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Xi, fútbol y Covid-19. Nieves C. Pérez Rodríguez  

La China del 2022 no es la misma de hace una década atrás. El Covid-19 ha alterado la dinámica y reorganizado prioridades del Estado. Lo vimos en 2020 y la rápida reacción de Beijing en tratar de contener los contagios en Wuhan, así como sucesivamente ha sucedido a lo ancho del territorio con instalaciones de centros masivos, centros de pruebas Covid, confinamientos estrictos, e incluso centros de cuarentena para los infectados, aún en aquellos casos en los que el virus es leve.

Se puede establecer un paralelismo con la situación del fútbol en China. Los chinos nunca han sido especialmente conocidos por sus equipos de fútbol ni su ranking internacional. En efecto, la única vez que se clasificaron a la copa mundial fue en el 2002 y su desempeño en los tres partidos fue bastante pobre, pues no consiguieron hacer ni un solo gol. Sin embargo, desde 2010 se observa cómo este deporte comienza a tomar más importancia cuando Evergrande, la inmobiliaria que ha sido noticia en los últimos meses por tener una deuda que supera los 250 mil millones de dólares, compró el equipo de la provincia de Guangzhou y en tan solo un año más tarde se hicieron con el título de la Superliga china por primera vez, y más adelante otros dos campeonatos asiáticos.

En el año 2016, el gobierno chino presentó un plan en el que estimaban que para 2020 unos 50 millones de niños y adultos estarían jugando al fútbol en el gigante asiática, por lo que invirtieron en construir 20.000 centros de entrenamientos y 70.000 estadios, de acuerdo al Organismo Superior de Planificación Económica de Beijing.

Esta enorme inversión tenía un doble objetivo: por un lado, incorporar a China a una de las aficiones más grandes en el mundo y de esa manera complacer al aficionado número uno en el país, el propio Xi Jinping, y en segundo lugar se buscaba que el deporte contribuyera al PIB de la nación. Para intentar conseguirlo se hizo un esfuerzo mancomunado entre el sector público y privado, concretamente las 2017 grandes empresas chinas como Alibaba, Wanda y Suning habían invertido en el sector futbolístico.

El plan, aunque algo delirante, pudo haber dado buenos resultados a largo plazo, pero muchos de los inversores chinos entendieron que tenían que invertir en grande para complacer al Politburó, por lo que empezaron a pagar fichas de jugadores internacionales y entrenadores por cantidades extraordinariamente altas, en algunos casos excediendo el valor real de los mismos. Lo que a su vez ha generado una presión y especie de burbuja que ha tenido un impacto hasta en la dinámica de los clubes europeos.

La Asociación China de Fútbol había anunciado que China sería una superpotencia futbolística de primera línea para 2050 así como también anunciaron que querían ser anfitriones de la Copa Mundial en el 2030, lo que hizo que se invirtieran 1.8 mil millones de dólares en la construcción del estadio de Lotus en la Provincia de Guangzhou, que contará con capacidad para 100.000 personas sentadas y que de acuerdo con fuentes oficiales será más grande que Camp Nou del Barcelona, considerado el más grande de Europa.

Sin embargo, todos esos esfuerzos e inversiones están quedándose a un lado desde que la pandemia ha impactado a China. El 14 de mayo el gobierno chino a través de un comunicado oficial informaba que no podrán albergar la Copa Asia en 2023, que está prevista su celebración entre el 16 de junio al 16 de julio del próximo año. Y en pleno anuncio, corresponsales internacionales remarcaban que el Estadio de los Trabajadores está bajo trabajos de remodelación día y noche, probablemente para convertirlo en centro de cuarentena.

El Estadio de los Trabajadores está ubicado al noreste de Beijing y, aunque fue construido en 1959, fue remodelado en 2004 para los Juegos Olímpicos de Beijing, aunque habitualmente se usa para celebrar partidos de fútbol. Pero hoy la obsesión o necesidad del Partido Comunista de mantener la política “Cero casos de Covid” ha llevado a situaciones realmente extremas, como los dos meses de confinamientos que se han llevado cabo en Shanghái y en las en las últimas semanas se imponían los mismos tipos de confinamientos en Beijing.

El anuncio de que no serán los anfitriones de un evento de ese calibre en Asia, donde los chinos siempre quieren ser los pioneros, y que está pautado para dentro de más de 12 meses, significa que el Partido Comunista chino sabe que no podrá controlar los casos de transmisión de Covid-19 en los siguientes meses. Además de que sus vacunas son ineficientes y no podrán desarrollar un plan de contingencia distinto al de su política de cero casos, a pesar del coste económico que esa política está teniendo en la economía china, que de acuerdo con las estimaciones de Goldman Sachs de crecimiento el mes pasado pronosticaban que ronda el 4,5% pero dejaban abierta la posibilidad de que ese porcentaje fuera menor de continuarse con tantos confinamientos. Mientras que las estimaciones oficiales del gobierno chino hechas a principios de año fueron 5,5%.

La historia del futbol en china, así como la de la pandemia, es otra demostración más de como los sistemas comunistas tienen la capacidad de controlar absolutamente todo en el Estado. Hasta la promoción de una afición deportiva la financian, la convierten en política de Estado, presionan a los inversores que se deben al partido, pues de eso depende que no caigan en desgracia, y estos terminan haciendo inversiones que en algunos casos son absurdas para mantenerse congraciados con el líder y el partido. Pero de la misma manera cambian de dirección si consideran que deben hacerlo.

La obsesión china por desarrollar su economía hizo que crecieran espectacularmente en tiempo récord, aun cuando la población ha pagado un alto precio por conseguirlo. Hoy la obsesión es erradicar el Covid-19 por lo que han dejado a un lado el crecimiento económico y de la misma manera le ha pasado al fútbol que, aunque obviamente es un hobby, demuestra claramente cómo el Partido Comunista lleva a la nación hacia la dirección que decida. Y una vez más los ciudadanos son los soldados que no les queda más que acatar y callar.

 

THE ASIAN DOOR: El mercado chino ante el potencial del fitness. Agueda Parra

La fiebre por el fitness conquista poco a poco a los países asiáticos, una industria que lidera Estados Unidos y que ha experimentado una década de crecimiento a nivel mundial y que ha permitido alcanzar la cifra de 96.700 millones de dólares en 2019, según la Asociación Internacional de Clubes de Salud, Deportivos y de Juegos de Raqueta (IHRSA). Después de esta etapa de florecimiento, la pandemia ha impactado en el sector que no ha podido alcanzar la barrera de los 100.000 millones de dólares estimados para 2020, y que llevará varios años recuperar. No obstante, el buen comportamiento experimentado hasta el momento sitúa a China como el gran mercado a conquistar en la próxima década.

A pesar de los efectos demoledores de la pandemia en la industria, el gigante asiático no ha estado ajeno a esta tendencia mundial, convirtiendo el mundo del fitness en un mercado de gran potencial ya incluso antes de la crisis sanitaria. La región de Asia Pacífico se posiciona como el tercer mayor mercado mundial por ingresos con 16.826 millones de dólares, la mitad de lo que supone el mercado europeo, y lejos de las cifras que maneja el mercado estadounidense que es líder mundial con 35.033 millones de dólares y por sí solo consigue un volumen de ingresos que supera el valor agregado del resto del mundo, según datos de IHRSA. China, por su parte, ocupa la cuarta posición mundial con unos ingresos de 3.944 millones de dólares, el mercado mejor posicionado de todo Asia Pacífico y el que acapara todo el interés de la industria por el atractivo que despierta el mercado del fitness en China en los próximos años.

China se ha convertido en el motor del crecimiento de la industria del fitness en la región, el mayor mercado mundial por población. Aunque las instalaciones ya desplegadas en el gigante asiático representan el 43% de todas las disponibles en el mercado europeo, y la facturación todavía es diez veces menor a la que genera Estados Unidos, las perspectivas después del parón generado por la crisis sanitaria del COVID-19 son muy positivas para un mercado que representa una importante oportunidad de negocio.

Los centros de fitness están predominantemente ubicados en las grandes urbes como Beijing y Shanghai, y entre las 19 ciudades más importantes del país los 68,12 millones de abonados apenas suponen el 4,9% de la población, una penetración bastante inferior al 20% que registra Estados Unidos como líder mundial. Esta baja penetración supone un factor positivo en las expectativas de crecimiento y potencial del mercado en el gigante asiático, una tendencia que ya se apreciaba antes de la pandemia. El objetivo es recuperar la senda de crecimiento en ingresos del 68% registrada entre 2016 y 2019 y que permitió alcanzar los 4.747 millones de dólares. De hecho, una mayor conciencia en cuestión de salud y de la práctica de ejercicio físico entre la población china permite pronosticar un crecimiento anual en el mercado chino del fitness del 4,4%para los próximos cinco años, alcanzando la facturación la barrera de los 7.100 millones de dólares anuales, según IBISWorld.

En un ecosistema digital como el que vive China, la popularidad de las aplicaciones de fitness ha hecho crecer el número de adeptos al deporte en China. La tecnología está redefiniendo la industria del fitness incorporando la promoción de los Key Opinion Leaders. Los KOL expertos en deporte se han convertido en la nueva forma de relacionarse con los hábitos saludables a través de sesiones de livestreaming en las que popularizan tendencias entre los milenial y la generación Z, convirtiéndose así en los principales impulsores del crecimiento de la industria del fitness por todo el país. El objetivo es seguir influyendo entre el grupo de población en el rango de los 26 y 30 años, el mercado objetivo clave para la industria del deporte y el fitness en el gigante asiático con una penetración que alcanza el 40%.

La combinación de un mercado con gran potencial y el ecosistema digital, que permite disponer de aplicaciones integradas como mini programas en WeChat para realizar sesiones individuales y grupales, ofrecen un panorama muy alentador para el crecimiento de la industria del fitness en China. En tiempo de Olimpiadas con el deporte como el gran protagonista, el fitness y la ambición del país por convertirse en una gran potencia del fútbol mundial son dos de los nichos de mayor oportunidad de negocio en el ámbito del deporte en China. Las marcas en los sectores de la comida saludable, el equipamiento, ropa deportiva, así como las cadenas y clubes de fitness ya comienzan a mirar hacia el gigante asiático para encontrar su particular El Dorado. (Foto: Flickr, Chris McMillon)

THE ASIAN DOOR: Globalización, fútbol y China, una liga de campeones. Águeda Parra

Desde que Xi Jinping llegara al poder en 2013, se han ido sucediendo los planes e iniciativas para situar el país al máximo nivel en lo que a innovación y modernización se refiere. Pero en la agenda del máximo dirigente de la segunda potencia mundial también aparecen otros retos de carácter social, que pueden pasar algo más desapercibidos por no contar con el eco del que gozan aquéllos en los ámbitos económicos y empresariales.

La gran afición de Xi por el fútbol ha traspasado fronteras, en un país donde la práctica de este deporte no está considerada deporte nacional, a pesar de que consigue movilizar a un buen número de fans y seguidores. Sin embargo, el interés que despierta en el presidente está íntimamente ligado con el deseo que ambiciona Xi por situar a China en la élite de la economía mundial y, por qué no, también entre las grandes potencias del fútbol como parte del proceso de globalización en el que está inmerso el gigante asiático.

En un país donde la práctica del balompié es reciente, el reto se antoja complejo y realizable a largo plazo. En otros ámbitos deportivos, China ha alcanzado el reto de convertirse en una importante potencia de los medalleros en acontecimientos mundiales, casi siempre compitiendo en modalidad individual, donde los éxitos se atribuyen a logros personales con gran dosis de sacrificio. Ante la situación de que la práctica de la educación física en los colegios tiene un marcado corte militar, el fomento de valores como el espíritu de equipo y el compañerismo son los grandes ausentes entre las fortalezas de los deportistas chinos y el lastre que impide que la práctica del fútbol no termine de despegar entre la población.

Sin embargo, el fútbol en China está asociado a otro aspecto más dentro del proceso de globalización del país, con el reto de abrir hasta 50.000 academias hasta 2025 y construir 70.000 campos de fútbol por todo el país. Medidas que son los primeros pasos para potenciar la práctica del fútbol en China, y que permitirán alcanzar los tres grandes sueños de Xi en esta materia, empezando por una clasificación de China para otra Copa del Mundo, la única vez fue durante el Mundial de Japón y Corea en 2002, albergar una Copa del Mundo y, en tercer lugar, conseguir ganarla. Como retos intermedios, China aspira a convertirse en uno de los mejores equipos de fútbol de Asia en 2030, alcanzable gracias a fomentar la práctica de este deporte entre más de 50 millones de jugadores en 2020. Objetivo a priori alcanzable, una vez que China ocupa el quinto puesto en Asia, según expertos deportivos locales, resultando más complicado conseguir un equipo de élite para 2050.

Los eventos deportivos son los mejores instrumentos para ejercer influencia política, soft power utilizado para proyectar los valores nacionales del país anfitrión, un mecanismo de alto valor que permite canalizar inversiones empresariales. El gran escaparate del Mundial de Fútbol supone para las empresas chinas fuertes dosis de visibilidad durante un mes en el punto de mira mundial, de ahí que marcas como Hisense, Vivo, Yadea y Wanda figuren entre los promotores chinos del Mundial de la FIFA Rusia 2018 con anuncios en paneles a pie de campo durante el evento. Otro signo más de los beneficios de la globalización.

Los grandes clubes de fútbol del mundo son embajadores de una marca, de un estilo, de una identidad, a la que se han sumado los ciudadanos chinos sin ni siquiera tener una selección a la que apoyar en este Mundial de Rusia, pero que ha conseguido desplazar hasta 100.000 seguidores, de los que solamente 40.000 tienen entrada, 8.000 más que las adquiridas por los fans ingleses, según los organizadores de la FIFA. El resto de los 60.000 chinos que acudirán al evento lo harán en calidad de turistas para experimentar el ambiente cerca de la acción. Con ello, China se sitúa en el puesto 8 en el Top 10 de número de entradas vendidas, clasificación que la lidera Estados Unidos, país que tampoco compite en el Mundial de Rusia, al que le siguen Brasil (2), Colombia (3), Alemania (4), México (5), Argentina (6), Perú (7), Australia (9) y Reino Unido (10), dando muestra de cómo la globalización se aplica a los movimientos económicos y sociales en el mundo actual.

El ámbito de los negocios también está representado en la compra de jugadores entre las grandes ligas. Paradójicamente, la Superliga de China figura en el primer puesto de las ligas que más gastaron en traspasos en el mercado de invierno de 2016, alcanzando los 336,55 millones de dólares, a cierta distancia de la consolidada Premier League, que alcanzó los 271,42 millones de dólares, según datos de Transfermarkt.de. La Liga española, que acoge a un buen número de internacionales y de grandes figuras, queda eclipsada por las magnitudes que se mueven en China, ocupando la sexta posición entre las grandes ligas mundiales con 40,56 millones de dólares en traspasos. Esta situación ha provocado que China comience a codearse con los grandes del fútbol, situándose en el quinto puesto como importador de futbolistas en 2016 tras superar a Francia, clasificación que lidera Inglaterra, Alemania, España e Italia, las potencias tradicionales del fútbol.

La globalización ha demostrado ser un método efectivo para mejorar los estándares económicos y sociales. El proceso en el que está inmerso China desde que en 2001 entrara a formar parte de la Organización Mundial de Comercio (OMC) ha permitido que el país asiático haya alcanzado éxitos muy remarcables para reducir el número de personas que viven en pobreza extrema y aumentar los estándares de calidad de vida. Otros proyectos en marcha como el Made in China 2025, Healthy China 2030 y la iniciativa de la nueva Ruta de la Seda forman parte del compromiso de Xi por impulsar la transición de China hacia una economía avanzada. Además, es posible que China esté compitiendo por albergar la Copa del Mundo de 2030 o 2034, para el agrado del creciente número de aficionados chinos y del propio presidente Xi que verán cómo se consolida la Superliga de China en los próximos años. ¿Acaso iba China a desaprovechar el gran escaparate del fútbol para hacerse más global? (Foto: Ai Kagou, Flickr)

Estas son las razones por las que China compra equipos de fútbol europeos (2). Miguel Ors Villarejo

“Mi gran sueño es que el fútbol chino se convierta en uno de los mejores del mundo”, proclamaba en 2015 el presidente Xi Jinping. Los motivos de este anhelo no están claros, como es habitual en los regímenes autoritarios. Influye sin duda que Xi “es un gran aficionado”, explica Ned Kelly, “pero el juego es asimismo un instrumento de poder blando, un modo de presentar un rostro amable ante una comunidad internacional que mira a China con suspicacia”.

La decisión tiene también una justificación económica. “El crecimiento de doble dígito ha perdido fuelle”, escribe Mark Dreyer. El Gobierno ha explorado nuevas áreas de desarrollo y ha visto un gran potencial en el deporte. “Pekín quiere que esta industria aporte 750.000 millones de dólares en 2025, lo que la convertiría en la mayor del planeta”.

Finalmente, Charlie Campbell no descarta que tras el anuncio se oculte el deseo de “distraer a la población” de la languideciente prosperidad.

Sea como fuere, Pekín ha lanzado un pormenorizado plan de 50 puntos que, por fortuna para ustedes, voy a resumirles en tres: clasificarse para Rusia 2018, organizar un Mundial y, finalmente, ganarlo antes de 2050.

De momento, el primer objetivo ya está descartado. La selección ha caído en la fase previa, a pesar de la contratación de un entrenador de la talla de Marcello Lippi.

El segundo parece más asequible. A raíz de los escándalos protagonizados por Sepp Blatter, la FIFA lo estaba pasando regular para encontrar financiación, porque las multinacionales europeas y estadounidenses son muy sensibles al riesgo reputacional. Pero eso no ha sido nunca un inconveniente para las chinas, y Vivo, Wanda y Hisense han accedido encantadas a patrocinar el campeonato de Rusia.

En cuanto a ganar un Mundial hacia 2050, queda por delante una labor ciclópea. “Nuestro equipo nacional es un chiste”, admite con pesar en The New York Times un aficionado de 16 años. Es lo mismo que, más educadamente, sugieren los números. En el ranking de la FIFA, China ocupa el puesto 62, justo por debajo de Jamaica, una modesta isla de tres millones de habitantes.

Para sacar al fútbol patrio de su postración, Xi va a construir 70.000 terrenos de juego y multiplicar por 10 las 5.000 escuelas actualmente existentes. Además, se ha propuesto que en 2020 haya 50 millones de jóvenes federados y ha fichado a técnicos de todo Occidente para entrenarlos.

La última pieza de esta operación son las compañías, que han reaccionado como cabía esperar en un régimen donde la rentabilidad depende de lo bien que uno se lleve con las autoridades. (Continuará)

La apuesta por el fútbol indio. Julio Trujillo

La celebración en India del Mundial de Fútbol Sub-17 2017, promocionado por el grupo China Wanda y varias empresas de Qatar, refleja bien a las claras el gran plan estratégico de reforzar y extender la práctica del futbol por los países más poblados de Asia susceptibles por tanto de generar millones de consumidores de partidos por televisión, además del importante merchandising que ya supone un mercado de muchos millones de dólares.

En India, a pesar de contar con varias competiciones regionales y nacionales y una liga a la manera europea gestionada por la Federación India de Fútbol, este deporte no goza de la popularidad que tiene en Europa y que en China gana enteros cada día que pasa. Pero en China hay empresas muy potentes con estrechas relaciones comerciales con Europa y especialmente con Gran Bretaña, lo que la hace permeable a que el fútbol gane fuerza. Hay un gran empeño en reforzar la Superliga de India (ISL) una nueva apuesta por relanzar el fútbol en el país asiático, el segundo más poblado del mundo con 1.200 millones de habitantes y cuyo deporte rey es el cricket.

El consorcio Reliance Industries, propiedad del magnate indio Mukesh Ambani, el gigante de marketing deportivo IMG, Star TV de Rupert Murdoch y la Federación de Fútbol son los organizadores de la ISL, que recoge el relevo de la poco atractiva I-League, instaurada en 2006. Los equipos cuentan entre sus dueños a cracks del cricket, estrellas de Bollywood y clubes europeos, en especial varios italianos, entre ellos la Fiorentina.

Pero también hay intereses españoles. El Atlético de Calcuta, es un equipo franquicia del Atlético Madrid. Es el ‘Spanish team’ ya que además de ir de rojiblanco como los ‘colchoneros’, tiene entre sus impulsores a Antonio López (ex ayudante de Rafa Benítez en el Valencia y ex seleccionador boliviano) y a los jugadores Luis García (ex Barça y Atlético), Jofre Mateu, Borja Fernández, Josemi, Arnal Llibert y Basilio Sancho.

La diplomacia futbolística de Xi Jinping. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- El fanatismo por el fútbol de Xi Jinping ha influido en su visión diplomática, de negocios e incluso de Estado. Generalmente, sus apariciones internacionales dejan fotos de apretones de manos, poses protocolares y caras amables, pero en Alemania en julio pasado, en el marco de un partido amistoso entre jóvenes de ambos países, se dejó llevar por su pasión por este deporte y en compañía de Ángela Merkel se relajó frente al objetivo y nos dejó imágenes menos rígidas y de amplias sonrisas.

En China, cada vez que los medios de comunicación hacen referencia al fútbol deben referirse también a la afición futbolística de su líder, casi como si fuera una norma periodística inquebrantable. Entre las prioridades del Estado chino está convertirse en la “súper potencia mundial de fútbol” para el 2050 y para lograrlo están invirtiendo grandes sumas tanto dentro del país como fuera.

Los chinos han conseguido su espectacular avance económico estudiando los modelos exitosos de occidente y copiándolos, pero en su particular intensidad e ímpetu que los lleva a dar resultados en tiempo récord comparado con otras naciones. El año pasado el gobierno de Pekín presentó un plan en el que está previsto que 50 millones de niños y adultos jueguen al fútbol en el 2020, por lo que están invirtiendo en unos 20.000 centros de entrenamiento y 70.000 estadios, de acuerdo con el organismo superior de planificación económica de Beijing.

El objetivo de ésta gran inversión es que el deporte contribuya con su PIB. Se trata de un esfuerzo mancomunado entre el sector público y privado. Las grandes empresas chinas como Alibaba, Wanda y Suning están invirtiendo en fútbol, porque lo ven como un gran negocio en el que hay que participar. Hay equipos europeos que pertenecen a multimillonarios chinos en su totalidad y muchos otros equipos cuentan como una participacón significativa de capital chino, como es el caso del Atlético de Madrid, cuyo 20% está en manos de Dalian Wanda Group Co. (de acuerdo con Bloomberg). El boom por invertir en fútbol ha sido tan grande que a finales de agosto el Consejo de Estado chino puso a los clubes deportivos en su lista de industrias en las que las empresas locales tienen límites para invertir en el extranjero, para frenar la salida de capital y proteger el yuan de una mayor depreciación.

El caso del fútbol en los Estados Unidos es radicalmente opuesto al de Europa. La profesionalización de esta categoría deportiva llego a finales de los 60, y para mediados de los 80 se registraban pérdidas millonarias hasta su refundación con el mundial 1994, lo que propició la creación de la actual “Major league Soccer”, hasta el 2007 cuando Beckham fue fichado por Los Angeles Galaxy, lo que revivió mediáticamente este deporte.

Sin embargo, el fútbol en Estados Unidos se disputa en años naturales y eso difiere del europeo y de algunas de las ligas más importantes de Sudamérica, donde las temporadas empiezan a mitad del año y culminan al año siguiente. El mismo fenómeno ocurre en el fútbol chino, que se cree que fue copiado del modelo estadounidense. Tanto China como Estados Unidos toman el fútbol como una cuestión de Estado; ambos fomentan la práctica con programas que comienzan con niños de muy corta edad, invierten en canchas en colegios, y centros de recreo. Y en ambos casos se pretende descubrir y albergar a futuras estrellas futbolísticas.

Sin embargo, la afición europea es completamente diferente a la estadounidense; ese nivel de pasión deportiva aquí se vive por el futbol americano o el béisbol. A pesar de las astronómicas cifras invertidas para avivar este deporte, la falta de cultura futbolística ha enfriado ese deseo.

Estados Unidos en el ámbito deportivo ha figurado siempre entre los primeros en el mundo; es el país con más medallas olímpicas, y las becas deportivas son parte fundamental del sistema educativo universitario. Sin embargo, los clubes de fútbol estadounidenses no cuentan con la misma reputación que los europeos, y sus fichajes internacionales suelen estar más orientados a jugadores de mayor edad, lo que hace una liga menos competitiva. En términos económicos, los salarios medios de los futbolistas rondan los 326 mil dólares, otra gran diferencia.

Consecuentemente el gigante asiático en su acostumbrada practica de replicar, miró el fútbol estadounidense y al ver su bajo rendimiento y, comparativamente con los clubes europeos, menor valor comercial, se enfocó en desarrollar su diplomacia de penetración futbolística en Europa, al menos de momento.

China y el fútbol: confluencia de intereses

Esta semana dedicamos un espacio especial a la llegada de capital chino al futbol español y al europeo en general. El hecho es que, de repente, junto a los millonarios rusos y árabes, ha emergido el capital chino como uno de grandes patrones del fútbol europeo. Y no sólo en España sino también en otros países europeos. ¿Qué está pasando?

En primer lugar, en el lado de la oferta, una cosa obvia: que el Estado chino, que a veces es el inversor indirecto, y muchos miles de empresarios de aquel país tienen mucho dinero. En segundo lugar y en el lado de la demanda, que los equipos europeos necesitan capital para ser más negocio aún y que, de camino, se les abre una ventana de oportunidad ante la gran afición de los chinos por el fútbol, de conquistar aquel mercado vendiendo derechos de imagen a las televisiones para ofrecer en directo los partidos a los espectadores chinos. De ahí que los partidos en España y otros países se juegan cada vez a horas más tempranas para ganar espectadores en las televisiones asiáticas, y no solo chinas.

Este fenómeno está suscitando quejas de corte nacionalista por parte de aficionados a los que no les gusta lo que llaman pérdida de identidad de sus equipos y recelos por parte de empresarios locales que hasta ahora habían convertido el fútbol en su juguete de influencia y poder, y ahora no pueden competir con los grandes capitales foráneos; el fútbol se les va escapando como instrumento de juego en el marco del país. La globalización llega a todos.

Por parte de China, estas inversiones son bienvenidas ya que refuerzan la imagen de su sociedad, consiguen ganancias y gran influencia en el exterior. Es un negocio en el que, momento, casi todos ganan.

La globalización no es un fenómeno abstracto ni necesariamente nocivo. Es un fenómeno imparable producto de un determinado estado de desarrollo de la humanidad y de las relaciones internacionales y una oportunidad para todos de aumentar el bienestar y las libertades. No es un fenómeno lineal y está lleno de contradicciones, de avances y retrocesos. Pero la reacción de envolverse en uno mismo y proteger las fronteras no sólo no es solución sino que, a medio plazo, es una apuesta por aumentar los problemas de la propia sociedad. Y en esa trampa están cayendo no pocas personas y dirigentes.