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INTERREGNUM: El legado de Abe. Fernando Delage  

Desde hace al menos una década, Japón afronta un triple dilema en su entorno geopolítico: cómo prevenir un estatus subordinado a China en Asia; cómo corregir una excesiva dependencia en su relación con Estados Unidos; y cómo equilibrar las relaciones con ambas potencias sin convertirse en rehén de su rivalidad. Puesto que Japón no puede permitirse abandonar la alianza con Washington ni renunciar a su relación de interdependencia económica con Pekín, tenía que dar forma a una estrategia  que permitiera defender sus intereses y valores en esta era de cambios en el equilibrio de poder.

Fue Shinzo Abe, el exprimer ministro asesinado el pasado 8 de julio, quien supo articular una respuesta a esa encrucijada, abandonando las premisas de la diplomacia japonesa posterior a 1945—la conocida como “doctrina Yoshida”—, para dar a su país una nueva identidad como actor internacional. Sus propuestas fueron, no obstante,  más lejos, pues supo intuir como pocos los vientos de cambio que se avecinaban en la seguridad regional y, con sus ideas e iniciativas, hizo que fueran otros actores—Estados Unidos incluido—los que le siguieran. Así ocurrió con el concepto del Indo-Pacífico, que no existió hasta que Abe lo empleó para describir la realidad de una Asia cada vez más interdependiente, o con el diseño del QUAD como expresión de una comunidad definida por los valores democráticos.

Considerando a un mismo tiempo los intereses de Japón y los de la región en su conjunto, Abe construyó una estructura diplomática que perseguía tres objetivos. El primero de ellos consistía en preservar el equilibrio de poder en Asia estableciendo un contrapeso eficaz de China. Aunque el eje principal de este último es el sistema de alianzas liderado por Estados Unidos, Japón lo ha completado durante estos años con una red adicional de asociaciones estratégicas con otros Estados vecinos. Participando de manera proactiva en la redefinición de la arquitectura de seguridad regional con el fin de condicionar el margen de maniobra chino, mientras de manera paralela ha “normalizado” su propia política de defensa (eliminando algunas de las restricciones impuestas por la Constitución a su acción internacional y ampliando sus capacidades militares), Japón ha ampliado su espacio estratégico y adquirido una mayor flexibilidad para adaptarse a un eventual escenario de inestabilidad.

Un segundo objetivo promovido por el gobierno japonés ha sido la integración económica de la región, sin dejar fuera a China. Japón es la mayor economía del CPTPP—es decir, el antiguo TPP sin Estados Unidos—y la segunda en el RCEP. Sus capacidades financieras y tecnológicas, sumadas a las iniciativas acordadas con otros socios en materia de infraestructuras de calidad, control de sectores estratégicos y gobernanza digital, contribuirán a prevenir que el continente se oriente en su totalidad hacia China.

Por último, Abe hizo de la defensa de los valores liberales un núcleo central de su política exterior. Como indicó la Estrategia de Seguridad Nacional de 2013, la primera en la historia del país, los intereses nacionales de Japón residen en “el mantenimiento y protección de un orden internacional basado en reglas y valores universales, como la libertad, la democracia, el respeto a los derechos humanos fundamentales y el Estado de Derecho”.

Responsable de que Japón haya vuelto a ser un actor estratégico—la guerra de Ucrania ha reforzado aún más sus argumentos—, Abe deja un vacío difícil de cubrir. Aun fuera del gobierno, su liderazgo seguía presente, marcando una misma orientación a sus sucesores. Su ausencia puede conducir a posiciones menos explícitas en determinados asuntos, pero sin que pueda ignorarse la infraestructura de seguridad construida durante sus cerca de ocho años en el poder. La actualización—prevista para finales de año—de la Estrategia de Seguridad y de las orientaciones de las fuerzas de autodefensa, confirmará esta transformación en la acción exterior de Japón, que representa a su vez uno de los hechos más relevantes de las relaciones internacionales del Asia contemporánea.

INTERREGNUM: Suga en Washington. Fernando Delage

El 16 de abril, el primer ministro de Japón, Yoshihide Suga, fue el primer líder extranjero recibido por Joe Biden en Washington desde su toma de posesión el pasado mes de enero. El gesto del presidente norteamericano no es en absoluto inusual. El antecesor de Suga, Shinzo Abe, fue también el primer jefe de gobierno extranjero que se reunió con Trump tras la victoria electoral de este último en 2016, y Japón fue asimismo el destino del primer viaje al exterior de Antony Blinken y de Lloyd Austin como secretarios de Estado y de Defensa de la nueva administración (como lo fue igualmente de otros secretarios de Estado anteriores).

El papel de Japón como aliado indispensable de Estados Unidos se ha reforzado aún más frente a la prioridad central del Indo-Pacífico en la estrategia internacional de Washington. Tokio no sólo puede ayudar a la Casa Blanca a recuperar el terreno perdido durante los últimos cuatro años, sino a complementarse en sus respectivas capacidades. Mientras Estados Unidos asume la principal responsabilidad en el terreno de la seguridad, Japón puede maximizar su protagonismo en cuanto a la financiación de infraestructuras o la promoción de las cadenas de valor y de interconectividad en la región.

Ambos, por resumir, desean coordinar sus esfuerzos frente al ascenso de China y las incertidumbres del escenario estratégico asiático. La cumbre de la semana pasada ha servido por ello para lanzar un mensaje conjunto tras la celebración del primer encuentro del Quad a nivel de jefes de gobierno, de las reuniones bilaterales mantenidas a nivel de ministros, y tras los duros intercambios entre diplomáticos chinos y norteamericanos en Alaska. También sirvió para preparar los próximos encuentros multilaterales previstos, como el convocado por Biden sobre cambio climático esta misma semana, o la cumbre del G7, en Reino Unido en junio, a la que se ha invitado a participar a India, Corea del Sur y Australia.

La atención, con todo, estaba puesta en cuestiones más inmediatas, relacionadas con las últimas acciones chinas. Biden y Suga denunciaron cualquier intento de modificar el statu quo regional por la fuerza, refiriéndose en particular a los mares de China Meridional y Oriental. Más significativo fue aún el reconocimiento de “la importancia de la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán”. Fue la primera vez que la isla apareció de manera explícita en un comunicado conjunto de ambos países desde principios de los años setenta. La preocupación por la situación en Hong Kong y Xinjiang fue expresada igualmente, aunque Japón ha evitado por el momento la imposición de sanciones.

Las circunstancias de la región han cambiado, y Estados Unidos espera una mayor contribución de Japón a la alianza. Suga se ha encontrado por su parte ante la más importante oportunidad diplomática desde que accedió a la jefatura del gobierno el pasado otoño para elevar su perfil—la diplomacia no ha formado parte de su trayectoria política—, de cara a las elecciones generales de este mismo año. Pero, al mismo tiempo, Japón se encuentra frente al dilema bien conocido en su relación con Washington: entre el temor a verse atrapado en un conflicto iniciado por otros (no podría mantenerse al margen, por ejemplo, de un ataque chino a Taiwán), y el temor a verse abandonado por Estados Unidos y no poder apoyarse en la alianza para hacer frente a los riesgos en su entorno exterior.

INTERREGNUM: Después de Abe. Fernando Delage

Con apenas unas horas de preaviso, el viernes 28 de agosto Shinzo Abe anunció su renuncia como primer ministro de Japón por razones de salud.  Después de haber obtenido mayoría absoluta en tres convocatorias electorales desde 2012 y convertirse en el jefe de gobierno japonés que más tiempo ha ocupado el cargo de manera ininterrumpida (ya fue primer ministro durante unos meses entre 2006 y 2007), aún le restaba un año de legislatura. Se abre así un periodo de interinidad política en la tercera economía del planeta, en el que no cabe prever, sin embargo, grandes cambios.

En una cultura política adversa al liderazgo, Abe fue una excepción. Heredero de una dinastía política del Partido Liberal Democrático (su abuelo Nobusuke Kishi fue primer ministro entre 1957 y 1960, y su padre, Shintaro Abe, ministro de Asuntos Exteriores y secretario general del Partido), Abe volvió al poder en 2012 por la mala gestión del gobierno del Partido Democrático de Japón tras las elecciones de 2009, pero también porque supo ofrecer a la sociedad japonesa un plan para superar la desaceleración económica (las conocidas como dos “décadas perdidas”) y afrontar el ascenso de China y la amenaza norcoreana. Su política de reactivación del crecimiento (“Abenomics”), y los cambios en la política de seguridad y defensa marcarán su legado.

Los resultados no han sido los esperados en la economía. Los obstáculos estructurales propios de una sociedad postindustrial que envejece con rapidez no lo han permitido. Pero el proactivismo diplomático de Abe acabó con la tradicional naturaleza “reactiva” de la política exterior japonesa. Resulta difícil imaginar a otro político japonés retomando el TPP tras el abandono por parte de Estados Unidos, para liderar su renegociación y cerrar el acuerdo como hizo Abe (ahora denominado CPTTP). La firma del doble pacto—económico y estratégico—con la Unión Europea, en vigor desde el pasado año, es otro ejemplo del impulso que Abe dio a aquellas iniciativas que permitan asegurar una economía mundial abierta y un orden basado en reglas, frente al unilateralismo y proteccionismo norteamericano y las nuevas ambiciones chinas.

Su combinación de realismo y pragmatismo dieron a Japón una proyección internacional poco frecuente, también puesta de relieve en una estrategia regional que ha conducido a un estrecho acercamiento a India, Australia y distintos países del sureste asiático. Su apuesta por construir una relación personal con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y reforzar la alianza con Washington fueron compatibles, en su caso, con el reconocimiento de que Japón tenía que extender sus horizontes estratégicos y ampliar sus opciones geopolíticas.

Abe no pudo avanzar en la reforma de la Constitución que deseaba, objetivo que no compartía la mayoría de la opinión pública japonesa. Pero deja la política habiendo logrado unos Juegos Olímpicos, dejando un desempleo del tres por cien, y restableciendo una cierta normalidad en las relaciones con Pekín, aunque ya no podrá recibir a Xi en Japón en su primera visita oficial (pospuesta en abril por la pandemia). Sobre todo, deja un entorno político estable, en el que, al contrario que en otras democracias avanzadas, la polarización y el populismo brillan por su ausencia.

INTERREGNUM: Europa y Japón unen fuerzas. Fernando Delage

La Unión Europea y Japón han vuelto a dar un paso adelante en el estrechamiento de su relación. De visita en Bruselas, el 27 septiembre el primer ministro japonés, Shinzo Abe, firmó con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, una iniciativa de colaboración para el desarrollo de infraestructuras de transporte, energía y redes digitales en África, los Balcanes y el Indo-Pacífico. A este nuevo compromiso se llega unos meses después de la entrada en vigor—el pasado 1 de febrero—, del doble acuerdo de asociación económica y estratégica (EPA y SPA, respectivamente, en sus siglas en inglés) concluido por ambas partes tras casi una década de negociaciones, y un año después de que Bruselas adoptara su esperada estrategia de interconexión entre Europa y Asia.

Además de facilitar los intercambios y las inversiones entre dos actores económicos que representan más de un tercio del PIB global, el EPA y el SPA constituyen una respuesta conjunta al unilateralismo de la administración Trump. Con su firma, Bruselas y Tokio lanzaban un poderoso mensaje de defensa del orden liberal multilateral. La estrategia de interconectividad en Eurasia supone, por su parte, la articulación de una alternativa a la Nueva Ruta de la Seda impulsada por China, aunque a esta última no se le nombrara en el documento. La República Popular es asimismo el objeto de esta reciente iniciativa: Japón y la UE declaran querer trabajar juntos en regiones relevantes para los objetivos chinos, proclamando además su papel como “garantes de valores universales” como la democracia, la sostenibilidad y el buen gobierno.

Japón participará en los proyectos de interconexión europeos, que serán financiados por un fondo de garantía dotado con 60.000 millones de euros, además de la inversión privada y la proporcionada por los bancos de desarrollo. Según indicó Abe en Bruselas, durante los próximos tres años Japón formará a funcionarios de 30 países africanos en la gestión de deuda soberana. Tokio y Bruselas han subrayado así que los proyectos de infraestructuras deben ser sostenibles tanto desde el punto de vista financiero como medioambiental. Se trata, al mismo tiempo, de reforzar la interconectividad global “sin crear dependencia de un solo país”.

Mediante su alianza con la UE, Japón cuenta con un instrumento adicional para promover las actividades de sus empresas en unas circunstancias de desaceleración económica y de creciente competencia con China. La Unión Europea intenta por su parte traducir en influencia política los fondos que dedica a la ayuda al desarrollo. Las dudas sobre el futuro de la relación transatlántica, el ascenso de China, y el enfrentamiento entre Washington y Pekín, sitúan a los europeos ante un nuevo entorno que exige algo más que una retórica multilateral. Pese a las dificultades de formación de posiciones comunes entre Estados miembros con opiniones contrapuestas, la defensa de sus intereses y valores obliga a la Unión a convertirse en un actor geopolítico. Y así lo ha declarado quien a partir del 1 de noviembre será la próxima presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, con el español Josep Borrell como responsable de la acción exterior europea. El último acuerdo con Japón es un ejemplo de cómo esa nueva estrategia va tomando cuerpo.

INTERREGNUM: Japón: empieza una nueva era. Fernando Delage

El próximo 1 de mayo comienza una nueva era en Japón. Como emperador Reiwa (“Paz Armoniosa”), Naruhito sucederá a su padre Akihito (emperador Heisei) en el trono del Crisantemo tras la abdicación de este último, anunciada en 2016; un hecho sin precedente en la Historia de Japón y de la monarquía más longeva del planeta. Probablemente sólo en Japón puede recurrirse a una antología poética del siglo VIII, el Manyoshu, para dar nombre a una nueva era en el mundo digital. El emperador es ante todo un símbolo de la identidad japonesa, de ahí esa estrecha relación entre el Trono y la cultura nacional, como expresa el término seleccionado.

La dicotomía tradición/modernidad volverá a ser con seguridad el prisma con el que desde el exterior se observará la sucesión, llamando la atención sobre unos ritos inalterados durante siglos en un país prototipo de las nuevas tecnologías. Esa característica de Japón es una de las razones de su atractivo, aunque también explica algunas de las dificultades para salir de esa crisis estructural que vive desde los años noventa (coincidente en el tiempo con la era Heisei). Un débil crecimiento económico, una pérdida de credibilidad de la clase política, una gigantesca deuda pública y el acelerado envejecimiento de la población han dado paso a un ciclo de pérdida de pulso que el primer ministro, Shinzo Abe, compensa en parte con un proactivismo diplomático desconocido, en respuesta a desafíos externos como los que representan China y Corea del Norte.

La transición imperial ofrece a los japoneses una oportunidad de reflexión sobre las circunstancias que atraviesa el país, y poder hacerlo con el sentimiento de renovación que simboliza la denominación de la próxima era. Es igualmente la ocasión para aprender sobre esta nación y cultura únicas, rodeadas ambas de tantos tópicos y falsas leyendas. De ahí la oportuna publicación del reciente libro de uno de nuestros mejores especialistas sobre Japón, el profesor de la Universidad Complutense, Florentino Rodao. Tras describir la evolución política desde el fin de la segunda guerra mundial, “La soledad del país vulnerable: Japón desde 1945” (Crítica, 2019) analiza en una segunda parte, con un enfoque temático, diversos aspectos de la sociedad japonesa: de la educación a la mujer, de la familia a la religión, entre otros. Es una obra de cuidada edición que cubre un importante vacío en castellano, con la capacidad de síntesis que sólo puede ofrecer un profundo conocedor de la materia.

Japón, con todo, no sólo es relevante por sí mismo. Pese a su lejanía geográfica, psicológica y cultural, es un laboratorio de los problemas que atraviesan las sociedades postindustriales europeas: crisis bancarias, envejecimiento demográfico, desempleo juvenil, etc. Rodao cuenta asimismo cómo un país considerado como paradigma de la eficiencia afronta y gestiona ese tipo de problemas. Sin posibilidad de adoptar un nombre poético que designe la próxima etapa del Viejo Continente, ¿sabremos al menos los europeos trabajar juntos y con una perspectiva a largo plazo? Mucho más que una referencia histórica, Japón es también una guía comparativa para el futuro. (Imagen: Stuart Rankin)

INTERREGNUM. Trump approaches China and Japan. Fernando Delage

(Traducción: Isabel Gacho Carmona) Last week, for the first time in seven years, a Japanese Prime Minister paid a bilateral visit to China (in the multilateral arena, Abe attended the APEC summit in Beijing in 2014). And it is also expected that Chinese President Xi Jinping will travel to Japan next year. Do these meetings mean a return to normality in relations between the second and third largest economies on the planet?

The change in the relative position of power between the two neighbours since 2010 -when the Chinese GDP exceeded the Japanese and the Chinese claims of sovereignty over the Senkaku Islands- opened a period of crisis. Japanese investments in the People’s Republic fell sharply between 2013 and 2015 and recovered last year, but China continued to be Japan’s largest trading partner (its bilateral exchanges add up to 300 billion dollars a year, a third more than Japan-United States trade).

Although Japan is the only one of the main North American allies that still does not belong to the Asian Infrastructure Investment Bank (AIIB) and received with considerable reservations the announcement of the initiative of the Chinese New Silk Road, after a while it understood that it could not reject the opportunities that the project represented for its companies. Hence, without officially supporting it, it decided to allow the participation of Japanese firms, provided that certain regulatory requirements were respected. At the same time, Japan opted to compete directly with China, offering its own initiative to develop quality infrastructures-for which it offered a $ 100 billion fund and developing the Asia-Africa Economic Corridor with India. In opposition to the Chinese Silk Road, Japan offered an alternative scheme under the denomination of an “A Free and Open Indo-Pacific “.

The policies of Donald Trump are facilitating, however, the bases for a new approach between China and Japan. The increase in tensions with Washington leads Beijing to seek a stable relationship with Tokyo. Japan, meanwhile, also subject to threats of sanctions by the US administration – and concerned about Trump’s rapprochement with the North Korean leader – finds itself with an opportunity to reinforce shared economic interests with China, including advancing in the negotiation of the Regional Comprehensive Economic Partnership (RCEP) with the ASEAN countries, and give new impetus to the free trade agreement between them and South Korea.

It is a complex challenge for the Japanese Prime Minister, Shinzo Abe. The underlying strategic context will not change: the change is structural, and the differential of economic and military power with the People’s Republic will continue to grow. Abe also cannot align with China against Trump. But while trying to maintain balance in the strategic triangle formed by these three powers, it complements it by expanding the playing field.

It is not accidental, therefore, that as soon as he returned from Beijing he received in Tokyo his Indian counterpart, Narendra Modo. Or that, on November 1st, Japan and India begin their first joint military exercises in the Indian northeast, which will last for 14 days. Manoeuvres that in turn are added to those recently made by 100 Japanese soldiers-with their armoured vehicles included-with US troops in the Philippines. A couple of weeks ago, Abe also received the leaders of Cambodia, Laos, Myanmar, Thailand and Vietnam. The Japan-Mekong summit showed the participants’ concern for freedom of navigation in the South China Sea and the militarization of the islands by Beijing. Japanese diplomatic proactivism has no precedent, but it is paradoxical that it is its North American ally, and not only China, who is provoking it. (Foto: Leo Eberts, flickr.com)

INTERREGNUM. Trump acerca a China y Japón. Fernando Delage

La semana pasada, por primera vez en siete años, un primer ministro japonés realizó una visita bilateral a China (en en el terreno multilateral, Abe asistió a la cumbre de APEC en Pekín en 2014). Y se espera asimismo que el presidente chino, Xi Jinping, viaje a Japón el año próximo. ¿Significan estos encuentros una vuelta a la normalidad en las relaciones entre la segunda y tercera mayores economías del planeta?

El cambio en la posición relativa de poder entre ambos vecinos desde 2010—cuando el PIB chino superó al de Japón—y las reclamaciones chinas de soberanía sobre las islas Senkaku—acentuadas después de que en 2012 Tokio nacionalizara las mismas—, abrieron un periodo de crisis de difícil resolución. Las inversiones japonesas en la República Popular se redujeron de manera notable entre 2013 y 2015 para recuperarse desde el año pasado, pero China continuó siendo el mayor socio comercial de Japón (sus intercambios bilaterales suman 300.000 millones de dólares al año, un tercio más que el comercio Japón-Estados Unidos).

Aunque Japón es el único de los principales aliados norteamericanos que sigue sin pertenecer al Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras, y recibió con considerables reservas el anuncio de la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda china, con el tiempo entendió que no podía rechazar las oportunidades que el proyecto representaba para sus empresas. De ahí que, sin apoyarlo oficialmente, decidiera permitir la participación de firmas japonesas, siempre que se respetaran ciertas exigencias normativas. Al mismo tiempo, Japón optó por competir directamente con China, ofreciendo una iniciativa propia de desarrollo de infraestructuras de calidad—para las que ofreció un fondo de 100.000 millones de dólares—, y articulando—de manera conjunta con India—el Corredor Económico Asia-África. Frente a la Ruta de la Seda china, Japón ofrecía un esquema alternativo bajo la denominación de un “Indo-Pacífico Libre y Abierto”.

Las políticas de Donald Trump están facilitando, sin embargo, las bases para un nuevo acercamiento entre China y Japón. El aumento de las tensiones con Washington conduce a Pekín a buscar una relación estable con Tokio. Japón, por su parte, también sujeto a las amenazas de sanciones por la administración norteamericana—y preocupado por el acercamiento de Trump al líder norcoreano—se encuentra con una oportunidad para reforzar los intereses económicos compartidos con China, entre los que se incluyen avanzar en la negociación de la Asociación Económica Regional Integral (RCEP) con los países de la ASEAN, y dar un nuevo impulso al acuerdo de libre comercio entre ambos y Corea del Sur.

Se trata de un complejo desafío para el primer ministro japonés, Shinzo Abe. El contexto estratégico de fondo no va a cambiar: el cambio es estructural, y el diferencial de poder económico y militar con la República Popular continuará agrandándose. Abe tampoco puede alinearse con China contra Trump. Pero mientras intenta mantener el equilibrio en el triángulo estratégico formado por estas tres potencias, lo complementa ampliando el terreno de juego.

No casual, por ello, que nada más volver de Pekín haya recibido en Tokio a su homólogo indio, Narendra Modo. O que, el 1 de noviembre, Japón e India comiencen sus primeros ejercicios militares conjuntos, que se prolongarán durante 14 días, en el noreste indio. Maniobras que se suman a su vez a las realizadas recientemente por 100 soldados japonesas—con sus vehículos blindados incluidos—con tropas norteamericanas en Filipinas. Hace un par de semanas, Abe también recibió en a los líderes de Camboya, Laos, Myanmar, Tailandia y Vietnam. La cumbre Japón-Mekong mostró la preocupación de los participantes por la libertad de navegación en el mar de China Meridional y la militarización de las islas por parte de Pekín. El proactivismo diplomático japonés carece de precedente, pero resulta paradójico que sea su aliado norteamericano, y no sólo China, quien lo está provocando. (Foto: Leo Eberts, flickr.com)

INTERREGNUM: Movimientos euroasiáticos. Fernando Delage

Con una atención occidental concentrada en otros asuntos, quizá más inmediatos pero menos relevantes para el mundo del futuro, las potencias emergentes de Asia continúan realizando movimientos en un tablero geopolítico cuya complejidad se acelera por días.

El 1 de diciembre se celebró en Sochi, Rusia, la cumbre anual de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS); la primera con la participación de India y Pakistán tras su adhesión formal hace unos meses. El 11 de diciembre, Rusia, India y China celebran en Delhi su encuentro trilateral anual a nivel de ministros de Asuntos Exteriores. Entre ambas fechas, en Irán—próximo candidato a la incorporación a la OCS—, el presidente Hassan Rouhani inauguró, el 4 de diciembre, la primera fase del puerto de Chabahar en la costa suroriental del país. ¿Hechos inconexos? En absoluto. Todos ellos son reflejo de una dinámica de competencia subregional que está reconfigurando la geografía económica y política de la mayor masa continental del planeta.

A unos 80 kilómetros de Gwadar—el puerto pakistaní que está desarrollando Pekín como elemento central de su Corredor Económico con Islamabad—, Chabahar se ha convertido en pieza clave de la estrategia euroasiática de Delhi. India ha invertido 500 millones de dólares en sus infraestructuras, y otros 1.600 millones de dólares para su conexión ferroviaria hasta Afganistán. Además de formar parte del Corredor Internacional Norte-Sur hacia Rusia, Chabahar ofrece a India una alternativa de interconexión continental que permite esquivar a su vecino Pakistán, de la misma manera que también Afganistán y las repúblicas de Asia central podrán contrarrestar su dependencia de Pakistán para su acceso marítimo. El interés indio por acercar el océano Índico a Eurasia central tiene, con todo, motivaciones de más largo alcance, relacionadas con sus temores sobre las ambiciones de Pekín.

Iniciativas chinas como la Nueva Ruta de la Seda están conectando el Pacífico y el Índico e integrando Eurasia, ampliando así su influencia política en espacios que estuvieron dominados, en otras épocas, por Occidente o por Rusia. El creciente liderazgo chino, parejo a la percepción regional de “retirada” de Estados Unidos, obliga a los actores locales a maximizar sus opciones. Tokio ha anunciado esta misma semana su “visto bueno” a la participación de empresas japonesas en la Ruta de la Seda, pero ve al mismo tiempo con sastisfacción cómo el concepto del “Indo-Pacífico”, cuyo origen puede atribuirse al primer ministro Shinzo Abe, se consolida para convertirse en la denominación que utiliza la administración Trump en sustitución del término anterior del “Asia-Pacífico”. También Delhi se ha sumado con entusiasmo a una definición de Asia que supone un reconocimiento de su peso estratégico, así como de la prioridad de sus intereses marítimos. Mayores dudas ha mantenido India tradicionalmente en relación con la Eurasia continental, pero Chabahar es, como se ha señalado, algo más que un incipiente paso para corregir ese desequilibrio.

La interdependencia al alza entre sus distintas subregiones hacen de Asia un escenario estratégico unificado. Al mismo tiempo, también hay indicios, sin embargo, de un claro riesgo de polarización económica y militar. No parece plausible que India permita a otra gran potencia negarle lo que considera como su dominio natural de Asia meridional y el océano Índico, como tampoco China va a renunciar al objetivo de su primacía en Asia oriental y el Pacífico occidental. Las piezas se desplazan con rapidez en la mesa de juego, mientras el actual ocupante de la Casa Blanca continúa tomándose su tiempo para mover ficha. (Foto: Gary Higgins, Flickr)

INTERREGNUM. China y Japón: relaciones peligrosas. Fernando Delage

Una vez confirmados y reforzados en sus cargos tras el XIX Congreso del Partido Comunista Chino y las recientes elecciones generales, respectivamente, una de las principales prioridades diplomáticas de Xi Jinping y de Shinzo Abe será como tratar el uno con el otro. Aunque las tensiones entre China y Japón han ido en aumento desde 2010, a partir de 2014 se abrió un paréntesis de relativa calma que no oculta, sin embargo, las diferencias estructurales de fondo. En manos de Xi y de Abe estará, hasta al menos 2021, la responsabilidad de buscar un entendimiento, aunque sus acciones dependerán asimismo de un tercero: Estados Unidos.

El legado de la Historia y las reclamaciones marítimas chinas explican en gran medida las dificultades entre la segunda y tercera mayores economías del mundo. Pero no son las únicas razones. La espiral de negatividad que se registra en las percepciones mutuas arranca en la década de los noventa, tras los sucesos de Tiananmen. Y la variable fundamental que la causa, más que la evolución de las relaciones bilaterales, es el papel que cada parte comienza a desempeñar en la dinámica política interna de su vecino. Japón es un pilar central en torno al cual se ha construido el nacionalismo chino contemporáneo, mientras que el relevo generacional en la política japonesa ha conducido a la defensa de posiciones más firmes con respecto a una China en ascenso.

Richard McGregor, excorresponsal del Financial Times en Tokio, primero, y en Pekín, más tarde, acaba de publicar un fascinante libro en el que cuenta en detalle cómo se llegó a este punto desde la normalización de relaciones diplomáticas a principios de la década de los setenta. Aunque es un tema objeto de numerosas publicaciones, “Asia’s reckoning: the struggle for global dominance” (Allen Lane, 2017), es una indispensable obra de referencia. McGregor no sólo ha tenido acceso a fuentes anteriormente clasificadas, sino que ha entrevistado a decenas de políticos y diplomáticos de ambos países, y de Estados Unidos, muchos de ellos protagonistas directos de los hechos narrados.

Las opiniones y percepciones de los dirigentes chinos y japoneses como clave del comportamiento de sus respectivos países, adquieren así una relevancia que no suele ser habitual en los libros de carácter más académico. Es en este terreno donde el libro ofrece mayores novedades, incluyendo verdaderas perlas. La transcripción de las conversaciones entre Zhou En-lai y Henry Kissinger sobre Japón no tienen desperdicio, por ejemplo. No le hará ganar muchos amigos en Tokio al ex asesor de seguridad nacional norteamericano, pero es muy reveladora de la manera de ver el mundo de la administración Nixon. La discusión sobre Taiwán mantenida entre Mao Tse-tung y el primer ministro japonés Kakuei Tanaka, es igualmente ilustrativa de las prioridades chinas en la década de los setenta. Una época que en poco se parece a la actual, como revela la gestión—sobre la que McGregor proporciona detalles poco conocidos hasta la fecha—de las crisis de 2010 y 2012 en torno a las islas Senkaku.

¿Qué ha cambiado? Lo fundamental es el giro en la posición relativa de poder de ambos Estados. El rápido ascenso económico y militar de China transforma de manera radical el entorno exterior de Japón, como también pone en riesgo la primacía tradicional de Estados Unidos en la región. Este es por tanto el principal motivo del reajuste en los cálculos estratégicos de Tokio y Washington, pero también del choque entre dos nacionalismos que alimentan, en China y en Japón, un juego político interno que no propicia precisamente las actitudes de reconciliación.

La travesía asiática de Trump. Nieves C. Pérez Rodríguez

En una larga travesía de 12 días, el presidente Trump visita Asia. Muchos días de viaje y una agenda bien copada en la que visita Japón, Corea del Sur, China, Vietnam y Filipinas. Un viaje tan largo como importante en el que el secretario de Estado Tillerson le acompañará para dar aún más solemnidad a esta visita oficial. Mientras Trump sostendrá encuentros con los jefes de Estado correspondientes, Tillerson se reunirá con altos dirigentes, homólogos y personalidades económicas, con las que buscará afianzar lazos de cooperación a nivel político y de inversiones e intercambio. Según Daniel Blumenthal (escritor de Foreing Policy) la clave de este viaje está fundamentalmente en el elemento geopolítico, que consiste en intensificar la competencia de los Estados Unidos con China por el sureste asiático. Insiste en que nada es tan importante como ese punto y el presidente Trump debería dejar muy claro que su gabinete toma con mucha seriedad la rivalidad geopolítica en la región asiática.

Japón es el aliado más fuerte de Estados Unidos en Asia. En Tokio, Trump afianzará la alianza con Shinzo Abe y proyectará una sólida amistad mientras negocian más intercambios comerciales y analizan la amenaza de Corea del Norte. La Administración Trump finalmente entendió la importancia de un aliado como Japón y ha comenzado a darle el lugar que merece. Tokio, por su parte, da señales de estar más cómodo con Washington y ha bajado sus niveles de ansiedad ante la amenaza nuclear de Pyongyang por el apoyo de Trump. De hecho, Japón es el país que más está invirtiendo en Estados Unidos a día de hoy, instalando industrias en su territorio y generando un gran número de empleos (exactamente lo que Trump ha definido como su vuelta a la Gran América).

En Seúl, se espera que se aborde fundamentalmente la peligrosa situación de Corea del Norte. Trump se reunirá con Moon Jae-in, lo que revalida el apoyo de Washington y mando un claro mensaje a Kim Jong-un. Corea del Sur es el segundo gran aliado de Estados Unidos en la región, y para el presidente Moon es realmente importante contar con este espaldarazo público.

En el caso de China, Trump prometió a Xi jinping visitarle en casa, y eso es exactamente lo que está haciendo. Cumpliendo con su compromiso, quedando bien con el ahora consagrado líder, después de que el congreso del Partido Comunista Chino convirtiera a Xi en el personaje más poderoso desde Mao Zedong, y que comparativamente con Trump, está en una posición más fuerte, en términos de liderazgo y popularidad. Sin lugar a dudas, en la región Xi es el líder más poderoso y Washington le necesita para seguir presionando a Pyongyang. Beijín es el único actor internacional capaz de presionar y neutralizar a Pyongyang sin necesidad de un ataque bélico, siendo el principal proveedor de un régimen completamente aislado.

Aquí la pregunta que se presenta es ¿hasta dónde quiere jugar China genuinamente ese rol?, Xi se siente claramente cómodo en su papel de líder internacional, pero también sabe cuándo debe bajar su perfil para mantener el juego a su favor. Esperemos que Trump entienda esa estrategia y pueda dejarle claro que Estados Unidos está dispuesto a acabar con el riesgo y mantendrá el liderazgo regional. A pesar de que hasta ahora Trump ha sido blando con Beijín, el Departamento de Estado maneja una línea anti china muy fuerte, que espera empezar a implementar.

Vietnam es un país clave. Tanto Trump como Tillerson participarán en la Cumbre de APEC el 10 de noviembre, que es obviamente importante pues 21 economías en el Pacífico estarán en este foro que promueve el libre comercio. Sin embargo, la clave podría estar en que Washington quiere asegurarle a Hanói su apoyo, siguiendo la línea anti china que amnas están manejando. Vietnam históricamente ha sufrido el acoso chino, y entre el expansionismo chino actual y su posición geográfica, es uno de los países más vulnerables ante el gigante asiático, por lo que Washington está aprovechando para extender su apoyo a cambio de mantener su presencia en la región.

En Filipinas se reunirá con Rodrigo Duterte, un líder tan controvertido como popular, quien, con una política tan agresiva como inapropiada, abusa del poder para acabar con el narcotráfico y los consumidores de estupefacientes, por lo que se espera que Trump aproveche la oportunidad para pedirle moderación y respeto por los derechos humanos. Asimismo, Washington intentará recuperar los espacios ganados por China en la región del sureste asiático.

Otro aspecto no menos importante es el aumento del radicalismo islámico y la presencia de ISIS, en el que Trump debería afianzar su compromiso en mantener cooperación en materia de seguridad.  Seguramente otra de las razones que llevan al inquilino de la Casa Blanca hasta Manila es parte de su ego, pues Duterte ha expresado públicamente su admiración por Trump, lo que no sorprende pues, en el fondo, ambos líderes tienen un carácter impulsivo y políticamente incorrecto.

Tal y como se ha expuesto, cada país en esta gira por Asia tiene una razón estratégica. La Administración Trump está yendo a poner orden y afianzar su posición en el Pacífico, y a dejarle claro a China quién tiene el control,  solidificar alianzas y mandar un mensaje claro a Pyongyang de unión con sus aliados. Ojalá que la imprudencia de Trump se quedara en casa, y que su Twitter no funcione en Asia, o que lo agotador de su agenda lo mantenga aislado de su móvil. Seguramente así nos aseguraremos una visita diplomática en toda su expresión. Sobre todo, en la cultura asiática donde la prudencia y las formas marcan el día a día de la sociedad.