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¿Y el NAFTA?

Washington.- Hace más de dos décadas que está en funcionamiento lo que ha sido uno de los acuerdos más importantes, que ha conseguido unificar y hacer crecer tres grandes economías liberando aranceles de importaciones en productos agrícolas y textiles así como la manufactura de automóviles, tomando en cuenta la protección de sus trabajadores y del medio ambiente. El acuerdo de libre comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés) fue negociado por George Bush (padre), aprobado por el Congreso y puesto en marcha bajo la Administración Clinton. Un acuerdo que contó desde sus orígenes con el apoyo de republicanos y demócratas, pero que ahora podría sucumbir en manos de la nueva Administración.
Durante la campaña electoral e incluso en su primera semana en la oficina oval, el Presidente Trump ha insistido en definir el NAFTA como el peor acuerdo comercial de la historia de los Estados Unidos. Paradójicamente, la página oficial de intercambios comerciales de la Casa Blanca aún tiene datos como que desde que entró en vigor este acuerdo las exportaciones agrícolas estadounidenses a México se han doblado y han aumentado un 44% a Canadá. Antes del Nafta, los productos estadounidenses que entraban a México enfrentaban barreras comerciales de alrededor de 10%, lo que significaba casi 5 veces más a las impuestas a los productos mexicanos en territorio estadounidenses.
El argumento fundamente que utiliza la Administración Trump para despreciar este acuerdo es básicamente el impacto negativo que ha tenido en el sector de manufacturas y la pérdida de empleos. De acuerdo a la oficina de estadísticas de empleo estadounidense, justo después de entrar en vigor el NAFTA la manufactura creció hasta el 2001, momento en que China entró en la organización mundial de comercio y la situación cambió radicalmente y empezó el descenso de este sector hasta llegar a una caída histórica producto de la gran recesión en el 2007. Sin embargo, a partir del 2010, se observa una recuperación progresiva. No se puedo olvidar cómo el desarrollo tecnológico en las empresas de manufactura juega un papel clave en relación al número de empleados. Son muchos los equipos y cada vez más sofisticados que sustituyen la mano del hombre.
Estados Unidos comparte una frontera de más de 6.400 km con Canadá, sin contar la frontera con Alaska, que son otros 1.500 km. Por el sur, con México, la frontera es de unos 3.200 km. Claramente México tiene un gran interés en mantener lazos fuertes con la primera economía del mundo, muy a pesar del discurso populista de construcción del muro. El presidente Peña Nieto ha sido cauto, y para muchos mexicanos incluso débil con sus respuestas diplomáticas a las afirmaciones inapropiadas de Míster Trump, dejando siempre claro la importancia de mantener relaciones cordiales y comerciales con su vecino del norte.
Canadá, por su parte, ha sido aliado histórico de los Estados Unidos, compartiendo siempre las mismas inquietudes globales y los mismos valores fundamentales. La visita esta semana de Justin Trudeau, podría darnos la clave de lo que serán estas relaciones, que a priori dan señales de ligeros cambios. El primer ministro canadiense no ha ocultado su desacuerdo con el decreto presidencial de Trump sobre la inmigración, invitando a ir a Canadá a todos los que nos son bien recibidos en Estados Unidos, exhibiendo su opinión al respecto, sin confrontar.
Muchos años han pasado desde que el Presidente Clinton recitó estas palabras, que siguen tiendo vigencia, en la ceremonia de la firma de NAFTA en 1994: … “Si aprendimos algo de la caída del Muro de Berlín y la caída de los gobiernos de Europa del Este es que, a pesar de ser sociedades totalmente controladas, no pudieron resistir los vientos de cambios que la economía, la tecnología y el flujo de información ha impuesto a este nuestro mundo. La única opción realista es aceptar estos cambios y crear los empleos de mañana…”.
Esperemos que la nueva Administración acabará aceptando que estos son otros tiempos, que cerrarse a la globalización es prácticamente imposible, y que pretender imponer o revertir acuerdos como el NAFTA podría llevar a los Estados Unidos a un aislamiento, sin ningún beneficio para el ningún beneficio para el país. Imponer a sus empresas operar bajo diferentes esquemas podría simplemente llevar a la ruina a muchas de ellas. Sencillamente, pretender reestructurar todo lo existente es como querer cerrar los ojos a lo evidente.

Lo siento, pero Trump también puede cargarse el Nafta

Hemos tardado varias generaciones en convencer a los latinoamericanos de que abandonen sus absurdas teorías sobre la sustitución de importaciones y sería una pena echar ahora a perder todo el esfuerzo.

Tiene razón el columnista del Financial Times Philip Stevens: lo malo de Trump es que no podemos hacer como si no existiera. ¿Cómo convivir con un gobernante que desprecia el sistema de alianzas que ha vertebrado la comunidad internacional desde 1945? Algunos líderes, como Vladimir Putin o Xi Jinping, se disponen a ocupar al vacío de poder creado por la retirada americana. Otros, como Theresa May, reservan el primer vuelo libre a Washington para rendirle pleitesía: Londres nunca ha mostrado el menor inconveniente en sacrificar un poco de dignidad a cambio de seguir siendo relevante.

El presentador de la televisión holandesa Arjen Lubach coincide en que lo más prudente es tener a la Casa Blanca de tu parte. Ha elaborado un vídeo que arranca con las imágenes de Trump vociferando delante del Capitolio: “¡A partir de ahora, América será lo primero!” A continuación, Lubach explica que los holandeses le van a encantar al presidente: construyen diques de separación, organizan fiestas racistas y tienen una legislación ideal para evadir impuestos. “No nos importa que América sea lo primero”, concluye, “pero ¿no podría ser Holanda lo segundo?”

Les diré: no me parece una mala solución, aunque los españoles lo tenemos algo más difícil. Estoy suscrito a Quora, una red social cuyos miembros se consultan dudas, como quién ha sido el mejor general de la historia, qué guerra causó más muertes o por qué no disparan al capitán América por debajo del escudo. Una de las últimas preguntas es reveladora a la par que inquietante: “¿Son blancos los españoles de España?” Está claro que el Alto Comisionado para la Marca España tiene ante sí una ímproba tarea.

Pero merece la pena. Estoy convencido como Stevens de que Europa debe ser la Grecia de la Roma estadounidense y contribuir a moderar los desmanes del inexperto e intemperante nuevo emperador, aunque de momento no ofrezca el menor signo de contención. Ya ha arrojado al basurero de la historia el Acuerdo Transpacífico, ha dado instrucciones para que levanten el muro con México y ahora amenaza con acabar con el Tratado de Libre Comercio con América del Norte (Nafta). ¿Será capaz?

Por lo que he averiguado en internet, ninguna traba legal lo impide. Únicamente debe activar el artículo 2205 (¿se imaginan el mamotreto?), que especifica que las partes podrán “abandonar este acuerdo seis meses después de comunicarlo por escrito”. “Es sencillísimo matarlo”, dice Barry Appleton, un abogado canadiense.

¿Y no tendrá nada que opinar el Congreso? Al parecer, no. La dirección de la política exterior corresponde al presidente. Lo establece la Constitución y lo ratifica la jurisprudencia: Jimmy Carter revocó un pacto de defensa con Taiwan en 1979 y George W. Bush otro antimisiles en 2001, y las correspondientes demandas que los legisladores interpusieron ante el Supremo fueron rechazadas.

Ahora bien, hasta el propio Trump es consciente de que no se puede desmantelar así como así un tratado que lleva dos décadas en vigor y que ha inducido a muchas empresas a descomponer su cadena de valor: compran la materia prima en un sitio, la ensamblan en otro y distribuyen el producto por todo el planeta. “Hemos desplegado una inmensa red […] y estaríamos interfiriendo en ella”, explica el profesor de Harvard Robert Lawrence. “Sería un suicidio”.

“Tras los atentados del 11-S sellamos las fronteras con Canadá y México y, al cabo de una semana, las plantas de automóviles de Michigan empezaron a parar por falta de componentes”, dice Rob Scott, del Economic Policy Institute.

Y el think tank Journalist’s Resource añade que “en 2009 Estados Unidos quiso defender el empleo de sus conductores impidiendo la circulación de camiones hispanos y México subió los aranceles de docenas de artículos elaborados en estados cuyos representantes habían apoyado la prohibición, desde champú a árboles de Navidad. Washington rectificó en 2011”. Los autores de este informe reconocen que el Nafta ha beneficiado sobre todo a México, cuya renta ha mejorado el 1,31% frente al magro 0,08% de Estados Unidos, pero ¿no impulsa eso a su vez la demanda de mercancías estadounidenses?

Hemos tardado varias generaciones en convencer a los latinoamericanos de que abandonen sus absurdas teorías sobre la autarquía y la sustitución de importaciones y sería una pena que Trump echara ahora a perder todo el esfuerzo. ¿Podremos pararle los pies? No lo sé, pero si América va a ser lo primero y Holanda lo segundo, deberíamos ir pensando en pedirnos los terceros o los cuartos.

Proteccionismo sin fronteras: el oxímoron de Trump

A tenor de los últimos acontecimientos políticos, económicos y militares parecería que se van a producir cambios significativos en el orden mundial. Sin embargo, es frecuente que estas expectativas se queden en modificaciones mediáticas orientadas a legitimar el ascenso de nuevos gobernantes que, posteriormente, recuperan buena parte de las políticas anteriores ante la constatación de una tozuda realidad exterior y las presiones internas.

Este podría ser el caso de D. Trump, cuyas primeras decisiones deberían interpretarse como una suerte de ingenuidad ante el orden internacional establecido y la necesidad de corresponder a las expectativas de sus votantes.  Por ello, es de esperar que tras un primer golpe de mano nacionalista, necesario para conciliar sus acciones con su retórica, se retomen muchas de las iniciativas que ahora se están abandonando.

Aunque no hay que olvidar que el resurgimiento de este populismo, abanderado del discurso proteccionista y aislacionista como remedio para todos los males, tienen en su origen a una China que no juega conforme a las reglas establecidas, defraudando la confianza internacional otorgada en 2001 mediante su entrada en la OMC. La aplicación de unos estándares laborales y medioambientales mucho menos exigentes que los occidentales, la falta de reciprocidad para garantizar las inversiones extranjeras en el país asiático, o el respaldo de las autoridades chinas a las grandes empresas del país, han constituido una competencia desleal con sus contrapartes americanos y europeos. Aunque esto es solo una parte de la historia, porque no hay que olvidar que las empresas estadounidenses se han servido de esta laxitud en los estándares chinos para deslocalizar su producción, aumentando así sus beneficios y su competitividad.

En cualquier caso, pese al empleo de métodos poco ortodoxos desde nuestro prisma occidental, China ha logrado un rápido ascenso económico, una mayor influencia política internacional y una creciente asertividad militar que la han convertido en el enemigo perfecto para el discurso nacionalista de D. Trump, responsabilizándola de la pérdida de puestos de trabajo y capacidad industrial en el país norteamericano.

Sin embargo, ni China es el enemigo a batir, ni el nacionalismo el camino para salvar la hegemonía occidental. Más bien al contrario, puesto que esta estrategia solo propicia que el gigante asiático utilice su musculo financiero y su creciente influencia política para promover la creación de organismos multilaterales en los que, de inicio ya tiene la cuota de representación que se le niega sistemáticamente en las instituciones globales existentes. A la vista de este fenómeno, habría que replantearse si no sería más inteligente otorgarle ese “aumento” de protagonismo dentro de los organismos establecidos para favorecer su integración en los mismos y poder seguir jugando “en casa” y con “nuestras reglas”.

Que el nacionalismo no es el camino a seguir en un mundo global e interdependiente parece bastante obvio desde un punto de vista analítico y reflexivo, aunque es innegable que funciona como herramienta electoral ya que permite simplificar los problemas y proyectarlos en un enemigo común que encarne los males que afligen a los ciudadanos.

La gran paradoja que encontramos en la coyuntura actual es que EEUU y China parecen más complementarios que nunca, y bien podría parecer que están buscando intercambiar sus papeles en el mundo. Mientras que el primero aboga por el proteccionismo, la reducción de su protagonismo internacional y militar, y la ruptura de su compromiso medioambiental, el segundo, defiende el libre comercio “con características chinas”, busca mayor presencia internacional a nivel político y militar, y ha formalizado por primera vez su compromiso para luchar contra el cambio climático.

En este sentido, debemos enfrentar el oxímoron que supone que EEUU trate de recuperar su industria en un momento en el que China pretende justo lo contrario, deslocalizar su producción a los países del sudeste asiático para avanzar en la cadena de valor hacia un modelo de corte occidental, basado en el sector servicios y el consumo interno.

Pero, al contrario que EEUU, Pekín si parece ser consciente que este “ascenso” en el sistema productivo tiene su talón de Aquiles en la pérdida de puestos de trabajo. Por ello, han puesto en marcha una serie de reformas que, entre otras cosas, reduzcan el impacto negativo del desempleo, evitando así una potencial crisis social. En cambio, Trump promulga consignas que evocan mejores tiempos pasados pero que en la realidad implican dar un paso atrás que, en el mejor de los casos, solo servirá para coger impulso y dar luego dos hacia delante.

Tampoco parece razonable que pueda sostenerse en el tiempo una política comercial aislacionista en un mundo global e interdependiente donde la tendencia clara es justo la contraria. Así, la salida del TPP recientemente firmada por Trump profundizará en la perdida de liderazgo e influencia que EEUU está sufriendo en Asía Pacífico, donde la mayoría de los países de la región ya se han alineado con China. Además, Pekín aprovechará la ocasión para impulsar su acuerdo de integración comercial (RCEP) ante la necesidad que existe en la zona de mejorar este tipo de intercambios. En este mismo sentido, la anunciada reducción de su presencia militar en la región permitiría a Pekín reforzar su influencia y control sobre sus vecinos, así como mantener la actual asertividad en sus reclamaciones del mar Meridional y del Este de China.

Por tanto, China no es el enemigo a batir, sino la resistencia al cambio del pueblo estadounidense, que se muestra reticente a explorar el nuevo eslabón dentro de la cadena de valor global, y que bien podría fundamentarse en maximizar la innovación y el talento para esgrimirlos como mecanismo de competencia que aumente la brecha tecnológica entre oriente y occidente. Y si se quiere aderezar con una pequeña dosis de proteccionismo con “características estadounidenses”, este debería ser selectivo en la búsqueda de reciprocidad.

Este aparente paso atrás de Donald Trump, que permitirá a Pekin dar dos pasos hacia delante, tendrá sus mayores detractores entre los grupos de poder empresarial y armamentístico estadounidenses, responsables de la deslocalización industrial y principales suministradores del ejercito, y que son especialmente influyentes en el partido republicano.

Por tanto, desde una óptica global, no tiene sentido que EEUU mantenga una política a medio y largo plazo basada en el proteccionismo y la rebaja de la presencia internacional, y es de esperar que, una vez agotado el efecto placebo del nacionalismo, se recuperen tanto los acuerdos de libre comercio que ahora se están rechazando, como la iniciativa para mantener su influencia global, especialmente en Asia Pacífico, que se intuye como la zona de mayor proyección socioeconómica a nivel mundial.

¿Cómo diablos ha acabado China siendo la campeona del libre comercio?

“Perseguir el proteccionismo es como encerrarse en una habitación oscura, donde el viento y la lluvia pueden quedarse fuera, pero también la luz y el aire”, proclamó líricamente el presidente Xi Jinping en la ceremonia inaugural de la cumbre de Davos. Para el enviado del New York Times, Peter Goodman, el discurso estuvo “plagado de tópicos, metáforas retorcidas y referencias literarias”, pero encerraba un “mensaje sorprendente”: Pekín es el nuevo paladín de la libertad de comercio.

No parece que Xi sea la persona más adecuada para defender la libertad de nada. “Bajo su dirección”, observa Goodman, “el Partido Comunista ha reprimido duramente el activismo social, ha multiplicado las trabas en internet y ha encarcelado a docenas de abogados que intentaban […] defender los derechos de sus conciudadanos”. Xi también “ha enviado buques de guerra a las islas en disputa del mar de China Meridional” y, a través de un importante magistrado, acaba de reiterar que la idea de un poder judicial autónomo es “absolutamente rechazable”.

Pero es justamente su carácter autoritario lo que le permite afrontar sin pestañear la globalización, porque esta entraña concesiones que no son siempre bien recibidas por el electorado. Es el ineludible trilema que Dani Rodrik enunció en 2000: “Democracia, soberanía nacional e integración económica no son compatibles. Podemos escoger dos de las tres, pero no todas a la vez”.

El Brexit ha sido fruto de esta tensión. Los ingleses han decidido irse de la Unión porque creen que han cedido demasiado y quieren recuperar el control de sus leyes, que ya “no se harán en Bruselas, sino en Westminster”, como ha explicado Theresa May.

Y en Estados Unidos la deslocalización ha generado una bolsa de ciudadanos indignados lo bastante amplia como para aupar a un furibundo proteccionista como Donald Trump a la Casa Blanca.

No se trata de un fenómeno nuevo. La primera gran globalización, la de la Belle Époque, funcionó porque no había sufragio universal. El patrón oro, que fue el acelerante de aquella explosión comercial, requería retirar periódicamente billetes de la circulación, lo que se traducía en dolorosas crisis, con su secuela de rebajas salariales y paro. Mientras las víctimas de aquellas deflaciones carecieron de voz, los Gobiernos pudieron acometer los ajustes, pero tras la Primera Guerra Mundial el voto se generalizó en Occidente y mantener la paridad con el oro se volvió políticamente insostenible.

Como los monarcas de la Europa victoriana, Xi puede ignorar a buena parte de su ciudadanía y muchos en Davos lo consideran una bendición, porque la globalización podrá seguir en marcha. Pero la sustitución de Washington por Pekín no es irrelevante. Por irritante que nos pueda resultar la hegemonía de Estados Unidos, se ha verificado con arreglo a normas objetivas. China, por el contrario, no suele anteponer el derecho a sus intereses. “A menudo ha mostrado su disposición a emplear el comercio como un bastón”, recuerda la agencia AFP. La exportación de salmón noruego se hundió a raíz de que el Instituto Nobel concediera el Premio de la Paz al disidente Liu Xiaobo y las estrellas coreanas del pop han visto cómo sus actuaciones se cancelaban después de que Seúl anunciara el despliegue de un sistema de defensa de misiles.

El proteccionismo es seguramente una habitación oscura, como sostiene Xi, pero la alternativa que nos ofrece tampoco tiene pinta de ir a ser muy soleada.

El proteccionismo económico toma la Casa Blanca

Washington.- Desde el principio de su candidatura, Donald Trump ha sido claro y preciso con la idea de apostar por un proteccionismo económico que devuelva la riqueza a los ciudadanos estadounidenses al precio que sea. Todo apunta a que el centro de atención estaría en una ruptura de relaciones comerciales con China. Ha acusado al gobierno chino una y otra vez de manipular su moneda, de invadir el mercado estadounidense con productos cuyo valor no se corresponde con el real. Incluso ha amenazado con denunciarles frente a la Organización Mundial de Comercio por irregularidades.

En los ya escasos días de presidencia de Obama, mientras la nostalgia embarga a los demócratas por su partida, el presidente electo finiquita la lista de elegidos para formar gobierno.

Uno de los últimos es Robert Lighthizer que se convertirá en el Representante Comercial de América (US Trade Representative). Con una trayectoria política conocida, trabajó para la presidencia de Ronald Reagan y es uno de los mayores opositores al Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP). Además de que se le conoce como el enemigo a acuerdos comerciales donde se vean comprometidos los intereses estadounidenses. Un conservador que, en su momento, cuestionó la adhesión de John McCain a las políticas de libre comercio.

En palabras del mismo Trump, “Lighthizer tiene amplia experiencia en lograr acuerdos que protegen algunos de los sectores más importantes de nuestra economía y ha luchado reiteradamente desde el sector privado para impedir que los malos acuerdos perjudiquen a los estadounidenses…”

Un mes antes fue nombrado Peter Navarro como Director Comercial e Industrial, (Director of the National Trade Council) y que, según el New York Times, es el único economista con credenciales del círculo cercano a Trump. Es profesor de Economía y Política Públicas de la Universidad de California y escritor de dos libros que alertan del peligro de China. Uno de ellos, Muerte por China (Death by China), se convirtió en un documental que cuenta con un extenso número de entrevistas a políticos de diversas tendencias, economistas, ambientalistas, hombres de negocios, e incluso empleados de manufacturas que se han trasladado a China. En el filme se busca alertar del masivo riesgo que China representa para la economía americana, con datos como que 25 millones de estadounidenses no pueden encontrar trabajos decentes, 50.000 industrias han desaparecido, o la deuda nada insignificante que tiene el Estado Americano con Pekín de 3 trillones de dólares. La BBC denomina a Navarro “el feroz crítico de China”.

Muchos de los argumentos contra China usados por Navarro a lo largo de su carrera son los mismos que ha venido repitiendo el ahora elegido presidente. No en vano lo ha acompañado como asesor de la campaña. Seguramente fue esta influencia, la que llevó al nuevo presidente a decidir crear una oficina dentro de la Casa Blanca que unirá la conducción de las estrategias de intercambio comercial, la evaluación de las manufacturas domésticas y la identificación de nuevas oportunidades para generar empleo en este sector, de acuerdo con el Washington Times.

Y para cerrar la triunvirato, el nombramiento de Wilbur Ross, el pasado noviembre tampoco dejó a nadie inadvertido. Multimillonario, conocido por adquirir negocios quebrados y transformarlos en prósperos, se trata de un acérrimo proteccionista de la economía estadounidense. Duro crítico de la caída de empleos de manufactura y denominado Míster Proteccionista por la revista “The Economist”, su gran maniobra fue salvar, entre 2002 y 2003, una fábrica textilera en Carolina del Norte, que había declarado bancarrota, justo después de la entrada de China a la OMC. La situación y la audacia de Ross le llevó al DC a hacer lobby para mantener los aranceles de los textiles con el objeto de proteger a la muy golpeada industria.

El portavoz del equipo de transición de Míster Trump ha dicho que, de ser confirmado Ross, él podría empujar y expandir las exportaciones y reducir las importaciones. Con experiencia en el sector de Acero y Textil, podría jugar un rol completamente opuesto al que han tenido los anteriores secretarios de comercio.

Con estos personajes dirigiendo las políticas comerciales y de intercambio de los Estados Unidos, habrá un cambio de rumbo que puede desembocar en un proteccionismo extremo, en donde las exigencias por parte del gobierno a las Industrias estadounidenses se vean coaccionadas a tomar decisiones de retornar o de lo contrario recibir sanciones. Esta situación se aleja mucho al libre comercio que ha caracterizado esta nación.

China por su parte, presionará posiblemente con el monto astronómico que le adeuda este gobierno para impedir la movilización de empresas, y entrar en un juego de poder.

Como dijo Dan Ikenson (The Cato Institute Think Tank), esos 3 chicos juntos pueden crear muchas travesuras. ¿Serán estas travesuras las que darán nombre a las nuevas políticas de Comercio e intercambio comercial e industrial del gobierno de Trump?