Competencia geopolítica e interdependencia económica. Nieves C. Pérez Rodríguez

Estados Unidos pavimentó el camino para que China saliera de la pobreza basado en la esperanza de que, dándoles acceso a la economía internacional, abriéndoles un mercado libre, conseguiría exportar los valores democráticos de Occidente. El presidente Richard Nixon fue el primero en promover la idea de mejorar las relaciones a pesar de las tensiones históricas y la hostilidad existente. Con discreción empezó a hablar de la necesidad de dialogar con China, por lo que envió uno de sus asesores de seguridad nacional y más tarde a su secretario de Estado, Henry Kissinger, a Beijing en un viaje secreto en 1971 lo que preparó el terreno para que la visita del propio Nixon a Beijing tuviera lugar un año más tarde para reunirse con Mao Zedong.

Las relaciones oficiales comenzaron en 1979 y se justificaron en la necesidad de ayudar a salir de la pobreza a casi mil millones de personas e intentar acabar con el comunismo, lo que es consistente con los valores estadounidenses. A finales de los sesenta la economía china representaba aproximadamente el 10% del PIB estadounidense por lo que objetivamente hizo imposible que Washington pudiera de manera alguna ver en China un posible competidor en el futuro.

Cuarenta y cuatro años más tarde China sigue tanto o más comunista que nunca y ha conseguido una tremenda capacidad de control ciudadano a través de dispositivos tecnológicos y aplicaciones de vigilancia social, aunque ciertamente el acceso al mercado internacional y su capacidad de adaptación a la demanda le permitió convertirse en la segunda economía del mundo en tiempo récord y con un Partido Comunista chino que interviene en toda la vida política de la nación y la cotidianidad de sus residentes.

Actualmente muchos expertos afirman que la política de EE.UU. hacia China fue un fracaso, puesto que su foco fue el desarrollo económico que eventualmente transformaría a China en una democracia liberal. Sin embargo, Washington creyó que conseguir una reforma de China era una inversión para la preservación de la paz y la estabilidad internacional en el tiempo.

A día de hoy, la competencia geopolítica entre Estados Unidos y China es cada vez más fuerte y ha llegado a un punto de no retorno que en efecto podría ser peligroso. Probablemente debido a la poca visión que tuvo Washington de reservarse determinadas áreas como la tecnológica en sus relaciones bilaterales lo que es comprensible basado en el modelo de libre mercado estadounidense y por otro lado en la ingenuidad de los legisladores al principio del siglo XXI momento en que China ingresó a la OMC.

Las inversiones estadounidenses en materia de tecnología participaron en acuerdos valorados alrededor de 7200 millones de dólares en el 2022. Pero similares acuerdos en el 2018 fueron por el orden de los 45.6000 millones de dólares. La razón de esta gran caída se explica entre otras cosas, por las fuertes tensiones entre ambas naciones, los problemas de la cadena de suministro y la estricta política de “Zero-Covid” china lo que hizo que los inversores fueran más cautos al momento de seguir invirtiendo.

Parte del enfrentamiento entre Beijing y Washington se debe a la competencia estratégica por la superioridad en tecnología clave, como los semiconductores, la inteligencia artificial, la computación cuántica, la biotecnología entre otras. Ambos países buscan asegurar un puesto ventajoso sobre el oponente en una competencia impulsada por intereses geopolíticos y económicos, de acuerdo con Peter Engelke and Emily Weinstein en un estudio publicado por el Atlantic Council.

En tal sentido, Biden tiene previsto firmar una orden ejecutiva que limitará la inversión de empresas estadounidenses en áreas de la economía china como la tecnológica, en las próximas semanas, antes de la cumbre el G7 que este año tendrá lugar en Hiroshima en mayo coincidiendo con el turno de Japón ene la presidencia del grupo de las siete economías más grandes.

El representante republicano Mike Gallangher, en una alocución en el Congreso, afirmó que los CEO de las empresas estadounidenses que operan en China tendrán que responder ante la justicia americana si sus empresas atentan contra los intereses nacionales. Gallangher también introdujo un proyecto ley bicameral y bipartidista sobre la Resilencia de Seguridad Cibernética de Taiwán, que demandaría que el Departamento de Defensa de EE.UU. amplíe la cooperación en seguridad cibernética con Taiwán para apoyarlos en contrarrestar las amenazas cibernética de China. Sólo en el 2019 el gobierno taiwanés estimó que enfrentó entre 20 y 40 millones de ataques cibernéticos cada mes desde China, algunos de los cuales fueron también realizados contra Estados Unidos.

“La seguridad de Taiwán es vital para nuestra seguridad nacional”, fueron las palabras del senador republicano Mike Rounds por lo que justifica la necesidad de que este proyecto de ley sea introducido y aprobado considerando la creciente agresividad china hacia Taiwán.

Todos estos movimientos en el Congreso estadounidense encabezados por el Partido Republicano muestran claramente que ambos partidos están alineados en su afán por neutralizar a China. En efecto, entre los documentos secretos que fueron filtrados unas semanas atrás se pudo conocer que tanto el Departamento de Defensa como la Casa Blanca han hecho el llamado “confianza cero” un prototipo de modelo de prioridad en materia de ciberseguridad. El término “confianza cero” que se ha puesto de moda en la práctica se traduce en la doble verificación de la identidad del usuario, limitar el acceso y operar bajo el supuesto de que posibles atacantes han violado las redes de una organización. Se cree que el presupuesto para mantener el plan de “confianza cero” costará millones de dólares en los próximos años.

Entre los documentos filtrados se pudo conocer también que el Ejército Popular chino está trabajando para conseguir penetrar los sistemas de seguridad del Departamento de Defensa estadounidense y otros sistemas federales. Lo que da razones a Washington para no bajar la guardia con China y seguir esforzándose por imponer controles y sistemas más cautelosos de protección, especialmente después de la aparición de los globos expiatorios que han subido los niveles de alarma en este lado del mundo.

Zareed Zakaria, analista de CNN, concluía que Estados Unidos y China se han embarcado en uno de los experimentos más espeluznantes de la historia internacional: ambas partes están atrapadas en una competencia geopolítica cada vez mayor a pesar de que ambas están profundamente entrelazadas entre sí.

Por otra parte, Edward Luce, columnista del Financial Times, ha intentado remarcar un importante dato histórico explicando que existe una gran diferencia entre China y la Unión Soviética. Probablemente China nunca se disolverá, por lo que Estados Unidos tendrá que hacer siempre frente a China. Aunque, ciertamente, la economía china se ha desacelerado, una posible señal de que las décadas de auge del país finalmente han terminado. Sin embargo, las probabilidades siguen siendo muy altas de que China se mantenga como una gran potencia, en términos económicos y geopolíticos, por lo que sugiere que los políticos en Washington y el resto de Occidente deben prestar atención a esta idea básica y actuar en consecuencia.

La coexistencia de ambas naciones es fundamental en el actual escenario internacional y la estabilidad de ambas economías y el mundo. No obstante, el desacoplamiento económico parece ser inevitable en los próximos años ante el temor de continuar aumentando la dependencia en diferentes áreas y la sospecha de que Beijing use esa arma en contra de Washington…

INTERREGNUM: ¿A qué llamamos Asia? Fernando Delage  

¿Existe “Asia”? ¿Tiene sentido hablar del mayor y más diverso de los continentes como un espacio homogéneo con características compartidas? ¿O es más bien un mito? Lo cierto es que su ascenso económico y político en el mundo del siglo XXI es en parte resultado de la creciente interconexión entre sus distintas subregiones: noreste y sureste asiáticos, subcontinente indio y Asia central han escapado de las barreras que las separaron durante largo tiempo para formar no una Asia unida, pero sí un sistema cada vez más interdependiente. Es una evolución que obliga a redefinir el concepto de Asia y, de paso, permite redescubrir cómo los asiáticos han aprendido sobre ellos mismos.

Esta historia es el objeto de un reciente libro del profesor de la Universidad de California en Los Ángeles Nile Green. Su trabajo (How Asia Found Herself: A Story of Intercultural Understanding, Yale University Press, 2022) es una fascinante investigación sobre una serie de figuras desconocidas de Irán, Afganistán, Birmania, India, China, Japón y el Imperio Otomano, que, desde el siglo XIX, intentaron descifrar en sus propias lenguas las sociedades y culturas de otras regiones asiáticas. Pese a las interacciones económicas y políticas que trajo consigo el imperialismo europeo, el conocimiento por los asiáticos de sus vecinos fue extraordinariamente fragmentario. En un meticuloso esfuerzo de “arqueología” bibliográfica, Green saca a la luz las publicaciones de varios pioneros que actuaron como intermediarios en la comprensión intercultural.

Como es sabido, no fueron los habitantes de la región sino los geógrafos griegos quienes, en la antigüedad clásica, dieron a Asia su nombre, sugiriendo una unidad de la que en realidad carecía. Sólo a partir del siglo XVI, con la expansión europea, se comenzó a utilizar el término por aquellos incluidos bajo la denominación. Desde 1900 “Asia” adquirió un nuevo significado: ensayistas y pensadores como el japonés Okakura Kakuzo y el indio Rabindranath Tagore recurrieron a la idea de un continente integrado, separado y distinto de Europa, con el fin de defender una supuesta herencia “asiática” frente a la presión cultural y política de la colonizadores. Pero declaraciones de ese tipo por las elites intelectuales se produjeron en un contexto de enorme desconocimiento entre las diferentes culturas y lenguas asiáticas. Por aquella época, no existían diccionarios entre dichas lenguas, ni tampoco traducciones de los textos canónicos de sus respectivas religiones, que intentaban describir conforme a los principios de la propia. Mientras los promotores de la unidad asiática compartían una agenda política anticolonialista, no había acuerdo entre ellos, por otra parte, sobre cuáles eran los elementos que servían de base a esa pretendido patrimonio común ni sobre quién debía definirlos. Tanto nacionalistas indios como japoneses se consideraban líderes naturales del continente. El “panasiatismo” de Japón conduciría a la Segunda Guerra Mundial, mientras que las ambiciones indias, mantenidas por Nehru tras la independencia, se quebrarían tras la guerra con China en 1962.

Al examinar cómo las diferentes subregiones de Asia comenzaron a conocer la historia y cultura de las otras durante los dos últimos siglos, Green se adentra en un terreno apenas explorado que da aún más sentido a la extraordinaria transformación que se ha producido en nuestro tiempo. El fin de la Guerra Fría marcó el comienzo de una nueva fase en la que Asia ha reinventado su identidad, asumiendo la modernidad como propia y rechazando todo estatus de inferioridad. La heterogeneidad y diversidad de lenguas, religiones y civilizaciones continúan definiendo al continente, pero la reafirmación de sus valores colectivos y la determinación de guiarse por sus propias normas frente a las pretensiones universalistas de Occidente han conducido a lo que el periodista japonés Yoichi Funabashi llamó hace treinta años “la asiatización de Asia”.

Europa-China: pugna en Mercosur

La irrupción sostenida de China, económica y políticamente, en  América Latina está urgiendo a tomar medidas de contención en las que actúan como catalizadores Estados Unidos y la Unión Europea, preocupados por unas inversiones chinas cuyo capital proviene de un Estado totalitario e intervencionista que no respeta el libre comercio y que, además, tienen sus propios intereses en la región amenazados por el largo brazo de Pekín. En lo que a la UE se refiere se trata del acceso a materias primas estratégicas como el litio, clave en el sector de las comunicaciones y en concreto en la construcción de teléfonos móviles, a lo que se añade la opción por la carne y los cereales americanos.

Es en el marco de Mercosur donde pueden aprobarse medidas de contención a la entrada del capital dudoso de empresas chinas y las próximas presidencias de Brasil en la institución americana y de España en la Unión Europea hacen de los encuentros entre los presidentes Lula y Sánchez reuniones de alto interés. Es verdad que ni uno ni otro se distinguen por su combatividad contra las prácticas y los interese chinos pero Sánchez está condicionado por interese europeos y alianzas que no puede desoír aunque lobbies dirigidos por los socialistas Rodríguez Zapatero y José Blanco aboguen por conocidas empresas chinas.

España y Brasil están ya trabajando en un protocolo de regulación de inversiones que trataría de proteger a medianas y pequeñas empresas de inversiones sin control y que, como consecuencia, obligaría a China a nuevas condiciones. En todo caso las ambiciones, tanto de Lula como de Sánchez, de intervenir en los mercados debería llevar a mirar con atención los acuerdos porque pueden entrañar trampas.

La pugna con China, obviamente, excedes la competencia económica ya que la potencia asiática liga su expansión de negocios a la influencia política a favor de un modelo en el que los mercados se conciben como instrumentos de los gobiernos y limitación de las libertades públicas y las garantías jurídicas para ciudadanos y empresas, un sistema que ha destacado por su ineficacia y su agresividad.

Esa pugna de fondo, a la que Europa se va a enfrentar en el segundo semestre de 2023 con presidencia de Pedro Sánchez, va a llegar en un marco internacional lleno de incertidumbre, donde crece la conciencia de que si bien Rusia es la amenaza inmediata, China es el gran riesgo y el mayor desafío.

THE ASIAN DOOR: Estrategia del litio, una oportunidad. Águeda Parra

Asegurarse el acceso a los metales necesarios para afrontar la transición energética y digital se ha convertido en una prioridad para países y empresas. La cadena de suministro de las tecnologías limpias comienza a tensionarse por la elevada demanda, la escasa disponibilidad y los precios al alza de algunos metales tecnológicos. Ante una década decisiva en la adopción de nuevas políticas que aseguren un desarrollo óptimo del sector, empresas y países parecen abordar la estrategia de acceso y/o producción de metales críticos desde distintas perspectivas.

No todos los países disponen de reservas de litio. Chile se encuentra en el conocido como triángulo de litio, del que también forman parte Bolivia y Argentina, concentrando casi el 60% de las reservas mundiales. De estos tres países, Chile es el que dispone de un menor volumen de reservas, pero su gran valor estratégico en la industria del litio es ser el segundo productor mundial, contando con una cuota de mercado del 26%, aunque a gran distancia de Australia, líder mundial en producción de litio con un 55% del total en 2022, según el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS).

Las empresas chinas no son ajenas a la privilegiada posición de Chile en el mercado del litio, teniendo en cuenta que la demanda crecerá un 30% cada año, según McKinsey. De ahí que el mayor fabricante de coches eléctricos del mundo, BYD, haya anunciado la construcción de una fábrica de cátodos de litio con una inversión asociada de 290 millones de dólares para producir hasta 50.000 toneladas de litio ferrofosfato (LFP), operativa a partir de 2025.

Además, BYD ya está presente en el panorama de movilidad sostenible de Chile como suministrador de autobuses eléctricos, y la inversión anunciada en el país le permitirá asegurarse el suministro del litio desde uno de los principales países de producción del mundo, además de diferenciarse del resto de competidores al generar todo un ecosistema de negocio que va desde la fabricación de componentes para baterías, hasta las propias baterías, el diseño y la manufactura del coche eléctrico. Una integración vertical más amplia en su esquema de negocio que le diferencia, asimismo, del resto de fabricantes de coches eléctricos, de los que además es suministrador de baterías.

Ante el auge que está experimentando uno de los metales más importantes en la transición energética, Chile ha anunciado la nacionalización del litio, como ya antes lo hiciera México, buscando participar de una boyante economía de energía limpia que se va a desarrollar en la próxima década. De aumentar la producción, Chile podría competir más directamente con Australia, que dispone de un volumen de reservas sensiblemente menor. La estrategia nacional busca colaborar con el sector privado para abordar esta nueva etapa, apoyándose en las empresas chilenas Sociedad Química y Minera de Chile (SQM) y Albemarle que, a su vez, son el primer y el segundo mayor productor de litio del mundo, respectivamente, en una asociación público-privada. Para ello, primero tendrán que finalizar sus contratos, en torno al 2030 y 2043, respectivamente, antes de empezar a tomar el control de las mismas.

Argentina, por su parte, se sitúa como cuarto productor mundial, y aumentar la producción es una de las prioridades del país, creciendo la exportación de litio desde un 5% registrado en 2021 hasta el 18% de las exportaciones mineras alcanzado en 2022. Aunque los proyectos de litio están en plena expansión, algunos con participación de empresas chinas, todavía serían necesarios unos dos años para que las inversiones anunciadas alcancen mayores capacidades de producción, con el objetivo puesto en alcanzar, e incluso superar, a Chile y situarse entre los principales productores de litio del mundo en 2030.

De entre los 24 países que cuentan con reservas de litio, México se sitúa en décimo lugar con poco más del 2% de las reservas mundiales, y la nacionalización de la industria para proteger sus recursos naturales ha sido la opción elegida por el país para no perder las oportunidades que presenta este metal en la fabricación de coches eléctricos y dispositivos electrónicos. La cercanía con el mercado estadounidense le permitiría a México beneficiarse de las subvenciones propuestas en la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) promovida por Estados Unidos, exenciones de las que no podrá participar ni Chile ni Argentina. Sin embargo, a diferencia de Chile, México no cuenta con una industria ya desplegada. y la inversión privada es altamente necesaria para su extracción y para convertir el litio en baterías.

Ante la creciente atención que está recibiendo la industria del litio, ningún país quiere dejar pasar la oportunidad de un nuevo ciclo de desarrollo económico ligado con la transición energética y digital. No obstante, los altos volúmenes de capital que necesita la producción de litio requieren de un ecosistema que impulse la atracción de inversión, con políticas nacionales que favorezcan la estabilidad y el impulso de la minería. La oportunidad que tiene América Latina para acomodar su desarrollo económico a la transformación que va a propiciar la transición energética podría verse mermada por la estrategia nacional adoptada, propiciando que la inversión se dirija a otros países como Australia, a pesar de disponer del mayor volumen de reservas mundial.

 

INTERREGNUM: Lula en China. Fernando Delage

Un efecto de la virtual suspensión de los contactos al más alto nivel entre China y Estados Unidos es que Pekín se ha volcado en su atención a dirigentes de otros paises. A la sucesión de visitantes europeos y asiáticos se han sumado asimismo en tiempos recientes un considerable número de líderes de África, Oriente Próximo y América Latina, dando una clave sobre cómo la República Popular está respondiendo a las tensiones con Washington. La semana pasada fue el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, uno de los principales representantes del Sur Global, quien visitó a Xi Jinping.

Desde su regreso a la presidencia, Lula ha dado un nuevo impulso a la política exterior brasileña, persiguiendo tanto objetivos políticos como económicos. Aspira a que el gigante del subcontinente juegue en la liga de los grandes y a promover la atracción de inversiones y comercio, dejando atrás el periodo de relativo aislamiento internacional causado por su antecesor, Jair Bolsonaro. China es uno de los principales socios que puede ofrecerle lo que busca, mientras Brasilia contribuye a su vez a las pretensiones exteriores de Pekín. Ambos países defienden un orden multipolar y unas estructuras multilaterales que no estén lideradas por Occidente.

“Queremos elevar el nivel de la asociación estratégica entre nuestros países, expandir los intercambios económicos y, junto con China, equilibrar la geopolítica global”, dijo Lula durante su visita. Los dos gobiernos firmaron más de una docena de acuerdos por valor de 10.000 millones de dólares, destinados a las inversiones en infraestructuras; al fomento del comercio (que el pasado año superó los 150.000 millones de dólares: China atrajo el 27 por cien de las exportaciones brasileñas); o a la construcción de satélites, entre otras áreas. Lula también visitó la sede de Huawei, la conocida empresa de telecomunicaciones sujeta a sanciones norteamericanas. La pertenencia compartida al grupo de los BRICS—junto a India, Rusia y Suráfrica—también explica varios de sus mensajes. En un discurso pronunciado en Shanghai, sede del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS (que por cierto estará dirigido durante los próximos años por la expresidenta brasileña Dilma Rousseff), Lula hizo hincapié en la necesidad de sustituir al dólar como principal divisa de referencia.

Las palabras del líder brasileño a favor de una nueva dinámica geopolítica que permita transformar las reglas e instituciones de la gobernanza global coinciden con la reorientación de la diplomacia china hacia el mundo emergente. Considerando que la globalización de corte occidental está llegando a su fin, y que sus intereses y ambiciones nacionales demandan la prioridad de los objetivos políticos y de seguridad sobre los económicos, Pekín intenta avanzar en la construcción de un orden global paralelo, libre de toda interferencia de las democracias liberales.

Brasil no puede permitirse, sin embargo, una posición hostil hacia Estados Unidos. Tampoco puede obviar las consecuencias de la creciente presencia china en América Latina. De manera no muy diferente a cómo la República Popular tensiona las relaciones entre Estados Unidos y Europa, también complica, en efecto, las relaciones entre Brasil y sus vecinos, así como el desarrollo de la integración suramericana, una de las preferencias estratégicas de Lula. El aumento de los intercambios entre China y los Estados latinoamericanos se ha traducido en una caída del comercio intrarregional, una tendencia que afecta igualmente a los intereses europeos. Si Bruselas no avanza en la firma de un acuerdo con Mercosur, el grupo al que pertenecen las principales economías suramericanas y con el que se negocia un pacto comercial desde hace 23 años, la región quedará sujeta a una aún mayor influencia china, desplazando a las empresas europeas.

 

Y finalmente Lula visitó a Xi en casa. Nieves C. Pérez Rodriguez

El presidente Lula parece estar tomando muy en serio su oportunidad de convertirse en un destacado líder internacional. Así lo prueba su visita a China para firmar una serie de acuerdos bilaterales, encontrarse con Xi Jinping y apoyar, tal y como el mismo Lula al cierre de su viaje afirmó, una “mediación conjunta para la guerra de Ucrania entre China, los Emiratos Árabes Unidos, China y Brasil”, mientras acusó a Estados Unidos y Europa de prolongar el conflicto.

Se produjo así la materialización de la visita programada para mediados de marzo y pospuesta de acuerdo con la versión oficial debido al estado de salud del mandatario brasileño. Sin embargo, fuentes no oficiales afirmaron que Lula necesitaba estar en Brasil en el momento en que el ex presidente Bolsonaro regresaba de Florida, donde pasó varios meses supuestamente porque se estaba sometiendo a un tratamiento médico. Y aunque a ambos líderes se les conoce que tienen considerables vulnerabilidades de salud, en ninguno de los casos la versión dado por ellos parece coincidir con la verdad.

Lo que sí parece ser cierto es que Lula decidió hacer esperar a Xi Jinping unas semanas y se quedó en casa para dar aires de normalidad y estar presente en caso de que se presentara otra situación irregular del corte de un intento de golpe de Estado.

Aunque posterior a lo agendado, China lució su ritual de recibimiento de visitas de Estado para acoger al presidente Lula. La planificación de cada momento y el extenso repertorio de protocolos que ensalzan los símbolos del Partido Comunista chino como la obligada parada en la Plaza de Tiananmen donde las imágenes de video y las fotos glorifican la suntuosidad de la dimensión de la plaza, el Gran Salón del Pueblo de fondo al ritmo de centenares de soldados chinos marchando fueron sólo una parte del cuidado ceremonial que se desplegó durante los cuatro días que duró la visita.

En ese idílico ambiente creado por el PC chino Lula desafiaba informando que quería una relación más profunda con China, que trascendiera del comercio, que se traduce en profundizar las relaciones existentes al plano social, cultural, científico e ideológico.

China es el principal socio comercial de Brasil. En efecto, la balanza comercial favorece a Brasil con un superávit de 62.000 millones de dólares en su favor debido a exportaciones en los sectores agrícola, minero y petrolero. Por su parte una larga lista de empresas chinas tiene participación y presencia en Brasil, como en el sector de telecomunicaciones. Huawei, desde la década del 2000, opera en Brasil y actualmente está construyendo centros de datos y es uno de los principales proveedores de tecnología en el desarrollo del 5G en el territorio brasileño.

En un tono desafiante, Lula aprovechó la ocasión para mencionar en un discurso que visitó la sede de Huawei y aseguró que no tienen sesgos en su relación con China y que “nadie puede impedirle a Brasil mejorar sus relaciones con el gigante asiático”.

Otro punto clave de la visita para Lula fue remarcar la importancia del BRICS como grupo económico que incluye a China, Brasil, Rusia, India y Sudáfrica y las alternativas que ofrece. En ese sentido volvió hacer referencia a lo importante de un sistema paralelo al dólar para los intercambios internacionales. Sistema que Xi entiende como clave para continuar el camino de la independencia de Estados Unidos pues automáticamente previene la alineación con EEUU.

Lula aboga por la creación de un club de paz también como una alternativa básicamente a lo existente desde el fin de la II Guerra mundial. Razón por la que propone una “mediación conjunta en la guerra de Ucrania, lo que parece ser música para los oídos de Beijing, porque, aunque China ciertamente no ha públicamente apoyado a Putin en su cruel invasión, está claramente alineado con el Kremlin para ayudarles a ganar tiempo, no dejarlos caer económicamente y beneficiarse incluso de los productos que ya no le compran los que están en contra de su guerra.

No es casual que el ministro de exteriores ruso, Sergei Lavrov, llegará a Brasilia y tendrá un encuentro con su homólogo brasileño, Mauro Vieira. Mientras que, en el otro lado del mundo, durante el fin de semana el ministro de Defensa chino, Li Shangfu, llegó al Kremlin para reunirse con el mismo Putin en una visita de cuatro días que deja ver la importancia que China da a Moscú. Una triangulación más que fortuita y provechosa para las partes.

Lula está priorizando “recuperar la reputación internacional de Brasil”, lo que viene a decir, dejar atrás la época de Bolsonaro y dar aires de renovación en un intento cargado de pragmatismo. Así lo prueba la discreta visita a Moscú hecha por Celso Amorim, un veterano político brasileño, quien ha tenido diferentes posiciones en el alto gobierno desde los años ochenta y quién es hoy el asesor en materia de política exterior de más alto nivel de Lula.

En una entrevista concedida al Global Times. Amorin afirmó que la visita de Lula a China es muy importante porque es la primera visita fuera del continente a tan sólo tres meses de haber tomado posesión del cargo presidencial. Así mismo afirmó que ambos países tienen un importante rol, el de construir un mundo más multipolar en donde el poder no se encuentre centralizado, y no prevalezcan las hegemonías.

Brasil es el mayor comprador de fertilizante de Rusia, por transacciones de cerca de 2 mil millones de dólares en 2019. Y aunque Rusia está sancionada en estás áreas, y en efecto los europeos han dejado de comprarle no sólo fertilizantes, sino productos químicos, petróleo y gas, los intercambios han sido compensado con la compra de estos rubros por China e India de acuerdo con Keith Bradsher periodista del New York Times.

La visita es un reflejo de la importante relación comercial y política entre Brasil y China y el pragmatismo de Lula de potenciar esas relaciones y darles un carácter más estratégico. A la vez, Brasil necesita de los fertilizantes rusos para poder mantener su producción agrícola por lo que cargado de pragmatismo Lula prefiere jugar a crear un “club de paz” que le permita mantenerse fuera de la alineación con Washington para así poder justificar que siga comprándole a Rusia lo que necesita.

Mientras, a Occidente parece costarle cada vez más continuar aumentando apoyos para Ucrania, titulares como el de CNN “líderes mundiales hacen filas para reunirse con Xi Jinping” , parece explicar bien la nueva situación internacional.

 

Macron, China y Taiwán

El presidente de Francia, Enmanuel Macron, en plena (y grave) crisis interior, ha tenido tras su visita a Pekín, una de sus actuaciones más desafortunadas en política exterior que reflejan, una vez más, el sueño melancólico francés de una grandeur que nunca fue, la obsesión por ponerse como potencia europea en el mundo de EEUU y la ingenua creencia de que cuando una potencia como China te halaga y te aplaude es por tu carácter de líder y no por servirle a sus intereses.

A la vuelta de Pekín, Macron defendió lo que se denomina la autonomía estratégica de Europa tal como la entiende China (y no como la conciben otros aliados europeos), es decir, como diferenciada y alternativa a EEUU, subrayó la necesidad de distanciarse más de los aliados del otro lado del Atlántico y, como perla para Pekín, subrayó la necesidad de no asumir, en relación con Taiwán, “riesgos que no son nuestros”.

Francia juega un papel central en Europa y, consumada la salida de Gran Bretaña, posee el ejército más potente de la Unión Europea incluidas armas nucleares. Pero siempre, y especialmente desde De Gaulle, no ha podido soportar el liderazgo de EEUU que, entre otras cosas, ha sido el garante de la supervivencia de Francia ante Alemania en las dos guerras mundiales. Durante las últimas décadas, y hoy mismo, Francia ha intervenido unilateralmente en África mientras critica (por cierto con el apoyo entusiasta de la izquierda europea) el “unilateralismo” de EEUU en el mundo y ha tratado de mantener equilibrios vergonzantes en Oriente Medio donde ha protegido a gobiernos sangrientos en Siria (su antigua colonia) y sus negocios con Sadam Hussein intentando blanquear estos actos con apoyos a Israel como la transferencia de tecnología en materia nuclear.

Taiwán necesita una defensa clara de la Unión Europea, aunque sea difícil y arriesgada, porque, como Ucrania, representa un modelo de sociedad que, aún con vulnerabilidades, sobre todo en el caso ucraniano, supone unos valores cercanos a los europeos (y norteamericanos) que han propiciado sociedades de bienestar y libertades sin precedentes y hoy amenazadas por Rusia y China. Ni los negocios ni el riesgo deberían hacer abdicar de esa defensa como no lograron frenar los esfuerzos contra Hitler, aunque hubo tentaciones (curiosamente más en Francia).

Claro que hay que evitar los conflictos mientras sea posible, y un choque militar en el Pacífico sería catastrófico. Pero no pueden ofrecérsele a China signos  de quiebra en la  alianza occidental por más que Francia se sienta dolida por su exclusión de la alianza del Aukus, por la pérdida de su contrato para construir los submarinos australianos y por ignorar EEUU que Francia, que tiene posesiones como Nueva Caledonia, se considera una potencia, también, en el Pacífico.

Beijing grita su descontento a Taiwán y el mundo. Nieves C. Pérez Rodríguez

Como era de esperar, China ha reaccionado bruscamente al viaje de la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen a las Américas. Durante la visita, los portavoces oficiales chinos a diario expresaban su absoluto desacuerdo con que hiciera una parada en territorio estadounidense. Aunque el disgusto no tardó en escalar de declaraciones al mayor despliegue de maniobras militares nunca vista como protesta del encuentro entre la líder taiwanesa y el presidente de la Cámara de Representante de EEUU, Kevin McCarthy.

McCarthy es el sucesor de Nancy Pelosi y como líder de la Cámara de Representantes es el segundo en la línea de sucesión en los Estados Unidos, y aunque no cuenta con un largo historial en defensa de derechos humanos, específicamente en contra de las violaciones chinas, como Pelosi, por su alto perfil político le resulta muy incómodo a China que se reúna con Tsai. Y a pesar de que el encuentro entre ambos no fue catalogado de oficial, ni siquiera fue recibida en Washington precisamente para evitar más tensiones, no deja de ser un encuentro de altísimo nivel en el que el líder de la Cámara ratifica su apoyo a Taiwán.

Justo unas semanas antes de que la presidenta taiwanesa anunciara su viaje McCarthy había expresado su deseo de visitar la isla, lo que produjo una fuerte protesta china, además del desacuerdo de consejeros y expertos quienes desaconsejaron el viaje, así como el propio gobierno taiwanés para evitar más subida de tensiones entre los dos países.

Para el Partido Comunista chino Taiwán es una provincia china, por lo que se oponen a cualquier iniciativa que pueda dar más legitimidad internacional a las autoridades taiwanesas y contacto oficial entre autoridades de Taiwán con otros países.

En tal sentido, en el nuevo Libro Blanco chino sobre Taiwán hecho público el verano pasado (después de que Pelosi visitara la isla) titulado “La cuestión de Taiwán y la reunificación de China en la nueva era” define en tres puntos lo que para el Partido Comunista chino es una prioridad y que han convertido en un objetivo de Estado: “Resolver la cuestión de Taiwán y realizar la reunificación completa de China es una aspiración compartida por todos los hijos e hijas de la nación china. Es indispensable para la realización del rejuvenecimiento de China. También es una misión histórica del Partido Comunista chino”.

Bajo esos principios opera y justifica sus acciones el gobierno chino y, en efecto, como protesta al encuentro que tuvo lugar en California, el Ejército de Liberación Popular chino anunció la ejecución de ejercicios militares a gran escala en el estrecho de Taiwán. Y ciertamente estas maniobras que se llevaron a cabo durante tres días fueron mucho más agresivas que las realizadas con anterioridad como protesta a los viajes de los líderes taiwaneses a los Estados Unidos. Aunque en el verano del 2023, justo después de que Pelosi visitara Taiwán, Beijing respondió con maniobras militares que fueron la mayor demostración de fuerza hasta ese momento hasta el punto de que la situación propició la cuarta crisis del estrecho de Taiwán.

Objetivamente, las maniobras militares chinas de esta semana superaron en tiempo, dimensión y cálculo a todos las anteriores y hasta enviaron guardacostas para patrullar e inspeccionar embarcaciones taiwanesas bajo la justificación de ser sospechosas con el propósito de aumentar la presión sobre la isla. De acuerdo con un informe de la cadena oficial china CCTV “bajo el comando unificado del Centro de Operaciones Conjuntas varios tipos de unidades llevaron a cabo ataques de precisión conjunto simulados contra objetivos claves en la isla y en aguas circundantes”.

Fuentes oficiales taiwanesas informaron que solo en un día habían detectado un total de 70 aviones del ejército chino y embarcaciones alrededor de la isla. Entre esos aviones se encontraban 4 cazas J-15 que despegaron del portaviones Shandong. Este juego de guerra, como ha sido denominado por algunos expertos, se centran en la práctica de bloqueo marítimo y ataques dirigidos a embarcaciones enemigas. Con todo este despliegue, China busca perfeccionar un ataque que bloquee las rutas aéreas de Taiwán y consiga el bloqueo de sus puertos y rutas marítimas.

Al término de las maniobras el ministro de defensa taiwanés declaraba que “Taiwán no dejará de fortalecer su preparación para el combate” desafiando y resistiendo la fuerte presión. Y aunque en teoría las maniobras fueron dadas como concluidas el lunes, un día después fueron detectados 26 aviones y 9 embarcaciones realizando patrullaje de preparación para el combate alrededor de Taiwán.

El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino afirmaba que “todo el despliegue es una fuerte advertencia a las actividades provocadoras de las fuerzas secesionistas de la independencia de Taiwán y su colusión con fuerzas externas, enfatizando por tanto que los ejercicios son una medida necesaria para salvaguardar la soberanía nacional y la integridad territorial china”.

Un grupo de expertos en el área del ChinaPower del think thank CSIS con base en Washington D.C. que se encuentran desarrollando un estudio en tiempo real sobre lo que está sucediendo en el mar del sur de China, sostiene que, en contraste con la gran demostración de fuerza militar, en esta ocasión parece que China se ha abstenido de tomar fuertes medidas de otro tipo como económicas y diplomáticas. Al menos de momento parecen relativamente menos directas para castigar a Taiwán y a los Estados Unidos en estas áreas, aunque el Estado chino ha sancionado a individuos y entidades, comparativamente con otras situaciones similares estas medidas han sido menos significativas.

Beijing seguirá mostrando su enfado y continuará tomando medidas y, de hecho, ya advirtió que cerrará el espacio aéreo el domingo durante media hora, lo que afectará los vuelos comerciales. Por su parte, el ministro de defensa taiwanés, Sun Li-fang, notificó que entre abril y julio van a realizar ejercicios de defensa civil en diferentes partes de la isla para preparar a los ciudadanos frente a una potencial guerra en el estrecho.

Claramente estamos bajo una tensión exacerbada e innecesaria, una situación preocupante que viene a generar más inestabilidad y confrontación internacional. No obstante, parte de la magnitud de respuesta china es claramente propaganda, y el mejor ejemplo es el video que publicaron en sus medios oficiales en el que se observa como ejecutarían un ataque a la isla y recrean con una especie de video juego la toma de Taiwán por la fuerza con misiles lanzados desde distintos puntos de China que aterrizan muy cerca de la costa y otros impactaran en tierra.

Para Beijing una toma de Taiwán a la fuerza es el escenario menos deseado porque significaría que los taiwaneses rechazarían el nuevo gobierno y habría un gran descontento y una masiva oposición. Recordamos que actualmente Taiwán es un régimen democrático en el que sus ciudadanos gozan de todos los derechos y libertades que tiene cualquier ciudadano europeo. Razón por la que el PC chino ha intentado acercamientos a través de acuerdos políticos, influyendo en la vida política de la isla y en muchos casos pagando apoyos.

Y finalmente, Estados Unidos y sus aliados siguen teniendo una capacidad militar superior a la china y con el apoyo que ha venido demostrando Washington en los últimos años a Taipei, con la venta de armamento, acuerdos militares e incluso la introducción hace pocos días del proyecto de ley para “formular la respuesta de Estados Unidos ante una posible invasión de Taiwán”. Una propuesta partidista que deja claro el nivel de preocupación y responsabilidad que los estadounidenses están dispuestos a asumir en cuanto a la supervivencia de Taiwán…

El día después de la conclusión de los ejercicios “Joint Sword”, el MND de Taiwán informó que había detectado 26 aviones y nueve embarcaciones que realizaban patrullas de preparación para el combate. Reuters declaró que se estaban realizando ejercicios militares a pequeña escala frente a las costas de Fuzhou, que probablemente formaban parte de los ejercicios anunciados previamente por Fujian MSA.

China emitió cuatro fuertes declaraciones denunciando el tránsito y la reunión con McCarthy el 6 de abril y sancionó a un puñado de entidades de EE. UU. y Taiwán después. El 10 de abril, China manifestó su deseo de profundizar los intercambios económicos y de otro tipo con Taiwán. Lo que queda por ver es cómo el viaje del ex presidente de Taiwán, Ma Ying-jeou, a China afectará la política interna en Taiwán, un viaje que probablemente fue alentado y al menos parcialmente orquestado por Beijing. Por ejemplo, Beijing probablemente recibió con agrado los comentarios de Ma a la prensa el 7 de abril después de su regreso a Taiwán. Ma caracterizó el liderazgo y la política actual de Taipei como uno que lleva a Taiwán hacia el peligro y la guerra y advirtió que Taiwán tiene que elegir entre la paz y la guerra.

 

 

INTERREGNUM: Europa choca con la muralla china. Fernando Delage

Lo que tres líderes europeos no habían conseguido hasta la fecha tampoco lo iban a obtener Macron y von der Leyen en su visita a Pekín de la semana pasada. Ni Olaf Scholz, ni Charles Michel ni Pedro Sánchez convencieron al presidente chino para presionar a Rusia a favor de la paz en Ucrania. Tampoco fue un resultado logrado por el presidente de Francia ni por la presidenta de la Comisión. Ha sido Xi Jinping, en cambio, quien sí ha avanzado en sus objetivos; en particular, en hacer evidente la división entre los gobiernos europeos y, por tanto, la debilidad estructural de la política china de la UE.

El contraste entre el tratamiento ofrecido a Macron en su visita de Estado (con un despliegue sin precedente en los medios chinos y una inusitada atención personal de Xi) y el dispensado a von der Leyen no ha podido ser más elocuente. Lejos de la supuesta unidad que pretendían transmitir en su viaje parcialmente conjunto, las autoridades chinas han marginado a quien definen como una subordinada de Washington (la presidenta de la Comisión), y cultivado de manera excepcional a quien cree disponer de una autonomía con respecto a Estados Unidos en su relación con la República Popular (el presidente francés).

Un portavoz del Elíseo indicó a la conclusión del viaje que Macron había cumplido con sus objetivos. En realidad, ni Xi hizo la menor concesión sobre Ucrania (ni siquiera se comprometió a hablar con Zelenski), ni Rusia apareció nombrada una sola vez en el comunicado de 51 puntos firmado por ambos presidentes. Si el funcionario se refería a los resultados económicos, sí es evidente entonces que se ha llegado a importantes acuerdos, incluyendo la venta de 120 aviones de Airbus.

El viaje de Macron coincide en numerosos aspectos por tanto con el realizado por el canciller alemán, Olaf Sholz, en noviembre pasado. Pese a las presiones de la administración Biden para constituir un frente común con los aliados en relación a China, los europeos no comparten la inclinación norteamericana a romper la interdependencia económica con Pekín. En el lenguaje más reciente de la Comisión Europea, se trata de defender una política no de “decoupling”, sino de mitigación de los riesgos de la dependencia de China (“de-risking”). Pero ni siquiera esto último resulta apreciable en los movimientos de Berlín o París pese a las lecciones ya aprendidas de la dependencia energética de Rusia mantenida durante décadas. Tanto Sholz como ahora Macron—los líderes de los dos Estados miembros que realmente importan en la relación con China—han demostrado la prioridad de sus intereses económicos nacionales sobre los intereses estratégicos europeos.

El presidente francés ha ido incluso más lejos, porque también aspira a un papel político protagonista pese al escaso realismo de sus pretensiones. Xi le ha dado a Macron la plataforma que éste buscaba. Los analistas chinos ya hablan del eje Francia-Alemania, no Alemania-Francia, en un gesto de reconocimiento al que también se refería un editorial del oficialista Global Times el pasado jueves: “Está claro para todos que ser un vasallo estratégico de Washington es un callejón sin salida. Hacer de la relación China-Francia un puente para la cooperación China-Europa es beneficioso para ambas partes y para el mundo”.

Los gobiernos europeos tratan de interpretar las intenciones chinas en el actual contexto de rivalidad entre Estados Unidos y la República Popular. El apoyo de Xi a Putin ha lanzado una señal muy clara, que la Comisión Europea ha entendido pero algunos líderes nacionales se empeñan en desoír. Macron, como antes Sholz, parece haber renunciado a la construcción de una posición común europea que Pekín sí se habría visto obligada a atender. Los vecinos de China habrán tomado nota del éxito de Xi en su estrategia de división del Viejo Continente, y sacado sus conclusiones sobre las pretensiones europeas de adquirir un papel independiente en Asia. También la Casa Blanca sabrá lo que cabe esperar de este incesante cortejo de visitantes europeos en China. Quedarse en tierra de nadie es una opción, aunque quizá no la más aconsejable en estos tiempos turbulentos.

China: el aspirante desairado

El gobierno de Xi está enfadado. Su plan de paz para Ucrania recibe más dudas y suspicacias que aplausos; Europa, a pesar de las presiones de Pekín, no renuncia a sus propósitos de restringir la presencia de empresas chinas susceptibles de ser un peligro para la seguridad ni exigir a China cumplir las leyes del mercado, y, para colmo, EEUU recibe con encuentros de alto rango (aunque no máximos) a la presidenta de Taiwán que, además, representa a una corriente que empieza a distanciarse del sueño de lograr una unidad china en clave de democracia y juega con la posibilidad de proclamar Taiwán como un país independiente y democrático más.

China ha reaccionado a la manera arrogante, autoritaria y provocadora que la caracteriza en momentos de debilidad. Ha desplegado un enorme potencial aeronaval en torno a la isla (enorme pero aún alejado de las capacidades de EEUU y aliados en la región) y ha exhibido su capacidad para invadir Taiwán y poner al mundo aún más patas arriba. China no sólo juega con fuego sino que enseña la mano con la mecha encendida lo suficientemente cerca del barril de pólvora.

Pero hay signos de incertidumbre. Mientras EEUU aguanta el pulso y refuerza sus alianzas en Asia Pacífico, en Europa aparecen dudas, y países como Alemania, oficialmente dispuesto a no aceptar desafíos de Pekín, juega a la ambigüedad en el terreno comercial y otros como España se muestran reacios a frenar actividades de empresas chinas problemáticas para la seguridad. Y esto, justamente, es lo que lleva a China a pensar que puede abrir brechas en la unidad occidental y combinar su cara amable y tramposa con una promesa de terror bélico en el Pacífico para tratar de conseguir ese objetivo. En el fondo es el mismo objetivo con el que sueña Rusia y en la que rusos y chinos asientan parte de su alianza estratégica, solo que Moscú está en situación de mayor debilidad.

Ese es el gran pulso actual en el planeta, en el que Europa, tan importante en la esfera económica y de valores, juega de invitada de piedra sin capacidad de protagonismo diplomático y mucho menos militar, aunque creciendo. Sin embargo, este es un reto del que a la UE y a Europa le va a ser muy difícil evadirse o ponerse de perfil, entre otras cosas porque la guerra está en sus fronteras orientales, escenario recurrente de los grandes conflictos bélicos de los dos últimos siglos. Y probablemente este debería ser un punto prioritario a tratar en las cancillerías europeas. De hecho lo es, aunque muchos países escondan sus intenciones reales y sus miedos paralizantes.