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5G el debate más allá de lo tecnológico. Nieves C. Pérez Rodríguez

El desarrollo de la tecnología 5G y su necesaria aplicación despertó un gran debate en el que inicialmente se subestimó la capacidad de China de ir a la velocidad que impone la tecnología y se cuestionó el hecho de que pudiera jugar dentro de las reglas del juego del comercio internacional, así como la injerencia del Estado chino en sus empresas privadas.

Beijing aprendió del gran fracaso a finales de los 90 y principios del 2000, cuando intentaron sin éxito desarrollar la red 3G y perdieron enormes cantidades de dinero. Pero esos diez años los preparó para el momento en que tocó hacerlo la red 5G, de la mano de Huawei -la gigantesca empresa de telecomunicaciones china-.Y, en efecto, pudo conseguirlo gracias al enorme capital que el Estado chino dedicó a tal propósito. Lo que a su vez se traduce en una injusta competencia frente a otros proveedores internacionales de telecomunicaciones, cuya supervivencia es producto de la calidad del servicio que ofrezcan, así como de los beneficios económicos que consigan.

La relación del Estado chino con sus empresas y el Partido Comunista Chino, así como la legislación china que contempla la obligación de estas compañías de facilitar información al Estado de ser solicitada, incomoda mucho a occidente. Durante años, oficiales estadounidenses han insistido en que Huawei puede ser usada por Beijing para espiar o interrumpir comunicaciones, de acuerdo a su conveniencia, lo que es percibido como un grave riesgo para la seguridad nacional de Estados Unidos.

Otra cosa que preocupa a Washington es la penetración y creciente mercado de objetos cotidianos conectados a internet (IoT devices, por su nombre en inglés), que cada día aumentan su demanda, cosas tan comunes como el timbre de casa que está conectado a internet y que al sonar activa la cámara y emite una señal al móvil del propietario de la vivienda en el que aparece un video en tiempo real de quién está en la puerta. O los hornos programables conectados a la red, o los refrigeradores, los sistemas de calefacción o aire acondicionado. La teoría que cuenta con apoyo del Senado estadounidense consiste en que China, como actor estatal, podría aprovechar el acceso a través de equipos, para estar investigando, rastreando todo tipo de actividades.

El gobierno estadounidense ha intentado advertir a sus aliados sobre esta posibilidad y ganar apoyos. De hecho, el grupo de “Five eyes” ha estudiado de cerca la preocupación, pues si algunos de ellos usaran la red 5G de Huawei existiría el riesgo de que la información militar que intercambien pueda ser vista por Beijing. Por lo que Australia se mantiene alineada con Washington. Aunque en las investigaciones hechas por Gran Bretaña, en sus primeras conclusiones preliminares, no encontraron rastro de que en efecto hayan dejado una brecha abierta, mientras  Alemania se mantiene alerta, aunque no cerrada. Y Canadá posiblemente se decante por seguir a Estados Unidos, mientras Nueva Zelanda ha expresado su preocupación de que Huawei y el Estado chino estén colaborando.

Esta inquietud no es exclusiva de la Administración Trump. El intentar encontrar mecanismos que permitan un blindaje contra el espionaje y los ciberataques no es algo que comenzó con la Administración Trump, pues ya Obama sancionó a empresas chinas en respuesta a esta inquietud.

Huawei a todo esto respondía la semana pasada con una demanda contra el gobierno de los Estados Unidos, basada en que los argumentos usados para bloquearlos socavan la competencia en el mercado y no se base en hechos reales. Son precisamente estos argumentos los que han intentado pelear corporaciones estadounidenses en tribunales chinos, en diversas ocasiones, sin ningún éxito. Hasta el punto de que han sido llevados hasta el Congreso estadounidense en busca de mediación, también sin ningún éxito.

Otro elemento que preocupa al gobierno de los Estados Unidos es que “China está en el negocio de exportar autoritarismo”. Pues para nadie es un secreto que la libertad es restringida para sus ciudadanos hasta para la navegación a Internet. Según el Think tank Freedom House, China es el país más agresor de la libertad de internet. Y su modelo empieza a ser exportado, según el reporte anual “Freedom of the net 2018” conducido por el mismo centro de pensamiento.  Tan sólo el año pasado China adiestró funcionarios de 36 países de África, América Latina, Europa del Este y Medio Oriente en tecnología autoritaria para sus respectivos gobiernos, exigiendo que las empresas internacionales acaten sus normas de contenido incluso fuera de China. Lo que se traduce en una nueva forma de propagación de su modelo, asegurándose la fidelidad de esos gobiernos replicando lo que el Partido Comunista Chino ha ido perfeccionando.

Por lo tanto, el negocio del 5G a través de Huawei y ZTE con sus equipos podría garantizar a Beijing el acceso a información de cualquier tipo, en cualquier parte donde estos proveedores tengan presencia. Mientras, el Partido Comunista Chino aprovecha sus relaciones políticas para vender su modelo autoritario a otros líderes que tengan la intención de perpetuarse en el poder, lo que termina siendo el negocio más fructífero para los chinos, ganar a través de la venta de equipos, proveer las redes y entrenar hasta a los políticos. ¿Quiénes  son los que están colonizando el mundo con una discreción exquisita? (Foto: RDGS, Flickr)

El nuevo Congreso y la Administración Trump. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Cada cuatro años en noviembre tienen lugar las elecciones de medio término en los Estados Unidos y de la mitad del periodo presidencial. Razón por la que los analistas ven los resultados como una especie de test para el ocupante de la Casa Blanca, su liderazgo y cómo los ciudadanos perciben sus políticas en general. Además de la influencia partidista que se impondrá de acuerdo a los resultados.

Como todas las elecciones en los Estados Unidos éstas son complejas. La Cámara de Representantes cuenta con 435 escaños y el resultado arroja una mayoría a Partido Demócrata con 226 escaños, que de hecho podría aumentar cuando termine el recuento de votos. Lo que se sabe con seguridad es que, a partir el 3 de enero, la Cámara de Representantes del congreso estará controlada por el partido de la oposición. Y, por lo tanto, éste tendrá mayor influencia en la toma de decisiones.  De acuerdo al Brooking Institute, la población que más votó a los demócratas fueron los ciudadanos que se encuentran por debajo de los 45 años, que además son quienes tienen mayor educación académica, entre los que se encuentran mujeres y en su mayoría blancos.

Con los demócratas controlando la Cámara de Representantes es bastante probable que la Casa Blanca ahora tendrá más dificultades para que la Cámara le apruebe leyes a la medida de Trump. El nuevo NAFTA o el USMCA tienen que pasar por la aprobación de esta cámara.  Y aquí los demócratas podrían dilatar el proceso o en su defecto presionar con negociaciones paralelas, como que para aprobar el nuevo NAFTA los republicanos tengan que desistir de la construcción del muro con México con un presupuesto que seguramente morirá en las palabras pues la ahora mayoría de la Cámara no está de acuerdo. Se debe mencionar que es un plan casi utópico pero que ayudó a captar muchos votos durante la campaña. A Trump le ha servido de mucho radicalizarse y usar temas como la inmigración ilegal para mantener su electorado.

Con los demócratas manejando la cámara baja también se podría plantear la posibilidad de comenzar un proceso de “Impeachment” o acusación contra el presidente. No sería la primera vez en la historia de los Estados Unidos que ha ocurrido, y, en efecto, es algo de lo que se ha hablado mucho desde que Trump tomó la presidencia. Sin embargo, es más probable que los demócratas dirijan su esfuerzo a aprobar presupuestos que permitan abrir más investigaciones sobre las relaciones de Trump con Rusia.

En cuanto al Senado, cuya mayor concentración de poderes se centra en ratificar los cargos políticos señalados por el presidente, entre ellos embajadores, ministros, jueces o el Tribunal Supremo de justicia, seguirá en manos de los republicanos, lo que realmente no representa ningún cambio para esta Administración.

4Asia tuvo oportunidad de conversar con alguien que sirvió como alto oficial del comité de reglas de la Cámara de Representantes durante más de 8 años, del partido republicano, y que pidió no ser identificada. Le pedimos su análisis de los resultados electorales y esto fue los que nos dijo:

“Los resultados son malos para el Partido Republicano, nunca es bueno perder una cámara. Pero los Demócratas no obtuvieron los resultados que debieron obtener a pesar de quién es el presidente, y la razón es que no terminan de entender por qué la gente vota a Trump. Los demócratas no se han preocupado por buscar el origen del voto a Trump y cultivar ese electorado. Otro gran problema es que los pocos republicanos moderados se han jubilado o perdieron sus escaños.

La reacción de la prensa e incluso de algunos observadores demócratas a las formas inapropiadas de Trump sólo consiguen alimentar esa base que le apoya y con ello aumentan su popularidad. Y eso terminará ayudándolo a su reelección. A la vez, dentro del Partido Republicano está ocurriendo un fenómeno curioso: los que no han apoyado a Trump han perdido sus escaños y posiciones; por lo tanto, los que están aún en desacuerdo entienden que tienen que apoyar a Trump para navegar el mar político del momento.

Tanto el Partido Demócrata como el Republicano están atravesando una especie de crisis interna. La prueba es que en el lado demócrata no hay un figura que lidere el partido, por lo que vimos al ex- presidente Obama en eventos políticos durante la campaña, mientras Nancy Pelosy (líder del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes y que potencialmente puede convertirse en presidente de la Cámara, que valga decir es la tercera posición más alta que se puede ostentar en Estados Unidos, después del vicepresidente y el presidente) muy a pesar de los años que tiene militando parece ser la única que consigue movilizar votos masivamente.

Por el lado Republicano, Trump dedicó una parte importa de su agenda a los rallies que tanto alimentan su inagotable ego, y en los que francamente consigue aglutinar masas y emocionarlas, y llevarlos a las urnas electorales. Pero el resultado final es un país mucho más dividido que hace unos años, y mucho más radicalizado en sus posturas. (Foto: Kari Hoepner, Flickr.com)

Washington lo sigue intentando con Pyongyang. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- El último informe del Organismo Internacional para la Energía Atómica, con fecha del pasado 20 de agosto, sostiene que el continuo desarrollo del programa nuclear norcoreano es muy preocupante. Una vez más, Kim Jong-un ha puesto en práctica la táctica de adulterar la realidad. Las esperanzas crecieron significativamente a raíz de ese emblemático momento en Singapur, en el que Trump lo legitimó como jefe de Estado, dejando a un lado -al menos un por un tiempo- las sanciones, los ejercicios militares en la península e incluso parte del aislamiento, al que el mismo régimen norcoreano se somete. Todo como un acto de fe o quizá de ingenuidad en el que parecía se comenzaba a escribir un nuevo capítulo en la historia de las relaciones entre Pyongyang y occidente.

Lo cierto es que lo que cautivó la atención del mundo rápidamente comenzó a dar señales dudosas, y la Administración Trump lo sabe, aunque nunca lo reconocerá abiertamente.

El secretario de Estado, Mike Pompeo, cerró el mes de agosto con el gran anuncio de que Steve Biegun se convertía en el representante especial para Corea del Norte. Una buena noticia considerando que el anterior en esa posición -Joe Yun- fue nombrado por Obama y se retiró de sus funciones el pasado febrero. Seis meses vacante, en plena crisis interna de cambio de secretario, y sin embajador en Seúl, lo que es una muestra de la prioridad que ocupa Corea del Norte para la Casa Blanca.

Las palabras de Pompeo fueron muy claras: “Biegun liderará los esfuerzos de la Administración Trump para presionar a Corea del Norte hacia la desnuclearización de la península”. Mientras, aseguró que le acompañaría en el viaje que estaba previsto a Pyongyang, seguramente para hacer una presentación y entrega formal de la responsabilidad, siguiendo los protocolos coreanos.

No hay duda que este nombramiento es muy positivo, pues Steve Biegun acumula una larga experiencia laboral. Ha pasado los últimos 14 años en el sector privado como vicepresidente de las relaciones internacionales de Ford Motor. Pero, previamente a esto, sirvió en el sector público mucho tiempo. Fue el asesor internacional de Sarah Palin durante la campaña presidencial de John McCain, formó parte del Consejo de Seguridad Nacional durante la presidencia de George W. Bush, e informaba directamente a Condoleezza Rice. Previamente, además, fue asesor de política exterior en el Congreso. Sin duda una trayectoria que tiene mucho valor, considerando a muchos de los otros personajes nombrados por la Administración Trump.

Pero a tan solo horas de haberse hecho público este nombramiento, Trump twitteó que el viaje del secretario de Estado a Corea del Norte quedaba suspendido, en su muy habitual manera de informar a través de su cuenta de Twitter. Un hecho que desautoriza públicamente a Pompeo, por lo que no es de extrañar que en el viaje previo que hizo en julio el secretario de Estado a Pyongyang, no fuera recibido por Kim Jong-un, muy a pesar de que era parte del plan. Sin embargo, se reunió con Kim Yong-chol, exespía e importante figura en el partido norcoreano.

A día de hoy, la Administración Trump no descarta otro encuentro entre Kim y Trump a finales del año, mientras Pyongyang sigue avanzando en sus negociaciones con Seúl; se sabe que habrá un tercer encuentro entre los líderes coreanos cuyo objetivo será discutir las medidas prácticas para la desnuclearización.

Junto a la suspensión del viaje de Pompeo y Biegun, la Casa Blanca informa que Trump tampoco asistirá a la cumbre de la ASEAN que tendrá lugar en Singapur en noviembre, ni a la de la APEP, pero que en su lugar enviará al vicepresidente, Mike Pence. Este es otro ejemplo de lo mal que la Administración gestiona su influencia internacional. Pero es sabido que a Trump no le gusta viajar fuera de los Estados Unidos.

Dejar tantos espacios vacíos le abre el camino a China para ganar más dominio y posicionarse mejor en la región, y a Xi Jinping para asumir el liderazgo que el presidente estadounidense no tiene ningún interés en ejercer, ni tan siquiera entender su importancia.

Por otra parte, los aliados se quedan en una situación de mayor vulnerabilidad ante la agresiva expansión china en Asia, la incertidumbre que plantea Corea del Norte, y la gran desconexión que parece existir entre la Casa Blanca de Trump y la importancia estratégica para Estados Unidos de mantener la hegemonía en el Pacífico.

La salsa secreta era más kétchup. Miguel Ors Villarejo

“Poco después de la sorprendente victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales”, cuenta Sue Halpern en The New York Review of Books, “un artículo de la revista suiza Das Magazine […] empezó a circular por internet. Mientras los expertos diseccionaban el colapso de la campaña de Hillary Clinton, los redactores de Das Magazine […] apuntaban una explicación totalmente distinta: el trabajo de Cambridge Analytica”. Esta compañía elaboraba perfiles con la información captada en Facebook y bombardeaba luego a cada votante con “mensajes políticos diseñados para apelar a sus emociones”. Por ejemplo, para defender la libertad de poseer y portar armas, a alguien “caracterizado como neurótico” no se le hablaba de la segunda enmienda, sino que se le enviaba un vídeo “en el que aparecían unos ladrones allanando un piso”. Y la gente proclive a los ataques de ansiedad recibía “anuncios alertando sobre los peligros que planteaba el Estado Islámico”.

Christopher Wylie, un antiguo empleado de Cambridge Analytica arrepentido de sus pecados, corroboraba en marzo las sospechas de la revista suiza ante un grupo de periodistas europeos. “El brexit no habría sucedido sin Cambridge Analytica”, titulaba El País tras aquel encuentro. “Los datos son nuestra nueva electricidad”, razonaba Wylie. “No puedes encontrar trabajo si no tienes Linkedin. No puedes licenciarte si no usas Google. No puedes avanzar en la vida sin ellas”. En principio, estas plataformas son gratis y maravillosas, pero nuestros correos, nuestro historial de navegación, nuestros me gusta quedan minuciosamente registrados en sus servidores y suponen un formidable botín. Dylan Curran esbozó hace poco en The Guardian una aproximación de su auténtica magnitud. “Tienen cada imagen que he consultado y guardado, cada lugar en el que he clicado, cada artículo que he leído y cada búsqueda que he realizado desde 2009”, escribía. Y facilitaba la URL desde la que cualquiera puede descargarse esa información. En su caso, ocupa 5,5 gigas, el equivalente a unos 17.000 libros, según calculan en esta web.

De entrada, resulta artificial afectar sorpresa. Rasgarse las vestiduras recuerda la reacción del capitán Renault cuando Rick le pregunta en Casablanca por qué le cierra el café. “¡Estoy escandalizado”, responde, “acabo de enterarme de que en este local se juega!” Acto seguido, uno de los camareros le vuelca en la mano un puñado de fichas: “Sus ganancias, señor”.

También ahora los diarios que condenan la intolerable falta de consideración de Facebook por la intimidad de sus usuarios comercian con ella con el mismo entusiasmo con que Renault apostaba en la ruleta. Detrás de la columna del New York Times que denunciaba “la máquina de vigilancia de Facebook”, el software antipublicidad del bloguero Doc Searls bloqueó 13 rastreadores de información. “Sus ganancias, señor”.

Es cierto que “esta vez es diferente”, porque, como observan Nicholas Thomson y Fred Vogelstein en Wired, “los datos no han servido para que Unilever venda mayonesa”, sino para que un desaprensivo llegue a la Casa Blanca y Reino Unido salga de la UE.

¿O tampoco ha sido para tanto?

William Davies distingue en la London Review of Books dos aspectos en este escándalo. Por un lado, el trasiego no autorizado de información personal, que tiene que investigarse y castigarse, y por otro, la idea improbable (en el sentido literal de que no puede probarse) de que Cambridge Analytica cambió el curso de las presidenciales y el referéndum sobre el brexit gracias a “la salsa secreta” de sus algoritmos. La principal evidencia que tenemos al respecto son unas imágenes captadas con cámara oculta para Channel 4 en las que Alexander Nix, su ya cesado CEO, presume ante un posible cliente de haberse encontrado “varias veces” con Trump y de haberlo dirigido “como si fuera una marioneta”.

Convendrán conmigo en que la solidez de lo que un CEO afirma durante una entrevista comercial con un posible cliente es cuestionable. ¿Qué otras pruebas hay de que Cambridge Analytica haya desarrollado un software capaz de manipularnos como títeres? No digo que no sea posible, pero mi impresión es que esta tecnología se halla en una fase bastante rudimentaria. Mi mujer recibió durante una temporada correos que la invitaban a alargarse el pene. Recuerdo que una vez íbamos en el coche. “A este paso, los robots no van a dominar el mundo”, comentó con hartazgo.

Estoy de acuerdo. Para empezar, ¿existe capacidad para procesar la barbaridad de terabytes que cada día volcamos en el ciberespacio? Ya hemos visto que los 5,5 gigas que Google tiene de un humilde redactor de The Guardian equivalen a 17.000 libros. Incluso un voraz lector como Bill Gates, que se liquida cuatro o cinco al mes, tardaría 250 años en digerir semejante barbaridad.

“¡Pero eso no lo hacen personas!”, me objetarán. “¡Lo hacen algoritmos!”

Sin duda, pero, una vez más, ¿qué evidencia tenemos? Matthew Hindman, un profesor de la Universidad George Washington que estudia aprendizaje de máquinas, cuenta en su blog que envió un correo a Aleksandr Kogan, el científico responsable del modelo que Cambridge Analytica usaba para elaborar los perfiles de los votantes, para interesarse por su funcionamiento. “En una notable muestra de cortesía académica”, escribe, “Kogan respondió”. Y aunque por desgracia no fue demasiado explícito, sí que permitió a Hindman alcanzar un par de conclusiones.

La primera es que “su método trabajaba de forma muy parecida al que Netflix emplea para hacer sus recomendaciones”. Muy simplificadamente, consiste en crear una serie de categorías (comedia, terror, acción, etcétera), organizar las películas en función de esas categorías (de más cómicas a menos cómicas, de más terroríficas a menos terroríficas) y cruzarlas a continuación con las calificaciones de los usuarios.

El resultado es manifiestamente mejorable, como sabe cualquier suscriptor del servicio de streaming, y esta es la segunda conclusión de Hindman: “El modelo de Cambridge Analytica dista mucho de ser la bola de cristal que algunos afirman”.

Christopher Wylie asegura en su entrevista que “si miras los últimos cinco años de investigación científica […] no hay duda de que puedes perfilar a la gente [usando datos de las redes sociales]”, pero la realidad es algo menos estimulante. El artículo de referencia en este terreno, “Private traits and attributes are predictable from digital records of human behavior”, de Michal Kosinski, David Stillwell y Thore Graepe, usa los me gusta de Facebook para deducir determinadas características. Por ejemplo, adivina con bastante precisión (más del 88%) si alguien es blanco o negro, hombre o mujer, gay o heterosexual. Incluso acierta en una proporción del 60% si los padres están divorciados, porque estos individuos presentan “una mayor propensión a que les gusten manifestaciones de preocupación por la relación, como ‘Si estoy contigo, estoy contigo y no quiero a nadie más”.

Pero cuando se trata de conjeturar aspectos de la personalidad como inteligencia, extroversión, estabilidad emocional o amabilidad, el grado de precisión cae muy por debajo del 50%, lo que significa que sería más efectivo lanzar una moneda al aire o dejar que un chimpancé sacase bolas blancas o negras de una urna.

Como la matemática Cathy O’Neil declaró a Bloomberg, la “salsa secreta” de la que Nix presume es “más kétchup”. Personalizar la publicidad electoral para asustar a los ciudadanos neuróticos o ansiosos con imágenes de ladrones y terroristas no es un invento de Cambridge Analytica. Quizás sorprenda a unos periodistas suizos, pero los partidos estadounidenses llevan décadas haciéndolo. “No hay duda de que Trump […] se basó ampliamente en el manual […] de Barack Obama de 2012”, escribe Halpern. A partir de fuentes públicas y de sondeos propios, los demócratas ordenaron a los votantes en tres grandes categorías: quiénes los apoyaban, quiénes no y quiénes eran susceptibles de ser persuadidos. Luego elaboraban subcategorías (por ejemplo, mileniales agobiados por deudas de estudios o madres preocupadas por la violencia) y, finalmente, redactaban mensajes a la medida de cada grupo.

La única novedad es que esta técnica se ha enriquecido ahora con datos sacados de Facebook, “de forma perfectamente legal”, según Halpern. El director de la campaña digital republicana, Brad Parscale, “volcó a todos los partidarios conocidos [de Trump] en la plataforma de anuncios de Facebook” y, con las herramientas que la propia firma facilita, “los ordenó por raza, género, localización y otras afinidades” para cocinar “eslóganes basados en esos rasgos”.

“Donald Trump es nuestro primer presidente de Facebook”, dice Halpern, pero no le debe nada a una misteriosa y tóxica salsa, como sospecha Das Magazine, sino a la habilidad con que su equipo ha sabido explotar las enormes posibilidades de marketing que brindan las redes sociales. “Este es claramente el futuro de las campañas”, concluye, “tanto republicanas como demócratas”.

El orden o desorden nuclear. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- La geopolítica mundial está cambiando. Estamos en una situación nuclear más compleja que en la época de la guerra fría, que no es una afirmación insustancial. El aumento de las armas nucleares y los ensayos son prueba de esto. India ha probado exitosamente su primer misil balístico intercontinental el pasado jueves, y tal y como afirmó su Ministro de Defensa Nirmala Sitharaman, esto es un gran impulso a su fuerza militar y defensiva. De acuerdo con la Federación de Científicos Estadounidenses, India debe poseer entre 120 a 130 armas nucleares. Se cree que Corea del Norte posee capacidad nuclear y que todos los misiles que hemos visto volar y los distintos experimentos son la prueba de la extensa inversión que ha hecho el régimen de Pyongyang, y seguirá haciendo, para poder tener presencia y voz de manera individual en el escenario internacional, sin la sombra de China (que la ha provisto de seguridad).

Según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), Corea del Norte posee un sistema de misiles probado que puede alcanzar toda Corea del Sur y gran parte de Japón. Entre ellos los Hwasong, que cubren unos 1000 kilómetros y los Nodong, que cubren unos 1300 kilómetros. Además de las armas químicas como gas mostaza y sarín entre otros agentes nerviosos, así como armas biológicas, lo que suma a la capacidad de perpetrar ciberataques, que se cree hacen en colaboración con China y Rusia. En este punto valga señalar que Estados Unidos ha sido víctima de varios ataques cibernéticos que han revelado gran cantidad de información clasificada que ha expuesto a funcionarios y parte del gobierno federal. Lo que está en total concordancia con la nueva estrategia de seguridad nacional revelada parcialmente el viernes pasado en la que Rusia y China son el mayor desafío que enfrenta el ejército estadounidense, según las propias palabras del secretario de la defensa, James Mattis.

Coincidiendo con el aniversario de la toma de posesión del presidente Trump, recordemos que pidió al Pentágono una revisión del arsenal nuclear de los Estados Unidos a pocos días de su toma de posesión. En los últimos años se ha establecido la costumbre de que los presidentes soliciten este informe; Obama lo pidió en 2010 y Bush unos ocho años antes. El resultado de este sumario preliminar verá la luz en febrero, pero ya se sabe que una de las conclusiones será que Estados Unidos necesita modernizar sus armas nucleares, lo que no sorprende, pues el armamento va quedándose obsoleto con el avance tecnológico y es necesario actualizarlo. Esta recomendación también estuvo presente en la revisión de la época de Obama. Pero, lo que ha despertado inquietud e incluso temor es que se está proponiendo el desarrollo de “mini-armas nucleares”.

La propuesta del Pentágono ha disparado las alarmas, a pesar de la poca información que se ha filtrado. Se sabe que el secretario de Defensa estadounidense quiere desarrollar un nuevo prototipo de arma nuclear de tamaño minúsculo, para ser incorporado a su arsenal doméstico, pero que según los expertos podría relanzar el riesgo de proliferación nuclear y elevar los conflictos nucleares en el mundo. Esta postura además rompe dramáticamente con la de Obama, quien abogó activamente por un mundo seguro, lo que según él consistía en reducir los arsenales de cada potencia nuclear para disminuir los riesgos de usarlos. Aunque, paradójicamente, durante su mandato se invirtieron millones de dólares en modernizar las armas domésticas de la guerra fría.  Sin embargo, la conclusión de la revisión de la era Obama sostenía que Estados Unidos estaba en capacidad de mantener su seguridad eficientemente con el arsenal que poseía y que no era necesario agregar más armamento nuclear.

Es evidente que la Administración Trump percibe los riesgos actuales de manera diferente. Es un hecho que el escenario global no es el mismo que el del 2010. Las armas nucleares tienen una función netamente disuasoria, tal y como quedó demostrado en la Guerra Fría, por lo que cambiar la política nuclear de defensa desde Washington, con la producción de estos “Mini Nuke” (por su nombre en inglés) en vez de gigantescos misiles, se estaría por un lado violando el tratado de no-proliferación nuclear de 1968. Y por otro lado se está incitando a los otros miembros del club nuclear a comenzar su propio laboratorio de minis, abriendo con ello no sólo una mayor probabilidad de ser usados, con sus nefastas consecuencias, sino también aumenta exponencialmente la posibilidad de que caigan en manos equivocadas, como terroristas, que son capaces de morir por su ideología, y a quienes no les temblaría el pulso en usarlas sin ningún escrúpulo. (Foto: Sarath Bala,Flickr)

Corea del Norte, ¿la guerra que viene? Julio Trujillo

Al margen de la elegancia o la zafiedad de los discursos, Obama y Trump han renunciado al necesario liderazgo.

 

En el aniversario de 4Asia y en plena escalada de tensión en la península coreana, provocada por el lanzamiento de un misil más, este con notorias mejoras en sus capacidades, por parte de Corea del Norte, nos reunimos la semana pasada para debatir la situación. Alrededor de varios expertos, entre ellos colaboradores de la página, sostuvimos un intercambio de ideas y de análisis al que asistieron, y en el que intervinieron, lectores, diplomáticos y periodistas.

Tres ideas parecieron presidir la reunión: Corea del Norte está mejorando rápidamente su capacidad ofensiva y nuclear, aunque todavía no parece haber resuelto cómo introducir una carga nuclear del tamaño adecuado en la cabeza de los proyectiles que ya tiene; Trump y Obama, gritos y gestos aparte, se parecen más de lo que les gustaría en la renuncia a ejercer un liderazgo efectivo de Estados Unidos y querer replegarse hacia políticas más de consumo interno, y Kim Jonun no está loco sino que, con su propia lógica, está desplegando una estrategia en el filo de la navaja destinada a que se le admita en la mesa de las grandes potencias nucleares para negociar allí la supervivencia del régimen y mejoras económicas.

Vicente Garrido, miembro del Comité Asesor Personal sobre Asuntos de Desarme del secretario general de la ONU, explicó cómo Pyongyang viene desarrollando desde los años 90, ante cierta pasividad mezclada con incredulidad, una poderosa industria militar, tanto de misiles como de capacidad nuclear. Este desarrollo, con la menos conocida ayuda de Pakistán y la colaboración indirecta de las ayudas económicas chinas ha venido creciendo y, desde hace una década, se ha convertida en una poderosa maquinaria de extorsión a Occidente. La situación de hoy es el resultado de esta estrategia.

Pero Estados Unidos no ha sabido hacer frente a esta situación cambiante, recordó Florentino Portero, director del Instituto de Política Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria, de Madrid. En un marco heredado de la II Guerra Mundial, explicó, el escenario del Pacífico ha visto cómo se desarrolla, en su opinión, un cambio paradigmático, en el que las fuerzas que han marcado en las últimas décadas los ejes del desarrollo, las élites universitarias estadounidenses, han visto declinar su influencia hacia los impulsores del desarrollo de biotecnologías, nuevas élites y nuevos caladeros de creación de inteligencia. Esto ha hecho cambiar el panorama asiático, China ha comenzado a ocupar un lugar y Estados Unidos, “donde si dejamos aparte la forma amable y cuidadosa de los discursos de Obama y el griterío zafio de Trump, podemos observar que, en el fondo, tienen la mima política de abstenerse de definir un nuevo liderazgo”. Así, dijo, se asiste al curioso espectáculo de ver a Estados Unidos replegándose y defendiendo el proteccionismo frente a una China, oficialmente comunista y autoritaria en su gestión, intentar aparecer como campeona del libre comercio internacional.

En ese marco se desarrolla la crisis con Corea del Norte, que quiere ingresar en el club nuclear y negociar desde esa posición. Todos coincidieron en señalar que China no quiere una situación de tensión extrema pero no va a ayudar a hundir a Corea del Norte, lo que situaría fuerzas norteamericanas y de la actual Corea del Sur en su frontera oriental. Esos son los límites de Pekín.

Miguel Ors, en su ponencia, describió la importancia de la estupidez en los conflictos mundiales y recordó que un error, técnico o mental, puede desencadenar un conflicto, como explica en esta página en un resumen de su ponencia. Y Nieves C. Pérez, la mujer de 4Asia en Washington, describió por qué Trump no es el líder que necesita Occidente, aunque si lo es para gran parte de la sociedad que dirige, en una ponencia muy pedagógica que se publica resumida en 4Asia.

Fue el primer acto de 4Asia que cumplió las expectativas de convocatoria y que inaugurará una serie de debates ante nuestros lectores y seguidores.

La travesía asiática de Trump (II). Nieves C. Pérez Rodríguez

(Fotografía: Catalin Munteanu, Flickr) Washington.- Ha sido una semana muy intensa en Asia. Mientras en casa se celebra el aniversario de la victoria electoral de Trump, éste se ha paseado por las principales capitales asiáticas con un cierto decoro, y manteniendo un tono bastante prudente, en relación a lo que nos tiene acostumbrados.

La compleja psicología, o debería más bien decir llana, del personaje, nos deja ver claramente que mientras se le hacen honores de jefe de Estado, y se le trata con el protocolo correspondiente a su posición, Mister Trump se siente halagado y cómodo, lo que automáticamente desactiva su agresividad y apaga su sistema defensivo. Tanto fue así, que hasta sus twitters han sido para agradecer a Abe, o a Xi, su grata compañía y reconocer lo majestuoso de los recibimientos. Incluso de admiración, con cierta galantería, para los dirigentes de estas naciones.

En Japón el primer ministro le hizo todos los honores, pero además le llevó a jugar al golf, una de las grandes pasiones de Trump, en compañía de Kedeki Matsuyama, el golfista número uno en Japón. Abe sabe que cuenta con el respaldo de Estados Unidos, que la relación es sólida y que son el más fuerte aliado en la región, así que mejor compensar a su cófrade.

Moon Jae-in en su discurso de bienvenida a Corea del Sur felicitó a Trump por el récord en el aumento de la bolsa, y seguidamente le dijo (con una de sus célebres frases) “ya está haciendo a América grande de nuevo”. Seúl necesita de Estados Unidos inmensamente. Es su escudo de respeto frente a Pyongyang. Y Moon entendió que para estar de buenas con el que preside la nación que le provee de su seguridad, endulzarle los odios es un precio bajo a pagar.

Los chinos por su parte, realmente hicieron un buen trabajo para impresionar a Trump: alfombras rojas, desfile militar y, los más altos honores al principal rival económico de esta nación. Xi Jinping no escatimó esfuerzo alguno, como buen diplomático, en darle al inquilino de la Casa Blanca su homenaje, consagrando públicamente así el respeto de China a Estados Unidos. Los dos líderes más poderosos del mundo juntos jugando a aliados.

Tal y como afirmábamos en esta misma página la semana pasada, los temas álgidos se resumen básicamente en dos: intercambio comercial, en el que paradójicamente Trump alabó y justificó la agresiva política económica china de crecimiento e intercambio, a pesar del efecto negativo de esa política en la propia economía de estadounidense; y Corea del Norte, en el que tal y como se esperaba Washington pidió la desnuclearización y la intervención del líder chino para acabar con este gran amenaza. Jugando una carta interesante, aprovechó la ocasión pública para halagar a Xi como líder y su capacidad de dar resultados. Tal y como afirmó la analista Callie Wang “Trump genuinamente admira al presidente chino”, como estratega nato que da resultados.

A pesar de la cálida interacción e incluso cercanía entre ambos líderes, los puntos neurálgicos de las relaciones bilaterales se mantienen en el mismo lugar que antes. China cree en las relaciones personales, y eso fue lo que motivó tal despliegue de medios, para intentar ganarse al presidente estadounidense. Sin embargo, el mar del sur de China, la ciber-seguridad, Corea del Norte, y el THAAD siguen siendo los temas en los que cada país tiene una posición contrapuesta. El Departamento de Estado, como ya hemos dicho, tiene una política anti china bien estructurada, de la que seguramente a principios del próximo año empezaremos a ver indicios.

Eric Gómez, analista del CATO Institute, afirmó que “Trump es un adulador neófito en política exterior”. Si se analiza en el fondo la política exterior hacia Asia, no hay diferencia sustancial con las políticas de la administración Obama. Según Gómez, la clave está en los ejercicios militares de Japón e India de hace unos días, que son el verdadero referente de la política exterior estadounidense a día de hoy, y que sencillamente son una indicación de lo más agresiva que será la Administración Trump (comparada con la Administración Obama), pero fundamentalmente tendrán el mismo fondo.

El presidente Donald Trump es una especie de diva que cambió los realities shows y los clubs exclusivos por la Casa Blanca, lo que consecutivamente lo ha llevado a los foros internacionales más importantes y a los palacios presidenciales de las naciones más poderosas del mundo. Abe lo intuyó bien, razón por la que fue el primer mandatario en visitarlo en la Torre Trump en Nueva York el otoño pasado. Y ahora Xi ha seguido esa línea, pero al más puro estilo chino, majestuosamente organizado, en la que hasta su nieta cantó para Trump. Los líderes asiáticos ante una visita de Estado norteamericana siempre rendirían honores, pero especialmente en esta no se ha escatimado en el despliegue de medios, apostando por caerle en gracias al líder más poderoso del mundo, pero también controvertido e impulsivo.

El nuevo frente iraní

El acuerdo sobre la limitación del programa iraní de desarrollo de tecnología nuclear vuelve al primer plano de la actualidad al recordar el presidente Donald Trump su posición de anularlo para negociar uno nuevo.
Aquel acuerdo, firmado por la Administración Obama, imponía una moratoria en el desarrollo del programa por parte de las autoridades de Teherán, establecía un sistema de inspecciones (limitadas) y anulaba las sanciones impuestas al régimen teocrático y garantizaba la llegada de sus  recursos petrolíferos a los mercados occidentales de los que llevaba años ausente.
Este acuerdo fue siempre duramente criticado por Israel, que entiende que no frena en realidad los planes iraníes sino los encubre, que solo establece una moratoria de diez años sin inspecciones eficaces y que, anulando las sanciones económicas, provee al régimen de nuevos recursos destinados, entre otras cosas, a reforzar su capacidad militar. Y, recuerdan desde Jerusalén, es Israel el principal objetivo, declarado en cada discurso, de la estrategia militar iraní.
El aumento de la influencia militar de Teherán en Siria, en la frontera oriental israelí; su renovada alianza con Hizbullah, organización militar calificada de terrorista por EEUU y la UE, desplegada en Líbano en la frontera norte de Israel, y los lazos crecientes de los ayatollah con Hamás, en la frontera suroccidental de Israel, completan el escenario. En ese contexto, Donald Trump ha asumido parte de las posiciones israelíes y quiere corregir lo que piensa que fue un error estratégico de Obama que debilita la posición de Occidente y de su principal aliado en la zona en beneficio de rusos e iraníes.
Probablemente esta iniciativa estadounidense abrirá un nuevo frente de discrepancia con Europa, donde Francia es el principal valedor del acuerdo con Teherán, y con Rusia, que no quiere que se altere un panorama en el que ha recuperado protagonismo en toda la región.
En todo caso, parece necesario, en el dossier Irán, abrir un debate sereno, no sólo sobre la necesidad de visualizar procesos de distensión sino en asegurarse de que estos procesos garantizan de verdad avances y no gestos que, a medio plazo, demuestren que a veces los remedios son peores que las enfermedades.

INTERREGNUM: Estados Unidos en Asia. Fernando Delage

La desautorización del secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, por su presidente, Donald Trump, tras declarar en Pekín la semana pasada que los canales de diálogo con Pyongyang están abiertos, no es sólo una torpeza diplomática. Es un nuevo reflejo de algo mucho más grave: la falta de una estrategia en la Casa Blanca.

La improvisación nunca es buena consejera, y así lo demuestra la propia historia de la política exterior norteamericana en Asia, objeto de un excelente libro de reciente publicación: “By More than Providence: Grand Strategy and American Power in the Asia-Pacific Since 1783” (Columbia University Press, 2017). Su autor, Michael Green, profesor en la universidad de Georgetown, realiza una exhaustiva investigación de la diplomacia norteamericana en Asia desde el nacimiento de la República hasta Obama. Como responsable de Asia en el Consejo de Seguridad Nacional durante la administración de George W. Bush, Green se percató de la falta de referencias históricas: aunque parezca difícil de creer, no existía ninguna fuente que, de manera sistemática, analizara la evolución de la política de Estados Unidos en la región. Este libro es el resultado de su esfuerzo por cubrir ese hueco, una vez de vuelta en el mundo académico.

Además de una minuciosa valoración de la estrategia seguida por sucesivas administraciones, el autor identifica una serie de impulsos opuestos que han aparecido de manera constante a lo largo de estos dos siglos. Entre ellos, señala Green, ha habido una inclinación alternativa a elegir bien Europa o bien Asia como área prioritaria; una oscilación entre una estrategia continental o marítima (es decir, entre optar por China o por Japón como pilar central de la política asiática norteamericana); una elección por los objetivos geoeconómicos sobre los geopolíticos (o viceversa); y un hincapié—o, por el contrario, ausencia—en la la promoción de los valores liberales y democráticos.

Desde las primeras misiones marítimas de la recién creada república al “pivot” de Obama a principios de la segunda década del siglo XXI, Green saca a la luz aspectos poco conocidos incluso por los expertos y ofrece interesantes lecciones para el futuro. Una de sus conclusiones fundamentales es que Washington obtuvo resultados positivos siempre que se acertó en la definición del contexto regional y de sus implicaciones para los intereses de Estados Unidos. Lo que solía ocurrir cuando la estrategia la formulaban funcionarios y políticos con un conocimiento profundo de Asia, y existía una verdadera coordinación entre departamentos, así como entre éstos y la Casa Blanca.

No cabe esperar que Trump se lea un libro de más de 700 páginas como éste. Sin embargo, encontraría en él muchas claves sobre qué no hacer si quiere frenar la rápida pérdida de credibilidad de Estados Unidos entre sus aliados y socios asiáticos.

Tailandia y Estados Unidos: sumando apoyos. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Acaba de visitar Washington el primer ministro tailandés, el general Prayut Chan-o-cha, invitado por Trump con el propósito de reforzar las relaciones bilaterales entre ambas naciones y promover la paz, seguridad y prosperidad en la región del sudeste asiático, según el comunicado oficial. La Casa Blanca está intentando acercarse a sus aliados y amigos en la zona, con el objetivo de fortalecer lazos e ir sumando apoyos y acuerdos en algún tipo de salida al peligro de Corea del Norte e incluso, en el indeseado escenario de que sea necesario un ataque para poner fin a sus amenazas.
Tailandia es el aliado más antiguo de los Estados Unidos en la región del sureste asiático. Doscientos años de cordiales relaciones, hasta el golpe de Estado de 2014 que destituyó a la anterior primera ministra Yingluck Shinawatra, democráticamente elegida, y opacó estas relaciones. La respuesta de la Administración Obama fue castigarlos con un enfriamiento diplomático, y oficialmente se solicitó a la “Junta militar” (el nuevo gobierno tailandés) convocar elecciones libres. A pesar de las dificultades políticas en Tailandia, no se debió desconocer los estrechos lazos, en los que Washington ha invertido tiempo y dinero, dada la importancia estratégica de mantenerlos. Según documentos del Departamento de Estado, Tailandia es un país clave en el mantenimiento de la paz y la seguridad regional. Tanto es así que en el año 2003 Estados Unidos calificó a Tailandia como uno de sus grandes aliados fuera de los que forman parte de la OTAN.
El hueco dejado por los Estados Unidos fue rápidamente llenado por China y Filipinas, que se apresuraron a asistir estratégicamente a Tailandia en ese momento de abandono, pues solo en apoyo militar Washington suspendió casi 5 millones de dólares en programas de financiación, ejercicios y maniobras militares. La frustración del nuevo gobierno tailandés con Washington les hizo virar hacia Beijing, quien les ofrecía incrementar acciones militares, como el desarrollo de nuevos ejercicios conjuntos e incluso la adquisición de equipos chinos, como submarinos, que, según Geoffrey Hartman, del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, constituyen la adquisición más costosa en la historia militar de Tailandia. Y todo, a pesar de que Obama reconsideró su postura en 2016, anunciando la visita del almirante Harry Harris, el oficial de más alto rango en el Comando estadounidense en Asia. La fisura ya era visible, y aunque se restablecieron mucho de los programas, no se restauraron todos.
Desde 1950 el Tailandia ha recibido de Estados Unidos ayuda militar, entrenamientos, construcción y mejoramientos de sus instalaciones militares. Las maniobras Cobra fueron una práctica rutinaria durante más de 3 décadas entre ambos países, unos ejercicios militares con vehículos anfibios, helicópteros, simulacros de ataques bacteriológicos o químicos, entre otras cosas. Y en términos comerciales, tan solo en el año 2015 los intercambios entre ambos países ascendieron a más de 37 billones de dólares, nada despreciables.
La Administración Trump ha dejado clara la prioridad que ocupa Tailandia en su agenda, desde el comienzo de su legislatura. El propio Trump, en una llamada telefónica en primavera, invitó al primer ministro tailandés a la Casa Blanca. En julio, el embajador estadounidense Glyn Davies pidió a la Junta Militar su apoyo para imponer sanciones al régimen norcoreano, a pesar de que los tailandeses habían expresado su deseo de jugar un papel mediador con Pyongyang. El secretario de Estado Tillerson hizo una parada en Bangkok en agosto, en su primera visita a Asia. Y por último la declaración conjunta hecha en el marco de este encuentro entre el primer ministro tailandés y el presidente estadounidense, en la que expresaron su disposición a repotenciar la alianza de seguridad común, continuar con las fuertes y largas relaciones diplomáticas y generar un mayor acercamiento en las relaciones comerciales en pro de la prosperidad. Todo ello orientado a mantener activa esta antigua alianza en la que Estados Unidos gana con mantener una fuerte presencia estadounidense en la región.
Parece que Trump tiene claro cuál será el rol de Tailandia durante su gestión, a pesar de su improvisación en las relaciones exteriores y sus constantes tropiezos, y empieza a vislumbrarse un plan estratégico que incluye muchos actores para enfrentar la creciente amenaza de Kim Jong-un y consagrar una presencia estratégica permanente que, además, mande un mensaje claro a China.