Biden, el clima y la energía solar

En la agenda demócrata se ha venido contemplando el medio ambiente con carácter prioritario en los últimos años, basándose en los estudios que aseguran que el calentamiento global es una realidad que está destruyendo el planeta y que es imperativo tomar acciones al respecto. La Administración Clinton intentó, en su momento, sumarse al acuerdo de Kioto en 1997 pero no contó con el apoyo del Senado.

El presidente Obama hizo alarde durante sus dos legislaturas de la importancia de estos acuerdos y en efecto firmó la histórica entrada de Estados Unidos al acuerdo de París. Por su parte, el presidente Trump anunció la retirada del acuerdo en junio del 2017, aunque no se materializó hasta noviembre del 2020, debido a las mismas reglas que contempla el acuerdo de París, pues los negociadores de dicho acuerdo incluyeron una cláusula que dificulta y alarga la salida de algún miembro, previendo precisamente que una futura Administración republicana quisiera zafarse rápidamente.

Durante su campaña, Biden mantuvo que regresaría y en efecto, así sucedió. Con una orden ejecutiva Washington retornaba al acuerdo de París. Mucho más sencilla la vuelta, puesto que el mismo acuerdo contempla un reingreso expedito, y en tan sólo un mes ya se puede estar de regreso sin mayores trabas.

Estados Unidos es el segundo país más contaminante del planeta, contribuyendo al 15% de la contaminación mundial. De esa cuota contaminante, el 29% de los gases de efecto invernadero los produce el sector de transporte, el principal emisor, y por lo que la actual Administración está comprometiéndose a dar un giro importante e invertir en los vehículos verdes o recargables. Y el segundo sector es el eléctrico que emite el 25% de los gases.

En ambos sectores el uso de combustibles derivados de fósiles es muy alto. Por lo que Biden presentó un ambicioso plan para reducir las emisiones de esos gases entre un 50 y un 52% para el 2030 en la cumbre de líderes sobre el clima, organizada por la Casa Blanca la pasada semana.

La Administración trató de vender la idea de que tomar medidas para mantener el medio ambiente limpio tiene sentido financiero para las potencias globales, para motivar a otras naciones a sumarse o simplemente seguir con la implementación de políticas ecológicas.

En cuanto a las energías alternativas, el uso de la energía solar es sin duda una de las más competitivas y limpias para el planeta. Y curiosamente China, el país más contaminante, que emite el 30% de la contaminación mundial controla el sector de esa energía casi en su totalidad. De las 10 compañías solares del mundo, 8 son chinas y 1 es estadounidense, mientras que Europa que ha promocionado esa alternativa no posee de ninguna, de acuerdo con Heather Cox Richarson periodista de la BBC.

China no solo es el primer contaminante del planeta, sino que tiene enormes problemas domésticos debido a las tremendas cantidades de carbón que usa en su industria lo que a su vez genera una contaminación en el aire descomunal. Paradójicamente, China precisamente ha venido invirtiendo durante años mucho en investigación y desarrollo de la energía solar y, en efecto, han subsidiado fuertemente el uso de paneles solares en el exterior.

Sagazmente, China ha ido desarrollando y posee el dominio casi total de la producción de esta industria. Según un artículo de Forbes de Kenneth Rapoza, “China se concibe así mismo como la nueva OPEP verde o ecológica”, pues han ido desarrollando una industria solar en la que quieren dominar el mercado mundial, sostiene.

Rapoza afirma que Beijing reconoce la importancia estratégica de la industria de renovables por lo que la energía solar es clave. De posicionarse allí, conseguirían tener el dominio y control de esa dependencia y la fidelidad de los usuarios alrededor del mundo, puesto que son ellos quienes fabrican todo, desde los componentes hasta los paneles solares que son el producto final.

China controla el 64% de la producción de polisilicio mundial, mientras que Estados Unidos solo controla el 10% de ese mercado. El polisilicio es un material que consiste en pequeños cristales de silicio, que son la materia prima para la elaboración de los lingotes y las células solares encargadas de absorber la energía solar. Y China por sí sola controla el 100% de la producción de lingotes que se distribuyen en el mundo.

Muchos países occidentales han promocionado el uso de la energía solar como una alternativa limpia y Estados Unidos ha sido uno de ellos. En efecto, hay Estados que ayudan con subvenciones para que los ciudadanos emigren de la energía tradicional a la solar. Sin embargo, la industria solar estadounidense depende de China para el suministro de los paneles solares y los componentes.

En el juego geopolítico mundial el que controla la cadena de suministro tiene el poder, tal y como lo vimos al principio de la pandemia con la escasez de los suministros médicos, producidos en su mayoría en China.

Washington no sólo debe liderar las cumbres climáticas para disminuir los gases de efecto invernadero sino también promocionar energías ecológicas. Y la energía solar es sin duda una de las más verdes y fáciles de obtener de contarse con el equipo adecuado.

Pero Washington también debe debería revisar la cadena de suministro de esas industrias, porque si Beijing sigue creciendo en esa industria su producción aumentará y seguirán a la cabeza. Y si una parte importante de los Estados Unidos o incluso otros países del mundo migran hacia ahí, por ejemplo, las viviendas unifamiliares de determinados comunidades y barrios de un país, eventualmente esas comunidades, países o Estados estarían en manos de Beijing para la obtención de sus componentes y suministros. Lo que predispone a ser mucho más vulnerable a esas regiones, por lo tanto, se estaría comprometiendo la seguridad nacional.

Biden debe tomar el protagonismo internacional pero más allá de foros y discursos. Estados Unidos debería continuar siendo el pionero tecnológico en el desarrollo de energías alternativas con absoluta seguridad y garantía la producción y obtención de esas tecnologías cuando sean necesarias.

INTERREGNUM: Xi el multilateralista. Fernando Delage

INTERREGNUM: Xi el multilateralista. Fernando Delage

INTERREGNUM: Xi el multilateralista. Fernando Delage

Mientras la administración Biden continúa dando forma a su estrategia china, impulsando una coalición de democracias que condicione el comportamiento internacional de la República Popular, los líderes en Pekín tampoco cejan en sus movimientos de contracontención. Lo han hecho en el terreno diplomático, en primer lugar, mediante la coordinación de posiciones con Rusia y los sucesivos viajes realizados por el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, a Oriente Próximo y al sureste asiático tras el encuentro mantenido en Alaska el 18-19 de marzo con el secretario de Estado y el asesor de seguridad nacional de Estados Unidos. En relación con el sistema monetario internacional, en segundo lugar, lanzando el yuan digital, un instrumento que, sin necesidad de sustituir al dólar como divisa de referencia, puede dar paso a un nuevo esquema de pagos en el que Pekín partirá con notable ventaja. También han promovido, por último, un discurso sobre el orden multilateral en el que se desafía abiertamente el papel de Washington en la definición de las reglas globales.

Así lo hizo el presidente Xi Jinping en su intervención ante el Boao Forum (el conocido como “Davos asiático”) la semana pasada, al describir su visión de un sistema mundial sin una potencia dominante, centrado en las Naciones Unidas y otras instituciones globales. Aunque reiterando ideas ya ofrecidas en discursos anteriores—como los pronunciados en la Asamblea General de la ONU en Nueva York en 2015, o en el foro de Davos (en 2017 y este mismo año)—, la crisis del multilateralismo que se ha agravado en el contexto de la pandemia y del diluido liderazgo norteamericano, le ha ofrecido una nueva oportunidad para reforzar las credenciales de China como potencia responsable y transmitir la percepción de que juega en el mismo plano que Washington. De esa manera, continúa reorientando el orden internacional a su favor, sin tener que abandonar las estructuras existentes.

Xi criticó los esfuerzos de algunos países dirigidos a “construir barreras” y “erosionar la interdependencia”. “Los asuntos internacionales, dijo, deben gestionarse mediante el diálogo, y el futuro del mundo decidirse mediante el trabajo conjunto de todos los países”. Sin mencionar en ningún momento a Estados Unidos, añadió: “No debemos permitir que las reglas establecidas por uno o por pocos países se impongan a los demás, ni que el unilateralismo de ciertas naciones determinen la dirección del resto”. “Lo que necesitamos en el mundo de hoy, concluyó, es justicia, no hegemonía”.

No menos relevante es el compromiso de Pekín con las instituciones establecidas: “Necesitamos salvaguardar el sistema internacional construido en torno a la ONU, preservar el orden internacional sustentado en el Derecho internacional, y defender el sistema multilateral de comercio con la Organización Mundial de Comercio en su centro”. Frente al hueco dejado por Washington en años recientes, China aparece como el gran guardián del orden creado en 1945, el mismo que Pekín rechazó durante el maoísmo. Se busca de este modo minimizar la influencia norteamericana, al tiempo que se hace hincapié en el principio de soberanía absoluta recogido por la Carta de las Naciones Unidas como medio de defensa frente a toda injerencia exterior.

Al subrayar que la mayoría de los países no reconocen los valores de Estados Unidos como valores universales—como señalaron en Alaska los diplomáticos chinos—, y que las relaciones internacionales deben basarse en un principio de “igualdad, respeto mutuo y confianza”, y en “los intercambios y aprendizaje mutuo entre civilizaciones”, Xi envía el mensaje que buena parte del mundo en desarrollo quiere oír. Y al no proponer una nueva arquitectura institucional, aparece como un reformista y no como un revolucionario. El líder chino defiende así las reglas y estructuras que le convienen para sus prioridades políticas y económicas, mientras reorienta la agenda del sistema multilateral en una dirección alternativa al modelo liberal y de libre mercado de las democracias occidentales.

THE ASIAN DOOR: Xiaomi, nuevo player en el mercado de los coches eléctricos. Águeda Parra.


Las tecnológicas chinas están abanderando el ritmo de digitalización en el gigante asiático liderando la inversión en nuevas tecnologías. No se trata únicamente de incorporar en los procesos productivos de sus respectivas líneas de negocio las nuevas capacidades que proporcionan tecnologías punteras como la inteligencia artificial y las ventajas que aportan las infraestructuras de computación en la nube. Se trata de abordar una nueva estrategia de diversificación empresarial. ¡La revolución tecnológica se intensifica!

Los titanes tecnológicos chinos han sido pioneros en convertir al gigante asiático en referente mundial en sectores como el e-commerce y las FinTech, generando entornos de emprendimiento que han impulsado que las compras online y los pagos electrónicos alcancen un nivel de desarrollo en China mayor de lo que sucede en otros mercados de economías desarrolladas. El momentum que están experimentando las nuevas tecnologías en el desarrollo de la revolución digital en el gigante asiático está favoreciendo que los titanes chinos sean pioneros en abordar una estrategia de diversificación empresarial hacia nuevos mercados. Es decir, exportar su expertise como referentes tecnológicos hacia entornos donde la componente digital es esencial, maximizando las capacidades de las nuevas tecnologías en mercados que van a experimentar un fuerte crecimiento en los próximos años.

De ahí surge la estrategia de abordar la nueva dinámica de digitalización vinculando el know-how tecnológico de los titanes con el desarrollo de industrias que están demandando la incorporación de capacidades digitales punteras. De esta combinación surge la incursión como nuevos players de los fabricantes tecnológicos en el potente mercado de los coches eléctricos. Un mercado al alza que va a ir escalando posiciones en las próximas décadas a medida que se impulsan los objetivos de descarbonización a los que se están comprometiendo las principales economías mundiales como parte de la lucha contra el cambio climático, China entre las potencias más destacadas.

Los titanes tecnológicos chinos quieren ser parte activa de este proceso de revolución digital que está promoviendo un proceso de integración horizontal que pasa de fabricar equipos electrónicos a desarrollar coches eléctricos. Éste es el caso de Xiaomi, que ha anunciado una inversión de 11.500 millones de dólares durante la próxima década para lanzar su nueva filial enfocada a operar en el floreciente mercado de coches eléctricos de China. Un mercado que el gigante asiático está impulsando para que las ventas de los vehículos eléctricos supongan el 20% del total de la demanda en 2025.

El escenario que presenta China, una sociedad digitalmente más sensible con consumidores muchos de ellos nativos digitales, le permite a Xiaomi ofrecer una experiencia de usuario única para los fieles seguidores de una marca reconocida y bien posicionada, y que además está llevando a cabo un exitoso proceso de expansión internacional, siendo embajador de las capacidades del Designed in China. Esta nueva estrategia le permite a Xiaomi incorporarse en el competitivo mercado de los coches eléctricos aportando la ventaja competitiva de contar con las fortalezas tecnológicas que está demandando la industria automotriz para afrontar los retos de una transformación hacia modelos de movilidad menos contaminantes que incluyan todo un ecosistema de dispositivos conectados.

Las tecnológicas a nivel mundial están asumiendo una intensa competición en su sector, lo que está impulsando estrategias de crecimiento hacia nuevos negocios. De ahí que otros titanes como Apple y Huawei hayan anunciado también su incursión en el desarrollo de la nueva generación de coches eléctricos y coches autónomos que van a marcar el ritmo de digitalización mundial en las próximas décadas, intensificando la rivalidad tecnológica ya existente entre Estados Unidos y China.

Contradicciones japonesas

Los países tienen que vivir y gestionar sus sociedades de acuerdo con sus condiciones geográficas, sociales e históricas y convivir con los errores y crímenes del pasado, de los que ninguna nación ha estado exenta. Y Japón ha  sido uno de los grandes protagonistas del brutal siglo XX a la vez que uno de los países más eficientes y defensores de las libertades y garantías ciudadanas desde de los años 50 del siglo pasado.

Tras la reciente cumbre entre los máximos dignatarios de EEUU y Japón, Joseph Biden y Yoshihide Suga, ambos países han confirmado una alianza establecida tras la II Guerra Mundial y han expresado en un comunicado su disposición a mantener la estabilidad actual en el Pacífico y concretamente en el Estrecho de Taiwán, donde China viene aumentando la presión militar y política para la reintegración administrativa de la isla a la tutela del gobierno de Pekín. Hay que recordar que formalmente Taiwán se considera la continuidad, ahora democrática, de la China derrotada por los comunistas de Mao tras la guerra mundial y la ocupación japonesa que en Taiwán fue especialmente dura.

El comunicado fue mal recibido en China y en Japón, donde sus leyes prohíben toda implicación en un conflicto exterior y Tokio ya tuvo que hacer equilibrios jurídicos malabares para enviar militares a Afganistán. Suga ha tenido que explicar en su país que la declaración suscrita con Estados Unidos no implica ningún compromiso militar y que no se involucrará en caso de una invasión china de la isla.

Esta situación revela bien a las claras la compleja situación japonesa, amenazado directamente por China en la disputa de las islas Senkaku, denominadas también Diaoyu (en chino) o Pinnacle (en inglés) y a cuya soberanía aspiran la República China (Taiwán) y la República Popular China (Pekín), y por los misiles de Corea del Norte. Japón vive una creciente presión para redefinir su intervención en la región, agravada por los gestos contradictorios del presidente Trump en los últimos años que han hecho dudar de la solidaridad de EEUU y sugerido la necesidad de una mayor autonomía, también militar.

Biden está decidido, nada más tomar posesión, a cerrar esta brecha, solidificar lazos con los tradicionales aliados de la región y lanzar una advertencia a China de que no vayan más lejos en lo que interpreta como provocaciones militares. En este marco se inscribe el comunicado con Japón que ahora necesita la habilidad política de Suga para no desembocar en una crisis interna.

INTERREGNUM: Suga en Washington. Fernando Delage

El 16 de abril, el primer ministro de Japón, Yoshihide Suga, fue el primer líder extranjero recibido por Joe Biden en Washington desde su toma de posesión el pasado mes de enero. El gesto del presidente norteamericano no es en absoluto inusual. El antecesor de Suga, Shinzo Abe, fue también el primer jefe de gobierno extranjero que se reunió con Trump tras la victoria electoral de este último en 2016, y Japón fue asimismo el destino del primer viaje al exterior de Antony Blinken y de Lloyd Austin como secretarios de Estado y de Defensa de la nueva administración (como lo fue igualmente de otros secretarios de Estado anteriores).

El papel de Japón como aliado indispensable de Estados Unidos se ha reforzado aún más frente a la prioridad central del Indo-Pacífico en la estrategia internacional de Washington. Tokio no sólo puede ayudar a la Casa Blanca a recuperar el terreno perdido durante los últimos cuatro años, sino a complementarse en sus respectivas capacidades. Mientras Estados Unidos asume la principal responsabilidad en el terreno de la seguridad, Japón puede maximizar su protagonismo en cuanto a la financiación de infraestructuras o la promoción de las cadenas de valor y de interconectividad en la región.

Ambos, por resumir, desean coordinar sus esfuerzos frente al ascenso de China y las incertidumbres del escenario estratégico asiático. La cumbre de la semana pasada ha servido por ello para lanzar un mensaje conjunto tras la celebración del primer encuentro del Quad a nivel de jefes de gobierno, de las reuniones bilaterales mantenidas a nivel de ministros, y tras los duros intercambios entre diplomáticos chinos y norteamericanos en Alaska. También sirvió para preparar los próximos encuentros multilaterales previstos, como el convocado por Biden sobre cambio climático esta misma semana, o la cumbre del G7, en Reino Unido en junio, a la que se ha invitado a participar a India, Corea del Sur y Australia.

La atención, con todo, estaba puesta en cuestiones más inmediatas, relacionadas con las últimas acciones chinas. Biden y Suga denunciaron cualquier intento de modificar el statu quo regional por la fuerza, refiriéndose en particular a los mares de China Meridional y Oriental. Más significativo fue aún el reconocimiento de “la importancia de la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán”. Fue la primera vez que la isla apareció de manera explícita en un comunicado conjunto de ambos países desde principios de los años setenta. La preocupación por la situación en Hong Kong y Xinjiang fue expresada igualmente, aunque Japón ha evitado por el momento la imposición de sanciones.

Las circunstancias de la región han cambiado, y Estados Unidos espera una mayor contribución de Japón a la alianza. Suga se ha encontrado por su parte ante la más importante oportunidad diplomática desde que accedió a la jefatura del gobierno el pasado otoño para elevar su perfil—la diplomacia no ha formado parte de su trayectoria política—, de cara a las elecciones generales de este mismo año. Pero, al mismo tiempo, Japón se encuentra frente al dilema bien conocido en su relación con Washington: entre el temor a verse atrapado en un conflicto iniciado por otros (no podría mantenerse al margen, por ejemplo, de un ataque chino a Taiwán), y el temor a verse abandonado por Estados Unidos y no poder apoyarse en la alianza para hacer frente a los riesgos en su entorno exterior.

EEUU y Japón refuerzan sus lazos. Nieves C. Pérez Rodríguez

El primer ministro japonés, Yoshihide Suga, fue el invitado de honor del presidente Biden el viernes pasado. Una gran distinción considerando que en palabras del propio Biden es el primer jefe de Estado al que él personalmente pidió que fuera invitado a la Casa Blanca. Este encuentro muestra la importancia de estas relaciones y cómo ambas naciones ven estratégica su relación y el compromiso bilateral que han asumido mantener e incluso reforzar.

Suga y Biden ya se habían reunido en encuentros previos -pero virtualmente- como el G7 y la cumbre de líderes del Quad. Y además, Biden envió a Japón a su secretario de Estado y el secretario de Defensa en su primera visita oficial física.

Biden aprovechó la ocasión para afirmar que ambas naciones trabajarán en conjunto para demostrar que las democracias aún son competitivas y que por lo tanto pueden ganar en el siglo XXI.

Suga correspondía diciendo: “Estados Unidos es el mejor amigo de Japón y además somos aliados que compartimos valores universales como la libertad, la democracia y los derechos humanos. Nuestra alianza ha cumplido un papel fundamental en la estabilidad y la paz en la región del Indo pacífico”.

Entre los puntos claves discutidos durante la visita estuvo la maligna influencia china en la paz y la prosperidad del Indo Pacífico y el resto del mundo. Suga afirmó que tanto Japón como Estados Unidos se oponen a cualquier intento de cambio del statu quo por la fuerza o la coacción en los mares de China oriental y meridional. Con esas palabras le decían a Beijing que, a pesar de todo el despliegue militar, de aviones sobrevolando las Islas Senkaku, el patrullaje chino en las aguas del mar de chino, el sobrevuelo constante de aviones militares sobre Taiwán, no conseguirán quitarle la libertad de navegación a la región.

En el encuentro se acordó fortalecer la competitividad en el campo digital invirtiendo en investigación, desarrollo y despliegue de las redes 5G e incluso la 6G. Y para ello Estados Unidos ha comprometido 2.5 mil millones de dólares y Japón 2 mil millones. La aproximación de lo presupuestado muestra el nivel de compromiso de Japón y como se ve a sí mismo como un líder en la región y por lo tanto en el mundo. Esta apuesta puede significar para Tokio la recuperación de su posición de liderazgo mundial y contrapeso con Beijing.

El resultado de la ejecución de este proyecto sería una red que permita conectividad global segura y de última generación como alternativa al 5G chino que tanta incertidumbre ha despertado y tantos debates y confrontaciones políticas y diplomáticas ha generado.

También anunciaron un plan para ayudar a la región del Indo Pacífico a recuperarse de la pandemia, incluso a través de la asociación de vacunas del Quad en conjunto con Australia e India. El objetivo es fabricar, distribuir vacunas y ayudar a la recuperación de los países de esta región post pandemia. Y a la vez, ir estableciendo un sistema internacional de prevención de futuras pandemias.

Estados Unidos y Japón intercambian más de 300.000 millones de dólares en bienes y servicios cada año, lo que los convierte en principales socios comerciales. De acuerdo con cifras oficiales del Departamento de Estado, Estados Unidos es la principal fuente de inversión directa en Japón, y Japón es el principal inversor en los Estados Unidos, con 644.700 millones de dólares invertidos en 2019 a largo de los 50 estados americanos.

La Administración Biden ha dicho desde que tomó posesión que China representa el principal riesgo para Estados Unidos, y todo indica que ese riesgo lo ha tomado muy en serio y están dispuestos a neutralizarlo. La libertad de navegación de los mares del sur y del este de China y la seguridad de la cadena de suministro de semiconductores, junto con una red de 5G occidental, abordar la situación nuclear norcoreana y la estabilidad de la península coreana, el compromiso medio ambiental que acentuaron junto con el relanzamiento de una alianza cada vez más compleja y ambiciosa constituyen la hoja de ruta que definirá el relanzamiento de estas relaciones bilaterales. Y con ello el potencial renacer de dos potencias caminando de la mano.

Alemania, la voz de la UE ante China

Alemania está ejerciendo el liderazgo europeo en muchos asuntos desde casi siempre y más claramente desde la salida de Gran Bretaña de la UE. Sólo Francia, activa sobre todo en política exterior y en los ámbitos africanos y de Oriente Próximo, compite con Berlín en la visualización de ese liderazgo. Y en el análisis, la gestión y las medidas en relación con China y sus retos económicos y políticos, Alemania es el referente europeo.

La canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente chino, Xi Jinping, mantuvieron la semana pasada una conversación telefónica en busca, han señalado ambas partes, de profundizar sus relaciones bilaterales pese a las recientes tensiones entre Beijing y Berlín y, por extensión, con la Unión Europea (UE).

De acuerdo a la nota alemana, Merkel y Xi hablaron de “los esfuerzos internacionales en la producción y reparto de vacunas”, “cooperación económica” y los esfuerzos en la lucha contra el cambio climático. “La canciller y el presidente estuvieron de acuerdo en que las consultas gubernamentales entre Alemania y China deben aprovecharse para profundizar los trabajos en las tareas comunes”, señala el texto.

Por su parte, Pekín ha subrayado la importancia de las oportunidades en el terreno económico y, lo que es la clave del gran objetivo  chino a medio plazo, de que la UE “gane autonomía estratégica y analice la realidad china con más objetividad”. Es decir, que China mueve pieza en un escenario en que se está produciendo un realineamiento europeo  con Estados Unidos y demuestra que le convendría más que se mantuviera la desconfianza que existía entre la UE y Trump (que no ha desaparecido del todo) para abrir espacio a los intereses chinos. En realidad es lo mismo a que aspiran los rusos y explica en parte el aumento de la presión sobre Ucrania en estos momentos.

Alemania, por razones obvias de su pasado, no tiene capacidad militar disuasoria por sí misma ni se caracteriza por grandes iniciativas diplomática hacia el exterior de  la UE, pero su potencia económica y el prestigio de Merkel en un escenario de incertidumbre de liderazgo dentro de la UE y de escaso protagonismo en el exterior, Berlín gana peso.

INTERREGNUM: Presión sobre Taiwán. Fernando Delage

El pasado lunes, el portaaviones Liaoning de la armada china realizó ejercicios en la costa oriental de Taiwán. El martes, el Theodore Roosevelt, portaaviones de la flota norteamericana, entró en el mar de China Meridional como parte de una “operación de rutina”. El miércoles, un avión espía EP-3E de Estados Unidos sobrevoló el espacio en el que lindan el estrecho de Taiwán y el mar de China Meridional. Pekín respondió mediante el despliegue de varios aviones en la zona, como también hizo Taipei, aunque las incursiones chinas en el espacio aéreo taiwanés se han producido a diario durante los últimos meses. El mismo día, el destructor John McCain navegó a través del estrecho de Taiwán, cuarta vez que lo hacía un buque de Estados Unidos desde la toma de posesión de Biden como presidente.

Desde Washington, el portavoz del departamento de Estado expresó la “profunda preocupación” por las acciones chinas dirigidas a intimidar a otros en la región. Estados Unidos, indicó, “mantiene la capacidad para hacer frente a todo intento de recurso a la fuerza o cualquier otra forma de coacción que pueda poner en peligro la seguridad o el sistema social o económico de Taiwán”. Las fuerzas armadas norteamericanas llevan tiempo advirtiendo, por otra parte, de que China está probablemente acelerando sus planes para el control de la isla. Puede que lo intente durante los próximos seis años, señaló el mes pasado ante el Senado el responsable del mando Indo-Pacífico, almirante Philip Davidson.

No son pocos los analistas que creen que China ha perdido la paciencia con el statu quo. En vísperas del centenario, en julio, del Partido Comunista, y al acercarse el más que probable tercer mandato de Xi Jinping—a partir del XX Congreso en 2022—se piensa que un avance con respecto a la reunificación formaría parte central de su legitimidad, por lo que estaría dispuesto a asumir mayores riesgos. El centenario de la fundación del Ejército de Liberación Popular en 2027 podría ser otra circunstancia que conduzca a realizar algún movimiento en relación con la isla.

Es cierto que, desde 2013, China ha aumentado la presión en su periferia marítima, y no sólo en el estrecho de Taiwán: sus acciones en los mares de China Meridional y de China Oriental tampoco pueden desvincularse de su estrategia hacia la recuperación de la “provincia rebelde”. La presión aérea y naval es la mayor en los últimos 25 años, sin embargo, los costes de un ataque continúan siendo muy elevados.  El uso de la fuerza contra Taiwán haría un enorme daño a la imagen internacional de China, uniría a los países vecinos contra la amenaza que representaría Pekín para la estabilidad regional y, sobre todo, distraería a Xi de sus prioridades internas. La inquietud por el comportamiento chino es comprensible, pero su objetivo consiste probablemente en disuadir a las autoridades taiwanesas para que no declaren la independencia más que en optar por la reintegración por la fuerza. Los efectos que se buscan son sobre todo psicológicos: los medios militares, como los cibernéticos y económicos, buscan dividir a los taiwaneses, sembrar el pesimismo sobre su futuro, y hacer presente el poder de la República Popular, así como el reducido margen de actuación de las potencias externas.

Corregir esta última percepción es una cuestión central para Estados Unidos. Washington está—por ley—comprometido con la defensa de Taiwán, pero mantiene la ambigüedad sobre cómo respondería a un ataque por parte de China. Cada vez será más difícil contar con el apoyo de la opinión pública norteamericana en un eventual uso de la fuerza contra Pekín, pero está en juego asimismo el futuro de sus alianzas en Asia. Porque las opciones son limitadas, la prioridad debe ser prevenir una crisis en el estrecho antes de que se produzca. El acercamiento a los aliados y la inclinación por la diplomacia de la administración Biden, junto con la firmeza de sus mensajes a China, son por ello tanto o más relevantes que el reforzamiento de sus capacidades militares.

EEUU quiere estar a la cabeza de la vacunación mundial. Nieves C. Pérez Rodríguez

El secretario de Estado, Anthony Blinken, fue entrevistado el pasado domingo en la cadena NBC y fue interpelado sobre la política exterior de los Estados Unidos con especial foco en China y si se está desarrollando una especie de diplomacia internacional de vacunas. 

Blinken afirmó que Washington está preparando un plan de distribución internacional de vacunas mientras trabajan paralelamente en un plan doméstico de vacunación masiva en el que ya están previendo la inclusión de adolescentes a corto plazo y niños en un plazo un poco más largo. “Una vez que América esté vacunada nos aseguraremos de que el resto del mundo tenga acceso a la vacuna también. Estados Unidos tomará el liderazgo de la vacunación internacional y nos aseguraremos de que el resto de los países pueda ser vacunado”.

El secretario de Estado aseguraba que gracias a la estructura del COVAX (por sus siglas en inglés Covid-19 global Access) y los recursos que maneja se está llevando a cabo una importante labor de avance en el mundo. Estados Unidos es el principal financiador de esta iniciativa, que se ha creado con el propósito de permitir el acceso equitativo a las vacunas a todos los países del mundo. COVAX coordina los recursos internacionales para permitir a los países de bajos a medianos ingresos el acceso ecuánime a las pruebas, terapias y vacunas de COVID-19.

Blinken también afirmaba que Washington está preparándose para comenzar a ayudar a países de manera individual como ya lo han hecho con los vecinos más directos, Canadá y México. En sus propias palabras, “esto tiene implicaciones sanitarias y de seguridad directa para los Estados Unidos por su cercanía”. Aunque también reconoció la necesidad de que el resto de los países sean inmunizados, “pues mientras no sea así estaremos enfrentándonos a nuevas mutaciones del virus”.

Le preguntaron sobre el origen del virus y si él creía que China tenía la respuesta, Blinken sonrió con picardía dejando ver entre líneas que sí. Intentó contestar diplomáticamente explicando que en su opinión Beijín no hizo lo que le correspondía al principio del virus, pues no informó al mundo, no tomó las medidos necesarios con la rapidez requerida y no fueron transparentes, razones por las que el virus se fue de las manos.  Por lo tanto, aseveró que es necesario poder esclarecer el origen del virus para poder prevenir brotes futuros. Lo que índica que Washington continuará con sus esfuerzos hasta llegar a dar con la incógnita.

En cuanto a Taiwán la gran interrogante fue si está Estados Unidos preparado para defender a Taiwán militarmente, a lo que respondió que Estados Unidos tiene un compromiso bipartidista desde hace muchos años con Taiwán y que Washington mantiene y cumple sus compromisos. “Nos preocupa mucho el despliegue militar en la zona y la creciente tensión en las relaciones. Nosotros tenemos el compromiso de mantener la paz y la seguridad en el Pacífico y el que trate de cambiar el status quo de Taiwán a la fuerza estará cometiendo un grandísimo error”.

En relación con los uigures aprovechó la ocasión para mantener su posición sobre que lo que está ocurriendo en Xinjiang es un genocidio, por lo que dijo “es fundamental acercar al mundo para hablar con una única voz en contra de lo que está ocurriendo; tenemos que tomar decisiones concretas como evitar que empresas colaboren con Beijing para mantener control de la población, con equipos y tecnología. También estamos mirando el origen de los productos producidos en esa parte de China para asegurarnos que no puedan entrar en los Estados Unidos”.

En las últimas dos semanas ha estado creciendo el rumor de se estaría haciendo un frente para boicotear los juegos Olímpicos de invierno 2022. China fue seleccionada como país anfitrión en julio de 2015. Como es habitual, los países anfitriones se escogen con anticipación suficiente para que tengan tiempo de prepararse y en la mayoría de los casos construir infraestructura o adecuar la que tienen para el evento.

Los grupos más conservadores están alimentando la idea de dicho boicot, entre ellos políticos, figuras públicas como Mike Pompeo, ex secretario de Estado, y algunos think tanks de línea más conversadora. Pero también hubo un incidente que no pasó desapercibo de boca del portavoz del Departamento de Estado en una rueda de prensa en la que fue preguntado sobre ello y en vez de evadir la respuesta dijo que ese tema estaba en revisión.

El fundamento que sustenta el boicot está basado en la falta de derechos humanos en el país, las persecuciones religiosas a minorías tibetanos, musulmanas o cristianas. La hostilidad a la prensa occidental que se ha agudizado especialmente a raíz de los reportajes del comienzo del Covid en Wuhan y las crónicas sobre los uigures, y el acoso a la libertad de expresión en las redes sociales chinas que, forman parte del minucioso sistema de vigilancia social en el que viven los ciudadanos chinos.

La teoría de que una Administración demócrata sería más blanda con el PC chino parece estarse desmontando. Es cierto que se ha regresado a los usos más diplomáticos y menos bastos pero muy lejos del tratamiento que dio la Administración Obama a Beijing. En efecto, el mismo Blinken lo dijo de manera contundente en la entrevista que reseñamos: “Estados Unidos no puede volver ni cuatro años atrás ni ocho años atrás, este es otro momento y unas circunstancias diferentes”. No hay duda de que el acuerdo bipartidista en este tema es crítico pero tampoco parece haber dudas de que estamos sumidos en una pandemia por el mal manejo chino y que la Administración Biden seguirá buscando hasta dar con los eslabones que descifren el misterio y pedirá explicaciones llegado el momento.

THE ASIAN DOOR: Menos petróleo y más semiconductores. Águeda Parra

Antes de entrar en la generación de la revolución digital, el recurso más preciado para una economía era el petróleo. Posibles problemas de abastecimiento y la fluctuación en la subida de los precios han marcado períodos de cierta inestabilidad internacional. Sin embargo, en plena transformación hacia una economía tecnológicamente más sensible, son los chips, y no el petróleo, los que establecen las directrices de cómo, quién y a qué ritmo se marca el liderazgo tecnológico.

Los chips han pasado de ser un componente incorporado en determinados dispositivos para hacerlos tecnológicamente más avanzados, aportando al producto final un valor diferencial, a convertirse en un elemento imprescindible en el desarrollo de aquellas industrias que están siendo pioneras en incorporar las capacidades que aportan las nuevas tecnologías. Los semiconductores, comúnmente llamados chips, son parte esencial en la transformación que el desarrollo de la economía digital va a ejercer sobre determinados sectores.

La importancia de los chips, como en su momento sucedió con el petróleo, se ha convertido en imprescindible en el desarrollo de la economía. En general, cualquier industria que esté relacionada con la tecnología seguirá con detenimiento la evolución de cómo evolucionan, y a qué ritmo, las nuevas generaciones de semiconductores. Asimismo, aquellas empresas fabricantes de chips que sean capaces de innovar serán las que atraigan las miradas de las industrias tecnológicamente más punteras.

En el caso del sector del automóvil, antes de 2005 apenas ningún vehículo incorporaba chips en su producción. Hoy la industria automotriz no entendería su crecimiento y competitividad sin la presencia de semiconductores que son esenciales en la gestión y control del rendimiento de los automóviles. Lo mismo aplica a otros sectores, donde incorporar chips de última generación resulta diferencial en el desarrollo de las nuevas capacidades en cloud computing, inteligencia artificial, la industria de los videojuegos, los coches autónomos, la Internet de las Cosas (IoT) y, en general, de todas aquellas industrias que se verán dinamizadas por el despliegue y potencialidad de la nueva tecnología 5G.

El ritmo de crecimiento casi exponencial que ha tenido la industria de los semiconductores en la última década ha llevado a alcanzar la cifra récord de 500.000 millones de dólares en ventas a finales de 2020, el doble de lo que suponía este mercado en 2009. Y, como protagonista de excepción de esta industria, está Taiwán, intensificando la geopolítica de la tecnología, situándose en el centro del campo de juego entre la creciente rivalidad tecnológica que enfrenta a Estados Unidos con China. Una apuesta estratégica que quizá sea momento de revisar.

Frente a la capacidad de grandes corporaciones americanas dedicadas al diseño de los chips, caso de Nvidia, Qualcomm y AMD, la taiwanesa TSCM es el mayor fabricante de semiconductores del mundo, convirtiéndose en parte esencial de la cadena de suministro. Responsable de la fabricación del 70% de los chips de más alta gama, la empresa taiwanesa está en la vanguardia de la producción de chips de última generación de 5nm. Un tren que ha dejado pasar Estados Unidos al fomentar la deslocalización de la fabricación de los semiconductores hacia Asia mientras las empresas norteamericanas se han focalizado en su papel de diseñadores de nuevos prototipos. Sin embargo, en la estrategia de China el objetivo es conseguir el grado de especialización en la fabricación de chips alcanzado por Taiwán, un expertise que sitúa a Taiwán al menos una década por delante de las capacidades actualmente desarrolladas por el gigante asiático.

La tan ansiada autosuficiencia que busca China supone no depender de empresas extranjeras para la próxima generación de productos para ir evolucionando desde el “Made in China” a la etiqueta del “Designed in China”. De ahí que, entre los objetivos con visión 2035, también se incluye adquirir un rol preeminente en fabricación de semiconductores propios a nivel internacional.

En el actual escenario de redefinición de la estrategia de la administración Biden respecto a China, el liderazgo mundial de Taiwán en la industria de los semiconductores no pasa desapercibido para ninguna de las partes. El dominio de la isla en cuanto a la fabricación del nuevo petróleo del mañana, los semiconductores, es una pieza estratégica más a valorar, tanto en lo económico como en lo geopolítico, en la decisión que tome Washington respecto a cómo pretende abordar la relación con China para los próximos años.