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INTERREGNUM: Washington-Seúl: un nuevo paradigma. Fernando Delage

Desde su toma de posesión en mayo de 2022, el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol, situó la alianza con Estados Unidos en el centro de la política exterior del país. Coincidiendo con el 70 aniversario de la fundación de dicha alianza, la visita de Estado realizada por Yoon a Washington la semana pasada puso asimismo de relieve el relevante papel que desempeña Seúl en la política asiática de Estados Unidos. Por su capacidad industrial—en particular por la producción de semiconductores y baterías de vehículos eléctricos—, Corea del Sur es una variable central en la estrategia de la Casa Blanca dirigida a reducir la dependencia tecnológica de China. Por otra parte, la presencia militar norteamericana en su territorio ha adquirido una renovada importancia frente al desafío planteado por Corea del Norte.

El objetivo disuasorio que ha supuesto el compromiso norteamericano con la seguridad surcoreana desde el armisticio de 1953 ya no resulta suficiente cuando el programa nuclear de Pyongyang crece de manera alarmante. Además de contar con armamento táctico que podría usar contra su vecino del Sur, el régimen de Kim Jong-un ha modificado su doctrina nuclear, y no descarta el uso preventivo de su arsenal contra Estados no nucleares. Preocupados por su creciente vulnerabilidad frente a esta amenaza, más del 70 por cien de los surcoreanos defienden hoy la adquisición de armamento nuclear; una idea a la que se opone radicalmente Estados Unidos. Puesto que Corea del Norte también puede alcanzar el territorio norteamericano mediante sus misiles intercontinentales, la convergencia entre las necesidades de seguridad de Seúl y las de Washington ha propiciado una redefinición de la alianza.

A ese resultado conduce igualmente una segunda inquietud compartida por ambos países: Taiwán. Abandonando la equidistancia de su antecesor, Moon Jae-in, el presidente Yoon ha subrayado en varias ocasiones que “la paz y estabilidad en el estrecho de Taiwán es un elemento esencial para la seguridad y prosperidad de la región del Indo-Pacífico”. Es una declaración más que bienvenida por Washington y que, al sumarse a la normalización de relaciones entre Corea del Sur y Japón (la visita de Yoon al primer ministro Fumio Kishida en marzo fue el primer encuentro mantenido por los líderes de ambas naciones en 12 años), refuerza los objetivos norteamericanos de consolidar las alianzas con países afines frente a las potencias revisionistas.

La declaración firmada en Washington por Biden y Yoon abre la puerta al establecimiento de un sistema de consultas nucleares entre los dos gobiernos en el caso de una potencial agresión norcoreana, similar al que existe entre los Estados miembros de la OTAN desde 1966. Estados Unidos no volverá a desplegar armamento nuclear táctico en Corea del Sur (lo retiró tras el fin de la Guerra Fría), pero sí un submarino con armamento nuclear sobre bases rotatorias. Por su parte, Seúl reiteró su compromiso con el Tratado de No Proliferación Nuclear, renunciando de este modo—al menos de momento—al desarrollo de una capacidad nuclear propia. A Pyongyang se le lanza el mensaje de que serán inútiles sus intentos de dividir a ambos aliados, y a Pekín el de que no ha logrado evitar el alineamiento de su vecino surcoreano con Estados Unidos (sus acciones, por el contrario, han sido una causa fundamental de ese acercamiento).

El comunicado es creíble y convincente, pero queda sujeto a que sus términos se sostengan en el tiempo. Yoon afronta las críticas del principal partido de la oposición, contrario a lo que considera como una excesiva sintonía con Washington. Biden, además de tener que atender problemas más inmediatos como Ucrania y la rivalidad con China, tiene que revalidar la presidencia el próximo año. Una victoria republicana podría cambiar de nuevo el escenario.

INTERREGNUM: Stoltenberg en Corea del Sur y Japón. Fernando Delage

La cancelación de la visita a Pekín del secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, no es una buena noticia. La recuperación del diálogo bilateral al más alto nivel al que se comprometieron los presidentes Biden y Xi tras su encuentro de noviembre con ocasión de la cumbre del G20 en Bali, queda de nuevo en suspenso tras el incidente del globo espía chino. Se tardará aún un tiempo en disponer de información sobre lo ocurrido, pero, entretanto, la escalada de tensión no cederá, impulsada tanto por la dinámica política interna en Estados Unidos y la República Popular, como por el contexto internacional.

Así se puso de manifiesto la semana pasada con el viaje a Corea del Sur y Japón del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.  Siete meses después de la cumbre de la Alianza en Madrid, encuentro en el que por primera vez en la historia de la organización participaron el presidente surcoreano y el primer ministro japonés—junto a sus homólogos de Australia y Nueva Zelanda—, la visita de Stoltenberg ha sido una nueva señal del creciente acercamiento de las democracias atlánticas y asiáticas en una era marcada por la guerra de Ucrania y la competición con China. “Lo que pasa en Asia importa a Europa y a la OTAN, y viceversa”, reiteró Stoltenberg en sus entrevistas con los medios locales.

Tras la cumbre de Madrid, Corea del Sur abrió su representación diplomática ante la Alianza, al tiempo que decidió incrementar su cooperación en áreas como no proliferación, ciberespacio y antiterrorismo. En Seúl, Stoltenberg solicitó a sus anfitriones el envío de ayuda militar directa a Ucrania, una petición difícil de atender dada la política surcoreana de no enviar armamento a países en conflicto (posición también mantenida por Alemania, Noruega o Suecia que, sin embargo, han abandonado en este caso). Como relevante exportador de armamento, Seúl sí ha enviado un considerable volumen de material a Polonia, así como piezas de artillería a Estados Unidos que éste ha proporcionado a su vez a Ucrania. Los obstáculos legales y la oposición de la opinión pública limitan el margen de maniobra de un gobierno inclinado, no obstante, a profundizar en su relación con la Alianza.

El secretario general también trató con el presidente Yoon Suk Yeol del posible papel de la OTAN en relación con el problema nuclear norcoreano, así como de los informes de la inteligencia norteamericana conforme a los cuales Pyongyang estaría proporcionando armamento a Rusia en su campaña contra Ucrania. Stoltenberg aprovechó igualmente su intervención en una universidad de Seúl para dar a conocer el concepto estratégico aprobado en Madrid, y la descripción del reto sistémico que representa China para los valores, los intereses y la seguridad de la Alianza Atlántica. Hizo hincapié en particular en el rápido desarrollo de las capacidades militares chinas, incluido el arsenal de misiles que pueden alcanzar territorio OTAN, además por supuesto de la península coreana.

Un día más tarde, en Tokio, Stoltenberg volvió a denunciar las acciones chinas, pero destacando esta vez sus amenazas hacia Taiwán, sus intentos de control de infraestructuras críticas y sus campañas de desinformación. Denunciando la “reacción autoritaria” liderada por Pekín y Moscú contra un orden internacional basado en reglas, subrayó una vez más la estrecha interconexión existente entre la seguridad transatlántica y el Indo-Pacífico, y el peligroso mensaje que transmitiría una victoria rusa en Ucrania sobre la posibilidad de conseguir objetivos mediante el uso de la fuerza. En la conferencia de prensa que ofreció junto al primer ministro japonés, Fumio Kishida, este último, además de dar la bienvenida al interés de la Alianza por Asia, anunció que Japón abrirá una delegación ante la OTAN y asistirá regularmente a reuniones de la organización, con la que—dijo—se reforzará la colaboración en temas como el espacio y el ciberespacio, la desinformación y las nuevas fronteras tecnológicas.

Pekín y Pyongyang criticaron unas y otras declaraciones, reveladoras de hasta qué punto la guerra en el Viejo Continente y el apoyo de Rusia a China están acercando a Asia a Europa, dos espacios vistos en otros tiempos como geopolíticamente separados. Es una nueva realidad que también confirmó la semana pasada la visita de los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa de Australia a París, Londres y Bruselas.

 

El apretón de mano de Biden y Xi en Bali. Nieves C. Pérez Rodríguez

El encuentro en persona de Biden y Xi finalmente tuvo lugar en el marco de la cumbre del G20 en Bali, Indonesia. Viejos conocidos que la política ha unido en varias ocasiones desde hace unos diez años. Los primeros encuentros fueron cuando ambos se desempañaban como vicepresidentes de sus respectivos países y este lunes ambos líderes se daban la mano como presidentes de ambas naciones que acaban de ser fortificados en sus posiciones.

Las relaciones entre ambos siempre han sido cordiales, la veteranía se nota y los intereses han sido el timón de esa cortesía. Quienes han tenido ocasión de compartir con Xi en el plano más personal lo describen como un líder encantador. En el caso de Biden es aún más evidente su cercanía y calidez. Con ver imágenes del encuentro vemos un Biden extraordinariamente sonriente que se acerca a Xi con seguridad, pero a su vez expresando complacencia.

Biden recibió las relaciones más deterioradas en la historia de los últimos 30 años entre Beijing y Washington y ha expresado desde que tomó posesión que China es la prioridad número uno de la agenda exterior estadounidense. La estrategia de Seguridad Nacional del 2022 de la Administración Biden tenía contemplaba como prioridad central a China, aunque la guerra de Ucrania produjo una alteración de las prioridades y se direccionaran masivamente recursos hacia Kiev para contener las ambiciones rusas y con ello enviar a Moscú un mensaje directo de no tolerancia a la violación de la soberanía de un Estado independiente. Mientras, China mantuvo un comportamiento de complacencia con Moscú y de no interferencia pública para prevenir un efecto boomerang, es decir que luego vengan a ellos terceros a darles lecciones.

Muchos analistas valoran como positivo el encuentro debido a que podría producir cambios positivos o al menos algún tipo de acercamiento. Sin embargo, si se analizan los puntos tratados en las tres horas de reunión no hubo ningún avance significativo en ninguno de ellos.

Se abordó la necesidad de contención de Corea del Norte, ya que el único que puede conseguir algo de moderación en la postura de Kim Jon-un es China, que es su vecino y principal proveedor y aliado. Y que desde que se ha dedicado a hacer pruebas misilísticas ha incrementado la inestabilidad de la región y con ello del resto del mundo.

La guerra de Ucrania fue otro punto neurálgico y, aunque se sabe que la economía china por primera vez en 20 años va a sufrir un crecimiento de casi la mitad de lo que estimaban, verán más de los efectos  de esa guerra afectando negocios, intercambios y la estabilidad y la economía internacional.

Se trató de los derechos humanos en China, algo de lo que se ha hablado tanto en Washington, y que cada principio de año sale recitado en el informe del Departamento de Estado sobre Derechos Humanos, que además, en el caso de las minorías musulmanas chinas en Xinjiang, se ha reportado con datos fiables y fotografías satelitales que existen violaciones consistentes y permanentes, así como centros de detención por los que se sabe que han pasado cientos de miles de uigures.

Y por supuesto, Taiwán, la joya del pacífico. Valga resaltar que el propio presidente Biden en cuatro ocasiones distintas ha afirmado literalmente: “Nosotros tenemos un compromiso con Taiwán” e incluso cuando ha sido cuestionado directamente sobre si defendería militarmente la isla ha dicho sí, sin titubeo alguno.

Xi, por su parte, dijo que la línea roja en Taiwán no debe ser traspasada. Haciendo una clara declaración de autodeterminación y llamando a la detención a cualquier aspiración contraria a su posición.

Por su parte, el equipo de la Casa Blanca salió del encuentro con la convicción de que Beijing no tiene planes apremiantes de invadir Taiwán, a pesar de que el mismo Xi no fuera tan explícito ni directo acerca del tema.

Las palabras de Biden de “yo creo absolutamente que no hay necesidad de una guerra fría” podrían interpretarse como blandas, porque aun cuando es cierto que la tensión de guerra fría no beneficia a ninguna de las partes, hay razones de peso para que las relaciones entre ambos se encuentren en el punto en el que están.

Tal y como afirmaba Katie Rogers y Chris Buckley en una columna del New York Times, “en lugar de que el encuentro fuera una especie de momento de confrontación entre democracia y autocracia, cada uno pareció estar más de acuerdo con en que sus intereses nacionales se habían vuelto vulnerables por la pandemia, el cambio climático, la guerra de Ucrania y la crisis económica”

Biden, en su discurso posterior al encuentro, fue diplomático y no mencionó puntos clave como el futuro de Taiwán, la rivalidad militar y tecnológica entre los dos países más poderosos del planeta o los mismos centros masivos de detenciones en Xinjiang. Por el contrario, como resultado del encuentro se acordó que el Secretario de Estado Anthony Blinken visitará China en el futuro…

INTERREGNUM: Otoño multilateral. Fernando Delage

Como cada año por estas fechas, se concentran en unos pocos días las cumbres anuales de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN) con sus socios externos, la Cumbre de Asia Oriental, y la del foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico (APEC). Al ser este año Indonesia anfitrión de la reunión del G20, se suma un encuentro multilateral más en la región. No repiten los mismos participantes en todos los casos, pero buena parte de ellos se irán trasladando de Camboya—país anfitrión de los dos primeros encuentros—, a Bali—donde se celebra la cumbre del G20—, para terminar el próximo fin de semana en Tailandia, donde se reunirán los líderes de APEC. Tampoco la agenda es la misma, pero sí el contexto de fondo, marcado por el enfrentamiento entre Estados Unidos y China. Para la mayoría de los observadores lo más relevante de esta intensa semana es en consecuencia el encuentro de Joe Biden y Xi Jinping el lunes 14 en Indonesia.

En realidad, sólo en el G20 van a coincidir ambos mandatarios: Xi no estuvo en Camboya—le representó su primer ministro, Li Keqiang—, y Biden no estará en Bangkok: le sustituirá la vicepresidenta Kamala Harris. Pero las relaciones entre los dos países condicionan todos los encuentros. Para Biden, el principal objetivo de su viaje consiste precisamente en enviar una clara señal de su compromiso con las naciones del Indo-Pacífico (y, por tanto, de su intención de contrarrestar la creciente influencia china). En Phnom Penh, Biden declaró que la ASEAN es un pilar central de su política asiática, y anunció la puesta en marcha de una “asociación estratégica integral” con la organización. En el que fue su tercer encuentro bilateral con el grupo, el presidente norteamericano ofreció asimismo una partida de 850 millones de dólares en asistencia al sureste asiático, para promover—entre otros asuntos—la cooperación marítima, vehículos eléctricos y la conectividad digital.

La situación en Myanmar también formó parte de la discusión en Camboya, con el fin de reforzar de manera coordinada la presión sobre la junta militar, así como Corea del Norte, asunto sobre el que Biden mantuvo una reunión separada con el presidente surcoreano y el primer ministro de Japón. Los tres líderes, que ya mantuvieron un encuentro con ocasión de la cumbre de la OTAN en Madrid el pasado mes de junio, tratan de articular una posición común frente a la reciente oleada de lanzamiento de misiles por parte de Pyongyang, y la posibilidad de un séptimo ensayo nuclear. También trataba Biden de preparar con sus dos más importante aliados asiáticos la reunión bilateral con Xi.

Aunque Biden y Xi se conocieron cuando eran ambos vicepresidentes, no han coincidido presencialmente desde la llegada del primero a la Casa Blanca. Han hablado por teléfono cinco veces desde entonces, y llegaron a Bali poco después de obtener (Biden) unos resultados mejores de los esperados en las elecciones de medio mandato, y (Xi) un tercer mandato en el XX Congreso del Partido Comunista. Por las dos partes se aspiraba a explicar en persona sus respectivas prioridades—incluyendo Taiwán, Corea del Norte y Ucrania—, restaurando un contacto directo que pueda contribuir a mitigar la espiral de rivalidad.

Es innegable, no obstante, que—pese a su encuentro formal—tanto Washington como Pekín continuarán intentando orientar la dinámica regional a su favor, ya se trate del entorno de seguridad o de acuerdos económicos. En Tailandia, China podría dar algún paso hacia su adhesión al CPTPP—el antiguo TTP que Trump abandonó—, mientras que la alternativa que Biden promueve—el “Indo-Pacific Economic Framework”—puede resultar redundante con la propia función de APEC, foro que la corresponde presidir a Estados Unidos en 2023.

La interacción entre las dos grandes potencias y la división geopolítica resultante marca, como se ve, esta sucesión de encuentros multilaterales, que lleva a algunos a reconsiderar por lo demás el futuro de la ASEAN, justamente cuando celebra su 55 aniversario. Desde fuera de la región, habría también que preguntarse por la ausencia—salvo en el G20—del Viejo Continente, en la región que se ha convertido en el epicentro de la economía y la seguridad global.

INTERREGNUM: Malas noticias para Pekín. Fernando Delage

Las últimas semanas no han sido fáciles para los dirigentes chinos. Los problemas parecen acumularse en un año en el que Xi Jinping quería verse libre de obstáculos de cara a la confirmación de su tercer mandato en el XX Congreso del Partido Comunista en otoño. El escenario económico empeora, mientras la primera visita de Biden a Asia ha servido para demostrar que, pese a la guerra de Ucrania, China no ha dejado de ser la prioridad central de la política exterior de Estados Unidos.

Los datos dados a conocer el 16 de mayo han revelado el impacto negativo que la política de covid-cero (con decenas de millones de personas confinadas), además de los efectos indirectos del conflicto en Ucrania, están teniendo sobre la economía: en abril se registraron los peores indicadores de los dos últimos años. Sin embargo, lejos de dar marcha atrás en la posición adoptada con respecto a la pandemia, el Comité Permanente del Politburó ha publicado duras advertencias contra quienes la cuestionen. Con independencia de las dudas sobre su eficacia desde una perspectiva sanitaria, su coste económico impedirá en cualquier caso que pueda lograrse el objetivo de un crecimiento del 5,5 por cien del PIB en 2022 (se aspiraba a conseguir una cifra superior a la de Estados Unidos).

Xi piensa que el liderazgo del Partido Comunista y “las ventajas del sistema socialista” bastan para resolver los problemas que afronta la nación. Así lo afirmó en el discurso que pronunció en la conferencia interna sobre economía celebrada el pasado mes de diciembre, y que ha publicado recientemente Qiushi, la revista teórica del Partido. Las dificultades existentes, dijo el presidente, tienen como principal causa la expansión sin freno del capital y del sector privado, un proceso que debe limitarse devolviendo un mayor control al gobierno. Esa ha sido en realidad su posición de siempre, lo que no ha evitado, sin embargo, la aparición de rumores sobre posibles enfrentamientos entre distintas facciones políticas.

La economía no es la única preocupación de Pekín. El viaje de Biden a Corea del Sur y Japón ha servido para reafirmar el compromiso estratégico norteamericano con la contención de la República Popular. Y da idea de la percepción de alarma de Pekín la activa campaña realizada en días previos por los responsables de su diplomacia con el fin de advertir a los socios de Washington del riesgo de una nueva guerra fría entre dos bloques.

En su visita a Corea del Sur, Biden confiaba encontrar en el nuevo gobierno del conservador Yoon Suk-yeol una mayor disposición a cooperar de lo que fue posible con su antecesor, el liberal Moon Jae-in. Washington quiere ampliar el enfoque regional de la alianza con Seúl y hacer que ésta se aproxime gradualmente al QUAD (el grupo formado por Estados Unidos, Japón, India y Australia). Un primer paso consiste en ayudar a mejorar las deterioradas relaciones entre Corea del Sur y Japón. Con el problema nuclear norcoreano por medio, siempre resultará difícil, no obstante, que Seúl se sume de manera explícita a una política de enfrentamiento con Pekín.

En Japón Biden dio un nuevo impulso a la alianza con su principal socio asiático, coincidiendo con el proceso de actualización por el gobierno de Fumio Kishida de la Estrategia Nacional de Seguridad, a la vez que se sondea la posibilidad de la incorporación japonesa a AUKUS. Pero la estancia en Tokio del presidente norteamericano no respondía sólo a motivaciones bilaterales; fue también la ocasión para anunciar formalmente el plan económico de la Casa Blanca para la región (el “Indo-Pacific Economic Framework, IPEF”), y asistir a la segunda cumbre presencial a nivel de jefes de Estado y de gobierno del QUAD. El IPEF se presentó con algunos cambios tras las reservas mostradas por los líderes de la ASEAN en la cumbre celebrada en Washington la semana anterior. En cuanto al QUAD, éste ha adquirido una creciente relevancia a la luz de la agresión rusa en Ucrania, si bien se plantean nuevas dudas sobre India, país que, como es sabido, no puede prescindir de Moscú en su política de contraequilibrio de China.

Biden regresa a la Casa Blanca después de transmitir un claro mensaje de compromiso con la estabilidad asiática pese a la guerra en curso en Europa, y haber reforzado la cooperación con sus aliados frente a las ambiciones revisionistas chinas. La retórica y las advertencias de Pekín parecen confirmar que ha logrado su principal objetivo.

 

INTERREGNUM: Corea del Sur: de Moon a Yoon. Fernando Delage

Mientras Putin continúa la escalada en la guerra de Ucrania, conviene no olvidar otros escenarios de conflicto, y pocos entre ellos son tan sensibles como la península coreana. Es un factor no menor en la competición estratégica entre Estados Unidos y China (una relación sujeta hoy al impacto de los acontecimientos en Europa); Biden y la UE necesitan a un gobierno surcoreano claramente alineado con Occidente y Japón contra Moscú; y Kim Jong-un estará observando con atención las consecuencias que está teniendo para Rusia haber atentado contra la estabilidad mundial.

Lo que está en juego en política exterior daba especial relevancia por tanto a las elecciones celebradas en Corea del Sur la semana pasada. Se trata de la décima economía del planeta, un país clave en el desarrollo de las nuevas fronteras tecnológicas, y un aliado vital de Estados Unidos. Es una nación que se encuentra condicionada, no obstante, por la variable China—principal destino de sus exportaciones e inversiones—y por el conflicto no resuelto con el Norte. La guerra de Ucrania agrava la presión sobre Seúl para intentar poner fin a las pruebas de misiles de Pyongyang y cerrar filas con Washington, y los resultados de las elecciones pueden contribuir a un esfuerzo en esa dirección mayor que el realizado por el presidente saliente, Moon Jae-in.

El 9 de marzo, los surcoreanos eligieron como su sucesor al candidato conservador, el exfiscal general del Estado Yoon Suk-yeol. En los comicios más disputados en la historia democrática de Corea del Sur (Yoon se impuso por una diferencia inferior al uno por cien de los votos al candidato del Partido Democrático de Corea, Lee Jae-myung), vuelve a repetirse un patrón de alternancia entre los dos principales partidos cada cinco años (el mandato presidencial no es renovable), que también suele suponer, en efecto, un giro en las líneas maestras de la política exterior.

Más que atraídos por la popularidad de Yoon, los votantes han querido mostrar su decepción con el gobierno anterior por una creciente desigualdad social, el alto desempleo juvenil, el precio de la vivienda, los conflictos de género, o las dificultades de las pequeñas empresas frente a los grandes conglomerados. El estrecho margen de victoria del ganador revela la profunda polarización política que atraviesa el país, y que no desaparecerá tras las elecciones. Pero además de los asuntos internos, los surcoreanos también se han pronunciado por la falta de resultados en los intentos de acercamiento a Pyongyang.

Sin carrera política previa y sin ninguna experiencia diplomática, Yoon ha prometido una política exterior “global” que recuerda a la que quiso desplegar una administración conservadora anterior, la del presidente Lee Myung-bak (2008–2013). La atención se centra en particular si restaurará una línea dura con respecto a Corea del Norte. Según ha declarado, sólo ofrecerá ayuda económica y financiera a Pyongyang si éste avanza en su desnuclearización. Sin cerrar la puerta al diálogo, niega la posibilidad de que Seúl haga primero cualquier tipo de concesión.

El desafío norcoreano se entrecruza con la que será mayor dificultad para el nuevo presidente: gestionar la doble presión de Estados Unidos y de China. A priori, su posición es claramente favorable a coordinarse con Washington sin las reticencias de su antecesor (ha propuesto, incluso, el establecimiento de una “alianza estratégica global” con Estados Unidos). El problema es que, para la Casa Blanca, China es hoy un asunto mucho más importante que Corea del Norte. Y si Washington quiere hacer de su presencia en Corea del Sur (28.500 soldados) un instrumento que, más allá de la península, forme parte de su estrategia hacia Pekín, situará a Seúl—una vez más—en el fuego cruzado de las dos grandes potencias.

Las 5 cosas más destacadas del 2021. Nieves C. Pérez Rodríguez

1.- El segundo año de la pandemia en este lado del Atlántico comenzaba con el terrible asalto al Congreso de los Estados Unidos dejando una bochornosa imagen de este país frente al mundo. Precisamente la nación que ha exportado sus valores democráticos a cada esquina del planeta, que ha sido observadora y certificadora de miles de elecciones extranjeras y que ha financiado muchas de las organizaciones internacionales, sufrían un gran golpe en el corazón de Washington D.C., en el edificio que ha simbolizado desde 1800 los valores de democracia y libertad.

 

Ese espantoso episodio, cuyo propósito era desacreditar la legitimidad de las elecciones por el contrario, demostró la solidez de las instituciones americanas y abrió paso a la continuidad democrática de este país, con la toma de posesión del que había sido el ganador de la elección del noviembre anterior. Y en medio de la profunda tristeza y confusión, la toma de posesión de Biden llenaba de ilusión a muchos, pues prometía, por una parte, cambios, pero, por otra, la experiencia de Biden llenaba de esperanza al retorno a una relativa normalidad tan deseada por la mitad de los ciudadanos estadounidenses y, sin duda también, por muchos de los aliados de occidente, sobre todo aquellos que se sintieron abandonados y hasta presionados por la previa Administración Trump.

 

2.- Japón, que se atrevió a celebrar los pospuestos juegos olímpicos del 2020 en julio del 2021 a pesar de la gran oposición doméstica que tuvo a razón de la propia pandemia, aunque siempre con la esperanza puesta en cumplir el comedido y no dejar caer por la borda los 26 millones de dólares que habían invertido en ello. Así mismo, el primer ministro Suga fue el primer líder recibido por Biden en abril y, además, fue Japón el primer destino del Secretario de Estado Blinken junto con el Secretario de Defensa Lloyd Austin, dejando ver como para la Administración Biden Japón juega un rol clave como aliado estratégico, además de la prioridad que ocupa el Indo-Pacífico en la agenda de Biden.

 

3.- Corea del Norte, que ya se pensaba que era el régimen más cerrado del mundo y se ha superado a si mismo durante la pandemia y se ha convertido en un régimen aún más hermético de lo que conocíamos en pro de contener la pandemia. Poco se ha filtrado pero lo que sabemos es que se han blindado incluso del lado de la frontera con China para evitar que el Covid-19 transite libremente por su territorio. Su líder supremo cumplía el 19 de diciembre 10 años en el poder en los cuales ha conseguido tremendos avances en su programa nuclear generando mucho miedo en sus vecinos y gran preocupación para Washington.  A pesar del hermetismo del sistema, Kim Jon-un consiguió hacer crecer la economía  en estos años, aunque la pandemia ha tenido un efecto nocivo en esa recuperación y actualmente se encuentra severamente golpeada.

 

4.- Afganistán. La inoportuna y mal organizada salida de Afganistán perseguirá a Biden para siempre como uno de sus más nefastos errores, todo por la premura de hacerlo coincidir con el vigésimo aniversario del ataque del 11 de septiembre del 2001. Además del terrible retroceso que eso implica para la población afgana. Geopolíticamente altera el orden regional que se había conseguido.  China, además, comparte 76 kilómetros de fronteras con Afganistán a través del corredor de Wakhan y por ahí tiene ahora mayor acceso libre al resto de Asia Central con facilidad para el desarrollo de sus planes de BRI.

 

5.- China. El Partido Comunista chino celebró este año su aniversario número 100, y a pesar de que fue creado tan solo por un grupo muy pequeño de personas en la clandestinidad, hoy en día 1 de cada 15 ciudadanos chinos son miembros del partido. Y aunque la cifra parezca escandalosa ésta responde a la necesidad que tiene el partido de mantener control y lealtad de la población en la militancia política e ideológica desde que se hicieron con el poder en 1949. Desde entonces se han convertido en una fusión de partido y Estado que controla todos los aspectos de la vida de sus ciudadanos. Con Xi Jinping a la cabeza como secretario general del Comité Central del PC chino, presidente de las fuerzas armadas y, además, actual presidente de la República Popular China desde 2013 y en su aspiración de continuar con el legado de Mao, China ha conseguido que su ideología sobre “el socialismo con características chinas o el socialismo para una nueva era” sea la columna vertebral que dirige al país desde el 2013 y que así continuará en los años venideros.

Biden cambia el paso con Corea del Norte

El presidente Biden ha decidido cambiar el paso en las relaciones de Estados Unidos con Corea del Norte y situarse entre el objetivo de Donald Trump de lograr “un acuerdo histórico” y la vía de “la paciencia estratégica” defendida por Obama y su equipo del que Biden era un destacado componente. En la entrevista sostenida por el presidente norteamericano y el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, en la tercera semana de mayo, Biden subrayó, además de su voluntad de reforzar los lazos con su aliado coreano, su convicción de que avanzar hacia una desnuclearización del régimen comunista del norte es prácticamente inalcanzable.

Con ese análisis ha despejado la incógnita de un próximo encuentro  con  el dictador norcoreano, Kim Jong-un, para lo que señala que sería necesario previamente un compromiso de desnuclearización por parte de Pyongyang. Para Kim, la amenaza nuclear ha sido la palanca que le ha permitido afianzar su protagonismo, hablar directamente con Trump, e influir en la geopolítica del Pacífico, donde un Trump errático, entre amenazador y tendente a replegarse, ha hecho dudar a sus aliados tradicionales. Y, desde esa perspectiva no parece que vaya a asumir compromisos previos para situarse en un nivel, entrevistarse con un presidente norteamericano, en el que ya ha estado sin condiciones previas.

Pero como eso lo saben Biden y su equipo, lo más probable es que detrás de su planteamiento está solo una maniobra para ganar tiempo y ver los próximos acontecimientos en la región, con China en papel cada vez más agresivo, mientras se refuerzan los lazos con los aliados históricos de Washington.

Es evidente que para avanzar por esta senda, Biden necesita el apoyo completo de Japón y Corea del Sur y por eso Biden ha privilegiado con esos países sus primeros contactos y sus anuncios sobre cómo afrontar la tensión en la península coreana. Y en este escenario, aunque el acuerdo es amplio no hay coincidencia total de intereses. Al presidente surcoreano le queda menos de un año como jefe de Estado y ha centrado su gestión en mejorar las relaciones con Pyongyang y recientemente reiteró su compromiso de lograr la paz antes de dejar el poder, lo que implicaría cierta urgencia en alcanzar resultados. Desde Japón, por su parte, se ven las cosas con más tranquilidad y su prioridad es obtener más certidumbre respecto a los compromisos norteamericanos respecto a la seguridad en la región y frente a los desafíos chinos en las aguas que China y Japón se disputan.

Las piruetas de Kim Jong-un y la mirada de Pekín

Corea del Norte no pasa por un buen momento interno. Esta es una constante en Las últimas décadas, pero ahora se tienen algunos datos más de la valoración que el presidente Kim hace a sus colaboradores y dirigentes del partido único, el comunista. Kim Jong-un reconoció el 6 de abril que el país se enfrentaba a la “peor situación de su historia” durante la reunión de los secretarios del Partido de los Trabajadores en la capital, Pyongyang, e instó a los miembros a llevar a cabo un nuevo período de cinco años. Señalan los expertos en asuntos coreanos que  Kim Jong-un, el 9 de abril, pidió al país que se preparara para otra “marcha ardua”, lo que, afirman, es frase comúnmente utilizada para describir la lucha del país contra el hambre en la década de 1990. EE. UU., Corea del Sur y Japón han analizado esta situación en una reunión de alto nivel en la que, además, discutieron la cooperación para abordar los programas nucleares y de misiles balísticos de Corea del Norte; en una declaración conjunta reafirmó la “cooperación trilateral concertada hacia la desnuclearización”, y acordó la necesidad de la plena implementación de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Corea del Norte.

Este es el marco en el que la Administración Biden está reforzando la alianza con sus aliados tradicionales en Asia Pacífico lo que incluye como objetivo reforzar las alertas sobre el desarrollo militar, concretamente naval, de China y su creciente presencia en áreas de disputa con Japón, de intimidación a Taiwán y de intento de controlar rutas de comercio internacional.  Y, en este escenario, la crisis galopante de Corea del Norte puede alterar muchas cosas, porque el presidente Kim puede tener la tentación de aumentar la presión con sus misiles y bravatas para obtener compensaciones internacionales, reducir las sanciones o, al menos, que se alivie la presión sobre su régimen tiránico.

Para China, su aliado coreano es a veces incómodo, porque Pekín tiene su agenta y su estrategia propia a largo plazo y los gestos provocadores de Corea del Norte a veces rompen el ritmo y alteran al panorama. China presiona con frecuencia a los comunistas coreanos pero no se arriesga a ir muy lejos y que sea Occidente, concretamente EEUU y sus aliados asiáticos los que avancen en aquel espacio estratégico. Este precario equilibrio pone alta la tensión regional que pone pies de plomo en la estrategia china medida paso a paso por Pekín en su larga marcha para lo que denominan recuperar Taiwán e imponer una hegemonía irreversible china en toda la región.

INTERREGNUM: Baile de alianzas. Fernando Delage

En su encuentro en Mamallapuram, al sur de India, en octubre de 2019, el presidente chino, Xi Jinping, y el primer ministro indio, Narendra Modi, declararon su intención de elevar las relaciones mutuas a un nuevo nivel en 2020, año en que se conmemoran 70 años de establecimiento de relaciones diplomáticas. Lejos de reforzarse la cooperación entre ambos, las últimas semanas han puesto de relieve, por el contrario, una creciente rivalidad entre China e India. Las tensiones que se han producido en la frontera desde el mes de mayo condujeron al choque del 15 de junio en el valle de Galwan, en el que murieron al menos 20 soldados indios, junto a un número aún desconocido de militares chinos. Aunque cada uno culpa al otro de los hechos, lo relevante es que se acentúa la competición entre los dos Estados vecinos, con innegables implicaciones para la geopolítica regional.

Durante las dos últimas décadas, Pekín y Delhi se han esforzado por estrechar sus relaciones. Los intercambios económicos han crecido de manera notable (China es el segundo mayor socio comercial de India, país en el que ha invertido más de 26.000 millones de dólares), y los dos gobiernos han colaborado en la creación de instituciones multilaterales como los BRICS o el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras. Nada de ello ha servido, sin embargo, para minimizar las disputas fronterizas, el problema de Tíbet, o la percepción de vulnerabilidad de Delhi, que ha visto en los últimos años cómo Pekín ha profundizado en su relación con Pakistán y aumentado su presencia en otras naciones de Asia meridional. Por su parte, Pekín no ha logrado evitar un mayor acercamiento de India a Estados Unidos, así como a Japón, Australia y distintos países del sureste asiático, en lo que interpreta como una potencial alianza formada para equilibrar a la República Popular.

Los incidentes del 15 de junio pueden suponer por todo ello un punto de inflexión en la relación bilateral, al crear un consenso—tanto entre las autoridades como en la sociedad indias—a favor de una posición más firme con respecto a China. Si por un lado resulta previsible que Delhi opte por una mejora de sus capacidades militares y por el desarrollo de infraestructuras en su frontera septentrional, por otro se alineará con Estados Unidos en mayor grado a como lo ha hecho hasta ahora, y mostrará menos reservas a su participación en el Diálogo Cuatrilateral de Seguridad (Quad), con Tokio y Canberra, además de Washington. Por resumir, Estados Unidos logrará el objetivo perseguido desde la administración Bush en 2005 de hacer de India el socio continental de referencia en Asia frente al ascenso de China. Aunque no llegue a convertirse en una alianza formal, ni desaparezcan del todo las dudas en la comunidad estratégica india al respecto, Washington adquirirá una mayor proyección en una subregión asiática en la que tenía menor peso pero que ha adquirido creciente relevancia como consecuencia de los intereses geopolíticos y geoeconómicos en juego en las líneas marítimas que cruzan el océano Índico.

La paradoja es que si China está causando un resultado contrario a sus objetivos—el fortalecimiento de la asociación estratégica entre Estados Unidos e India—en el subcontinente, en el noreste asiático está logrando—con la ayuda de Pyongyang—lo que persigue desde hace años: el debilitamiento de las alianzas de Washington. No está en riesgo la relación con Japón, pese a la incertidumbre de este último sobre la política de Trump, pero—según parece—sí los vínculos con Corea del Sur.

Es sabido que, en sus intentos de conseguir un acuerdo con el líder norcoreano, Kim Jong-un, Trump ha hecho un considerable daño a las relaciones con Seúl.  Mientras Corea del Norte no sólo no ha renunciado a su programa nuclear y de misiles, sino que lo continúa desarrollando, la alianza con el Sur—uno de los pilares de la estrategia norteamericana en Asia desde la década de los cincuenta—podría desaparecer si Trump ganara las elecciones presidenciales de noviembre. Así parece desprenderse de las revelaciones hechas por el ex asesor de seguridad nacional, John Bolton, en sus recién publicadas memorias sobre su etapa en la Casa Blanca. Según revela Bolton, Trump no cree en esta alianza aun cuando desconoce su historia y las razones de la presencia norteamericana en la península.

No debe sorprender que los surcoreanos se cuestionen el mantenimiento de este pacto, justamente cuando las relaciones con el Norte se acercan a una nueva crisis, después de que Pyongyang destruyera el mes pasado la sede de la oficina de asuntos intercoreanos en Kaesong.  Las provocaciones de Kim van en buena parte dirigidas a que Seúl rompa con Washington y conseguir de esa manera aliviar las sanciones. Aunque lo previsible es que la alianza se mantenga, la confianza se ha roto y, con ella, uno de los elementos tradicionales de la estabilidad asiática.