Entradas

INTERREGNUM: Eurasia marítima. Fernando Delage

En la era de la geoeconomía, el poder marítimo ha adquirido una nueva relevancia, como demuestran los movimientos de las grandes potencias asiáticas. Poco más de un siglo después de que el almirante Alfred Mahan, uno de los padres fundadores de la geopolítica, escribiera El problema de Asia (1900), tanto China como India siguen sus lecciones y dedican una especial atención a la dimensión naval de su ascenso. No se trata tan sólo de contar con la armada que requieren sus ambiciones de proyección de poder: su comercio e inversiones, la logística y cadenas de distribución de sus empresas, el imperativo del acceso a recursos naturales y la protección de las líneas de comunicación, son elementos indispensables de su seguridad marítima.

Ese esfuerzo de ambas, como de Rusia, es el objeto de un libro de reciente publicación del profesor de la Universidad Nacional de Defensa de Estados Unidos, Geoffrey F. Gresh (To Rule Eurasia’s Waves: The New Great Power Competition at Sea, Yale University Press, 2020). Cada una de estas potencias, escribe Gresh, aspira a lograr un mayor estatus internacional y a expandir su influencia más allá de su periferia marítima. Es una competición que desafía el orden liderado por Estados Unidos desde la segunda postguerra mundial, y que marca el comienzo de la era de las potencias marítimas euroasiáticas.

De manera detallada, el libro examina el aumento de capacidades navales de cada una de estas potencias, así como sus movimientos en sus respectivos mares locales (del Báltico al mar de China Meridional, del Mediterráneo al Índico). Gresh identifica por otra parte las características esenciales de las aguas que rodean Eurasia, incluidos los cuellos de botella estratégicos y las líneas de navegación. Sus fuentes confirman la determinación de estos gobiernos de adquirir un mayor protagonismo global mediante el juego económico que despliegan en el terreno marítimo. El autor identifica el particular el océano Ártico como la próxima frontera de esa competición global. Como consecuencia del deshielo del Ártico, Eurasia ha dejado de ser rehén de la geografía y, aquí, es Rusia quien tiene ventaja.

No obstante, desde una perspectiva más amplia, es China quien parece haber desarrollado la estrategia mejor adaptada a la nueva rivalidad. Mediante la iniciativa de la Ruta de la Seda, Pekín ha utilizado su poder económico y financiero para invertir en puertos e infraestructuras marítimas, desde el Mediterráneo hasta Asia oriental. Rusia—además del Ártico, concentrada en el mar Negro y en el Báltico—es para la República Popular un socio más que un competidor, lo que representa un nuevo bloque que debe afrontar Estados Unidos como ya hizo en la década de los cincuenta y sesenta del siglo pasado. En cuanto a India, su tardío reconocimiento de la presencia china en el océano Índico le ha obligado a reforzar su estrategia naval y a acercarse tanto a Estados Unidos como a Japón.

La preocupación del autor es que esta competición marítima en torno a Eurasia conduzca a posibles choques accidentales. Frente a la “retirada” relativa de Estados Unidos, Rusia y China se encuentran cada vez mejor situadas para unificar y controlar las líneas marítimas estratégicas que rodean Eurasia. Para evitarlo, recomienda a la administración norteamericana competir con las inversiones chinas en el exterior, desplegar mayores recursos navales en el Indo-Pacífico, prestar mayor atención a la apertura del Ártico y, sobre todo, no desatender a sus aliados, especialmente a Japón, India y Australia. Buena parte de sus sugerencias han sido seguidas tanto por la administración Obama como por la de Trump. Pero en el enfoque de este último se han echado en falta tanto las prioridades económicas como el acercamiento a socios y aliados. Si algo ha enseñado la historia de Eurasia ha sido la imposibilidad de su control por una única potencia. Puede que Rusia y China no mantengan eternamente su actual proximidad, ni resulta plausible que Estados Unidos ceda a medio plazo su estatus de principal actor naval. Pero, por primera vez en la historia del continente, las fuerzas continentales y marítimas coinciden en una misma dinámica de transformación, como resultado de que una misma nación—China—intenta centralizar ese doble orden, continental y marítimo. Washington ya está respondiendo a esta nueva realidad; la Unión Europea aún debe incorporar a sus planes estratégicos la dimensión marítima. (Foto: Flickr, Rojs Rozentâls)

欧盟担心中国和美国达成协议

(Traducción: Isabel Gacho Carmona) 中国和美国将开始就如何管理保护主义体系之间的贸易战威胁进行谈判。 欧盟担心他们达成了配额分配协议,使欧洲公司退出。并不是说欧盟不那么保护主义,而是因为它担心没有它的口粮。

“我们赞成基于规则的公平的全球贸易,但规则必须对每个人都一样” 说Jyrki Katainen,欧盟委员会副主席兼就业促进,增长,投资和竞争力专员被问及 可以就中美之间的协议可能对欧盟产生的影响。 自从习近平和唐纳德特朗普同意实施为期90天的休战以来,欧盟与中国首次会晤后发表了这一声明。

欧盟如果考虑到中国需要它作为美国的平衡力量,它可以发挥重要作用。欧盟可以发挥它的经济实力,虽然它有危机,但并不像有时说的那样不重要。

但欧洲有一个漏洞。 它仍然缺乏其成员之间商定的外交政策,它仍然没有获得政治上的突出地位,更不用说军事了,它继续在同一水平上对美国和中国提出批评. 虽然我们必须记住,有一点是欧洲委员会的立场,另一件事是法国和德国的国家的具体意见。

但缺乏共同标准(没有国家利益的确定)这一事实使欧洲的主角更加困难; 法国,德国和其他国家(其中包括西班牙)实现投资和业务领域的举措揭示了社区项目的弱点。

因此,现在可能是时候停止对缺乏这种统一战略表示遗憾试图找到并假设成员国的国家利益中最低的共同点,采取一些应该更多地面向自由贸易的措施,而不是提高欧洲市场的保护主义壁垒。 这并不容易,但这是挑战。

China and the seduction of Syracuse. Miguel Ors Villarejo

During the colloquium that closed the event ¿Planeta China?, one of the attendees raised the question whether the Western criticisms of the People’s Republic were the result of envy, because they had found a more efficient regime than our democracies. The question reveals an admiration for the dictatorships that many naive people believed eradicated after the fall of the Berlin Wall. However, it periodically regresses and even has a name: the seduction of Syracuse.

The expression was coined by Mark Lilla and it refers to the attempt to establish a government of philosopher kings in the Syracuse of Dionysius the Younger. Encouraged by an old student of his Academy, Plato moved to the island to see if the tyrant was a different kind of leader, willing to constrict his power to the limits of reason and justice. The experiment was a failure and, although Plato resigned as soon as he realized that his hiring had been a mere image operation, the episode has remained for posterity as the first documented example of the fascination that despots exercise in intellectuals.

The recent history of Europe is full of eminent figures who, unlike Plato, had no objection to serving modern Dionysus. “Their stories are infamous,” writes Lilla: “Martin Heidegger and Carl Schmitt in Nazi Germany; Georgy Lukács in Hungary; maybe someone else. Many, without taking great risks, adhered to the fascist and communist parties on both sides of the Berlin Wall […]. A surprisingly high number pilgrimed to the new Syracuses: Moscow, Berlin, Hanoi or Havana. As observers, they carefully choreographed their trips […], always with a round-trip ticket”, and explained to us their admiration for collective farms, tractor factories, sugarcane plantations or schools,” although for some reason they never visited prisons. “

As now happens with the propagandists of Maduro’s Venezuela, this type of thinker visits Siracusa especially with his imagination, standing behind the desk of the Complutense, while deploying his “interesting and sometimes brilliant theories” to justify the sufferings of people he will never look in the eye. At what point did it become acceptable to argue that despotism is “something good, even beautiful?”

In his essay, Lilla reviews different explanations. Isaiah Berlin blames the Enlightenment. The philosophes were convinced that social problems, like physics and mathematical ones, had one and only one solution, and their subsequent imitators were dedicated to hammer reality into it. Jacob Telman thinks, on the contrary, that communist or fascist fanaticism has little to do with reason and it is rather the fruit of the conversion of ideology into a new religion.

Raymond Aron, on the other hand, blames the arrogance of the academics, who, during the Dreyfus scandal, abandoned their natural environment (research) to teach their ignorant compatriots how to govern themselves. But Jürgen Habermas warns, with no little foundation, that this could be true in France, but that in Germany the opposite happened: the withdrawal of the academics to their ivory tower facilitated the rise of Hitler.

After this recapitulation, Lilla offers his own thesis and observes that the most striking thing about Dionysus is that he was a philosopher. As Plato teaches, curiosity supposes the overcoming of the animal condition and it is concreted in a desire to “procreate in the beautiful” that leads some to become poets and others to be interested in “the good order of cities and families”. It is a laudable impulse, but one that requires, like all, temperance. “The philosopher,” says Lilla, “knows the madness of love of wisdom, but cannot give away his soul; he always keeps control. “

Unfortunately, that is not always the case. Many intellectuals throw themselves into the arena “burned by ideas”. “They consider themselves independent, when, actually, they let themselves be led like sheep by their inner demons.” That is what the seduction of Syracuse consists of: in an inertia that drags you behind some ideal.

Resisting that attraction is not easy. The brilliant promises of utopia contrast with the grey spectacle of our imperfect democracies, subject to recurrent crises and incapable of reaching an equilibrium to all. We live in a constant yearning for the “good order of cities and families” and that anxiety makes us vulnerable to the charms of any unscrupulous individual.

What the success of China inspires to its critics it is not envy. It is fear. (Traducción: Isabel Gacho Carmona)

向前迈进

来自板门店边境地区的朝鲜和韩国政界和军方领导人之间的新任命非常重要. 在一片哗然和宣传行动, 两国保持自己的议程和进展双边问题, 虽然中国和美国的密切监督其实是个好消息. 我们不能忘记, 这种监护并不是绝对的, 每个国家都有自治权, 而这反过来又影响了其赞助者的策略.

 

几个月前, 目前的双边关系是不可想象的.  尽管存在风险, 它可能已经开启了不可逆转的过程. 在这种情况下,韩国承担更大的责任.韩国 必须像任何民主国家一样给予公民答案和解释, 也必须与一个不稳定的美国总统保持平静和坚定, 同时建立更好的区域联盟。

 

议程尚不清楚, 但毫无疑问, 无核化, 商业交流新流程的开放以及离散家庭问题的研究, 将摆在桌面上. 这些是新的手势, 可表明有一个可信的项目在运动. 这些双边进展无法解决问题 但是他们可以为巩固这个伟大的过程做好准备.

América, Trump, Rusia y China

La Administración Trump, o al menos una parte de ella, parece haber vuelto la vista, quizá solo de reojo, hacia México y la América del sur, la que habla español y portugués. La gira de Rex Tillerson, que lleva meses con un pie fuera del Gobierno pero no acaba de irse, ha intentado recomponer lazos, calibrar apoyos para alguna salida en Venezuela y alertar sobre cómo la creciente influencia y penetración económica de Rusia y China pueden alterar la relación con Estados Unidos y la cultura de la gestión de los negocios.

La estrategia rusa, con menos capacidad económica, está orientada a encontrar nuevos espacios de influencia y nuevas alianzas en la estrategia de Putin de ser reconocido como la tercera, tras EEUU y China, y, si pudiera, la segunda, potencia mundial y gran socio para la gobernación mundial. En realidad, al menos de momento, Rusia trata de tener cabezas de playa lejos para reforzar los grandes retos cercanos como son Ucrania, el viejo espacio de influencia soviético y Oriente Medio.

El caso de China es diferente. Aspira a lo mismo, pero de otra manera. A China le mueve el negocio y tiene liquidez, y a través de éste ya llegará la influencia. Pero Rusia y China no son precisamente campeones de la libertad de mercado ni la transparencia. Y tampoco de la excelencia en construcciones y tecnología. Y América Latina tiene urgencias en institucionalización, tejido competitivo, seguridad y orden jurídico.

Pero Estados Unidos no es inocente. Lleva décadas de inacción en lo que despreciativamente han denominado su patio trasero. Además de buscar lazos comerciales, su política exterior ha sido errática. Superados los regímenes autoritarios de los años setenta y ochenta, EEUU apenas ha tomado iniciativas políticas salvo para, con Obama, negociar con Cuba un tratado que dejaba margen a seguir con la dictadura.  Y ni hablar de Venezuela donde, salvo grandes palabras, han dado espacio al chavismo durante años.

Ahora, EEUU parece querer reaccionar ante las estrategias de Rusia y de China. Pero tendrá que ir más allá de las visitas y reducir el proteccionismo levantando las antiguas banderas de las libertades, tanto políticas como de mercado. (Foto: Buddhima W. Wickramasingue, Flickr)

¿Macron como alternativa?

Los recientes escenarios internacionales, y Davos no ha sido una excepción, han visualizado como Francia, con la retirada de Gran Bretaña de la UE y una Alemania titubeante en el escenario internacional por sus deudas con la Historia, está imponiendo cierto liderazgo europeo, bandera europea con intereses franceses, en la escena. Y esto ante una complacencia poco crítica de muchos, fascinados por la personalidad del presidente Enmanuel Macron.

Pero se debería ver más allá de las palabras. En Davos, Macron y Merkel han hecho buenos discursos contra el proteccionismo que deben ser aplaudidos. Pero no debe perderse de vista que durante el año pasado Francia utilizó en varias ocasiones el poder del Estado para vetar algunas inversiones extranjeras en empresas francesas, viene defendiendo obstáculos en abrir la PAC (política agraria común) de la UE, y frena, con la alianza tibia de España, la llegada de productos norteafricanos a los mercados europeos. La afirmación, desde medios gubernamentales franceses, de que “Francia está de vuelta” no parece muy lejos de afirmaciones como “América fuerte otra vez” que suenan desde el otro lado del Atlántico.

En la misma línea sorprende el relativo optimismo con que se ha acogido la frase del presidente Trump en Davos de “América primero pero no sola”. Ciertamente sugiere voluntad de negociar mayor que hace unos meses, pero de momento no cambia su estrategia de construir una fortaleza contra la globalización salvo en lo que beneficie los intereses a corto plazo de EEUU.

Concretamente en el área Asia-Pacífico, Francia, como otros, está muy interesada en acuerdos comerciales con China para beneficios bilaterales y lleno de medidas cautelares que protejan sus mercados respectivos, aunque presentados en coincidencia con el cómodo discurso chino de control interno para competir en el exterior.

Francia nunca ha sido precisamente un enemigo del proteccionismo ni del unilateralismo, como bien ha demostrado en sus políticas africanas. Sólo que las ha presentado como políticas europeas cuando en realidad eran, y son, francesas. Y Macron no sólo no ha rectificado ese rumbo, sino que lo está robusteciendo.

Donald Trump en su laberinto. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Parece que la locura que vive estos días la Casa Blanca la ha desencadenado la salida del polémico libro “Fuego y furia” que inicialmente parecía poder aportar las claves de los intríngulis internos, uno de los asuntos más escabrosos que ha mantenido a la prensa en vilo por 12 meses.

Veníamos de 8 años consecutivos de relativa normalidad, y digo relativa porque la presión e inmediatez con la que se trabaja alrededor del presidente estadounidense es muy alto y los niveles de tensión máximos. Pero si a Obama algo no se le puede criticar es precisamente la lealtad para con su círculo cercano, y la sensibilidad con la que él personalmente trató a todos los que, de una u otra manera, pasaron por allí. Si además hacemos una pasada rápida por la vida personal de Obama, no hay nada oscuro, más bien se podría decir que la ética y la moral son su marca personal.

Ahora no sólo pasamos a lo dramáticamente opuesto, sino que la polémica en torno a Trump ha existido siempre, en sus negocios, su dudosa manera de cerrarlos, en su vida persona (aunque  esta parte es mejor dejarla para una columna de cotilleo rosa que es más apropiada) ; pero, en pocas palabras, su vida que ha transcurrido entre fama, riqueza y féminas. Y esto sin mencionar aquellos comentarios totalmente inapropiados que hizo, aún en campaña, sobre las mujeres, que son un claro reflejo de su persona y quién es el individuo.

Como si todo esto no fuera ya suficiente, sus cercanas relaciones, como Steve Bannon, que ahora es el “Descuidado Bannon”, (como lo ha llamado el propio Trump), fue quién ayudó al autor del libro a acceder a la Casa Blanca, y quien ha afirmado que sólo durante la campaña, el abogado personal de Mister Trump tuvo que silenciar unas 100 mujeres con dinero para que no se filtrara a la prensa.

 Además, está la investigación de los nexos de los Trump con Rusia, que también es mencionada en el libro de Wollf; que, valga decir, ha sido la sombra más oscura que persigue a ésta Administración, aunque hubo un breve espacio de calma cuando el General Flynn, (elegido para ser el Consejero de Seguridad Nacional), se declaró culpable de haber mentido al F.B.I. Pero hasta ahora, algunas afirmaciones hechas por el autor siguen flotando en el aire en busca de que se pueda determinar su veracidad, mientras que muchas otras se han ido desmoronando por no ser auténticas. El mismo Bannon, que apadrinó el libro, se retracta cuando empieza a encontrarse aislado y mientras se le retira el apoyo económico.

Además, la pasada semana se conoció el desafortunado adjetivo que Trump utilizó para referirse a países como Haití y el Salvador junto con países africanos, mientras que afirmaba que debía traerse noruegos en vez de ciudadanos de estos países. Dejando por sentado, una vez más, su autentica posición, que nos lleva atrás, a las concentraciones de los blancos supremacistas, el desdichado incidente en Charlottesville, y como estos grupos extremistas se sienten apoyados por el presidente y su clara preferencia hacia los blancos.

Pero tal y como afirmo Steven Collinson, periodista de CNN, el que haya visto su carrera no se sorprende ante estos comentarios, lo que sorprende profundamente es que el presidente de Estados Unidos sea capaz de admitir su tendencia en reuniones con otros políticos, o altos funcionarios. Es como darle un bofetón a la historia de este país, y los intrincados problemas raciales aún existentes en ésta sociedad.

Y para cerrar la semana, como si no hubiera sido suficiente todo lo mencionado, Trump cancela su viaje a Londres, preparado para principios de febrero, en el que debía inaugurar la “Gran Fortaleza del Támesis”, tal y como le llaman, la nueva embajada estadounidense, y culpa a Obama de ello, afirmando que la venta de la embajada previa se hizo por cacahuetes, o sea, por un precio irrisorio. Como si esa decisión la hubiera tomado la Administración anterior, cuando realmente fue bajo la Administración Bush, pero ejecutada en la Obama.

Pero, en su estilo propio, Trump hizo el anuncio de la cancelación del viaje por su cuenta de Twitter, lo que le ahorró trabajo burocrático al Departamento de Estado para buscar excusas diplomáticas y justificar tal ausencia. Otra prueba de la ligereza con que el presidente estadounidense trata las relaciones con uno de los aliados históricos de este país.

Pero seguramente Míster Trump no estaba dispuesto a estar en Londres rodeado de manifestantes protestando por su visita y sus irreverentes formas y comentarios.

Otra prueba de la crisis interna es la dimisión del embajador estadounidense en Panamá. Diplomático de carrera desde los años 90, experto en el continente americano, desde Canadá hasta la Patagonia incluido el Caribe, explica que no puede servir al Estado bajo la presidencia de Trump. Como buen diplomático se reserva los detalles, pero que en el fondo es público que uno de los grupos más afectados de las imprudencias o incluso ignorancias de Trump son los diplomáticos que deben intentar mantener un tono adecuado y respaldar la línea presidencial.

Si cuesta creer que todo esto esté pasando simultáneamente en Washington, hay que estar atento a los movimientos  y ver que hará el partido republicano, si intentar suavizar la gravedad de la situación o si más bien comenzará una carrera para sustituir a Trump, quien está destruyendo la imagen de su partido y poniendo en una situación de riesgo a una sociedad que en el fondo es profundamente conservadora y le ha costado mucho llegar a donde se encuentra actualmente. Una sociedad en la que el racismo se ha minimizado y penalizado, en la que el respeto y las formas son importantes, y en la que el discurso del presidente debe por encima de todo unir a razas y religiones, pues Estados Unidos es un país de inmigrantes y de colores que van desde el blanco mas puro hasta el negro más profundo. (Foto: Donald McCristopher, Flickr)

Cuando fuimos los mejores. Juan José Heras.

China ha pasado de fabricar productos textiles y bienes de consumo barato en los años 80 a disponer de industrias en sectores con una mayor componente tecnológica como por ejemplo los de automoción, maquinaria, electrónica, productos químicos, etc. Asimismo, su mayor competitividad en el mercado global ha contribuido a multiplicar exponencialmente sus exportaciones.

Desde el mundo desarrollado se acusa a China de hacer “trampas” para mejorar su capacidad industrial y sus exportaciones. Entre ellas, destacan las de subsidiar a sus empresas, un tipo de cambio devaluado, la regulación de los precios de la energía o los tipos de interés artificialmente bajos.

Sin embargo, aunque todos estos factores han contribuido al desarrollo industrial de China, no son la base de su transformación industrial. Según los expertos, el éxito del gigante asiático se ha debido principalmente a una ubicación geográfica excepcional como núcleo manufacturero en Asia y a la combinación de un coste laboral del tercer mundo con infraestructuras del primer mundo.

Además, parece ser que hubo un tiempo en que fue al revés. En el siglo XVIII, la industria de porcelana en Europa se desarrolló gracias a los informes de los misionarios jesuitas sobre las técnicas chinas, consideradas por Pekín como secretos comerciales. Asimismo, los británicos establecieron una industria del té en India gracias al robo de plantas de té en China, ya que su exportación estaba prohibida. Pero no hace falta remontarse tanto en el tiempo, a principios del siglo XIX Estados Unidos estableció su primer complejo textil en Lowell (Massachusetts) gracias al espionaje industrial en Europa.

También en el vecindario chino encontramos casos significativos como los de Japón, Corea del sur y Taiwán, que después de la segunda guerra mundial llevaron a cabo técnicas de ingeniería inversa de la tecnología occidental. Con estos ejemplos, no se pretende justificar el robo de propiedad intelectual, sino poner de manifiesto que es una realidad universal que termina cuando los beneficios de proteger las patentes propias son mayores que los que aporta el robo de tecnología extranjera. China está cada vez más cerca de alcanzar ese punto como indica el hecho de que esté comenzando a legislar sobre el asunto.

Además, pese a las desventajas competitivas, a la mayoría de las empresas extranjeras les sigue resultando rentable su presencia en el gigante asiático debido principalmente al descomunal volumen de su mercado y a la falta de fabricantes nacionales capaces de competir en el mercado internacional de productos de alta tecnología. Y es que no hay que tirar las campanas al vuelo ya que la producción industrial china sigue muy ligada al ensamblaje final de componentes, donde los márgenes de beneficio son muy pequeños, mientras que la parte más rentable, esto es el diseño y marketing de los productos finales, sigue en manos de las multinacionales extranjeras.

Por tanto, si nos alejamos de los tópicos y los discursos precocinados donde el sentir popular es que “los chinos nos comen”, sorprende descubrir que no están haciendo nada que no hayamos hecho antes en occidente, que no están “tan avanzados” todavía y que, pese a las quejas, nuestras empresas siguen beneficiándose de su presencia en China. Pero si hacemos caso de la historia, en este caso con características chinas, ¿veremos en el futuro a occidente copiando la tecnología china de nuevo?

INTERREGNUM: El amigo Xi, el rival China. Fernando Delage

El 18 de diciembre, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, presentó la esperada “Estrategia de Seguridad Nacional” de su administración. En sus 68 páginas, sus redactores—bajo la dirección del asesor de seguridad nacional, el general H. R. McMaster—han intentado una tarea imposible: combinar unas líneas de continuidad con la política exterior de administraciones anteriores, con los mensajes disruptivos del actual inquilino de la Casa Blanca. El resultado obliga a preguntarse por la utilidad del esfuerzo.

La estrategia describe de manera acertada el entorno exterior: “la competencia entre las grandes potencias ha regresado”. “China y Rusia, señala, han comenzado a reafirmar su influencia regional y global (…); están disputando nuestras ventajas geopolíticas y están tratando de cambiar a su favor el orden internacional”. El texto declara a China como un “desafío al poder, la influencia y los intereses de Estados Unidos”. Este hincapié en la naturaleza de su competencia con Pekín sí marca una significativa novedad con respecto a los documentos de otros presidentes. El escepticismo es inevitable, sin embargo, al contrastar lo que se dice con las palabras y las acciones de Trump.

El presidente ha declarado su admiración y amistad con su homólogo chino, Xi Jinping. A veces ha dado a entender que su relación personal con Xi convencerá a este último de la conveniencia de cooperar con Washington, especialmente en relación con Corea del Norte. Pero a los amigos no se les describe como hace la estrategia. Pekín no ha tardado de hecho en reaccionar negativamente a su anuncio. Más discutible es, con todo, que los medios propuestos vayan a facilitar la defensa de los intereses norteamericanos.

Uno de los pilares de la estrategia es el de perseguir la “paz a través de la fortaleza”. Pensar que mediante un aumento del presupuesto de defensa se va a frenar el ascenso de China representa un notable desconocimiento de cómo la República Popular está reforzando su influencia regional, y dotándose de unas capacidades asimétricas que minimizan el margen de maniobra norteamericano en Asia oriental. Igualmente incoherente resulta la política comercial sugerida. El documento no se equivoca al identificar algunos de los problemas que plantea la política económica de un sistema intervencionista como el chino; sin embargo, de poco van a servir las soluciones unilaterales propuestas. Washington podrá imponer sanciones a China, pero Pekín reaccionará con las suyas, perjudicando a los intereses de las grandes compañías norteamericanas. ¿Qué hará entonces Trump? Ya fue un grave error abandonar el TPP. El presidente se arriesga a ahondar aún más el aislamiento de Estados Unidos con su amenazas contra el acuerdo de libre comercio con Corea, contra NAFTA, o contra la OMC, sin que ello deriven en ningún caso ventajas para los exportadores de su país.

El problema de fondo es de credibilidad. El documento habla de una estrategia que se apoya en un “realismo basado en principios”. Pero “realista” no es un adjetivo que pueda atribuirse precisamente a Trump. El texto habla asimismo de “la indispensabilidad de la diplomacia para identificar y ejecutar soluciones”, y de la necesidad de “reforzar nuestra capacidad diplomática”. Y lo afirma el único Estado del planeta que no ha firmado el acuerdo de París sobre cambio climático (sus anteriores “compañeros” en esta categoría, Siria y Nicaragua, ya lo han hecho), y la administración que está desarbolando el departamento de Estado.

Ni hay una estrategia detrás de este documento, ni lo que declara refleja la realidad de este gobierno. La conclusión es que la política exterior de Estados Unidos está en crisis, y continuará estándolo mientras Trump permanezca en la Casa Blanca. Entretanto, lejos de favorecer su objetivo de restaurar una posición de dominio, el presidente está erosionando a gran velocidad la influencia norteamericana; una “oportunidad estratégica” para Pekín, que éste utiliza con notable habilidad.

China en Medio Oriente y Jerusalén, siempre en el centro

No es un secreto pero sí un dato que no se suele incorporar a los análisis sobre la evolución del mapa geoestratégico de Oriente Medio: China lleva más de una década posicionándose en esa zona con una extraordinaria habilidad: ha instalado y potencia bases navales en el sur de Pakistán (suní); mantiene relaciones comerciales y energéticas, por sus necesidades de un petróleo del que carece, con Irán (chíi), y ha mejorado notable y discretamente sus relaciones con Israel en los últimos cinco años. Esto está permitiendo a Pekín influencia y capacidad de mediación que ejerce con mucha moderación para impedir tensiones que dificulten su acceso a las materias energéticas que necesita o que desestabilicen las rutas comerciales que necesita abiertas y estables.

Y también ha desaconsejado a Estados Unidos el reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado de Israel. Pero detrás de esta decisión de EEUU hay muchos elementos que no siempre se tienen en cuenta.

Señalemos algunos errores que se cometen al plantear la cuestión. Jerusalén fue la capital política de Israel hace 3000 años y lo ha sido emocionalmente de los judíos desde entonces. Y es la capital del moderno Estado desde 1947, no una capital judía como se dice, sino de Israel, país del que son ciudadanos casi 3 millones de árabes musulmanes y cristianos, además de judíos. La capitalidad de un país no depende de quién la reconozca sino de cuál es la decisión de ese país.

El islamismo, 600 años después de la aparición del cristianismo, construyó su teología situando a Jerusalén como primera o tercera ciudad santa, según los tiempos, y desea ese reconocimiento.

Así se ha conformado una ciudad como lugar sagrado de las tres grandes religiones monoteístas y sólo desde la creación del moderno Israel disfruta de libertad de culto, aunque no sin tensiones.

Ahora bien, la decisión de Trump, ejerciendo una opción ya aprobada por administraciones anteriores, puede ser un error táctico. Aunque hay que señalar que Ryad y El Cairo fueron informados y los saudíes recordaron a los palestinos que había un posible acuerdo respecto a una capitalidad palestina en Abu Dis, un barrio al este de Jerusalén, que sería aceptada por Israel. De hecho, los israelíes han hecho esa oferta hace años. Pero públicamente los palestinos no pueden aceptar esto y egipcios y saudíes tienen que protestar y así lo han hecho con gran moderación. Nada parecido a una intifada se ha producido. Ni Hamas ni la ANP están interesadas realmente.

Así pues, el reconocimiento de Donald Trump, que ha incomodado al Gobierno israel, en contra de lo que dice, no es causa de que no haya conversaciones de paz sino su consecuencia. A partir de aquí los análisis. Y no perdamos de vista el papel de China.