INTERREGNUM: ¿Qué quiere China? Fernando Delage

Durante cerca de tres décadas, el mundo se ha estado preguntando acerca de las implicaciones del ascenso de China. Al irrumpir el debate a mediados de los años noventa, la atención se centraba en su rápido crecimiento económico y en su integración en las estructuras multilaterales. La adhesión a la OMC en 2001 marcó un antes y un después, poniendo en marcha el proceso que—acelerado por el diferencial de crecimiento entre Occidente y la República Popular durante la crisis financiera global—, terminaría haciendo de China el gigante económico que es hoy. En contra de lo esperado por Estados Unidos, su modernización económica no ha conducido a la liberalización de su sistema político. Pero tampoco se ha contentado con ser una mera potencia comercial e industrial. Desde la llegada al poder de Xi Jinping en 2012, China ha manifestado su intención de ser asimismo una potencia militar, y proyectar sus normas y valores frente a los principios liberales que sirvieron de base al orden internacional construido tras la segunda guerra mundial.

Las ambiciones globales declaradas por Pekín, el lenguaje más agresivo de su diplomacia durante la pandemia, y sus acciones de coerción y presión sobre quienes se oponen a sus puntos de vista, parecen haber resuelto muchas de las dudas mantenidas por los observadores sobre sus objetivos. Quizá no acierten del todo quienes afirman que su pretensión es la de sustituir a Estados Unidos como principal potencia, pero los indicios son cada vez más claros de que China quiere rehacer el mapa geopolítico, situarse en el centro de un nuevo esquema de globalización, liderar las nuevas fronteras tecnológicas, y promover su modelo autoritario en el mundo emergente como alternativa a la democracia.

Son preferencias todas ellas consideradas como indispensables por los dirigentes chinos para asegurar su prioridad absoluta, que no es otra que el mantenimiento del Partido Comunista en el poder y completar la tarea del rejuvenecimiento nacional (fuxing). China necesita para ello seguir creciendo, y ese es un imperativo que requiere, por un lado, la reorientación de su economía hacia los servicios y la innovación y, por otro, invertir la relación con el mundo exterior. Para reforzar su autonomía, China debe disminuir su dependencia tecnológica y de recursos de otras naciones, pero hacer al mismo tiempo que los demás pasemos a depender en mayor grado de la República Popular.

Teorizar sobre el poder y las intenciones chinas es una obligación de gobiernos y analistas, que siempre llevará a conclusiones contrapuestas. De ahí la especial utilidad de aquellos trabajos que se acercan más al terreno para examinar y acumular datos sobre la realidad de las capacidades chinas, así como sus acciones concretas en distintos países y regiones del planeta. La reacción local es también un interesante indicador de las dificultades con que se va a encontrar Xi si quiere realizar su “sueño chino”.

Éste es el enfoque seguido por dos libros excelentes de reciente publicación. The World According to China (Polity Press, 2022), de Elizabeth Economy, estudia de forma sistemática el giro producido en la política exterior china en los últimos años. La autora, responsable de China en el Council of Foreign Relations durante muchos años, y en la actualidad en la Hoover Institution en Stanford, identifica las principales claves que guían la acción de Xi, como concluir la reintegración nacional (es decir, la reunificación de Taiwán), la Ruta de la Seda como instrumento multidimensional, la expansión estratégica en su periferia marítima, los esfuerzos por acelerar el control de la industria mundial de semiconductores, o la “colocación” de nacionales chinos en organizaciones multilaterales estratégicas. Economy afirma sin dudar que el propósito de Xi no es otro que el de reordenar en su integridad el sistema internacional.

Una aproximación diferente es la seguida por la periodista canadiense nacida en Hong Kong Joanna Chiu. En China Unbound: A New World Disorder (Anansi Press, 2021), Chiu no abruma por la exhaustividad de los datos; ofrece más bien, en forma de extensos reportajes de investigación, una descripción de los movimientos chinos en distintas naciones, prestando especial atención a las operaciones de influencia en los círculos políticos y empresariales de dichos países. Canadá y Australia son dos casos reveladores, como lo son también su examen de Grecia o de la comunidad uigur en Turquía. Maravillosamente escrito, entre la inmensa literatura sobre el ascenso de China pocos libros como éste permiten hacerse una idea más completa del modo en que Pekín está actuando más allá de la competición con las grandes potencias.

Unos juegos olímpicos realmente excepcionales. Nieves C. Pérez Rodríguez

El domingo se celebró la clausura de los juegos olímpicos de invierno de Beijing con una ceremonia fastuosa en el Estadio Nido de Pájaro… “Unos juegos realmente excepcionales”, tal y como los describió el propio presidente del Comité Olímpico, Thomas Bach, cuando declaraba el cierre del evento.

Excepcionales porque, en los meses previos, la noticia no fue que los estadios o pistas de patinaje y hielo estaban siendo construidas o que estaban ya listas, sino que la noticia fue un debate sobre si China debería o no ser anfitrión de los juegos a pesar de la denuncias de consecutivas violaciones de derechos humanos que tienen lugar en el país. Hecho que motivó el boicot internacional encabezado por Estados Unidos, Australia, Reino Unido y Canadá entre otro que, aunque no impidió la realización del evento, si generó polémica e incomodidad en el gobierno chino, que se quejó por la publicidad negativa del boicot mientras negó enérgicamente la veracidad de que los derechos humanos no se respeten en China.

En un intento por silenciar las denuncias y tergiversar la realidad, el Partido Comunista incluyó a Dinigeer Yilamujiang, una joven atleta uigur (sin medallas olímpicas) a protagonizar el momento más simbólico de la inauguración, el encendido de la antorcha. Dinigeer fue expresamente usada para enviar un mensaje neutralizador de las protestas por las violaciones de los derechos de esta minoría.

Estos juegos fueron excepcionales por no haber contado con espectadores debido a que se celebraron en medio de una pandemia. Excepcionales también porque las Villas Olímpicas se mantuvieron absolutamente aisladas de la vida de la ciudad y herméticamente cerradas a cualquier individuo que no formara parte en los juegos. Excepcionales por los rigurosos controles sanitarios que incluyeron pruebas diarias de Covid-19 a los casi 3000 participantes y una larga lista de controles y restricciones en pro de mantener la política de cero casos impuesta por el Partido Comunista en China. Por estas fechas el año pasado se celebraron en Tokio los juegos olímpicos y aunque fueron cuidadosamente organizados por la pandemia, los participantes no estuvieron sometidos a los excesivos controles impuestos por Beijing.

Excepcionales además por los líderes que asistieron a la inauguración del evento: unos veinte dirigentes que en su mayoría provenían de países pobres, naciones vecinas a China o dependientes de Beijing, o estados cuyos gobiernos son conocidos por sus restricciones de libertades. En efecto, el gran protagonismo lo tuvo Vladimir Putin, quien, además, se reunió en privado con Xi Jinping y consiguió su apoyo a los lanes rusos en la delicada situación de Ucrania. Mientras, la presencia de los líderes occidentales brillaba por su ausencia.

Estos juegos fueron excepcionales porque la atleta que más ha dado que hablar fue la esquiadora Eileen Gu.  La ahora medalla de oro en la categoría de esquí acrobático es una chica nacida y criada en los Estados Unidos, de padre americano y madre china, y que aunque nadie cuestiona que es la “princesa de la nieve”, como la llaman por su gran destreza en el esquí, la atención se ha centrado en ella por su origen y su nacionalidad y la incógnita que surge por saber si abandonó la nacionalidad estadounidense para competir en el equipo chino. Pues, de acuerdo con la ley china, para poder representar a China hay que ser de nacionalidad china y asimismo China no permite la doble nacionalidad.

Excepcionales también por la forma como el Comité Olímpico manejó algunas descalificaciones que nos tocará esperar para ver como se resuelven, pues las naciones afectadas han introducidos quejas formales que tardarán un tiempo en resolverse. Pero que en la mayoría de los casos las descalificaciones ayudaron a los atletas chinos a llegar a las primeras posiciones.

Fueron dos semanas definitivamente excepcionales en las que el Partido Comunista chino aprovechó para brillar como país, pero también como líder internacional de primer orden. No sólo quedó como la tercera nación en ganar medallas, detrás de Alemania que quedó en segundo lugar o Noruega que obtuvo el primer lugar, sino que Beijing aprovechó el escenario de los juegos olímpicos para ejercer el rol de líder internacional y llenar vacío que ha ido dejando Washington.

 

Europa, en busca de un camino a China

Mientras Europa permanece alerta ante las noticias de la frontera ruso-ucraniana, la Unión Europea y la OTAN han venido manteniendo conversaciones con China para lograr un acuerdo estratégico que fije unas relaciones claras y en las que, pretende Bruselas, China actúe de acuerdo con las normas internacionales y con respeto a la libertad e comercio y la libre competencia. De momento, Europa sigue el camino dibujado por Ángela Merkel  basado en el diagnóstico de que China es un reto lleno de riesgos, incluso en el campo de la seguridad, pero no una amenaza como sí lo es Rusia. Para ello un grupo de políticos, diplomáticos, militares y expertos tanto de la OTAN como de China han venido encontrándose  para buscar un nuevo marco de relaciones.

Según la experta Stefanie Babst, “a lo largo de 15 meses, el grupo discutió una amplia gama de cuestiones de seguridad internacional, desde la evolución de la región de Asia-Pacífico hasta los posibles escenarios de las futuras relaciones entre Estados Unidos y China. Sin embargo, las conversaciones confidenciales se centraron en gran medida en la futura relación de la OTAN con China. ¿Cómo ven y analizan ambas partes las tendencias globales y regionales más importantes y los retos de seguridad? ¿Dónde hay diferencias fundamentales de intereses y en qué áreas existen posibles puntos de partida para el diálogo y la cooperación?  ¿Qué lecciones pueden extraer la OTAN y China de sus anteriores encuentros y formas iniciales de cooperación práctica?”. Porque las conversaciones han ido tomando un carácter más de encuentros OTAN-China que Unión Europea China.

En las conversaciones se ha tratado prácticamente toda la agenda internacional: cuestiones económicas, cambio climático, cooperación en la lucha contraterrorista, orden geoestratégico y normas posibles de cooperación para evitar riesgos de desestabilización general.

Europa llega tarde y lenta pero la realidad le ha impuesto una agenda inevitable y llena de incertidumbre porque no parece haber una idea clara de qué amenaza es la de China y qué medidas tomar que, además, se analizan en medio de la convulsión ucraniana en la que Putin mueve piezas sin complejo y parece ir ganando la partida e imponiendo sus intereses y su concepción sobre cuál debe ser el espacio estratégico europeo y quienes sus protagonistas imprescindibles.

Entretelones de los Juegos Olímpicos. Nieves C. Pérez Rodríguez

China ha sabido aprovechar muy bien el momento de gloria que le ha dado el ser anfitriones de los juegos de invierno. Como es habitual el país anfitrión aprovecha la ocasión para promocionar su atractivo y hacer referencias a símbolos autóctonos. Pero en esta edición de los olímpicos de invierno hemos visto más que promoción; hemos sido testigos de cómo el Partido Comunista Chino ha aprovechado para brillar en la escena internacional como un líder de primera línea, cómo sus dogmas empiezan a tener eco fuera de las fronteras chinas y cómo han sido capaces hasta de fichar atletas estadounidenses en su equipo nacional.

La inauguración per se fue más allá que un simple espectáculo de apertura y presentación de los equipos, pues contó con un riguroso simbolismo organizado para la gran ocasión. Entre muchas cosas vimos una mujer ataviada con el “Hanbok” o traje tradicional coreano que desfilaba entre las minorías chinas, lo que ha ocasionado la condena de Corea del Sur por expropiación cultural y consecutivas notas de protesta.

En respuesta, la embajada china en Seúl emitió un comunicado señalando que el “Hanbok” pertenece a la etnia coreana y no solo a los residentes de Corea.  A lo que el Ministro de Cultura coreano anticipaba que esa acción podría causar malentendidos en las relaciones bilaterales, pues el incluir un símbolo coreano tan arraigado y definirlos como una minoría china se podría entender que Corea no es un país soberano.

Esta polémica, aunque parezca inofensiva, ha conseguido agrupar a importantes figuras políticas en Corea del Sur, así como a los candidatos presidenciales para culpar a China de expropiación cultural. Sobre todo, cuando se considera que actualmente las relaciones bilaterales no están pasando su mejor momento, sumado al hecho de que ya China había sido acusada por Seúl de “expropiación cultural coreana” con anterioridad a razón del “Kimchi”, uno de los alimentos más característicos de la cocina coreana.

Seúl también ha afirmado que introducirá una protesta formal ante el Comité Olímpico por la descalifican de dos de sus patinadores estrella que, además, son de los mejores patinadores del mundo. De acuerdo con los medios surcoreanos los jueces están parcializados a favor de los atletas chinos y, en efecto, otro patinador de origen húngaro fue también sancionado facilitándole el camino al patinador chino para ganar la medalla de oro.

Otro elemento llamativo de estos juegos es que hemos visto atletas estadounidenses competir como chinos. Eileen Gu es la esquiadora que más ha dado de que hablar.  La ahora medalla de oro en la categoría de esquí acrobático es una china nacida y criada en los San Francisco, de padre americano y madre china, que creció en una zona privilegiada de la ciudad y que es apodada como la “princesa de la nieve” por su gran destreza en el esquí.

Gu cuenta con un gran talento que además la ha sabido capitalizar convirtiéndose en una “influencer de las redes sociales”, ya que sólo en Instagram tiene 1.1 millones de seguidores. Además, la joven atleta posee una exótica belleza que la ha ayudado a conseguir la firma de muchos contratos publicitarios. De acuerdo con las leyes chinas para poder competir en su equipo olímpico hay que ser de nacionalidad china y es ese el punto más controvertido de la esquiadora y lo que más preguntas ha suscitado en ruedas de prensa y a las que ella ha conseguido eludir sin dar una respuesta, mientras ha coqueteado abiertamente con el gobierno chino incluso defendiéndolo cuando han sido cuestionadas las libertades o los sistemas de control ciudadano.

Curiosamente, Gu tiene acceso a todas las redes sociales occidentales mientras vive en China y se representa al país, pero el resto de los chinos tienen limitado el acceso. En este momento en China está bloqueado Twitter, YouTube, Instagram, Google, Yahoo Sports, Washington Post y NY Times por nombrar algunos.

Otro aspecto menos comentado de las Olimpiadas es la situación de los disidentes chinos durante el evento. En una entrevista hecha por CNN al activista Hu Jia conocido por apoyar causas ambientales, defensor de campañas sobre el VIH y defensor de los derechos humanos en China, explicaba que desde principios de este año se encuentra en arresto domiciliario en un esfuerzo de las autoridades de mantenerlo neutralizado, aunque él mismo afirmaba que ha estado vigilado 24 horas al día durante dos décadas.

Hu ya pasó por algo similar durante los juegos olímpicos de Beijing 2008, en los que se dedicó a denunciar las violaciones de los derechos humanos en territorio chino, lo que le costó una pena de más de 3 años de prisión. Ya en su momento los padres de Hu fueron definidos como derechistas en los 50 durante la campaña política de Mao y fueron obligados a cumplir trabajos forzosos durante décadas.

El caso de Hu no es aislado, es solo uno de los pocos que todavía se atreven a hablar a pesar de las consecuencias que le acarreen las denuncias abiertas del Partido Comunista Chino. Y, tal y como el mismo explicó, “a las personas como yo nos llaman fuerzas hostiles internas, por eso tienen que aislarme del mundo exterior”.

A pesar de tanto maquillaje y montaje, las verdades salen y dejan ver las grandes fisuras del sistema impuesto por el Partido Comunista Chino y el precio que paga la sociedad civil para mantenerlo. Por mucho que brille, no todo es oro.

 

 

INTERREGNUM: Triángulo invertido. Fernando Delage

En febrero de 1972, la visita a China del presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, puso en marcha un acercamiento entre ambos países contra la Unión Soviética que transformó el equilibrio de poder global y abrió una nueva etapa en la dinámica de la Guerra Fría. Cuando se cumplen cincuenta años de “la semana que cambió el mundo”, ha sido el presidente ruso, Vladimir Putin, quien ha viajado a Pekín para anunciar con su homólogo chino, Xi Jinping, una nueva era en el orden internacional. China y Rusia, enemigos hace medio siglo, se alinean hoy con la pretensión de certificar el fin del “siglo americano”.

El triángulo estratégico diseñado por Nixon y Kissinger para quebrar el bloque comunista y buscar una salida a la guerra de Vietnam, se ha invertido cinco décadas después mediante la formación de un eje autoritario que aspira a reconfigurar el statu quo resultante del fin de la Guerra Fría. En un texto redactado en inglés que hicieron público el 4 de febrero, Xi y Putin describieron “la tendencia hacia la redistribución de poder en el mundo” que puede observarse en la actualidad, y declararon que la amistad entre sus dos naciones “carece de límites, y no hay áreas que queden al margen de su cooperación”.

El documento ha sido interpretado por numerosos analistas como un punto de inflexión, la señal de una nueva división del sistema internacional en dos bloques rivales. Pekín y Moscú han profundizado en su relación estratégica en unas circunstancias de debilidad de las democracias liberales y de polarización política en Estados Unidos. Tras un proceso sostenido de acumulación de capacidades militares (en el caso de Rusia), económicas y militares (en el de China), los dos países—potencias nucleares en sus respectivas regiones, Europa y Asia—, cuentan con un margen de maniobra impensable hace veinte años.

Sería un error, no obstante, pensar que han desaparecido los límites a su colaboración. Aun ofreciendo a Putin cierto apoyo—en el rechazo a la ampliación de la OTAN, por ejemplo—, Xi no tiene ningún interés alguno en empeorar sus ya tensas relaciones con Europa, ni en hacer que ésta refuerce su relación con Washington, especialmente en un contexto de desaceleración económica y de presiones políticas para corregir la dependencia de las cadenas de valor chinas. Las exportaciones de China a la UE multiplican por diez las dirigidas a Rusia, y Pekín no quiere ser objeto de sanciones en el caso de sumarse a las pretensiones rupturistas de Moscú (no es casualidad que Ucrania no apareciera nombrada en la declaración conjunta). Es China quien lleva hoy la iniciativa: Moscú—con diferencia el más débil de los tres—, es ante todo un peón útil para desviar la atención norteamericana del Indo-Pacífico. Los dirigentes chinos no van a poner sus intereses económicos en riesgo por Rusia.

La principal característica de la relación entre China y Rusia es la enorme asimetría de poder entre ambas naciones. La economía rusa es apenas la mitad de la de California, mientras China tendrá el mayor PIB del planeta antes de 2030. Pekín no puede mantenerse al margen de la economía global y necesita un escenario de estabilidad internacional, mientras que Moscú sólo cuenta con la provocación militar para conseguir sus objetivos. Aun compartiendo una misma ambición (mayor influencia internacional) y un mismo obstáculo (Estados Unidos), Xi no se dejará arrastrar por Putin a un conflicto contrario a sus intereses. Ambos líderes, eso sí, saben aprovechar cuantas oportunidades encuentran para inquietar a un Occidente todavía rehén de un mundo que dejó de existir.

THE ASIAN DOOR: El valor de África para la nueva Ruta de la Ruta. Águeda Parra

Sin que la financiación de proyectos englobados en la nueva Ruta de la Seda haya recuperado el vigor de los años anteriores a la pandemia, al menos la inversión ha conseguido estabilizarse, alcanzando los 59.500 millones de dólares en 2021, respecto a los 60.500 millones de dólares de 2020. Una financiación estable en tiempos de incertidumbre de crecimiento económico global pero centrada en dos áreas que han atraído el interés de la iniciativa china en 2021, África y Oriente Medio.

Aunque los proyectos en Irak han acaparado el mayor protagonismo, alcanzando los 10.500 millones de dólares en contratos de construcción, el compromiso con África ha conseguido situar a la región como el segundo destino de la inversión china alcanzando un crecimiento del 156% respecto a 2020, lo que representa el 19,01% de toda la inversión y cooperación realizada a través de la nueva Ruta de la Seda en 2021. Los proyectos englobados en la iniciativa china se suman así a la tendencia global en la inversión extranjera directa (IED), registrando África el mayor aumento de entrada de IED y de acuerdos de fusiones y adquisiciones en 2021.

Después de la ralentización de la inversión a nivel global por efecto de la crisis sanitaria mundial en 2020, África recupera de nuevo el impulso que había conseguido durante 2018 y 2019 para seguir atrayendo el interés de China. De hecho, el gigante asiático ha destinado mayor inversión a África que el volumen conjunto de las ocho entidades que han proporcionado préstamos al continente. Se trata de 23.000 millones de dólares entre 2007 y 2020 en proyectos de infraestructuras que son 8.000 millones de dólares más que los préstamos realizados conjuntamente por el Banco Mundial, el Banco Africano de Desarrollo (AfDB), y los bancos de desarrollo de Estados Unidos y la Unión Europea.

A pesar del volumen de IED destinada a África por todas las partes, este volumen apenas representa una décima parte de las necesidades del continente para afrontar los desafíos que suponen los retos de salud, de desarrollo y de abastecimiento de energía que necesita el continente, según muestra un reciente informe del think tank estadounidense Center for Global Development. Entre los proyectos financiados por China destaca la construcción de 1.320 kilómetros de vía férrea en Tanzania para conectar el lago Victoria con Dar es-Salam que permite mejorar las necesidades de infraestructuras que demanda la región. Un ámbito de desarrollo prioritario al que deberían sumarse otros proyectos dentro la iniciativa lanzada por Estados Unidos, Build Back Better World (B3W), y la propuesta de la Unión Europea, Global Gateway, para impulsar el desarrollo de la región.

No solamente las inversiones han atraído el interés del gigante asiático, sino que el comercio ha alcanzado también una cifra récord de 254.000 millones de dólares en 2021, un 35% superior a 2020, que fortalece la posición de China como el mayor socio comercial de África. La pandemia ha sido un importante dinamizador de este crecimiento, impulsado principalmente por las exportaciones de China de material sanitario y farmacéutico de los que el gigante asiático es uno de los principales proveedores, mientras China importa de África minerales, metales, productos agrícolas y petróleo.

En un escenario en el que la financiación externa es mucho más significativa que la local, siendo dominante la inversión china y más marginal la estadounidense, el desarrollo de África sigue estando ligado a la inversión privada. Sin embargo, en el ámbito del comercio, a pesar de que la capacidad de China como potencia exportadora excede por mucho las exportaciones africanas., las ventas hacia el gigante asiático están experimentando un importante crecimiento gracias al impulso que genera incorporar al proceso plataformas de e-commerce y herramientas online.

Aunque el comercio entre China y África apenas representa el 4% del comercio global de China, los proyectos lanzados por la iniciativa china están impulsando mejoras en la conectividad terrestre y en el desarrollo de infraestructuras digitales que permiten a las empresas africanas mejorar su acceso a los mercados de exportación. Ámbitos de desarrollo que igualmente deben ser destino prioritario de las iniciativas B3W y Global Gateway

 

China e Indochina: Pekín mueve peones

La inauguración, hace unos días, de la línea ferroviaria de alta velocidad China-Laos abre la primera etapa del gran plan estratégico chino de crear un corredor terrestre, atravesando la península de Indochina en su siguiente etapa, hasta Singapur, reforzando la influencia económica y política de Pekín (que incluye mayores posibilidades de despliegue en una eventual intervención militar en la región si China lo considerase acorde con sus intereses).

Se trata de un primer paso hacia la conocida como Red Ferroviaria Panasiática, con la que China busca establecer varias rutas por tren que la conecten con Singapur pasando por varios países del Sudeste Asiático.

Según la prensa oficial china, el proyecto logrará que Laos pase de ser “un país sin litoral” a un centro “conectado” por tierra.

El proyecto -que reducirá el tiempo de viaje entre las dos ciudades a menos de un día- forma parte del ambicioso proyecto comercial de la “Nueva Ruta de la Seda”, que Pekín apoya con el impulso de infraestructuras claves como aeropuertos, carreteras y puertos; aunque algunas voces critican que esos préstamos son inviables, una trampa para que caigan endeudados.

Además, China echa un pulso  a la influencia de EEUU en la región que lleva décadas de desarrollo basada, curiosamente, en Vietnam, además de en Thailandia. Según expertos del Departamento de Estado de EEUU, conectar por tren con el Sureste Asiático supone para China tener acceso prioritario a la Ruta de la Seda Marítima a través de los enclaves que conforman el denominado collar de perlas y que constituyen los puertos identificados en la estrategia de China para desplegar influencia en la región. Esta relevancia geopolítica sitúa a esta área como parte esencial de la estrategia de política de expansión de la influencia china.

Poco a poco es escenario del Indo-Pacífico se va dibujando de acuerdo con los intereses chinos y frente a eso se ha levantado con prisas el acuerdo AUKUS entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos y se exploran acuerdos Estados Unidos-India a la vez que se refuerzan los lazos con los aliados tradicionales de Occidente Japón y Corea del Sur, sin olvidar el más complejo caso de Filipinas.

Las jugadas de ajedrez estratégico están planteando ya un futuro tenso, incierto y lleno de riesgos para el futuro a no tan largo plazo y el tablero implica limites casi planetarios e incorpora muchos elementos en los frentes más diversos, lo que hace el desenlace más incierto.

INTERREGNUM: Myanmar: un año después del golpe. Fernando Delage

La semana pasada se cumplió un año del golpe de Estado en Myanmar. Horas antes de inaugurarse el Parlamento resultante de las elecciones de noviembre, en las que la Liga Nacional para la Democracia (LND) logró una aplastante mayoría, los militares se hicieron con el poder en el cuarto golpe de Estado desde la independencia en 1948, poniendo fin a una década de gradual pluralismo político y de sostenido crecimiento económico. La Consejera de Estado Aung San Suu Kyi y el presidente Win Myint, junto a otros dirigentes de la LND, fueron arrestados y acusados de distintos cargos, y se encuentran desde entonces en prisión. Las fuerzas armadas prometieron un regreso a la democracia tras un año de gobierno interino, que luego extendieron a dos años.

La actual atmósfera de tensión entre las grandes potencias ha alejado a Myanmar de los focos informativos, pese a la dramática situación que atraviesa el país. La violencia se ha desatado de manera extrema, el hundimiento de la economía es completo, y la incertidumbre se agrava sobre el futuro de una de las naciones más pobres y de mayor complejidad interétnica de Asia.

La resistencia contra el golpe fue inicialmente pacífica, limitada a manifestaciones masivas y movimientos de desobediencia ciudadana, pero la oleada de represión puesta en marcha por el ejército—que se ha cobrado la muerte de al menos 1.500 civiles, y causado el desplazamiento de centenares de miles de personas—condujo pronto a una brutal escalada. El Gobierno de Unidad Nacional, en el exilio, declaró en septiembre el estado de guerra contra las fuerzas armadas, mientras que estas han designado al primero como una organización terrorista. Los enfrentamientos se han extendido particularmente en los estados fronterizos con India y con Tailandia. El PIB, por otra parte, ha caído un 30 por cien, lo que ha hecho triplicarse los índices de pobreza extrema, condición que ya incluye casi a la mitad de la población. Tras conocer una década de semidemocracia, los más jóvenes no cederán en la resistencia al ejército, una presión que puede crear a su vez divisiones entre los militares, acentuando el caos y el desorden nacional.

Ante estas trágicas circunstancias, la respuesta exterior debía haber sido decisiva; sin embargo, la acción de la comunidad internacional ha consistido básicamente en la adopción de declaraciones de condena, más que en la formulación de medidas concretas para restablecer la estabilidad política. La ONU ha preferido apoyarse en la ASEAN y su plan de cinco puntos para poner fin a la violencia, promover un diálogo constructivo y designar un enviado especial para la crisis. Pese a haberse comprometerse con dicho plan, acordado en el mes de abril, la junta militar no ha dado un solo paso para ejecutarlo, una inacción para la que se apoya, en parte, en la propia falta de unidad de la organización. La visita a Myanmar hace unas semanas del primer ministro de Camboya, Hun Sen, en su calidad de presidente rotatorio de la organización, es un claro ejemplo de esas divisiones. Aunque realizó su viaje sin consultar previamente a los Estados miembros, su gesto ha sido interpretado como un intento por forzar el reconocimiento de la legitimidad del gobierno birmano.

Las sanciones de los países occidentales, que han consistido básicamente en la congelación de cuentas bancarias o la restricción de visados a miembros de la junta, poco efecto pueden tener para un cambio de rumbo, pues los generales han sabido estrechar su cooperación con China y Rusia, potencias ambas interesadas en mitigar las presiones de Occidente. Pekín observa con preocupación el escenario de desorden que se ha abierto (y que puede afectar tanto a los movimientos insurgentes en la frontera que comparten ambos países, como a los gaseoductos que unen la provincia de Yunnan con el Índico), pero también con cierto distanciamiento. La presencia de Moscú, en cambio, ha adquirido un nivel desconocido hasta la fecha, con un notable apoyo directo, tanto en el terreno diplomático como a través del suministro de armas.

La ausencia de avances significativos durante un año no permite ser muy optimista con respecto al desarrollo de los acontecimientos a medio plazo. El margen de influencia occidental es reducido, la ASEAN arriesga su credibilidad, y las partes en el conflicto apuestan por imponerse sobre el otro más que en buscar una solución negociada.

La inauguración de los juegos de invierno: geopolítica y propaganda. Nieves C. Pérez Rodríguez

El viernes pasado fuimos testigos del comienzo de los Juegos Olímpicos de Invierno en Beijing que, más allá de un espectacular derroche de luces y tecnología en absoluta sincronía con fuertes restricciones debido a la pandemia, dejaron ver la polarización que vive el mundo y el nuevo escenario geopolítico internacional. Que curiosamente cada vez más recrea memorias de la guerra fría y esa época en la que definíamos a las naciones como alineadas o no alineadas.

Los tiempos definitivamente son otros y los actores han variado ligeramente. El rol principal lo tiene China, que ha aprovechado su momento de gloria, como anfitrión, para recordar al planeta la potencia en la se han convertido y sus planes de continuar por el camino del crecimiento y desarrollo tecnológico, así como también de líder internacional.

China ganó en 2015 la candidatura para ser los anfitriones de estos juegos y en ese momento era imposible anticipar que les tocaría organizarlo en medio de una pandemia mundial y bajo controles sanitarios super estrictos que los llevó a dividir la ciudad en dos áreas completamente separadas, donde los que están en la Villa Olímpica no pueden salir de ella, ni tampoco los que están en la otra parte de Beijing pueden entrar a la ciudad deportiva. Con personal y un sistema de trasporte absolutamente dividido, junto con la repetición diaria de test de Covid a todos aquellos atletas, participantes, periodistas o personal que esté dentro de la ciudad olímpica daban comienzo los juegos de Beijing 2022.

A la inauguración asistieron unos 20 líderes, la mayoría de ellos provenientes de naciones pobres, dependientes de Beijing, vecinos del gigante rojo, o naciones cuyos gobiernos son conocidos por sus restricciones de libertades. Quedando a un lado las naciones más prósperas y democráticas, muchas de las cuales justificaron su ausencia en la pandemia, para evitar así caer en desgracia o confrontación con Beijing. Y por otro lado Estados Unidos, Canadá, Australia, Reino Unido y Lituania se sumaban a un bloque de protesta en contra de las consecutivas violaciones de derechos humanos que tienen lugar en China.

La polémica y el rechazo internacional que han causado estos juegos no tienen precedentes. No solo se ha reunido activistas en derechos humanos y ONGs, sino organizaciones deportivas como la Organización internacional de Tenis que protestó por la desaparición de la tenista china Peng Shuai después de su publicación en Weibo en la que acusó de haber sido abusada por una prominente figura del Partido Comunista Chino. La larga lista de denuncias de violación de los derechos humanos en el Tibet, Hong Kong, y más recientemente de los uigures, ha despertado el interés y la atención internacional de deportistas de distintas categorías y alarma en políticos de una larga lista de naciones democráticas.

En China, la población tampoco ha podido disfrutar de los olímpicos más allá de la compra de souvenirs y las transmisiones televisivas. Ion Jonhson, experto en China del Council on Foreing Relations, sostenía en un artículo al respecto : “la realidad es que estos juegos se han convertido en una carga más que tienen que soportar los chinos. En 2008, cuando Beijing fue sede de los juegos olímpicos de verano, se notaba una sensación de entusiasmo incluso en lugares como Hong Kong, por el orgullo de que se albergara este evento deportivo. Pero en contraste hoy la escena política y cultural independiente ha sido destruida, como parte de la intolerancia de Beijing hacia cualquier pluralismo. Si bien muchos chinos siguen estando orgullosos de su país, estos juegos serán otro capítulo más en el bloqueo permanente que vive esa nación…”

Después de Xi Jinping, quien pronunciaba las palabras de apertura del evento, el segundo gran protagonista de la inauguración, fue el presidente ruso, quien acudía a la cita en un tórrido momento en el que tiene sus tropas en la frontera con Ucrania amenazando invadirla y en la que Xi y Putin aprovechaban la atención mediática para reafirmar su estrecha amistad “sin límites” (tal y como ellos mismo la definieron) e intención de continuar su alianza más fuerte que nunca mientras que, expresaban su rechazo hacia la existencia de la OTAN y el AUKUS.

Xi se mostraba como un gran líder que está dispuesto a ser el contra peso de los Estados Unidos y dejaba claro que tiene la capacidad de serlo. El momento más simbólico de la inauguración, el encendido de la antorcha olímpica también fue micro calculado por el Partido Comunista chino que hizo que un medallista olímpico chino junto con una atleta de origen uigur protagonizaran el momento más esperado. La chica de veinte años ha sido atleta desde los cinco y aunque ha ganado competiciones domesticas de esquí, esta es su primera vez en participar en unos olímpicos.

Pero Dinigeer Yilamujiang centraba las miradas porque mientras el boicot se hizo para recordar los horrores de los que son víctimas los uigures, el Partido Comunista chino usaba a la joven uigur como un mensaje para neutralizar las protestas a las violaciones de los derechos de esta minoría.

Estos juegos exhiben la auténtica esencia de cómo Beijing entiende el mundo. Siempre a través de sus intereses, usando la propaganda y la fastuosidad para impresionar, cubrir realidades y recordar que son la nueva potencia, la gran potencia que resurgió para quedarse.

THE ASIAN DOOR: ¿Quién va ganando la batalla de los semiconductores? Águeda Parra

La campaña iniciada por los órganos reguladores chinos no parece ser la única prueba de fuego que vayan a tener que enfrentar los titanes tecnológicos en los próximos años. Después de un año de continua adaptación a las nuevas políticas regulatorias, y de afrontar el pago de cuantiosas multas, las empresas de Internet están enfrentando un nuevo reto inesperado: la competencia con la industria de los semiconductores en la captación de financiación.

Conseguir la autosuficiencia tecnológica que persigue China tiene como punto inicial adquirir capacidades avanzadas que permitan el diseño y fabricación de los chips que se utilizan en entornos de alta componente tecnológica. Los semiconductores, junto con la robótica y la biotecnología, se han convertido en la máxima prioridad del gigante asiático en su carrera tecnológica con Estados Unidos y, por tanto, despertando interés entre los inversores internacionales. Resultado de este este nuevo enfoque es la cifra récord de 131.000 millones de dólares en fondos de riesgos que consiguieron recaudar las startups tecnológicas chinas, menos de la mitad de los 296.6000 millones de dólares que consiguió atraer el principal polo tecnológico, Silicon Valley, pero que refuerzan la pujanza que están adquiriendo estos sectores entre los inversores extranjeros.

En el caso concreto de los semiconductores, los objetivos de autosuficiencia tecnológica fijados en el plan Made in China 2025 están asociados a un progresivo incremento de la inversión en el desarrollo de capacidades tecnológicas que permitan al gigante asiático producir chips avanzados. Resultado de esta hoja de ruta es que China lleva superando a Estados Unidos en inversión en semiconductores desde 2018, creciendo significativamente hasta alcanzar los 8.800 millones de dólares, ocho veces más que los 1.300 millones de dólares que invirtió Estados Unidos en 2021, según datos de Preqin.

Otro de los ámbitos donde China está avanzando de forma significativa es en las ventas de chips. En un mercado dominado por Estados Unidos, el gigante asiático ha incrementado paulatinamente su participación hasta alcanzar una cuota de mercado que supone el 11% de las ventas globales, según datos de la Asociación de Industria de Semiconductores (SIA, por sus siglas en inglés). A pesar de las sanciones impuestas por Estados Unidos, y que las empresas chinas todavía siguen siendo pequeños actores en el escenario global, la estrategia de desarrollar la industria nacional de semiconductores comienza a dar sus frutos. Resultado de ello sería que China podría elevar sus ventas hasta el 17,4% en 2024, según estimaciones de SIA, situando al gigante asiático como tercer proveedor mundial, solamente por detrás de Estados Unidos y Corea del Sur.

En cuestión de producción, el apoyo estatal y la creciente demanda local han impulsado la fabricación nacional de chips, tanto de empresas locales como extranjeras, alcanzando 369.000 millones de unidades en 2021, un aumento interanual del 33,5%, según datos de la Oficina Nacional de Estadística de China. Unas cifras que muestran el creciente protagonismo del gigante asiático entre los principales productores mundiales hasta alcanzar una cuota del 15%, desde el 1% que representaba en 1990, adelantando a Estados Unidos que cae hasta el 12%, desde el dominio del 37% que ostentaba en 1990. Una tendencia que muestra cómo China podría convertirse en el mayor productor de semiconductores acaparando el 24% de la producción mundial en 2030, según estimaciones de la propia SIA.

La innovación en el diseño de chips es, por tanto, el último eslabón que le queda a China para convertirse en una gran potencia en el ámbito de los semiconductores. Sin disponer todavía de las capacidades necesarias para generar chips de última generación, China podría estar entre uno y dos años por detrás de Estados Unidos y Taiwán en diseño de chips avanzados, y alrededor de 5 años por detrás de la taiwanesa TSCM en fabricación, según los expertos de la industria.

En definitiva, una década para que China se convierta en el mayor productor mundial de chips, y alrededor de 15 años para alcanzar la autosuficiencia tecnológica en producción y diseño de chips avanzados. Un tiempo en el que la diplomacia global de chips deberá asegurar la cadena de suministro de semiconductores mientras Estados Unidos y Europa reconsideran su participación en la cadena de valor de los chips antes de que se produzca el desacople tecnológico de China.