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Macron, China y Taiwán

El presidente de Francia, Enmanuel Macron, en plena (y grave) crisis interior, ha tenido tras su visita a Pekín, una de sus actuaciones más desafortunadas en política exterior que reflejan, una vez más, el sueño melancólico francés de una grandeur que nunca fue, la obsesión por ponerse como potencia europea en el mundo de EEUU y la ingenua creencia de que cuando una potencia como China te halaga y te aplaude es por tu carácter de líder y no por servirle a sus intereses.

A la vuelta de Pekín, Macron defendió lo que se denomina la autonomía estratégica de Europa tal como la entiende China (y no como la conciben otros aliados europeos), es decir, como diferenciada y alternativa a EEUU, subrayó la necesidad de distanciarse más de los aliados del otro lado del Atlántico y, como perla para Pekín, subrayó la necesidad de no asumir, en relación con Taiwán, “riesgos que no son nuestros”.

Francia juega un papel central en Europa y, consumada la salida de Gran Bretaña, posee el ejército más potente de la Unión Europea incluidas armas nucleares. Pero siempre, y especialmente desde De Gaulle, no ha podido soportar el liderazgo de EEUU que, entre otras cosas, ha sido el garante de la supervivencia de Francia ante Alemania en las dos guerras mundiales. Durante las últimas décadas, y hoy mismo, Francia ha intervenido unilateralmente en África mientras critica (por cierto con el apoyo entusiasta de la izquierda europea) el “unilateralismo” de EEUU en el mundo y ha tratado de mantener equilibrios vergonzantes en Oriente Medio donde ha protegido a gobiernos sangrientos en Siria (su antigua colonia) y sus negocios con Sadam Hussein intentando blanquear estos actos con apoyos a Israel como la transferencia de tecnología en materia nuclear.

Taiwán necesita una defensa clara de la Unión Europea, aunque sea difícil y arriesgada, porque, como Ucrania, representa un modelo de sociedad que, aún con vulnerabilidades, sobre todo en el caso ucraniano, supone unos valores cercanos a los europeos (y norteamericanos) que han propiciado sociedades de bienestar y libertades sin precedentes y hoy amenazadas por Rusia y China. Ni los negocios ni el riesgo deberían hacer abdicar de esa defensa como no lograron frenar los esfuerzos contra Hitler, aunque hubo tentaciones (curiosamente más en Francia).

Claro que hay que evitar los conflictos mientras sea posible, y un choque militar en el Pacífico sería catastrófico. Pero no pueden ofrecérsele a China signos  de quiebra en la  alianza occidental por más que Francia se sienta dolida por su exclusión de la alianza del Aukus, por la pérdida de su contrato para construir los submarinos australianos y por ignorar EEUU que Francia, que tiene posesiones como Nueva Caledonia, se considera una potencia, también, en el Pacífico.

INTERREGNUM: Europa choca con la muralla china. Fernando Delage

Lo que tres líderes europeos no habían conseguido hasta la fecha tampoco lo iban a obtener Macron y von der Leyen en su visita a Pekín de la semana pasada. Ni Olaf Scholz, ni Charles Michel ni Pedro Sánchez convencieron al presidente chino para presionar a Rusia a favor de la paz en Ucrania. Tampoco fue un resultado logrado por el presidente de Francia ni por la presidenta de la Comisión. Ha sido Xi Jinping, en cambio, quien sí ha avanzado en sus objetivos; en particular, en hacer evidente la división entre los gobiernos europeos y, por tanto, la debilidad estructural de la política china de la UE.

El contraste entre el tratamiento ofrecido a Macron en su visita de Estado (con un despliegue sin precedente en los medios chinos y una inusitada atención personal de Xi) y el dispensado a von der Leyen no ha podido ser más elocuente. Lejos de la supuesta unidad que pretendían transmitir en su viaje parcialmente conjunto, las autoridades chinas han marginado a quien definen como una subordinada de Washington (la presidenta de la Comisión), y cultivado de manera excepcional a quien cree disponer de una autonomía con respecto a Estados Unidos en su relación con la República Popular (el presidente francés).

Un portavoz del Elíseo indicó a la conclusión del viaje que Macron había cumplido con sus objetivos. En realidad, ni Xi hizo la menor concesión sobre Ucrania (ni siquiera se comprometió a hablar con Zelenski), ni Rusia apareció nombrada una sola vez en el comunicado de 51 puntos firmado por ambos presidentes. Si el funcionario se refería a los resultados económicos, sí es evidente entonces que se ha llegado a importantes acuerdos, incluyendo la venta de 120 aviones de Airbus.

El viaje de Macron coincide en numerosos aspectos por tanto con el realizado por el canciller alemán, Olaf Sholz, en noviembre pasado. Pese a las presiones de la administración Biden para constituir un frente común con los aliados en relación a China, los europeos no comparten la inclinación norteamericana a romper la interdependencia económica con Pekín. En el lenguaje más reciente de la Comisión Europea, se trata de defender una política no de “decoupling”, sino de mitigación de los riesgos de la dependencia de China (“de-risking”). Pero ni siquiera esto último resulta apreciable en los movimientos de Berlín o París pese a las lecciones ya aprendidas de la dependencia energética de Rusia mantenida durante décadas. Tanto Sholz como ahora Macron—los líderes de los dos Estados miembros que realmente importan en la relación con China—han demostrado la prioridad de sus intereses económicos nacionales sobre los intereses estratégicos europeos.

El presidente francés ha ido incluso más lejos, porque también aspira a un papel político protagonista pese al escaso realismo de sus pretensiones. Xi le ha dado a Macron la plataforma que éste buscaba. Los analistas chinos ya hablan del eje Francia-Alemania, no Alemania-Francia, en un gesto de reconocimiento al que también se refería un editorial del oficialista Global Times el pasado jueves: “Está claro para todos que ser un vasallo estratégico de Washington es un callejón sin salida. Hacer de la relación China-Francia un puente para la cooperación China-Europa es beneficioso para ambas partes y para el mundo”.

Los gobiernos europeos tratan de interpretar las intenciones chinas en el actual contexto de rivalidad entre Estados Unidos y la República Popular. El apoyo de Xi a Putin ha lanzado una señal muy clara, que la Comisión Europea ha entendido pero algunos líderes nacionales se empeñan en desoír. Macron, como antes Sholz, parece haber renunciado a la construcción de una posición común europea que Pekín sí se habría visto obligada a atender. Los vecinos de China habrán tomado nota del éxito de Xi en su estrategia de división del Viejo Continente, y sacado sus conclusiones sobre las pretensiones europeas de adquirir un papel independiente en Asia. También la Casa Blanca sabrá lo que cabe esperar de este incesante cortejo de visitantes europeos en China. Quedarse en tierra de nadie es una opción, aunque quizá no la más aconsejable en estos tiempos turbulentos.

INTERREGNUM: Dos discursos. Fernando Delage

El apoyo transmitido por el presidente chino, Xi Jinping, a su homólogo ruso, Vladimir Putin, en su reciente visita a Moscú, ha marcado un punto de inflexión en la competición estratégica global, así como en los movimientos de Pekín. Si se ha hecho más evidente que nunca que en la batalla por Ucrania están en juego los principios que determinarán el futuro orden internacional, Xi ha dejado igualmente de camuflar sus intenciones para pasar a desafiar abiertamente el statu quo. Utilizar a una Rusia debilitada y aislada como instrumento de sus ambiciones multiplica, no obstante, los costes de su ofensiva diplomática. Así ha podido comprobarse durante los últimos días.

Mientras Xi visitaba a Putin en Moscú, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, se encontraba en Kyiv con el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, en una nueva indicación de las implicaciones de una guerra que ha roto las barreras entre la seguridad europea y la asiática. Los cambios en la política de seguridad japonesa incluyen entre sus causas la amenaza revisionista planteada por Rusia—país con el que Japón aún tiene pendiente la firma de un tratado de paz desde 1945—, aunque China sea el desafío mayor. Ambas potencias proporcionaron el contexto para la visita de Kishida a India, la segunda que realiza en dos años, y desde donde viajó a Ucrania.

El fortalecimiento de la asociación estratégica entre las dos grandes democracias asiáticas, ambas vecinas de China, no ha pasado inadvertido en Pekín. La coordinación de agendas entre los actuales presidentes del G20 (India) y del G7 (Japón) ha propiciado que Kishida acudiera a Delhi para relanzar la estrategia del Indo-Pacífico Libre y Abierto (FOIP en sus siglas en inglés). Debe recordarse que fue en la capital india donde, en 2007, su antecesor Shinzo Abe dio origen al concepto al hablar de la creciente interconexión entre el Índico y el Pacífico.

En un discurso pronunciado ante el Indian Council of World Affairs el 20 de marzo, Kishida actualizó la iniciativa que mejor expresa la idea de una estructura regional alternativa a la visión sinocéntrica de Pekín. El primer ministro japonés expuso un plan que extiende el FOIP a los países del Sur Global apoyado en cuatro grandes pilares: la promoción del Estado de Derecho y el rechazo al uso unilateral de la fuerza; fomentar la cooperación sobre problemas transnacionales (cambio climático, seguridad alimentaria, pandemias, desastres naturales y desinformación); apoyo a la interconectividad como motor del crecimiento económico; y refuerzo de las iniciativas de seguridad en el terreno naval y áreo. Kishida anunció asimismo un programa de apoyo a las infraestructuras y la seguridad de las naciones emergentes por valor de 75.000 millones de dólares.

El acercamiento entre Japón e India es uno de los principales ejes de la dinámica estratégica asiática, vinculado a su vez a la respectiva relación de cada uno de ellos con Estados Unidos, y a la pertenencia de los tres (junto a Australia) al Diálogo Cuadrilaterald e Seguridad (QUAD). Pero sin la relación Tokio-Delhi sencillamente no habría “Indo-Pacífico”. Japón e India han descubierto, por otra parte, el potencial papel que puede tener la UE como elemento de equilibrio frente a la bipolaridad Estados Unidos-China, y son dos socios, por tanto, a los que Bruselas debe prestar mayor atención si aspira a construir un perfil propio en Asia.

Esa dimensión regional se echó en falta en otro importante discurso enfocado en China: el pronunciado el jueves por la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, en vísperas de su viaje a Pekín con el presidente de Francia, Emmanuel Macron. En un acto organizado por el Mercator Institute of Chinese Studies (MERICS) y el European Policy Centre, von der Leyen declaró que Europa necesita ser más proactiva frente a una China que se ha vuelto “más represiva en casa y más asertiva en el exterior”. Refiriéndose a los intentos de mediación china en Ucrania, subrayó que el futuro de las relaciones de la UE con Pekín estará determinado en buena medida por cómo evolucione la interacción entre la  República Popular y Rusia. Y, en términos no empleados hasta la fecha por un líder europeo, describió la clara determinación de las autoridades comunistas de situarse en el centro de un reconfigurado orden internacional.

La presidenta de la Comisión indicó que los Estados miembros deberán reforzar sus instrumentos económicos frente a las medidas coercitivas chinas; definir la relación con Pekín en áreas tecnológicas sensibles (microelectrónica, computación cuántica, robótica, inteligencia artificial y biotecnología); a la vez que anunció la presentación antes de finales de año de una nueva estrategia de seguridad económica de la Unión.

Como se ve, no es China la única potencia activa en el frente diplomático. En Asia sus movimientos están motivando el acercamiento de sus principales rivales frente a sus aspiraciones hegemónicas. En Europa, pese a sus intentos por dividir a los Estados miembros y separarlos de su aliado norteamericano, se está encontrando con una UE cada vez más hostil. No son obstáculos menores a su objetivo de destronar a Estados Unidos.

 

INTERREGNUM: Macron en Pekín, Merkel en Delhi. Fernando Delage

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, visita esta semana China por segunda vez desde su llegada al Elíseo. Con posterioridad a su viaje anterior, en 2018, la Unión Europea adoptó una posición más firme con respecto a la República Popular, calificada en un documento estratégico del pasado mes de marzo como “rival sistémico”. Macron ha sido uno de los líderes europeos que de manera más explícita ha defendido esta aproximación, convencido de que, en el contexto de enfrentamiento entre Washington y Pekín, Europa se juega en buena medida su futuro como actor internacional. La cercanía de un acuerdo entre ambos gigantes—aunque de momento en el aire por la cancelación en Chile de la cumbre de APEC—puede hacer de la UE la próxima diana de la agresividad comercial de Trump.

El problema, una vez más, es cómo la exigencia de cohesión reclamada por Bruselas es olvidada en la práctica. Aunque ésta hubiera sido la ocasión para dar un impulso a las interminables negociaciones de un acuerdo bilateral de inversiones entre la Unión y China, Macron ha viajado en nombre de los intereses franceses más que de los europeos. Una visita conjunta de Macron y de la canciller alemana, Angela Merkel—que juntos, y acompañados por el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, ya recibieron al presidente chino, Xi Jinping, en París en marzo—hubiera obligado a Pekín a prestar mayor atención a la posición europea. Por el contrario, Macron ha ido a China sólo dos meses después de haberlo hecho Merkel, acompañada—como el presidente francés—por los grandes empresarios de su país.

Resulta llamativo que Macron llegara a la República Popular 48 horas después de que Merkel terminara una visita oficial a India. La guerra comercial entre China y Estados Unidos empuja a Alemania a abrirse un mayor espacio en esta enorme economía, tercera del planeta en términos de paridad de poder adquisitivo, que representa sin embargo menos del uno por cien de sus exportaciones. Durante demasiado tiempo, la política asiática de Alemania se ha centrado en China, sin apenas dirigir su mirada al gigante indio. El conocido laberinto regulatorio del país, y el abandono por Delhi de un acuerdo de protección de inversiones en 2016, no han contribuido a atraer a los inversores alemanes. De ahí que Merkel, quien ha firmado una veintena de acuerdos de cooperación durante su visita, haya hecho hincapié en la necesidad de retomar la negociación del acuerdo de libre comercio entre India y la UE, prácticamente en suspenso desde 2013.

El problema con India es quizá que Alemania se ha enfocado demasiado en las cuestiones comerciales, a costa de la dimensión diplomática y estratégica, que no obstante incluye hoy asuntos como las inversiones en infraestructuras o la telefonía móvil de quinta generación. Ahora bien, ¿qué margen de maniobra tiene Berlín por sí solo para dar forma a una relación equilibrada entre los dos gigantes asiáticos, ambos con una compleja relación entre sí? En septiembre de 2020, Merkel será la anfitriona en Leipzig de la cumbre UE-China, que se celebrará bajo un nuevo formato: asistirán los 27 jefes de gobierno europeos. Será una oportunidad sólo útil si Alemania y Francia coinciden en apoyar una política común hacia la República Popular y si, por otra parte, esa política responde a un contexto geopolítico que también incluye a India y Japón, así como a esa incierta variable que es hoy la relación transatlántica.

Europa y China, grietas en el escenario

La visita del presidente chino, Xi Jinping, a Europa está permitiendo visualizar algunos cambios, al menos en el escenario, en las relaciones de la Unión Europea con Pekín. Y estos cambios afectan tanto en el endurecimiento de algunos países en la relación con China sino en el acercamiento claro de otros al país asiático.

En el segundo caso está Italia, que, con sus acuerdos con China, aunque no han hablado, al menos oficialmente, de los desafíos tecnológicos a la seguridad de la UE, ha suscitado la desconfianza y el recelo de la propia Unión y fundamentalmente de Francia y Alemania. La combinación en Italia del discurso euroescéptico y de primacía de sus aparentes intereses nacionales a corto plazo no sólo está debilitando la UE sino introduciendo variables que pueden volver la situación cada vez más incontrolable.

Del otro lado, desde el que quiere repensar las relaciones con China marcándole a Pekín el terreno y definiendo intereses estratégicos más firmes de la UE, Macron se está erigiendo en líder de esa estrategia de contención.

No es fácil el papel. La capacidad de inversión de China, su dinamismo innovador, sus avances tecnológicos con el apoyo del aparato de Estado y sin respeto real a las leyes del mercado ni normas legales que le crearían problemas constituyen señuelos seductores para una Europa que ha venido perdiendo pulso y abandonándose a una inactividad alejada de conflictos. Por eso se han combinado los nuevos gestos de dureza con el anuncio de un macro contrato con Airbus, negociado semanas antes, en medio de la crisis de confianza en la seguridad de Boeing.

Ese es el escenario. O los negocios a corto plazo y el desprecio a las decisiones colectivas del modelo italiano o el modelo multilateral, en el que no debemos olvidar que prima el interés de Francia y su industria, pero que define un  marco común y un comienzo de decisión estratégica nueva. (Foto: Marco Zak)

INTERREGNUM: Macron marca el camino. Fernando Delage

En enero fue Pekín, en marzo Delhi y, la semana pasada, Canberra. Los franceses no votaron a Emmanuel Macron para hacerle viajar. Pero el presidente tiene claro que, además de revitalizar las instituciones y la economía desde lo que denomina el “centro radical”, la política exterior es una variable central de su agenda. Lo es de forma natural por el concepto que Francia tiene de sí misma. Lo es también—y es lo que importa a nuestros efectos—porque los condicionantes alemanes y el suicidio británico hacen de Macron el único líder posible hoy de Europa. Y pocas cuestiones serán tan determinantes del futuro del Viejo Continente como su respuesta al ascenso de Asia y, en particular, a la irrupción del gigante chino.

El desafío es, a un mismo tiempo, económico, geopolítico e ideológico. Sólo con respecto a la primera dimensión es innegable el papel de la Unión Europea. Mayor bloque económico del mundo, la UE cuenta en este terreno con los instrumentos para articular y ejecutar una posición común. La suma de acuerdos de libre comercio que se han firmado con socios asiáticos—Corea del Sur (2011), Singapur (2012), Vietnam (2015) y, el más importante de todos, Japón (2017)—revela una decidida estrategia hacia una región a la que destina el 35 por cien de sus exportaciones y en la que es uno de los mayores inversores.

China plantea, no obstante, problemas singulares. Las dificultades de acceso a su mercado y las implicaciones de la Nueva Ruta de la Seda explican el gesto sin precedente de que todos los embajadores europeos en Pekín—salvo uno—hayan firmado un escrito denunciado la falta de reciprocidad y la opacidad de las iniciativas de la República Popular. Si lo han hecho es porque no se trata de un simple problema económico: las inversiones chinas en Europa y las implicaciones de la Ruta de la Seda también plantean un dilema estratégico. Y no puede hablarse aquí de una práctica de posiciones compartidas: ante la elección entre oportunidades de negocio y riesgos de seguridad, hay gobiernos que no han dudado en pronunciarse por lo primero, obstaculizando el desarrollo de un mecanismo comunitario de supervisión de las inversiones chinas. De manera parecida, cuando se trata de denunciar acciones chinas contrarias al Derecho internacional, como su comportamiento con respecto a las islas Spratly, o su política de derechos humanos, siempre habrá quien haga inviable una decisión. En un área de acción comunitaria que sigue siendo intergubernamental, Estados miembros como Hungría y Grecia dificultan la formulación de una estrategia de la UE hacia el que es hoy—junto a Rusia—uno de sus mayores retos.

Ante este déficit de la UE, en un contexto global en el que se agrava la pérdida de peso de Europa, Macron ha asumido las riendas. En el terreno geopolítico no ha ocultado sus reservas sobre las ambiciones chinas dirigidas a reconfigurar el espacio euroasiático y, en Australia, acaba de sumarse a la idea de un “Indo-Pacífico Libre y Abierto”; concepto diseñado por las grandes democracias asiáticas—y Estados Unidos—para equilibrar la creciente influencia china. Macron manda así la señal europea que Federica Mogherini, la Alta Representante de la Unión Europea, no puede transmitir, aunque la comparta.

No menos articulado ha sido el presidente francés en la batalla a más largo plazo por las ideas y valores políticos. Entre sus viajes a India y Australia, también visitó Washington y el Parlamento Europeo. Sus palabras en Estrasburgo recogen como pocos documentos recientes los imperativos del proyecto europeo, en unas circunstancias en que éste afronta la doble amenaza interna de populistas y neonacionalistas, y externa de grandes potencias enemigas de la democracia. En la semana que celebramos el Día de Europa, reconozcamos que el Derecho y la retórica multilateralista no son suficientes para sostener una influencia global. La rivalidad geopolítica y la competencia entre distintos modelos de orden político definirán el sistema internacional del siglo XXI. Un político francés de 40 años está marcando el camino. Confiemos en que haya un número suficiente de gobiernos europeos dispuestos a seguirle. (Ilustración: Shinichi Imanaka, Flickr)

Macron, Merkel, dos nombramientos y mucho teléfono. Nieves C. Pérez Rodríguez

Cuantiosas sonrisas, muchos abrazos, numerosos gestos de complicidad, incluidos intercambios de besos —algo que no se estila en la cultura estadounidense, en general, pero sobre todo inusual entre hombres— así como un despliegue de glamour, fueron los detalles formales más sobresalientes de la visita de Enmanuel Macron y su mujer a Washington. Trump no escatimó halagos, así como Melania Trump no ahorró detalles para dejar una imagen impecable de la visita, con cenas exquisitas que rompen con la tradición extendida en la Casa Blanca de sencillez y austeridad, más típica de la auténtica cultura estadounidense. Una suntuosa ceremonia de bienvenida, al más al puro estilo europeo, hicieron brillar a Macron con esplendor en la capital de Estados Unidos.

Faysal Itani, experto del Atlantic Council analizó la visita y remarcó la buena relación entre ambos líderes como un elemento clave. El hecho de que Trump sienta gran empatía y admiración por Macron podría resultar en un mayor compromiso de Washington en Medio Oriente, contra lo que la Administración Trump parece estar planeando. Macron podría conseguir que Estados Unidos se comprometa a mantener una presencia militar a largo plazo en la Siria post ISIS para evitar que Irán llene el vacío. Sin embargo, no hay que perder de vista que Mike Pompeo (nuevo Secretario de Estado, recientemente ratificado por el Congreso) y John Bolton (consejero en Seguridad Nacional) son beligerantes contra esa idea. No obstante, hay analistas que piensan que el pragmatismo de Pompeo le hará ver lo estratégico que es para Estados Unidos mantener su presencia en esa región.

Por su parte, Margaret Brennan, corresponsal para CBS News en una tertulia la semana pasada, que tuvo lugar en el Centro Estratégico de Estudios Internacionales, planteaba que para tener más claridad sobre la línea internacional que seguirá Pompeo, hay que esperar a que nombre a su equipo. Una vez que sepamos los nombres podremos hacer una mejor predicción del rumbo que realmente tomará la política exterior estadounidense, sobre todo en el Medio Oriente.

En este foro también se planteó la importancia de que se respete el acuerdo con Irán, sin descartar que podría hacerse ajustes, tal y como apuntó Macron, para dar una imagen de confianza a Corea del Norte, y que los grandes encuentros históricos que están teniendo lugar, como fue el del presidente Moon —Corea del Sur— y Kim Jon-un —líder de Corea del Norte—, y el que se llevará a cabo pronto entre esté último y Trump, lleguen a dar frutos, basados en la confianza y el respeto de lo que allí se acuerde.

La Canciller alemana, Angela Merkel, también pasó brevemente por la Casa Blanca, y, según Christoph Von Marschall, miembro del “German Marshall Fund of the United States”, este encuentro fue mucho mejor que el anterior entre ambos dirigentes. Ella no es una persona con la se puede tener una relación kinestésica, pero el lenguaje corporal de ambos fue más amigable, afirmó.  A pesar de que no existe empatía entre ellos, al menos esta vez Trump actuó más como un jefe de Estado, defendió sus puntos, entre los cuales remarcó que los países europeos deben pagar más por la OTAN e insistió en la  disparidad comercial “desleal” entre Estados Unidos y Alemania, dando una cifra de 50 millones de dólares de déficit en componentes de automóviles, a la que Merkel replicó diplomáticamente que las marcas alemanas también producen vehículos en los Estados Unidos, que son exportados a otras partes, y que ello contribuye a crear empleo doméstico. Al menos, Trump le elogió su apoyo y presión a Corea del Norte para sentarse en la mesa de negociación sobre el desmantelamiento nuclear.

El gran ganador de Washington la pasada semana fue sin lugar a dudas Macron, quién reforzó su imagen de líder internacional que traspasa las fronteras europeas, capaz de fascinar hasta a uno de los líderes más controvertidos del momento, como es Trump. Incluso se presentó en el Congreso estadounidense con un discurso que responde a los deseos de la mitad de los ciudadanos de este país, sobre la necesidad de un mayor compromiso internacional y de la importancia de mantener el liderazgo en el mundo hasta en el área ambiental, refiriéndose a la abrupta salida de Trump del Acuerdo de París.  En contraste con la visita de la Canciller alemana en la que la frialdad y cero empatías no se disimularon ni siquiera durante la rueda de prensa que tuvo lugar en la Casa Blanca.

Todo esto mientras Trump libera una batalla doméstica para que le aprueben su secretario de Estado (que consiguió) y el de los Veteranos, que abrió otro debate paralelo sobre el alto precio que están pagando muchos de los personajes que han trabajo para él o que activamente siguen estando en su círculo.

En Washington se cerró la compleja semana con llamadas telefónicas del presidente surcoreano Moon a Trump, dando el parte del encuentro que tuvo lugar en la península coreana, mientras se concretó el lugar y el día del encuentro entre Kim y Trump (de acuerdo a un tweet del propio Trump inexplícito), y otra llamada de Trump al primer ministro japonés, en el que le informó sobre dichos avances.

Esperemos que todos éstos avances continúen inspirados genuinamente en la paz y el bienestar de los implicados y no en un juego político del líder norcoreano para ganar tiempo y que se le disminuyan las duras sanciones. (Foto: Flickr, Leo Reynolds)

INTERREGNUM: Oportunidades europeas. Fernando Delage

Las ambiciosas iniciativas financieras, comerciales y de infraestructuras chinas—del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras a la Ruta de la Seda—y la política proteccionista de la administración Trump constituyen un notable desafío al orden internacional liberal creado por Estados Unidos y los países europeos tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Sin pretender desmantelar en su totalidad dicho orden, Pekín busca su reforma para reorientarlo a su favor. Washington sí defiende el abandono del sistema económico multilateral—no el de seguridad—pero sin proponer más alternativa que la defensa de sus intereses nacionales bajo el discurso de “America First”.

Ambos factores han obligado a reaccionar a aquellos otros actores—como la Unión Europea y Japón—que defienden el libre comercio y un orden basado en reglas como claves de la prosperidad y la estabilidad global. En defensa de esos principios, Bruselas y Tokio han encontrado por fin la oportunidad de sustituir las declaraciones retóricas de cooperación de tantos años y la colaboración puntual en distintos asuntos de la agenda mundial y regional, por una relación estratégica con verdadero contenido.

La elección de Trump, el Brexit, y la creciente preocupación compartida por ambos sobre las implicaciones de la creciente proyeccion china explican, en efecto, que, tras años de negociaciones, el pasado mes de diciembre la UE y Japón concluyeran dos acuerdos paralelos—de libre comercio y de asociación estratégica—que pueden elevar sus relaciones a un nuevo nivel. Sus intereses y valores políticos comunes reclamaban este acercamiento en unas circunstancias de incertidumbre internacional. Este último contexto exige, no obstante, que Europa—como ya está haciendo Japón—desarrolle una mayor ambición geopolítica y geoeconómica. Es una demanda que deriva asimismo de un tercer actor—Rusia—, pero que le acerca igualmente a otro protagonista en Asia con el que Tokio ya está construyendo una relación de gran potencial: India.

La reciente visita a Delhi del presidente francés, Emmanuel Macron, ha pasado prácticamente inadvertida en nuestros medios. El interés de París por el gigante de Asia meridional es revelador, sin embargo, del papel económico y estratégico en ascenso de este último. La firma de 14 acuerdos y de contratos por valor de 16.000 millones de dólares—incluyendo la venta de 36 cazas Rafale y seis submarinos de la clase Scorpene—, revela las ambiciones diplomáticas de Macron—así como la acelerada pérdida de influencia británica—pero también supone un reconocimiento de lo que, como mayor democracia de Asia, India puede aportar a los europeos. La negociación de un acuerdo de libre comercio entre Bruselas y Delhi avanza con dificultad, y las autoridades indias no terminan de comprender la complejidad de la estructura institucional comunitaria, de ahí que prefieran dialogar bilateralmente con los grandes Estados miembros de la UE.

Lo relevante, en cualquier caso, son las oportunidades que se abren a Europa para multiplicar sus opciones y socios estratégicos en esta era de redistribución de poder. ¿Cobrará forma en el futuro un triángulo Bruselas-Delhi-Tokio que, de un extremo a otro de Eurasia, equilibre un espacio chino-ruso? En buena medida dependerá de la estrategia que adopte un Washington post-Trumpiano, pero la defensa de los intereses y valores europeos no puede limitarse a esperar. (Foto: Steve De Jongh, Flickr)

¿Macron como alternativa?

Los recientes escenarios internacionales, y Davos no ha sido una excepción, han visualizado como Francia, con la retirada de Gran Bretaña de la UE y una Alemania titubeante en el escenario internacional por sus deudas con la Historia, está imponiendo cierto liderazgo europeo, bandera europea con intereses franceses, en la escena. Y esto ante una complacencia poco crítica de muchos, fascinados por la personalidad del presidente Enmanuel Macron.

Pero se debería ver más allá de las palabras. En Davos, Macron y Merkel han hecho buenos discursos contra el proteccionismo que deben ser aplaudidos. Pero no debe perderse de vista que durante el año pasado Francia utilizó en varias ocasiones el poder del Estado para vetar algunas inversiones extranjeras en empresas francesas, viene defendiendo obstáculos en abrir la PAC (política agraria común) de la UE, y frena, con la alianza tibia de España, la llegada de productos norteafricanos a los mercados europeos. La afirmación, desde medios gubernamentales franceses, de que “Francia está de vuelta” no parece muy lejos de afirmaciones como “América fuerte otra vez” que suenan desde el otro lado del Atlántico.

En la misma línea sorprende el relativo optimismo con que se ha acogido la frase del presidente Trump en Davos de “América primero pero no sola”. Ciertamente sugiere voluntad de negociar mayor que hace unos meses, pero de momento no cambia su estrategia de construir una fortaleza contra la globalización salvo en lo que beneficie los intereses a corto plazo de EEUU.

Concretamente en el área Asia-Pacífico, Francia, como otros, está muy interesada en acuerdos comerciales con China para beneficios bilaterales y lleno de medidas cautelares que protejan sus mercados respectivos, aunque presentados en coincidencia con el cómodo discurso chino de control interno para competir en el exterior.

Francia nunca ha sido precisamente un enemigo del proteccionismo ni del unilateralismo, como bien ha demostrado en sus políticas africanas. Sólo que las ha presentado como políticas europeas cuando en realidad eran, y son, francesas. Y Macron no sólo no ha rectificado ese rumbo, sino que lo está robusteciendo.

La paradoja iraní

La crisis en Irán, en la que las manifestaciones populares contra el régimen teocrático convergen contra el presidente Rohani con el sector más duro del régimen que acusa al Gobierno de blando y conciliador, está creando una curiosa paradoja. Mientras se deterioran las relaciones del régimen con amplias capas de la sociedad se fortalece la relación exterior del Gobierno con Europa, Rusia y otros países ante la presión de Donald Trump para modificar el tratado nuclear con Teherán y el temor a que una desestabilización aumente la inestabilidad regional. Y todo eso se desarrolla cuando la pugna entre Teherán y Ryad, paladines respectivamente de chiitas y sunnies, está atravesando el mundo árabe y marcando la política exterior y los intereses nacionales de cada país.

Una vez más, EE.UU. y la Unión Europea, en este caso con Francia a la cabeza, aparecen con posiciones divergentes frente al inestable espacio geoestratégico de Oriente Medio. Emmanuel Macron está aprovechando la ventana de oportunidad que la errática política de EEUU abre e, indirectamente, coincide (como en otros tiempos) con la estrategia rusa de fortalecer sus lazos y su presencia en la zona, cosa que Putín parece estar consiguiendo.

Sin embargo, el pragmatismo basado en el mal menor tampoco lleva directamente al éxito. Irán tiene una estrategia a largo plazo de constituirse en potencia nuclear con dos objetivos en el punto de mira: Arabia Saudí y sus aliados sunníes, e Israel, país al que constantemente amenaza con destruir en sus discursos oficiales. El actual convenio con Irán no frena esta estrategia, sólo la aplaza, y no da ninguna garantía a la única democracia existente en la zona: Israel. Así, Arabia saudí está desarrollando sus propios planes de dotarse de armamento nuclear con apoyo técnico de Pakistán y fortaleciendo sus alianzas contra Teherán. E Irán, por su parte, trata de convertir la previsible victoria total de Bashar al-Ássad en Siria en el establecimiento de una potente cabeza de puente directamente frente a Israel. Y Macron debería meditar sobre el conjunto y no exclusivamente en el interés nacional de Francia, que no es necesariamente en de todos los países europeos.