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INTERREGNUM: Europa y Japón unen fuerzas. Fernando Delage

La Unión Europea y Japón han vuelto a dar un paso adelante en el estrechamiento de su relación. De visita en Bruselas, el 27 septiembre el primer ministro japonés, Shinzo Abe, firmó con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, una iniciativa de colaboración para el desarrollo de infraestructuras de transporte, energía y redes digitales en África, los Balcanes y el Indo-Pacífico. A este nuevo compromiso se llega unos meses después de la entrada en vigor—el pasado 1 de febrero—, del doble acuerdo de asociación económica y estratégica (EPA y SPA, respectivamente, en sus siglas en inglés) concluido por ambas partes tras casi una década de negociaciones, y un año después de que Bruselas adoptara su esperada estrategia de interconexión entre Europa y Asia.

Además de facilitar los intercambios y las inversiones entre dos actores económicos que representan más de un tercio del PIB global, el EPA y el SPA constituyen una respuesta conjunta al unilateralismo de la administración Trump. Con su firma, Bruselas y Tokio lanzaban un poderoso mensaje de defensa del orden liberal multilateral. La estrategia de interconectividad en Eurasia supone, por su parte, la articulación de una alternativa a la Nueva Ruta de la Seda impulsada por China, aunque a esta última no se le nombrara en el documento. La República Popular es asimismo el objeto de esta reciente iniciativa: Japón y la UE declaran querer trabajar juntos en regiones relevantes para los objetivos chinos, proclamando además su papel como “garantes de valores universales” como la democracia, la sostenibilidad y el buen gobierno.

Japón participará en los proyectos de interconexión europeos, que serán financiados por un fondo de garantía dotado con 60.000 millones de euros, además de la inversión privada y la proporcionada por los bancos de desarrollo. Según indicó Abe en Bruselas, durante los próximos tres años Japón formará a funcionarios de 30 países africanos en la gestión de deuda soberana. Tokio y Bruselas han subrayado así que los proyectos de infraestructuras deben ser sostenibles tanto desde el punto de vista financiero como medioambiental. Se trata, al mismo tiempo, de reforzar la interconectividad global “sin crear dependencia de un solo país”.

Mediante su alianza con la UE, Japón cuenta con un instrumento adicional para promover las actividades de sus empresas en unas circunstancias de desaceleración económica y de creciente competencia con China. La Unión Europea intenta por su parte traducir en influencia política los fondos que dedica a la ayuda al desarrollo. Las dudas sobre el futuro de la relación transatlántica, el ascenso de China, y el enfrentamiento entre Washington y Pekín, sitúan a los europeos ante un nuevo entorno que exige algo más que una retórica multilateral. Pese a las dificultades de formación de posiciones comunes entre Estados miembros con opiniones contrapuestas, la defensa de sus intereses y valores obliga a la Unión a convertirse en un actor geopolítico. Y así lo ha declarado quien a partir del 1 de noviembre será la próxima presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, con el español Josep Borrell como responsable de la acción exterior europea. El último acuerdo con Japón es un ejemplo de cómo esa nueva estrategia va tomando cuerpo.

INTERREGNUM: Cumpleaños en Pekín. Fernando Delage

El 1 de octubre la República Popular China cumple 70 años. “China se ha puesto de pie”, dijo Mao asomado a la plaza de Tiananmen en 1949, después de quince años de guerra y de décadas de anarquía territorial. El paréntesis abierto por la caída de la última dinastía imperial en 1911 lo cerraron así un Partido comunista y un líder, Mao Tse-tung, que aseguraron la unificación nacional. Pero el imperativo de la reconstrucción interna y el contexto de la Guerra Fría se tradujeron en el aislamiento internacional del nuevo Estado. Incluso la relación de Mao con Stalin, en teoría su gran aliado, no pudo ser más gélida.

Las sucesivas campañas revolucionarias de Mao durante las décadas siguientes situaron al país ante el riesgo de una nueva fragmentación. Hubo que esperar a la muerte del Gran Timonel en 1976 para que otro líder, Deng Xiaoping, restaurara la estabilidad mediante una estrategia de desarrollo económico apoyada en la apertura al mundo exterior. Cuarenta años después, los resultados son bien conocidos: lejos de estar aislada, es la economía mundial la que ha pasado a depender en no pequeña medida de China. No es casual por tanto que, coincidiendo con el aniversario, Pekín hiciera público el viernes pasado un Libro Blanco titulado “China y el mundo en la nueva era”.

Mao no reconocería el contenido de este texto, elaborado por el Partido del que fue uno de los fundadores, como tampoco podría creerse el estatus global adquirido por la República Popular. La paradoja, con todo, es esa contradicción no resuelta entre el mundo abierto y basado en reglas liberales que ha permitido el crecimiento chino, y la rigidez política interna. Es la naturaleza del régimen lo que también explica no pocas de las dificultades que acompañan la celebración.

En su cumpleaños, la República Popular se encuentra cerca de superar los 74 años que duró la Unión Soviética, el más prolongado sistema autoritario hasta la fecha. El secretario general del Partido Comunista, Xi Jinping, en el poder desde finales de 2012, tiene sobrados motivos para presumir de sus éxitos. Sin embargo, tiene que gestionar una agenda cada vez más compleja, incluyendo asuntos no previstos como la guerra comercial y tecnológica con Estados Unidos o las revueltas en Hong Kong, y el impacto de estas últimas sobre la aún pendiente reunificación de Taiwán. Si otra larga lista de problemas—como las consecuencias del envejecimiento de la población, la sostenibilidad del crecimiento, el medio ambiente o la corrupción—puede haber llevado a una recentralización del poder como instrumento para su resolución, el personalismo del liderazgo de Xi, quien ha suprimido los mecanismos diseñados en su día por Deng para evitar la irrupción de un nuevo Mao, está creando otros nuevos.

Un Partido Comunista defensor de la globalización y de un libre mercado mundial, ha conducido a China a una prosperidad sin precedente que le ha permitido recuperar su posición histórica como principal potencia asiática. Sin que su legitimidad esté en discusión, las circunstancias vuelven a poner encima de la mesa la siempre aplazada reforma política. Los dirigentes chinos que sucedieron a Mao entendieron que las reformas económicas resultaban indispensables para la estabilidad social. Aunque hoy resulta inimaginable, ¿optarán por la modernización política antes de celebrar el centenario de la República en 2049? (Foto: Karen Horton)

China se mueve en el mar de Omán

China está mediando entre Irán y Estados Unidos para rebajar la tensión en Oriente Medio y concretamente en el mar de donde la agresión iraní a campos petrolíferos saudíes ha elevado mucho la tensión internacional. A la vez, la potencia asiática en coherencia con sus muchas caras diplomáticas participará, junto a navíos de guerra rusos e iraníes, en una maniobra naval frente al despliegue de británicos, estadounidenses y aliados árabes en la zona, tras los ataques a petroleros occidentales.

China necesita el petróleo de la región y la máxima estabilidad y, a la vez, juega a la subida de tensión junto a Irán para intentar llevar a Trump a hacer concesiones para un nuevo acuerdo con Teherán. Como guinda de esa estrategia conjunta, esta misma semana el presidente iraní Hasán Rohaní presentará en Nueva York, ante la ONU, una propuesta de acuerdo y buscará entrevistarse con Donal Trump a lo que, de momento, se niegan en la Casa Blanca.

El pulso iraní sería menos sin Moscú y Pekín al lado. Putin quiere consolidar su creciente influencia en la región y China quiere estar presente en primera línea de cada conflicto en su ascenso a la liga de potencias mundiales.

THE ASIAN DOOR: 5G, el dragón comienza a rugir. Águeda Parra

En cuestión de tecnología no existe país pequeño. La era de la revolución tecnológica está facilitando que países en vías de desarrollo aborden una transformación de su estructura económica gracias a la facilidad que permite la aplicación de las nuevas tecnologías. Algunos pronostican una guerra de desgaste entre Estados Unidos y China mientras ambos países mantienen su lucha por aplicar nuevos aranceles.

Por el momento, la guerra estrictamente comercial cae a favor de China, que sigue manteniendo una balanza comercial positiva con Estados Unidos, pero no sucede lo mismo en lo económico, pues ambos países están sufriendo un significativo desgaste, además de las implicaciones que esta lucha de poder está suponiendo para la economía internacional. Pero mientras la imposición de nuevos aranceles, respondidos de nuevo por Pekín, no ha conseguido reducir el déficit comercial entre Estados Unidos y China, tampoco parece estar teniendo mucho efecto la advertencia de Washington al resto de Estados de que no confíen el despliegue de su nueva red de comunicaciones móviles 5G a la tecnología china, con el suministrador Huawei como punta de lanza.

Pero no es sólo la balanza comercial la que preocupa, sino las aspiraciones de China de convertirse en referente tecnológico mundial. La batalla tecnológica se libra principalmente en base al estratégico mercado de los microchips, ya que quién consiga imponer sus estándares tendrá una ventaja sustancial frente al resto de sus competidores. En el caso americano, Qualcomm mantiene luchas internas para sacar del mercado a Apple e Intel, mientras que del lado chino, Huawei y ZTE muestran una alta implicación en los trabajos del 3GPP, el consorcio internacional de tecnología que define los estándares que se utilizan en las aplicaciones con tecnología 5G.

Si cabe, de las batallas que China tiene ganadas sin haber entrado todavía en guerra, la de los estándares es la más destacada. Es decir, la garantía de que los componentes chinos formarán parte del ecosistema tecnológico mundial durante los próximos años. Muy a pesar de las advertencias de la administración Trump, en la decisión de los Estados ha primado la alta dependencia de su red a los componentes de Huawei, más que los posibles problemas de ciberseguridad, un ámbito en el que cada país considera que puede encontrar soluciones con garantías conjuntamente con el suministrador chino. Los países europeos han convertido a Huawei en los últimos diez años en el proveedor de casi un tercio de los sistemas de telecomunicaciones que utilizan las operadoras y las administraciones. La alta flexibilidad para adaptarse a las necesidades de cada cliente frente al resto de proveedores tradicionales le ha permitido a Huawei incrementar entre 2013 y 2018 hasta en un 8% su cuota de mercado, permitiéndole alcanzar así el liderazgo con el 28,6% del mercado mundial de proveedores de telecomunicaciones. Con escasa presencia en el mercado norteamericano, Asia Pacífico representa para Huawei su principal fuente de ingresos, con un 42% de la cuota, seguida a partes iguales por la zona EMEA (Europa, Oriente Medio y África) y América Latina y Caribe, representando ambas un 31% de la cuota de mercado, según Bloomberg.

Mientras la nueva Ruta de la Seda no parece estar captando demasiado la atención de Estados Unidos, como sí lo hace en el caso de la Unión Europea, el gran proyecto de Pekín del Made in China 2025 es la gran batalla de esta guerra fría entre los dos titanes. En el ámbito tecnológico, Huawei ya compite de igual a igual con el resto de las grandes tecnológicas, también a nivel del registro en el número de patentes. Precisamente, en el ámbito de la tecnología 5G, las patentes registradas por Huawei alcanzan las 1.529, el doble de las registradas por su principal competidor, la americana Qualcomm, con 757, lo que significa que Huawei está en mejor disposición que el resto de suministradores de recibir royalties y pagos por licencias por el uso de la tecnología 5G. El propósito primigenio del proyecto de que China no dependa de la tecnología de Occidente para su progreso económico parece tener ahora mayor relevancia tras el veto de Google a Huawei, tras la nueva directiva norteamericana de incluir a la empresa china en una lista negra comercial. Una nueva vuelta de tuerca en lo que está resultando ser unas duras negociaciones para poner fin a la guerra comercial que ambas potencias mantienen abierta.

Un duro golpe que viene después de que aún en plena guerra comercial Huawei batiera su propio récord en ingresos y beneficios durante 2018, un buen comportamiento financiero que se ha mantenido durante el primer trimestre de 2019, registrando un incremento anual de ingresos del 39%, hasta los 26.800 millones de dólares. Con más de 200 millones de smartphones vendidos durante 2018, Huawei ha seguido incrementado sus ventas hasta en un 50% en el primer trimestre de 2019, hasta superar los 59 millones de smartphones, lo que le ha permitido convertirse en el segundo fabricante mundial de teléfonos móviles, desbancando a la americana Apple. La bajada de precios del iPhone para paliar la aplicación de aranceles no ha tenido el efecto esperado ante el creciente fervor nacionalista que se está despertando entre la población china ante la guerra comercial con Estados Unidos. Una situación que, de no ser por el veto de Google, podría haber llevado a Huawei a optar por el asalto al líder mundial, Samsung. La suerte está echada y ahora China tendrá que demostrar hasta dónde ha avanzado su desarrollo tecnológico, y sus estándares, para hacer frente a un sistema operativo propio. Foto: Flickr, Rob Oo

INTERREGNUM: India: la fiesta de la democracia. Fernando Delage

La pasada semana comenzaron las mayores elecciones de la Historia. Por su alcance y diversidad, ninguna democracia es comparable a India: 1.400 millones de habitantes—tres veces la población de Europa, más de cuatro veces la de Estados Unidos—; 15 lenguas oficiales, ninguna de las cuales es hablada por más del 15 por cien de la población; y múltiples culturas, religiones y subdivisiones sociales. La logística es abrumadora: 900 millones de votantes (84 millones de los cuales lo hacen por primera vez), 800.000 colegios electorales, 1,72 millones de máquinas electrónicas para el voto y 11 millones de funcionarios encargados de supervisar el proceso. Las elecciones se realizarán en siete días distintos en un período de seis semanas, y los resultados no se conocerán hasta el 23 de mayo.

En la tercera mayor economía del planeta, la democracia se reafirma como elemento unificador de la extraordinaria heterogeneidad india, en contraste con su vecino chino, caracterizado por su cohesión étnica y cultural—y por un sistema político de partido único.

Las elecciones son en parte un referéndum sobre Narendra Modi, quien, en 2014, como líder del Bharatiya Janata Party (BJP), logró 282 de los 545 escaños de la Cámara Baja; la primera mayoría parlamentaria obtenida por un partido desde 1984. Al frente del principal grupo de oposición, el Partido del Congreso, se encuentra Rahul Gandhi, heredero de la dinastía que ya dio tres primeros ministros a India, y quien intenta movilizar a los descontentos con la corrupción y con unas reformas económicas que, pese a un crecimiento sostenido, no han creado empleo—las cifras de paro son las más altas en 45 años—ni beneficiado a los agricultores (más del 66 por cien de la población). En las elecciones celebradas en diciembre en tres Estados de población mayoritariamente rural, fue el Congreso quien consiguió la victoria.

El ataque terrorista perpetrado en Cachemira el pasado 26 febrero, por militantes apoyados por Pakistán, han permitido no obstante a Modi restaurar su popularidad y hacer de las cuestiones de seguridad un tema central en la campaña. La mayoría de los analistas pronostican la reelección del primer ministro, aunque es probable que tenga que formar una coalición para gobernar, con lo que se volvería así a lo que ha sido la norma en la política india desde 1984, tras la creciente irrupción de partidos regionales y locales. Ese menor apoyo complicará asimismo las intenciones del BJP de dar al país una identidad hinduista, en contra de las bases laicas de la Constitución de 1949. Mientras India sea una democracia, la agenda nacionalista de un partido será insuficiente—por grande que sea su representación parlamentaria—para imponer sus esquemas en una sociedad tan diversa.

Y ésta es una poderosa lección no sólo para sus vecinos. Cuando Rusia y China se declaran enemigos de la democracia y de los valores políticos liberales, hostilidad a la que se suman distintos movimientos dentro de Occidente, India—con todas las imperfecciones propias de su subdesarrollo—es una de las principales razones que nos permiten ser optimistas con respecto al futuro de la libertad en el mundo. (Foto: Gulan Husain)

特朗普 – 金正恩,走向第二次峰会。 Nieves C。Pérez Rodríguez

(Traducción: Isabel Gacho Carmona) 华盛顿 – 美国政治环境激烈,总统仍然决定国会批准在墨西哥边境修建隔离墙的资金。 与此同时,在国际层面,华盛顿在特朗普和金正恩之间举行了第二次历史性会议。

金正恩在对中国首都进行正式访问,好像他将要求允许与对手会面。 事实上,上周四,韩国总统表示了金正恩访问北京是宣布特朗普与金正日即将召开的会议。 这发生在第一次会议之前和从新加坡返回之后。

朝鲜的盟友很少,中国不仅仅是平壤的盟友; 它是一种国际盾牌,帮助它在这种孤立中生存下来。 金知道并且也接受了,所以这次访问几乎是对习近平的赞美。

这次访问恰逢两国70年来双边关系的周年纪念日,并展示了他们亲密关系的战略加强,以及今年的共同议程。 在对话中,可能的情景可能是在与特朗普的第二次会面中提出的。

今年早些时候,特朗普在一条推文中表示他正在等待与金正日见面,同时明确表示朝鲜具有其领导人所知的巨大经济潜力。 然后他说他们正在谈判会议的地点。 据美国有线电视新闻网报道(CNN),正在考虑的地方是越南,泰国,夏威夷,甚至可能是纽约或日内瓦。

越南是一个与美国关系密切的国家,去年夏天国务卿访问了它,并在访问中表达了“越南经济从与美国的交往中受益”,并强调了 积极的是,越南放弃核计划,作为朝鲜人的良好榜样。

泰国是一个靠近朝鲜的国家,也是拥有外交总部的国家。金正恩 确信他在那里参加峰会感觉更舒服。 除了相对接近朝鲜半岛。

夏威夷不是中立的领土。 事实上,对于金正恩,它实际上是敌人的领地,所以它不太可能成为场地。 虽然纽约是联合国的总部,但仍然从朝鲜太远。 日内瓦也是如此。 甚至金本人也说它可以在平壤进行,但对于华盛顿而言,这将是一个令人不安的地方,他们将无法控制。

是时候等待决定的制定和宣布了。 问题是另一个问题,无核化的进展尚未取得进展。 平壤希望国际制裁得到镇压,但不会给出真正的改变迹象。

最大的赢家仍然是金正恩,他在不到一年的时间里,在正式访问中四次访问中国,并获得了国家元首的一切荣誉:他曾多次会见韩国总统; 他派出一个代表团参加冬季奥运会,还有,正在准备与美国领导人进行第二次会面,仅在去年1月,我们担心了从平壤遭到袭击并改变关系是不可想象的。

INTERREGNUM: Europa y Asia en 2019. Fernando Delage

El creciente poder económico de China, sus rápidos avances tecnológicos y la acelerada modernización de sus capacidades militares ponen a prueba el entorno en el que se ha desarrollado el proceso de integración europea hasta la fecha. La incertidumbre sobre las intenciones de la administración Trump y el paso de ésta a la ofensiva contra Pekín, agravan el dilema europeo.

Washington necesita a sus aliados para evitar que la República Popular recurra a ellos como solución indirecta para evitar los aranceles norteamericanos, y también para compartir información sobre los movimientos chinos en relación con la adquisición de nuevas tecnologías. Estados Unidos intenta, por ejemplo, que se vete a las grandes empresas de telecomunicaciones chinas en los próximos concursos públicos para el desarrollo de las redes 5G. Las preferencias de los gobiernos europeos—y sus percepciones de China—no son siempre coincidentes, sin embargo, con las norteamericanas.

Sin el eje transatlántico, indicó Henry Kissinger hace unos meses, Europa corre el riesgo de convertirse en un mero apéndice de Eurasia, sujeto a los objetivos de Pekín. Pero ¿pueden Bruselas y los gobiernos de los Estados miembros confiar en una Casa Blanca que da a entender que, después de China, la Unión Europea puede ser el próximo objeto de atención de su política de sanciones comerciales?

El debate está pues encima de la mesa. Lo que indican los hechos es que, sólo en los primeros seis meses de 2018, las inversiones chinas en la UE multiplicaron por nueve las dirigidas a Estados Unidos. El total anual alcanzó los 60.400 millones de dólares, un 82 por cien más que en 2017, lo que supuso casi el 56 por cien de la inversión extranjera directa china en su conjunto. Por otra parte, los intentos liderados por Alemania y Francia por reforzar la supervisión de las compras chinas en las industrias estratégicas del Viejo Continente no avanzan lo suficiente por la oposición de algunos gobiernos, con Italia a la cabeza. En este contexto, el mes pasado China anunció un nuevo Libro Blanco sobre la Unión Europea; el tercero tras los de 2003 y 2014. Al cumplirse el 15 aniversario del establecimiento de la Asociación Estratégica Integral entre ambos, el documento enumera las distintas áreas bilaterales de cooperación, retoma la idea de negociar un acuerdo de libre comercio—al que Bruselas se opone—y sugiere que deben cooperar juntos contra el “unilateralismo” (de Estados Unidos, se entiende).

Una de las más inteligentes respuestas europeas a la política proteccionista de Estados Unidos y a las ambiciones chinas reflejadas en la iniciativa de la Ruta de la Seda, ha sido la firma del doble acuerdo de asociación económica y estratégica con Japón, en vigor a partir de 2019. Bruselas ha ido con todo más allá, al aprobar el Consejo, también en diciembre, la estrategia de la Unión hacia India. Las dos grandes democracias asiáticas se suman así a los europeos en la defensa de un orden multilateral y basado en reglas, a la vez que acuerdan coordinar sus posiciones con respecto a los desafíos y problemas comunes de la agenda global.

El discurso multilateral no es suficiente, sin embargo, para gestionar los intereses a largo plazo del Viejo Continente ante la rápida transformación del equilibrio de poder internacional. Algunas piezas, como la asociación con Japón e India o la estrategia de interconexión Europa-Asia—ya mencionada anteriormente en esta columna—han tomado forma, pero se sigue echando en falta una mayor ambición estratégica. Esperemos que las elecciones al Parlamento Europeo y la renovación de la Comisión no interrumpan el necesario ajuste a un mundo en el que la Unión se juega su futuro.

INTERREGNUM: Japón se mueve. Fernando Delage

Con ocasión de la reciente cumbre del G20 en Argentina, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, mantuvieron un encuentro que permitió al primero alabar al segundo por sus esfuerzos por reducir el superávit bilateral con Washington y por aumentar la compra de equipamiento militar norteamericano. Sus palabras no tranquilizan, sin embargo, al gobierno japonés, consciente de la rápida transformación de su entorno exterior y de la necesidad de ampliar sus opciones estratégicas.

Trump nunca ha ocultado su rechazo de las prácticas comerciales japonesas, que considera injustas. Tokio teme por ello que, una vez concluida la sustitución de NAFTA por el nuevo USMCA, Japón sea el siguiente objetivo norteamericano. Algunos analistas japoneses minimizan dicho riesgo, al ocupar China la atención preferente de Trump. Otros ven por el contrario una amenaza más inmediata, al disponer Estados Unidos de un mayor margen de presión sobre Japón que sobre la República Popular. Ese sería el caso del mercado de automóviles, por ejemplo. Las negociaciones bilaterales demandadas por el presidente de Estados Unidos comenzarán el año próximo.

Abe mantiene, por otro lado, una firme defensa del libre comercio y el multilateralismo, asuntos que le separan de Trump (y que hicieron inviable una declaración final en Buenos Aires), pero que seguirán ocupando el centro de la agenda en la cumbre del G20 en Osaka, en junio de 2019. Japón se encuentra así ante un inevitable papel de mediación entre Estados Unidos y China para reconstruir un espíritu de cooperación en la economía global.

Pero no son sólo estos asuntos los que separan a Washington y Tokio. Hace un año, Japón temía que la agresiva retórica de Trump condujera a un conflicto militar en la península coreana. La calma a que ha conducido el encuentro de este último con Kim Jong-un en Singapur, el pasado mes de junio, apenas ha servido para tranquilizar a Abe. Pyongyang continúa produciendo armamento nuclear y misiles balísticos, sin que aparentemente preocupe a Estados Unidos. Si ello supone la aceptación implícita por parte de Washington del estatus nuclear de Corea del Norte, ¿apoyaría la administración norteamericana a Japón en el caso de una crisis entre este país y el régimen de Kim Jong-Un?

Por lo demás, Abe también se vio con Vladimir Putin en Buenos Aires. Pese a las tensiones entre Moscú y los miembros de la OTAN por los incidentes con Ucrania en el mar de Azov, las relaciones entre Rusia y Japón parecen haber mejorado de manera significativa. Abe y Putin anunciaron que sus ministros de Asuntos Exteriores—Taro Kono y Sergei Labrov, respectivamente—, negociarán un acuerdo formal de paz—pendiente desde el fin de la segunda guerra mundial—antes de que el primer ministro japonés viaje a Moscú a principios del próximo año. Se han precipitado así los acontecimientos desde que, en septiembre y por sorpresa, Putin propusiera a Abe que los dos países resuelvan de manera definitiva la disputa sobre las islas Kuriles, “sin ninguna condición previa”. Aunque durante la reunión de ambos en la Cumbre de Asia Oriental en Papua Nueva Guinea, en noviembre, no se registró ningún avance concreto, ambos líderes acordaron “acelerar las conversaciones”.

Las diferencias de fondo obligan al escepticismo. Japón no puede aceptar más que la completa soberanía sobre las cuatro islas, y tampoco podría dar su visto bueno a las previsibles exigencias rusas: que las Kuriles no estén protegidas por la alianza Japón-Estados Unidos, y que Tokio suprima las sanciones impuestas a Moscú tras la anexión de Crimea. Rusia necesita con urgencia fomentar el desarrollo económico de sus territorios de Extremo Oriente, para lo que las inversiones japonesas serían decisivas. Un tratado de paz desbloquearía esas oportunidades económicas, mientras que Tokio, por su parte, contaría con más cartas para afrontar la incertidumbre causada por el actual inquilino de la Casa Blanca. Las conversaciones nunca han sido más serias en décadas, pero no será fácil que prosperen.

INTERREGNUM: Asia entre Washington y Pekín. Fernando Delage

Las reuniones multilaterales mantenidas en Asia la semana pasada entre Singapur y Papua Nueva Guinea—ASEAN, ASEAN+3, la Cumbre de Asia Oriental y el foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico—han escenificado una vez más las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China. Lejos de contribuir a minimizar sus diferencias, los encuentros han contribuido más bien a extenderlas al conjunto de la región.

La ausencia de Trump no lanza quizá el mensaje más conveniente para los intereses norteamericanos. Tampoco ayuda el mantenimiento de la retórica de confrontación: ha sido el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, quien ha defendido una política comercial unilateralista y el rechazo de todo intento revisionista del orden regional. Pence acusó a China de intentar crear una dependencia económica y financiera de las naciones participantes en sus proyectos de infraestructuras, y de alterar la estabilidad asiática a través de sus acciones en el mar de China Meridional, que calificó como “ilegales y peligrosas”, además de “amenazar la soberanía de muchas naciones y poner en riesgo la prosperidad del mundo”. Utilizando palabras similares a las empleadas en su discurso en el Hudson Institute a principios de octubre, añadió: “China se ha aprovechado de Estados Unidos durante muchos, muchos años y esos días se han acabado”. Washington, concluyó, “no abandonará su política hasta que China cambie su comportamiento”.

Como cabía esperar, los líderes chinos acusaron por su parte a Estados Unidos de promover el proteccionismo comercial y asumir una estrategia unilateralista y de enfrentamiento en defensa de sus intereses más estrechos. En una nada velada descripción realizada durante su intervención en la cumbre de APEC, el presidente Xi Jinping calificó a Estados Unidos como una amenaza a la paz y seguridad regional, mientras presentó a China como un socio indispensable para el desarrollo y la estabilidad de Asia. El primer ministro Li Keqiang insistió entretanto en Singapur en la conveniencia de acelerar la negociación del acuerdo de Asociación Económica Regional Integral (RCEP en sus siglas en inglés), en el que participan numerosos socios y aliados de Estados Unidos, en defensa del libre comercio y de una estructura multilateral basada en reglas.

Estados Unidos y China no sólo ofrecen por tanto esquemas opuestos sobre el futuro del Indo-Pacífico, sino que compiten de manera directa por atraerse a los Estados de la región. China necesita a sus vecinos para evitar una nueva guerra fría, pero sus incentivos económicos no bastan para ganarse la complicidad de unas naciones preocupadas por su expansión marítima y por la deuda que les puede suponer el proyecto de la Ruta de la Seda. Pero justamente cuando China ha pasado a una fase de mayor asertividad, Estados Unidos ha optado por desmantelar los pilares de su primacía en Asia de las últimas décadas: su hostilidad al libre comercio y la desconfianza en las alianzas extienden las dudas sobre el compromiso norteamericano con la región, una impresión que se ha visto acentuada por la decisión del presidente Trump de no acudir a las reuniones multilaterales de este año.

Nadie cree a los dirigentes chinos cuando éstos dicen carecer de ambiciones geopolíticas. Pero a nadie se le oculta tampoco la contradicción entre la retórica norteamericana y la rápida reconfiguración del orden regional sobre el terreno. Cuando Trump y Xi se encuentren en Buenos Aires a finales de mes en la cumbre del G20, su agenda no podrá centrarse tan sólo en cómo evitar una abierta guerra comercial. La orientación estratégica futura de la región está igualmente en juego.

Nuevos malos vientos

Aunque desde cierto segundo plano, las palabras y las acusaciones van ganando grosor entre Estados Unidos y China. Más desde Washington, porque Pekín hace tiempo que ha entendido que presentar una cara aparentemente amable y suave mientras mueve piezas y avanza posiciones (mano de hierro en guante de seda) es una buena propaganda frente a un Trump bocazas enfrentado a tantos medios de comunicación.

Todo parece encaminarse a una guerra comercial dura mientras ambos países refuerzan sus posiciones militares marítimas en un despliegue continuo desde hace una década por China y una lenta pero clara reacción de Estados Unidos.

En ese marco, el conflicto con Corea del Norte está bloqueado tras el publicitado encuentro de Singapur. Y, lo que es peor para Corea del Norte, ya no ocupa el principal protagonismo ni la mayoría de las portadas de los medios de comunicación occidentales que presionaban a Estados Unidos y a los gobiernos democráticos.

Tal vez por eso, Kim Jong-un anunció hace unos días el ensayo de una nueva arma táctica ultramoderna, en lo que parece una vuelta a las amenazas apocalípticas para llamar la atención sobre la falta de avances y las escasas concesiones de Estados Unidos hasta que Corea del Norte dé pasos significativos en el proceso de desnuclearización comprometido en Singapur.

El clima se va enrareciendo sin que parezca dársele importancia en los grandes foros, eternamente confiados en que nada es grave hasta que salta por los aires. Pero todos los grandes conflictos comienzan así.

Mala época en la que los viejos nacionalismos expansivos encuentran enfrente reflejos proteccionistas, de repliegue y de imitación emocional para conquistas o conservar el poder. (Foto: Toby Cresswell, Flickr.com)