THE ASIAN DOOR: Jaque doble de la nueva Ruta de la Seda a Europa. Águeda Parra.

Decir que China abandera la mayor iniciativa de infraestructuras mundial con la construcción de corredores terrestres y el establecimiento de nuevas rutas marítimas, significa que la nueva Ruta de la Seda supone para China volver a ser el centro de una amplia red de conexiones global, revolucionando el esquema del comercio y la geopolítica mundial.

Desde que Xi Jinping anunciara en 2013 el lanzamiento de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, o Belt and Road Initiative, como se conoce en inglés, la nueva diplomacia china de la nueva Ruta de la Seda ha ido generando una serie de movimientos geopolíticos en gran medida circunscritos a la zona del Indo-Pacífico. Visto con la suficiente distancia con la que se observan los acontecimientos cuando no forman parte de nuestro ámbito más cercano, la extensión de la nueva Ruta de la Seda no ha recibido la atención suficiente hasta que ha alcanzado el corazón de Europa. Con el desembarco primero en el puerto griego de El Pireo, y con inversiones en curso en varios países de Europa Oriental y en los puertos europeos del norte después, no ha sido hasta la adhesión a la nueva Ruta de la Seda de Portugal y, posteriormente, de Italia, que la Comisión Europea ha considerado a China de socio estratégico y de rival sistémico.

El cambio en la balanza de apoyos que está recibiendo China con la extensión de la iniciativa configura el juego geopolítico de la nueva Ruta de la Seda en Asia, y más concretamente en el Indo-Pacífico. El despliegue de puertos en enclaves estratégicos por el océano Índico, por donde circula el 75% del suministro de energía de China, incluido el 75% de su petróleo, configura la cadena del conocido como “Collar de Perlas” que está haciendo confluir la geopolítica y la geoeconomía de la región a favor de China. La necesidad del gigante asiático de buscar una alternativa al estratégico Estrecho de Malaca, por donde además circulan dos tercios del suministro energético de Corea del Sur y hasta el 60% del abastecimiento energético de Japón, ha configurado el despliegue de toda una red de nuevos puertos en el Índico como parte de la Ruta Marítima. Enclaves que son parte de la diplomacia que utiliza la iniciativa y con la que China ofrece el desarrollo de importantes proyectos de infraestructuras, consiguiendo a cambio adherir hacia su liderazgo regional a los países donde se realizan estas ingentes inversiones.

Con la extensión de la nueva Ruta de la Seda, el creciente protagonismo de China en la región mantiene tensionadas las relaciones con India, que se encuentra cercada por el despliegue de los puertos en Myanmar, Sri Lanka y Pakistán. Tampoco es del agrado de Japón, la potencia asiática más importante de la zona que ve con recelo cómo crece la influencia de China a nivel militar y comercial en la región en su ambición por convertirse en una potencia de orden global. El cambio de estrategia de Washington hacia la región desde el Pivot to Asia, que caracterizó la política exterior de la Administración Obama, al actual enfoque proteccionista del gobierno de Trump, donde prevalece el “America First”, ha hecho que muchos países de la región consideren un mayor acercamiento hacia China que les garantice su seguridad ante la ausencia del apoyo que venía prestando Estados Unidos en la zona.

Los puertos de Kyaukpyu, en Myanmar, Hambantota, en Sri Lanka, Gwadar, en Pakistán y la primera base militar fuera de territorio chino construida en Yibuti, son los cuatro grandes puertos del “Collar de Perlas” que están cambiando la balanza de apoyos de China en el Indo-Pacífico. Con el despliegue de las instalaciones, China no solamente persigue encontrar nuevos mercados para sus productos, sino que existe una componente de carácter geoestratégica por la que el gigante asiático está consiguiendo el favor de estos países hacia el reconocimiento de China como potencia regional más allá de sus fronteras.

En su extensión hacia el Este, hace tiempo que la nueva Ruta de la Seda llegó al corazón de Europa. La primera de las aproximaciones al mercado europeo también se produjo con una inversión en puertos. Como en el caso de los puertos del Indo-Pacífico, esta estrategia responde a la necesidad de China de abrir nuevos mercados a los productos chinos, reducir los tiempos de transporte de mercancías y, lo que es más importante, disponer de un punto de atraque para la flota china en caso de necesidad. En aquella primera ocasión fue el puerto de El Pireo, en Grecia, el que comenzó a recibir el importante nivel de inversión en infraestructura que siempre está asociado a todos los proyectos que se encuentran dentro de la iniciativa. El segundo país en adherirse a la nueva Ruta de la Seda fue Portugal, en noviembre del año pasado en un acuerdo que también contempla la explotación de recursos marítimos, mientras que la más reciente adhesión de Italia hace unos días ha sorprendido por tratarse del primer país europeo perteneciente al G7 que se une a la iniciativa.

En esta ocasión, vuelven a ser los puertos el principal foco de atención de la inversión china. En el acuerdo firmado entre Italia y China, son las instalaciones marítimas en Trieste, Génova y Palermo las que más interés han despertado, por la conexión que ofrecen hacia el interior de Europa, además de por su cercanía a las infraestructuras de capital chino en el puerto griego de El Pireo. A las reticencias por considerar las inversiones de la nueva Ruta de la Seda un posible Caballo de Troya se suman en esta ocasión los posibles casos de “trampas de deudas” que pueden generar entre los países europeos la financiación que ofrece el gigante asiático, una situación que en el caso de Sri Lanka ha conllevado la cesión de la gestión del puerto de Hambantota a manos chinas. Sin embargo, ninguna de estas dos advertencias parece haber empañado la decisión de Portugal e Italia de adherirse a la iniciativa, mientras se pone de manifiesto que los países europeos deben encontrar la fórmula que les permita presentarse ante China como una sola voz para evitar así que se produzca un jaque doble a Europa. (Foto: Dave Wild)

Las Relaciones Comerciales entre China y Guinea Ecuatorial. Ángel Enríquez de Salamanca Ortiz

Introducción:

El rápido crecimiento de China desde su apertura económica en 1978 y, sobre todo, desde su incorporación a la Organización Mundial de Comercio (OMC) el 11 de diciembre 2001, han obligado al país asiático a buscar recursos energéticos más allá de sus fronteras, con el fin de poder mantener este crecimiento económico y poder abastecer a una población de más de 1.350 millones de habitantes. Esta búsqueda de recursos ha llevado al país asiático, entre otros muchos países, hasta Guinea Ecuatorial, un pequeño país centro africano, donde se descubrió petróleo en 1996.

El Impacto económico de China en Guinea Ecuatorial.

La República de Guinea Ecuatorial, es un pequeño país de algo más de 28.000km2 y situado en el golfo de Guinea que cuenta con una población de más de 1,2 millones de habitantes.

Su economía se basa en los hidrocarburos que representan en torno al 70 por ciento del PIB del país y entre el 85-90 por ciento de las exportaciones por lo que la caída de los precios en el año 2015 supuso una reducción en la inversión y gasto público y una reducción del superávit en la balanza comercial. Si tenemos en cuenta su pequeño territorio (algo más de 28.000km2 o el 0,09% del territorio de África), podemos decir que es un país con gran cantidad de recursos petroleros ya que cuenta con unas reservas de 1.100 millones de barriles, lo que representa un 0,9 por ciento de las reservas totales de petróleo de África, lo que hizo que en el año 2017 fuera el séptimo productor de petróleo del continente.

Para este mismo año 2017, el total de exportaciones fue de 7.059 millones de dólares, de los cuales más de 6 mil millones de dólares fueron exportaciones de petróleo. El principal destino fue China (17,2%), Corea del Sur (15,6%) y España (9,4%). Durante los últimos años estas exportaciones han sufrido altibajos debido a las fluctuaciones del precio del petróleo, que ha estado por encima de los 100 USD el barril desde principios del año 2011 a caer a algo más de 30 USD en enero 2016, una caída del 70% en solo 5

años. Esta caída del precio del petróleo se ha visto reflejada en la economía del país africano que ha pasado de un PIB en 2013 de 21.943 millones de dólares a los 12.487 millones de dólares en 2017, lo que refleja su clara dependencia de las exportaciones de petróleo.

Por el lado de las importaciones, en el año 2017 alcanzaron un valor de 4.730 millones de dólares de productos manufacturados procedentes principalmente de Holanda (17%), España (16,5%) y China (15%).

La disminución de los ingresos del petróleo (caída de los precios), los gastos en infraestructuras o la falta de diversificación económica (centrada en el petróleo) han hecho que en los últimos años la economía del país se resienta, dejándose, aproximadamente, un 50% de su PIB desde 2012.

Como vemos en la figura 1, el riesgo del país está calificado como D (Riesgo Alto) por Euler Hermes.

Fig. 1. Calificación de riego de Guinea Ecuatorial
[Fuente: Euler Hermes: https://www.eulerhermes.com/en_global/economic-research/country-reports/Equatorial-Guinea.html]

En la tabla 1 se muestran los datos macroeconómicos de Guinea Ecuatorial y sus relaciones con China:

Tabla 1. Datos macroeconómicos de Guinea Ecuatorial y sus relaciones con China
[Fuente: Elaboración propia a partir de los datos obtenidos1]
1 Las fuentes utilizadas han sido: Banco Mundial, Instituto Estadística de China y Statista.com

Como se observa en la tabla 1, el volumen de comercio ha ido creciendo año tras año hasta alcanzar más de 3.569,71 millones de dólares en 2014 para caer hasta los 780,14 millones de dólares en el año 2016, arrastrado por la caída de las exportaciones que en un año descendió desde los 3.217,19 millones de dólares hasta los 631,85 millones de dólares; el volumen de comercio se redujo un 80,35 por ciento.

En la figura 2 se observa el peso que han tenido las exportaciones hacia China sobre el PIB de Guinea Ecuatorial:

Fig.2 Volumen comercio y Exportaciones guineanas entre China y Guinea Ecuatorial (2005-2017). [Fuente: elaboración propia a partir de la tabla 1.]

Fig.2 Volumen comercio y Exportaciones guineanas entre China y Guinea Ecuatorial (2005-2017). [Fuente: elaboración propia a partir de la tabla 1.]

Como vemos, a partir del año 2008 el volumen de comercio descendió debido a la caída de los precios del petróleo que se produjeron en este año, para a partir del año 2010 alzarse hasta los más de 3.500 millones de dólares y por último caer hasta poco más de 1.500 millones de dólares. Hay que añadir que del volumen de comercio, casi la totali-dad, es debido a las importaciones de China, que en su mayoría consisten en petróleo.

El valor de estas importaciones chinas está muy ligado a los precios del petróleo que como ya hemos comentado han sufrido muchos altibajos en los últimos años

Por último, añadir que durante los primeros años casi el total del volumen de comercio fueron exportaciones con destino a China, es decir, apenas hubo exportaciones por parte de China hacia Guinea Ecuatorial.

El crecimiento del país africano está muy ligado al crecimiento de China que, si mantiene tasas positivas de crecimiento del PIB, seguirá importando petróleo de Guinea Ecuatorial, un recurso natural básico para la economía del país africano y que, como hemos visto, puede llegar a suponer el 25% de las exportaciones de Guinea (Año 2006), lo que significa que si China sigue creciendo seguirá importando petróleo de Guinea, lo que provoca un tirón en la economía del país.

Conclusión:

Desde 1993 las ayudas del Banco Mundial y del FMI a Guinea Ecuatorial han sido cortadas debido a la corrupción interna del país, por el mal uso de los ingresos petrolíferos y la falta de transparencia antes estos organismos. Estados Unidos también ha cortado esta ayuda a este país con el fin de proteger a las víctimas de la trata. Pero no solo esto, en Guinea se encuentra una de las cárceles más peligrosas del mundo, Black Beach, donde las violaciones y torturas están a la orden día. La violación de los derechos humanos, torturas, delincuencia en lugares públicos o los asaltos están presentes en la vida de Guinea Ecuatorial. Mientras tanto, su presidente, Teodoro Obiang, que lleva en el poder desde 1979, nada hace para que esta riqueza proveniente del petróleo llegue a los ciudadanos, que la gran mayoría vive con menos de 1 dólar al día, y casi la mitad de los niños no están matriculados en la escuela.

En otro lado esta China, que obviamente no va a apoyar una democracia en Guinea (China tampoco es una democracia y países como Francia, EEUU o España lo consideran una dictadura), pero sí debería, como potencia mundial, fomentar el desarrollo del país con sanciones económicas para que sus dirigentes canalicen esa riqueza y llegue a toda la población civil y no solo a unos pocos. Fomentar el desarrollo del país y la diversificación, para no depender tanto del petróleo, son tareas que China debe tener con Guinea. Guinea es un país muy rico y con más de 1 millón de personas y, si ambos países crecen juntos, podrán sacar mucho más provecho de sus relaciones económicas. Si las relaciones económicas entre ambos países siguen mejorando, Guinea Ecuatorial tiene una posición estratégica notable para ser una puerta de entrada hacia los países de la CEMAC, hacia otros mercados como Nigeria o Angola y hacia todo el continente, una posición estratégica que China debe saber aprovechar.

 

Ángel Enríquez de Salamanca Ortiz es Doctor en Economía por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Relaciones Internacionales en la Universidad San Pablo CEU de Madrid.

THE ASIAN DOOR: Estos sectores sí interesan a la inversión china en España. Águeda Parra

Cuando en el año 2000 España se situaba en el puesto 11 en la clasificación de principales economías mundiales en función del Producto Interior Bruto (PIB), China todavía no era un rival directo de Estados Unidos y ocupaba el sexto puesto. Casi dos décadas que le han servido al gigante asiático para ascender posiciones entre las principales economías y situarse, por primera vez, como segundo mayor inversor mundial en 2016, según datos de la UNCTAD. Un año en el que los flujos de inversión exterior de China superaron incluso a los de Estados Unidos, medido en porcentaje respecto al PIB, alcanzando China el 1,75% frente al 1,50% de la inversión norteamericana.

Un ascenso de China que también se ha producido como nuevo protagonista del orden mundial y que, sin embargo, no ha ido acompañado de un fortalecimiento en la misma medida de las relaciones de inversión entre España y China. En la última década, el atractivo de nuestro país para el gigante asiático se ha caracterizado más por determinadas apuestas, eso sí, muy significativas en su cuantía, que han hecho crecer ostensiblemente los flujos de capital chino en un determinado momento y que han marcado una tendencia de inversión en nuestro país a modo de diente de sierra. Unas operaciones que, sin despertar el atractivo que ofrecen otros destinos en Europa, han servido para posicionar a España en el puesto 10 de países europeos con mayor recepción de inversión china entre 2000-2017, según Rhodium Group.

La inversión china en España no puede considerarse significativa, aunque ha tenido un progreso ciertamente importante desde los 10 millones de euros que alcanzaba en 2012 a los 1.600 millones de euros de 2016. Un año especialmente importante en las operaciones de capital chino que consiguieron casi cuadruplicar la cifra del ejercicio 2015 hasta los 1.708 millones de euros, situándose España ese año como séptimo país europeo receptor de la inversión china, según Rhodium Group. Entre las adquisiciones más destacadas en esa fecha figuran la compra de Urbaser por la empresa china Jiangsu Tianying por unos 1.400 millones de euros; la compra de Conservas Albo por Shanghai Kaichuang por 61 millones de dólares; y la del RCD Espanyol por Rastar Group por unos 200 millones de euros. La expansión de la nueva Ruta de la Seda también ha tenido cabida en las adquisiciones chinas en España, destacando la compra del 51% de Noatum Ports, que incluye la terminal de contenedores de Valencia y Bilbao y las terminales ferroviarias de Madrid y Zaragoza por 203 millones de euros.

En este ámbito, la oportunidad perdida de España de suscribirse a la nueva Ruta de la Seda durante la reciente visita de Estado del presidente Xi Jinping ha cerrado las puertas a un mayor abanico de inversión, más continuada y homogénea en el tiempo, que pusiera de manifiesto las buenas relaciones existentes entre España y China, no solamente en lo diplomático sino también en cuestión de inversión. De la expectativa de triplicar el capital chino en nuestro país, se pasaba a la firma de una veintena de acuerdos económicos y culturales que no reflejan el atractivo de posibles operaciones de inversión en los ámbitos de mayor interés de la nueva Ruta de la Seda como son las infraestructuras, el turismo y las telecomunicaciones, principalmente.

No obstante, 2018 se puede considerar un buen año para la inversión china en España a pesar de que la irrupción de la guerra comercial ha provocado una caída de los flujos de capital chino hasta los 30.000 millones de dólares desde los 111.000 millones de dólares de 2017, afectando principalmente a Estados Unidos, con una desinversión del 83%, pero que también ha afectado a Europa, que ha registrado un descenso del 72% respecto a 2017. Sin embargo, España conseguía disparar la inversión china un 162% en 2018 hasta alcanzar los 1.020 millones de euros, según Rhodium Group pero, de nuevo, gracias a una única operación importante. En este caso, el protagonista era la adquisición de Imagina Media por parte de Orient Hontai Capital por 885 millones de euros, la quinta operación china de mayor tamaño en Europa que le permitía a España volver a recuperar la sexta posición entre los países europeos con mayor atractivo por detrás de Reino Unido, Suecia, Alemania y Luxemburgo.

En general preocupa la reticencia generalizada a la inversión extranjera china, de la que España no es ninguna excepción. Es uno de los motivos para que no terminen de materializarse ciertas operaciones en los principales sectores de interés para la inversión china en España, como el turístico-hotelero, el inmobiliario, alimentación y bebidas, el industrial y el de la salud, entornos donde muchas de nuestras empresas son además referentes internacionales. A ello hay que sumarle que la creciente clase media china, con una mayor renta per cápita, está demandando consumir determinados productos y servicios por los que está dispuesto a pagar un precio adicional, un aspecto que no debería pasar desapercibido para el tejido empresarial español. De hecho, el conocimiento de las renovables españolas es mucho mayor para el capital chino que otras áreas de actividad nacionales, favoreciendo que las empresas nacionales lleven años invirtiendo en China. Pero también a la inversa, despertando el interés del capital chino por el sector de las renovables español, favoreciendo la participación del macroconsorcio estatal chino AVIC en Alizarsunde para promover proyectos de generación solar.

Pequeños ejemplos de inyección de capital chino en el tejido empresarial español que no deberían considerarse adquisiciones y proyectos de colaboración aislados, sino que deberían coger la inercia necesaria para mantener de forma continuada la inversión china en España. Una apuesta que también funcionaría a la inversa, facilitando la apertura a nuevas oportunidades de inversión para las empresas españolas en el complicado mercado chino, una vez que ya conocen, y reconocen, la marca España de nuestros sectores más vanguardistas. (Foto: Shannon Kokosca, flickr)

THE ASIAN DOOR: Se esfuma la inversión china en Estados Unidos. Águeda Parra.

Han sido más de 40 años de matrimonio bien avenido de una relación que, con los altibajos propios entre dos grandes potencias, aspiraba a alcanzar las bodas de oro manteniendo viva la chispa que ha caracterizado la relación entre Estados Unidos y China en este tiempo. Se cumplen cuatro décadas del establecimiento de relaciones bilaterales entre Washington y Beijing, y la conmemoración del aniversario llega en pleno apogeo de las luchas de poder que enfrentan a Trump y Xi por el liderazgo tecnológico, por una relación comercial más equilibrada y, en definitiva, por una carrera por la gobernanza mundial.

Con la histórica visita del presidente estadounidense Richard Nixon a China en 1972 comenzaba lo que hasta hace apenas un año era una relación bilateral muy positiva en el ámbito tanto del comercio como de la inversión. Ese encuentro marcaría el punto de partida de etapas venideras que se antojaban prometedoras, ya que se partía de un comercio anual bilateral que no alcanzaba los 100 millones de dólares, mientras que las operaciones de inversión eran casi inexistentes. Se abría por delante todo un mundo de oportunidades para que ambas potencias pudieran desarrollar conjuntamente sus capacidades económicas.

Una etapa de conocimiento mutuo, que terminaría por consolidarse en 1978, cuando Deng Xiaoping ponía en marcha un período de reformas económicas y de apertura al exterior orientado a potenciar el desarrollo de China. Una nueva etapa para China que suponía estrechar lazos con las grandes potencias, consiguiendo, tras intensas negociaciones, que el presidente Carter anunciara en diciembre de 1978 que, con efecto del 1 de enero de 1979, Washington iniciaba relaciones diplomáticas con Beijing. Este giro histórico en la política internacional estadounidense suponía el reconocimiento del gobierno de la República Popular de China como el único legítimo y, por ende, romper relaciones con Taiwán, cuestión que no afectaría, sin embargo, al ámbito comercial y cultural.

Desde entonces, han sido cuatro décadas en las que las relaciones bilaterales de comercio e inversión entre Estados Unidos y China han pasado literalmente de cero a consolidarse como una de las más relevantes en los flujos globales. Fundamentalmente desde la entrada de China en la Organización Mundial de Comercio en diciembre de 2001, que supuso incrementos exponenciales no sólo en los volúmenes de exportación e importación entre ambos países, sino que sirvió de trampolín para que China se haya convertido en el primer exportador mundial y el segundo importador mundial, sólo por detrás de Estados Unidos.

Pero toda relación tiene sus baches, y la celebración del aniversario se ha visto eclipsada por la reanudación de las conversaciones entre los representantes de ambos países durante los días 7 y 8 de enero en Beijing. El objetivo es avanzar en los acuerdos comerciales que den por finalizada, previsiblemente con resultado positivo para ambas partes, la tregua de 90 días alcanzada por Trump y Xi en la guerra comercial que mantienen ambas potencias. Una negociación que se antoja compleja, cuando China es el mayor socio comercial de Estados Unidos, y los mercados americanos son el principal destino de las exportaciones chinas, con un déficit comercial a favor de Beijing que alcanzó los 375.000 millones de dólares en 2017, y que en octubre de 2018 superaba los 344.000 millones de dólares después de meses de guerra comercial.

Toda una cortina de humo que está enmascarando la pérdida del atractivo que despiertan para China las operaciones de inversión en Estados Unidos ante la situación de inestabilidad en su relación bilateral. Después de 10 años en los que se ha disparado la inversión desde los 772 millones de dólares de 2007 a la cifra récord de 46.490 millones de dólares en 2016, China ha encontrado en otras regiones un mejor refugio para sus operaciones en el extranjero. Un giro que responde a la decisión de Beijing de establecer una lista de sectores recomendados, restringidos y prohibidos en los que invertir y que ha impactado fuertemente durante 2017 en el sector del mercado inmobiliario y la hostelería de Estados Unidos, situados en el bloque de operaciones restringidas por Beijing. Un nuevo escenario al que hay que sumar las revisiones regulatorias incorporadas por la administración Trump sobre las adquisiciones extranjeras, que ha favorecido un desplome drástico de la inversión china en Estados Unidos.

Un cambio de tendencia que terminó de consolidarse en el primer trimestre de 2018 con una caída del 92% respecto al mismo período de 2017, mostrando que la inversión de China en Estados Unidos es prácticamente nula. Una situación que afectará más severamente al crecimiento americano que, por efecto de la guerra comercial, ha visto reducida su previsión de crecimiento hasta el 2,5%, desde el 2,9% inicial, una tendencia de la que tampoco se libra la economía china, cuya estimación se sitúa ahora en un crecimiento del 6,2% frente a la estimación anterior del 6,4% pronosticada por el Fondo Monetario Internacional.

China, punta de lanza en innovación

El Índice de Innovación de China (CII), barómetro de la capacidad innovadora en el país asiático, aumentó un 6,8 % y alcanzó su mayor nivel desde 2005, informa hoy el oficial Diario del Pueblo. Según datos de la Oficina Nacional de Estadística (ONE), 19 de los 21 indicadores del Índice han crecido, con cinco de ellos avanzando a doble dígito.

Estos cinco sectores son la proporción de compañías que se benefician de rebajas fiscales para investigación y desarrollo, el gasto per cápita en investigación básica, la proporción de empresas con instituciones de investigación y desarrollo, la ratio de marcas patentadas por cada cien empresas y las transacciones en el mercado tecnológico por 10.000 personas dedicadas a ciencia y tecnología. Asimismo, el número de patentes domésticas en 2017 fue de 1,72 millones, un 5,6 % más que en el año anterior; de todas ellas, 327.000 correspondieron a inventos, un 8,2 % mayor que en 2016.
Este aspecto del desarrollo de I+D en China fue uno de los asuntos tratados en el ecuentro organizado por 4Asia sobre los últimos cuarenta años de China donde se subrayó que todo parece indicar que el Silicon Valley está siendo desplazado por las zonas chinas dedicadas a la investigación.
China, tras tres revoluciones, algunos fracasos, algunos éxitos y un momento actual caracterizado por el ascenso del gigante asiático a la categoría irreversible de potencia mundial, está ahora en situación de disputar a Estados Unidos convertirse en la potencia más relevante y no sólo en el terreno económico.
La historia de China más reciente está caracterizada  por el pragmatismo. Tras periodos de dogmatismo, despotismo cruel y arbitrariedad, vive una etapa de pragmatismo, despotismo graduado y arbitrariedad no medida por los principios sino por la búsqueda de resultados.
Lo peor es que, en estos tiempos de incertidumbre, hay países que piensan que más allá de su historia, sus costumbres y su lugar en el mundo pueden poner en marcha un sistema autoritario a la china con pragmatismo a la china para lograr objetivos de desarrollo. La libertad, la vieja, clásica y manipulada libertad es, en estos casos lo de menos y eso dibuja un panorama inquietante. Y esto no ocurre sólo en la periferia de Occidente sino también en la misma Europa.
Esto hace más profunda la nostalgia de una Europa más activa, más liberal, que explique la democracia no sólo como una aspiración sino como una necesidad  y que se dote de instrumentos adecuados para ello. y que mire más a los riesgos que supone esa búsqueda de pragmatismo sin principios que a los vaivenes de, por ejemplo, Estados Unidos en los que el populismo tiene más mecanismos de control y rechazo interno que lo que quieren hacer creer algunos intelectuales europeos. (Foto: Duncan C, flickr.com)

INTERREGNUM: Infraestructuras alternativas. Fernando Delage

Hace un par de semanas, un anónimo alto funcionario norteamericano declaró a la Australian Financial Review que Estados Unidos, junto a Japón, India y Australia, estaba dando forma a un plan conjunto de inversiones en infraestructuras como alternativa a la Ruta de la Seda china. No se mencionaba ningún plazo: sólo que estaba en estudio, pero no suficientemente elaborado como para que el primer ministro australiano, Malcolm Turnbull, pudiera tratarlo con el presidente Trump en su reciente visita a Washington.

La cooperación entre los cuatro países mencionados ha adquirido un nuevo impulso, como se sabe. En noviembre, sus ministros de Asuntos Exteriores se reunieron en Manila para resucitar el “Quad”, el Diálogo de Seguridad Cuatrilateral propuesto originalmente por el primer ministro japonés, Shinzo Abe, en 2007. Era cuestión de tiempo que, frente a una China más ambiciosa y con mayores capacidades, las grandes democracias de la región combinaran sus esfuerzos a favor del mantenimiento del statu quo. La reciente Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, hecha pública en diciembre, y la posterior Estrategia de Defensa del Pentágono, denominan de manera explícita a la República Popular como una “potencia revisionista” que recurre a la Ruta de la Seda como instrumento preferente para conseguir sus objetivos de reconfiguración del orden regional. También describen oficialmente la región como “Indo-Pacífico”, haciendo así hincapié en la interconexión entre ambos océanos y en el creciente papel de India.

No había constancia, sin embargo, de que el diálogo entre los cuatro gobiernos en materia de seguridad estuviera acompañado por una discusión similar en el terreno de las infraestructuras. En mayo de 2015, Japón ya anunció la puesta en marcha de una “Partnership for Quality Infrastructure”; un programa dotado con 110.000 millones de dólares para apoyar la financiación de proyectos en función de su rentabilidad a largo plazo, creación de empleo y sostenibilidad medioambiental. Dos años más tarde, en una iniciativa conjunta con India, Tokio presentó el “Corredor de Crecimiento Asia-África”, dotado con otros 200.000 millones de dólares. Pero que Australia y, sobre todo, Estados Unidos, reconozcan la prioridad de jugar las mismas cartas que Pekín con respecto a las redes de infraestructuras de Eurasia es toda una novedad.

Como cabía esperar, Pekín ha denunciado la iniciativa, al interpretarla—acertadamente—como dirigida a contrarrestar su creciente influencia en la región. Analistas y expertos chinos son escépticos, sin embargo, sobre la viabilidad de estos planes. La dinámica política interna en Japón, India y Australia limita las posibilidades de una estrategia de confrontación con China, mientras que se duda de que Estados Unidos esté dispuesto a dedicar al proyecto los recursos financieros que requiere. En cualquier caso, aunque aún faltan muchos detalles por conocer, una respuesta multilateral a la Ruta de la Seda china comienza a tomar forma. La ironía es que la integración económica del espacio euroasiático puede ser un interés perfectamente compartido por todas las partes.

China podría conseguirlo con el beneplácito de Trump. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- El Pacífico es el océano más extenso del planeta, una región que incluye unas 25.000 islas y costas de unos 52 Estados cuyos usos, tradiciones y recursos naturales han moldeado el sistema económico regional. Y a pesar de las profundas diferencias y desigualdades entre países tan opuestos como Australia y Camboya, la necesidad de impulsar sus economías ha permitido el establecimiento de un variado grupo de asociaciones que promueven los intercambios comerciales y facilitan la inclusión de economías menos competitivas en el juego.

Fue esta idea la que impulsó la creación del hoy agónico TPP, al que China no pierde de vista mientras sugiere opciones alternativas como la Asociación Económica Integral Regional (RCEP por sus siglas en inglés) y la Asociación de Libre Comercio para el Asia- Pacífico (FTAAP).

La exclusión de China del TPP tuvo una razón lógica: dejar al gigante asiático fuera para evitar que se hicieran con el dominio regional. Y mientras se llevaban a cabo las conversaciones para materializar el TPP, Beijín creaba alternativas de las que ellos pudieran formar parte y sobre todo liderar. El TPP fue pensado para ayudar a las economías, razón por la cual facilitaba el crecimiento de sus miembros, a pesar de su tamaño; y se regían por los derechos de los trabajadores reconocidos por la Organización Internacional del Trabajador, lo que fundamentalmente se traduce en protección a los trabajadores y persecución a la corrupción. Este marco legal incomoda al gobierno chino, pues su modo de operar dista mucho de estas formalidades y funciona en un marco de amplios beneficios propios con limitadas restricciones.

Los acuerdos comerciales modernos en la región asiática comenzaron en la década de los 60. La Asociación de Naciones del Sudoeste Asiático (ASEAN por sus siglas en ingles), que cuenta con diez miembros, fue de las primeros en establecerse. El Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) es actualmente la organización que cuenta con más de 20 países junto con la Asociación de Libre Comercio para el Asia- Pacífico (FTAAP), que fue concebida bajo la cumbre de la APEC en Lima el año pasado, y tiene una ambiciosa meta que consiste en conectar las economías del Pacífico desde China a Chile, incluyendo a los Estados Unidos.

De acuerdo con China Daily la razón por la que se consiguió firmar el FTAAP fue debido a las previsiones de crecimiento publicadas por la Organización Mundial del Comercio para el 2016, que no se cumplieron, pues fue un año difícil para la economía y sobre todo para los intercambios, lo que hizo que se redujeran las previsiones hechas para el 2017. De entrar en vigencia, aunque fuese solo con las 21 economías que firmaron, se convertiría en la zona de intercambios más grande del planeta, con el 57% de la economía mundial, lo que representaría casi la mitad de los intercambios internacionales.

La Asociación Económica Integral Regional (RCEP), por su parte, es un acuerdo de libre comercio que incluye a China, India, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda junto con los países de la ASEAN (Filipinas, Indonesia, Tailandia, Brunei, Malasia, Singapur, Vietnam, Laos, Myanmar y Camboya). De entrar en vigor este bloque económico representaría alrededor del 30% de la economía y un cuarto de las exportaciones del mundo. A pesar de que el origen de RCEP es del 2012, no se ha logrado concretar aún. China respalda esta iniciativa y ha abogado por su aprobación, sin embargo, Deborah Elms, Directora Ejecutiva del Centro de Intercambios de Asia sostiene que la razón por la que todos los países del ASEAN están dentro es porque fueron arrastrados a participar por el hecho de que se les abría un nuevo mercado de oportunidades con los 6 grandes (China, India, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda) con los que no tienen acuerdos comerciales.

En este momento todas las opciones están en la mesa. Sin TPP y con un Trump sin interés en asumir el rol de líder en Asia, mientras Xi Jinping sigue acumulando riqueza y mayor liderazgo internacional, da la impresión de que la desesperación del abandono puede cobrar su precio. Beijín apuesta por dos vías estratégicas: La Asociación Económica Integral Regional (RCEP) y la Asociación de Libre Comercio para el Asia – Pacífico (FTAAP), la segunda más ambiciosa que liberaría más de la mitad de los intercambios comerciales llevados a cabo a día de hoy. En ambos casos, China estaría a la cabeza y contrariamente a lo que afirmó Obama siendo presidente, China escribirá las reglas del comercio mundial, lo que se traduce en mayor crecimiento de su economía y mayor influencia internacional.

El misterio del crecimiento. Miguel Ors.

En agosto de 2000 los Gobiernos de las dos Coreas organizaron un encuentro de familiares separados por la guerra civil. Un avión cargado con 100 ciudadanos del norte se cruzó en el aire con otro cargado con 100 ciudadanos del sur. Kim Jong Il, el Querido Líder, había sido muy preciso sobre las condiciones de la reunión. Para minimizar el riesgo de deserciones, ningún surcoreano volaría de vuelta a casa hasta que no hubieran aterrizado en Pionyang todos los norcoreanos. Los dos grupos viajaron acompañados por funcionarios, pero mientras Seúl instruyó a los suyos para que se mantuvieran en un discreto segundo plano, los comunistas no debían perder de vista a sus compatriotas. “Cada vez que se acercan los hombres del otro lado [de la habitación], los que llevan las insignias raras”, contaba la surcoreana Kim Suk Bae al New York Times, “[mi hermana] empieza a elogiar al Querido Líder y nos insta a hacer lo mismo”.

La hermana de Kim Suk Bae había dejado su casa en 1950, cuando no era más que una niña, para participar en una representación escolar ante el Ejército Rojo. Debió de hacerlo muy bien, porque la “reclutaron” para mantener alta la moral de la tropa y jamás regresó. Cada año, cuando llegaba el aniversario de su madre, engalanaba la mesa y celebraba una fiesta ella sola. “He vivido hasta hoy con el remordimiento de haber sido una mala hija”, confesó a su madre.

“Pero… ¡si te ha ido fenomenal!”, exclamó esta piadosamente con la mirada empañada.

A pesar de que todos los norcoreanos habían sido cuidadosamente elegidos de entre la élite, no podían ocultar las huellas de décadas de privación. “Era más pobre de lo que imaginaba”, comentaría un médico de Seúl tras despedirse de su hermano. “Decía que vivía bien, pero tenía un aspecto horrible y estaba muy delgado”.

“El nivel de vida de los surcoreanos es similar al de España”, escriben Daron Acemoglu y James Robinson en Por qué fracasan los países (Deusto, 2012). “El del norte […] es parecido al de un país subsahariano”. Por encima del paralelo 38, “la esperanza de vida es 10 años inferior”. El testimonio más elocuente del abismo que separa a las dos Coreas es la imagen de satélite que refleja la iluminación nocturna a ambos lados de la frontera. Mientras el norte “está prácticamente a oscuras debido a la falta de electricidad”, el sur “luce resplandeciente”.

Estas diferencias tan pronunciadas son muy recientes. Hasta 1945 eran el mismo país. ¿Cómo han podido divergir tanto?

Los expertos han barajado todo tipo de teorías para desentrañar la desigualdad entre las naciones. Max Weber atribuyó el arraigo del capitalismo en la Europa central y septentrional a la ética protestante del trabajo. Otros han culpado a la malaria de la postración de los trópicos. Finalmente, hay quien cree que la falta de formación de las clases dirigentes es lo que ha condenado a África al subdesarrollo. Pero “ni la cultura ni la geografía ni la ignorancia pueden explicar los caminos separados que tomaron Corea del Norte y del Sur”, sostienen Acemoglu y Robinson.

Para ellos, el “misterio del crecimiento” quedó resuelto hace tiempo: únicamente hay que dotar a la sociedad de estructuras que brinden a las personas la posibilidad de hacer cosas. La crónica de la humanidad está llena de ejemplos que lo prueban. En eso consiste Por qué fracasan los países. Tras años de investigación, Acemoglu y Robinson habían acumulado cientos de casos que no habían podido incluir en sus artículos científicos y decidieron reunirlos en un libro más divulgativo.

El relato arranca con otro experimento natural. Se coge una población que ha vivido siempre junta, se parte en dos, se le entrega una mitad al Gobierno de los Estados Unidos y la otra al de México y se vuelve al cabo de siglo y medio. Parece la ocurrencia de un científico loco, pero es la historia de Nogales. Si te pones de pie al lado de la valla y miras al norte, lo que ves es el estado de Arizona, donde la renta media por hogar es de 30.000 dólares, la mayoría de los adultos tiene estudios secundarios, la esperanza de vida es alta y la delincuencia baja y los dirigentes están sometidos a la disciplina de unas elecciones libres y competitivas.

Al sur de la alambrada la existencia es bastante más difícil. A pesar de que los habitantes de Nogales (Sonora) ocupan una zona relativamente acomodada de México, los ingresos familiares son dos tercios menores que los de sus vecinos norteamericanos. Muchos adolescentes no van a clase, la gente es menos longeva, apenas hay seguridad y la política está minada por la corrupción. “¿Cómo pueden ser tan diferentes las dos mitades de lo que, esencialmente, es una misma ciudad?”, se preguntan Acemoglu y Robinson. La disparidad de fortuna no se debe a la meteorología o la ética, sino a las instituciones, que crean “incentivos muy distintos”. Los jóvenes estadounidenses saben que, si tienen éxito como emprendedores, podrán disfrutar de las ganancias obtenidas. El Estado no es, como en México, el cortijo de una oligarquía, sino que es inclusivo. Garantiza la igualdad de oportunidades mediante la provisión de sanidad y educación, y facilita que cualquier particular se embarque en la actividad económica que desee: crear empresas y registrar patentes, emplearse por cuenta propia o ajena, contratar a terceros y, por supuesto, gastar el dinero como desee, comprando artículos y conservándolos o traspasándolos a su antojo.

Si todo esto es tan obvio, ¿por qué no eligen todos los países estructuras inclusivas? Porque los intereses de las élites y los de la mayoría no siempre coinciden. A Carlos Slim, el magnate mexicano, no le iría muy bien si las telecomunicaciones se prestaran en régimen de competencia, pero ha sabido convencer a las dirigentes para que preserven su posición de dominio.

Además, las instituciones extractivas no siempre gozaron de mala prensa. En su día supusieron un avance. Los súbditos de los faraones egipcios o de los emperadores de Roma preferían su administración autocrática al estado de naturaleza, donde la vida era desagradable, brutal y corta. Incluso en fechas más recientes se han dado episodios de intensa expansión bajo regímenes nada pluralistas, como el soviético, cuyos líderes lograron generar riqueza trasvasando activos de la agricultura a la industria pesada.

Se trata, sin embargo, de un proceso insostenible. Llega un momento en que no hay más campesinos ni parados que trasladar a las fábricas y, para seguir creciendo, no basta con movilizar recursos: hay que usarlos de modo más eficiente. Eso requiere innovar, pero ¿quién va a hacerlo si no tiene la certeza de quedarse con el fruto de su esfuerzo?

Incluso aunque un genio solitario desarrollara altruistamente una tecnología disruptiva, su adopción constituiría una amenaza para los poderes establecidos. Acemoglu y Robinson cuentan que Tiberio ejecutó a un desgraciado que le presentó un vidrio irrompible. Y varios siglos después, William Lee tuvo más suerte: Isabel I no le cortó la cabeza por inventar una máquina de tejer medias, pero tampoco le permitió explotarla. “Apuntáis alto, maestro Lee”, le dijo. “Considerad qué podría hacer este descubrimiento a mis pobres súbditos. Sería su ruina. Los privaría de empleo y los convertiría en mendigos”.

“La innovación hace que las sociedades humanas sean más prósperas”, escriben Acemoglu y Robinson, “pero comportan la sustitución de lo viejo por lo nuevo, y la destrucción de los privilegios”. La industrialización triunfó en Inglaterra porque la monarquía había salido muy debilitada de la Revolución Gloriosa de 1688, pero en España la aristocracia logró retrasarla más de un siglo. “El progreso se produce cuando no consiguen bloquearlo ni los perdedores económicos, que se resisten a renunciar a sus prerrogativas, ni los perdedores políticos, que temen que se erosione su hegemonía”.

Acemoglu y Robinson se muestran moderadamente optimistas sobre el futuro del planeta. Ha habido avances claros en Asia y Latinoamérica, pero las transiciones son complicadas. La teoría de la modernización del sociólogo Seymour Lipset postula que cuanto más opulenta es una sociedad mayor es la posibilidad de que se haga democrática, pero la evidencia histórica no es concluyente. Te puedes quedar atascado en una democracia de baja calidad mucho tiempo. Incluso pueden darse regresiones. Alemania figuraba entre los países más ricos e industrializados a principios del siglo XX y ello no impidió el surgimiento del nazismo.

Douglass North ya señaló una inquietante paradoja: la prosperidad requiere un complejo entramado institucional (leyes, mercados, tribunales imparciales, funcionarios, policías), pero una vez levantado ese Leviatán, ¿qué garantías existen de que sus responsables no lo secuestren y lo usen en su provecho y no en el de la mayoría, como ha hecho la dinastía de los Obiang en Guinea? Ese riesgo siempre está ahí.

Y no hay nada más temible que un Estado moderno. Ni siquiera los monarcas absolutos dispusieron de tantos medios de control y coerción. En China las autoridades han capado internet y en Corea del Norte no te dejan tener teléfono y vigilan hasta lo que te pones. El médico de Seúl que participó en el encuentro de 2000 se fijó en que el abrigo de su hermano estaba raído y le ofreció uno nuevo. “No puedo”, le respondió, “me lo ha prestado el Gobierno para venir aquí”. Quiso entonces darle unos billetes, pero también los rechazó. “Si vuelvo con dinero, me lo pedirán, así que quédatelo”.

Por qué Xi Jinping no se arrima más al toro

En noviembre de 2013, a los pocos meses de asumir la presidencia de China, Xi Jinping reiteró ante el Comité Central del Partido Comunista el papel “decisivo” que el mercado desempeñaba en la asignación de recursos y se comprometió a restringir la intervención del Estado en la economía. El comunicado despejó cualquier duda sobre su filiación: Xi era, sin duda, un reformista. Un apparatchik incluso declaró al Diario del Pueblo que sus planes supondrían un “salto adelante” comparable al de Deng Xiaoping, padre de la liberalización que transformó la República Popular en el gigante actual.

Casi cuatro años después, Xi únicamente ha mostrado resolución para “ocupar y militarizar amplias zonas” del Pacífico, se lamenta Ian Johnson en la New York Review of Books. “Xi será uno de los líderes más fuertes sobre el papel”, añade, pero es “mucho menos impresionante cuando se consideran sus obras”. Y señala cómo las ineficientes empresas públicas sobreviven gracias a la respiración asistida que les suministra la banca oficial. “La argumentación con la que se pretende justificar la desaceleración […] ya no es creíble”, escribe Johnson. El país no atraviesa un bache cíclico, sino que podría estar cayendo en “la temida ratonera de los ingresos medios”, una fase en la que quedan atrapadas las sociedades cuyos gobernantes son incapaces de adoptar las medidas que conducen a la prosperidad genuina.

Es una crítica dura y bien documentada. Respecto de la expansión militar, la necesidad de garantizarse las materias primas y el control de las rutas comerciales ha llevado a Pekín a reivindicar “en menos de dos años […] 17 veces más tierra en el mar de la China Meridional que el resto de reclamantes en los últimos 40 años”, señala Águeda Parra Pérez en un artículo del Instituto Español de Estudios Estratégicos. Sin embargo, esta politóloga también subraya que Xi “se ha mostrado siempre firmemente comprometido con la paz” y que, de hecho, “sus presupuestos de defensa llevan años en descenso”, en gran medida porque no quiere “repetir los errores de la antigua URSS”, cuya escalada militar acabó asfixiando el desarrollo.

La gran prioridad de Pekín sigue siendo el crecimiento. ¿Por qué no acomete entonces las reformas que Johnson le aconseja? Básicamente, porque no es tan sencillo. Como los expertos taurinos que gritan al matador desde la seguridad del tendido: “¡Pero arrímate más, hombre!”, los columnistas financieros dicen con mucha seguridad lo que hay que hacer, pero en realidad tienen menos idea de la que aparentan. Durante una charla pronunciada en 2009, Dani Rodrik observó que los grandes hitos en la lucha contra la pobreza se han producido al margen de la academia. “¿Puede alguien darme el nombre del economista occidental o del trabajo de investigación en que se basaron las reformas chinas?”, preguntó a su auditorio. “¿Y qué me dicen de Corea del Sur, Malasia o Vietnam?” En ninguno de esos casos jugó la teoría un rol decisivo. Hasta Chile, cuyo éxito se atribuye (“erróneamente”, según Rodrik) al asesoramiento de Milton Friedman, despegó después de que se descartaran varias “políticas desastrosas de los Chicago Boys” y se aplicara una “heterodoxa combinación” de liberalismo, control de capitales y programas sociales.

El propio Xi comenzó hace tres años a aplicar las directrices de los organismos internacionales. “Recuerdo que daba clases allí [en China] y, de la noche a la mañana, me desapareció un tercio de los alumnos”, contaba en Actualidad Económica el profesor del IESE Pedro Videla. “Les dije: ¿tan mal lo estoy haciendo?, pero me explicaron que eran funcionarios y que se habían acabado sus privilegios: los Audi, las casas, los másteres. A partir de ahora todos los ciudadanos iban a ser iguales… Esta caída del gasto público se trasladó, sin embargo, a la economía general con más intensidad de lo previsto. La construcción se hundió, lo mismo que el consumo de los hogares. El Gobierno se asustó, recogió velas y ahora el crédito crece a tasas del 80%, los pisos han vuelto a dispararse y la inversión, que se había desplomado al 10% del PIB, ha remontado hasta el 25%”.

Si en la New York Review of Books se han dado cuenta de que la situación de las empresas públicas es delicada, seguro que en Pekín están también al corriente. Otra cosa es que puedan hacer algo al respecto. Han logrado modificar algo la composición de su economía”, dice Videla. “El sector servicios ya aporta el 50% del PIB. Pero el resto del ajuste no sabemos cómo va a ir. Hasta ahora pensábamos que lo controlaban todo e iban a evitar una caída brusca. Pero hace dos veranos fueron incapaces de levantar la bolsa y han surgido las dudas”.