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Trump, Corea, Tillerson, y un estilo de gobernar Nieves C. Pérez

Washington.- Muchos análisis se han hecho sobre lo controvertido del presidente Trump y sus formas; pero haber despedido al secretario de Estado a través de un tweet parece ser excesivo, incluso para él.  Se conocían un par de incidentes entre los dos personajes. Se sabía que no eran cercanos, y que desde finales del año pasado esas diferencias llevaron a Rex Tillerson a firmar su renuncia, que, por otra parte, valga acotar, adelantamos en esta columna y 4Asia dio en exclusiva a pocas horas de haber sucedido. Sin embargo, Trump decidió desmentirlo y continuar con Tillerson por unos meses. Seguramente en su afán de demostrar que la información que se filtró a la prensa formaba parte de “Fake news” (o noticias falsas) como ha repetido hasta el cansancio, y que en cada oportunidad intenta demostrar.

Pero todo tiene un fin, incluso enmascarar las verdades.

Hace unos días, mientras representantes de Corea del Sur sostenían reuniones con homólogos en la Casa Blanca – en las que de acuerdo a fuentes consultadas, debió estar el consejero de Seguridad Nacional, por ser él el mayor responsable en ésta materia-, Trump supo que estaban allí.  Para quienes conocen el ala oeste de la Casa Blanca, saben que es realmente pequeña y que la oficina de dicho consejero queda a muy pocos pasos del despacho oval, por lo que pudo ser que el presidente pasara enfrente o simplemente escuchó que estaban allí, y los mandó a llamar. Los surcoreanos le transmitieron a Trump la disposición de Kim Jon-un a reunirse con él. Valga apuntar, que el encuentro entre los surcoreanos y Trump estaba agendado para el viernes. Lo que, en su atropellado e impulsivo proceder, le llevó a la sala de prensa de la Casa Blanca y transmitió casi en tiempo real a la prensa su intención de aceptar la invitación del líder norcoreano.

No sólo el mundo se quedó atónito, sino también quienes trabajan día a día a su lado. Su ego o tal vez su forma natural de vivir, y/o, en este caso, gobernar, como un reality show, le pudo en ese momento y decidió que esa exclusiva debía darla él mismo, y, de camino, quedarse con todos los méritos.

Mientras este temporal tenía lugar en la Casa Blanca, Rex Tillerson estaba de visita oficial en Etiopia, y fue preguntado por un periodista sobre el anuncio que su jefe acababa de hacer desde Washington al que el secretario de Estado, no informado (por la prontitud del anuncio) respondió diciendo “estamos lejos de negociaciones con el régimen de Corea del Norte y no sabemos cuándo se podrá acordar un encuentro”, manteniendo la línea oficial vigente hasta hacía minutos.

El día después Tillerson cambió su tónica y afirmó que la decisión del encuentro no fue una sorpresa, en un fallido intento de remediar lo ocurrido.

Otro elemento particularmente curioso de esta semana ha sido que una vez que Trump despide con un tweet a Tillerson, el viceministro del Departamento de Estado, Steve Goldstein, fue también sacado de su posición, una vez que hizo público un comunicado de prensa y haber twiteado, palabras que, explicaba, venían de Tillerson, “El secretario de Estado no habló con el presidente esta mañana y no estaba al tanto de las razones. Pero está agradecido de la oportunidad de haber servido, y sigue creyendo que el servicio público es noble”. Esta afirmación dejó al descubierto a la Casa Blanca, que aseguraba que Tillerson había sido informado anticipadamente.

De acuerdo con fuentes cercanas al Departamento de Estado, los diplomáticos estadounidenses en el exterior recibieron instrucciones precisas de no publicar ese comunicado en las páginas oficiales de las embajadas. Algo que sorprendió mucho, pues lo natural es precisamente lo contrario, que se le dé difusión a los comunicados.

El ambiente alrededor de Trump es gris. Los cambios de rumbos son constantes. No se visualiza una claridad de gestión, y esto transciende la política exterior y salpica al Departamento de Estado. Mike Pompeo, el elegido para sustituir a Tillerson cuenta con más que experiencia política y credenciales y cuenta con la atención y el respeto de Trump, al menos de momento. Y eso podría ser clave en la gestión de la política exterior y de la imagen que proyecta Washington en el exterior.

Se esperan más sustituciones en el círculo cercano de Trump. Ahora hay rumores de que HR McMaster, un alto asesor en materia de seguridad nacional, también será reemplazado, por no haber estado en total sintonía con la cabeza de la Casa Blanca.

Trabajar en cualquier administración es un reto que lleva consigo mucho sacrificio personal y compromiso. Pero formar parte de la Administración Trump debe ser mucho más complejo, porque al gran esfuerzo, las largas horas y a la responsabilidad, hay que añadir los prontos del Presidente, que marcan una parte importante de la agenda. Y cualquier opinión que no esté del todo alineado con la de Trump se convierte en una razón para ser sustituido. O sea, que Estados Unidos se esta manejando a día de hoy más como un negocio personal que lleva su apellido al más puro estilo de los hoteles y pisos de lujos de Trump, que como una nación con una larga tradición institucional. (Foto: David Brossard, Flickr)

INTERREGNUM: Trump-Kim: ¿Cumbre Trampa? Fernando Delage

La aceptación por parte del presidente Trump de la propuesta del líder norcoreano, Kim Jong-un, transmitida por un emisario de Seúl, de un encuentro personal entre ambos ha sido recibida con gran expectación, pero también con considerable escepticismo. Sin descartar que la cumbre no llegue a celebrarse, las dudas tienen que ver con el formato y con los términos de la negociación, sin olvidar las consecuencias que tendrá para uno y otro líder no llegar a ningún acuerdo.

Una primera reserva tiene que ver, en efecto, con el visto bueno a una reunión al más alto nivel, cuando la práctica diplomática dicta la conveniencia de un encuentro de este tipo cuando se trata de formalizar un pacto negociado entre sus respectivas administraciones con carácter previo. La manera impulsiva en que Trump aceptó la propuesta puede volverse contra él si—de celebrarse la cumbre—vuelve de ella con las manos vacías, enquistando el conflicto. A quien beneficia el efecto propagandístico es de momento a Kim, como promotor de la iniciativa.

Lo relevante, con todo, es el contenido de la discusión. ¿Realmente está Corea del Norte dispuesta a renunciar a su armamento nuclear? Si lo está, ¿qué quiere a cambio? ¿Puede Washington dárselo? Una declaración de no agresión parece factible, pero ¿lo considerará Pyongyang suficiente como precio de la desnuclearización? Si Corea del Norte exigiera a cambio la retirada militar norteamericana de Corea del Sur, ¿podría Estados Unidos ceder? Plantear preguntas como éstas en la actual Casa Blanca tiene un coste, como bien prueba la destitución de Rex Tillerson como secretario de Estado.

No debe olvidarse, por lo demás, el contexto regional. Todo apunta a que el gobierno surcoreano ha desempeñado un importante papel en la gestión del encuentro, que parece confirmar a priori la apuesta del primer ministro Moon Jae-in por reanudar el acercamiento diplomático a Pyongyang interrumpido por la administración anterior. Los movimientos chinos son, por otra parte, la variable quizá más interesante—y desconocida hasta la fecha—de este desenlace. La sorpresa de Japón por la aceptación de Trump puede acrecentarse aún más en las próximas semanas. El presidente norteamericano, que se define ante todo como un “deal-maker”, quiere resolver un problema. Pero quizá no sea del todo consciente de que no todas las claves de la solución se encuentran en Pyongyang. Tampoco de que Corea del Norte no constituye el centro de los intereses de Estados Unidos en una Asia que, casi a espaldas de Washington, está construyendo un nuevo orden. (Foto: Travis Vadon, Flickr)

¿La mano dura, a pesar de las torpezas de Trump, estará dando resultados? Nieves C. Pérez Rodriguez

Washington.- Desde que Moon Jae-in se convirtió en presidente de Corea del Sur el pasado mayo, se abrigaba la esperanza de que, con su llegada, llegarían tiempos de cambios y más negociación con Corea del Norte. Moon tiene una larga experiencia en la negociación de éste incrustado conflicto y una reputación conciliadora. Por eso se contemplaba la posibilidad de alcanzar algún camino de salida a la crisis.

La prueba de esto la vimos previa a los Juegos Olímpicos. Fue Moon quién medió para que Corea del Norte participara, y quien haciendo uso de tácticas diplomáticas sentó en el palco presidencial al vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, a tan sólo 3 sillas de la hermana de Kim Jon-un. Y ahora también es gracias a él y la vía diplomática que ha abierto con Pyongyang que se ha conseguido que el líder norcoreano acepte un encuentro con Trump para negociar la situación, al que su impulsividad natural le apresuró a hacer público, incluso antes de consultar y/o informar al Departamento de Estado.

Bill Clinton fue el anterior presidente que consideró seriamente viajar a Pyongyang y sentarse a negociar con Corea del Norte a finales del 2000. Visita que no se materializó debido a que, en la avanzada presidencial, la entonces secretaria de Estado, Madeleine Albright, discutió con Kim Jong-il sobre la posibilidad de que se deshicieran de los misiles que poseía hasta ese momento, concesión que los norcoreanos no aceptaron. Aun cuando estaban dispuestos a dejar de vender misiles y parar el avance de su carrera misilística.

Posteriormente, en la Administración George Bush los esfuerzos se centraron básicamente en continuar con la política Clinton, y Colin Powell, el secretario de Estado de ese momento, consiguió unificar “the six party talk”, o el grupo de los seis, conformado por Estados Unidos, las dos Coreas, Japón, China y Rusia, grupo de negociación multilateral creado en 2003 con el objetivo de desmantelar el programa nuclear de norcoreano. Pero que pereció en 2009, en cuanto que Pyongyang se retiró, según Kelsey Davenport, director de política de no proliferación.

La Administración Obama, a pesar de su explícita apertura a dialogar e intentar conciliar posiciones con los enemigos se mantuvo en una posición similar a sus antecesores ante la crisis coreana. Aunque Hillary Clinton, como secretaria de Estado, visitó Corea del Norte para conseguir la liberación de unos presos estadounidenses a cambio de ayudas y concesiones al régimen. Lo que marca una vez más una diferencia con la Administración Trump, qué desde el principio ha sido directa y ha jugado a la confrontación con Pyongyang más que a la negociación. Trump es un presidente cuya espontaneidad e imprudencias parece haberle puesto en una situación favorable, al menos en este momento. Así, mientras, las maniobras militares estadounidenses y surcoreanas siguen llevándose a cabo y las sanciones seguirán vigentes.

Kim Jon-un no es irracional, por el contrario tienen una estrategia perfectamente definida que consistiría en afianzar su capacidad nuclear para conseguir precisamente esto, que los tomaran en serio y poder negociar en el momento que a ellos les ha venido bien, según Suzanne DiMaggio (directora del dialogo entre USA y Corea del Norte) y la que hizo posible el primer encuentro en mayo del 2017 en Oslo entre representantes de la Administración Trump y del Régimen norcoreano).

DiMaggio afirma también el hecho de que Trump aceptara la invitación a reunirse, pone en ventaja al régimen de Pyongyang. Es lo que han querido durante años, un encuentro con líderes democráticos del primer mundo. Estados Unidos ha aceptado sin haber conseguido nada a cambio.

Washington sigue con una política exterior difusa. Por un lado, sigue sin tener embajador en Seúl. El mejor candidato, Victor Cha, el americano con más conocimiento y experiencia en la península coreana según muchas fuentes, ex asesor de Bush además de profesor de Georgetown, fue descartado por la Casa Blanca, porque se opuso en una reunión a un ataque militar a Corea del Norte. Cha contaba con el plácet de Seúl para ser embajador, incluso antes de haber sido solicitado por Washington. Mientras que el secretario de Estado, Rex Tillerson, admitía desde África que no sabía de los avances con Pyongyang. Todos estos cambios son una muestra de la manera de ejecución de esta Administración, la desconexión entre la Casa Blanca y el Departamento de Estado.

Sin embargo, sentarse a hablar en diplomacia es siempre positivo, es la vía deseada que podría alejar las confrontaciones o, al menos de momento, una salida militar que traería tragedia y dolor. Pero no podemos dar por hecho el encuentro; con el carácter volátil de cada uno de los personajes en ambos lados del Pacífico hay que esperar a ver cómo evolucionan los preparativos a tan esperado momento, y sobre todo si desde éste lado, Trump no dice alguna imprudencia que acabe dándole la coartada al adversario para cancelar el encuentro. (Foto: Mark Scott Johnson)

Cerrando el primer año de Trump en la Casa Blanca. Nieves C. Pérez Rodríguez

Tillerson nombra una nueva vice secretaria para Asia antes de las campanadas del fin de año

Es oportuno cerrar el año haciendo una revisión de lo que ha sido la política exterior de la nueva Administración estadounidense a casi un año de haberse estrenado en el poder. No cabe duda de que muchas de las afirmaciones hechas en campaña electoral por el entonces candidato Trump se han mantenido y han moldeado las líneas principales del tambaleante Departamento de Estado, que ha sido la gran víctima del conservadurismo del presidente y de la marca de Rex Tillerson, con su novedosa (aunque no tan positiva) reestructuración de la institución.

Sin embargo, ha sorprendido favorablemente el reciente nombramiento de Susan Thornton como vicesecretaria de la oficina para los asuntos de Asia – Pacifico. Se trata de una funcionaria de carrera del Departamento de Estado desde 1991, y con una extensa experiencia de más de veinte años trabajando en temas soviéticos y asiáticos. Abre la esperanza a una relativa línea de continuidad en la institución, más del estilo al que estábamos acostumbrados.

Trump asumió el poder poniendo el énfasis en hacer América grande de nuevo, y parece que todos los esfuerzos de su Administración se han enfocado en ese punto. Siendo la política exterior la gran olvidada y sobre todo dejando la influencia estadounidense en el mundo relegada. Incluso por momentos, nos da la sensación que se le ha puesto la alfombra roja a líderes como Xi Jinping para que el rol de líder global. Probablemente las constantes críticas de los medios hacia la inexplicable reforma del Departamento de Estado, los inapropiados tweets del presidente en temas internacionales y las afirmaciones de que Tillerson ya ha firmado la carta de renuncia, y que marchará a principios de próximo año, fueron lo que motivaron al secretario de Estado a publicar una carta a mediados de la semana en el New York Times titulada “Estoy orgulloso de nuestra diplomacia”.

El todavía secretario, en este documento, hace un balance de los grandes retos que ha enfrentado Estados Unidos en materia exterior durante el 2017, en los que nombra a Corea del Norte, China y Rusia y los esfuerzos por acabar con el terrorismo internacional.

Se extiende en el caso de Corea del Norte, explicando que Trump abandonó “la fallida política de paciencia” cambiándola por una de presión internacional que ha incluido sanciones económicas severas, impuestas a través de Naciones Unidas, consiguiendo neutralizar alrededor del 90% de los beneficios de las exportaciones del régimen de Pyongyang, con el que financian su ilegal desarrollo armamentístico, cuyo objetivo final es presionarlos para que abandonen el programa nuclear y de misiles. Esta estrategia ha estado centrada en persuadir a China de ejercer su influencia sobre el régimen de Kim Jong-un para que abandonen su carrera armamentística. A la vez, explica que el violento desarrollo económico y militar chino requiere poner atención en el tipo de relación que Washington establecerá con Beijing en los próximo 50 años.

Todas estas afirmaciones están en total congruencia con la Estrategia de Seguridad Nacional que ha sido desvelada por Trump hace unos días y que fue moldeada por los más altos asesores que componen su gabinete (National Security Council / NSC). Lo que nos lleva a la conclusión de que  Tillerson está haciendo un gran esfuerzo por dejarnos una buena imagen de su gestión como secretario de Estado y de su relación personal con el presidente Trump (que en esta misma columna, ya hemos afirmado que no es distendida o cercana, a razón de un par de altercado personales).

De ser sustituido Tillerson por Mike Pompeo, como adelantó 4Asia que ocurrirá, el número de militares en posiciones claves en esta administración seguiría en aumento, lo que debilitaría o alejaría, según algunos expertos, las posibles soluciones diplomáticas en los conflictos globales en los que intervenga Estados Unidos. Pues incluso el secretario de Defensa, es un militar, hecho que rompe con la regla. Y si a James Mattis se le une un Mike Pompeo en una reunión en la oficina oval asesorando al presidente, es poco probable que la valoración de las opciones no pase preferentemente por las respuestas militares, sólo por deformación profesional.

Ahora, la esperanza de muchos, se centra en figuras como Susan Thornton, quien puede desde su posición, (una vez ratificada por el Senado) aportar su experiencia a mejorar o al menos apostar por las vías diplomáticas a los complejos conflictos en Asia, sobre todo en conseguir algún tipo de acuerdo con Pyongyang, que nos aleje en todo lo posible de un desafortunado ataque.

Fotografía: Thomas Hawk

Corea del Norte como catalizador

Donald Trump no parece un buen gestor de recursos humanos. Desde que llegó a la presidencia sus asesores, sus colaboradores, los altos cargos nombrados por él y el entramado de gestión ha sufrido bajas y altas fulminantes, no todas suficientemente explicadas que han provocado seísmo en la Administración por la incertidumbre que provocan esos cambios constantes y aparentemente sin sentido. Y a la vez, como han venido subrayando en esta página nuestros colaboradores, demostrando una parálisis en nombramientos en el Departamento de Estado y, lo que es más grave, en la definición de líneas estratégicas estables en la política exterior respecto a áreas tan sensibles como Siria y todo Oriente Medio y la zona de Asia-Pacífico.

Como informamos en esta edición, Rex Tillerson, próximo a un relevo por su falta de entendimiento con Trump como adelantó 4Asia, ha hecho declaraciones los últimos días señalando la importancia de abrir conversaciones, que no negociaciones, con Corea del Norte para serenar la tensa situación. Ya discutir la forma de la mesa en la que sentarse, o definir dónde reunirse, sería un avance, ha señalado con razón el secretario de Estado, y añadido que unas conversaciones probablemente entrañarían una tregua tácita de ensayos de misiles o de nuevos despliegues, al menos mientras se habla, y esto ya  sería un avance, ha dicho.

Es seguro que Corea del Norte quiere hablar porque busca un reconocimiento como potencia nuclear, aunque es más dudoso que vea este proceso de la misma manera que Tillerson. Y, al mismo tiempo, existe una duda razonable sobre si las palabras de Tillerson son exactamente un encargo de Trump o un intento autónomo de despedirse de su cargo como hombre que ha tenido iniciativas destacadas. En cualquier caso, sigue una lucha por el poder en la Administración estadounidense en la que los continuos cambios del presidente sirven de acicate y Corea del Norte y la tensión es un buen instrumento para situarse en un escenario en el que todo es posible.

Si no fuera porque un eventual conflicto tendría graves consecuencias, el panorama sería divertido. Mientras, el presidente sigue sin definir claramente el papel que quiere para EEUU en los grandes conflictos y juega al ajedrez con su entorno.

Washington: Navidad en las decoraciones; el espíritu está ausente. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- A mediados de la semana pasada veíamos un Secretario de Estado que finalmente asumía su rol y expresaba con la fuerza que le da su posición que “Estados Unidos estaría dispuesto a dialogar con Corea del Norte”. La prensa por un momento se sintió en los EEUU de siempre, donde la cabeza del Departamento de Estado tenía voz y la usaba, hablaba y se le oía y, por si fuera poco, decía algo concreto sobre la situación más compleja que enfrenta la Administración Trump.

¡Reunámonos! Fue la invitación directa que hizo, “podemos hablar de establecer plazos, e incluso de que tipo de mesa usar”, en un tono más jocoso, “si negociamos en una mesa redonda o una cuadrada, o tal vez sobre el estado del tiempo, si eso es lo que ellos prefieren. Pero al menos deberíamos sentarnos y vernos las caras los unos a los otros”. Y fue aún más allá afirmando que realísticamente entiende que Pyongyang no va a parar su programa nuclear, después de los avances que han hecho y lo que han invertido. Lo que a su vez lo lleva a explicar que, de llegar a una especie de mesa de dialogo, Kim Jung-un entenderá que habrá que parar los ejercicios y las pruebas de misiles. Esta apertura en negociar con Pyongyang, marca un antes y un después en la política exterior de Trump.

De acuerdo con el embajador Joseph Detroni, comisionado para el grupo de conversaciones de Seis Partes (The Six Party Talks, por su nombre en inglés) que fue creado en el 2003, por Estados Unidos, China, Corea del Norte, Corea del Sur, Japón y Rusia; las palabras de Tillerson son, en su opinión, la única salida posible a la bloqueada situación. Detroni valora muy positivamente la posición del secretario de Estado, porque podría abrir una salida real, y con la condición lógica de que mientras se conversa no puede haber intimidaciones a través de lanzamientos ni pruebas nucleares, como una prueba de fe y confianza entre las partes. Y si Pyongyang se sentara en esa supuesta mesa, ese tiempo de no recurso a los lanzamientos podría llevar a negociaciones formales mientras Corea del Norte se podría beneficiar con parte de levantamiento de las sanciones.

Todo esto nos hace plantearnos una pregunta ¿Ha habido un cambio real en la política exterior de Estados Unidos hacia Corea del Norte? Según la Casa Blanca, que replicó casi inmediatamente, ¡No! Lo que nos lleva a considerar que la estrategia de Rex Tillerson se basa simplemente en usar la diplomacia, como una herramienta (finalmente) o bien, que está intentando desesperadamente mejorar su golpeada imagen de “líder sin liderazgo”, que ha permanecido bajo la sombra en la segunda posición más importante en este país, y de las primeras posiciones en el contexto internacional.

Mientras tanto, el Financial Time afirma que esta semana Trump acusará a China de “agresión económica” en el momento en el que revele su estrategia de seguridad nacional, como una estrategia que defina a China como un competidor en todos los ámbitos, lo que lo convierte en un inminente riesgo. Sigue así con la línea de la campaña electoral que quedó neutralizada con la visita de Xi Jinping a Estados Unidos y por los intentos de Trump de conseguir el apoyo de Beijing con Corea del Norte.

De establecerse oficialmente la postura anti China, los avances conseguidos en la grave situación de Corea del Norte quedarían en un despeñadero. En él, las palabras de Tillerson podrían ser la única solución posible en la que en la mesa de diálogo se juegue a conversar, y en esa tónica diplomática el mundo gane un poco de tranquilidad, porque los misiles no estarán volando por encima de las cabezas de los japoneses, lo que a la vez detiene (al menos mientras dure la negociación) los ejercicios nucleares y evita más pruebas de ensayo y error.

La diplomacia estadounidense se complica. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Hace un par de semanas en esta misma página anunciamos que Rex Tillerson será “invitado a salir de su posición”, a pesar de que Trump lo desmintiera a través de su cuenta de Twitter la semana pasada. Pudo deberse a aquel momento en el que Tillerson supuestamente usó el adjetivo de idiota para referirse al presidente, que generó tal polémica que lo llevó a dar una rueda de prensa para aclarar el malentendido seguido por otro tweet de Trump en el que con ironía decía que el secretario de Estado estaba desperdiciando su tiempo al intentar negociar con el líder norcoreano. Otro hecho curioso fue la ausencia total de una comitiva del Departamento de Estado al encuentro de mujeres emprendedoras en la India, al que asistió Ivanka Trump en representación de la Casa Blanca.

Entre hechos, dimes y diretes que circulan, una cosa queda muy clara: la diplomacia estadounidense no se encuentra en su mejor momento y Trump aviva las llamas con su anuncio de mover la embajada a Jerusalén, conmocionando la opinión pública internacional y despertando gran preocupación por la inestable y siempre compleja situación en Medio Oriente.

Con la frase “Viejos desafíos demandan nuevos enfoques”, el líder estadounidense afirma que el reconocimiento de Jerusalén como la capital de Israel no es más ni menos, “que el reconocimiento de la realidad”. Como que si todos los intentos de mantenimiento de paz en la región durante tantos años hayan sido un juego de niños. La respuesta internacional no se ha hecho esperar, con abiertas muestras de desacuerdo. Pero el problema es aún más complejo; hay que considerar que la construcción de una embajada estadounidense en cualquier lugar del planeta, lleva consigo una gran planificación que va más allá de encontrar un buen terreno y el diseño arquitectónico. Lo más complicado son los códigos de seguridad que deben respetarse, la capacidad del edificio de no ser desplomado con una bomba, o interferido con instrumentos de esos de los que los cubanos y los rusos parecen saber mucho. Lo cierto es que ya existe un consulado en Jerusalén, que cuenta con los más rigorosos y estrictos controles de seguridad, pero de ahí a conseguir la bendición de Occidente y del gobierno palestino para la movilización de la embajada hay un gran trecho.

El Departamento de Estado parece ser la gran víctima de la Administración Trump. Tillerson, en su gira por Europa, no consiguió apoyos; sin embargo, salió de la primera reunión en Bruselas afirmando que “hoy más que nunca, están en una mejor posición para avanzar los intereses estadounidenses en el mundo que hace 11 meses atrás”. Muy a pesar de que sus homólogos europeos, uno tras otro, le dejaron claro que no están a favor de replantear el acuerdo con Irán y menos con el planteamiento de trasladar la embajada a Jerusalén.

Parece que ser que Tillerson hace caso omiso de todo esto y en la misma línea de Trump mantiene el objetivo en poner a Estados Unidos primero (Make American First). Otro hecho curioso de la visita del secretario de Estado a Europa fue la falta de periodistas, ni siquiera la corresponsal para CNN en el Departamento de Estado pudo acompañarlo. Según nuestras fuentes en su propia y muy personal manera de gestionar la institución limita el acceso de los medios a giras de tal calibre.

No sólo se trata de la inexperiencia política del Secretario de Estado y de la influencia de altos cargos militares con los que se rodea Míster Trump, sino ahora también de la partida de Dina Powell del Consejo de Seguridad Nacional  (National security council / NSC) a finales de mes, debilitando aún más la diplomacia estadounidense. Cuando Powell llegó a la Administración Trump se abrió una esperanza en torno a su persona, una mujer que venía del sector financiero, de la Manhattan profunda y Wall Street, pero con la frescura necesaria para ejercer cierta influencia positiva en la política hacia medio oriente, junto con Jared Kushner (el yerno del presidente) y Jason Greenblatt. Según el Washington Post, Powell debe estar preguntándose cuánta influencia realmente tiene sobre el presidente en materia de política exterior. Sea cual sea la influencia, lo cierto es que su partida deja una cicatriz más en la golpeada diplomacia estadounidense. Que en vez de remontar parece caer en un abismo…

¿Es Trump el líder que necesita Occidente? Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Seguramente a la mayoría de los lectores les llame la atención éste interrogante, básicamente por el hecho de que tienen clara la respuesta: ¡NO! No, porque en un mundo cada día más globalizado parece no tener mucho sentido cerrarse. Sin embargo, los slogans que lo catapultaron y llevaron a ocupar la oficina oval “América Primero” o “Hacer América grande de nuevo”, contienen la clave de la estrategia de devolver a Estados Unidos la bonanza económica de los años 50 y la añoranza por la era de Reagan, que en el fondo es lo que desean los ciudadanos que lo apoyaron.

Ahora bien, para entender la proyección de Estados Unidos en el mundo, hay que ir a los responsables de las políticas económicas en Washington, que son extremadamente conservadores, a mí me gusta llamarles la troika económica trumpiana y su objetivo es el proteccionismo de la economía estadounidense. Volver a la economía de aranceles, anulación y/o sustitución de tratados internacionales multilaterales por bilaterales, como se ha hecho con el TPP y el NAFTA.
Comenzando con el representante comercial, Robert Lighthizer, quien sirvió para la administración Reagan, y se le conoce por ser el gran enemigo de los acuerdos comerciales en los que se vean comprometidos los intereses estadounidenses. Seguido por Peter Navarro, director comercial e industrial, economista y profesor de la Universidad de California, conocido por ser un acérrimo crítico de China y su impacto en la economía de Estados Unidos. Culpa al gigante asiático de que 25 millones de ciudadanos no consigan trabajos dignos o que unas 50 mil industrias hayan desaparecido. Trump le creó una oficina dentro de la Casa Blanca que sirve como conductora de las estrategias de intercambios comercial, evaluación de las manufacturas domésticas e identificador de nuevas oportunidades de empleos. Y para cerrar la troika, el secretario de Comercio, Wilbur Ross, quien ha sido un duro crítico de la caída de empleo de manufactura. Conocido por comprar industrias quebradas y convertirlas en prósperas. No cabe duda que su carácter ultra proteccionista marcará una gran diferencia con sus antecesores.
En cuanto al liderazgo internacional, la nueva dinámica de la diplomacia estadounidense es inédita. Mientras el presidente no modera su vocabulario con frases como “hombre cohete” para referirse al líder norcoreano, el secretario de Estado Rex Tillerson se ha convertido en un bombero apagafuegos de las imprudencias del presidente, y a través de reuniones a puerta cerrada intenta normalizar situaciones tensas y en la mayor parte de los casos, innecesarias. Paralelamente Nikki Haley, la embajadora de Estados Unidos ante Naciones Unidas, aumenta su zona de influencia en la diplomacia internacional y con un tono más regio ha dado pasos muy significativos, como fueron las últimas sanciones aprobadas por el Consejo de Seguridad en contra de Corea del Norte, las más severas hasta ahora, que por primera vez contaron con el apoyo de China y Rusia.
Tillerson ha despertado un gran descontento dentro del Departamento de Estado, con el bloqueo de nombramientos, la reducción a un tercio del presupuesto del mismo, o la ausencia de embajadores en 70 embajadas por el mundo. Todo esto, junto con un par de incidentes entre él y el Trump, aunado al descontento del Congreso por la gestión de ésta institución, han sido la razón por la que está en considerando su sustitución por Mike Pompeo el actual director de la CIA, hombre que se ha ganado la confianza del presidente.
La era verde duró poco en esta Administración. En el afán de Trump por acabar con los legados de su predecesor anuló el Acuerdo de Paris, a pocos días de haber ocupado la presidencia, a través de una orden ejecutiva de independencia energética, en la que entregó a Xi Jinping el liderazgo internacional en la lucha medioambiental. En esa misma línea apareció en Naciones Unidas, el foro que ha garantizado la paz y la estabilidad durante más de medio siglo, afirmando sin ninguna delicadeza que su prioridad es y será América. Y como si eso fuera poco, amenaza con la destrucción total de Corea del Norte.
En materia de seguridad, el aumento significativo del gasto de Defensa, comparativamente con la reducción del presupuesto del Departamento de Estado, contiene las claves de la prioridad de la política exterior. La respuesta de Trump en abril frente al ataque químico del régimen de Bashar el Asad marcó el cambio de rumbo. Sin embargo, no ha habido una acción de continuidad.
El aumento de más de 14.000 civiles y militares del departamento de Defensa en el Medio Oriente en los últimos 4 meses, es otra prueba de ello junto con la reciente declaración de Corea del Norte de estado terrorista, precedido por la exigencia de desnuclearización del régimen de Pyongyang, que ha sido una solicitud consistente desde que ésta administración tomó posesión, elevando con ella la importancia de Asia y sus aliados en la región.
Resumiendo, la política exterior de Washington a día de hoy se puede definir en dos puntos: 1: Hay una redefinición de la estrategia y el rol de Estados Unidos en el comercio Internacional. Y 2: Hay un cambio de diplomacia internacional y de intercambios. Tal y como comencé afirmando, la dirección del país ésta basada en políticas económicas extraordinariamente conservadoras, que a su vez marcan la proyección y el liderazgo internacional, que sin duda responden a la línea más dura del Partido Republicano, pero que en ésta ocasión están aderezadas al más puro estilo de Míster Trump: ¡Poniendo a América primero y al precio que sea!

Terremoto Trump.

Como adelantó 4Asia en una información de Nieves C. Pérez, la Casa Blanca ha confirmado el relevo de Rex Tillerson en una nueva demostración del presidente Donald Trump para hacer equipo, suscitar consensos y corregir errores. La alarma entre los veteranos de la Administración estadounidense, republicanos y demócratas, el reconocimiento del desmantelamiento del servicio exterior, la política de relaciones a golpe de twitter y los caprichos presidenciales, parecen estar a punto de ebullición y desde las filas políticas comienza a dibujarse la necesidad de algún acuerdo que permita controlar la situación. El gran problema está en que el presidente Trump conservaría intactos sus apoyos electorales, excitados por su discurso populista, simplista y falsamente auténtico.

En ese escenario hay que estar atentos a las noticias. Los círculos políticos norteamericanos son más sofisticados de lo que parece y están comenzando a mover fichas frente a la incontinencia, la precipitación y las improvisaciones presidenciales. Las declaraciones desde el FBI sobre la trama rusa, con las, al menos, poco claras maniobras de la familia del presidente, y la aparición de nuevos datos pueden llevar a problemas judiciales al propio Trump y eso es un acelerante del fuego graneado que puede esperarle durante lo que queda de legislatura.

Rex Tillerson será relevado en enero. Nieves C. Pérez Rodríguez

(Foto: db72, Flickr) Washington.- Según ha podido saber 4Asia, el Departamento de Estado estrenará nuevo secretario en enero. Desde que Trump tomó posesión de la presidencia una de las cosas más llamativas ha sido la propuesta histórica del aumento del gasto de Defensa, paralelo a la reducción considerable del presupuesto de los programas de ayuda internacional y del Departamento de Estado.

Otro elemento llamativo es el vacío que después de más de diez meses en el poder sigue habiendo en unos 400 puestos del Departamento de Estado. Esto incluye embajadores, encargados de negocios y, siguiendo hacia abajo en el escalafón, hasta lo que son puestos en cada uno de las oficinas regionales en Washington, que hacen el seguimiento de las embajadas y preparan los documentos, tanto para el Secretario de Estado como el Congreso, o el mismo presidente. Asimismo, los exámenes de entrada para nuevos diplomáticos fueron “congelados”. Y a día de hoy, la salida de Rex Tillerson del Departamento de Estado está elegantemente planificada.

El presidente Trump anunciará quien lo sustituirá y, según nuestras fuentes, todo apunta a que será Mike Pompeo.

A finales de octubre, Nahal Toosi (analista de político.com) explicaba en un artículo muy riguroso que se habían filtrado unos documentos del Departamento de Estado que documentaban como Tillerson estaba tratando de centralizar las decisiones de la política exterior,  alarmando a los diplomáticos más veteranos por la concentración de poder alrededor de su figura, y desestimando a los incontables grupos de expertos y asesores que han servido por tradición, con una larga experiencia en países y regiones del mundo.

Estos documentos son la prueba de un cambio radical en el corazón del Departamento de Estado, y la ruptura con la línea tradicional que ha manejado esta entidad en administraciones anteriores, en donde el conocimiento y la experiencia eran valoradas y tomadas en cuenta por los secretarios de Estado, a pesar de que éstos trajeran consigo personas externas para hacer equipo.

Los diplomáticos estadounidenses al entrar al servicio debían hacer un juramento de 3 principios fundamentales: Uno, mantener imparcialidad pública ante los cambios de presidentes y partidos políticos; dos, ejercer cualquier trabajo dentro del departamento manteniendo la línea oficial; y tres, trabajar en cualquier parte del mundo. Y el movimiento telúrico que ha experimentado el Departamento de Estado ha sido tan brusco que las críticas a través de Facebook y twitter no se hicieron esperar. Rompiendo con este venerable juramento, larga ha sido la lista de diplomáticos que han utilizado estas plataformas para manifestar su desacuerdo con Tillerson y con el cambio tan profundo que está imponiendo. En conversaciones con muchos de ellos hemos podido percibir la incertidumbre en la que siguen a pesar de los meses que han pasado. Y muchos que se encuentran en servicio en el exterior se sienten en una posición muy comprometida al no poder expresar su desacuerdo en el país receptor y ser testigos desde las embajadas de los cambio,  lo que también los ha llevado a estas plataformas para expresarse.  Algo que incluso a los altos rangos del Departamento les ha dejado perplejos.

Tillerson es un hombre con experiencia en el sector privado y seguro que quiso utilizar ese conocimiento en el Departamento de Estado llevando su equipo consigo, reinventándose las líneas institucionales,  intentando reducir el presupuesto de la institución a un tercio y bloqueando los nombramientos. Esto ha despertado el deseo de muchos de marcharse y dejar la carrera diplomática.

Menos diplomáticos estadounidenses por el mundo impactaría dramáticamente en la influencia global de Washington. Estos hacen un minucioso trabajo de apertura, de diálogo, de presencia, de inteligencia. Son los diplomáticos los que previenen conflictos, enfrentamientos y guerras. En esta época de penetración de radicalismos son las embajadas las que tienen equipos con capacidad de detectar estas situaciones e informar a Washington de estos peligros.

Ha habido un par de incidentes, en el que se ha dejado ver las diferencias entre Trump y Tillerson.  Es muy probable que éstos, unidos al descontento del Congreso con el secretario de Estado, hayan sido parte de las razones que han llevado al inquilino de la Casa Blanca a considerar sustituirle por Mike Pompeo, el actual director de la CIA. Casi cada día, Pompeo informa a Trump, alrededor de las 10 am, y según fuentes cercanas a la Casa Blanca, el ocupante del despacho oval le escucha y le respeta profesionalmente, que es exactamente lo más difícil de conseguir como asesor de éste personaje. Aparentemente las formas directas de Pompeo le han caído en gracia a Donald Trump, quien cada vez que le presenta hace alarde de que es abogado egresado de Harvard y que salió como el número uno de “West Point” (Academia Militar de los Estados Unidos).

Para nadie es un secreto que Trump respeta mucho a los veteranos de guerra y los militares. Esperemos que este cambio calme los mares internos de Departamento de Estado, y con ello la normalización de la diplomacia estadounidense por el mundo.