INTERREGNUM: Elecciones en Singapur. Fernando Delage

Aunque la regresión democrática es un fenómeno global desde hace algo más de una década, el sureste asiático es una de las regiones donde se concentra en mayor medida. Las expectativas de cambio político abiertas por la caída del dictador Ferdinand Marcos en Filipinas en 1986, y de Suharto en Indonesia una década después, se vieron defraudadas desde principios del siglo XXI. Dos golpes de Estado en Tailandia, la incompleta transición birmana, las prácticas antipluralistas de Malasia o la elección de Duterte en Filipinas han revelado, entre otros ejemplos, la resistencia del autoritarismo en las naciones de la ASEAN. La creciente influencia de la vecina China, y el abandono por Estados Unidos de la promoción de la democracia como objetivo de su política exterior, suponen obstáculos añadidos a que la región pueda avanzar hacia sistemas políticos competitivos.

Tendencia opuesta es la que, muy tímidamente, reflejan las elecciones celebradas en Singapur el pasado 10 de julio. Este pequeño Estado, uno de los más ricos y estables del mundo, desafía todos los paradigmas de las transiciones democráticas al seguir gobernado por el Partido de Acción Popular (PAP) desde 1959. Aunque hegemonía no está en riesgo, su voto se redujo al 61 por cien, frente al 70% obtenido en 2015, y cercano al más bajo de su historia (el 60 por cien de 2011). Ese resultado le permite controlar 83 de los 93 escaños del Parlamento (es decir, el 89 por cien), gracias a un sistema electoral diseñado para reforzar su mayoría.

 Los diez diputados de la oposición—compuesta, además, por grupos divididos—no pueden ambicionar grandes cambios. Pero si no para cambiar el gobierno, las elecciones sirven al menos para medir cómo respira la sociedad con respecto al PAP. La decisión de convocarlas de manera anticipada—la anterior legislatura no concluía hasta abril de 2021—y en medio de la pandemia, fue probablemente un error. El primer ministro, Lee Hsien Loong, se limitó a señalar en público que los resultados “no fueron los esperados”, pero pueden obligarle a retrasar sus planes de retirarse el próximo año para dejar la jefatura del gobierno en manos de su segundo, Heng Swee Keat, como sucesor. Para muchos, las elecciones fueron en realidad un referéndum sobre Heng, y éste no sólo ha perdido apoyo electoral en su circunscripción, sino que, como director de la campaña, no deja de ser corresponsable de esta pérdida de confianza popular.

Los resultados dan a entender que la nueva generación de líderes del PAP—a la que pertenece Heng—no han sabido atender las quejas ciudadanas por la gestión del coronavirus, el coste de la vivienda, la sanidad y los transportes, o las nuevas limitaciones para acceder a las pensiones por parte de los jubilados. Esa tradicional seña de identidad de Singapur que ha sido la eficiente gestión de los servicios públicos parece haberse deteriorado.

Dependiente del mundo exterior para su crecimiento, y del equilibrio entre las grandes potencias para su seguridad, Singapur es especialmente vulnerable a los cambios en el sistema internacional. Con una economía basada en los servicios, afronta en la actualidad el desafío de cómo salvaguardar su futuro económico en un entorno de desglobalización, mientras los ciudadanos experimentan una creciente desigualdad. En el centro de la competición geopolítica entre Estados Unidos y China, Singapur se ve atrapado asimismo por la dificultad de mantener con ambos la relación privilegiada que ha tenido durante décadas. Si el entorno exterior ha cambiado, también parece estar haciéndolo el interno al votar cuatro de cada diez singapureños a un partido distinto del PAP.

La Administración Trump contra China. Nieves C. Pérez Rodríguez

La Administración Trump ha sido siempre explícita en su posición hacia los abusos chinos, ya sean al sistema económico, a las normas internacionales e incluso en cuanto a las arbitrariedades domésticas del PC chino. El mismo presidente Trump en una primera etapa intentó su famoso juego de seducción al adversario con Xi Jinping, y éste intento corresponderle y bailar al mismo son, mientras que por detrás de bastidores la guerra comercial y tarifaria tomaba forma.  

Paralelamente, el congreso estadounidense pedía al Departamento de Estado y al Departamento del Tesoro, a través de cartas oficiales, sanciones a China por la violación de derechos humanos a minorías musulmanas en la región autónoma de Xinjiang. Así como se introducían proyectos de ley bipartidistas sobre los derechos de los uigures desde el 2018.

Pero los dos últimos meses han sido significativos en Washington en cuanto a la toma oficial de una posición de rechazo frente a las injusticias chinas. En junio, el presidente Trump firmaba la primera legislación sobre los uigures en el mundo, “la ley de política de derechos humanos de los uigures del 2020”. Sin duda un gran paso sin precedentes, para contrarrestar los repetidos abusos de manos del PC chino en la Región de Xinjiang.

Dicha ley se inspiró en los abusos que han sido reportados por parte de las minorías musulmanas ubicadas en el extremo oeste de la península china. En marzo del 2019 el secretario de Estado Mike Pompeo ya alertaba a través del informe de Derechos Humanos en el que decía literalmente: “Hoy, más de 1 millón de uigures, kazajos étnicos y otros musulmanes están internados en campos de reeducación diseñados para borrar sus identidades religiosas y étnicas”.

Se estima que hay unos 10 millones de uigures en territorio chino, específicamente en la región autónoma de Xinjiang, que es un territorio muy extenso de 1.6 millones de km2, y que cuenta con enormes riquezas naturales, entre ellos gas y petróleo. Además, esta región es paso obligado de la famosa Ruta de la Seda a la que Xi Jinping dedica gran atención.

Imágenes satelitales demuestran que los “centros de reeducación chino” no han hecho más que expandirse y crecer exponencialmente, y con ello el número de internos ha tenido que haber aumentado considerablemente también.  Un reportaje hecho por la BBC a finales de la semana pasada, mostraba los centros por dentro, puesto que el gobierno chino está dando acceso limitado a un grupo selecto de medios, para contrarrestar las noticias negativos sobre los mismos.

En el reportaje se mostraban salones de artes donde los reclusos podían pintar, o estudios de baile en el que se practican danzas, o salones de clases en los que se imparten música, informática, entre otras. Pero también se mostraban imágenes en los que se apreciaban las altísimas paredes que rodean los centros, cubiertas de alambre de espino, y torres de vigilancia en lugares estratégicos. La crónica mostró evidencias de imágenes satelitales en las que fueron demolidas algunas de las barreras de seguridad, así como muchas de las torres de vigilancia, justo antes que se autorizaran las visitas a los medios de comunicación.

Todas estas pruebas justifican las sanciones impuestas por la Administración Trump, a finales de la semana pasada, a cuatro altos funcionarios chinos. Como se explicaba al comienzo, el Congreso estadounidense ha venido presionando desde hace varios años a la Casa Blanca a tomar drásticas medidas como respuesta a las atrocidades que se comenten en Xinjiang, retenciones masivas, persecuciones religiosas, esterilizaciones forzosas, eliminación de las identidades culturales de varias minorías, entre otras.

Uno de los sancionados es el jefe regional del PC Chen Quanguo, quien es visto como el artífice de las políticas de Beijing contra las minorías musulmanas. Quien anteriormente estuvo a cargo de las acciones cometidas en el Tibet. Chen ostenta una posición en el politburó del PC chino, y es el funcionario de más alto rango sancionado por los Estados Unidos. Los otros funcionarios son Wan Mingshan -director de la oficina de seguridad de Xinjiang-, Hou Liujun -ex funcionario de seguridad-, y Zhu Hailun una destacada figura del partido en Xinjiang.

Trump ha tenido muchos deslices diplomáticos, ha cometido errores graves como el abandono del escenario internacional, no ha aprovechado su posición para liderar crisis como la pandemia pero, si algo la historia le reconocerá a su Administración será el haber sido frontal a los abusos chinos, denunciarlos públicamente, poner barreras a los mismos con leyes y sanciones que mandan un mensaje claro a Beijing y al mundo sobre lo que el Partido Comunista chino hace para mantenerse en el poder sin oposición, ni otras ideologías, culturas o religiones.

La sorda batalla de Pakistán

En Pakistán se está librando una dura batalla, sorda pero con brotes ruidosos, entre Estados Unidos y China, para condicionar el marco estratégico de los próximos años en toda la región.

El país se ha venido convirtiendo en un socio económico, financiero y estratégico de China a quien ha concedido facilidades de paso y puertos para su estrategia hacia el Índico y Oriente Medio. A la vez, Pekín trata de neutralizar acercamientos entre el islamismo pakistaní y las minorías musulmanas chinas a las que la Administración comunista trata de borrar la identidad étnica.

Por su parte, para Estados Unidos Pakistán es esencial. Es allí donde tienen sus bases de retaguardia los talibanes con no pocas complicidades de los aparatos pakistaníes de seguridad y allí se han celebrado las conversaciones claves (aunque el escenario formal ha sido Qatar) entre el islamismo afgano y la Administración Trump.

Ni China ni Estados Unidos pueden permitirse un alejamiento del Gobierno pakistaní sabiendo que un avance de uno es un retroceso del otro.

Un tercer elemento  marca ese escenario y es India, una potencia nuclear, económica y estratégica, con contenciosos territoriales con chinos y pakistaníes, antiguo aliado de Rusia en la región pero ahora cada vez más cerca de Occidente y a quien el equipo de Donald  Trump mira con buenos ojos.

Ese escenario conjunto gana cada vez más importancia, fundamentalmente porque para el gran proyecto chino de consolidar su rol de gran potencia y ser socio en la política occidental con la UE y EEUU, la expansión hacia el Oeste y hacia la ruta del petróleo de Oriente Medio es fundamental. Habrá que estar atentos.

THE ASIAN DOOR: Big players del Fortune Global. Águeda Parra

La respuesta digital de China a la crisis sanitaria ha puesto de manifiesto el nivel tecnológico que ha alcanzado el gigante asiático en las últimas décadas. La comparativa con el resto de países de su entorno, como Singapur o Corea del Sur, a los que se considera referentes en la contención tecnológica de la pandemia, demuestra que el ecosistema digital que disfruta China ya incorpora soluciones digitales que hacen uso de la inteligencia artificial, el blockchain, los pagos electrónicos y el 5G, entre los más destacados.

En el contexto actual, en el que se han puesto de manifiesto las diferencias en los ecosistemas digitales entre los países asiáticos y los occidentales, la llegada de la pandemia del COVID-19 es posible que produzca un efecto acelerador en el desarrollo de determinadas tendencias que, de no ser por la crisis sanitaria, tendrían un desarrollo temporal diferente. Entre ellas, cabe destacar la competitividad de las empresas chinas en el entorno global.

Un claro ejemplo de cómo ha evolucionado la presencia de las empresas chinas a escala mundial se aprecia fácilmente en la lista de empresas que cada año pasan a forman parte de la clasificación del Fortune Global 500. El creciente protagonismo de las empresas chinas que van subiendo posiciones en los rankings mundiales es reflejo de un nuevo escenario donde el número de compañías americanas y chinas que aparecen en esta lista es casi idéntico. Estados Unidos incorpora 121 empresas a la clasificación, mientras que China aporta 119.

En 2019, China no sólo sitúa 3 grandes corporaciones en el Top 10 del Fortune Global 500, sino que ocupan posiciones destacadas entre las primeras cinco posiciones. La petrolera Sinopec (2) se sitúa por detrás de la norteamericana del retail Wallmart, que lidera la clasificación, mientras otra petrolera, China National Petrolium (4) y la eléctrica State Grid Corporation of China(5), completan la lista de las empresas chinas más importantes a nivel mundial.

Si echamos la vista atrás a 2008, China apenas aportaba 29 empresas a esta clasificación y se posicionaba en la 6ª posición en la clasificación mundial de países. Las empresas norteamericanas lideraban el ranking aportando más del doble de las empresas japonesas, que ocupaban la segunda posición, y cinco veces más que las empresas chinas. En sólo una década, China ha competido con las compañías de Francia, Alemania y Reino Unido que hace diez años ocupaban la tercera, cuarta y quinta posición mundial, respectivamente, hasta situarse casi al mismo nivel que Estados Unidos, desplazando a Japón de la segunda posición.

Esto en relación con el número de empresas que aporta cada país, pero si observamos la clasificación en función de los ingresos, la situación se repite, si bien las empresas norteamericanas todavía tienen un valor conjunto algo mayor al que suman las chinas. Sin embargo, en un escenario post-pandemia, de ralentización de la economía, es muy probable que se mantenga esta tendencia de crecimiento del número de empresas chinas que forman parte de la élite mundial y, en función de cómo se produzca la recuperación económica en cada región, podría generarse el escenario de que el número de empresas chinas del Fortune Global 500 fuera superior al de empresas norteamericanas.

Para que esta situación se produzca hay que tener en cuenta varias cuestiones. En primer lugar, los pronósticos apuntan a que China está experimentando una recuperación más rápida que el resto de países occidentales. En segundo lugar, la menor incidencia de la crisis sanitaria en la región asiática va a impulsar un fortalecimiento mayor de la integración económica que ya tiene la región, donde el peso en la creación de valor de las empresas chinas es considerable.

De ahí que, de producirse el adelanto de Sinopec a Wallmart, el relevo supondría que la lista de las 500 empresas más importantes por ingresos estaría liderada por una empresa china, poniendo de relieve el desarrollo que ha alcanzado el gigante asiático en las últimas décadas. En definitiva, incrementando aún más la rivalidad entre Estados Unidos y China.

INTERREGNUM: Baile de alianzas. Fernando Delage

En su encuentro en Mamallapuram, al sur de India, en octubre de 2019, el presidente chino, Xi Jinping, y el primer ministro indio, Narendra Modi, declararon su intención de elevar las relaciones mutuas a un nuevo nivel en 2020, año en que se conmemoran 70 años de establecimiento de relaciones diplomáticas. Lejos de reforzarse la cooperación entre ambos, las últimas semanas han puesto de relieve, por el contrario, una creciente rivalidad entre China e India. Las tensiones que se han producido en la frontera desde el mes de mayo condujeron al choque del 15 de junio en el valle de Galwan, en el que murieron al menos 20 soldados indios, junto a un número aún desconocido de militares chinos. Aunque cada uno culpa al otro de los hechos, lo relevante es que se acentúa la competición entre los dos Estados vecinos, con innegables implicaciones para la geopolítica regional.

Durante las dos últimas décadas, Pekín y Delhi se han esforzado por estrechar sus relaciones. Los intercambios económicos han crecido de manera notable (China es el segundo mayor socio comercial de India, país en el que ha invertido más de 26.000 millones de dólares), y los dos gobiernos han colaborado en la creación de instituciones multilaterales como los BRICS o el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras. Nada de ello ha servido, sin embargo, para minimizar las disputas fronterizas, el problema de Tíbet, o la percepción de vulnerabilidad de Delhi, que ha visto en los últimos años cómo Pekín ha profundizado en su relación con Pakistán y aumentado su presencia en otras naciones de Asia meridional. Por su parte, Pekín no ha logrado evitar un mayor acercamiento de India a Estados Unidos, así como a Japón, Australia y distintos países del sureste asiático, en lo que interpreta como una potencial alianza formada para equilibrar a la República Popular.

Los incidentes del 15 de junio pueden suponer por todo ello un punto de inflexión en la relación bilateral, al crear un consenso—tanto entre las autoridades como en la sociedad indias—a favor de una posición más firme con respecto a China. Si por un lado resulta previsible que Delhi opte por una mejora de sus capacidades militares y por el desarrollo de infraestructuras en su frontera septentrional, por otro se alineará con Estados Unidos en mayor grado a como lo ha hecho hasta ahora, y mostrará menos reservas a su participación en el Diálogo Cuatrilateral de Seguridad (Quad), con Tokio y Canberra, además de Washington. Por resumir, Estados Unidos logrará el objetivo perseguido desde la administración Bush en 2005 de hacer de India el socio continental de referencia en Asia frente al ascenso de China. Aunque no llegue a convertirse en una alianza formal, ni desaparezcan del todo las dudas en la comunidad estratégica india al respecto, Washington adquirirá una mayor proyección en una subregión asiática en la que tenía menor peso pero que ha adquirido creciente relevancia como consecuencia de los intereses geopolíticos y geoeconómicos en juego en las líneas marítimas que cruzan el océano Índico.

La paradoja es que si China está causando un resultado contrario a sus objetivos—el fortalecimiento de la asociación estratégica entre Estados Unidos e India—en el subcontinente, en el noreste asiático está logrando—con la ayuda de Pyongyang—lo que persigue desde hace años: el debilitamiento de las alianzas de Washington. No está en riesgo la relación con Japón, pese a la incertidumbre de este último sobre la política de Trump, pero—según parece—sí los vínculos con Corea del Sur.

Es sabido que, en sus intentos de conseguir un acuerdo con el líder norcoreano, Kim Jong-un, Trump ha hecho un considerable daño a las relaciones con Seúl.  Mientras Corea del Norte no sólo no ha renunciado a su programa nuclear y de misiles, sino que lo continúa desarrollando, la alianza con el Sur—uno de los pilares de la estrategia norteamericana en Asia desde la década de los cincuenta—podría desaparecer si Trump ganara las elecciones presidenciales de noviembre. Así parece desprenderse de las revelaciones hechas por el ex asesor de seguridad nacional, John Bolton, en sus recién publicadas memorias sobre su etapa en la Casa Blanca. Según revela Bolton, Trump no cree en esta alianza aun cuando desconoce su historia y las razones de la presencia norteamericana en la península.

No debe sorprender que los surcoreanos se cuestionen el mantenimiento de este pacto, justamente cuando las relaciones con el Norte se acercan a una nueva crisis, después de que Pyongyang destruyera el mes pasado la sede de la oficina de asuntos intercoreanos en Kaesong.  Las provocaciones de Kim van en buena parte dirigidas a que Seúl rompa con Washington y conseguir de esa manera aliviar las sanciones. Aunque lo previsible es que la alianza se mantenga, la confianza se ha roto y, con ella, uno de los elementos tradicionales de la estabilidad asiática.

THE ASIAN DOOR: Digitalización como motor de cambio. Águeda Parra.

La crisis sanitaria ha puesto de manifiesto que es necesario evolucionar a un modelo digital más sofisticado a todos los niveles y construir un verdadero ecosistema al estilo del que ya se disfruta en China y en otros países asiáticos. De hecho, se estima que el impacto tecnológico de 2 meses de pandemia ha supuesto acelerar la digitalización mundial 6 años. Se ha tratado de una transformación digital orientada en primera instancia a afrontar la crisis sanitaria, pero, por su propia esencia, tiene el espíritu de mantenerse en el tiempo.

El impulso digital que ha propiciado la pandemia se convertirá en un proceso acelerado de transformación tecnológica, dando forma a un ecosistema digital que incorpore activamente las nuevas tecnologías en un horizonte temporal más temprano al que estaba definido para Europa hasta el momento y que se situaba en 2030. Por tanto, una gran lección aprendida de la crisis sanitaria es la necesidad de acelerar la adopción de las nuevas tecnologías. Se trata de reducir los 10 años que nos separan de esa transformación digital, con la ambición de crear un ecosistema digital transversal a todos los ámbitos – gubernamental, industrial, empresarial y educativo-, de modo que Europa siga manteniendo una posición competitiva en las cadenas de valor globales.

La crisis sanitaria va a generar unas tendencias digitales muy marcadas y, entre ellas, el e-commerce va a ocupar un papel destacado. De hecho, las compras por Internet se han convertido casi en imprescindibles durante la pandemia, y se ha elevado a cifras récord el volumen de compras que se han realizado en este tiempo. Una tendencia que ha venido para quedarse por la versatilidad del servicio y porque tanto empresas como consumidores han incorporado un hábito con el que quieren seguir interactuando pasada la crisis sanitaria.

China está considerado el mercado del e-commerce más grande y que más rápido crece del mundo. Ha pasado de representar el 1% hace 20 años a situarse como un mercado maduro que supone el 36% del total de las ventas minoristas y tiene a Alibaba como líder indiscutible. Fuera del gigante asiático, ningún país ha conseguido reproducir ni el volumen de ventas ni la penetración de las compras online que se registran en China.

No osbante, el ecosistema Alibaba, con sus plataformas de marketplace Taobao, Tmall y AliExpress, ya comienza a ser conocido más allá de la “muralla china”. El gran festival anual de las compras online en el Día del Soltero comienza a hacerse un hueco en los mercados internacionales, adquiriendo una dimensión global. En el mercado chino, JD.com es el gran rival de Alibaba, aunque a gran distancia, con un 16,7% de cuota. De forma similar a la iniciativa de Alibaba, el Festival 618 que organiza JD.com se ha convertido en una referencia anual de las compras online cada 18 de junio. Pero más allá de estos eventos, que convierten a China en el epicentro del e-commerce mundial cada año, el sector ha evolucionado para dar entrada a otros actores que en algunos casos han sido capaces de capturar una cuota de mercado importante a los dos grandes actores.

En Europa, la competencia de AliExpress con Amazon está generando un auge importante en el incremento del e-commerce. De hecho, en España esta competencia va a suponer que el mercado crezca en los próximos 3 años a mayor ritmo que en otros países europeos, alcanzando un crecimiento del 12% los dos próximos años. Sin embargo, la pandemia va a acelerar esta tendencia, y va a situar al e-commerce como una palanca de generación de la nueva economía digital en España. Según Google, el e-commerce en España representará el 20% de las ventas en 2023, un crecimiento muy significativo cuando actualmente se sitúa por debajo del 10%.

Sin duda, la expansión de la Ruta de la Seda Digital está fomentando que los titanes tecnológicos chinos alcancen muchos mercados y que aumente la competencia con los players locales. Sin duda, la apuesta de AliExpress por España como mercado clave desde donde expandir la expansión de su e-commerce por Europa va a impulsar no sólo el e-commerce, sino que va a fomentar que se siga acelerando el proceso de digitalización que se ha iniciado con la pandemia.

El principio del fin de Hong Kong. Nieves C. Pérez Rodríguez

El 30 de junio a las 23:00 horas entraba en vigor la “Ley de seguridad nacional” aprobada por el órgano legislativo chino, coincidiendo prácticamente con el vigésimo tercero aniversario del retorno de Hong Kong a China de manos de los británicos -el 1 de junio 1997-. El acuerdo contemplaba que Hong Kong sería una provincia semi autónoma por un periodo de 50 años, tiempo que no está siendo respetando por Beijing, y basado en el principio de un país y dos sistemas.

Los hongkoneses, y de manera especial los que han trabajado políticamente por la identidad de la isla, temían una acción como esta hace años, por lo que han venido alertando al mundo de ese riesgo. Las masivas protestas que comenzaron en junio del 2019 tenían como objetivo rechazar contundentemente la ley de extradición que Beijing intentó aplicar y que se concibió para servir al Partido Comunista chino y sus tribunales.

El contraataque chino ahora es más fuerte y directo, pues la Ley de Seguridad Nacional socava las libertades civiles y políticas fundamentales en Hong Kong, y le otorga al Partido Comunista el control sobre el territorio y sus ciudadanos, así como sobre los extranjeros que habiten o estén de paso por la isla.

Una de las primeras acciones que se han tomado en Hong Kong es la revisión de libros que contienen las bibliotecas para determinar si el contenido está en contra de lo que la ley en cuestión permite o penaliza. Así lo confirmaba el departamento de ocio y servicios culturales que gestiona las bibliotecas públicas de la ciudad, que aseguró que estaban examinando algunos libros -sin nombrar cuales.

Mientras tanto, el Congreso de los Estados Unidos daba a conocer un nuevo proyecto de ley que buscar otorgar estatus de refugiados a los hongkoneses que puedan enfrentar amenazas y posibles persecuciones de parte de las autoridades chinas.

La nueva ley, introducida a tan sólo horas de que se conociera el contenido del texto de la Ley de Seguridad Nacional, solicita al Departamento de Estado que conceda permiso de residencia en los Estados Unidos, bajo el estatus de refugiado a aquellos residentes en Hong Kong en potencial riesgo. Los ciudadanos que podrán beneficiarse de dicho beneficio serán aquellos que han participado y/o organizado protestas antigubernamentales, o han ocupado roles de liderazgo, o que han sido agredidos en movilizaciones, fundamentalmente.

En tal sentido el senador republicano Marco Rubio afirmaba “Estados Unidos debe ayudar a los hongkoneses a preservar su sociedad y brindar refugio a aquellos que enfrentan persecuciones por ejercer los derechos que estaban garantizados en la declaración conjunta sino-británica”. Y el senador demócrata Bob Meléndez afirmaba por su parte que, “la introducción de la ley reafirma al Partido Comunista de China que nosotros -Estados Unidos- estamos del lado de Hong Kong y de sus residentes.

El PC chino lleva ya 70 años en el poder y a pesar del tiempo sigue insistiendo en completar su proyecto, que en el caso de Hong Kong radica en la recuperar del territorio, pero que en otras provincias consiste  en la erradicación de minorías étnicas, eliminación de creencias religiosas, supresión o exterminio de identidades culturales o todo aquello que no esté en consonancia con el partido.

Hoy la victima de Beijing es Hong Kong y su pueblo, pero también lo será su atractivo internacional, ese centro financiero y puerto comercial que ha sido el enlace entre Asia y occidente. Lo que llevó a Hong Kong a evolucionar fueron los principios democráticos y el estatus de libre mercado, su estado de derecho, la supervisión regulatoria e impuestos bajos, junto con la libertad de expresión.  Esa misma libertad de expresión que declaró temer a la retórica neomaoísta y que hoy es silenciada abiertamente frente al mundo, solo por ofrecer un modelo alternativo al del Partido Comunista chino.

UE-China, vuelve la negociación

Tras la crisis sanitaria, se retoman las conversaciones entre Bruselas y Pekín para establecer un marco renovado de relaciones comerciales, un marco en el que están presentes, pese a lo que le gustaría a ambas partes, la demostrada falta de transparencia china condicionada por las toneladas de propaganda, la violación del marco normativo de Hong Kong y la cada vez más agresiva actuación de los servicios secretos chinos en su doble acción política y para favorecer los intereses comerciales chinos.

La titubeante Unión Europea cada vez está más exigente con China y está aceptando algunos de los planteamientos que Estados Unidos viene defendiendo desde hace años. Hoy hay menos complacencia respecto a Hong Kong y mayor disposición a frenar la competencia con ventajas de China desde su Estado autoritario y sin control.

Esto estará en la cumbre de septiembre en la ciudad alemana de Leipzig, a la que en principio está prevista la asistencia de los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 para reunirse con el presidente Xi Jinping. Esta cumbre es una prioridad para la canciller alemana, Angela Merkel, que el 1 de julio asume la presidencia de turno de la Unión Europea y que ve prioritario cerrar un acuerdo de inversión con el gigante asiático.

 Este marco empieza a ser menos cómodo con China en un momento en que, a pesar de su propaganda, tampoco son excelentes las perspectivas de recuperación económica y esto va a verse reflejado e las relaciones comerciales en las que las inversiones chinas han sido tan importantes en la última década.

INTERREGNUM: Resistencia a Pekín. Fernando Delage

La escalada de tensión en sus disputas con India, Japón y las naciones del sureste asiático, es la última demostración de los esfuerzos de China por aprovechar la oportunidad abierta por la pandemia para avanzar en la proyección de su influencia internacional. Como era previsible, esa política de confrontación ha conducido a la reacción de los países afectados contra las aparentes intenciones chinas de modificar el statu quo.

Japón, que espera en otoño la primera visita de Estado del presidente chino Xi Jinping—prevista para abril, fue pospuesta por el coronavirus—ha optado por una relación bilateral estable y equilibrada, y por un claro compromiso con Pekín en el terreno económico. Dicha inclinación se comparte, no obstante, con el desarrollo de sus capacidades militares y la conclusión de asociaciones estratégicas con otras naciones de la región, frente a un entorno de incertidumbre también causado por las dudas que provoca la estrategia Estados Unidos bajo la administración Trump. Según ha trascendido en los últimos días, Japón estaría reforzando en particular sus defensas aéreas, al desplegar el sistema de defensa antimisiles Patriot Pac-3 MSE en cuatro bases militares en la costa occidental del archipiélago.

Sin dejar de atender sus activos militares, este tipo de instrumentos no resultan viables para Delhi en sus divergencias con Pekín. Pero después de que tropas chinas mataran a 20 soldados indios en la zona en disputa entre ambos países en el Himalaya—China no ha dado a conocer sus bajas—, India se ve obligada a reconsiderar su relación con la República Popular. La respuesta a los incidentes más graves en la frontera desde 1975 se está produciendo sobre todo en la economía. Sin que se haya hecho ningún anuncio oficial, para Delhi lo más eficaz consiste en limitar el acceso de las empresas chinas al mercado indio. Esta “guerra económica” ha comenzado de manera informal en el bloqueo en las aduanas de las importaciones chinas, y en el estudio de nuevas tarifas y barreras no arancelarias a los productos procedentes de este último país. India también ha prohibido la descarga de 59 apps chinas, incluyendo la popular TikTok.

La mayor parte de los analistas creen que, dado el grado de interdependencia económica entre ambos países, quienes más pueden verse perjudicados son los consumidores indios. Pero Delhi sabe que cuenta con el apoyo de su población a una firme respuesta a China. Es más, como ya ha ocurrido por ejemplo en un mercado en Hyderabad, se va extendiendo un boicot popular contra artículos chinos. Es una movilización de naturaleza nacionalista que puede conducir, por lo demás, al abandono de los intentos de acercamiento por parte del gobierno a Pekín, para alinearse de manera más clara con Estados Unidos, un resultado escasamente beneficioso para los intereses chinos.

Por su parte, las naciones del sureste asiático—con limitaciones tanto en el terreno militar como en el económico por su proximidad geográfica y dependencia del mercado chino—juegan sus cartas en el campo de las normas y principios. En su cumbre anual, celebrada por videoconferencia el 26 de junio, bajo la presidencia rotatoria de Vietnam, la ASEAN adoptó un giro en su discurso con respecto a las disputas en el mar de China Meridional. Sin nombrar de manera explícita a la República Popular, reafirmó en términos rotundos el compromiso con la Convención de Naciones Unidas sobre Derecho del Mar (UNCLOS) como única base de regulación de los espacios marítimos. Se trata de un claro rechazo de las reclamaciones de Pekín que, aunque firmante de UNCLOS, no aceptó hace ahora cuatro años el fallo del Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya en su contra. Aunque la pandemia ha impedido avanzar en el código de conducta que se negocia con China desde hace años, y cuya conclusión parece cada vez más lejana, si no imposible, el sureste asiático tampoco va a aceptar pasivamente las maniobras de Pekín en su entorno exterior.