INTERREGNUM: China y el revisionismo ruso. Fernando Delage

Es más que probable que en torno a Ucrania se estén decidiendo las reglas del juego del próximo orden internacional. Salvo que se vea traicionado por su impaciencia y se implique militarmente (con consecuencias que pronto se volverían en su contra), la presión de Putin puede darle su principal objetivo: rehacer la arquitectura de seguridad del Viejo Continente establecida hace treinta años, mediante el reconocimiento—aunque sea de facto—de su esfera de influencia.

Es cierto: Moscú le está dando a la OTAN la justificación para seguir existiendo; pero este es un problema básicamente para los europeos, pues la Casa Blanca—como bien sabe Putin—no quiere distracciones en su competición con China (todavía menos en función del calendario electoral que se avecina en Estados Unidos). Seis meses después del abandono norteamericano de Afganistán, y cinco años después de que Angela Merkel advirtiera que Europa debía tomar las riendas de su destino, la UE sigue manteniendo un papel de mero espectador. De manera inevitable, tendrá que extraer nuevas lecciones acerca de la cada vez más clara interacción entre el escenario geopolítico europeo y el asiático. Pero también lo hará China, inquieta porque los afanes revisionistas del presidente ruso le compliquen sus planes estratégicos.

Los disturbios en Kazajstán ya han sido un serio aviso para Pekín. Aunque haya vuelto la calma al país, la crisis ha puesto de relieve las limitaciones de la diplomacia china en una región clave para sus intereses. Con una frontera compartida de casi 1.800 kilómetros de longitud, China no puede ignorar una situación de inestabilidad tan próxima a Xinjiang, provincia donde residen minorías de etnia kazaja. Además del temor a que radicales uigures puedan movilizarse como consecuencia de las manifestaciones en la república centroasiática, Kazajstán es el puente entre China y Europa: recuérdese que fue en Astana donde Xi anunció la Nueva Ruta de la Seda en 2013. Los objetivos chinos requieren la menor interferencia rusa posible, de ahí que la incursión militar de Moscú trastoque las intenciones de Pekín de consolidar su dominio del espacio euroasiático (una pretensión por otra parte nunca bienvenida por las autoridades rusas).

El mensaje transmitido por Putin en este sentido ha sido bien claro: con independencia de cuánto invierta la República Popular en Asia central (sus intercambios comerciales con Kazajstán duplican los de Moscú), la potencia dominante es Rusia. China se ve ahora obligada a rehacer su círculo de influencia (que lideraba el destituido jefe de la inteligencia kazaja, Karim Masimov, acusado de instigar un golpe), pero también a reconocer que su política de concentrarse en los asuntos económicos para dejar en manos de Rusia las cuestiones de seguridad quizá haya llegado al final de su recorrido. Las maniobras de Putin y su recurso a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, marginando a la Organización de Cooperación de Shanghai (y por tanto a China), puede modificar la interacción entre ambas potencias.

Algunos observadores piensan, por el contrario, que la crisis de Ucrania puede conducir a formalizar una alianza entre Moscú y Pekín. Pero si, en Asia central, China quiere un espacio que Rusia le niega, sus perspectivas con respecto a Europa tampoco son del todo coincidentes. Putin y Xi comparten el objetivo de debilitar a Estados Unidos y, de estallar un conflicto, la República Popular podría contar con un mayor margen de maniobra en el Indo-Pacífico. No obstante, mientras el presidente ruso busca recuperar estatura internacional para Rusia alterando el statu quo, China prefiere la estabilidad al otro lado de la Ruta de la Seda, y no quiere una OTAN fortalecida que pueda extender sus misiones más allá de Europa. Por otro lado, la democracia liberal es una amenaza existencial para Putin, pero Pekín puede convivir con regímenes pluralistas, siempre que estos respeten sus preferencias.

El curso de los acontecimientos puede deshacer todo pronóstico, y—esperemos que no—causar una espiral incontrolable para la que no faltan antecedentes históricos. Lo único seguro es que la era de la post-Guerra Fría puede darse definitivamente por muerta.

 

Año nuevo chino, Olimpiadas y esfuerzos tremendos por contener el Covid-19. Nieves C. Pérez Rodríguez

El primero de febrero da comienzo al nuevo año chino, el Año del Tigre, y por tercer año consecutivo las celebraciones del festival más importante en el país se encuentran en una especie de limbo debido a la pandemia y las estrictas restricciones impuestas por el gobierno chino.

Las celebraciones del año nuevo chino son lo más parecido a las navidades en las culturas cristianas, donde la reunión de las familias es parte fundamental de la festividad. En consecuencia, las movilizaciones de ciudadanos chinos reportadas durante este festival, que tiene una duración de unos 15 días, representan estadísticamente los flujos de viajes más grandes del planeta.

Este año las autoridades están pidiendo a los ciudadanos cooperación y responsabilidad, incluso en aquellas regiones chinas donde los casos de Covid son casi inexistentes. Las autoridades locales cuentan con cierta autonomía por lo que ponen en práctica todo lo que han aprendido durante la pandemia para contener los contagios. Un buen ejemplo es lo ocurrido en la ciudad de Xi`an, ubicada en el centro de China, que permaneció en confinamiento estricto por un mes entero. Sus casi 13 millones de ciudadanos tuvieron que mantenerse en aislamiento en sus casas hasta el lunes pasado como una medida extrema para prevenir contagios.

Otro caso es el de Dongguan, un centro manufacturero en el que habitan 7 millones de chinos que se han desplazado desde sus zonas de origen hasta allí por trabajo y las autoridades locales han ofrecido recompensar a aquellos ciudadanos que no viajen con 80 dólares. Lo que es una cantidad significativa para motivar a los habitantes a permanecer en Dongguan durante este festival.

El caso de Beijjing supera hasta la trama de cualquier película de Hollywood y como que si de ficción se tratara la capital china ha dividido la ciudad en dos. Por un lado se encuentra la vida y actividad normal de la ciudad que como ha venido ya sucediendo está exquisitamente escrudiñada por sus autoridades, quienes reciben alertas hasta de lo que un residente compra en la farmacia, por ejemplo algún medicamente que trate un constipado o síntomas de gripe emite un aviso que identifica al usuario que lo ha comprado, por lo que en el siguiente puesto de control (que valga decir se encuentran desplegados por toda la metrópoli) podría ser obligado a hacer una cuarentena para descartar que lo que tiene sea potencialmente Covid.  O como recién ha hecho el distrito de Fengtai que había registrado desde el 15 de enero 45 casos de Covid por lo que decidieron lanzar una agresiva campaña para hacerle la prueba de Covid a sus 2 millones de ciudadanos en un día.

Ahora bien, la otra parte de la ciudad es la estratégicamente planificada para los Juegos Olímpicos de Invierno que comenzarán el 4 de febrero, sólo 3 días después del año nuevo chino. Esta área, que abarca una superficie de 180 kilómetros, cuenta con todo lo que los juegos, atletas y otros participantes requerirán.

Se estima que habrá unas 11.000 personas provenientes de todas partes del mundo y se mantendrán en las 3 zonas de competición. La ciudad olímpica se ha diseñado como un sistema de circuito cerrado, una seria de burbujas que se mantendrán absolutamente aisladas de la dinámica y vida de la ciudad.

Ha sido tal el nivel de detalle que teniendo en mente mantener el virus fuera de las fronteras incluso las autoridades que estén trabajando en la ciudad olímpica no tendrán contacto con la otra parte de la ciudad y viceversa. Beijing construyó un tren de alta velocidad para la villa olímpica que se complementa con un sistema de autobuses que servirán para movilizar a los participantes.

Cada participante al llegar a China se le hace el test y aunque el resultado sea negativo, se les continuará practicando cada día un test y se mantendrán aislados del público.

Y aunque toda la capital tiene decoraciones, vallas publicitarias y la mascota de los juegos olímpicos decorando sus alrededores, el ciudadano de a pie no podrá ni acercarse a la villa, ni siquiera circular por sus alrededores. Así como de la misma manera los participantes en los juegos de invierno no podrán salir de sus burbujas olímpicas.

El 23 de enero se cumplían dos años del confinamiento de Wuhan, la ciudad donde se cree que se contagió el paciente cero del Covid-19. Esa dramática medida del gobierno chino sorprendió al mundo, aunque un par de meses más tarde era replicada por muchas otras naciones del planeta. Hoy China tiene una gran experiencia en imponer medidas extremas que en efecto han mantenido los números de infecciones bajas en la mayoría de los casos, aunque a un altísimo costo emocional y oportunamente se han aprovechado para controlar más al ciudadano, que tiene aplicaciones en sus móviles que llevan registro de todas sus pasos, acciones y actividades.

Y en pandemia, ni el comienzo de un año nuevo lunar pinta tan alegre, ni los juegos olímpicos son sinónimos de fiesta…

 

Rusia-China: de la nostalgia de la URSS al reto de ser segunda potencia

El pulso actual entre Rusia y las potencias occidentales aliadas por el control estratégico de Ucrania, al margen de los lazos históricos, religiosos políticos y emocionales que unen a rusos y ucranianos y que no deben ser menospreciados, refleja la nostalgia de los dirigentes rusos, con Putin como guía espiritual, como espacio de dominio estratégico de Moscú y de ejercicio de Rusia como segunda potencia mundial en pulso constante con EEUU y la forma de vida occidental.

Pero, mientras este pulso ucraniano late en todo el mundo y atemoriza a Europa, Rusia participa en unas importantes maniobras militares en el Índico junto a unidades de las flotas de China e Irán. Moscú saca músculo militar en Europa oriental y, a la vez, ejerce de gran padrino en el Índico, avalando a Irán como aliado y recordando a China que mientras son aliados contra Occidente, Pekín aún necesita el poderío militar ruso y su influencia política para sus negocios de la Ruta de la Seda. Rusia trata de subrayar que, pese a sus problemas económicos que les hace estar muy lejos de China y EEUU en este terreno, sigue siendo, al menos de momento, la única potencia capaz de liderar una alternativa a Estados Unidos.

La incorporación de un Irán radicalizado, acosado y con graves problemas económicos plantea un problema añadido. De la mano de Moscú. Teherán va ganando espacio político hacia el este, donde el Islam es de mayoría sunní y receloso del chiismo iraní, y así se refuerza frente a las sanciones occidentales por su programa nuclear.

Por todo esto es tan importante la evolución del conflicto ucraniano. Si Putin consigue imponer sus condiciones y modificar de hecho las fronteras a su antojo, habrá ganado prestigio e influencia (además de sembrar incertidumbre en las repúblicas  bálticas) y China habrá entendido que Taiwán no es un objetivo imposible por la vía rusa. Y eso es lo que está midiendo la OTAN: hasta dónde puede llevar su presión y hasta done puede ceder para evitar una guerra de resultados desastrosos e impredecibles. China, mientras tanto, espera en silencio un desenlace en que puede salir ganando con escaso coste. Como afirmaba un experto hace unos días, el caso es que mientras EEUU y aliados juegan al ajedrez, rusos y chinos juegan al póker.

INTERREGNUM: Japón y Australia, amigos y socios. Fernando Delage

Nada más comenzar 2022, con una pandemia aún descontrolada, los Juegos Olímpicos a la vuelta de la esquina, y los dirigentes chinos dedicados a la preparación del XX Congreso del Partido Comunista de otoño, Pekín se ha encontrado con un par de sorpresas en el entorno exterior. En Eurasia, las protestas en Kazajstán y la intervención rusa han puesto de relieve el tipo de sobresaltos inesperados que pueden complicar sus intereses, cada vez más globales. En el Indo-Pacífico, el anuncio de un ambicioso acuerdo de cooperación en defensa por parte de Japón y Australia supone un nuevo peldaño en la construcción de una alianza de contraequilibrio de China.

El pacto (“Reciprocal Access Agreement”, o RAA), firmado por los primeros ministros de ambos países el 6 de enero tras siete años de negociaciones, permitirá el acceso recíproco a sus instalaciones militares, lo que facilitará a su vez la realización de maniobras conjuntas, así como la interoperabilidad y despliegue de los dos ejércitos con respecto a cualquier contingencia. El RAA se suma así al AUKUS (en el que participa Australia con Estados Unidos y Reino Unido), al QUAD (del que Tokio y Canberra son miembros junto a Washington y Delhi), y al Diálogo Trilateral de Seguridad (Estados Unidos, Australia y Japón), como un instrumento añadido de respuesta frente a las mayores capacidades y ambiciones chinas.

El reforzamiento por Japón y Australia de su relación de “cuasi-aliados” representa un paso muy significativo para ambos. La creciente presión de Pekín sobre Canberra ha llevado al gobierno australiano a maximizar sus opciones, desde una percepción del desafío que representa China no muy distinta de la de Estados Unidos. Japón mantiene un discurso más matizado pero no por ello menos firme, y continúa avanzando en el desarrollo de un mayor papel estratégico pese a sus limitaciones constitucionales. Con el RAA, Australia se convierte en el segundo país con el que Tokio mantiene un acuerdo de este tipo (además del que concluyó con Estados Unidos hace sesenta años).

Este extraordinario grado de confianza entre las dos naciones no responde tan sólo, naturalmente, a sus respectivas necesidades individuales. El acuerdo ilustra su compromiso conjunto a favor de la estabilidad regional, con respecto a la cual siempre podrán contar con una mayor influencia trabajando juntos que de manera separada. Coordinando sus esfuerzos diplomáticos en el sureste asiático, por ejemplo, pueden complicar los intentos chinos de crear una relación de dependencia de Pekín en los Estados de la subregión.

No menos importante es la variable norteamericana, y lo es en un doble sentido. Por una parte, puesto que Tokio y Canberra comparten un mismo interés por mantener a Estados Unidos comprometido con la seguridad asiática, el nuevo acuerdo promueve ese objetivo al repartirse con Washington las responsabilidades militares. Responden así a una de las prioridades de la administración Biden, que ha hecho siempre hincapié en la necesidad de reforzar sus alianzas. Pero, por otro lado, una asociación estratégica más estrecha les otorga también una mayor protección frente al riesgo de unos Estados Unidos más aislacionistas tras las próximas elecciones presidenciales.

Con todo, la relación entre Australia y Japón va más allá de las cuestiones de seguridad, y los líderes de ambos países han acordado asimismo nuevas medidas de cooperación en materia de energía, fiscalidad y economía. La aspiración es la crear un orden regional y un entramado de reglas en el que involucrar tanto a Washington como a Pekín, y hacer que una integración económica cada vez más profunda limite la amenaza de una región dividida en dos grandes bloques. Cuando Estados Unidos ya no puede seguir liderando Asia, hay que buscar alternativas si tampoco se quiere una China hegemónica.

Biden, ni un buen líder ni un buen gestor. Nieves C. Pérez Rodríguez

Biden cumple su primer año como presidente y contra los pronósticos iniciales la situación es desfavorecedora para su administración. Su popularidad se encuentra en el 44 % cuando el primer año de Trump se encontraba en el 37% y la de Obama en el 50%. Ciertamente, ningún otro presidente en la era moderna había tenido que lidiar con una pandemia y estos números son en parte reflejo de esta situación. En efecto, el 64% de los encuestados creen que Biden no ha manejado bien la pandemia, aun cuando los ciudadanos estadounidenses han tenido acceso a vacunas desde principios del 2021.

Según esta encuesta realizada por la CBS y dada a conocer el 16 de enero, la mitad de la población estadounidense se define como frustrada con el presidente, el 49% decepcionados y otro 40% nerviosos con el desenvolvimiento de Biden e insatisfechos con la manera como ha manejado la economía pues el año 2021 se cerró con el 7% de inflación.

La credibilidad de la que hicieron alarde los demócratas durante la era de Trump parece haber sucumbido, lo que demuestra una vez más la crisis política que está atravesando la nación estadounidense, pues tanto republicanos como demócratas parecen haber caído en desgracia.

La esperanza en el escenario internacional con el regreso de los demócratas se centraba en la recuperación de las formas políticas tradicionales y diplomáticas y también el retorno del liderazgo de América, por lo que se anticipó que el presidente Biden asumiría un liderazgo internacional claro y de esa forma los valores occidentales en el mundo recuperarían su fuerza y posición.

Pero nada de esto ha sucedido, El equipo de Biden que maneja la política exterior están compuesto por intelectuales que han salido de universidades de élite estadounidenses que suelen preferir citar autores y libros en sus discursos o comentarios, mientras sostienen la importancia de la igualdad y el respecto individual de cada nación a tomar sus decisiones, aun cuando algunos países estén promoviendo valores antidemocráticos y que en algunos casos pueden llegar a comprometer la seguridad nacional estadounidense.

Biden lleva en sus hombros una larga carrera política y de servicio público por lo que ha sido respetado y reconocido, pero al menos de momento ha fracasado en su intento por recuperar esa “América líder y prospera que ha sido un gran referente internacional”. Y aunque lidiar con una pandemia no ha sido cosa fácil en ninguna nación del planeta, la Administración Biden ha tenido mucho a su favor, como la aprobación de créditos millonarios desde el Congreso para ayudar al ciudadano e impulsar la economía y acceso a las vacunas antes que ningún otro país desarrollado, aunque también ha fracasado en la vacunación, pues no ha conseguido los altos porcentajes de vacunación que ha conseguido España.

Los demócratas criticaron enérgicamente a Trump por no haber sido un líder internacional recio y por su poco interés en nombrar hasta a sus embajadores. Biden, a un año después de haber entrado en la Casa Blanca, tiene posiciones de embajadores vacantes en países tan claves como Reino Unido, Alemania, Italia y Portugal, por nombrar alguno de los aliados de la UE, especialmente en un momento como el actual en el que se está considerando la posibilidad de que Rusia invada Ucrania. Pero tampoco hay nombramientos para Rumanía, Hungría, Croacia o la misma Ucrania.

En otras regiones estratégicas para los intereses estadounidenses tampoco se han nombrado embajadores: Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Qatar, Marruecos, así como tampoco en Surafrica. En América Latina, ni Cuba cuenta con candidato ni tampoco Brasil, a pesar de ser la economía más grande de la región y el país en el que los chinos han conseguido hasta influenciar la política domestica brasileña.

En Asia, ni Filipinas, ni Tailandia ni Corea del Sur cuentan con candidatos en las listas de embajadores, pero tampoco han dado a conocer el nombre del representante en la ASEAN.

El Secretario de Estado, Antony Blinken, que como ya hemos dicho en esta columna era un hombre con carisma y respetado en las esferas del Congreso y el mismo Departamento de Estado, ha defraudado a muchos que anticiparon que sería un Secretario de Estado ambicioso y capaz de dar grandes resultados.

Es cierto que desde el comienzo la Administración Biden ha expresado su preocupación hacía el comportamiento de China y ve en la región de Asia Pacifico una de sus prioridades. Sin embargo, parece no comprender qué es lo que está haciendo Beijing con su Nueva Ruta de la Seda o el BRI (por sus siglas en inglés por el Belt Road Initiative) que va mucho más allá del desarrollo de una red de transporte para movilizar mercancías, pues busca además hacer crecer su influencia internacional, su poder político y con ello hacer crecer su “economía de alta tecnología” tal y como la definen.

Y eso a pesar de que G7, en junio del año pasado, lanzó una alternativa al BRI con el “Build Back Better World” y que busca financiar préstamos para carreteras, puentes, aeropuertos, centrales eléctricas, etc y, en efecto, ya estimaron que necesitarán unos 40 billones de dólares para estas inversiones en los países en desarrollo, la velocidad y astucia china no tiene rival. Y respecto a los países cuyas economías son las más grandes del planeta, China ya ha previsto y desarrollado gran parte de su plan y una vez más lleva la delantera.

Tristemente para las libertades, parece que Biden será un presidente más en la historia del país que, a pesar de seguir siendo grande, cada día disminuye su influencia y poder. Resulta curioso y muy doloroso que todo esto parezca que se está haciéndose deliberadamente…

 

THE ASIAN DOOR: Nueva etapa de la Ruta de la Seda en América Latina. Águeda Parra

Después de nueve años, la apuesta de China por construir vínculos a través de inversión en infraestructuras mientras despliega diplomacia se ha convertido en una de las iniciativas más importantes del gigante asiático en materia de política exterior. Tras unos primeros años de mayor intensidad, la nueva Ruta de la Seda aborda una nueva etapa de mayor ralentización de la inversión, mientras los efectos de la pandemia amenazan con hacer más compleja la recuperación de los ritmos de despliegue que se observaban con anterioridad a que impactara la crisis sanitaria en todo el mundo.

Un ritmo menor de despliegue, una mayor selección de los proyectos que se ejecutan en el extranjero, pero manteniendo el mismo interés sobre las regiones consideradas estratégicas para la iniciativa, entre las que destaca América Latina. La alta complementariedad entre las dos regiones ha favorecido el fortalecimiento de los vínculos con varias de las economías de la región, principalmente con Brasil, Venezuela, Argentina, Ecuador y Chile, que figuran entre los grandes receptores de inversión china durante las últimas décadas. Sin embargo, una vez que el perfil de desarrollo económico del gigante asiático está cambiando, y ha pasado a focalizarse en potenciar el consumo interior y en convertirse en una pieza importante en la creación de valor incorporando alta tecnológica, el sector extractivo de la región ha dejado de tener el interés que despertaba décadas atrás.

China no figura entre los diez principales inversores de la región. Estados Unidos y España se sitúan como los actores más destacados en primera y segunda posición, respectivamente. De hecho, el nivel de stock de inversión extranjera directa (IED) china en América Latina apenas supone el 10% del total de los flujos de inversión de IED realizados entre 2011 y 2020, según American Enterprise Institute. No obstante, la región sigue manteniendo su atractivo para la Ruta de la Seda y para los propios intereses de China con los países latinoamericanos.

En esta nueva etapa de relación entre China y América Latina, los proyectos en renovables y el despliegue de mayor actividad por parte de las empresas tecnológicas en la región, embajadoras de la promoción del Designed in China, se están convirtiendo en el principal impulso de la cooperación entre ambas regiones. Los compromisos de sostenibilidad de China están acelerando el desarrollo de nuevas tecnologías verdes que el gigante asiático exporta en su expansión por la Ruta de la Seda y que pueden suponer un impulso en la nueva etapa de inversión de China en América Latina.

La estrategia energética de China es uno de los grandes focos en los que se centra el despliegue de la Ruta de la Seda, suponiendo el 42% del total de la inversión. De ahí que la expansión por América Latina también esté ampliamente vinculada al sector energético, principalmente a la creciente atención que están acaparando las renovables ante los compromisos climáticos adquiridos por los países en la reciente Cumbre del Clima COP26.

En este avance de despliegue continuo de la Ruta de la Seda, y en el actual contexto geopolítico, América Latina plantea un renovado escenario de oportunidades, como así lo demuestra la celebración de la tercera reunión ministerial del Foro China-CELAC, celebrado el pasado mes de diciembre, y en el que se abordó el Plan de Acción Conjunto China-CELAC para la Cooperación en Áreas Claves (2022-2024). Estas nuevas líneas estratégicas no solamente refuerzan los vínculos económicos y de comercio existentes, sino que supone abordar una nueva etapa en la que destacará la inversión en la industria manufacturera y de servicios, como el transporte y la generación de electricidad, así como en los servicios financieros y en las áreas relacionadas con las nuevas tecnologías.

La adhesión de Cuba a la Asociación Energética de la Franja y la Ruta, Belt & Road’s Energy Partnership, por su nombre en inglés, el pasado mes de octubre de 2021, y el acuerdo ratificado con Argentina para financiar mejoras en la red eléctrica, representan algunos de los ámbitos de promoción de la cooperación en el ámbito de las renovables más recientes. Proyectos que están impulsando los vínculos de China con una región donde 19 de los 33 países que conforman América Latina y el Caribe están adheridos a la iniciativa de la nueva Ruta de la Seda.

Ante una situación de lenta recuperación económica mundial, y menores flujos de inversión por parte de las grandes economías, el Foro China-CELAC plantea un impulso renovado en la relación del gigante asiático con la región. El fomento del sector servicios, las renovables y el desarrollo tecnológico priman el crecimiento económico de China, ámbitos con los que América Latina sigue manteniendo una amplia complementariedad con el gigante asiático. El desafío ahora está en aprovechar las oportunidades que este nuevo entorno pueda plantear para generar el mayor crecimiento económico posible en la región.

Kazajistán: golpe, contragolpe y gana Moscú

Kazajistán ha vivido durante unas semanas un grave conflicto social y político, en lo que parece haber sido un intento de golpe de estado aprovechado con un contragolpe que ha reforzado al presidente Tokayev y la influencia rusa en el país y que ha acabado con violentos enfrentamientos entre la población y las fuerzas de seguridad. Más de 3.000 personas han sido detenidas y ha habido más de un centenar de muertos.

La crisis empezó a principios de enero, cuando el gobierno anunció un aumento del precio del gas licuado, un combustible muy utilizado para los vehículos. Esta decisión fue muy impopular porque perjudicaba sobre todo a la clase media, cuya economía ya ha quedado muy afectada por la pandemia.

Como consecuencia, se organizaron manifestaciones de protesta en varias ciudades hasta llegar a Almaty, la ciudad más grande del país y capital económica de Kazajistán. El gobierno, liderado por el presidente Kasim Jomart Tokayev, intentó rebajar la tensión volviendo a bajar los precios, pero ahora las protestas iban más allá de la cuestión económica.

Con una superficie algo más que cinco veces la de España, Kazajistán comparte una frontera de 7.598 kilómetros con Rusia, pero también cuenta con una frontera de 1.782 kilómetros con China (1.215 kilómetros de frontera terrestre y 566 de acuática). Ambas fronteras dan una idea de la importancia de las relaciones comerciales entre los tres países, aunque la relevancia mundial de Kazajistán va más allá de esas cifras económicas, incluso de sus muy importantes yacimientos de recursos energéticos. Su importancia es estructuralmente geográfica en mitad de la nueva ruta de la seda y coyunturalmente si Rusia llega a plantear un conflicto abierto con Ucrania.

Según datos del Instituto Español de Estudios Estratégicos, Kazajistán exportó en 2020 70 millones de toneladas de petróleo crudo (el 3,4 % de las exportaciones mundiales) y 100 millones de toneladas de carbón (el 1,3 % del total mundial). Solo la actividad en torno al petróleo supuso el 21 % de su PIB. La Unión Europea importa el 40 % del gas natural, el 30 % del petróleo y el 25 % del carbón de Rusia. El gas natural fluye a través de tres vías; el gasoducto que atraviesa Bielorrusia y Polonia (Yamal-Europe), la conflictiva ruta a través de Ucrania y el gasoducto Nord Stream 1. A este se va a añadir el ya construido Nord Stream 2 con salida en la ciudad rusa de Vybrog y entrada en Alemania por Grefswald.

Desde su separación de la Unión Soviética en 1991, Kazajistán ha seguido manteniendo buenas relaciones con Moscú que se ha asegurado en la figura de Nursultan Nazarbayev, antiguo burócrata comunista el control de la transición a un sistema autoritario en una democracia restringida. Sin embargo, eso no ha impedido, sobre todo en los tiempos recientes, un leve acercamiento a Occidente y una apertura a la economía de mercado que ha alertado a Moscú, que ha recordado indirectamente que existe una franja territorial al norte del país, habitada por rusos, que en el pasado ha reclamado su integración en Rusia.

En ese contexto, sorprende que, desde los primeros incidentes, el gobierno kazajo, a la le vez que pedía el apoyo de Rusia y el envío de tropas para aplastar la revuelta, cesara a los responsables de los servicios de inteligencia, antiguos funcionarios del KGB y apoyados por Moscú en su nombramiento y a los que ha acusado de organizar la rebelión “con el apoyo de potencias extranjeras”. Entre estos responsables purgados destaca el nombre de Karim Masimov, el miembro de mayor confianza de su equipo –antes había dirigido el gobierno y la administración presidencial– como jefe del Comité de Seguridad Nacional (KNB), el servicio de seguridad más poderoso del país.

A pesar de la confianza depositada en él en su día, Masimov no podía aspirar a suceder a  Nazarbáyev debido a los prejuicios que existen contra él en Kazajistán, donde la opinión pública considera que Masimov es uigur y no de etnia kazaja. No obstante, fue seleccionado como el candidato ideal para supervisar la transición de poder desde su atalaya en el KNB.

En todo caso, tras el fin de la crisis, Rusia ha fortalecido su influencia, ha sacado músculo militar y enviado a China el mensaje de que la Ruta de la Seda por vía terrestre  o se hace con Rusia o no se hace y se ha comenzado a frenar la tendencia a relacionarse más con Occidente.

 

INTERREGNUM: China y la relación transatlántica en 2022. Fernando Delage

Las tensiones entre Estados Unidos y China no desaparecerán en 2022. Si en algo coinciden demócratas y republicanos, aún más en un año de elecciones parciales al Congreso, es en que sólo cabe mantener una posición de firmeza frente a la República Popular. En Pekín, el presidente Xi Jinping se prepara para consolidar su poder en el Congreso del Partido Comunista en otoño, con el apoyo del resto de dirigentes y de la sociedad china a su política nacionalista. La dinámica interna en ambos casos complica la posibilidad de un entendimiento, pero también permitirá prevenir un choque mayor. La rivalidad entre las dos potencias seguirá influyendo por otra parte en la estrategia china de la Unión Europea: si en 2021 se ha dado un giro cualitativo a este respecto, en los próximos meses podría perfilarse un enfoque más elaborado, incluyendo una más estrecha coordinación con Washington.

Aunque la administración Biden aún no ha hecho pública su estrategia hacia China, algunos de sus elementos han comenzado a tomar cuerpo, y entre ellos destaca la prioridad otorgada a las cuestiones económicas. Lo que coincide, como es lógico, con la necesidad de convencer a sus socios y aliados en la región de que cuenta con un plan económico en su política hacia el Indo-Pacífico. Ante los obstáculos internos que le impiden sumarse a un acuerdo de libre comercio como el CPTPP, la Casa Blanca tendrá que demostrar el nuevo año su compromiso con el que ha denominado “Indo-Pacific economic framework” (IPEF), un instrumento a través del cual quiere hacer hincapié en asuntos como la gobernanza digital, el fortalecimiento de las cadenas de valor o las energías limpias. Los planes norteamericanos no pueden hacerse esperar, sobre todo si China presiona en su objetivo de incorporarse al CPTPP.

El IPEF no puede separarse por lo demás del recientemente establecido Consejo Estados Unidos-Unión Europea en Comercio y Tecnología, una iniciativa orientada a reforzar la coordinación entre Washington y Bruselas, e ilustración de los cambios producidos en la política china de la UE a lo largo de los dos últimos años. Pese a la tardía respuesta comunitaria a los movimientos del gigante asiático, Bruselas ha ido adoptando medidas concretas en coherencia con la definición que hizo de la República Popular en 2019: un socio con el que cooperar sobre los asuntos globales, un competidor económico, y un rival sistémico.

El instrumento anti-coerción puesto anunciado hace unas semanas es otro ejemplo del endurecimiento de la posición europea, aunque mayor relevancia puede tener a largo plazo el plan de desarrollo de infraestructuras. En septiembre de 2018, la Comisión publicó su estrategia de interconectividad Europa-Asia, una respuesta a la Ruta de la Seda china que se marcaba ambiciosos objetivos pero carecía de aportación presupuestaria. De ahí la especial relevancia de la nueva estrategia “Global Gateway”, una propuesta global de inversiones en infraestructuras de calidad que movilizará un total de 340.000 millones de euros entre 2021 y 2027.

El trabajo no ha terminado, pero la presidencia francesa de la UE y el nuevo gobierno alemán avanzarán durante 2022 en la formulación de una posición más sistemática al reto que representa China, en el marco a su vez de una actualizada estrategia hacia Asia, cuyos principios también se dieron a conocer el pasado año. La opción por los instrumentos geoecónomicos no debe ocultar las implicaciones geopolíticas del esfuerzo, que pone en valor los principales recursos con que cuenta la UE, al tiempo que facilita la reanudación de la coordinación transatlántica.

 

La Corte Penal de Buenos Aires y los uigures. Entrevista a Peter Irwin. Nieves C. Pérez Rodríguez

A mediados de diciembre en esta columna se informaba que el Congreso Mundial de Uigures (WUC por sus siglas en inglés) y el Proyecto Uigur de Derechos Humanos (UHRP) habían instruido a abogados para que presentaran una denuncia sobre crímenes internacionales cometidos contra los uigures y otros pueblos turcos en la región de autónoma de Xinjiang ante la Corte Penal Federal de Apelaciones de Buenos Aires.

 

Para profundizar y comprender las razones por las cuales es posible que el caso de violación de derechos humanos de los uigures pueda ser planteado ante un tribunal de un país extranjero y sin vínculos jurídicos con China contactamos a Peter Irwin, encargado de los programas de promoción y comunicación de la organización Proyecto Uigur de Derechos Humanos con sede en Washington D.C.

 

Irwin tiene una maestría en Derechos Humanos de “London School of Economics and Political Science” y ha dedicado años a investigar el compromiso de China en la ONU y cómo encuadra Beijing su relación con los uigures en el plano internacional. También fue el portavoz del Congreso Mundial Uigur, donde trabajó como representante de la ONU en derechos humanos en la sede de Ginebra.

 

En su lucha por denunciar lo que está sucediendo a esta minoría ubicada en la región china de Xinjiang plantearán la causa coincidiendo con los Juegos Olímpicos de Invierno de Beijing de febrero del 2022. Por lo que aprovechamos la oportunidad para preguntar a Irwin los detalles:

 

¿Por qué el caso uigur de violación de derechos humanos puede ser llevado a una Corte Federal criminal argentina?

 

De acuerdo con las disposiciones de jurisdicción universal de Argentina, los tribunales tienen jurisdicción para crímenes internacionales como genocidio y los crímenes de lesa humanidad, donde quiera que sea que estos crímenes se produzcan.

 

¿Cuáles son las etapas de este proceso?

 

Una vez introducida la denuncia, tendrá lugar la primera etapa del proceso, que es la etapa procesal. Es en esta primera parte del proceso el juez designado considera la denuncia y los argumentos del fiscal y sobre eso tomará la decisión de si se abre o no el caso.

 

Si el juez decide aceptar el caso entonces se inicia la investigación y ambas organizaciones, el Congreso Mundial de Uigures y el Proyecto Uigur de Derechos Humanos, presentarán pruebas que deberán demostrar claramente que los crímenes internacionales de genocidio, crímenes de lesa humanidad y tortura se están cometiendo contra el pueblo uigur y otras personas de etnia turca en la región de Xinjiang.

 

En el caso de que la Corte de Buenos Aires acepte el caso, ¿Diría usted que lo haría basado en crímenes en contra de la humanidad o se basarían en un cargo más específico como genocidio en contra de un grupo minoritario?

 

La Corte va a considerar ambos.

 

¿Qué significa para el movimiento de defensa de los uigures poder llevar este caso ante una corte internacional?

 

Este es realmente el paso hacia la justicia para el pueblo uigur.  El tribunal uigur fue el primer organismo en evaluar las pruebas de las atrocidades y la escala de estas, pero carece de jurisdicción o medida vinculante. Un caso de jurisdicción universal implica que el caso sea decidido por un tribunal nacional con poder real.

 

¿Cuáles son las expectativas de la comunidad uigur con en este caso en particular?

 

Yo creo que las expectativas de la comunidad uigur se resumen en que el tribunal llegue a una conclusión similar a la del Tribunal Uigur. Es decir, que la corte sopese las pruebas y determine que efectivamente se están cometiendo crímenes de lesa humanidad y genocidio.

 

Los grupos de defensa o movimientos uigures han conseguido logros bastante notables en los últimos meses. ¿Diría usted que se debe a que el mundo ha despertado a las prácticas del Partido Comunista chino contra las minorías chinas?

 

Yo diría que ha habido un impulso creciente durante el último año. Esto se debe a varias cosas, entre ellas la definición de genocidio de varios gobiernos, el dictamen de genocidio realizado por el Tribunal Uigur, los boicots diplomáticos antes de los Juegos Olímpicos de invierno y la aprobación de la “Ley de Prevención de Trabajo forzoso uigur” en los Estados Unidos. Con todo esto en conjunto, hemos visto como se impulsa nuestro compromiso y lucha hacia adelante.

 

¿Cuál será el próximo paso en la lucha internacional de los uigures?

 

El próximo paso que estamos esperando es la publicación de la evaluación por parte de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos. Una vez que se publique este informe, esa publicación estimulará acciones adicionales por parte de otras agencias de la Naciones Unidas que han permanecido en absoluto silencio hasta ahora.

 

 

 

 

 

Un año nuevo y la vieja incógnita de Biden

Un comienzo de año es siempre una ocasión para hacer balance del pasado y previsiones de futuro y en estos análisis, para 2022, se mantiene sobre todo la incógnita Biden, que permanece y se esfuerza por encontrar un sitio entre la incertidumbre de los suyos, las expectativas de sus contrarios y los retos de un dinámico escenario internacional donde las iniciativas de Rusia y China, por separado unas veces y conjuntamente otras, van planteando a Estados Unidos.

La incógnita Biden es múltiple. Por un lado está la incógnita biológica, marcada por la avanzada edad del mandatario sobre cuya salud real se conoce poco, combinada con la carencia de alternativas de liderazgo potente en el Partido Demócrata; por otro lado está la incógnita de las decisiones presidenciales, que  no se distancian mucho del abandonismo o la displicencia de Trump respecto a algunos escenarios, y la persistencia de elementos proteccionistas y de repliegue; y, al mismo tiempo, como hemos comentado, se visualiza una aparente falta de liderazgo frente a los retos rusos en Europa y a la defensiva sobre las iniciativas chinas a escala global.

En ese panorama crecen las dudas de los aliados y la audacia de personajes como Putin que está consiguiendo, a base de bravuconería y de presión en lo que lo militar forma parte esencial, convertir sus debilidades en instrumentos de ventaja.

EEUU sigue aparentando pérdida de liderazgo y dudas estratégicas y eso no es bueno para nadie. Ese vacío está siendo llenado por candidatos con modelos que cuestionan las democracias occidentales y líderes que, sin cuestionarla, tienen una agenda propia que no puede aspirar a ser referencia mundial y en la que hacen gala de criticar precisamente a Estados Unidos. La debilidad europea, en este contexto, está haciendo potenciar políticas exteriores nacionales, como en los casos claros de Reino Unido y Francia, pero crecientes en todos los socios de la Unión Europea, aunque las presenten con la etiqueta del multilateralismo.

Este panorama parece que va a marcar 2022 y en él, el factor Biden, sus dudas y las iniciativas o la ausencia de ellas de un país que ha sido clave para el  mundo occidental en los últimos cien años, es dramáticamente clave.