INTERREGNUM: Dos estrategias de seguridad. Fernando Delage

La semana pasada Alemania hizo pública la primera estrategia de seguridad nacional de su historia. Fue un compromiso asumido por el gobierno de coalición al tomar posesión a finales de 2021, pero adquirió un enfoque distinto del previsto originalmente tras la invasión rusa de Ucrania. La agresión de Moscú hizo evidente la vulnerabilidad europea y condujo, sólo unos días después del 24 de febrero, al anuncio por el canciller Olaf Scholz de un giro histórico en la política de defensa alemana. Ha habido que esperar más de un año desde entonces, sin embargo, para dar forma a una estrategia de seguridad que contara con el consenso de los socios de gobierno. Un consenso que sigue aún sin existir con respecto al documento estratégico sobre China que debía haberse adoptado al mismo tiempo.

Según el texto aprobado, Rusia es, “por el futuro previsible, la mayor amenaza a la paz y seguridad del área euroatlántica”. También advierte que algunos países “tratan de reconfigurar el orden internacional” mediante instrumentos de desinformación, ciberataques y coerción económica; una descripción que incluye a China. El documento subraya que, para Berlín, la República Popular es “un socio, competidor y rival sistémico” (los mismos términos que ya empleó la estrategia china de la UE de 2019, pendiente a su vez de una próxima actualización), pero indica igualmente que los elementos de rivalidad y competición se han agravado durante los últimos años. Aun así, la importancia de China como mercado para las exportaciones alemanas y fuente de materias primas explica la búsqueda de un lenguaje y de una posición de equilibrio que evite la hostilidad de Pekín. Es una incógnita, no obstante, qué orientación asumirá la estrategia hacia China—además de su fecha de publicación—, dadas las discrepancias entre los socialdemócratas y los Verdes, partido responsable del ministerio de Asuntos Exteriores.

También Corea del Sur acaba de anunciar una nueva estrategia de seguridad nacional, la primera del gobierno conservador de Yoon Suk-yeol. Al igual que la anterior (redactada por el gabinete de Moon Jae-in en 2018), se identifica a Corea del Norte como el principal desafío de seguridad. Pero la política de acercamiento a Pyongyang, defendida entonces como medio para normalizar las relaciones entre las dos Coreas, se ve sustituida en el nuevo texto por el reforzamiento de la alianza con Estados Unidos. Se trata, además, de un documento mucho más ambicioso, y no sólo por su extensión (150 páginas en su versión en inglés).

Rompiendo la tradición de estrategias anteriores—la primera de Corea del Sur data de 2004—no se comienza por la situación en la península, cuestión que pasa a la segunda sección, sino por una evaluación del estado de la seguridad global, enumerando entre otros riesgos la rivalidad Estados Unidos-China, las disrupciones de las cadenas de valor y las amenazas no tradicionales. Para afrontar tanto los desafíos globales como los regionales, Seúl dará prioridad, como se indicó, a la alianza con Washington, aunque también ampliará sus relaciones de defensa con otros socios, se implicará en mayor medida para asegurar el orden internacional, y desarrollará sus capacidades militares. Son básicamente las mismas orientaciones que ya se habían recogido en documentos anteriores, como la Estrategia hacia el Indo-Pacífico aprobada en diciembre de 2022 y el último Libro Blanco de Defensa, también del pasado año.

Dada la estructura de su industria y sector exportador, la estrategia surcoreana presta especial atención por otra parte a la seguridad económica y tecnológica. Finalmente, se destaca la identidad internacional del país con una diplomacia basada en valores como la libertad, los derechos humanos y el Estado de Derecho. Es innegable, no obstante, que tendrá que compatibilizar esos principios con las exigencias pragmáticas de sus intereses en las relaciones con Pyongyang, Pekín y Moscú. El gobierno de Yoon señala en cualquier caso su ambiciosa intención de adoptar un enfoque global sobre el papel de Corea del Sur; una perspectiva que, además de maximizar su papel en Asia oriental, le acercará a las democracias europeas.

 

INTERREGNUM: Alemania y el desafío chino de la UE. Fernando Delage

Sólo días después de confirmarse su tercer mandato como secretario general del Partido Comunista Chino, Xi recibe esta semana en Pekín al canciller alemán, Olaf Scholz. Se trata de la primera visita de un líder del G7 a la República Popular desde el comienzo de la pandemia, y se produce en un momento de grave deterioro de las relaciones entre China y Occidente. Es un viaje polémico, que cuenta con la oposición de miembros de su propio gobierno, así como con el desconcierto de la Unión Europea cuando trata de actualizar su estrategia hacia el gigante asiático.

La propia posición de Scholz resulta confusa. Quiere mantener la misma política de su antecesora, Angela Markel, a favor de una relación económica más estrecha con Pekín, pero adoptando al mismo tiempo una posición más crítica por el apoyo chino a Rusia en la guerra de Ucrania y por la situación de los derechos humanos en el país. Dice estar en contra de los esfuerzos norteamericanos dirigidos a reducir los vínculos comerciales con China, pero advierte al mismo tiempo a las empresas alemanas que deberían evitar su dependencia de las cadenas de valor de un solo país.

Pese a reconocer Berlín el error de la política mantenida hacia Rusia durante más de cuarenta años, parece como si no quisiera aplicar sus lecciones a China. El reciente visto bueno por parte de Sholtz a la compra por la china COSCO del 25 por cien de una terminal en el puerto de Hamburgo, el más importante de Alemania y el tercero de Europa, ha causado sorpresa. Es sabido que la decisión del canciller no contaba con el acuerdo de los ministerios de Asuntos Exteriores y de Economía—ambos en manos de los Verdes—, ni tampoco respetaba las recomendaciones de la inteligencia nacional. La administración alemana se encuentra, además, dando forma final a una nueva estrategia de seguridad nacional, cuyo anuncio está previsto para comienzos de año, y en la que las relaciones con Pekín serán objeto de especial atención.

La visita de Sholtz a un Xi que, además de imponer a China una dirección cada vez más autoritaria, describe a las potencias occidentales como rivales, ha sido acogida con una nada disimulada reserva por parte de Washington. Pero también por Bruselas. En el último Consejo Europeo (20-21 octubre), los líderes de la Unión mantuvieron una discusión estratégica sobre China con el fin de renovar su posición. Aunque no hay un consenso al respecto, la triple definición de la República Popular hecha por los 27 en 2019—socio comercial con el que se coopera sobre asuntos globales, competidor económico y tecnológico, y rival sistémico—no parece ajustada después de la guerra de Ucrania: la balanza se inclina más hacia la competición y la rivalidad que hacia la cooperación. Los Estados bálticos defienden una actitud más beligerante, mientras que otros—como Hungría—quieren ante todo seguir beneficiándose de las inversiones chinas. Francia trata de navegar entre los dos extremos. Berlín dice querer compatibilizar ambas cosas, pero la realidad es que siguen primando los intereses económicos, quizá por la comprensible presión de sus empresarios: en veinte años, las ventas a China han pasado del uno por cien de las exportaciones alemanas a cerca del ocho por cien. Para fabricantes de automóviles como Volkswagen o BMW, el mercado chino representa la mitad de su facturación.

El problema es que, al jugar al solitario con Pekín, Berlín impide la adopción de una política europea como bloque. Desde Bruselas—que también se manifestó en contra de la venta de la terminal del puerto de Hamburgo—no se entiende una posición que no sólo no corregirá sino que incrementará por el contrario la dependencia alemana de China. Esta última podrá concluir al mismo tiempo que su política de presión funciona, al ver cómo consigue dividir a los Estados miembros. Y, aunque por sí sola represente cerca de la mitad de los intercambios entre China y el Viejo Continente, Alemania se encontrará aislada frente a sus socios en una etapa de redefinición del proyecto europeo.

China, Estados Unidos y la trampa de Tucídides. Miguel Ors Villarejo

En su Historia de la Guerra del Peloponeso, Tucídides atribuye el conflicto al temor que la creciente preponderancia de Atenas inspiraba en Esparta. “Introdujo en la historiografía la noción de que las contiendas tienen causas profundas y que los poderes establecidos están trágicamente condenados a atacar a los emergentes”, escribe el catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad de Pennsylvania Arthur Waldron. Esta tesis, bautizada como trampa de Tucídides, “es brillante e importante”, observa, “pero ¿es cierta?”

Ni siquiera en el caso del Peloponeso. La literatura sobre la materia es amplia y concluyente: los espartanos no estaban interesados en pelearse con nadie. “Instalados en el oscuro sur”, escribe Waldron, “llevaban una sencilla vida campestre. Usaban trozos de hierro como moneda y comían sus alubias cuando no estaban adiestrándose para el combate”. Su rey Arquídamo II hizo lo que pudo para evitar el enfrentamiento y, solo cuando los atenienses se negaron a levantar el embargo a Mégara, invadió el Ática.

La trampa de Tucídides ha sido desmentida en infinidad de ocasiones. ¿Desató Rusia las hostilidades contra Japón en 1905? No. Fue Japón el que le hundió la flota al zar. ¿Adoptó Washington medidas preventivas contra Tokio en 1940? No, fue Tokio el que ocupó Indochina, firmó el Pacto Tripartito con el Eje y bombardeó Pearl Harbor. ¿Y agredieron Francia y Reino Unido al Tercer Reich? No, fue Hitler quien se anexionó Alsacia, los Sudetes, Austria y Polonia.

A pesar de toda esta evidencia, Waldron se queja de que la profesora de Harvard Graham Allison inste a Washington en Condenados a la guerra a hacer concesiones a Pekín para no sucumbir, como Esparta, a la trampa de Tucídides. Waldron dedica a Allison todo tipo de lindezas. Dice que sabe poca historia de China y que su libro es desconcertante y farragoso, y es obvio que la mujer no se ha documentado lo suficiente sobre cómo funciona la dichosa trampa, pero, en el fondo, ¿qué más da quien abra las hostilidades? Se trata de preservar la paz, y la emergencia de nuevos poderes genera siempre tensiones insuperables. ¿O no?

En realidad, la irrupción de una potencia no tiene por qué terminar en un Armagedón. Imaginen, dice Waldron, que un grupo de naciones formara una coalición cuyo PIB y territorio fuesen mayores que los de Estados Unidos y capaz de movilizar a casi dos millones de soldados. ¿Lo consentiría la Casa Blanca? La trampa de Tucídides sostiene que no, pero los hechos dicen que sí: es la Unión Europea.

“No culpen a Allison”, escribe Waldron con condescendencia. El problema es la ignorancia sobre China, que ha alentado una “plétora de fantasías, algunas pesimistas y otras absurdamente radiantes”. Los asuntos internacionales son más tediosos y no se gestionan con golpes de efecto (hostiles o amistosos), sino mediante una sorda labor diplomática. “La razón por la que las ciudades estado griegas […] habían vivido en paz [hasta la Guerra del Peloponeso]” fue “la red de amistades que establecieron sus líderes”. Por desgracia, “la peste mató a Pericles, el hombre clave de esta maquinaria”, “las pasiones se adueñaron [de Atenas]” y “la lucha se reanudó con redoblada fiereza”.

INTERREGNUM: El desafío asiático de Europa. Fernando Delage

Tres sucesivas medidas de la administración Trump—el abandono del TPP, la falta de alternativa a la Nueva Ruta de la Seda y la renuncia al acuerdo de París sobre cambio climático—han dejado en manos de China el liderazgo del orden multilateral. De manera sorprendente, el mayor desafío al sistema liberal de posguerra procede de su creador, cuyas decisiones están facilitando así los objetivos de las potencias revisionistas.

Al repudiar el acuerdo de París, Trump revela su desinterés por la supervivencia de la comunidad euroatlántica y, por tanto, por lo que ha sido el pilar central de la política exterior norteamericana durante los últimos 70 años. Su anuncio se ha producido solo una semana después de su participación en las cumbres de la OTAN y del G7, donde desoyó las opiniones de sus aliados y mostró lo que cabe esperar de su gobierno. A partir de ahora, dijo la canciller alemana, Angela Merkel, apenas horas después de la reunión de Taormina, Europa tendrá que tomar las riendas de su futuro.

Putin nunca podía haber imaginado que un presidente norteamericano sabotearía las relaciones transatlánticas, ese objetivo tan deseado por Moscú desde 1945. Los líderes europeos ya no tienen más opción que tomarse en serio la política de defensa común y formar un consenso sobre Rusia. Pero el escenario geopolítico va más lejos, y los desafíos—y oportunidades—estratégicas que se abren para la Unión Europea aparecen ligados al rápido realineamiento de fuerzas que se está produciendo en el continente euroasiático. Quizá no fuera una coincidencia que los primeros ministros de China e India, Li Keqiang y Narendra Modi, respectivamente, visitaran en rápida sucesión Berlín y otras capitales europeas la semana pasada.

Mientras Trump “reñía” a Alemania por twitter por su política comercial y de seguridad, Merkel, en su rueda de prensa con Li, declaró que “China se ha convertido en un importante socio estratégico. Vivimos en tiempos de incertidumbre y vemos que tenemos una responsabilidad en ampliar nuestra asociación a todos las áreas y promover un orden mundial basado en el Derecho”.

Li reiteró por su parte el firme apoyo de China a la integración europea. Sólo 24 horas antes, en su comparecencia ante los medios con Modi, Merkel también subrayó “el papel de India como socio de confianza en grandes proyectos”, a la vez que el primer ministro indio defendió “una Europa más fuerte y proactiva en el mundo”.

¿Cabe mejor expresión del fin de una era? Las dos grandes potencias asiáticas, que suman el 40 por cien de la población del planeta giran hacia Europa, mientras Estados Unidos redefine sus intereses para ir no se sabe dónde. El escenario de transformación se acelera, y reinventar Europa significa hoy ante todo reconfigurar su papel en el mundo. Y para ello no basta con demonizar a Trump o arroparse en argumentos morales. El desafío consiste en articular una visión estratégica que promueva los intereses europeos a largo plazo, y proporcione a la Unión una capacidad de maniobra en el nuevo espacio económico y geopolítico euroasiático en formación. Cuando se cumplen 50 años de la publicación de “Le défi Américain”, el influyente ensayo de Jean-Jacques Servan-Schreiber, es Asia el continente que debe estimular un nuevo debate en Europa sobre cómo responder a la redistribución del poder global. Trump dejará algún día la Casa Blanca, y Estados Unidos y Europa volverán a mantener una estrecha relación, pero el mundo ya no será el que fue hasta noviembre de 2016.