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INTERREGNUM: Ruta de la Seda 2.0. Fernando Delage

Se celebra esta semana en Pekín la segunda cumbre de la Ruta de la Seda (BRI en sus siglas en inglés). Dos años después del primer encuentro, cuatro después de la presentación del Plan de Acción de la iniciativa, y casi seis después de su anuncio por el presidente chino, el proyecto avanza en su desarrollo, desafiando a los escépticos. Las críticas sobre la falta de transparencia del programa, los riesgos medioambientales y laborales que está ocasionando, o la sostenibilidad de la deuda en que incurren los países participantes son probablemente acertadas, pero es innegable que China ha aprendido en este tiempo de sus errores.

En su intervención ante una cumbre que marcará una nueva etapa en la iniciativa, Xi Jinping intentará despejar los temores de quienes se oponen a la misma y anunciará posibles reajustes en una idea que si se caracteriza por algo es por su flexibilidad. La mejor manera de valorar BRI consiste por tanto en analizar cada proyecto concreto sobre la base de sus propios méritos. Algunos responden a claras motivaciones estratégicas y carecen de toda lógica económica; en otros prevalece en cambio la búsqueda de rentabilidad comercial e inversora a medio-largo plazo. Pero en todos ellos Pekín cuenta con el margen de maniobra que le proporciona su método de funcionamiento: pese a la retórica multilateral que le acompaña, BRI es en realidad una red de acuerdos bilaterales.

Lo que guía a los dirigentes chinos es el imperativo del crecimiento económico que asegure la estabilidad social y política interna. Tras 40 años de rápido desarrollo, su mantenimiento es un objetivo que requiere reorganizar Asia—mediante la integración del espacio euroasiático—e, incluso, la economía global. De ahí la preocupación de las grandes potencias por las implicaciones estratégicas de BRI, como ha vuelto a ponerse de relieve con ocasión de la segunda cumbre.

Estados Unidos, India, Japón y Australia han intentado dar forma a una estrategia “Indo-Pacífico” como modelo alternativo a la Ruta de la Seda y al acercamiento entre Moscú y Pekín, pero la divergencia de enfoques entre sus miembros complica su realización. Washington, que no enviará a ningún alto cargo a Pekín, ha impulsado nuevos instrumentos—como la BUILD Act y un nuevo fondo de financiación de infraestructuras dotado con 60.000 millones de dólares—cuya operatividad es aún discutible. Su aproximación unilateral no conduce por lo demás sino a profundizar en su aislamiento diplomático. India no asistió a la primera cumbre y tampoco lo hará a ésta, reiterando así su oposición a una iniciativa que en buena medida depende de ella. Por su tamaño y ubicación—India es el elemento fundamental que une los dos ejes de BRI, el continental y el marítimo—Pekín es consciente de que la hostilidad de Delhi puede hacer inviable el proyecto.

Sin sumarse tampoco a la Ruta de la Seda de manera oficial, pero permitiendo la participación de su sector privado, Japón es quizá quien ha articulado la estrategia más eficaz. En cuantos foros multilaterales participa—G7, G20, APEC o la Cumbre de Asia Oriental—Tokio está promoviendo el concepto de “infraestructuras de calidad”, con el fin de establecer unos principios comunes—transparencia, límites al volumen de deuda, impacto social y medioambiental, y coherencia con la estrategia de desarrollo de los países receptores, entre otros—que ponen en evidencia la debilidad de las prácticas chinas. Al mismo tiempo, Japón se está asociando con otros países, China incluida, para promover la financiación de infraestructuras en el mundo en desarrollo. Su no participación en BRI, no significa que Tokio no quiera dialogar con Pekín al respecto.

Sin abandonar su inquietud por el ascenso de China, los movimientos de Japón suponen un reconocimiento del sinsentido de pretender quitarle a un gigante como la República Popular su espacio, en unas circunstancias en que aumentan además las dudas sobre la posición de Estados Unidos en la región. A ningún país asiático beneficia un continente dividido en dos, ni en Eurasia ni en el Indo-Pacífico. Tampoco a ese tercero—la Unión Europea—cuyo futuro está también sujeto a la evolución del tablero económico y geopolítico asiático. (Foto: Kostas Mylonas)

EE.UU., menos presencia presidencial pero más presión en Asia. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Mike Pence -vicepresidente de los Estados Unidos- publicaba hace una semana un artículo en el Washington Post titulado “Los Estados Unidos buscan colaboración y no control en el Indo-Pacífico”. En él definía el compromiso firme y duradero que tiene Washington con esta región y exponía la estrategia de la Administración Trump en esta área basada en tres grandes pilares:

  1. El Indo-Pacífico cubre más de la mitad de la superficie terrestre, es próximo a más de la mitad de la población del planeta y concentra las dos terceras partes del comercio mundial.
  1. La seguridad, cuyo base es la prosperidad. Envía un recordatorio a sus aliados para continuar con la presión hacia Corea del Norte y las sanciones económicas hasta que la desnuclearización sea un hecho.
  1. Y, por último, afirma su apoyo a los gobiernos trasparentes y receptivos en donde exista un estado de derecho, respeto a los derechos humanos y la libertad religiosa de sus ciudadanos.

La estrategia de la Casa Blanca está encaminada a bloquear a China y sus largos tentáculos, que parecen no tener límites. O al menos denunciar sus acciones sin ningún filtro diplomático. Sin embargo, la ausencia de Trump en las cumbres más importantes de Asia ha dejado un gran hueco, que su vicepresidente intentó con mucho esfuerzo llenar, pero que en el fondo facilita el camino a Xi Jinping y Putin. Muy a pesar de que Pence llevara un mensaje de apoyo a la región.

En la ASEAN, Pence afirmó que ésta es una región abierta y libre, e insistió en que Washington está encantado de contarlos como un bloque aliado estratégico. Dijo que “el imperio y la agresión no tienen lugar en el Indo-Pacífico”.  “Solo requiere que cada nación trate a sus vecinos con respeto y respete la soberanía de nuestras naciones y las reglas internacionales de orden”.

Si se dudó de la claridad del vicepresidente en la ASEAN, su discurso en la APEC no dejó espacio a dudas, pues fue un ataque directo a China. Pence urgió a las naciones asiáticas a evitar las relaciones comerciales con China y a cambio les ofreció una alternativa: establecer negocios con los Estados Unidos que no los cargarán con deudas que a largo plazo comprometan sus soberanías. A lo que Xi Jinping (el presidente chino) respondió que “One belt, one road” es una avenida provista de sol radiante en la que China comparte oportunidades con el mundo para buscar el desarrollo”.

La Administración Trump lo ha dicho siempre claro, no está de acuerdo con lo que está haciendo Beijing. Parece que estamos yendo mucho más lejos que a una guerra meramente comercial, donde las tarifas tasan productos y penalizan acciones. Robert D. Kaplan, (experto del Centro para una nueva Seguridad Americana) afirma que durante años China ha estado en guerra con Estados Unidos en el Mar de la China Meridional, pero Washington no se dió cuenta hasta muy avanzado el proceso. Explica que Beijing se basa en la teoría del filósofo Sun Tzu, cuya tesis consiste en que el éxito es ganar sin tener que ir a la guerra.

Kaplan define la estrategia china en micro-pasos: el reclamo de una isla pequeña, luego la construcción de una pista por otro lado y el despliegue supuestamente temporal de una plataforma petrolera en aguas en disputa; lo importante es imponer presencia de alguna manera.

Todos estos pasos van marcando hechos, que individualmente no llegan a molestar a las otras potencias hasta el punto de suscitar una respuesta militar. Mientras, China intenta evitar enfrentamientos, pues saben que no pueden competir con la capacidad militar estadounidense en este momento. Beijing por su parte, entiende que dominar el Mar de la China Meridional- que consideran geográficamente suyo- es dominar el mayor tránsito de mercancías del mundo, así como imponer su dominio en Taiwán, Japón, o Vietnam y Filipinas, que no tienen otra alternativa que doblegarse al dominio del más fuerte.

A pesar de la ausencia de Trump en estas importantes cumbres, que hay que admitir protagonizó el año pasado, el mensaje que llevó Pence sigue siendo el mismo. Es más, cada día parecen ser más directos a denunciar la agresión china a las economías y a su carácter expansionista.

Washington está atacando a Beijing por varios frentes, el último fue el 7 de noviembre en el que una comisión del Congreso de los Estados Unidos, que vigila los derechos humanos en China denunció la brutal represión que están padeciendo los uighures (una minoría musulmana) en la región de Xinjiang, con sus reclusiones en centro de reeducación china.

La Administración Trump sostiene que el valor de sus intercambios comerciales con la Pacífico Índico es de 1.8 billones de dólares. La inversión estadounidense en la región es de casi 1 billón de dólares, lo que representa más que la inversión conjunta de China, Japón y Corea del Sur, números que explican por si solos la importancia estratégica de la región. La economía es el eje y la prioridad para Trump, y los mensajes sutiles no forman parte de la diplomacia de este gobierno.

Así que en el marco de su visita Pence anunció la construcción de una base militar en Papúa Nueva Guinea (la segunda isla más grande, ubicada al norte del Australia) en cooperación con Australia para reforzar la presencia estadounidense en Asia y el Pacífico, y poder proteger los derechos marítimos y la soberanía de las islas del Pacífico.

Curiosamente, a pesar de dar señales de ausencia, Washington está preparándose para estar más presente en el Pacífico, y dispuesto a parar cualquier intento de violación de la soberanía terrestre o marítima de las naciones en la región, pero al modo de Trump. China tendrá que calcular cautelosamente sus pasos ante la mirada vigilante de la Casa Blanca y su aversión al estilo imperialista chino. (Foto: Dan Hill, flickr.com)

INTERREGNUM: Asia entre Washington y Pekín. Fernando Delage

Las reuniones multilaterales mantenidas en Asia la semana pasada entre Singapur y Papua Nueva Guinea—ASEAN, ASEAN+3, la Cumbre de Asia Oriental y el foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico—han escenificado una vez más las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China. Lejos de contribuir a minimizar sus diferencias, los encuentros han contribuido más bien a extenderlas al conjunto de la región.

La ausencia de Trump no lanza quizá el mensaje más conveniente para los intereses norteamericanos. Tampoco ayuda el mantenimiento de la retórica de confrontación: ha sido el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, quien ha defendido una política comercial unilateralista y el rechazo de todo intento revisionista del orden regional. Pence acusó a China de intentar crear una dependencia económica y financiera de las naciones participantes en sus proyectos de infraestructuras, y de alterar la estabilidad asiática a través de sus acciones en el mar de China Meridional, que calificó como “ilegales y peligrosas”, además de “amenazar la soberanía de muchas naciones y poner en riesgo la prosperidad del mundo”. Utilizando palabras similares a las empleadas en su discurso en el Hudson Institute a principios de octubre, añadió: “China se ha aprovechado de Estados Unidos durante muchos, muchos años y esos días se han acabado”. Washington, concluyó, “no abandonará su política hasta que China cambie su comportamiento”.

Como cabía esperar, los líderes chinos acusaron por su parte a Estados Unidos de promover el proteccionismo comercial y asumir una estrategia unilateralista y de enfrentamiento en defensa de sus intereses más estrechos. En una nada velada descripción realizada durante su intervención en la cumbre de APEC, el presidente Xi Jinping calificó a Estados Unidos como una amenaza a la paz y seguridad regional, mientras presentó a China como un socio indispensable para el desarrollo y la estabilidad de Asia. El primer ministro Li Keqiang insistió entretanto en Singapur en la conveniencia de acelerar la negociación del acuerdo de Asociación Económica Regional Integral (RCEP en sus siglas en inglés), en el que participan numerosos socios y aliados de Estados Unidos, en defensa del libre comercio y de una estructura multilateral basada en reglas.

Estados Unidos y China no sólo ofrecen por tanto esquemas opuestos sobre el futuro del Indo-Pacífico, sino que compiten de manera directa por atraerse a los Estados de la región. China necesita a sus vecinos para evitar una nueva guerra fría, pero sus incentivos económicos no bastan para ganarse la complicidad de unas naciones preocupadas por su expansión marítima y por la deuda que les puede suponer el proyecto de la Ruta de la Seda. Pero justamente cuando China ha pasado a una fase de mayor asertividad, Estados Unidos ha optado por desmantelar los pilares de su primacía en Asia de las últimas décadas: su hostilidad al libre comercio y la desconfianza en las alianzas extienden las dudas sobre el compromiso norteamericano con la región, una impresión que se ha visto acentuada por la decisión del presidente Trump de no acudir a las reuniones multilaterales de este año.

Nadie cree a los dirigentes chinos cuando éstos dicen carecer de ambiciones geopolíticas. Pero a nadie se le oculta tampoco la contradicción entre la retórica norteamericana y la rápida reconfiguración del orden regional sobre el terreno. Cuando Trump y Xi se encuentren en Buenos Aires a finales de mes en la cumbre del G20, su agenda no podrá centrarse tan sólo en cómo evitar una abierta guerra comercial. La orientación estratégica futura de la región está igualmente en juego.

INTERREGNUM: ¿La hora de India? Fernando Delage

(Foto: Fermín Ezcurdia, Flickr) Las reuniones anuales del foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico (APEC) y de la Cumbre de Asia Oriental, celebradas en Vietnam y Filipinas, respectivamente, concentraron la atención de los medios en la evolución de la competencia entre Estados Unidos y China. Había expectación por conocer cómo el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, piensa sustituir la política asiática de su antecesor; y por cómo el presidente chino, Xi Jinping, reforzado tras el reciente XIX Congreso del Partido Comunista, aprovecharía estos nuevos encuentros multilaterales para seguir ampliando su influencia regional y global.

Ha pasado relativamente inadvertido, sin embargo, el espacio abierto a un tercero, India. Camino de convertirse en la nación más poblada del mundo, hacia 2024, India será también la tercera mayor economía en 2029. Aunque su presupuesto de defensa es el quinto del planeta, sus fuerzas armadas son las terceras por número de tropas (1,4 millones). El FMI estima que India representará el ocho por cien del PIB mundial en 2020, mientras que un informe de KPMG identifica el país como destino preferido para la inversión extranjera, por sus oportunidades de crecimiento, los próximos tres años. La percepción interna también ha dado un notable giro: un reciente sondeo de Pew indica que un 70 por cien de los indios están satisfechos con la dirección del país; en 2013, sólo un 29 por cien lo estaban.

No deben sorprender pues los altos índices de popularidad mantenidos por el primer ministro, Narendra Modi, quien con casi toda seguridad será reelegido en 2019. La transformación que persigue Modi, quien desea que India juegue en la liga de las grandes potencias, requiere más de una legislatura (incluso de dos). ¿Ha llegado la hora de India?

Dos claves para su ascenso salieron a la luz en Vietnam y Filipinas. La primera: su adhesión a APEC. Es toda una anomalía que la tercera economía asiática no forme aún parte del grupo. Delhi presentó su candidatura hace ya unos años, pero esta vez contó con el apoyo explícito del presidente Trump. Aunque no deja de ser una ironía que un enemigo de los procesos multilaterales desee que India se sume a uno de ellos, es revelador de las preferencia de Washington por Delhi como socio, aunque en otro terreno: el de seguridad. Esta es la segunda clave: la recuperación del Diálogo Cuadrilateral entre Estados Unidos, Japón, India y Australia, sobre el que discutieron sus ministros de Asuntos Exteriores en Manila. Si Delhi vaciló frente a la propuesta original de Japón hace 10 años, esta vez—asumida la iniciativa por Washington—la ha defendido con mayor interés. Las implicaciones de las iniciativas geoeconómicas chinas se han hecho evidentes durante los últimos años, y también India está más decidida a hacer realidad sus ambiciones de proyección más allá del subcontinente.

En último término, sin embargo, las posibilidades indias dependen en gran medida de su dinámica interna. Sus capacidades estratégicas y diplomáticas crecerán con el tiempo. Pero la extraordinaria fragmentación económica y social del país representa un considerable obstáculo para su ascenso. Buena parte de las reformas legislativas de Modi van orientadas precisamente a crear una unidad de mercado. Y el nacionalismo hindú de su partido, el Janata Party, no parece provocar, por ahora, la oposición de la mayoría de la población (quizá porque su prioridad es el crecimiento económico). La construcción de una identidad unificada como Estado es una exigencia no menor para que India pueda convertirse en la gran potencia mundial que aspira a ser.

INTERREGNUM: Trump en Asia. Fernando Delage

El 3 de noviembre, Trump comienza su segundo gran viaje al exterior, con una gira de 12 días que le llevará a cinco países de Asia. Además de los tres grandes del noreste asiático—Japón, China y Corea del Sur—, el presidente norteamericano visitará dos naciones del sureste de la región—Vietnam y Filipinas—para asistir a dos cumbres multilaterales.

En los tres primeros predominará la agenda bilateral. Comercio y seguridad ocuparán la mayor parte de su tiempo con Shinzo Abe, Xi Jinping y Moon Jae-in. Tras su victoria electoral del 22 de octubre, un Abe reforzado políticamente tratará de convencer a Trump de lo inviable de su política comercial: Japón, como la mayoría de las economías asiáticas, necesita mayor liberalización e integración, y preferiría evitar una excesiva dependencia del mercado chino. El primer ministro surcoreano tendrá que emplearse a fondo también para que Trump no añada el acuerdo de libre comercio Estados Unidos-Corea del Sur (KORUS) a la lista de los pactos, encabezados por NAFTA, que quiere deshacer. En China, cuyo superávit comercial con Estados Unidos el presidente no ha dejado de denunciar desde la campaña electoral, quizá desvele por fin cómo piensa responder. Con los tres líderes, Trump discutirá asimismo la evolución del desafío norcoreano, para concluir, lo reconozca o no, que carece de opciones de actuación en solitario.

Tras diez meses en la Casa Blanca, el principal problema asiático de Trump es la ausencia de una política. Ni en el departamento de Estado ni en el Pentágono se ha nombrado aún a los responsables de Asia, mientras también siguen vacantes muchas de las embajadas de Estados Unidos en la región. Tampoco se ha expuesto una estrategia articulada sobre los objetivos de la administración. Se espera con notable expectación, por tanto, que en su discurso en Vietnam, donde Trump asistirá a su primera cumbre del foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico (APEC), anuncie su visión de Asia y cómo propone defender los intereses norteamericanos en un contexto de profunda transformación. Asia nunca ha sido más importante para el futuro económico y diplomático de Estados Unidos y, sin embargo, se acelera la percepción de debilitamiento de su posición. La Casa Blanca quiere apartarse de las propuestas de Obama y su famoso “pivot” hacia Asia, pero lo que ha provocado ha sido un vacío de un año tras el abandono del TPP, letal para su credibilidad.

Un anticipo de lo que pueda decir Trump lo ofreció su secretario de Estado, Rex Tillerson, en un discurso pronunciado en Washington el 18 de octubre, en vísperas de su primer viaje oficial a India. Fue algo más que un examen de las relaciones entre las dos mayores democracias del mundo. Tillerson volvió al discurso de administraciones anteriores sobre un orden regional libre y abierto, y “basado en reglas”. Aunque de manera poco explícita, también dio a entender que Washington va a reaccionar a la iniciativa china de la Nueva Ruta de la Seda, y que, ante la redistribución en curso del poder internacional, India será uno de sus principales socios de preferencia. Cabe esperar que, en su intervención en Vietnam, por fin Trump anuncie cómo Estados Unidos va a intentar abrirse un espacio en Eurasia para equilibrar las ambiciones económicas y geopolíticas chinas.

En Filipinas, Trump no asistirá a la Cumbre de Asia Oriental, segunda gran cumbre anual multilateral en Asia, a la que Estados Unidos se incorporó en 2010, y que Obama trató de reconvertir en el principal foro regional de seguridad. Aunque es el único proceso, junto a APEC, que reúne a los jefes de Estado y de gobierno, la ausencia de Trump en su primera convocatoria es difícilmente justificable. Al menos, participará la víspera en la cena de conmemoración del 50 aniversario de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), institución que ocupó un papel relevante en la estrategia asiática de Obama pero que ha ignorado hasta la fecha la actual administración. Quizá tras sus conversaciones con Rodrigo Duterte, Trump pueda afinar sus ideas al conocer de primera mano la percepción local sobre el ascenso de China y sobre lo que se espera de Estados Unidos.

China podría conseguirlo con el beneplácito de Trump. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- El Pacífico es el océano más extenso del planeta, una región que incluye unas 25.000 islas y costas de unos 52 Estados cuyos usos, tradiciones y recursos naturales han moldeado el sistema económico regional. Y a pesar de las profundas diferencias y desigualdades entre países tan opuestos como Australia y Camboya, la necesidad de impulsar sus economías ha permitido el establecimiento de un variado grupo de asociaciones que promueven los intercambios comerciales y facilitan la inclusión de economías menos competitivas en el juego.

Fue esta idea la que impulsó la creación del hoy agónico TPP, al que China no pierde de vista mientras sugiere opciones alternativas como la Asociación Económica Integral Regional (RCEP por sus siglas en inglés) y la Asociación de Libre Comercio para el Asia- Pacífico (FTAAP).

La exclusión de China del TPP tuvo una razón lógica: dejar al gigante asiático fuera para evitar que se hicieran con el dominio regional. Y mientras se llevaban a cabo las conversaciones para materializar el TPP, Beijín creaba alternativas de las que ellos pudieran formar parte y sobre todo liderar. El TPP fue pensado para ayudar a las economías, razón por la cual facilitaba el crecimiento de sus miembros, a pesar de su tamaño; y se regían por los derechos de los trabajadores reconocidos por la Organización Internacional del Trabajador, lo que fundamentalmente se traduce en protección a los trabajadores y persecución a la corrupción. Este marco legal incomoda al gobierno chino, pues su modo de operar dista mucho de estas formalidades y funciona en un marco de amplios beneficios propios con limitadas restricciones.

Los acuerdos comerciales modernos en la región asiática comenzaron en la década de los 60. La Asociación de Naciones del Sudoeste Asiático (ASEAN por sus siglas en ingles), que cuenta con diez miembros, fue de las primeros en establecerse. El Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) es actualmente la organización que cuenta con más de 20 países junto con la Asociación de Libre Comercio para el Asia- Pacífico (FTAAP), que fue concebida bajo la cumbre de la APEC en Lima el año pasado, y tiene una ambiciosa meta que consiste en conectar las economías del Pacífico desde China a Chile, incluyendo a los Estados Unidos.

De acuerdo con China Daily la razón por la que se consiguió firmar el FTAAP fue debido a las previsiones de crecimiento publicadas por la Organización Mundial del Comercio para el 2016, que no se cumplieron, pues fue un año difícil para la economía y sobre todo para los intercambios, lo que hizo que se redujeran las previsiones hechas para el 2017. De entrar en vigencia, aunque fuese solo con las 21 economías que firmaron, se convertiría en la zona de intercambios más grande del planeta, con el 57% de la economía mundial, lo que representaría casi la mitad de los intercambios internacionales.

La Asociación Económica Integral Regional (RCEP), por su parte, es un acuerdo de libre comercio que incluye a China, India, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda junto con los países de la ASEAN (Filipinas, Indonesia, Tailandia, Brunei, Malasia, Singapur, Vietnam, Laos, Myanmar y Camboya). De entrar en vigor este bloque económico representaría alrededor del 30% de la economía y un cuarto de las exportaciones del mundo. A pesar de que el origen de RCEP es del 2012, no se ha logrado concretar aún. China respalda esta iniciativa y ha abogado por su aprobación, sin embargo, Deborah Elms, Directora Ejecutiva del Centro de Intercambios de Asia sostiene que la razón por la que todos los países del ASEAN están dentro es porque fueron arrastrados a participar por el hecho de que se les abría un nuevo mercado de oportunidades con los 6 grandes (China, India, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda) con los que no tienen acuerdos comerciales.

En este momento todas las opciones están en la mesa. Sin TPP y con un Trump sin interés en asumir el rol de líder en Asia, mientras Xi Jinping sigue acumulando riqueza y mayor liderazgo internacional, da la impresión de que la desesperación del abandono puede cobrar su precio. Beijín apuesta por dos vías estratégicas: La Asociación Económica Integral Regional (RCEP) y la Asociación de Libre Comercio para el Asia – Pacífico (FTAAP), la segunda más ambiciosa que liberaría más de la mitad de los intercambios comerciales llevados a cabo a día de hoy. En ambos casos, China estaría a la cabeza y contrariamente a lo que afirmó Obama siendo presidente, China escribirá las reglas del comercio mundial, lo que se traduce en mayor crecimiento de su economía y mayor influencia internacional.