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Francia exhibe pabellón en el Pacífico

Francia es la primera potencia militar de la Unión Europea una vez que Reino Unido ha abandonado la Unión aunque no las alianzas militares. Francia, además, lleva casi un siglo viviendo de acuerdo con un relato mítico que parte de una grandeur histórica que en realidad es un bucle melancólico francés. Aunque todo eso no impide que, desde Paris, se lleven a cabo iniciativas internacionales con éxitos relativos, fundamentalmente en África, pero siempre revestidas de gestos de gran potencia y no exentos de arrogancia.

En el Pacífico, el principal escenario de tensiones y riesgos en la actualidad junto con Ucrania, Francia tiene posesiones y aspira a jugar un papel de protagonista que EEUU y Reino Unido le niegan, De hecho, el Aukus, la alianza de Australia, Estados Unidos y Reino Unido para diseñar estrategias y poner en pie recursos para hacer frente al expansionismo chino, no solo no ha integrado a Francia sino que le ha arrebatado el jugoso contrato-programa que los franceses habían firmado con los australianos para renovar su flota de submarinos. Ahora esta renovación se hará con Estados Unidos y los submarinos llevaran tecnología  nuclear.

Todo está en la base de las maniobras aeronavales que Francia está desarrollando en el Pacífico y en las cuales va a desplegar gran parte de sus como parte de un ejercicio militar que durará hasta el 3 de agosto y cuyo objetivo oficial es “equilibrar fuerzas de cara a los desafíos que representa Pekín en la región”. La misión, llamada Pegase 23, está compuesta por cerca de 320 pilotos que han realizado unas primeras maniobras hasta la víspera en el mar Arábigo con 19 aviones apoyados por las Fuerzas Aéreas francesas en Emiratos Árabes Unidos, según ha informado el Ejército francés en un comunicado.

Es evidente que Francia es militarmente clave para la autonomía estratégica a la que aspira la Unión Europea y, aunque pueden rastrearse en los discursos franceses vestigios de nacionalismo anti EEUUque viene de muy lejos, quiere ser integrada entre las grandes potencias. Tiene influencia y tropas en África, ha desplegado barcos en el Mediterráneo oriental ante las tensiones greco-turcas y quiere ser socio de primera fila en el Indo Pacífico.

El principal problema es que, a veces, Francia presenta la autonomía estratégica europea como un pilar con EEUU en muy segundo plano y con libertad que que Paris actúe fuera de Europa con amplio margen en defensa de sus intereses nacionales que no siempre son compatibles von los intereses de tros socios europeos, Y es obvio que lo primero es un sueño imposible por incapacidad de Europa y lo segundo una aspiración que tiende a instalar desconfianza en la UE.

El reto chino en el Golfo de Guinea

La intensificación de las relaciones de  China con la ex colonia española de Guinea Ecuatorial en la que hasta ahora han ejercido influencia Marruecos, Francia y Estados Unidos ha encendido una luz de alarma ante la posibilidad de que el gobierno de Teodoro Obiang ceda a la potencia asiática el puerto de Bata en el que China instalaría una base logística, con una zona para sus fuerzas navales, con la que potenciar y asistir a sus transportes comerciales marítimos. Tras su base en Somalia y la que negocia con Tanzania, en el Indico, un despliegue militar naval chino en el Atlántico, hasta ahora bajo control occidental, obligaría a EEUU y a la Unión Europea a replantarse sus estrategias defensivas, ya abiertas una reordenación ante las presiones rusas en el Báltico y en Ucrania.

Pero un establecimiento militar en Bata indicaría la debilidad europea (la influencia de España en el único país africano donde el idioma español es oficial es insignificante, la de Francia no parece suficiente y la de Marruecos es, de momento, un instrumento de París) y la lenta reacción de Estados Unidos ante la creciente influencia islamista y a la vez de China en África Occidental. Estados Unidos necesita reforzar sus defensas adelantadas en la ribera oriental del Atlántico y Europa, además de esto, debe insistir en el freno a la inmigración ilegal desde Africa, en la prevención del islamismo y el combate contra el terrorismo yihadista y en el freno a la piratería en aguas de África Occidental . A estos restos sólo le faltaba un despliegue chino en el terreno comercias y militar para hacer aún más complicado el confuso laberinto africano.

En el caso concreto de Guinea Ecuatorial y de toda la región del Golfo de Guinea, los recursos energéticos, madereros y agrícolas guineanos son una fruta apetitosa para todos pero el dictador Obiang ni siquiera ha sido capaz de negociar bien esos recursos, lastrado por la corrupción, la ineficiencia y el control estatal de recursos y mercado.

 

Europa y China, grietas en el escenario

La visita del presidente chino, Xi Jinping, a Europa está permitiendo visualizar algunos cambios, al menos en el escenario, en las relaciones de la Unión Europea con Pekín. Y estos cambios afectan tanto en el endurecimiento de algunos países en la relación con China sino en el acercamiento claro de otros al país asiático.

En el segundo caso está Italia, que, con sus acuerdos con China, aunque no han hablado, al menos oficialmente, de los desafíos tecnológicos a la seguridad de la UE, ha suscitado la desconfianza y el recelo de la propia Unión y fundamentalmente de Francia y Alemania. La combinación en Italia del discurso euroescéptico y de primacía de sus aparentes intereses nacionales a corto plazo no sólo está debilitando la UE sino introduciendo variables que pueden volver la situación cada vez más incontrolable.

Del otro lado, desde el que quiere repensar las relaciones con China marcándole a Pekín el terreno y definiendo intereses estratégicos más firmes de la UE, Macron se está erigiendo en líder de esa estrategia de contención.

No es fácil el papel. La capacidad de inversión de China, su dinamismo innovador, sus avances tecnológicos con el apoyo del aparato de Estado y sin respeto real a las leyes del mercado ni normas legales que le crearían problemas constituyen señuelos seductores para una Europa que ha venido perdiendo pulso y abandonándose a una inactividad alejada de conflictos. Por eso se han combinado los nuevos gestos de dureza con el anuncio de un macro contrato con Airbus, negociado semanas antes, en medio de la crisis de confianza en la seguridad de Boeing.

Ese es el escenario. O los negocios a corto plazo y el desprecio a las decisiones colectivas del modelo italiano o el modelo multilateral, en el que no debemos olvidar que prima el interés de Francia y su industria, pero que define un  marco común y un comienzo de decisión estratégica nueva. (Foto: Marco Zak)

INTERREGNUM: Asia y la primera guerra mundial. Fernando Delage

La conmemoración, el pasado fin de semana en París, del centenario del armisticio que puso fin a la primera guerra mundial ha sido objeto de un considerable número de artículos en los medios. La relevancia del conflicto para el siglo XX lo merece. Pero también por sus lecciones para el mundo de hoy y del futuro. Si en relación con este último nadie duda de que una de sus claves es el dinamismo de Asia, suele olvidarse por el contrario el papel del escenario asiático en la década que precedió al estallido de la guerra.

La competencia de las grandes potencias en este continente tuvo repercusiones directas en Europa. Frente a quienes señalan 1914 como verdadero comienzo del siglo XX, fue la derrota de Rusia por Japón en 1905 lo que desencadenó una serie de hechos que conducirían al fin de la estructura de estabilidad creada por el Congreso de Viena en 1814-15: entre ellos, la Revolución bolchevique y la reconfiguración de las alianzas europeas. Fue la derrota de Rusia lo que condujo a Guillermo II a intentar aislar a Francia en Marruecos con el fin de romper la Entente Cordiale franco-británica, fruto de la guerra ruso-japonesa. La pesadilla alemana, que se convertiría en realidad en 1907, era la formación de un acuerdo entre Reino Unido, Francia, Rusia y Japón en Oriente Próximo—incluyendo el reparto de China—que excluyera a Alemania. El aislamiento de esta última en Asia y la reorientación de Rusia hacia el frente europeo—los Balcanes en particular—con una disposición revanchista (había que dejar atrás la humillación de la derrota ante Japón) cristalizaría en la rivalidad entre Berlín y San Petersburgo.

Concluida la guerra, tampoco Alemania sería el único país humillado por los términos acordados por los vencedores. Lo fueron asimismo Hungría o Turquía, pero también Asia en su práctica totalidad. Las demandas de vietnamitas y coreanos frente al colonialismo francés y japonés ni siquiera fueron oídas. China vio cómo las colonias alemanas en su territorio (Shandong) pasaron a manos de Japón, mientras que este último se sintió tratado como una potencia secundaria. El auge nacionalista en Asia—factor que determinaría el resto del siglo XX en la región—fue, por resumir, uno de los resultados de la primera guerra mundial y del tratado de Versalles.

Pero si se piensa en Asia en relación con la Gran Guerra es sobre todo por la aparente similitud entre el ascenso de China en la actualidad y el auge de la Alemania guillermina. Fue la unificación de Alemania lo que supuso un desafío para el sistema de equilibrio de poder amparado en la primacía británica, desencadenando en último término el conflicto. Es una China camino de convertirse en la mayor economía del planeta y con la ambición de contar asimismo con las mayores fuerzas armadas hacia 2049, quien puede potencialmente poner fin al liderazgo norteamericano del orden mundial desde 1945.

La Historia no se repite pero rima, solía decir Mark Twain. Los presidentes de Estados Unidos y de China afrontan una nueva era de transición de poder. Conmemoraciones como las de estos días sirven para recordar cómo terminaron las anteriores.

INTERREGNUM: Macron marca el camino. Fernando Delage

En enero fue Pekín, en marzo Delhi y, la semana pasada, Canberra. Los franceses no votaron a Emmanuel Macron para hacerle viajar. Pero el presidente tiene claro que, además de revitalizar las instituciones y la economía desde lo que denomina el “centro radical”, la política exterior es una variable central de su agenda. Lo es de forma natural por el concepto que Francia tiene de sí misma. Lo es también—y es lo que importa a nuestros efectos—porque los condicionantes alemanes y el suicidio británico hacen de Macron el único líder posible hoy de Europa. Y pocas cuestiones serán tan determinantes del futuro del Viejo Continente como su respuesta al ascenso de Asia y, en particular, a la irrupción del gigante chino.

El desafío es, a un mismo tiempo, económico, geopolítico e ideológico. Sólo con respecto a la primera dimensión es innegable el papel de la Unión Europea. Mayor bloque económico del mundo, la UE cuenta en este terreno con los instrumentos para articular y ejecutar una posición común. La suma de acuerdos de libre comercio que se han firmado con socios asiáticos—Corea del Sur (2011), Singapur (2012), Vietnam (2015) y, el más importante de todos, Japón (2017)—revela una decidida estrategia hacia una región a la que destina el 35 por cien de sus exportaciones y en la que es uno de los mayores inversores.

China plantea, no obstante, problemas singulares. Las dificultades de acceso a su mercado y las implicaciones de la Nueva Ruta de la Seda explican el gesto sin precedente de que todos los embajadores europeos en Pekín—salvo uno—hayan firmado un escrito denunciado la falta de reciprocidad y la opacidad de las iniciativas de la República Popular. Si lo han hecho es porque no se trata de un simple problema económico: las inversiones chinas en Europa y las implicaciones de la Ruta de la Seda también plantean un dilema estratégico. Y no puede hablarse aquí de una práctica de posiciones compartidas: ante la elección entre oportunidades de negocio y riesgos de seguridad, hay gobiernos que no han dudado en pronunciarse por lo primero, obstaculizando el desarrollo de un mecanismo comunitario de supervisión de las inversiones chinas. De manera parecida, cuando se trata de denunciar acciones chinas contrarias al Derecho internacional, como su comportamiento con respecto a las islas Spratly, o su política de derechos humanos, siempre habrá quien haga inviable una decisión. En un área de acción comunitaria que sigue siendo intergubernamental, Estados miembros como Hungría y Grecia dificultan la formulación de una estrategia de la UE hacia el que es hoy—junto a Rusia—uno de sus mayores retos.

Ante este déficit de la UE, en un contexto global en el que se agrava la pérdida de peso de Europa, Macron ha asumido las riendas. En el terreno geopolítico no ha ocultado sus reservas sobre las ambiciones chinas dirigidas a reconfigurar el espacio euroasiático y, en Australia, acaba de sumarse a la idea de un “Indo-Pacífico Libre y Abierto”; concepto diseñado por las grandes democracias asiáticas—y Estados Unidos—para equilibrar la creciente influencia china. Macron manda así la señal europea que Federica Mogherini, la Alta Representante de la Unión Europea, no puede transmitir, aunque la comparta.

No menos articulado ha sido el presidente francés en la batalla a más largo plazo por las ideas y valores políticos. Entre sus viajes a India y Australia, también visitó Washington y el Parlamento Europeo. Sus palabras en Estrasburgo recogen como pocos documentos recientes los imperativos del proyecto europeo, en unas circunstancias en que éste afronta la doble amenaza interna de populistas y neonacionalistas, y externa de grandes potencias enemigas de la democracia. En la semana que celebramos el Día de Europa, reconozcamos que el Derecho y la retórica multilateralista no son suficientes para sostener una influencia global. La rivalidad geopolítica y la competencia entre distintos modelos de orden político definirán el sistema internacional del siglo XXI. Un político francés de 40 años está marcando el camino. Confiemos en que haya un número suficiente de gobiernos europeos dispuestos a seguirle. (Ilustración: Shinichi Imanaka, Flickr)

Macron, Merkel, dos nombramientos y mucho teléfono. Nieves C. Pérez Rodríguez

Cuantiosas sonrisas, muchos abrazos, numerosos gestos de complicidad, incluidos intercambios de besos —algo que no se estila en la cultura estadounidense, en general, pero sobre todo inusual entre hombres— así como un despliegue de glamour, fueron los detalles formales más sobresalientes de la visita de Enmanuel Macron y su mujer a Washington. Trump no escatimó halagos, así como Melania Trump no ahorró detalles para dejar una imagen impecable de la visita, con cenas exquisitas que rompen con la tradición extendida en la Casa Blanca de sencillez y austeridad, más típica de la auténtica cultura estadounidense. Una suntuosa ceremonia de bienvenida, al más al puro estilo europeo, hicieron brillar a Macron con esplendor en la capital de Estados Unidos.

Faysal Itani, experto del Atlantic Council analizó la visita y remarcó la buena relación entre ambos líderes como un elemento clave. El hecho de que Trump sienta gran empatía y admiración por Macron podría resultar en un mayor compromiso de Washington en Medio Oriente, contra lo que la Administración Trump parece estar planeando. Macron podría conseguir que Estados Unidos se comprometa a mantener una presencia militar a largo plazo en la Siria post ISIS para evitar que Irán llene el vacío. Sin embargo, no hay que perder de vista que Mike Pompeo (nuevo Secretario de Estado, recientemente ratificado por el Congreso) y John Bolton (consejero en Seguridad Nacional) son beligerantes contra esa idea. No obstante, hay analistas que piensan que el pragmatismo de Pompeo le hará ver lo estratégico que es para Estados Unidos mantener su presencia en esa región.

Por su parte, Margaret Brennan, corresponsal para CBS News en una tertulia la semana pasada, que tuvo lugar en el Centro Estratégico de Estudios Internacionales, planteaba que para tener más claridad sobre la línea internacional que seguirá Pompeo, hay que esperar a que nombre a su equipo. Una vez que sepamos los nombres podremos hacer una mejor predicción del rumbo que realmente tomará la política exterior estadounidense, sobre todo en el Medio Oriente.

En este foro también se planteó la importancia de que se respete el acuerdo con Irán, sin descartar que podría hacerse ajustes, tal y como apuntó Macron, para dar una imagen de confianza a Corea del Norte, y que los grandes encuentros históricos que están teniendo lugar, como fue el del presidente Moon —Corea del Sur— y Kim Jon-un —líder de Corea del Norte—, y el que se llevará a cabo pronto entre esté último y Trump, lleguen a dar frutos, basados en la confianza y el respeto de lo que allí se acuerde.

La Canciller alemana, Angela Merkel, también pasó brevemente por la Casa Blanca, y, según Christoph Von Marschall, miembro del “German Marshall Fund of the United States”, este encuentro fue mucho mejor que el anterior entre ambos dirigentes. Ella no es una persona con la se puede tener una relación kinestésica, pero el lenguaje corporal de ambos fue más amigable, afirmó.  A pesar de que no existe empatía entre ellos, al menos esta vez Trump actuó más como un jefe de Estado, defendió sus puntos, entre los cuales remarcó que los países europeos deben pagar más por la OTAN e insistió en la  disparidad comercial “desleal” entre Estados Unidos y Alemania, dando una cifra de 50 millones de dólares de déficit en componentes de automóviles, a la que Merkel replicó diplomáticamente que las marcas alemanas también producen vehículos en los Estados Unidos, que son exportados a otras partes, y que ello contribuye a crear empleo doméstico. Al menos, Trump le elogió su apoyo y presión a Corea del Norte para sentarse en la mesa de negociación sobre el desmantelamiento nuclear.

El gran ganador de Washington la pasada semana fue sin lugar a dudas Macron, quién reforzó su imagen de líder internacional que traspasa las fronteras europeas, capaz de fascinar hasta a uno de los líderes más controvertidos del momento, como es Trump. Incluso se presentó en el Congreso estadounidense con un discurso que responde a los deseos de la mitad de los ciudadanos de este país, sobre la necesidad de un mayor compromiso internacional y de la importancia de mantener el liderazgo en el mundo hasta en el área ambiental, refiriéndose a la abrupta salida de Trump del Acuerdo de París.  En contraste con la visita de la Canciller alemana en la que la frialdad y cero empatías no se disimularon ni siquiera durante la rueda de prensa que tuvo lugar en la Casa Blanca.

Todo esto mientras Trump libera una batalla doméstica para que le aprueben su secretario de Estado (que consiguió) y el de los Veteranos, que abrió otro debate paralelo sobre el alto precio que están pagando muchos de los personajes que han trabajo para él o que activamente siguen estando en su círculo.

En Washington se cerró la compleja semana con llamadas telefónicas del presidente surcoreano Moon a Trump, dando el parte del encuentro que tuvo lugar en la península coreana, mientras se concretó el lugar y el día del encuentro entre Kim y Trump (de acuerdo a un tweet del propio Trump inexplícito), y otra llamada de Trump al primer ministro japonés, en el que le informó sobre dichos avances.

Esperemos que todos éstos avances continúen inspirados genuinamente en la paz y el bienestar de los implicados y no en un juego político del líder norcoreano para ganar tiempo y que se le disminuyan las duras sanciones. (Foto: Flickr, Leo Reynolds)

INTERREGNUM: Oportunidades europeas. Fernando Delage

Las ambiciosas iniciativas financieras, comerciales y de infraestructuras chinas—del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras a la Ruta de la Seda—y la política proteccionista de la administración Trump constituyen un notable desafío al orden internacional liberal creado por Estados Unidos y los países europeos tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Sin pretender desmantelar en su totalidad dicho orden, Pekín busca su reforma para reorientarlo a su favor. Washington sí defiende el abandono del sistema económico multilateral—no el de seguridad—pero sin proponer más alternativa que la defensa de sus intereses nacionales bajo el discurso de “America First”.

Ambos factores han obligado a reaccionar a aquellos otros actores—como la Unión Europea y Japón—que defienden el libre comercio y un orden basado en reglas como claves de la prosperidad y la estabilidad global. En defensa de esos principios, Bruselas y Tokio han encontrado por fin la oportunidad de sustituir las declaraciones retóricas de cooperación de tantos años y la colaboración puntual en distintos asuntos de la agenda mundial y regional, por una relación estratégica con verdadero contenido.

La elección de Trump, el Brexit, y la creciente preocupación compartida por ambos sobre las implicaciones de la creciente proyeccion china explican, en efecto, que, tras años de negociaciones, el pasado mes de diciembre la UE y Japón concluyeran dos acuerdos paralelos—de libre comercio y de asociación estratégica—que pueden elevar sus relaciones a un nuevo nivel. Sus intereses y valores políticos comunes reclamaban este acercamiento en unas circunstancias de incertidumbre internacional. Este último contexto exige, no obstante, que Europa—como ya está haciendo Japón—desarrolle una mayor ambición geopolítica y geoeconómica. Es una demanda que deriva asimismo de un tercer actor—Rusia—, pero que le acerca igualmente a otro protagonista en Asia con el que Tokio ya está construyendo una relación de gran potencial: India.

La reciente visita a Delhi del presidente francés, Emmanuel Macron, ha pasado prácticamente inadvertida en nuestros medios. El interés de París por el gigante de Asia meridional es revelador, sin embargo, del papel económico y estratégico en ascenso de este último. La firma de 14 acuerdos y de contratos por valor de 16.000 millones de dólares—incluyendo la venta de 36 cazas Rafale y seis submarinos de la clase Scorpene—, revela las ambiciones diplomáticas de Macron—así como la acelerada pérdida de influencia británica—pero también supone un reconocimiento de lo que, como mayor democracia de Asia, India puede aportar a los europeos. La negociación de un acuerdo de libre comercio entre Bruselas y Delhi avanza con dificultad, y las autoridades indias no terminan de comprender la complejidad de la estructura institucional comunitaria, de ahí que prefieran dialogar bilateralmente con los grandes Estados miembros de la UE.

Lo relevante, en cualquier caso, son las oportunidades que se abren a Europa para multiplicar sus opciones y socios estratégicos en esta era de redistribución de poder. ¿Cobrará forma en el futuro un triángulo Bruselas-Delhi-Tokio que, de un extremo a otro de Eurasia, equilibre un espacio chino-ruso? En buena medida dependerá de la estrategia que adopte un Washington post-Trumpiano, pero la defensa de los intereses y valores europeos no puede limitarse a esperar. (Foto: Steve De Jongh, Flickr)

¿Macron como alternativa?

Los recientes escenarios internacionales, y Davos no ha sido una excepción, han visualizado como Francia, con la retirada de Gran Bretaña de la UE y una Alemania titubeante en el escenario internacional por sus deudas con la Historia, está imponiendo cierto liderazgo europeo, bandera europea con intereses franceses, en la escena. Y esto ante una complacencia poco crítica de muchos, fascinados por la personalidad del presidente Enmanuel Macron.

Pero se debería ver más allá de las palabras. En Davos, Macron y Merkel han hecho buenos discursos contra el proteccionismo que deben ser aplaudidos. Pero no debe perderse de vista que durante el año pasado Francia utilizó en varias ocasiones el poder del Estado para vetar algunas inversiones extranjeras en empresas francesas, viene defendiendo obstáculos en abrir la PAC (política agraria común) de la UE, y frena, con la alianza tibia de España, la llegada de productos norteafricanos a los mercados europeos. La afirmación, desde medios gubernamentales franceses, de que “Francia está de vuelta” no parece muy lejos de afirmaciones como “América fuerte otra vez” que suenan desde el otro lado del Atlántico.

En la misma línea sorprende el relativo optimismo con que se ha acogido la frase del presidente Trump en Davos de “América primero pero no sola”. Ciertamente sugiere voluntad de negociar mayor que hace unos meses, pero de momento no cambia su estrategia de construir una fortaleza contra la globalización salvo en lo que beneficie los intereses a corto plazo de EEUU.

Concretamente en el área Asia-Pacífico, Francia, como otros, está muy interesada en acuerdos comerciales con China para beneficios bilaterales y lleno de medidas cautelares que protejan sus mercados respectivos, aunque presentados en coincidencia con el cómodo discurso chino de control interno para competir en el exterior.

Francia nunca ha sido precisamente un enemigo del proteccionismo ni del unilateralismo, como bien ha demostrado en sus políticas africanas. Sólo que las ha presentado como políticas europeas cuando en realidad eran, y son, francesas. Y Macron no sólo no ha rectificado ese rumbo, sino que lo está robusteciendo.

La paradoja iraní

La crisis en Irán, en la que las manifestaciones populares contra el régimen teocrático convergen contra el presidente Rohani con el sector más duro del régimen que acusa al Gobierno de blando y conciliador, está creando una curiosa paradoja. Mientras se deterioran las relaciones del régimen con amplias capas de la sociedad se fortalece la relación exterior del Gobierno con Europa, Rusia y otros países ante la presión de Donald Trump para modificar el tratado nuclear con Teherán y el temor a que una desestabilización aumente la inestabilidad regional. Y todo eso se desarrolla cuando la pugna entre Teherán y Ryad, paladines respectivamente de chiitas y sunnies, está atravesando el mundo árabe y marcando la política exterior y los intereses nacionales de cada país.

Una vez más, EE.UU. y la Unión Europea, en este caso con Francia a la cabeza, aparecen con posiciones divergentes frente al inestable espacio geoestratégico de Oriente Medio. Emmanuel Macron está aprovechando la ventana de oportunidad que la errática política de EEUU abre e, indirectamente, coincide (como en otros tiempos) con la estrategia rusa de fortalecer sus lazos y su presencia en la zona, cosa que Putín parece estar consiguiendo.

Sin embargo, el pragmatismo basado en el mal menor tampoco lleva directamente al éxito. Irán tiene una estrategia a largo plazo de constituirse en potencia nuclear con dos objetivos en el punto de mira: Arabia Saudí y sus aliados sunníes, e Israel, país al que constantemente amenaza con destruir en sus discursos oficiales. El actual convenio con Irán no frena esta estrategia, sólo la aplaza, y no da ninguna garantía a la única democracia existente en la zona: Israel. Así, Arabia saudí está desarrollando sus propios planes de dotarse de armamento nuclear con apoyo técnico de Pakistán y fortaleciendo sus alianzas contra Teherán. E Irán, por su parte, trata de convertir la previsible victoria total de Bashar al-Ássad en Siria en el establecimiento de una potente cabeza de puente directamente frente a Israel. Y Macron debería meditar sobre el conjunto y no exclusivamente en el interés nacional de Francia, que no es necesariamente en de todos los países europeos.

China, Estados Unidos y la trampa de Tucídides. Miguel Ors Villarejo

En su Historia de la Guerra del Peloponeso, Tucídides atribuye el conflicto al temor que la creciente preponderancia de Atenas inspiraba en Esparta. “Introdujo en la historiografía la noción de que las contiendas tienen causas profundas y que los poderes establecidos están trágicamente condenados a atacar a los emergentes”, escribe el catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad de Pennsylvania Arthur Waldron. Esta tesis, bautizada como trampa de Tucídides, “es brillante e importante”, observa, “pero ¿es cierta?”

Ni siquiera en el caso del Peloponeso. La literatura sobre la materia es amplia y concluyente: los espartanos no estaban interesados en pelearse con nadie. “Instalados en el oscuro sur”, escribe Waldron, “llevaban una sencilla vida campestre. Usaban trozos de hierro como moneda y comían sus alubias cuando no estaban adiestrándose para el combate”. Su rey Arquídamo II hizo lo que pudo para evitar el enfrentamiento y, solo cuando los atenienses se negaron a levantar el embargo a Mégara, invadió el Ática.

La trampa de Tucídides ha sido desmentida en infinidad de ocasiones. ¿Desató Rusia las hostilidades contra Japón en 1905? No. Fue Japón el que le hundió la flota al zar. ¿Adoptó Washington medidas preventivas contra Tokio en 1940? No, fue Tokio el que ocupó Indochina, firmó el Pacto Tripartito con el Eje y bombardeó Pearl Harbor. ¿Y agredieron Francia y Reino Unido al Tercer Reich? No, fue Hitler quien se anexionó Alsacia, los Sudetes, Austria y Polonia.

A pesar de toda esta evidencia, Waldron se queja de que la profesora de Harvard Graham Allison inste a Washington en Condenados a la guerra a hacer concesiones a Pekín para no sucumbir, como Esparta, a la trampa de Tucídides. Waldron dedica a Allison todo tipo de lindezas. Dice que sabe poca historia de China y que su libro es desconcertante y farragoso, y es obvio que la mujer no se ha documentado lo suficiente sobre cómo funciona la dichosa trampa, pero, en el fondo, ¿qué más da quien abra las hostilidades? Se trata de preservar la paz, y la emergencia de nuevos poderes genera siempre tensiones insuperables. ¿O no?

En realidad, la irrupción de una potencia no tiene por qué terminar en un Armagedón. Imaginen, dice Waldron, que un grupo de naciones formara una coalición cuyo PIB y territorio fuesen mayores que los de Estados Unidos y capaz de movilizar a casi dos millones de soldados. ¿Lo consentiría la Casa Blanca? La trampa de Tucídides sostiene que no, pero los hechos dicen que sí: es la Unión Europea.

“No culpen a Allison”, escribe Waldron con condescendencia. El problema es la ignorancia sobre China, que ha alentado una “plétora de fantasías, algunas pesimistas y otras absurdamente radiantes”. Los asuntos internacionales son más tediosos y no se gestionan con golpes de efecto (hostiles o amistosos), sino mediante una sorda labor diplomática. “La razón por la que las ciudades estado griegas […] habían vivido en paz [hasta la Guerra del Peloponeso]” fue “la red de amistades que establecieron sus líderes”. Por desgracia, “la peste mató a Pericles, el hombre clave de esta maquinaria”, “las pasiones se adueñaron [de Atenas]” y “la lucha se reanudó con redoblada fiereza”.