EVENTO: Madrid, ciudad abierta a las inversiones chinas

El Ayuntamiento de Madrid y Cátedra China catedrachina.com celebran un encuentro de reflexión sobre las oportunidades y los obstáculos para la inversión china en Madrid. El acto contó con la participación de representantes de corporaciones chinas implantadas en la ciudad. Los ponentes coincidieron en señalar la necesidad de crear un clima más favorable para atraer capital chino, lo que redundaría en beneficio de la economía madrileña y española.  La cifra de inversión aún es muy baja en comparación con otras capitales europeas, como Londres o París, a pesar de la buena valoración internacional de la capital española.

Bajo el título “Madrid como destino de inversión para empresas chinas” http://www.madrid.es/portales/munimadrid/es/Inicio/El-Ayuntamiento/Medios-de-comunicacion/Agenda-de-hoy/Sanchez-Mato-en-la-jornada-Madrid-destino-de-inversion-para-las-empresas-chinas?vgnextfmt=default&vgnextoid=86dd141934b6a510VgnVCM1000001d4a900aRCRD&vgnextchannel=8071317d3d2a7010VgnVCM100000dc0ca8c0RCRD el pasado 24 de febrero se celebró una jornada presentada por Carlos Sánchez Mato, delegado de Economía y Hacienda del Ayuntamiento de Madrid y por Marcelo Muñoz, presidente de Cátedra China. Este último, con una dilatada experiencia como empresario en el país asiático, afirmó que la tendencia de inversión en España es aún modesta y es necesario “concienciar a la Administración y a los empresarios para potenciar las inversiones chinas”.

Muñoz aportó datos acerca del enorme crecimiento de la inversión china en el mundo, que pasó de ocupar el puesto 33 en 2010 al tercero en 2015. Actualmente es el primer socio comercial de más de 140 países.  El caso español ha sido tardío y con cifras muy bajas en comparación con otros países europeos como Reino Unido, Alemania o Francia, pero la tendencia en España va en aumento, en 2015 la cifra fue el doble que la registrada en 2014.

Enrique Fanjul, director de Relaciones Institucionales de Cátedra China, subrayó algunos factores que hacen de Madrid un destino atractivo, como el aumento de las conexiones aéreas; el efecto psicológico positivo que tienen algunos negocios exitosos como Huawei; la excelente posición geoestratégica de España, miembro la UE y con influencia en Iberoamérica y en el norte de África. Otras ventajas son la alta cualificación profesional, los costes laborales y logísticos competitivos en el conjunto europeo y una red de transporte extensa y moderna.

Fanjul también mencionó los inconvenientes de Madrid para atraer inversión, entre los más destacados estarían el desconocimiento por parte de los empresarios chinos de las posibilidades que ofrece, además de las insuficientes relaciones institucionales entre los dos países. También cree que el asunto de Wanda ha sido muy negativo. No ayudan los recelos que despiertan las inversiones en sectores tecnológicos, la incertidumbre política y las críticas por la falta de reciprocidad. Concluyó apostando por mejorar el marco institucional y las posibilidades que ofrecen las asociaciones de empresarios chinos, que pueden proyectar en su país de origen una imagen positiva de Madrid. Por último, es necesario priorizar los sectores, no sólo el turismo, también pueden resultar interesantes el agroalimentario y el de la salud.

El director general de Economía y Sector Público del Ayuntamiento de Madrid, Bernardino Sanz, anunció que en dos o tres meses Madrid contará con un plan estratégico de inversiones, diversificadas y abiertas a la cooperación con todos los agentes (Embajada, empresas y cámaras de comercio), a su juicio, el mayor valor está en los empresarios chinos implantados en Madrid por lo que es necesario acompañarlos y garantizar su compromiso.

Entre los representantes de empresas chinas, participó en el seminario José Luis Calvo, director de ventas de ZTE, compañía especializada en proporcionar infraestructuras de red para los operadores de telecomunicaciones, está abriendo el negocio a la comercialización de móviles y tabletas. Calvo no descartó que ZTE pudiera implantar un centro de I+D en Madrid, si la rentabilidad a medio plazo resultara interesante.

Otro de los ponentes que intervino en el acto fue el empresario Rubén Wang, establecido en Madrid desde hace 15 años, quien ve necesario tener una actitud más abierta y sin perjuicios en España, ya que los inversores vienen a crear trabajo y no a especular. China está preparada  para invertir en el exterior pero “la actitud debe receptiva, si no el capital se irá a otros países”.

También participó el periodista chino Dawei Ding, vicepresidente ejecutivo de Radio Internacional, quien tiene “plena confianza en que las inversiones chinas llegarán a España porque hay interés mutuo”.  Dawei ponía como ejemplo a seguir la estrategia de intercambios entre empresarios chinos e italianos, que está ofreciendo muy buenos resultados.

El último ponente fue el vicepresidente de Cátedra China, Víctor Cortizo, quien explicó que España ha cambiado su rol de inversor en China a país receptor y por ello es imprescindible aprender a manejar el nuevo modelo, basado en una cultura distinta. Anima a las autoridades a aumentar el número de visitas y a los empresarios a ser más dinámicos, a ofrecer sus propuestas más ajustadas a lo que necesitan los inversores, facilitando su comprensión “traducido al chino, con más detalle en los proyectos y que no vean tantos intermediarios”. Cree que España puede jugar un papel interesante de “puente” en la Nueva Ruta de la Seda y no quedarse en los aspectos culturales, otros países ya tienen oficinas para atraer inversión.

Tener superávit comercial mola, pero mola más tener el dólar

Igual que tantos empresarios metidos a políticos, Donald Trump no puede evitar establecer una analogía entre la balanza comercial de un país y la cuenta de resultados de una compañía, y el déficit le pone lógicamente de los nervios. “Estamos perdiendo una enorme cantidad de dinero, de acuerdo con muchas estadísticas, 800.000 millones de dólares”, declaraba en 2016 al New York Times. “No me parece inteligente”.

Se trata de un temor injustificado. La posición de la balanza comercial no es un indicador fiable de la marcha de una economía. El superávit puede deberse a que sus ciudadanos ahorran y sus artículos son competitivos, lo que a su vez promueve las exportaciones y el bienestar a largo plazo, como pasa con Alemania. Pero puede ser asimismo fruto de una caída de las importaciones causada por el desplome del consumo interno. Los griegos llevan reduciendo su desequilibrio exterior desde 2008 y a nadie se le ocurre decir que van como un tiro. “Si los superávits comerciales fuesen tan buenos”, escribe Don Boudreaux, un catedrático de la Universidad George Mason, “los años 30 habrían sido una era dorada en Estados Unidos”. El único ejercicio de esa década en que su balanza comercial presentó números rojos fue 1936. “En cada uno de los nueve restantes arrojó superávit”.

Por su parte, el déficit puede indicar una expansión insostenible del gasto, como la que los españoles y los irlandeses protagonizaron a raíz de su ingreso en el euro, y eso tarde o temprano se paga. Pero también es una secuela inevitable de las compras de maquinaria necesarias para impulsar el desarrollo. El milagro de los tigres asiáticos fue acompañado de aparatosos déficits por cuenta corriente. El propio Estados Unidos los ha registrado la mayor parte de su existencia, “desde 1790 hasta nuestros días”, subraya Walter E. Williams, otro profesor de la George Mason. “Y durante ese periodo pasamos de ser una nación pobre y relativamente débil a la más próspera y poderosa”.

“Hay que tener cuidado con lo que se desea”, observa Neil Irwin. Una de las razones por las que a Washington le resulta más complicado cuadrar su balanza exterior es porque su banco central emite la principal divisa de reserva del planeta. “Cuando una empresa malaya hace negocios con otra alemana”, escribe Irwin, “emplea a menudo dólares, y cuando los magnates de Dubai o el fondo soberano de Singapur quieren colocar sus ahorros, eligen en buena medida activos denominados en dólares”.

Esta demanda revalúa el billete verde y hace menos competitivos los productos de Estados Unidos, pero también le permite disfrutar de tipos de interés bajos, anima su renta variable e impide que los capitales salgan pitando al extranjero al menor atisbo de recesión. “En 2008, cuando el sistema bancario estuvo al borde del colapso, pasó todo lo contrario”.

Y las ventajas no son solo económicas. “La centralidad del dólar en las finanzas mundiales”, sigue Irwin, “le proporciona [a la Casa Blanca] un poder del que nadie más disfruta”. Para implementar las sanciones a Irán, Rusia o Corea del Norte, le bastó con advertir que cortaría el suministro de dólares a cualquier entidad que no cooperase.

Si Trump quiere que América siga siendo influyente, le conviene preservar este resorte, aunque uno de sus efectos secundarios sea el déficit comercial. Al fin y al cabo, tampoco parece haberle impedido progresar espectacularmente.

INTERREGNUM: Vuelven las Spratly

El pasado 22 de febrero, Reuters desveló que China ha concluido la construcción de dos docenas de estructuras en las siete islas artificiales que controla en el mar de China Meridional; estructuras aparentemente diseñadas para albergar misiles tierra-aire de largo alcance.

Pese a sus promesas de no militarizar las islas, el gobierno chino ha continuado consolidando su dominio de un espacio clave para la navegación marítima, por el que circula la mitad del comercio internacional, el sesenta por cien del gas y el petróleo, y un porcentaje aún mayor de las exportaciones e importaciones de la República Popular. La expansión de sus capacidades de defensa aérea representa una clase señal de sus intenciones para los países de la región, pero también para Estados Unidos, cuya nueva administración afronta así un desafío añadido en Asia tras el reciente lanzamiento de un misil por parte de Corea del Norte en el mar de Japón.

Pekín, que ha reconocido la existencia de dichas estructuras, afirma su naturaleza meramente defensiva. No obstante, en su intento por modificar el status quo mediante una política de hechos consumados, sus acciones sitúan a Washington ante la obligación de pronunciarse. Las potencias en ascenso suelen poner a prueba a las establecidas para averiguar el alcance de su voluntad de intervención, y sembrar la duda sobre la credibilidad de sus compromisos de seguridad.

Los movimientos chinos tienen, por tanto, un impacto directo sobre sus vecinos. El día anterior a la publicación de la noticia, concluyó en Boracay una reunión de los ministros de Asuntos Exteriores de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), en la que—de manera unánime—manifestaron su preocupación por la militarización de las Spratly, aunque sin mencionar de manera explícita a China. El ministro filipino, Perfecto Yasay, actual presidente rotatorio de la organización, declaró además su optimismo sobre la adopción en unos meses, tras más de 10 años de negociación, de un código de conducta vinculante entre Pekín y la ASEAN sobre el mar de China Meridional.

En el año que celebra su L aniversario, la ASEAN se esfuerza por transmitir una imagen de unidad y cohesión, sin la cual corre un grave riesgo de irrelevancia como actor estratégico. Pero China tiene sus medios—económicos y financieros en particular—para dividir al grupo y contar con el apoyo de sus Estados más débiles. Quizá también observa la nula atención prestada al sureste asiático por la administración Trump, cuya política asiática se ha limitado hasta la fecha a reafirmar sus alianzas con Tokio y Seúl, y a confirmar—tras unas primeras declaraciones contradictorias—la política de una sola China con respecto a Taiwán.

Antes de su primer viaje a Asia, previsto para el próximo otoño, Trump deberá dar forma a una estrategia regional más elaborada, que quizá no sea tan diferente de la formulada por su competidora de campaña, Hillary Clinton, bajo el presidente Obama. El cambio en la distribución de poder en Asia y las fuerzas estructurales que conducen a la competencia entre Washington y Pekín son independientes de los líderes de turno. Pero mientras se rechaza el criterio de los antecesores para buscar una nueva fórmula que—por la naturaleza de los intereses en juego—, será parecida pero con otro nombre, pasarán varios meses durante los cuales Pekín seguirá avanzando—de manera cada vez más irreversible—en la transformación del orden regional.

¿Filipinas, amigo o enemigo de los Estados Unidos?

Washington.- Filipinas, el archipiélago con más de 7000 islas, que goza de una ubicación estratégica en el Pacífico y con una de las líneas costeras más extensas del mundo, es una de las naciones más occidentalizadas del Pacífico, en parte debido a las estrechas relaciones que han mantenido con los Estados Unidos en las últimas décadas. Sin embargo, con el lenguaje soez de ambos líderes nacionales, la situación podría cambiar considerablemente.

Para Estados Unidos, Filipinas es un país clave en el Pacífico para mantener el pulso con China. Como quedó demostrado hace un par de años, cuando Filipinas comenzó el litigio por los islotes del sur ante la Corte Permanente de Arbitraje de la Haya, alegando que son rocas y no islas, matiz semántico fundamental, pues según la ley internacional de ser catalogadas como islas China ganaría automáticamente 200 millas náuticas. A pesar de que el tribunal rechazó los argumentos chinos basándose en que carecen de fundamento legal, Beijing se niega a reconocer el dictamen.

Estados Unidos y Filipinas tienen muchas décadas de relaciones diplomáticas, además de estrechos vínculos militares que comenzaron con George Bush, quien, en el marco de los ataques terroristas del 2001, puso en marcha un programa de capacitación y asistencia para las fuerzas armadas filipinas, para prevenir el crecimiento de “Abu Sayyaf”, grupo islámico separatista asentado en el sur, que se creó con dinero proveniente de Osama Bin Laden.

Estas relaciones se fortalecieron aún más durante la Administración Obama. El expresidente Aquino veía a China como potencial peligro, tanto para su país como la región, coincidiendo con la política exterior de Obama. Filipinas se benefició de recibir la mayor asistencia marítima dada por los estadounidenses en la región. Tan solo el año pasado acordaron la instalación de cinco bases militares americanas permanentes en diferentes puntos de la nación asiática. Obama veía esencial posicionarse en los más de 36.000 km de costa filipina para mantener protagonismo y presencia en el Pacifico. Según el Think Tank CSIS, Estados Unidos debería aumentar el tiempo de sus maniobras aéreas y marítimas en los Estados litorales del Mar meridional de China para dejar claro que están presentes y que no permitirán expansionismos o violaciones de las leyes internacionales.

El actual presidente filipino, Rodrigo Duterte, famoso por su retórica populista e impulsiva, ha expresado desde su campaña electoral que  buscará acercarse a China y a Rusia para cortar con la dependencia que tienen con Washington, poniendo énfasis en la adquisición de armamento. Rusia ha hecho una fuerte campaña en el sureste asiático para introducir y vender armas más allá de Vietnam, su viejo cliente. Los rusos ofrecen armamento más barato que los estadounidenses y créditos y compensaciones para hacerse más competitivos.

En Manila con Duterte y en Washington con Míster Trump, el tono de las relaciones puede llegar a ser ofensivo y desproporcionado viendo de lo que son capaces cada uno por separado. Sin embargo, es en interés de ambos intentar mantener un tono cordial y cooperante.  Filipinas, por su parte, tiene una fuerte dependencia militar de Estados Unidos y  debería protegerse de las intenciones expansionistas chinas y/o rusas apoyándose en los norteamericanos. Y Estados Unidos conoce la importancia de mantener neutralizada a China, punto crítico de la política exterior de Trump, tal y como han expresado en múltiples ocasiones. Para ello debe robustecer su presencia en el Pacífico, apoyándose en sus aliados regionales, Corea del Sur, Japón y Australia. Con Vietnam como amigo y con Filipinas de la mano, el Pacífico podría ser el mayor freno para una China imperialista que tiene la segunda economía más fuerte del mundo, la mayor población del planeta y un gran deseo de reinar.

Dinámica expansiva

El conflicto de Oriente Medio, no únicamente del cercano oriente, está adquiriendo una dinámica cada vez más expansiva. La intervención de Irán en Siria, que puede situar fuerzas de Teherán en la frontera con Israel, país al que ha jurado destruir, y su protagonismo histórico y sociológico en Afganistán otorgan al régimen chií un papel de actor principal en el escenario regional. Y algo parecido está pasando con Pakistán, cuya situación actual no puede ser desligada de la de Afganistán. Si a eso unimos que Irán tiene estrechos lazos con Rusia y Pakistán con China y que ambos ven como, poco a poco, aumentan su presencia en los conflictos de la zona las repúblicas centroasiáticas, en algunas de las cuales hay una importante influencia turca y en todas, y en mayor grado, de Rusia, tenemos el bosquejo de un escenario de pesadilla.

Puede ser una exageración afirmar que únicamente Rusia, entre las grandes potencias, ve ese escenario en su globalidad y tiene una estrategia adecuada a sus intereses nacionales. Probablemente en Estados Unidos se vea perfectamente lo que está ocurriendo, pero la inercia de la parálisis de Obama y la indecisión e improvisación de Trump no permiten adivinar si va a dibujarse una estrategia global en la que, por cierto, La Unión Europa ni ninguno de sus Estados miembros parece querer asumir papel alguno. Pero la realidad es que Putin va ampliando su esfera de influencia mientras Estados Unidos se repliega y China va colocando peones en la histórica Ruta de la Seda con paciencia y determinación.

La globalización afecta también a la política y debería afectar a la forma de ver los escenarios y adoptar las decisiones oportunas. Pero, al menos en las manifestaciones externas y en los análisis que se presentan esto parece estar ausente. Y no, esta no es una buena noticia.

Un test para medio mundo

El asesinato de Kim Jong-nam, hermano del líder norcoreano Kim Jong-un, nos trae la imagen cinematográfica de la técnica mas acrisolada de los servicios secretos adiestrados en la escuela moscovita que nació de la Revolución de Octubre y que han producido muchos ejemplos, como  el asesinato en Londres, por agentes de Bulgaria, con un paraguas envenenado, del disidente búlgaro Gueorgui Ivanov Markov, el 11 de septiembre de 1978; o el del espía ruso que desertó a Occidente Aleksandr Válterovich Litvinenko, irradiado con polonio, tras acusar a la dirección de los servicios secretos rusos de la eliminación de disidentes.
Pero esta muerte, que parece apuntar a los servicios secretos de Corea del Norte, además de estas evocaciones pone sobre la mesa la inmensa tensión y las luchas por el poder que están ocurriendo tras las bambalinas del hermético régimen norcoreano. Poco se sabe de estas luchas, aunque sí que han hecho desaparecer a parientes y colaboradores del presidente acusados de conspirar para acceder al poder.
 Kim Jong-nam, hermano mayor del actual líder era el heredero natural,  pero unas costumbres fuera de las normas oficiales, sus viajes al exterior y una vida menos reglada de lo que suele llevarse por aquellos lugares, sirvieron de coartada para apartarle del poder hasta el punto de que ya había sufrido otros intentos de asesinato e, incluso, en una ocasión, tuvo que mediar China para pedirle a su hermano clemencia. Que el asesinato, si ha sido obra del Gobierno norcoreano, haya tenido lugar en estos momentos podría significar que la situación interna es más delicada que nunca, que los equilibrios de poder son más frágiles y que el régimen está necesitado de demostraciones de fuerza, hacia adentro, como este asesinato, y hacia afuera, aumentando la tensión con Corea del Sur, Japón y Estados Unidos.
En este contexto adquieren una mayor importancia los gestos y las palabras desde Occidente, junto con la vigilancia y la disposisición a no ceder, y se ensancha aún más el campo para que la diplomacia China juegue a intermediar a cambio de concesiones en la zona de sus interés estratégico. Ahí hay un test para Trump y su equipo y un motivo de preocupación para Rusia que ve como se tensa más una situación en sus fronteras orientales sin que Moscú, al menos de momento, esté jugando un papel tan decisivo como en otros escenarios.

MALABARES ENERGÉTICOS

La contaminación en China constituye uno de los mayores focos de descontento social y, eventualmente, podría cuestionar la capacidad de sus autoridades para mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos. El Gobierno, consciente de la urgencia de mejorar esta situación, anunció en el plan quinquenal de 2015 que doblaría la producción eólica y quintuplicaría la solar. Con ello pretendía reducir  el uso intensivo del carbón que todavía supone un 65% de la mezcla energética del país, y que le convierte en el mayor emisor de CO2 del mundo.

Gracias a las fuertes inversiones estatales y al impulso de la producción propia, China se ha convertido en el país con más potencia eólica y solar instalada. Además, es el mayor productor y consumidor de tecnología para renovables.

Sin embargo, esta capacidad para generar energías limpias no está siendo aprovechada en toda su extensión debido a varios factores. En primer lugar, la mala ubicación de los parques energéticos, que se encuentran situados en la región noroeste, principalmente Gansu, Xinjiang y Tibet, alejada de las zonas más pobladas de la costa, y por tanto las que mayor demanda presentan. En segundo lugar, la deficiente red de distribución, con pérdidas de hasta el 30%, y la baja calidad de las turbinas eólicas y paneles solares instalados, cuyo rendimiento es mucho menor que el de los fabricados en Europa o EEUU.

En tercer lugar está la resistencia de los lobbies de las energías fósiles y de los gobiernos locales. Los primeros defienden sus privilegios, mientras que los segundos tratan de proteger el empleo que genera el sector de carbón, que se compone de pequeñas industrias diseminadas por todo el país. Esto provoca que los gobiernos locales prioricen la distribución de la energía procedente de fuentes fósiles, y explica la existencia de parques eólicos y solares preparados para producir energía limpia que no se conectan a la red.

Este conjunto de limitaciones en el uso de energías renovables es lo que se conoce como “curtailment”, y son las responsables de que China, con el doble de potencia instalada que EEUU, tenga prácticamente la misma capacidad de generación.

Por tanto, mientras que mejorar la ubicación de los nuevos parques, aumentar su rendimiento, o evitar pérdidas en la distribución, constituyen una cuestión técnica de la que ya está ocupando el gobierno de Pekín, conectarlos a la red (y en que medida) es una cuestión política que dependerá de la osmosis existente entre el descontento generado por la contaminación y el provocado por la falta de empleo. Pero los gobernantes chinos, con Xi Jinping a la cabeza, ya nos tienen acostumbrados a este tipo de malabares, donde tratan de  compensar reformas y desempleo o inversión y deuda. Aunque siempre con un denominador común, evitar la inestabilidad social que deslegitime al Partido y pueda hacerles perder el poder.

¿Son los chinos unos ladrones de empleos?

Los estadounidenses están sufriendo “el mayor robo de empleo de la historia de la humanidad”, denunció Donald Trump durante la campaña. “Desde que [en diciembre de 2001] China ingresó en la Organización Mundial del Comercio (OMC), se han cerrado 70.000 fábricas […]. Ninguna nación había destruido antes tantos puestos de trabajo de un modo tan estúpido y tan fácil de remediar”.

Como pudo comprobarse la noche de las elecciones, este análisis es compartido por millones de compatriotas y, hasta cierto punto, es lógico. Muchos han visto cómo los ordenadores y los televisores que antes se hacían en California se ensamblan ahora en Sichuan. La propia evolución del mercado laboral parece corroborar la hipótesis. Si en los años 90 el paro fue cayendo hasta tocar una irrelevante tasa del 4%, a partir de 2000, coincidiendo con la entrada de Pekín en la OMC, la tendencia se invirtió y, antes incluso de que estallara la crisis, ya se había perdido todo el terreno conquistado en la década anterior. El grueso de la sangría lo sufrió la industria, cuyo personal contratado pasó de 17,2 millones en 1999 a 11,4 millones en 2011.

Las causas de este “hundimiento”, como lo llaman en un artículo del Journal of Labor Economics Daron Acemoglu, David Autor, David Dorn, Gordon Hanson y Brendan Price, son múltiples. Influyó sin duda la robotización, pero al menos un tercio (el equivalente a unos dos millones de trabajos) es imputable a que China se ha quedado con manufacturas que antes estaban radicadas en Estados Unidos.

¿Tiene entonces razón Trump?

No nos precipitemos. Las importaciones baratas también contribuyen a impulsar la productividad de miles de compañías que las usan como insumos, lo que les permite ampliar la producción y las plantillas. Es lo que sucedió en áreas como la alimentación, la bebida y el tabaco. ¿Y cuál ha sido el balance final? ¿Ha merecido la pena? Lorenzo Caliendo, Fernando Parro y Maximiliano Dvorkin son tajantes. “El aumento del empleo en estos sectores compensó con creces el declive en la industria”, escriben. Y aunque las ganancias no se repartieron de modo uniforme por el país, todos los estados resultaron beneficiados, incluido California, el más expuesto a la competencia china.

Si añadimos a esto que los consumidores han visto incrementada su renta real, porque disponen de ropa, electrodomésticos, teléfonos o coches más económicos, y que millones de asiáticos han huido de las garras de la miseria, es difícil compartir el tono catastrofista de Trump.

Incluso aunque los cálculos de Caliendo se revelaran erróneos y Estados Unidos estuviera hoy peor que en 2000, ¿qué podría hacer? David Trilling alerta en Journalist’s Resource de que una subida unilateral de aranceles es como pegarse un tiro en un pie, porque “muchas empresas americanas se han vuelto adictas a los importaciones baratas” y podrían entrar en pérdidas si se les corta el suministro. Por otra parte, Pekín replicará con un aumento similar de tarifas, lo que deteriorará las ventas a China y obligará a las firmas exportadoras a ajustar nóminas.

No parece un problema “tan estúpido y tan fácil de remediar” como Trump asegura.

La otra cara de la moneda

Washington.- El movimiento Trump despertó a muchos ciudadanos que nunca habían participado en actividad política alguna, despertó a algunos que se sintieron identificados con su discurso de añoranza de los años de abundancia y de una economía que no volverá. Activó a grupos opuestos a las ideas políticamente incorrectas, y, sin duda, de occidente a oriente todos coinciden en que es un fenómeno nuevo en un país donde los cambios políticos en la historia reciente no solían ser dramáticos. Ese discurso incendiario y populista deja muchas brechas abiertas en las que cualquier oportunista encuentra su espacio. Este es el caso del “Supremacismo Blanco”, una ideología que defiende la no contaminación de la etnia blanca, y que ha encontrado en los valores de esta Administración cabida para justificar sus ideas retrógradas.

En las propias palabras del líder de la organización Alt-right, Richard Spencer: ”Queremos revivir el imperio romano, revivir la gran Europa de los blancos”. El presidente Trump, según Spencer, es el primer paso hacia este camino, pues su campaña se basó en rescatar la identidad del país. Y la identidad de Estados Unidos la crearon los europeos que instauraron el Estado y el orden político establecido. Por lo tanto, son los blancos quienes tienen derecho a retomar las riendas de este país, de acuerdo a su visión, muy a pesar de la población multicultural que vive y aporta al crecimiento de la economía nacional.

La población de Estados Unidos se divide fundamente en 4 grupos: una mayoría de blancos que representa un 63% del total, seguido por los hispanos (15%), los afroamericanos 13% y los asiáticos que son el 5% de población estadounidense, pero que, según las proyecciones, para el 2050 podrían superar considerablemente su influencia, pues se espera que su crecimiento sea del 115%, mientras que se estima que la población blanca por el contrario declinará su crecimiento en un 5%, según la Oficina estadounidense de Censo.

Este es un país complejo, con una larga historia de esclavitud, discriminación racial, reñidas luchas políticas entre republicanos y demócratas que han dibujado las leyes de acuerdo al momento histórico, pero que han respetado una misma constitución desde 1787, siendo la constitución más antigua aún vigente en el mundo. Las diferencias entre la costa este y la oeste, o el norte del país con el sur, y el centro son también profundas. Estas diferencias están presentes en la demografía. Por ejemplo, en el centro del país la presencia de afroamericanos es casi inexistente, Nuevo México es el estado donde el 47% de los ciudadanos que allí habitan son hispanos, o California que cuenta con la mayor población asiática de todo el país.

Cuando los radicalismos se apoderan de la población, las respuestas pueden llegar a ser realmente graves. Una de las etapas oscura de la historia de Estados Unidos fue justo después del bombardeo de Pearl Harbor en 1941, cuando el presidente Roosevelt, a través de un decreto ejecutivo, reubicó a unos 120.000 japoneses (muchos de ellos legales, otros nacidos aquí) en campos de retención alegando razones de seguridad. Esta medida extrema, considerada como de las peores violaciones de derechos civiles y libertades, se puso en marcha para dar respuesta al sentimiento de rechazo que empezó a crecer en la población civil hacia los japoneses después del bombardeo.

Fue tan solo en la década de los 50 que se acabó con la segregación en los colegios, o en los años 60 que se promulgó el Acta de Derechos Civiles, con el objetivo de prohibir la discriminación por motivos de raza, origen nacional, religión o sexo, además se quería garantizar la igualdad de voto.

Sin embargo, la existencia de leyes no puede frenar la creación de organizaciones racistas como Alt-right. Este grupo de extrema derecha que se autodefine como nacionalista blanco pero que no aceptan ser neonazis, durante los meses álgidos de la campaña electoral aprovecharon espacios para avivar sentimientos en quienes de alguna forma se sienten desplazados por la diversidad étnica que ha venido experimentando este pais.

Los discursos oportunistas muchas veces devienen en estos productos, en que personajes anónimos se sienten apoderados con el arma de la palabra y el uso de ideologías absurdas que añoran momentos históricos para justificar sus ambiciones. Así pues este grupo se ha instalado en el norte de Virginia, Alexandria, estado sureño, corazón de la rebelión en la época de la guerra civil y parte de las razones que llevaron a Abraham Lincoln hace más 150 años a proclamar la emancipación de los esclavos.

El presidente Trump y su equipo deberían prestar atención al efecto combustible que tiene las palabras o los hechos, como el decreto de inmigración, que de momento el poder judicial ha neutralizado. Deberían evaluar las consecuencias de una nación dividida y sus nefastos efectos tanto para el desarrollo como el bienestar y la paz de la nación.

INTERREGNUM: Baile de parejas

En un entorno asiático en el que se aceleran los cambios geopolíticos, las grandes potencias se ven obligadas a reajustar sus cálculos estratégicos tradicionales. Las amenazas no convencionales, el ascenso de China y la percepción de repliegue por parte de Estados Unidos crean una percepción de incertidumbre a la que se responde de una manera que puede ser, a su vez, fuente de mayor inestabilidad. Así ocurre con la carrera de armamentos en curso, inseparable de nuevos movimientos bilaterales.

Aunque proliferan este tipo de acercamientos, dos de ellos han adquirido especial interés en los últimos meses: el de Rusia con Pakistán, y el de India con Vietnam. Pese a la recuperación de su estatura internacional como consecuencia del conflicto de Ucrania y de la guerra civil siria, Moscú dista mucho de tener en Asia el papel de peso que querría desempeñar. La asociación estratégica con Pekín es una necesidad más que una opción, que Rusia comparte con el esfuerzo por diversificar sus socios con el fin de evitar una excesiva dependencia de la República Popular. Aunque India ha sido un “cuasi-aliado” desde 1962, el contexto subregional se ha transformado en gran medida para los intereses rusos. La convergencia entre India y Estados Unidos, y el reforzamiento de la “inquebrantable” amistad de China con Pakistán, demandan de Moscú la actualización de su estrategia hacia Asia meridional.

La creciente relevancia geopolítica del océano Índico, la incorporación de India y Pakistán a la Organización de Cooperación de Shanghai y el imperativo ruso de triangular la relación con ambos, así como el deseo de Moscú de no quedarse al margen de las oportunidades económicas y diplomáticas que puede ofrecer el Corredor Económico China-Pakistán—primera fase de la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda—explican ese mayor interés por Islamabad. El anuncio de una probable visita de Putin el próximo mes de mayo—la primera de un presidente ruso—refleja su interés por reforzar los lazos con Pakistán para, a través de él, tener una mayor presencia en el Índico. Pese a su discutible viabilidad, se habla—incluso—de la ambición rusa de establecer una vinculación formal de Pakistán con la Unión Económica Euroasiática. No hace falta decir que, de producirse, dicha visita, con importantes implicaciones para la dinámica subregional, será una importante variable en la política de India hacia su vecino, pero también hacia China.

Estas circunstancias explican así la profundización de la relación de esa otra pareja, India y Vietnam, de la que es reciente muestra la negociación sobre el suministro de misiles tierra-aire a Hanoi. Aunque Pekín hace lo propio con Islamabad, y en mucho mayor grado si cabe, el oficialista “Global Times” advertía hace unos días a Delhi sobre sus relaciones militares con Vietnam, indicando que “crearán tensiones en la región, frente a las cuales China no se quedará de brazos cruzados”.

La multiplicación de acuerdos bilaterales de seguridad—como los señalados—agrava la desconfianza ente las potencias, aun siendo ellas las impulsoras de los mismos, con el consiguiente riesgo de una espiral de inestabilidad. Un dilema añadido por tanto para Trump, cuando en Asia se da por descontado que, sea cual sea su política hacia la región, el papel de Estados Unidos ya no volverá a ser el de los últimos 70 años.