Vicente Garrido: “Creo que este año tendremos récord en ensayos de misiles”

Entrevista a Vicente Garrido, experto en el programa armamentístico y nuclear de Corea del Norte:

“CREO QUE ESTE AÑO TENDREMOS RÉCORD EN ENSAYOS DE MISILES”

4Asia entrevista a Vicente Garrido, Profesor de Relaciones Internacionales y Estudios de Seguridad en la Universidad Rey Juan Carlos, director del INCIPE (Instituto de Cuestiones Internacionales y Política Exterior) y miembro del Consejo Asesor sobre Asuntos de Desarme del Secretario General de las Naciones Unidas, así como del Board of Trustees del UNIDIR (United Nations Institute for Disarmament Research).

4Asia: La agenda internacional y, en especial la agenda asiática, están marcadas en los últimos meses por la escalada verbal y militar entre Estados Unidos y Corea del Norte. Se habla mucho de las capacidades nucleares del régimen norcoreano, ¿cuál es el estado actual del programa nuclear de Pyongyang?

VG: La mayoría de los analistas coincidimos en que, estos últimos años, los cálculos se han hecho mal. ¿Qué quiero decir con ello? Que la capacidad de misiles ha experimentado un avance muy importante y Corea del Norte ya tiene misiles de corto medio y largo alcance (ICBM), tiene más material fisible del que se pensaba, quizás para fabricar una horquilla de entre 30 y 60 armas nucleares, basado en reservas de plutonio y en uranio enriquecido, aunque no al 90% que es la concentración óptima. Con eso, probablemente no habrán podido ensamblar más de 12 armas, aunque muchos expertos hablan de 20. El proceso más complicado al que se enfrentan ahora es la miniaturización y ahí se enfrentan a dos problemas, conseguir un arma que quepa en la ojiva y tenga la potencia suficiente, y que no estalle el misil ni al salir ni al reentrar en la atmósfera. Por eso van a realizar cada vez más ensayos para perfeccionarlos. Corea del Norte habría recibido ayuda técnica de Pakistán, al menos desde los años 70.

4Asia: ¿Y necesitan realizar uno de estos lanzamientos de prueba con carga nuclear real?

VG: Probablemente sí, no queda otra. Al final, en la última fase necesitan comprobar el comportamiento de la carga nuclear con el misil, y solo lo pueden hacer así. Por eso estamos viendo cada vez más pruebas de misiles de largo alcance, porque probablemente ya tienen la capacidad de ensamblar esas ojivas nucleares en misiles de corto alcance, los Nodong, y están tratando también de hacerlo en los Rodong de alcance medio. No está claro si a día de hoy podría o no funcionarles, y no les está funcionando en los de largo alcance, en los Hwasong.

4Asia: Entonces, ¿podemos decir que el programa nuclear de Corea es autónomo?

VG: Desde luego. Probablemente antes ayudaron a muchos países a desarrollar sus capacidades de misiles, y a cambio han conseguido ayuda y financiación, especialmente de Pakistán, aunque este país siempre lo ha negado. Ahora tienen sus centrifugadoras, sus reactores, sus reservas de plutonio y uranio… las sanciones intentan evitar que sigan invirtiendo fondos en el programa armamentístico, pero no lo han conseguido y, de hecho, ahora mismo se cuestiona si la ayuda humanitaria y de alimentos se ha desviado para otros propósitos. Eso sí, al ser independientes en sus capacidades, al no tener ayuda, son más rudimentarios y por eso necesitan más ensayos, más pruebas, porque avanzan más lento.

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4Asia: ¿Cuál ha sido la estrategia que ha mantenido China en esta situación?

VG: China cada vez está presionando más a Corea del Norte. Durante muchos años, la estrategia ha sido: “esto es un asunto y un área de interés mía”, y dar a entender que ellos podrían arreglar el problema y liderar conversaciones. Pero Corea del Norte no se lo está poniendo fácil. Un negociador chino decía que la relación entre China y Corea del Norte es como la de los labios y los dientes, sólo que ahora los dientes han empezado a morder a los labios. China ya no se entera previamente de cuando Corea hace un ensayo; desde 2013 se entera por los medios, por eso a partir de 2016 Pekín empieza, en Naciones Unidas, a apoyar resoluciones sobre terrorismo, armas de destrucción masiva, etc., a aceptar reducir importaciones, personal diplomático… está apoyando y aplicando las resoluciones. Siempre se ha dicho que China necesita la estabilidad de Pyongyang, pero realmente en estos últimos meses estamos viendo a una China más decidida, de hecho, no veta las resoluciones en la ONU y eso ya es un gran avance, su reducción de comercio con Corea va a tener un gran impacto, pero tampoco nunca va a suprimir sus lazos comerciales con Pyongyang, no va a estrangular al régimen norcoreano.

4Asia: ¿Y la estrategia futura de negociación de Pyongyang cuál cree que va a ser? ¿Es un primer paso el diálogo que ha tenido lugar en Panmunjon en los primeros días de enero?

VG: Realmente en Panmunjon ha conseguido más el Norte que el Sur. El Norte sólo se ha comprometido a enviar a unos atletas y, a cambio, el Sur ha suspendido sus maniobras militares conjuntas con Estados Unidos. A largo plazo, Corea del Norte quiere el reconocimiento internacional como potencia nuclear. Ellos firmaron el TNP (Tratado de No Proliferación) en 1985, y acordaron que sus reactores iban a ser desmantelados tras inspeccionarlos, pero eso nunca sucedió y, en 1992, dicen que abandonan el TNP. Para que no lo hicieran, la Administración Clinton firmó con Corea del Norte el Acuerdo Marco en 1994 a través del cual les levanta las sanciones y les da ayuda a cambio de que desmantelen dos reactores plutonígenos de Yongbyon. Pero cuando llega George W. Bush suspende toda la colaboración y Pyongyang comienza su programa. Finalmente, abandonan el TNP en 2003.

Ahora, Pyongyang quiere que se les reconozca y están dispuestos a volver al TNP, pero a volver como potencia nuclear. Y esa es su estrategia, acelerar su programa y convertirse, si no de iure, sí de facto, como Pakistán e India, por ejemplo. Ellos piensan que a partir de ahí al resto no le va a quedar otra que negociar. Y es lo único que tienen, su fuerza nuclear, porque con su PIB, con su situación como país, ¿qué otra cosa tiene para negociar? No tiene nada. ¿Su estrategia para iniciar conversaciones? Muy fácil, tú me congelas las sanciones y yo me siento. ¿Y qué haces entonces? que las conversaciones duren eternamente. Son negociadores muy hábiles, solo van a hablar del tema nuclear, nunca del balístico, no van a dejar que eso se ponga sobre la mesa. Y hay otro tema que nunca se discute, que son las capacidades biológicas y químicas, que las tienen.

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4Asia: ¿Podríamos decir entonces que se vuelve a la mesa de negociación, que es la estrategia que siempre defendió China?

VG: Bueno es que, ¿qué puedes hacer si no? ¿Vas a realizar un ataque preventivo? Lo que China, y hasta cierto punto Obama, han defendido siempre es que hay que sentarse a la mesa y conversar para ver hasta dónde está dispuesto a llegar Corea del Norte. Pero claro, Corea cada vez llega más fuerte, cada vez va a exigir más y lo va a poner más difícil. Y las implicaciones de Corea del Sur y de Japón en el asunto cada vez son más grandes, Estados Unidos tiene que darles garantías de seguridad para evitar que se instale el debate de si tendrían que desarrollar su propio programa.

4Asia: El régimen de Kim Jong-un es un régimen muy jerarquizado, muy tendente al liderazgo de una sola persona y probablemente, muy corrupto también. ¿Cómo afecta esta estructura de Estado al programa nuclear?

VG: Hay mucha preocupación en torno a esto, en torno al robo de material para venderlo a grupos terroristas o un accidente, pero también hay preocupación en torno al sistema de custodia de instalaciones y del material. Además, de momento no se sabe nada sobre el sistema de control y mando; si alguien más que Kim Jong-un tiene el botón, ¿qué pasa con el botón si desaparece el líder? No se sabe, no hay doctrina nuclear, no hay un sistema de control y mando… ahora mismo es lo que diga el líder. Es su decisión personal.

Entrevista realizada por Gema Sánchez y David Montero

INTERREGNUM: ¿Deshielo en la península? Fernando Delage

(Foto: Maisie Gibb, Flickr) El año ha comenzado con la buena noticia de la celebración, el 9 de enero, del primer encuentro oficial entre las dos Coreas desde 2015. El deporte—en forma de los próximos juegos de invierno en Pyeongchang—ha ofrecido una oportunidad a Kim Jong-un para reducir la escalada de tensión de los últimos meses en la península.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha manifestado su apoyo a las conversaciones, aunque no son pocos los analistas que consideran que la reanudación del diálogo entre Seúl y Pyongyang puede complicar los esfuerzos norteamericanos a favor de la desnuclearización. La oferta surcoreana de levantamiento de sanciones puede reducir la presión sobre el Estado vecino y, a un mismo tiempo, la cohesión de la alianza Washington-Seúl.

Pero quizá sea ésta una conclusión precipitada. Primero porque resulta difícil pensar que Corea del Norte vaya a renunciar a su capacidad nuclear. En segundo lugar, porque el razonamiento más plausible puede ser el inverso: que ha sido la última ronda de sanciones—impuestas en diciembre tras el lanzamiento de un misil intercontinental con capacidad de alcanzar Estados Unidos, el 29 de noviembre—el factor que ha conducido a Kim a reconsiderar sus opciones y buscar un “enfriamiento” de la tensión. Tampoco debe perderse de vista que el instrumento nuclear es para Pyongyang, además de un elemento disuasorio frente a las amenazas externas y de legitimación del régimen político, un medio para mantener vivo el objetivo de la reunificación.

No es casual, por lo demás, que el “giro” del líder norcoreano se haya producido mientras se reitera desde Washington la posibilidad de una acción preventiva. No sólo se ha hecho público que el Pentágono está actualizando sus planes de contingencias, sino que el asesor de seguridad nacional—un general con experiencia de combate y doctorado en relaciones internacionales, respetado por los expertos—lleva meses declarando que las posibilidades de guerra “aumentan cada día”. (Léase el artículo publicado por The Atlantic la semana pasada: “The world according to H.R. McMaster”).

Otro elemento significativo tiene que ver con las maniobras de China. Pese a a la extendida idea de que el viaje a Pyongyang de un enviado especial del presidente Xi Jinping en noviembre fue un fracaso, quizá esa no es toda la verdad. El emisario, Song Tao, no logró reunirse con Kim Jong-un, pero sí lo hizo con otros altos cargos, incluyendo el número dos del Partido y el ministro de Asuntos Exteriores. La presión china puede haber sido por ello otro motivo que ha facilitado el encuentro en Panmunjom y, quizá, la posibilidad de una próxima reunión entre los líderes de ambas Coreas.

Queda claro, en cualquier caso, el limitado margen de maniobra de Seúl frente al juego geopolítico mayor de Pekín y Washington. La competencia entre estos dos últimos y la incertidumbre sobre Trump entre sus aliados agrava, no obstante, un escenario ya de por sí complejo con la posibilidad—preocupante para el equilibrio regional, pero con un apoyo creciente entre los surcoreanos—de que el país se incline a favor de su propia opción nuclear.

Duelo a muerte en OK Pyongyang. David Montero.

La cosa va de disparar. De quién dispara primero, concretamente.

A un lado del saloon, el joven forajido coreano. Al otro, el sheriff, la ley de su lado, el pueblo de su lado, acariciando su gatillo. Deseando un gesto del otro, esperando. Se ha hecho el silencio y en cada mirada ronda el peligro. El sheriff parece llevar las de ganar: tiene un hombre en las escaleras, otro en la barra, otro en la puerta de atrás y probablemente, el pianista sea un infiltrado.

Todo parece perdido para el coreano, que ha llegado hasta aquí en un caballo pequeño y famélico, renqueante y prácticamente solo. Baja a baja, su banda ha sido liquidada, y no parece que ninguno de los que aún podría llamar sus amigos esté dispuesto a dejarse matar por él.

Pero el sheriff duda. Sabe que su rival ha aprendido a vagar sin agua, sin comida, sin esperanza, y por eso, sin miedo. Que solo necesita un disparo para ganar. No se fía, y si ha llegado a sheriff es precisamente por no fiarse de nadie, por no dejarse meter una bala en la espalda, por disparar primero y preguntar después.

En la calle hace calor y el viento se arremolina, pasa una de esas bolas de vegetación truncada, los vecinos han corrido a sus casas, se han llevado a los niños, han cerrado las ventanas. Una silla cruje. El sheriff medita si, justo cuando entraba, el comerciante chino le ha pasado algo al coreano. Una escopeta, un cuchillo, un puñado de balas. Nadie se fía de los chinos en el pueblo, y como ya hemos dicho, menos que nadie este sheriff.

Así que los dos se sostienen la mirada, calibrando las posibilidades del otro, las vías de escape del otro, la siguiente reacción. Sabiendo que a veces no hace falta disparar dos veces, no hace falta dejarlo todo perdido de balas y de muertos. Que a veces ya has ganado si el otro cree que puedes ganar.

Clint Eastwood le decía a Eli Wallach al final de El Bueno, el Feo y el Malo: “El mundo se divide en dos categorías. Los que tienen una pistola y los que cavan”.

Llegados a este punto, al sheriff solo le quedan dos salidas: asumir que el coreano no está dispuesto a seguir cavando, o convertir el pueblo en un catálogo de féretros.

Los dedos siguen sobre el gatillo, nerviosos.

¿Pueden los juegos olímpicos encauzar la crisis internacional de Pyongyang? Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- El año comenzó con las chulerías de los dos líderes más polémicos del momento. Desde Pyongyang, Kim Jon-un le advertía al mundo de que tiene el botón nuclear en su escritorio listo para ser activado. A lo que, desde Washington, Donald Trump respondió en un tono presuntuoso de que su botón es más grande y más poderoso. Como si se tratara de un juego de niños o, más bien, de una demostración de machismo donde cada uno hace alusión al tamaño de sus atributos de poder. Lo cierto es que, a priori, dió la sensación de que la ya intricada situación iba a tornarse más tensa. Pero, en contra de todos los pronósticos, un factor externo, los Juegos Olímpicos de Pyeongchang, ha suavizado la explosiva tendencia del “gordito norcoreano” y al menos de momento, parece que ha entrado en una etapa más racional, que podría ayudar a Pyongyang a que se siente en la mesa de negociación.

Como dijo el secretario de Estado estadounidense, se podría empezar negociando que tipo de mesa, si redonda o más bien cuadrada; lo importante es comenzar por sentarse, lo que abriría una nueva fase más positiva en la estabilidad del mundo.

La invitación desde Seúl del presidente Moon a Corea del Norte a participar en los juegos olímpicos parece estar funcionando diplomáticamente, después de que tantas otras maniobras hayan fallado. Todo de acuerdo con lo que prometió en su discurso inaugural el pasado mayo, cuando dijo que trabajaría por la paz en la península coreana y afirmó que, de darse las circunstancias, visitaría Pyongyang.

Han sido estas acciones las que ha llevado a analistas a pensar que Moon está intentando retomar “la política del rayo de sol”, que estuvo vigente entre 1998 y 2008 con los gobiernos liberales, de los que, valga mencionarlo, él formó parte como asesor, y hay que reconocer que mantuvieron relaciones relativamente cordiales entre ambas Coreas.

El restablecimiento de las conversaciones de alto nivel en Panmunjom, población limítrofe, también está sobre el tapete en este momento. Suspendidas en diciembre de 2015, en julio pasado el ministro de la Defensa de Corea del Sur instó a retomarlas con el propósito de mantener la calma en la zona fronteriza altamente militarizada. Y todo esto mientras las pruebas y los misiles vuelan por los aires. Lo que es la mejor demostración de la disposición de Seúl a negociar y mantener la estabilidad en la península.

Y además se suma la suspensión de los ejercicios militares entre Estados Unidos y Corea del Sur. Foal Eagle, por su nombre en inglés, las maniobras son una combinación de fuerzas terrestres, aéreas, navales y fuerzas especiales que se llevan a cabo una vez al año, y que tan sólo en el 2017 han contado con la participación de más de 12.000 militares estadounidense y unos 10.000 coreanos del sur. En las ocho semanas de duración de los ejercicios se ponen a prueba los equipos y la capacidad de respuesta conjunta frente a una posible agresión proveniente del Norte. Por lo que su suspensión (al menos temporal) demuestra una disposición a bajar ligeramente la presión por parte de Estados Unidos, lo que podría ser una gran ayuda para conseguir persuadir a Kim Jon-un a negociar, o al menos considerarlo. Y como ha dicho el mismo Trump el día de Reyes, está abierto a hablar con líder norcoreano, a la vez que afirmaba que sería muy bueno para la humanidad encontrar una solución pacífica al conflicto.

Como afirmaban la semana pasada Robert Einhorn y Michael O´Hanlon en una publicación de Brooking, “pretender que Corea del Norte acepte una desnuclearización es irreal. Sin embargo, necesitamos un objetivo provisional manejable”, algo como un compromiso verificable de Pyongyang de congelar sus armas nucleares, que incluyan misiles de largo alcance y los materiales nucleares visibles a cambio de una concesión modesta pero real por el resto del mundo.

Obviamente no habrá conversaciones mientras los misiles sigan sobrevolando los mares y las naciones vecinas. De andarse este camino, una vez terminados los juegos olímpicos se podría tener el terreno arado y listo para sembrar una posible fructífera negociación.

Corea del Norte, ¿la guerra que viene? Julio Trujillo

Al margen de la elegancia o la zafiedad de los discursos, Obama y Trump han renunciado al necesario liderazgo.

 

En el aniversario de 4Asia y en plena escalada de tensión en la península coreana, provocada por el lanzamiento de un misil más, este con notorias mejoras en sus capacidades, por parte de Corea del Norte, nos reunimos la semana pasada para debatir la situación. Alrededor de varios expertos, entre ellos colaboradores de la página, sostuvimos un intercambio de ideas y de análisis al que asistieron, y en el que intervinieron, lectores, diplomáticos y periodistas.

Tres ideas parecieron presidir la reunión: Corea del Norte está mejorando rápidamente su capacidad ofensiva y nuclear, aunque todavía no parece haber resuelto cómo introducir una carga nuclear del tamaño adecuado en la cabeza de los proyectiles que ya tiene; Trump y Obama, gritos y gestos aparte, se parecen más de lo que les gustaría en la renuncia a ejercer un liderazgo efectivo de Estados Unidos y querer replegarse hacia políticas más de consumo interno, y Kim Jonun no está loco sino que, con su propia lógica, está desplegando una estrategia en el filo de la navaja destinada a que se le admita en la mesa de las grandes potencias nucleares para negociar allí la supervivencia del régimen y mejoras económicas.

Vicente Garrido, miembro del Comité Asesor Personal sobre Asuntos de Desarme del secretario general de la ONU, explicó cómo Pyongyang viene desarrollando desde los años 90, ante cierta pasividad mezclada con incredulidad, una poderosa industria militar, tanto de misiles como de capacidad nuclear. Este desarrollo, con la menos conocida ayuda de Pakistán y la colaboración indirecta de las ayudas económicas chinas ha venido creciendo y, desde hace una década, se ha convertida en una poderosa maquinaria de extorsión a Occidente. La situación de hoy es el resultado de esta estrategia.

Pero Estados Unidos no ha sabido hacer frente a esta situación cambiante, recordó Florentino Portero, director del Instituto de Política Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria, de Madrid. En un marco heredado de la II Guerra Mundial, explicó, el escenario del Pacífico ha visto cómo se desarrolla, en su opinión, un cambio paradigmático, en el que las fuerzas que han marcado en las últimas décadas los ejes del desarrollo, las élites universitarias estadounidenses, han visto declinar su influencia hacia los impulsores del desarrollo de biotecnologías, nuevas élites y nuevos caladeros de creación de inteligencia. Esto ha hecho cambiar el panorama asiático, China ha comenzado a ocupar un lugar y Estados Unidos, “donde si dejamos aparte la forma amable y cuidadosa de los discursos de Obama y el griterío zafio de Trump, podemos observar que, en el fondo, tienen la mima política de abstenerse de definir un nuevo liderazgo”. Así, dijo, se asiste al curioso espectáculo de ver a Estados Unidos replegándose y defendiendo el proteccionismo frente a una China, oficialmente comunista y autoritaria en su gestión, intentar aparecer como campeona del libre comercio internacional.

En ese marco se desarrolla la crisis con Corea del Norte, que quiere ingresar en el club nuclear y negociar desde esa posición. Todos coincidieron en señalar que China no quiere una situación de tensión extrema pero no va a ayudar a hundir a Corea del Norte, lo que situaría fuerzas norteamericanas y de la actual Corea del Sur en su frontera oriental. Esos son los límites de Pekín.

Miguel Ors, en su ponencia, describió la importancia de la estupidez en los conflictos mundiales y recordó que un error, técnico o mental, puede desencadenar un conflicto, como explica en esta página en un resumen de su ponencia. Y Nieves C. Pérez, la mujer de 4Asia en Washington, describió por qué Trump no es el líder que necesita Occidente, aunque si lo es para gran parte de la sociedad que dirige, en una ponencia muy pedagógica que se publica resumida en 4Asia.

Fue el primer acto de 4Asia que cumplió las expectativas de convocatoria y que inaugurará una serie de debates ante nuestros lectores y seguidores.

¿Puede Kim Jong-un controlar sus bombas? Miguel Ors Villarejo

El pasado 29 de agosto un misil norcoreano se hundió en el Pacífico siete minutos después de sobrevolar el archipiélago de Hokkaido. Si hubiera habido cualquier problema, sus restos se habrían desparramado sobre alguna ciudad japonesa. De hecho, algunas fuentes sostienen que el fallo se produjo y que el cohete estalló en el aire, aunque por fortuna ya se encontraba en alta mar.

Al parecer, estos incidentes estructurales son relativamente frecuentes en los ensayos de Kim Jong-un, lo que, por una parte, resulta tranquilizador, porque revela que su capacidad nuclear dista mucho de estar a punto.

Pero, por otra parte, si uno se para a pensarlo un poco, suscita una duda igualmente inquietante. ¿Sabe este tío lo que se trae entre manos?

Nos han educado en la creencia de que la peor amenaza que pesa sobre el futuro de la humanidad es la acción del mal, pero a mí me inspira también mucho respeto la incompetencia. El papel de la chapuza en la historia no ha sido debidamente apreciado. Las conspiraciones están sobrevaloradas. Tendemos a ver complots detrás de cada acontecimiento extraordinario, de cada atentado, de cada crisis. El asesinato de Carrero Blanco, por ejemplo, tuvo lugar a una manzana de la embajada de Estados Unidos en Madrid. ¿Cómo podía la CIA no estar al corriente? O la Gran Recesión. ¿De verdad que a los banqueros, con lo imaginativos que son para cobrarnos por cualquier concepto, no se les ocurrió que las subprime podían colapsar?

Estas son cosas que la gente se pregunta y yo no digo que no hubiera una mano negra detrás de esos sucesos, pero no lo creo sinceramente. Y no lo creo porque las conspiraciones exigen un grado de planificación y coordinación que está al alcance de muy pocas organizaciones, por no decir ninguna.

La chapuza, por el contrario, es universal y omnipresente. En todas las empresas del planeta hay un ñapas que se baja a fumar cuando tenía que estar mirando el manómetro o que recibe un correo con un archivo ejecutable y lo abre para ver si ha heredado 60.000 euros de un pariente nigeriano del que no había oído hablar hasta ese instante.

La historia del progreso es una lucha titánica y desigual contra la chapuza. El mundo está lleno de incompetentes. No sé si habrán oído hablar del Not-Terribly-Good Club, algo así como el Club No Tan Fantástico, de Gran Bretaña. Lo fundó en 1976 un tal Stephen Pile. Para ser socio había que cumplir un único requisito: ser un piernas, un patán, un inútil. Las reuniones consistían en exhibiciones de torpeza en cualquier ámbito: la conversación, la cocina, el arte…

¿Y saben cómo acabó? Es muy significativo.

Stephen Pile decidió redactar El libro inacabado de los fracasos, un catálogo de la sandez que incluía la historia del peor turista (un sujeto que pasó dos días en Nueva York creyendo que era Roma) y del crucigramista más lento (34 años para completar uno)”. Por desgracia, la obra fue un bestseller, es decir, un fracaso como fracaso, y Pile fue invitado a abandonar el Club No Tan Fantástico, que, por otra parte, había recibido tal avalancha de solicitudes de ingreso que se hallaba en clara contravención de su objeto social de ensalzar la ineptitud y no tuvo más remedio que disolverse.

O sea, hay tantos idiotas repartidos por el planeta que, cuando los juntas, se aplastan entre ellos.

Pero peor todavía que la cantidad de idiotas es su modus operandi. El macroeconomista Carlo Maria Cipolla teorizó en un ensayo de 1988 titulado Allegro ma non troppo que “la persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe”. Su razonamiento es el siguiente. “El resultado de la acción de un malvado”, dice, “supone simplemente una transferencia de riqueza”. Cuando un ladrón le roba la cartera a su víctima, el dinero se limita a cambiar de manos y la sociedad en su conjunto no pierde ni gana.

Pero el estúpido ocasiona pérdidas sin obtener beneficio alguno. El estúpido no roba el dinero. Lo pierde, lo entierra en un sitio que luego no recuerda, lo arroja en una estufa encendida inadvertidamente y, por tanto, toda la sociedad se empobrece.

Cipolla atribuía la caída de Roma a una sobreabundancia de idiotas durante el Bajo Imperio y estaba convencido de que Occidente correría la misma suerte.

Esta predicción apocalíptica no se ha cumplido, sin embargo. ¿Por qué?

Es posible que la naturaleza haya desarrollado sus propios antídotos contra la estupidez. La web darwinawards.com recopila noticias sobre quienes “mejoran nuestra carga genética quitándose de en medio”, y no son pocas: el líder de una secta cristiana que murió tras resbalar sobre una pastilla de jabón mientras intentaba caminar sobre las aguas como Jesús, el camionero danés que se estrelló cuando daba caza a un pokemon, el contrabandista ucraniano que pretendía pasar material radioactivo por la frontera húngara pegándoselo al cuerpo con cinta aislante…

La naturaleza es sabia y, cuando la estupidez alcanza determinadas cotas, se autorregula destruyendo a su huésped.

Esta selección natural nos ha podido librar hasta ahora de la acción corrosiva de la chapuza, pero a medida que aumenta la complejidad de nuestros sistemas, también lo hace el daño potencial que puede infligirnos. Un incompetente provisto de un martillo es una amenaza manejable, pero la cosa cambia cuando le das una sierra mecánica, y no digamos ya si lo que tiene que gestionar es un arsenal nuclear.

Los camiones militares, los carros de combate, incluso los aviones de caza son maquinarias de guerra rudimentarias comparadas con los misiles atómicos. No solo son complejos y caros de desarrollar, sino peligrosos de almacenar y de usar. La historia de la Guerra Fría está alfombrada de accidentes, denominados en la jerga militar “flechas rotas”, como el que tuvo lugar en Arkansas en 1980, cuando a un operario se le cayó un enchufe con tan mala fortuna que perforó el tanque de combustible de un Titán y lo hizo estallar dentro del silo.

Michael Auslin, un experto en Asia contemporánea del Instituto Hoover de la Universidad de Stanford, calcula que entre 1950 y 1980 se registraron 32 de estas “flechas rotas”. La mayoría eran accidentes de aviación que acabaron con varias ojivas nucleares diseminadas por distintos puntos del planeta, como la playa de Quitapellejos en Palomares, Almería.

De momento, Corea del Norte no dispone de escuadrones de bombarderos, que son los más proclives a los incidentes, y aunque su tecnología es embrionaria, resulta improbable que el incendio del carburante de un cohete, que es el eslabón más débil de la cadena de mantenimiento, provoque la detonación de la carga atómica.

Pero si una sociedad democrática y transparente como la estadounidense, donde se abre una investigación exhaustiva cada vez que algo no funciona como es debido, no ha logrado erradicar los fallos, ¿qué cabe esperar del paranoico régimen norcoreano, donde cualquier error se considera un sabotaje del oficial al cargo? ¿Quién va a ser el guapo que le confiese a Kim Jong-un que tiene un problema con una bomba?

Y más peliagudo aún que la preservación del arsenal es el asunto de su uso. Cualquier protocolo nuclear consiste en un delicado equilibrio. Por un lado, hay que habilitar filtros para impedir que un gobernante active el lanzamiento en un momento de calentón, pero, por otro, todo el proceso debe ser lo suficientemente ágil como para que las armas estén listas cuando se las necesita.

En Estados Unidos está todo muy detallado. El presidente viaja siempre con un maletín nuclear en el que lleva una relación de vectores y posibles blancos, un manual con diferentes alternativas en función de las circunstancias y el libro de códigos. ¿Existe algo parecido en Corea del Norte? No tenemos ni idea.

¿Y de quién es la última palabra? No parece muy propio de Kim Jong-un confiar a un subordinado la decisión de responder a un ataque, pero alguien le habrá explicado que, si solo una persona puede pulsar el botón rojo, bastará con acabar con ella para neutralizar toda la capacidad nuclear del país. Así que seguramente haya varios oficiales autorizados a responder en caso de ataque, pero ¿qué harán si deben tomar decisiones de forma autónoma? La velocidad a la que viaja un bombardero estratégico no deja mucho margen para las consultas. Puede ser cuestión de minutos o incluso segundos.

Es una situación que conocemos bien por la Guerra Fría. Yo no sé si han oído hablar del llamado incidente del equinoccio de otoño. En la madrugada del 26 de septiembre de 1983, la red soviética de alerta temprana informó de que cinco misiles se dirigían hacia ellos desde Estados Unidos. Las relaciones entre Washington y Moscú atravesaban entonces momentos de enorme tensión. Tres semanas antes, las fuerzas soviéticas habían derribado un avión de pasajeros, el vuelo 007 de Korean Air, sobre la isla de Sajalín, matando a las 269 personas que viajaban a bordo, entre ellas varios estadounidenses. El Kremlin esperaba represalias y, en caso de producirse, había dado instrucciones a sus comandantes de que respondieran con un contraataque masivo, de conformidad con lo previsto por la doctrina de destrucción mutua asegurada.

El teniente coronel Stanislav Petrov era el oficial que coordinaba aquel 26 de septiembre de 1983 la defensa aeroespacial de la URSS. Los satélites habían localizado el lanzamiento en Montana, de modo que Petrov disponía de 20 minutos antes de activar la réplica, pero le extrañó que la agresión involucrara apenas cinco misiles. “Nadie empieza una guerra atómica con cinco misiles”, pensó. Lo lógico sería un diluvio de cientos de ellos, para anular cualquier reacción. Además, la alerta de los satélites no fue confirmada por los radares, de modo que decidió esperar.

Debió de ser un cuarto de hora interminable, pero tenía razón. Posteriormente se comprobó que el falso positivo se debía a una rara alineación del sol y las nubes, que había generado unas señales térmicas similares a las producidas por los cohetes. Petrov no podía saberlo en aquel instante, pero dudó y eso libró al mundo de la hecatombe.

Aunque la URSS de los 80 seguía siendo un régimen comunista, confería cierta autonomía a sus comandantes. Pero el régimen de Pyongyang es estaliniano y no es difícil imaginar al equivalente norcoreano de Petrov temblando delante de sus pantallas mientras decide si prefiere morir rápidamente desintegrado por un misil americano o algo más lentamente desmembrado por el Querido Líder.

En resumidas cuentas, las posibilidades de que algo salga mal son innumerables y, después de repasarlas, Michael Auslin llega a la paradójica conclusión de que hay que echar una mano a Corea del Norte. ¿Cómo?

Primero, estableciendo una línea de comunicación directa, un teléfono rojo como el que existía entre Washington y Moscú, para deshacer posibles malentendidos.

Y segundo, enseñando a Pyongyang cómo mantener de forma segura unos misiles destinados a vitrificar Nueva York o Washington.

Puede parecer una chapuza de solución, pero es que el mundo es así.

El Juego de la Gallina. Juan José Heras.

En julio de 2017 el régimen norcoreano efectuó el lanzamiento de dos misiles balísticos intercontinentales que, según los expertos, tendrían el alcance suficiente como para llegar a EE.UU. Posteriormente, en septiembre de 2017,  llevaron a cabo, al parecer de forma exitosa, la prueba de una bomba de hidrógeno que podría incorporarse a los misiles mencionados anteriormente.

Esta última prueba nuclear se produce como respuesta a los recientes ejercicios militares conjuntos entre EE.UU. y Corea del Sur, lo cual entraba dentro de lo esperado, aunque no de manera tan contundente. Más significativo es, sin embargo, el hecho de que esta prueba se haya llevado a cabo el mismo día que Xi Jinping inauguraba el foro de los BRICS, eclipsando así su protagonismo como anfitrión del mismo, ya que se celebraba en China este año.

El mensaje parece claro, Kim Yong-un tiene la determinación para convertir a su país en una potencia nuclear y no se dejará intimidar ni por las presiones de la comunidad internacional, encabezada por EE.UU., ni por el cada vez más estricto cumplimiento chino, su tradicional valedor, de las sanciones económicas impuestas al régimen de Pyongyang.

Ante esta situación, ¿cuáles son las líneas rojas de cada país para llegar a un enfrentamiento armado?

La línea roja para EE.UU. sería un ataque de Corea del Norte a los países con los que tiene firmado un acuerdo de defensa en la región. Para China sería la caída del régimen norcoreano como consecuencia de una acción militar estadounidense, o la reunificación de las dos coreas según los criterios occidentales. Por tanto, el desenlace perfecto para cada uno de ellos parece coincidir con la línea roja del otro, y puesto que ambos pretenden evitar el enfrentamiento militar, es posible que no veamos ninguno de estos dos escenarios.

Ninguno de ellos quiere, puede permitirse, o le compensa, traspasar la línea roja del otro. Sin embargo, ambos buscan aprovechar la situación para maximizar sus ganancias. En este sentido, China, con el apoyo de Rusia, pretende que EE.UU. renuncie al escudo antimisiles THAAD y reduzca sus ejercicios militares en la región, para lo cual aboga por una doble suspensión; de las maniobras militares estadounidenses y el THAAD por un lado; y de las pruebas nucleares norcoreanas por otro. EE.UU. en cambio, prefiere tensar la cuerda hasta el extremo en que las provocaciones de Corea del Norte no sean aceptables, justificando así una caída del régimen que aleje a Pyongyang de China y la acerque a una Corea del Sur bajo los parámetros occidentales.

Esto se traduce en un estancamiento de las posibles soluciones, que únicamente favorece el avance de las capacidades nucleares de Pyongyang. Si esta situación se prolonga en el tiempo, podría ser el mismo régimen norcoreano quien finalmente rebajase la intensidad del conflicto una vez que considere que sus armas nucleares están suficientemente probadas. Este desenlace, que no es bueno ni para China ni para EE.UU., daría lugar a un nuevo statu quo en el que Corea del Norte fuera reconocida como potencia nuclear, garantizando así la supervivencia del régimen y desencadenando la nuclearización de otros países de la región.

Si Corea del Norte se convierte en una potencia nuclear, es muy probable que tanto Japón como Corea del Sur desarrollen esas mismas capacidades. Una región nuclearizada limita el control de China en su zona de influencia además de suponer una amenaza directa para su seguridad. Sin embargo, favorece el alejamiento de EE.UU. de Asia-Pacífico ya que los países de la región tendrían capacidad de disuasión propia frente a China. Por esta misma razón, EE.UU. perdería peso específico en la región y quedaría expuesto ante un hipotético ataque nuclear norcoreano, pero gana aliados en la región con capacidad nuclear.

Esta situación se parece mucho al juego de la gallina, que consiste en acelerar un coche contra otro para ver cuál de los dos gira antes el volante evitando así un desenlace fatal. El que más aguanta sin girar el volante se lleva a la chica, y si ninguno de los dos gira, los coches se estrellan y ambos pierden. En este caso, Pekín no quiere renunciar a que EE.UU. retire el escudo antimisiles y rebaje las operaciones militares conjuntas en la región, y Washington no pierde la esperanza de una Corea reunificada bajo su influencia.

Así, las preguntas que se plantean son:

¿Girará alguno de ellos el volante en este “juego de la gallina” o seguirán acelerando hasta que se estrellen los coches? ¿Y de girar alguno? ¿Quién lo hará primero? ¿Quién tiene más determinación para ganar el juego? ¿Quién pierde más?

¿Atacaría China a EEUU si este ataca primero a Corea del Norte? ¿O aceptaría una corea reunificada bajo el estándar occidental? ¿O consentirá finalmente que Corea del Norte se convierta en potencia nuclear y, por tanto, que Japón y Corea del Sur hagan lo mismo? ¿Beneficia a China una nuclearización de la región?

¿Atacará EE.UU. a Corea del Norte si continúa avanzando en la adquisición de sus capacidades nucleares, aceptando un posible enfrentamiento militar con China? ¿O consentirá finalmente que Corea del Sur tenga capacidad nuclear para justificar la adquisición de esas mismas capacidades por parte de Japón y Corea del Sur?

Para responder a estas preguntas, se establecen una serie de supuestos que son los que se consideran más probables y a partir de ellos se elabora la prospectiva sobre el conflicto. Así pues, se establece que:

  • Kim Yong-un no va a abandonar su programa nuclear porque sabe que se juega la supervivencia del régimen, pero tampoco va a atacar ni a EE.UU. ni a sus aliados en la región, porque sabe que eso legitimaría la intervención norteamericana con el consentimiento de China.

  • Si EE.UU. ataca unilateralmente a Corea del Norte, China defenderá a este país para dejar claro que Asia Pacífico es su zona de influencia y no se pueden tomar decisiones sin contar con ella. (Ya lo hizo y por este mismo motivo en los años 50 durante la guerra entre las dos coreas, cuando sus capacidades eran mucho más limitadas que ahora).

  • Si EE.UU. no ataca unilateralmente, ni consigue llegar a un acuerdo con China para sustituir a Kim Yong-un por otro dictador más manejable, Corea del Norte completará su programa y se convertirá en una potencia nuclear cambiando el statu quo de la región.

Por tanto, aunque ni a China ni a EE.UU. parece beneficiarles una Corea del Norte nuclear, en mi opinión, China prefiere que se estrellen los coches del “juego de la gallina” antes que girar el volante, esto es, prefiere mantener a EE.UU. alejado de su zona de influencia, aunque eso suponga convivir con otras potencias nucleares en la región. Por tanto, EE.UU., salvo error de Kim Yong-un (atacar primero), deberá renunciar a una Corea unificada, o permitir que se estrellen los coches, lo cual parece exagerado incluso para la Norteamérica de un personaje como Trump, que pese a su carácter imprevisible está pasando por el aro en todos los temas de política internacional, como se ha podido comprobar recientemente con el caso de Afganistán.

INTERREGNUM: Estados Unidos en Asia. Fernando Delage

La desautorización del secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, por su presidente, Donald Trump, tras declarar en Pekín la semana pasada que los canales de diálogo con Pyongyang están abiertos, no es sólo una torpeza diplomática. Es un nuevo reflejo de algo mucho más grave: la falta de una estrategia en la Casa Blanca.

La improvisación nunca es buena consejera, y así lo demuestra la propia historia de la política exterior norteamericana en Asia, objeto de un excelente libro de reciente publicación: “By More than Providence: Grand Strategy and American Power in the Asia-Pacific Since 1783” (Columbia University Press, 2017). Su autor, Michael Green, profesor en la universidad de Georgetown, realiza una exhaustiva investigación de la diplomacia norteamericana en Asia desde el nacimiento de la República hasta Obama. Como responsable de Asia en el Consejo de Seguridad Nacional durante la administración de George W. Bush, Green se percató de la falta de referencias históricas: aunque parezca difícil de creer, no existía ninguna fuente que, de manera sistemática, analizara la evolución de la política de Estados Unidos en la región. Este libro es el resultado de su esfuerzo por cubrir ese hueco, una vez de vuelta en el mundo académico.

Además de una minuciosa valoración de la estrategia seguida por sucesivas administraciones, el autor identifica una serie de impulsos opuestos que han aparecido de manera constante a lo largo de estos dos siglos. Entre ellos, señala Green, ha habido una inclinación alternativa a elegir bien Europa o bien Asia como área prioritaria; una oscilación entre una estrategia continental o marítima (es decir, entre optar por China o por Japón como pilar central de la política asiática norteamericana); una elección por los objetivos geoeconómicos sobre los geopolíticos (o viceversa); y un hincapié—o, por el contrario, ausencia—en la la promoción de los valores liberales y democráticos.

Desde las primeras misiones marítimas de la recién creada república al “pivot” de Obama a principios de la segunda década del siglo XXI, Green saca a la luz aspectos poco conocidos incluso por los expertos y ofrece interesantes lecciones para el futuro. Una de sus conclusiones fundamentales es que Washington obtuvo resultados positivos siempre que se acertó en la definición del contexto regional y de sus implicaciones para los intereses de Estados Unidos. Lo que solía ocurrir cuando la estrategia la formulaban funcionarios y políticos con un conocimiento profundo de Asia, y existía una verdadera coordinación entre departamentos, así como entre éstos y la Casa Blanca.

No cabe esperar que Trump se lea un libro de más de 700 páginas como éste. Sin embargo, encontraría en él muchas claves sobre qué no hacer si quiere frenar la rápida pérdida de credibilidad de Estados Unidos entre sus aliados y socios asiáticos.

Tailandia y Estados Unidos: sumando apoyos. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Acaba de visitar Washington el primer ministro tailandés, el general Prayut Chan-o-cha, invitado por Trump con el propósito de reforzar las relaciones bilaterales entre ambas naciones y promover la paz, seguridad y prosperidad en la región del sudeste asiático, según el comunicado oficial. La Casa Blanca está intentando acercarse a sus aliados y amigos en la zona, con el objetivo de fortalecer lazos e ir sumando apoyos y acuerdos en algún tipo de salida al peligro de Corea del Norte e incluso, en el indeseado escenario de que sea necesario un ataque para poner fin a sus amenazas.
Tailandia es el aliado más antiguo de los Estados Unidos en la región del sureste asiático. Doscientos años de cordiales relaciones, hasta el golpe de Estado de 2014 que destituyó a la anterior primera ministra Yingluck Shinawatra, democráticamente elegida, y opacó estas relaciones. La respuesta de la Administración Obama fue castigarlos con un enfriamiento diplomático, y oficialmente se solicitó a la “Junta militar” (el nuevo gobierno tailandés) convocar elecciones libres. A pesar de las dificultades políticas en Tailandia, no se debió desconocer los estrechos lazos, en los que Washington ha invertido tiempo y dinero, dada la importancia estratégica de mantenerlos. Según documentos del Departamento de Estado, Tailandia es un país clave en el mantenimiento de la paz y la seguridad regional. Tanto es así que en el año 2003 Estados Unidos calificó a Tailandia como uno de sus grandes aliados fuera de los que forman parte de la OTAN.
El hueco dejado por los Estados Unidos fue rápidamente llenado por China y Filipinas, que se apresuraron a asistir estratégicamente a Tailandia en ese momento de abandono, pues solo en apoyo militar Washington suspendió casi 5 millones de dólares en programas de financiación, ejercicios y maniobras militares. La frustración del nuevo gobierno tailandés con Washington les hizo virar hacia Beijing, quien les ofrecía incrementar acciones militares, como el desarrollo de nuevos ejercicios conjuntos e incluso la adquisición de equipos chinos, como submarinos, que, según Geoffrey Hartman, del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, constituyen la adquisición más costosa en la historia militar de Tailandia. Y todo, a pesar de que Obama reconsideró su postura en 2016, anunciando la visita del almirante Harry Harris, el oficial de más alto rango en el Comando estadounidense en Asia. La fisura ya era visible, y aunque se restablecieron mucho de los programas, no se restauraron todos.
Desde 1950 el Tailandia ha recibido de Estados Unidos ayuda militar, entrenamientos, construcción y mejoramientos de sus instalaciones militares. Las maniobras Cobra fueron una práctica rutinaria durante más de 3 décadas entre ambos países, unos ejercicios militares con vehículos anfibios, helicópteros, simulacros de ataques bacteriológicos o químicos, entre otras cosas. Y en términos comerciales, tan solo en el año 2015 los intercambios entre ambos países ascendieron a más de 37 billones de dólares, nada despreciables.
La Administración Trump ha dejado clara la prioridad que ocupa Tailandia en su agenda, desde el comienzo de su legislatura. El propio Trump, en una llamada telefónica en primavera, invitó al primer ministro tailandés a la Casa Blanca. En julio, el embajador estadounidense Glyn Davies pidió a la Junta Militar su apoyo para imponer sanciones al régimen norcoreano, a pesar de que los tailandeses habían expresado su deseo de jugar un papel mediador con Pyongyang. El secretario de Estado Tillerson hizo una parada en Bangkok en agosto, en su primera visita a Asia. Y por último la declaración conjunta hecha en el marco de este encuentro entre el primer ministro tailandés y el presidente estadounidense, en la que expresaron su disposición a repotenciar la alianza de seguridad común, continuar con las fuertes y largas relaciones diplomáticas y generar un mayor acercamiento en las relaciones comerciales en pro de la prosperidad. Todo ello orientado a mantener activa esta antigua alianza en la que Estados Unidos gana con mantener una fuerte presencia estadounidense en la región.
Parece que Trump tiene claro cuál será el rol de Tailandia durante su gestión, a pesar de su improvisación en las relaciones exteriores y sus constantes tropiezos, y empieza a vislumbrarse un plan estratégico que incluye muchos actores para enfrentar la creciente amenaza de Kim Jong-un y consagrar una presencia estratégica permanente que, además, mande un mensaje claro a China.

¿Pero qué pasa con el mundo? Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- En los últimos días parece que se han soltado a los jinetes del apocalipsis. Por un lado los tremendos huracanes que han golpeado sin piedad a las islas del Caribe, las costas de Florida y los múltiples terremotos que han azotado a México; por otro el presidente Trump que aparece en el foro internacional que ha mantenido la paz relativa en el planeta durante más de medio siglo afirmando sin ninguna delicadeza que su prioridad es y será América primero, dejando por el suelo la esencia de Naciones Unidas y menospreciando su trayectoria y los logros en la estabilidad del mundo. Y, por si fuera poco, rematando su discurso con la amenaza de la destrucción total de Corea del Norte.

Si el discurso de Trump sorprende, la respuesta a éste tampoco deja a nadie inadvertido. Kim Jong-un afirma que “domará con fuego al viejo chiocho estadounidense mentalmente desquiciado”. Lo que en otras palabras viene a ser lanzamiento de más misiles, que si además tomamos las declaraciones hechas por el ministro de exteriores norcoreano se podría deducir que se están refiriendo a probar la bomba nuclear más potente sobre el Pacífico, lo que podría tener consecuencias fatales para la zona y los aliados estadounidenses en la región. Pero, además, Pyongyang podría estar intentando replicar lo que hizo China en la década de los 60 para demostrar su capacidad nuclear con una detonación atmosférica de un arma atómica, lo que le otorgó a China el reconocimiento de un estado nuclear.

La nueva dinámica de la diplomacia estadounidense es inédita. Mientras el presidente no modera su vocabulario con el uso de “hombre cohete” u “hombre loco” para definir a Kim Jong-un, bien sea en su cuenta de twitter o en sus discursos; el secretario de Estado Tillerson intenta normalizar la situación a través de reuniones privadas. Mientras, Nikki Haley, embajadora estadounidense ante la ONU, aumenta su zona de influencia en la diplomacia internacional y con un tono más regio ha ido dando pasos importantes, como las ultimas sanciones aprobadas por el Consejo de Seguridad en contra de Corea del Norte, las más severas hasta ahora, que otra vez contaron con el apoyo de China y Rusia.

Este paquete de sanciones prohíbe una serie de exportaciones norcoreanas, incluido textiles, carbón y mariscos, lo cual tiene el objetivo de eliminar un tercio de los ingresos por exportaciones del país. Las estimaciones indican que Corea del Norte exporta alrededor de 3.000 millones dólares en bienes cada año, y que las sanciones podrían eliminar 1.000 millones de dólares de ese comercio. Además, limita a 500.000 barriles de derivados del petróleo a partir de octubre y hasta 2 millones de barriles al año, de acuerdo a documentos oficiales de Naciones Unidas.

En lo que hay unanimidad es en el inminente peligro de Corea del Norte y sus juegos nucleares, que con cada prueba afina su capacidad atómica. Finalmente, las grandes potencias están alineadas para castigar el arbitrario comportamiento de Pyongyang y vigilar si el compromiso de China es total. Por primera vez, Kim Jung-un podría encontrarse en una situación de aislamiento absoluto y sin proveedor que satisfaga sus necesidades.

La paciencia parece agotarse en este lado del planeta. La noche del sábado sobrevolaron la zona desmilitarizada entre las dos Coreas bombarderos estadounidenses, otro aviso de Washington a Pyongyang, que de acuerdo al Pentágono “es un claro mensaje de que el presidente tiene muchas opciones militares para derrotar cualquier amenaza”. En pocas palabras, que están listos para atacar.