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INTERREGNUM. Dilemas nucleares en Asia. Fernando Delage

A principios de mes, Estados Unidos anunció de manera oficial su retirada del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Medio (INF en sus siglas en inglés). Firmado por Ronald Reagan y Mijail Gorbachov en 1987, fue uno de los elementos centrales del régimen de desarme nuclear desde la Guerra fría, y el primer pacto que prohibió una categoría completa de armamento.

Según Washington, el tratado ha dejado de ser operativo una vez que Rusia, al desarrollar un nuevo tipo de misil crucero, ha violado sus compromisos. Para Moscú, el culpable es Estados Unidos, y lo es desde que se retirara del Acuerdo de Misiles Antibalísticos en 2001. El abandono del INF—sumado al rápido avance de nuevas tecnologías (que permiten ataques cibernéticos a sistemas de mando y control nuclear, por ejemplo), y a la modernización de sus respectivas fuerzas por todas las potencias nucleares—, anticipa en cualquier caso una nueva era de inestabilidad en este terreno.

Agrave el dilema el hecho de que—más que Rusia—ha sido China el factor que en mayor medida ha conducido a la retirada norteamericana del INF. Al no ser firmante del tratado, la República Popular no ha encontrado limitaciones al despliegue en su costa—y, de manera creciente, en las islas que controla en el mar de China Meridional—de armamento de estas características, adquiriendo así una notable ventaja asimétrica con respecto a Estados Unidos en el Pacífico occidental. No suele mencionarse, sin embargo, que los negociadores norteamericanos del INF lograron la exclusión del acuerdo de los misiles basados en el mar (buques y submarinos) y en aeronaves. Sus aliados—tampoco partes del tratado—pueden asimismo desplegar misiles de este alcance en su territorio. Las justificaciones de Washington plantean por tanto muchas dudas, además de poder agravar una espiral de inseguridad.

Los líderes chinos consideran que la expansión de un sistema de misiles liderado por Estados Unidos en Asia no solo limitará sus propias capacidades en el caso de una contingencia en su periferia marítima, sino que obligará a redefinir su doctrina nuclear, basada hasta la fecha en el mantenimiento del arsenal mínimo necesario para poder responder a un ataque. El reforzamiento de sus capacidades adquirirá prioridad frente al desarme. Pekín verá por otra parte legitimados sus argumentos—recogidos en el Libro Blanco sobre Seguridad en Asia de 2017—sobre Estados Unidos como fuente de inestabilidad estratégica en la región. Por no hablar de las nuevas oportunidades que se le presentan para dividir a Washington de sus aliados.

La presión sobre Corea del Sur después de que ésta permitiera a Estados Unidos desplegar el sistema THAAD en su suelo hace un par de años es un buen ejemplo de lo que cabe esperar. Tras el rápido deterioro de las relaciones entre Pekín y Seúl, el pasado mes de diciembre ambas partes acordaron “un nuevo comienzo”. Según fuentes chinas, el presidente Moon Jae-in se comprometió a no sumarse a la red de misiles de Estados Unidos, ni a formar una alianza trilateral con Washington y Tokio, ni a desplegar más baterías THAAD. Washington incrementará su presión sobre un gobierno, el surcoreano, ya rehén de las amenazas de nuevas represalias económicas por parte de China, su principal socio comercial y financiero.

Las reservas, si no abierta oposición, por parte de sus aliados—en esto coinciden los asiáticos y los europeos—obliga a preguntarse por el sentido de la decisión de la Casa Blanca. ¿Propiciar una nueva carrera armamentística con China—a la vez que con Rusia—se traducirá en una mayor seguridad para Estados Unidos? ¿En una mayor estabilidad en Asia y en Europa? (Foto: Steve Jurvetson)

El Juego de la Gallina. Juan José Heras.

En julio de 2017 el régimen norcoreano efectuó el lanzamiento de dos misiles balísticos intercontinentales que, según los expertos, tendrían el alcance suficiente como para llegar a EE.UU. Posteriormente, en septiembre de 2017,  llevaron a cabo, al parecer de forma exitosa, la prueba de una bomba de hidrógeno que podría incorporarse a los misiles mencionados anteriormente.

Esta última prueba nuclear se produce como respuesta a los recientes ejercicios militares conjuntos entre EE.UU. y Corea del Sur, lo cual entraba dentro de lo esperado, aunque no de manera tan contundente. Más significativo es, sin embargo, el hecho de que esta prueba se haya llevado a cabo el mismo día que Xi Jinping inauguraba el foro de los BRICS, eclipsando así su protagonismo como anfitrión del mismo, ya que se celebraba en China este año.

El mensaje parece claro, Kim Yong-un tiene la determinación para convertir a su país en una potencia nuclear y no se dejará intimidar ni por las presiones de la comunidad internacional, encabezada por EE.UU., ni por el cada vez más estricto cumplimiento chino, su tradicional valedor, de las sanciones económicas impuestas al régimen de Pyongyang.

Ante esta situación, ¿cuáles son las líneas rojas de cada país para llegar a un enfrentamiento armado?

La línea roja para EE.UU. sería un ataque de Corea del Norte a los países con los que tiene firmado un acuerdo de defensa en la región. Para China sería la caída del régimen norcoreano como consecuencia de una acción militar estadounidense, o la reunificación de las dos coreas según los criterios occidentales. Por tanto, el desenlace perfecto para cada uno de ellos parece coincidir con la línea roja del otro, y puesto que ambos pretenden evitar el enfrentamiento militar, es posible que no veamos ninguno de estos dos escenarios.

Ninguno de ellos quiere, puede permitirse, o le compensa, traspasar la línea roja del otro. Sin embargo, ambos buscan aprovechar la situación para maximizar sus ganancias. En este sentido, China, con el apoyo de Rusia, pretende que EE.UU. renuncie al escudo antimisiles THAAD y reduzca sus ejercicios militares en la región, para lo cual aboga por una doble suspensión; de las maniobras militares estadounidenses y el THAAD por un lado; y de las pruebas nucleares norcoreanas por otro. EE.UU. en cambio, prefiere tensar la cuerda hasta el extremo en que las provocaciones de Corea del Norte no sean aceptables, justificando así una caída del régimen que aleje a Pyongyang de China y la acerque a una Corea del Sur bajo los parámetros occidentales.

Esto se traduce en un estancamiento de las posibles soluciones, que únicamente favorece el avance de las capacidades nucleares de Pyongyang. Si esta situación se prolonga en el tiempo, podría ser el mismo régimen norcoreano quien finalmente rebajase la intensidad del conflicto una vez que considere que sus armas nucleares están suficientemente probadas. Este desenlace, que no es bueno ni para China ni para EE.UU., daría lugar a un nuevo statu quo en el que Corea del Norte fuera reconocida como potencia nuclear, garantizando así la supervivencia del régimen y desencadenando la nuclearización de otros países de la región.

Si Corea del Norte se convierte en una potencia nuclear, es muy probable que tanto Japón como Corea del Sur desarrollen esas mismas capacidades. Una región nuclearizada limita el control de China en su zona de influencia además de suponer una amenaza directa para su seguridad. Sin embargo, favorece el alejamiento de EE.UU. de Asia-Pacífico ya que los países de la región tendrían capacidad de disuasión propia frente a China. Por esta misma razón, EE.UU. perdería peso específico en la región y quedaría expuesto ante un hipotético ataque nuclear norcoreano, pero gana aliados en la región con capacidad nuclear.

Esta situación se parece mucho al juego de la gallina, que consiste en acelerar un coche contra otro para ver cuál de los dos gira antes el volante evitando así un desenlace fatal. El que más aguanta sin girar el volante se lleva a la chica, y si ninguno de los dos gira, los coches se estrellan y ambos pierden. En este caso, Pekín no quiere renunciar a que EE.UU. retire el escudo antimisiles y rebaje las operaciones militares conjuntas en la región, y Washington no pierde la esperanza de una Corea reunificada bajo su influencia.

Así, las preguntas que se plantean son:

¿Girará alguno de ellos el volante en este “juego de la gallina” o seguirán acelerando hasta que se estrellen los coches? ¿Y de girar alguno? ¿Quién lo hará primero? ¿Quién tiene más determinación para ganar el juego? ¿Quién pierde más?

¿Atacaría China a EEUU si este ataca primero a Corea del Norte? ¿O aceptaría una corea reunificada bajo el estándar occidental? ¿O consentirá finalmente que Corea del Norte se convierta en potencia nuclear y, por tanto, que Japón y Corea del Sur hagan lo mismo? ¿Beneficia a China una nuclearización de la región?

¿Atacará EE.UU. a Corea del Norte si continúa avanzando en la adquisición de sus capacidades nucleares, aceptando un posible enfrentamiento militar con China? ¿O consentirá finalmente que Corea del Sur tenga capacidad nuclear para justificar la adquisición de esas mismas capacidades por parte de Japón y Corea del Sur?

Para responder a estas preguntas, se establecen una serie de supuestos que son los que se consideran más probables y a partir de ellos se elabora la prospectiva sobre el conflicto. Así pues, se establece que:

  • Kim Yong-un no va a abandonar su programa nuclear porque sabe que se juega la supervivencia del régimen, pero tampoco va a atacar ni a EE.UU. ni a sus aliados en la región, porque sabe que eso legitimaría la intervención norteamericana con el consentimiento de China.

  • Si EE.UU. ataca unilateralmente a Corea del Norte, China defenderá a este país para dejar claro que Asia Pacífico es su zona de influencia y no se pueden tomar decisiones sin contar con ella. (Ya lo hizo y por este mismo motivo en los años 50 durante la guerra entre las dos coreas, cuando sus capacidades eran mucho más limitadas que ahora).

  • Si EE.UU. no ataca unilateralmente, ni consigue llegar a un acuerdo con China para sustituir a Kim Yong-un por otro dictador más manejable, Corea del Norte completará su programa y se convertirá en una potencia nuclear cambiando el statu quo de la región.

Por tanto, aunque ni a China ni a EE.UU. parece beneficiarles una Corea del Norte nuclear, en mi opinión, China prefiere que se estrellen los coches del “juego de la gallina” antes que girar el volante, esto es, prefiere mantener a EE.UU. alejado de su zona de influencia, aunque eso suponga convivir con otras potencias nucleares en la región. Por tanto, EE.UU., salvo error de Kim Yong-un (atacar primero), deberá renunciar a una Corea unificada, o permitir que se estrellen los coches, lo cual parece exagerado incluso para la Norteamérica de un personaje como Trump, que pese a su carácter imprevisible está pasando por el aro en todos los temas de política internacional, como se ha podido comprobar recientemente con el caso de Afganistán.

¿Solicitar la desnuclearización de la Península coreana es mucho pedir?

Washington.- A Kim Jong-un le gusta jugar con fuego, y nunca mejor dicho, pero sus ensayos balísticos cada vez más frecuentes, aunque muchos fallidos, son una fuente constante de preocupación para el mundo. Parece que la presión internacional estimula a éste provocador sus ambiciones militares. Mientras más foros hablan del peligro que representa Corea del Norte, más lanzamientos de misiles vemos.

La Administración Trump ha sido muy directa en expresar su absoluto rechazo y disposición a responder a gran escala de ser necesario. Lo que a Pyongyang parece exacerbarle su deseo de responder con otro proyectil. En el fondo ha sido este pulso lo que ha puesto en los titulares de toda la prensa internacional a un país destrozado, que con lo único que cuenta es con armamento nuclear capaz de desestabilizar el planeta, que no es poco, razón por la que no frenarán su carrera armamentística, pues es su única arma de protagonismo internacional. Por lo tanto, ¿es descabellado pedir la desnuclearización de la Península coreana?

Tan solo unas horas previas al lanzamiento del misil del viernes pasado, Tillerson afirmaba que el objetivo final que tiene Estados Unidos es la desnuclearización de la península de Corea. Así mismo tachaba de extraordinariamente importantes las relaciones entre China y Estados Unidos, pues “nosotros necesitamos su ayuda para conseguir la desnuclearización”. Afirmaba también que Estados Unidos no va a volver a la mesa de negoción con Pyongyang, porque sería como premiarlos por estar violando las resoluciones de Naciones Unidas. Por su parte, China, en su tónica acostumbrada, llamaba a la calma y a una salida pacífica. Lo que, al menos por ahora, es difícil de imaginar.

Estados Unidos quiere jugar teniendo en su equipo a China. Sería la manera más sensata de resolver o parar esta grave amenaza. Ninguna de las partes desea un conflicto armado. La embajadora estadounidense ante Naciones Unidas, Nikki Haley, afirmó la pasada semana que, por primera vez, China está siendo realmente un gran aliado para enfrentar la grave situación en Corea. Insistió en que Estados Unidos debe continuar la presión que está ejerciendo; sin embargo, dijo, “ni la comunidad internacional ni EEUU tenemos como objetivo comenzar una guerra, pero si nos dan razones habrá una respuesta militar”.

En el marco de estas graves tensiones, Donald Trump informa a Corea del Sur, (en una entrevista concedida a Reuters), que sería apropiado pagar el billón de dólares que cuesta el escudo antimisiles (THADD por sus siglas en inglés). Ciertamente, el lado comercial del presidente es muy dominante y sale a relucir en cualquier maniobra, incluso en las diplomáticas. Y, a su vez, manda un doble mensaje por su cuenta de twitter, diciendo que Corea del Norte no ha respetado los deseos de China y del presidente con el lanzamiento del último misil. Recordándole a los norcoreanos que China está del lado de Estados Unidos en la lucha por acabar con la proliferación armamentística de Pyongyang mientras que aprovecha para coquetear con Xi Jinping.

Estamos en medio de una novedosa situación donde Estados Unidos necesita a China y no está teniendo ningún reparo en admitirlo. A China le gusta sentirse necesitada, pero no quiere renunciar a su juego táctico de seguir siendo el proveedor de Pyongyang, pero con prudencia, porque hasta ellos saben que Kim Jong-Un es peligroso y despiadado. Los chinos están disfrutando el protagonismo indirecto que le está trayendo la cercanía con Washington y sin duda, le sacaran provecho en otras negociaciones donde necesitan del apoyo estadounidense.

China quiere evitar un enfrentamiento militar a toda costa, pues desestabilizaría la zona y podría generar una estampida de norcoreanos buscando refugio en su territorio. Y además les pone en una situación vulnerable, pues en un escenario de confrontación bélica podrían salir agredidos por error. Y son conscientes de que Estados Unidos podría comenzar un ataque directo en la parte norte de la península coreana. A su vez, contar con un régimen como el de Pyongyang les ayuda a mantener el liderazgo en la región, ya que los convierte en los interlocutores de unos y otros. Pero, ¿hasta dónde está dispuesta a llegar la comunidad internacional frente a un peligro potencial como éste?

La comunidad internacional tiene el deber de exigirle más a China. El juego diplomático y el coqueteo al que está jugando Estados Unidos es válido, y probablemente inteligente. Sin embargo, si China quiere el reconocimiento de súper potencia debe comportarse como tal y presionar de verdad a Pyongyang con recortes de exportaciones, a ver si finalmente en un momento de sensatez el gobierno chino logra que el norcoreano rectifique y dejen el juego nuclear que trae a todos de cabeza.