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Rusia-China: grietas en el subsuelo político

Algunos expertos vienen advirtiendo de que, debajo de la publicitada luna de miel política y sobre todo comercial entre Rusia y China, se abren algunas grietas asentadas en viejos contenciosos históricos y recelos de Moscú ante el aprovechamiento que Pekín está haciendo de las vulnerabilidades rusas para desplazar la influencia eslava en Asia Central y a lo largo de los más de 4.000 kilómetros de la frontera que comparten.

Desde el punto de vista coyuntural, las relaciones comerciales con China estás permitiendo a Rusia sortear con menos dificultades la situación en la que su gobierno se ha metido con su criminal aventura en Ucrania. Rusia da salida a productos que ahora no compra Occidente y China consigue petróleo ruso a 30 dólares el barril. Pero desde el punto de vista estratégico que exige mirar más allá de lo cotidiano,  Rusia ve cómo, a medio plazo, China avanza en su aspiración de ser la gran potencia centro asiática en lo que siempre fue el patio trasero ruso y su plataforma para contrarrestar las influencias occidentales, tradicionalmente británicas, en la península indostánica, Afganistán y el flanco oriental de Oriente Medio.

Estos hechos no deben ser perdidos de vista pues forman parte también de las ambiciones y aspiraciones de los gobernantes, actores secundarios pero imprescindibles, de aquellos países desligados hace décadas de lo fue el poder soviético y su influencia. Esos países, con fronteras discutidas entre sí, con aparatos militares y de seguridad de inspiración soviética y con asesores rusos, ven como renacen brotes separatistas, intentonas terroristas islamistas y maniobras de terceros países que quieren pescar en rio revuelto. Y, así, ante los problemas rusos, estos gobiernos intercambian cada vez más guiños con el gobierno de Pekín, necesitado a su vez de estabilidad en la región para sus proyectos de extender y blindar sus rutas comerciales, terrestres y marítimas, hacia Europa y Occidente.

Además, la existencia de importantes minorías islámicas en China que ven negados sus derechos de manera aún más brutal que para el resto de los chinos y que están emparentados étnicamente con los territorios de la frontera occidental china, añaden motivos para que China se vea obligada a estar más presente en la región.

Este complejo escenario lastra y limita las relaciones ruso chinas y condiciona el panorama geoestratégico a medio y largo plazo pues contamina y condiciona otros escenarios cercanos y no menos tensos ni menos conflictivos.

 

 

INTERREGNUM: Ucrania divide Asia. Fernando Delage

Pese a la presión de Occidente sobre distintos países para condenar a Rusia y sumarse a las sanciones contra Putin y su régimen, buena parte de Asia ha preferido mantenerse al margen. La razón fundamental, una vez más, es el contexto de rivalidad entre Estados Unidos y China.

Sólo seis naciones (Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda, Singapur y Taiwán) se han alineado con europeos y norteamericanos en la política de sanciones. Las cuatro primeras participaron, además, en la última reunión de ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN; una novedad que no sólo indicaba al Kremlin la estrecha solidaridad entre las democracias occidentales y las asiáticas: mostraba asimismo a Pekín cómo se está consolidando la percepción de un desafío común por parte de Rusia y China. Eurasia asoma como un escenario geopolítico único, y China aparecerá por primera vez en el concepto estratégico de la Alianza Atlántica, tras su actualización prevista en junio.

El resto de la región ha preferido abstenerse de momento. La posición de China y de India no es ningún secreto, pero ¿qué explica el comportamiento de los demás? Para muchos, adherirse a las sanciones de Occidente no compensa los posibles beneficios del distanciamiento. Vietnam es tan dependiente como India del armamento ruso para la modernización de sus fuerzas armadas. Indonesia puede hoy adquirir petróleo ruso a un precio mucho más bajo, y—como anfitrión de la próxima cumbre del G20—ha rechazado la presión para no invitar a Putin. Pero incluso aliados norteamericanos del sureste asiático como Filipinas y Tailandia han preferido no condenar a Moscú. Tampoco en Asia meridional ha apoyado ningún Estado las sanciones.

Al margen de posibles intereses bilaterales, para la mayor parte de estos países el enfrentamiento entre Occidente y Rusia puede contribuir a exacerbar la competición entre China y Estados Unidos en el Indo-Pacífico. El temor a las posibles represalias de Rusia pero también de China en el caso de una posición activa ante el conflicto explica su “neutralidad”. No deja de ser el tradicional mecanismo de supervivencia de las pequeñas y medianas naciones frente a las grandes potencias; una actitud que sólo cambiará de extenderse la guerra. Pero quedan claros, para Occidente, los límites que encontrará en Asia en su estrategia contra Moscú.

La gran cuestión de fondo es, no obstante, si podría estar formándose una nueva política de bloques. Japón y Corea del Sur no sólo han impuesto duras sanciones a Moscú y reconsideran su dependencia energética de Rusia, sino que contemplan un reforzamiento de sus capacidades militares y de su alianza con Washington ante una nueva era de incertidumbre geopolítica. El exprimer ministro japonés, Shinzo Abe, ha sugerido incluso la posibilidad de aceptar armamento nuclear norteamericano en su territorio. Por su parte, el nuevo presidente surcoreano, Yoon Suk-yeol, ha manifestado su preferencia por una política de línea dura hacia China, sin que pueda descartarse su incorporación a un QUAD ampliado.

Mediante su dura respuesta a la agresión rusa, también Singapur ha apostado por un firme alineamiento con Estados Unidos.

China no se ha quedado cruzada de brazos durante las últimas semanas. El presidente Xi Jinping ha buscado el apoyo de los presidentes de Camboya y de Indonesia (de este último para intentar que Ucrania no esté en la agenda de la cumbre del G20), mientras que el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, ha estado en contacto directo con sus homólogos de Asuntos Exteriores de Tailandia, Filipinas, Myanmar e Indonesia. Wang viajó también a India, en la primera visita de un alto cargo chino desde el choque fronterizo de hace dos años. La resistencia de Delhi a condenar la acción rusa ha conducido a Estados Unidos a ofrecerse para diversificar sus necesidades energéticas así como de armamento, esfuerzo que China intenta contrarrestar mediante el mensaje de que las diferencias territoriales con su vecino no deberían afectar al conjunto de sus relaciones.

India es una de las principales dudas en la ecuación. El ascenso de China acercó a Delhi a Occidente, mientras que el revisionismo de Rusia está provocando el efecto opuesto; una circunstancia que si, por un lado, obliga a reconsiderar el futuro de la pertenencia india al QUAD, por otro confirma cómo las diferentes respuestas a la guerra de Ucrania tiene notables ramificaciones para la dinámica geopolítica asiática.

¿Y las sanciones, qué? Nieves C. Pérez Rodríguez

A dos semanas de la invasión rusa de Ucrania el mundo ha sido testigo de las bárbaras prácticas del ejército ruso, la destrucción de infraestructuras, colegios, universidades e incluso ataques a plantas nucleares. Todo ello acompañado del destierro de millones de ciudadanos quienes en un acto desesperado por mantener su vida y su dignidad buscan salir de su país que está siendo acabado por órdenes de Putin.

Mientras los rusos elegían la agresión conseguían que el mundo en su mayoría se uniera en su contra en un clamor por la paz. Y en busca de esa paz se ha intentado usar los mecanismos existentes para hacerle llegar armamento, equipos y municiones a los valientes ucranianos que se mantienen en el campo de batalla peleando por defender su derecho soberano de mantener el control de la nación, y en el fondo, tal y como lo decía el presidente Zelensky, “La lucha de Ucrania es la lucha por nuestras libertades pero también por las libertades europeas y occidentales”.

De igual forma y tomando las palabras del propio secretario de Estado estadounidense, “la invasión brutal ha sido respondida por occidente con durísimas sanciones económicas” que ahora también plantean una gran incógnita acerca de cómo afectarán al futuro de Rusia, y a la vez también al resto del mundo sobre todo en el actual momento en el que la inflación mundial sigue subiendo como efecto de la pandemia.

A pesar de que la economía rusa no es de las primeras del mundo, es una economía muy interconectada a través del suministro a otras economías como las europeas, la china, la india e incluso otras mucho más pequeñas como la turca.

Rusia produce el 10% del petróleo mundial, es el tercer exportador de carbón, el quinto exportador de madera y suministra el 40% del gas de Europa. Además, es el mayor exportador de cereales y fertilizantes del mundo. Por lo que su aporte a los intercambios internacionales no es tampoco insignificante, aunque podría ser sustituido (lo que tomaría tiempo).

En cuanto a la relación económica entre Rusia y China, hoy en día China depende de las importaciones de gas y petróleo ruso, pues es el segundo proveedor después de Arabia Saudita. Estas relaciones se intensificaron en 2014, momento en que se impusieron sanciones a Rusia por la toma de Crimea, y desde entonces no han hecho más que crecer y fortalecerse. En efecto, han tenido un aumento del 50% de esos intercambios.

De allí precisamente que la “Teoría de la Desdolarización” toma más fuerza entre algunas analistas que afirman que ante la situación de crisis actual, Beijing buscará sacar el máximo provecho de su cercanía con el Kremlin y afianzar su posición de liderazgo internacional.

En un esfuerzo por reducir la dependencia que existe del dólar, Beijing y Moscú se plantearon el proyecto de desdolarizar sus economías en el 2010 dando comienzo a un sistema “incipiente de mercado” en el que se valoraban los intercambios bien en yuanes si eran productos chinos o en rublos si los productos eran de origen ruso. Y aunque en los primeros años esos intercambios solo representaron el 3% del total entre ambos, a raíz de las sanciones del 2014 estos intercambios tomaron más importancia y tan solo en los primeros seis meses de 2021 llegaron a representar el 28% de los intercambios bilaterales.

Desde 2020 la moneda que ahora están utilizando es el yuan, año en el que el acuerdo se renovó por otros tres años más por unos 150.000 millones de yuanes.

En una situación como la actual, momento en que se están estudiando todas las opciones para poder evadir las sanciones, es más que probable que se recurra a este sistema para mantener activos los intercambios entre Beijing y Moscú. Y como consecuencia, entonces las sanciones podrían ser las incitadoras de la aceleración a mayor escala de este sistema. Aunque, ciertamente, China corre un gran riesgo en quedar atrapado en medio de alguna de las sanciones debido a que será complicado mantener un sistema de segregación de transacciones escrupuloso.

Objetivamente, hay que aceptar que mientras el dólar siga siendo una moneda fuerte y estable, los países seguirán manteniendo sus reservas en dólares para poder comprar o vender bienes internacionales. Así como las bolsas internacionales seguirán haciendo sus cálculos basados en la principal moneda y las transacciones internacionales continuarán efectuándose en dólares. Pero no es descabellado plantear que, con el peso de China en la economía mundial, junto con su deseo de continuar su crecimiento y expansión y de su plan maestro de continuar conectando al mundo a través del BRI o la antiguamente llamada Ruta de la Seda, tener un sistema financiero alternativo en el que su propia moneda sea el medidor del valor de la transacción y, eventualmente, incluso los bancos chinos sean las plataformas utilizadas para los pagos, podría ser una opción a medio plazo.

Beijing podría estar viendo más beneficios que problemas en esta terrible crisis. Aunque China ha sido frontal desde el comienzo de la guerra y aunque ha llamado al dialogo, no ha condenado la invasión, pero si ha insistido en que las sanciones son ilegales. Paralelo a esto, el ministro de exteriores chino, Wang Yi, manifestaba el lunes de esta semana  “la disposición de China de ser un país mediador o asumir un papel en la crisis”.

Consecuentemente, podría estar intentado jugar su carta de mediador y por tanto líder internacional. Si los chinos consiguieran parar la guerra de alguna forma, se apuntarían un éxito como actor internacional y su reputación también mejoraría considerablemente. Y a pesar del inestable panorama, Beijing acaba de anunciar que prevé que su economía crezca el 5,5% en 2022, a pesar de los efectos de la pandemia y del impacto indirecto de estas sanciones.

A medida que las tensiones geopolíticas aumentan y Estados Unidos sigue recurriendo a las sanciones como forma de castigo aumenta las ganas y la necesidad de buscar sistemas paralelos, sobre todo en los países no alineados a los valores de occidente.  Y esta podría ser una desgraciada situación que los chinos conviertan en favorable para ellos.

Biden, Irán …. y China

Finalmente, Biden ha abierto negociaciones con Teherán de cara a renovar, con algunos cambios, el acuerdo sobre el uso de la energía nuclear por parte del régimen de los ayatollah. En el fondo es la misma posición, con matices, de la Unión Europea y destacadamente por Francia y Alemania, con importantes intereses económicos en Irán.

Pero, a tenor de las primeras reacciones, Biden va a tener algunas dificultades para explicar sus movimientos la opinión pública de EEUU, donde han surgido discrepancias sobre lo que algunos estiman concesiones políticas y económicas, si finalmente se levantan las sanciones sin obtener garantías claras de Irán, para facilitar un acuerdo. Hay que recordar que siempre hubo dudas sobre el nivel de cumplimiento iraní de su compromiso en no enriquecer uranio y malestar por los obstáculos puestos a las inspecciones internacionales de las instalaciones iraníes. Cuando el presidente Trump decidió unilateralmente romper la adhesión de EEUU  a lo acordado, la reacción de Teherán no fue reafirmar su adhesión al acuerdo sino declararse no obligada ya a cumplirlo. A esto hay que añadir el acuerdo suscrito entre Irán y China recientemente en el que, a cambio de inversiones chinas en infraestructuras, Teherán facilita presencia estratégica china en sus puertos.

Y en ese marco está Israel, estrecho aliado de Estados Unidos, que siempre ha señalado que el viejo acuerdo con Irán no garantizaba nada sino que daba salida a la crisis económica de aquel país a cambio de ser más discreto en su rearme nuclear. Biden ha tenido que enviar a los responsables norteamericanos de Defensa a Jerusalén a dar a Israel garantías de que los intereses israelíes no se verán afectados en las negociaciones con Irán. Y un factor más. Tanto como a Israel, el acuerdo con Irán preocupa a Arabia Saudí, Emiratos árabes Unidos y a Egipto, que ahora viven un acercamiento s Israel, y eso obliga a EEUU a ser muy cuidadoso y, de momento, Biden no da pistas de su estrategia global.

China, por su parte, defiende el acuerdo con Irán sin gritar mucho, ya que necesita el petróleo y su presencia en Irán y, a la vez refuerza lazos con saudíes e israelíes en la medida en que puede ir avanzando posiciones. En ese terreno, el tablero de juego tiene muchos aspirantes y el movimiento de cada pieza implica consecuencias a veces inesperadas.

China desafía a occidente: guerra de sanciones. Nieves C. Pérez Rodríguez

La Unión Europea anunciaba sanciones el lunes pasado a 4 funcionarios chinos encargados de las operaciones de los “centros de reeducación” en Xinjiang. Estas sanciones vienen a complementar las impuestas por Washington en julio de 2020 a otros 4 funcionarios chinos claves, como el jefe regional del PC Chen Quanguo, quien es visto como el artífice de las políticas de Beijing contra las minorías musulmanas y que anteriormente estuvo a cargo de las acciones impuestas en el Tibet; el director de la oficina de seguridad de Xinjiang, un ex funcionario de seguridad, y una destacada figura del partido en Xinjiang. Estratégicamente los europeos sancionaban otras personalidades y no las que ya habían sido sancionadas por los Estados Unidos con la intención de neutralizar más piezas claves del PC chino.

Reino Unido se sumaba a las sanciones de la UE, y Beijing respondía con sanciones a sanciones a 7 parlamentarios y 2 académicos. “Es nuestro deber denunciar el abuso de los derechos humanos por parte del gobierno chino en Hong Kong y el genocidio de los uigures”, dijo Ducan Smith, académico y sancionado, quien afirmaba que “aquellos de nosotros que vivimos días libres bajo el imperio de la ley debemos hablar por aquellos que no tiene voz”.

Canadá también se sumaba a la acción coordinada de sancionar miembros del PC chino. Por lo que la respuesta de Beijing no se hizo esperar sancionando a 2 miembros de la comisión internacional de libertad religiosa (USCIRF) estadounidenses y a 9 parlamentarios canadienses. A lo que el primer ministro canadiense, Justin Trudeau aprovechó la oportunidad para manifestar: “Las sanciones chinas son un ataque a la transparencia y a la libertad de expresión y valores en el corazón de nuestra democracia. Apoyamos a los parlamentarios y nos manifestamos en contra de estas acciones inaceptables y continuaremos defendiendo los derechos humanos en todo el mundo con nuestros socios internacionales”.

China y Canadá llevan un par de años de fuerte tensiones desde que la policía canadiense prohibieran a la ejecutiva de Huawai, Meng Wanzhou, salir del país por solicitud de la Administración Trump, basándose en una orden de un tribunal de New York que emitió una mandato de arresto para Meng para que fuera juzgada en los Estados Unidos por violación a sanciones estadounidense en contra de irán y conspiración para robar secretos comerciales”.

Australia y Nueva Zelandia no han impuesto sanciones, pero sí han manifestado su apoya a las que otros países han puesto. Aunque Australia ha expuesto abiertamente que consideran que China debe responsabilizarse por el daño causado por la pandemia, lo que ha generado fricciones importantes entre ambos. En efecto, el Ministro de Comercio australiano amenazaba con llevar a China ante la OMC a finales de la semana por su decisión injustificable de aumentar los aranceles en las importaciones de vino australiana entre el 116.2% al 218.4% por cinco años, como otro de sus mecanismos de retaliación.

El secretario de Estado de EEUU publicaba una declaración el sábado por la noche sobre la respuesta de China: “Los intentos de Beijing de silenciar a quienes se pronuncian por los derechos humanos y las libertades fundamentales solo contribuyen al creciente escrutinio internacional del genocidio y los crímenes de lesa humanidad en curso en Xijiang. Nos solidarizamos con Canadá, el Reino Unido, La UE y otros socios y aliados del mundo para pedir a la República Popular China que ponga fin a las violaciones de derechos humanos y los abusos en contra de los uigures, así como hacia otras minorías étnicas y religiosas de Xinjiang y la liberación de los detenidos arbitrariamente…” 

La Administración Biden, con poco más de dos meses en el poder, no ha perdido tiempo en restablecer relaciones con los aliados tradicionales y consolidar acercamientos que en los últimos años habían sufrido un enfriamiento considerable. El tono de la Casa Blanca es mucho más reconciliador hacia sus aliados y las acciones del Departamento de Estado de Blinken parecen estar articulando un sólido frente internacional que, en primer lugar, alerte sobre el peligro de China y segundo lugar, parecen intentar poner fin a las prácticas e irregularidades chinas en el mundo.

Beijing por su parte se ha dedicado a responder como otra potencia fuerte que no está dispuesta a dejarse amedrentar,  por lo que se acerca a Rusia e Irán para levantar su propio frente de oposición mientras ha pasado la semana respondiendo con sanciones y tarifas para castigar a quienes los juzgan por lo que están haciéndole a los Uigures, que cada día el mundo ve más claro que es la erradicación de esa etnia a través de la eliminación de sus costumbres, religión, idioma, cultura y hasta nacimientos.

INTERREGNUM: Señales desde Pekín. Fernando Delage

La designación de China por Estados Unidos como “manipulador de su divisa”, el pasado 5 de agosto, supone la ampliación de la guerra comercial a la escena monetaria o, si se prefiere, a una abierta guerra económica entre ambos países. La beligerante reacción de la administración Trump a la depreciación del yuan por Pekín, una medida que neutraliza en cierta medida los aranceles impuestos por Washington, revela su alarma al descubrir que China cuenta con un margen de maniobra mayor del previsto. Pero sorprende que siga sin entenderse que para la República Popular es una cuestión política de primer orden: no puede ceder ante lo que interpreta como la intención norteamericana de frenar su crecimiento económico y su ascenso como potencia.

La nueva escalada comenzó cuando Trump—contra el consejo de la mayor parte de sus asesores—anunció días antes la imposición de nuevas tarifas a las importaciones chinas por valor de 300.000 millones de dólares a partir del 1 de septiembre. En su reciente encuentro con sus interlocutores chinos en Shanghai, Los negociadores norteamericanos no obtuvieron de los primeros el acuerdo—exigido por Trump—de incrementar de manera inmediata la importación de productos agrícolas de Estados Unidos. La decisión del banco central chino de depreciar el yuan—considerada como lógica por todos los expertos dado el impacto de las sanciones de la Casa Blanca—, precipitó la acusación de manipulación de su divisa, una medida que tiene no obstante escasos efectos prácticos más allá de iniciarse consultas al respecto en el marco del FMI.

El impacto de las tensiones bilaterales sobre las bolsas de medio planeta—una situación que en nada beneficia a un Trump que comienza la campaña para su reelección—, muestra que Pekín conoce mejor que nadie su vulnerabilidad. Al contrario de lo que parece creer, el presidente norteamericano en absoluto tiene la situación bajo su control. El riesgo es que esta espiral conduzca a una dinámica autodestructiva y se extienda a otros terrenos, en los que también China ha lanzado varias señales en las últimas semanas.

Una de ellas ha sido la primera incursión aérea conjunta de China y Rusia en el noreste asiático. El 23 de julio, aviones de ambos países patrullaron sobre el mar de Japón y el mar de China Oriental, entrando en la Zona de Identificación de Defensa Áerea de Corea del Sur. Si a Washington le preocupa el acercamiento entre Pekín y Moscú, esta operación marca un nuevo hito en la relación estratégica entre ambos. Realizada la víspera de la llegada a Seúl del asesor de seguridad nacional del presidente, John Bolton, y semanas después de que el Pentágono hiciera pública su estrategia hacia el Indo-Pacífico, la iniciativa va dirigida a debilitar las alianzas de Estados Unidos con Corea del Sur y con Japón, y representa una respuesta al despliegue por Washington de un sistema de defensa antimisiles en la región tras su abandono del INF.

En relación con este último asunto, a finales de julio China también realizó por primera vez una prueba de sus misiles anti-barco en las aguas del mar de China Meridional. Los ensayos, coincidentes con la publicación por Pekín de su último Libro Blanco de Defensa, abren un nuevo capítulo en la competencia militar entre Washington y Pekín en la periferia marítima china. El uso de este tipo de misiles, que pueden destruir buques de grandes dimensiones (portaaviones incluidos), lanza un poderoso mensaje político y militar a Estados Unidos sobre las crecientes limitaciones de sus capacidades en el espacio que los estrategas navales chinos denominan “la primera cadena de islas”.

Las opciones norteamericanas, tanto en el frente económico como en el de seguridad, se complican en consecuencia. China tampoco está libre de problemas: además de muchas otras dificultades, Hong Kong se ha convertido en un desafío difícil de gestionar. La celebración, el 1 de octubre, del 70 aniversario de la fundación de la República Popular marca los tiempos al presidente Xi. Una nueva guerra fría aparece cada vez más como inevitable.

INTERREGNUM: Amenaza cuando puedas. Fernando Delage

El pasado viernes, como había amenazado con hacer sólo unos días antes, el presidente de Estados Unidos optó por una nueva escalada en la guerra comercial con China, al aumentar del 10 por cien al 25 por cien los aranceles sobre la importación de productos de la República Popular hasta un total de 200.000 millones de dólares. Su decisión se produjo en vísperas de la conclusión de la 11 ronda de negociaciones con Pekín, cuando parecía que un acuerdo estaba al alcance de la mano.

La Casa Blanca atribuye la medida a la marcha atrás china con respecto a algunos de sus compromisos, aunque no ha dado detalles al respecto (y las autoridades chinas lo niegan). En uno de sus tuits de la semana, Trump señaló como razón la “ESPERANZA” china—escribió la palabra en mayúsculas—de renegociar con Biden o con uno de los “muy débiles demócratas”. Sin el menor riesgo de que se le confunda con uno de estos últimos, el presidente ha advertido de la posibilidad de extender las tarifas ya impuestas al resto de las exportaciones chinas a Estados Unidos (es decir, a productos por valor de otros 325.000 millones de dólares).

El temor de que no se llegue a un pacto ha provocado el nerviosismo de los mercados occidentales, en un marcado contraste con la calma que se respira en China, cuyo gobierno no ha dudado en declarar que responderá debidamente a las sanciones de Washington. Trump ha debido tomarse en serio esas palabras, pues de manera inmediata ha prometido un paquete de compensación a los agricultores norteamericanos que exportan a China, muchos de ellos votantes suyos y al mismo tiempo los más perjudicados por la crisis bilateral: Pekín los ha sustituido desde hace meses por los productores de otros países.

¿Constituyen las bravuconadas de Trump una táctica negociadora, o una operación de distracción cuando se le acumulan los problemas internos? Su hostilidad hacia China atrae la atención de los medios, pero también complica la conclusión de las negociaciones. No faltan por ello los observadores que creen que la verdadera intención de Trump es crear una crisis económica y política en la República Popular. Es probable, sin embargo, que la administración tenga razón al concluir que de nada sirve pactar ciertos compromisos si luego la burocracia china hace inviable su implementación interna. El problema es que una vez más vuelven a ponerse de relieve las limitaciones derivadas de la presión unilateral. Bajo presidentes anteriores, Washington siguió un enfoque multilateral que le permitió crear los incentivos para que China ajustara sus prácticas internas si no quería verse aislada. Trump, en cambio, abandonó el TPP—diseñado para lograr de Pekín los mismos objetivos que él pretende—; no ha dejado de criticar a la OMC—cuyas normas violan las sanciones que acaba de adoptar—; y amenaza con nuevas tarifas a sus propios aliados también. Aun cuando muchos compartan la necesidad de disciplinar a China, quien se está viendo aislado en la esfera internacional por los métodos empleados es Estados Unidos (y sus consumidores los más afectados).

Es posible que este tipo de estrategia esté llegando a su fin. Pekín ha declarado que no negociará un acuerdo comercial con Washington “con un cuchillo en el cuello”. Las amenazas norteamericanas le preocupan sin duda, pero China ve en ellas la nada oculta intención de obligarle a cambiar su sistema económico e industrial y, de manera más general, frenar su ascenso como potencia global. Aunque ambas partes necesitan un entendimiento, sus diferencias estructurales impedirán la restauración de un equilibrio en la relación bilateral. Incluso si llegan finalmente a un acuerdo comercial, la rivalidad tecnológica y geopolítica entre los dos gigantes seguirá marcando el mundo de las próximas décadas. (Foto: Lance Leong)

Uigures: una historia trágica (2) Nieves C. Pérez Rodríguez

El Estado chino en su constante afán por controlar y vigilar a su pueblo, y con la excusa de mantener la unidad y prevenir cualquier posible conflicto interno, creó los centros vocacionales, de acuerdo al nombre oficial, o campos de concentración de acuerdo a quienes han sido víctimas o han estado recluidos allí. La BBC sostiene que a día de hoy debe haber alrededor de un millón de personas detenidas en estos centros que son obligadas a estudiar el comunismo, repetir cánticos al Estado chino y expresar su agradecimiento a Xi Jinping y abandonar sus prácticas religiosas a base de maltratos, fuerza e intimidación.

La gran mayoría de los recluidos en estos centros son uigures, la minoría musulmana que geográficamente se encuentran en Xinjiang, la región autónoma china de mayor dimensión ubicada al oeste del territorio. Tal y como se afirmaba en la primera entrega, los uigures constituyen una etnia que han sido perseguida por el Estado chino bajo la acusación de que son extremistas religiosos capaces de ejecutar atentados terroristas.

El Global Times -que refleja la política del Estado chino- ha publicado editoriales en los que básicamente exponen el riesgo de que la región de Xinjiang se convierta en la Siria o la Libia de China. No es más que la visión que el Partido Comunista Chino quiere difundir para poder justificar sus acciones. Aunque ciertamente ha habido ataques terroristas en la región, la  represión  a la tienen sometido a los uigures no se corresponde con el número de incidentes y/o células islamistas identificadas en la zona.

En septiembre de este año, la organización Human Rights Watch publicó un informe de más de cien páginas que contiene una larga lista de las arbitrariedades de la que es víctima esta minoría a manos del gobierno chino. “A lo largo de la región, la población musulmana turca de 13 millones de personas está sujeta a adoctrinamiento político forzado, castigos colectivos, restricción de movimiento y comunicación, mayores restricciones religiosas y vigilancia masiva que viola los derechos humanos”, reza el informe.

Asimismo, el pasado agosto, el comité de eliminación racial y discriminación de Naciones Unidas, describía los centros de internamiento masivos cómo “una zona de no derechos”.

Las consecuencias llegan hasta los niños, pues muchos hijos de uigures que han estado o se encuentran actualmente recluidos son considerados huérfanos por las autoridades. Según Emily Feng, la corresponsal de Financial Times en Beijing, se está retirando a los niños incluso cuando sus familias están dispuestas a cuidarlos. “Si la teoría es que el gobierno chino está tratando de erradicar la identidad de los uigures, entonces tiene mucho sentido perseguir a la próxima generación de niños uigures mientras sus padres son detenidos y reeducados”, sostiene.

Además, ha habido un esfuerzo en repoblar la región de Xinjiang. El gobierno local de Xinjiang ha prometido casas sin coste y bonos extras a profesionales universitarios que estén dispuestos a trasladarse a vivir y trabajar allí. Les ofrecen contratos por 5 años de duración y viviendas que cambian de dimensión de acuerdo al nivel académico alcanzado. A más nivel más metros cuadrados. Entre otros beneficios están 30 días de vacaciones y subsidios de pasajes a familiares que viajen hasta Xijiang para visitarlos. Otra política que a largo plazo irá modificando la esencia autóctona de la región, y la convertirá más pro-partido comunista chino.

De acuerdo al servicio de chino de noticias, en tan sólo seis meses las autoridades de Xinjiang han atraído 661 profesionales con másters. Y para el 2019 tienen previsto planes de reclutamiento en Universidades de Beijing y en las ciudades de Hubei y Henan -en el centro de China- y en la provincia de Jiangsu -ubicadas al este del país-.

A pesar de la escasa información de las recurrentes violaciones a los derechos de los uigures, en los últimos seis meses de este año ha habido un ligero despertar internacional y no sólo de organizaciones internacionales sino de Estados.

El pasado agosto, dieciséis senadores estadounidenses enviaron una nota desde el Congreso al Departamento del Tesoro y al Departamento de Estado para pedir abrir una investigación, que seguramente acabará en sanciones al gobierno chino, por la violación de los derechos humanos de esta minoría. Al que el gobierno chino al día siguiente contestó que las minorías étnicas en chinas tienen libertad religiosa, mayor incluso que los Estados Unidos. Es hora que a China se le denuncie y sancione más internacionalmente con consecuencias económicas que tengan repercusión en su desarrollo económico. (Foto: Lorenzo Fiorilli, flickr.com)

Extradición de un alto ejecutivo chino, la nueva diplomacia de Washington. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Las relaciones comerciales y diplomáticas entre Beijing y Washington han estado en una cuerda tensa durante meses, gracias a la determinación del presidente Trump de equilibrar el déficit comercial que el año pasado se cerró en 377 mil millones -a favor de China- y de proteger la economía estadounidense.

La posible guerra comercial parecía enfriarse, o al menos daba la sensación de que se concedía una tregua a raíz del encuentro del G20 en el que Xi Jinping y Trump acordaron un plazo de 90 días para imponer el aumento de tarifas a productos chinos que deberían haber entrado en vigor a principios del año nuevo. Sin embargo, la Administración Trump no baja la guardia y, por el contrario, solicita a Canadá la extradición de Meng Wanzhou, la directora financiera de tecnología de la multinacional china Huawei, especializada en móviles y alta tecnología, lo que cambia el escenario completamente y pone en jaque las relaciones diplomáticas entre ambas naciones.

Huawei es la compañía de telecomunicaciones más grande del mundo y la segunda que más móviles inteligentes vende, según Forbes. Fundada en 1987 por Ren Zhengfei, ex militar chino y padre de la actual directora financiera, quién se encontraba en Vancouver y fue detenida por las autoridades canadienses a petición de Estados Unidos, y quien tendrá que comparecer en un tribunal en New York.

La línea entre las grandes multinacionales chinas y el Estado chino siempre se cruzan. En el gigante asiático todo pasa por el Estado y el Partido Comunista chino. En varias ocasiones se han visto funcionarios chinos expresando su deseo de exportar tecnología 5G, por citar un ejemplo, que es una de las grandes áreas comerciales de Huawei. El estado chino ha financiado compañías como ésta para impulsar su crecimiento internacional, porque son fuentes de riqueza, de penetración e influencia global.

La multinacional, a principios de año, anunció que tiene firmado acuerdos con 45 operadoras mundiales. Pero también podría ser una especie de máquina de espionaje industrial y estatal, en el que Beijing consigue información privilegiada gracias a la penetración de estos sistemas.

A mediados de año, hubo un antecedente con ZTE, otra compañía de telecomunicación china a la que la Administración Trump casi envía a la quiebra por haber violado las sanciones contra Irán, en la que el mismo Xi Jinping se vió obligado a mediar para salvarla. Lo que prueba que las autoridades estadounidenses llevan meses investigando estas multinacionales, sus negocios, relaciones comerciales y sus labores de espionaje.

En julio, Gran Bretaña publicó un informe oficial que explicaba los brechas y problemas técnicos de Huawei, en el que se afirmaba que habían abierto las redes de telecomunicación del país a nuevos riesgos. En agosto, Australia y Nueva Zelanda vetaron a ésta misma multinacional para ser proveedores de la red 5G. Y la razón del veto fue el peligro que representa para el Estado. Paralelamente, tanto Corea del Sur como Japón están también evaluando las operaciones de dicha empresa en sus territorios, y el Estado nipón ya decidió sacar tanto a ZTE como a Huawei de sus licitaciones públicas.

La solicitud de la extradición de Meng Wanzhou, es en sí misma un giro diplomático importantísimo que no tiene precedentes al que China podría responder con una acción semejante, pues esta ejecutiva china forma parte de una de las familias más influyentes y poderosas en China, que seguramente cuenta con acceso directo a Xi Jinping.

También llama la atención la discreción con la que se manejó el hecho durante los primeros días, ninguno de los Estados se manifestó inmediatamente o tan siquiera fue filtrado a la prensa hasta pasados varios días de haber sido capturada por Canadá.

La violación de unas sanciones de Irán que supuestamente Huawei no respetó, y razón de la detención de la directora de esta multinacional son sin duda la primera razón, y en este sentido la agencia Reuters informó que las transacciones fueron hechas a través del banco británico HSBC. Pero en el fondo la amenaza de “poner en riesgo la Seguridad Nacional” es una razón perfectamente defendible y altamente justificable para bloquear las operaciones de cualquier multinacional.

Las implicaciones de que los países más poderosos, y potencialmente los clientes más atractivos, estén bloqueando multinacionales chinas abre un nuevo escenario que obligará a Beijing a jugar bajo la normativa de respeto de la normativa internacional y la privacidad, si quieren seguir expandiendo sus negocios. Para formar parte del club de los grandes no sólo hay que tener dinero, sino que hay que jugar bajo las reglas del club.

¿Pero qué pasa con el mundo? Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- En los últimos días parece que se han soltado a los jinetes del apocalipsis. Por un lado los tremendos huracanes que han golpeado sin piedad a las islas del Caribe, las costas de Florida y los múltiples terremotos que han azotado a México; por otro el presidente Trump que aparece en el foro internacional que ha mantenido la paz relativa en el planeta durante más de medio siglo afirmando sin ninguna delicadeza que su prioridad es y será América primero, dejando por el suelo la esencia de Naciones Unidas y menospreciando su trayectoria y los logros en la estabilidad del mundo. Y, por si fuera poco, rematando su discurso con la amenaza de la destrucción total de Corea del Norte.

Si el discurso de Trump sorprende, la respuesta a éste tampoco deja a nadie inadvertido. Kim Jong-un afirma que “domará con fuego al viejo chiocho estadounidense mentalmente desquiciado”. Lo que en otras palabras viene a ser lanzamiento de más misiles, que si además tomamos las declaraciones hechas por el ministro de exteriores norcoreano se podría deducir que se están refiriendo a probar la bomba nuclear más potente sobre el Pacífico, lo que podría tener consecuencias fatales para la zona y los aliados estadounidenses en la región. Pero, además, Pyongyang podría estar intentando replicar lo que hizo China en la década de los 60 para demostrar su capacidad nuclear con una detonación atmosférica de un arma atómica, lo que le otorgó a China el reconocimiento de un estado nuclear.

La nueva dinámica de la diplomacia estadounidense es inédita. Mientras el presidente no modera su vocabulario con el uso de “hombre cohete” u “hombre loco” para definir a Kim Jong-un, bien sea en su cuenta de twitter o en sus discursos; el secretario de Estado Tillerson intenta normalizar la situación a través de reuniones privadas. Mientras, Nikki Haley, embajadora estadounidense ante la ONU, aumenta su zona de influencia en la diplomacia internacional y con un tono más regio ha ido dando pasos importantes, como las ultimas sanciones aprobadas por el Consejo de Seguridad en contra de Corea del Norte, las más severas hasta ahora, que otra vez contaron con el apoyo de China y Rusia.

Este paquete de sanciones prohíbe una serie de exportaciones norcoreanas, incluido textiles, carbón y mariscos, lo cual tiene el objetivo de eliminar un tercio de los ingresos por exportaciones del país. Las estimaciones indican que Corea del Norte exporta alrededor de 3.000 millones dólares en bienes cada año, y que las sanciones podrían eliminar 1.000 millones de dólares de ese comercio. Además, limita a 500.000 barriles de derivados del petróleo a partir de octubre y hasta 2 millones de barriles al año, de acuerdo a documentos oficiales de Naciones Unidas.

En lo que hay unanimidad es en el inminente peligro de Corea del Norte y sus juegos nucleares, que con cada prueba afina su capacidad atómica. Finalmente, las grandes potencias están alineadas para castigar el arbitrario comportamiento de Pyongyang y vigilar si el compromiso de China es total. Por primera vez, Kim Jung-un podría encontrarse en una situación de aislamiento absoluto y sin proveedor que satisfaga sus necesidades.

La paciencia parece agotarse en este lado del planeta. La noche del sábado sobrevolaron la zona desmilitarizada entre las dos Coreas bombarderos estadounidenses, otro aviso de Washington a Pyongyang, que de acuerdo al Pentágono “es un claro mensaje de que el presidente tiene muchas opciones militares para derrotar cualquier amenaza”. En pocas palabras, que están listos para atacar.