mundial. Lo mismo ocurrió con los vinos cuando empezaron a consumirlos, pues hoy se estima que unos 38 millones de chinos son consumidores asiduos de vinos. Queda claro que cada día son más los chinos que pueden permitirse una vida de confort donde el dinero no representa una traba, a pesar de que aún 55 millones de sus ciudades siguen viviendo en una precaria pobreza, según datos del banco mundial.

INTERREGNUM: Congreso y elecciones en China y Japón. Fernando Delage

A un mes de la primera visita del presidente Trump a Asia oriental, los dos grandes de la región, China y Japón, celebran en una misma semana dos relevantes convocatorias políticas.

El 18 de octubre se inaugura en Pekín el XIX Congreso del Partido Comunista Chino. Nada puede darse por seguro en uno de los sistemas políticos más opacos del mundo, salvo la ratificación de Xi Jinping para un segundo mandato como secretario general. Es previsible, sin embargo, que, conforme al poder que ha acumulado durante estos años, Xi sitúe a leales suyos en los órganos del Partido sujetos a renovación, consolidando así su capacidad de decisión para el próximo lustro. Se espera asimismo que su “pensamiento” se incorpore a la Constitución, y en algunos medios se sugiere, incluso, que podría recibir el nombramiento de Presidente del Partido, un cargo que sólo ostentó Mao Tse-tung en la historia de la República Popular.

Además de las cuestiones internas, el Congreso marcará las prioridades de gobierno hasta 2022. Ninguna será tan importante como la reactivación de las reformas económicas: de ellas depende la sostenibilidad del crecimiento, condición a su vez para que el Partido Comunista pueda asegurarse su monopolio del poder. Pero en una China que va camino de convertirse en la mayor economía del mundo, la política exterior será igualmente objeto de atención por el Congreso. Los próximos cinco años serán decisivos para perfilar su estatus como gran potencia, y consolidar el salto cualitativo que ha dado en su presencia global desde la llegada de Xi al liderazgo del Partido. Su mayor peso internacional crea, sin embargo, nuevos problemas y, entre ellos, pocos tienen el alcance de la difícil relación con Japón.

Diferencias territoriales y el cambio en su posición relativa de poder agravan un contexto ya marcado por el legado de la Historia. Conocido por sus escasas simpatías hacia Japón, Xi fue nombrado secretario general un mes antes de que, tras ganar las elecciones de diciembre de 2012, Shinzo Abe se convirtiera en primer ministro. Xi se encontró frente a un jefe de gobierno japonés no dispuesto a asumir una posición subordinada con respecto a China, que pondría en marcha una transformación sin precedente de la política de seguridad de su país. Cinco años más tarde vuelven a coincidir en sus agendas, con la diferencia de que mientras Xi ascenderá en su posición, Abe se arriesga a perder o, al menos, a ver diluida la suya. ¿Cómo podrán afectar estos hechos a las relaciones bilaterales en vísperas de la conmemoración, en 2018, del 40 aniversario del tratado de Amistad y Cooperación?

El 22 de octubre Japón celebra elecciones generales anticipadas. Tras varias derrotas del Partido Liberal Democrático (PLD) en comicios locales, Abe ha aprovechado un ligero repunte de su popularidad gracias a la amenaza que representa Corea del Norte, para intentar extender su mandato una legislatura más. Pero el escenario interno ha cambiado: la gobernadora de Tokio, Yuriko Koike, anunció la creación de un nuevo partido nacional, el Partido de la Esperanza, nada más convocar Abe las elecciones. En cuestión de días, el principal grupo de la oposición, el Partido Democrático de Japón, decidió integrarse en una misma candidatura con la agrupación de Koike, complicando las posibilidades del primer ministro. Aun cuando triunfe el PLD, Abe puede perder la mayoría parlamentaria de dos tercios necesaria para las reformas constitucionales que defiende. Al mismo tiempo, el sistema de partidos vuelve a una dinámica de cierta inestabilidad que puede obstaculizar la coherencia de la diplomacia japonesa. En un momento de incertidumbre con respecto a las intenciones de la administración Trump, y con un líder chino reforzado en Pekín, la política interna de Japón puede afectar a las relaciones entre los tres lados de este triángulo de manera que quizá nadie esperaba.

Estas son las razones por las que China compra equipos de fútbol europeos (2). Miguel Ors Villarejo

“Mi gran sueño es que el fútbol chino se convierta en uno de los mejores del mundo”, proclamaba en 2015 el presidente Xi Jinping. Los motivos de este anhelo no están claros, como es habitual en los regímenes autoritarios. Influye sin duda que Xi “es un gran aficionado”, explica Ned Kelly, “pero el juego es asimismo un instrumento de poder blando, un modo de presentar un rostro amable ante una comunidad internacional que mira a China con suspicacia”.

La decisión tiene también una justificación económica. “El crecimiento de doble dígito ha perdido fuelle”, escribe Mark Dreyer. El Gobierno ha explorado nuevas áreas de desarrollo y ha visto un gran potencial en el deporte. “Pekín quiere que esta industria aporte 750.000 millones de dólares en 2025, lo que la convertiría en la mayor del planeta”.

Finalmente, Charlie Campbell no descarta que tras el anuncio se oculte el deseo de “distraer a la población” de la languideciente prosperidad.

Sea como fuere, Pekín ha lanzado un pormenorizado plan de 50 puntos que, por fortuna para ustedes, voy a resumirles en tres: clasificarse para Rusia 2018, organizar un Mundial y, finalmente, ganarlo antes de 2050.

De momento, el primer objetivo ya está descartado. La selección ha caído en la fase previa, a pesar de la contratación de un entrenador de la talla de Marcello Lippi.

El segundo parece más asequible. A raíz de los escándalos protagonizados por Sepp Blatter, la FIFA lo estaba pasando regular para encontrar financiación, porque las multinacionales europeas y estadounidenses son muy sensibles al riesgo reputacional. Pero eso no ha sido nunca un inconveniente para las chinas, y Vivo, Wanda y Hisense han accedido encantadas a patrocinar el campeonato de Rusia.

En cuanto a ganar un Mundial hacia 2050, queda por delante una labor ciclópea. “Nuestro equipo nacional es un chiste”, admite con pesar en The New York Times un aficionado de 16 años. Es lo mismo que, más educadamente, sugieren los números. En el ranking de la FIFA, China ocupa el puesto 62, justo por debajo de Jamaica, una modesta isla de tres millones de habitantes.

Para sacar al fútbol patrio de su postración, Xi va a construir 70.000 terrenos de juego y multiplicar por 10 las 5.000 escuelas actualmente existentes. Además, se ha propuesto que en 2020 haya 50 millones de jóvenes federados y ha fichado a técnicos de todo Occidente para entrenarlos.

La última pieza de esta operación son las compañías, que han reaccionado como cabía esperar en un régimen donde la rentabilidad depende de lo bien que uno se lleve con las autoridades. (Continuará)