Cuando fuimos los mejores. Juan José Heras.

China ha pasado de fabricar productos textiles y bienes de consumo barato en los años 80 a disponer de industrias en sectores con una mayor componente tecnológica como por ejemplo los de automoción, maquinaria, electrónica, productos químicos, etc. Asimismo, su mayor competitividad en el mercado global ha contribuido a multiplicar exponencialmente sus exportaciones.

Desde el mundo desarrollado se acusa a China de hacer “trampas” para mejorar su capacidad industrial y sus exportaciones. Entre ellas, destacan las de subsidiar a sus empresas, un tipo de cambio devaluado, la regulación de los precios de la energía o los tipos de interés artificialmente bajos.

Sin embargo, aunque todos estos factores han contribuido al desarrollo industrial de China, no son la base de su transformación industrial. Según los expertos, el éxito del gigante asiático se ha debido principalmente a una ubicación geográfica excepcional como núcleo manufacturero en Asia y a la combinación de un coste laboral del tercer mundo con infraestructuras del primer mundo.

Además, parece ser que hubo un tiempo en que fue al revés. En el siglo XVIII, la industria de porcelana en Europa se desarrolló gracias a los informes de los misionarios jesuitas sobre las técnicas chinas, consideradas por Pekín como secretos comerciales. Asimismo, los británicos establecieron una industria del té en India gracias al robo de plantas de té en China, ya que su exportación estaba prohibida. Pero no hace falta remontarse tanto en el tiempo, a principios del siglo XIX Estados Unidos estableció su primer complejo textil en Lowell (Massachusetts) gracias al espionaje industrial en Europa.

También en el vecindario chino encontramos casos significativos como los de Japón, Corea del sur y Taiwán, que después de la segunda guerra mundial llevaron a cabo técnicas de ingeniería inversa de la tecnología occidental. Con estos ejemplos, no se pretende justificar el robo de propiedad intelectual, sino poner de manifiesto que es una realidad universal que termina cuando los beneficios de proteger las patentes propias son mayores que los que aporta el robo de tecnología extranjera. China está cada vez más cerca de alcanzar ese punto como indica el hecho de que esté comenzando a legislar sobre el asunto.

Además, pese a las desventajas competitivas, a la mayoría de las empresas extranjeras les sigue resultando rentable su presencia en el gigante asiático debido principalmente al descomunal volumen de su mercado y a la falta de fabricantes nacionales capaces de competir en el mercado internacional de productos de alta tecnología. Y es que no hay que tirar las campanas al vuelo ya que la producción industrial china sigue muy ligada al ensamblaje final de componentes, donde los márgenes de beneficio son muy pequeños, mientras que la parte más rentable, esto es el diseño y marketing de los productos finales, sigue en manos de las multinacionales extranjeras.

Por tanto, si nos alejamos de los tópicos y los discursos precocinados donde el sentir popular es que “los chinos nos comen”, sorprende descubrir que no están haciendo nada que no hayamos hecho antes en occidente, que no están “tan avanzados” todavía y que, pese a las quejas, nuestras empresas siguen beneficiándose de su presencia en China. Pero si hacemos caso de la historia, en este caso con características chinas, ¿veremos en el futuro a occidente copiando la tecnología china de nuevo?

Putin saca el pabellón

Rusia ha anunciado oficialmente, hace unos días, el despliegue de su más moderno sistema antimisiles y de intercepción de aviones y drones, el S-400, en Vladivostok, en el extremo oriental del país y a sólo 130 kilómetros de la frontera con Corea del Norte. El regimiento de defensa aérea 1533, que opera en la ciudad sobre la costa del Mar del Japón, estaba previamente armado con los S-300, pero este año su equipo fue actualizado.

El paso dado por Moscú no es casual ni inocente. Rusia está actuando en muchos frentes a la vez en su estrategia de posicionarse otra vez como segunda potencia mundial y tiene en Oriente Próximo y Europa sus principales escenarios estratégicos. En el primer caso, Putin está triunfando consolidando a sus aliados, aumentado su presencia política y militar y apareciendo como “pacificador” de referencia, sobre todo ante la cadena de errores y ausencias de Estados Unidos.

El segundo escenario es más complicado para Moscú. A pesar de su victoria en Crimea y su permanencia militar en el este de Ucrania, no ha alcanzado sus objetivos de conseguir que la OTAN de pasos atrás en sus propósitos de integrar a ex aliados de la Unión Soviética. Y la presión rusa, de momento indirecta, sobre las repúblicas bálticas ha sido respondida con un despliegue militar disuasorio de los aliados occidentales.

¿Y en el Pacífico? El gran protagonista del escenario es China, que lleva años desarrollando una estrategia de reforzar su presencia en todos los terrenos. No es una presencia eludible ni desplazable y Estados Unidos parece haber renunciado a intentarlo. Rusia, de perfil, ha venido reforzando sus lazos con China, pero no puede quedar definitivamente fuera de juego en la zona. Eso explica el doble juego de Putin de proponer conversaciones y desplegar un sistema antimisiles mientras critica las provocaciones de Trump por hacer exactamente lo mismo.

INTERREGNUM: El amigo Xi, el rival China. Fernando Delage

El 18 de diciembre, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, presentó la esperada “Estrategia de Seguridad Nacional” de su administración. En sus 68 páginas, sus redactores—bajo la dirección del asesor de seguridad nacional, el general H. R. McMaster—han intentado una tarea imposible: combinar unas líneas de continuidad con la política exterior de administraciones anteriores, con los mensajes disruptivos del actual inquilino de la Casa Blanca. El resultado obliga a preguntarse por la utilidad del esfuerzo.

La estrategia describe de manera acertada el entorno exterior: “la competencia entre las grandes potencias ha regresado”. “China y Rusia, señala, han comenzado a reafirmar su influencia regional y global (…); están disputando nuestras ventajas geopolíticas y están tratando de cambiar a su favor el orden internacional”. El texto declara a China como un “desafío al poder, la influencia y los intereses de Estados Unidos”. Este hincapié en la naturaleza de su competencia con Pekín sí marca una significativa novedad con respecto a los documentos de otros presidentes. El escepticismo es inevitable, sin embargo, al contrastar lo que se dice con las palabras y las acciones de Trump.

El presidente ha declarado su admiración y amistad con su homólogo chino, Xi Jinping. A veces ha dado a entender que su relación personal con Xi convencerá a este último de la conveniencia de cooperar con Washington, especialmente en relación con Corea del Norte. Pero a los amigos no se les describe como hace la estrategia. Pekín no ha tardado de hecho en reaccionar negativamente a su anuncio. Más discutible es, con todo, que los medios propuestos vayan a facilitar la defensa de los intereses norteamericanos.

Uno de los pilares de la estrategia es el de perseguir la “paz a través de la fortaleza”. Pensar que mediante un aumento del presupuesto de defensa se va a frenar el ascenso de China representa un notable desconocimiento de cómo la República Popular está reforzando su influencia regional, y dotándose de unas capacidades asimétricas que minimizan el margen de maniobra norteamericano en Asia oriental. Igualmente incoherente resulta la política comercial sugerida. El documento no se equivoca al identificar algunos de los problemas que plantea la política económica de un sistema intervencionista como el chino; sin embargo, de poco van a servir las soluciones unilaterales propuestas. Washington podrá imponer sanciones a China, pero Pekín reaccionará con las suyas, perjudicando a los intereses de las grandes compañías norteamericanas. ¿Qué hará entonces Trump? Ya fue un grave error abandonar el TPP. El presidente se arriesga a ahondar aún más el aislamiento de Estados Unidos con su amenazas contra el acuerdo de libre comercio con Corea, contra NAFTA, o contra la OMC, sin que ello deriven en ningún caso ventajas para los exportadores de su país.

El problema de fondo es de credibilidad. El documento habla de una estrategia que se apoya en un “realismo basado en principios”. Pero “realista” no es un adjetivo que pueda atribuirse precisamente a Trump. El texto habla asimismo de “la indispensabilidad de la diplomacia para identificar y ejecutar soluciones”, y de la necesidad de “reforzar nuestra capacidad diplomática”. Y lo afirma el único Estado del planeta que no ha firmado el acuerdo de París sobre cambio climático (sus anteriores “compañeros” en esta categoría, Siria y Nicaragua, ya lo han hecho), y la administración que está desarbolando el departamento de Estado.

Ni hay una estrategia detrás de este documento, ni lo que declara refleja la realidad de este gobierno. La conclusión es que la política exterior de Estados Unidos está en crisis, y continuará estándolo mientras Trump permanezca en la Casa Blanca. Entretanto, lejos de favorecer su objetivo de restaurar una posición de dominio, el presidente está erosionando a gran velocidad la influencia norteamericana; una “oportunidad estratégica” para Pekín, que éste utiliza con notable habilidad.

Paulina Nazal: “La Región Asia Pacífico, fundamental para Chile”

Entrevista a Paulina Nazal, directora general de Relaciones Económicas Internacionales del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile.

Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- A principios de enero de este año fueron consultados Morgan Stanley, JP Morgan Chase y BTG Pactual acerca de cuáles serían las naciones donde la inversión y el clima político sería favorable para la economía, y su respuesta fue que Chile se posicionaría entre los mejores países emergentes para invertir en el 2017, y que los activos chilenos serían menos vulnerables a las políticas de Donald Trump.

Cerrando el año, coincidimos con esta opinión e incluso nos atrevemos a ir más allá y afirmar que desde Santiago se están desarrollando políticas económicas inspiradas en aprovechar la interesante posición geográfica que tienen, lo que sabiamente les ha llevado a mirar hacia Asia Pacífico sin olvidarse de sus vecinos. Fue precisamente esto lo que nos llevó a entrevistar a Paulina Nazal, directora general de Relaciones Económicas Internacionales (DIRECON) del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile.

La zona Asia-Pacífico está adquiriendo un protagonismo y un dinamismo económico que está cambiando las relaciones internacionales y los equilibrios económicos. ¿Qué papel puede jugar Chile en este fenómeno? ¿Y cuál debería idealmente para ustedes jugar?

La política de apertura comercial, impulsada por Chile desde la vuelta a la democracia en 1990, ha favorecido el crecimiento económico, dinamizado el comercio y aumentado los flujos de inversión directa hacia y desde nuestro país. En este proceso, la mayor ganancia ha sido mejorar la calidad de vida de los ciudadanos que se han visto beneficiados tanto a nivel general, como individualmente, pues esta apertura ha influido tanto en la generación de empleos como en la modernización de la sociedad. A nivel individual, no sólo ha permitido acceder a gran cantidad y variedad de bienes y a precios convenientes, sino también ha abierto las puertas del mundo para el emprendimiento y desarrollo económico. Hoy nuestros empresarios recorren el planeta ofreciendo sus productos y servicios.

En ese contexto, la región Asia Pacífico ha sido fundamental para Chile. Además de contar con acuerdos comerciales con 12 economías de esa región, hemos desarrollado estrechos lazos con dichas economías, en foros como APEC, en la negociación del TPP y del ahora TPP11, y a través de la Alianza del Pacífico, tanto en la negociación con los Candidatos a Estado Asociado (Australia, Canadá, Nueva Zelandia y Singapur), como mediante el plan de trabajo 2017 –2018 con los países que conforman la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN).

Otro ejemplo que evidencia el alto interés de Asia para Chile, es la reciente firma del acuerdo comercial con Indonesia, la mayor economía de ASEAN, que se materializó el 14 de diciembre pasado en Santiago, y que nos permitirá un acceso preferencial a ese gran e importante mercado.

Quisiera destacar también el trabajo de Chile en la planificación temática y logística de APEC 2019. La realización de un año APEC implicará una oportunidad única para mostrar la riqueza cultural, social y geográfica de nuestra economía a todos los miembros del Foro, así como la posibilidad de definir las grandes prioridades y entregables del año APEC Chile 2019.

En los últimos 25 años Chile se ha abierto significativamente al mercado global y en estos años han entrado a formar parte de distintos tratados económicos. El arancel que usan para tasar es objetivamente beneficioso para atraer inversión extranjera e importar productos. ¿Cómo les afectaría la ruptura del TPP?

Tras la salida de Estados Unidos, los once países restantes iniciamos un proceso de diálogo para buscar alternativas respecto al Tratado. Así, luego de varias rondas de negociación, decidimos preservar el contenido del TPP, introduciendo algunos ajustes que nos permitieron alcanzar un nuevo tratado conocido como TPP11. Este acuerdo mantendrá en su integridad el contenido del original, incluidos todos los elementos de acceso a mercados y sus disciplinas relacionadas. No obstante, se acordó una lista de disposiciones suspendidas o de no aplicación entre los 11 países, lista que se entregó en Vietnam (Cumbre de APEC) junto a la Declaración de Ministros. El propósito de los 11 países sería firmar el acuerdo durante el primer trimestre de 2018. Lo anterior será un hito muy relevante en nuestra relación con la región Asia Pacífico.

¿Visualiza Chile la Alianza del Pacifico como uno de sus mayores y más productivos mercados a día de hoy? ¿Conquistar el Mercado de Asia Pacífico es el fin último de esta alianza?

La Alianza del Pacífico es un mecanismo de integración regional conformado por Chile, Colombia, México y Perú.

Entre julio de 2016 y junio de 2017, Chile tuvo la presidencia pro témpore del bloque, período en el cual avanzamos de forma sustantiva, tanto en el trabajo intra Alianza, como en una hoja de ruta concreta con Mercosur para trabajar temas conjuntos (facilitación del comercio, cooperación aduanera, promoción comercial, apoyo a las PYMES, barreras no arancelarias y acumulación de origen, e identificación de posibles cadenas regionales de valor), así como en el acercamiento con Asia Pacífico a través del inicio de negociaciones con los Candidatos a Estado Asociado, que ya comentamos, y el plan de trabajo con ASEAN.

A lo anterior podemos sumar la implementación del Fondo de Capital Emprendedor; una hoja de ruta para la agenda digital; varios avances en materia de integración financiera; el acuerdo para empezar a trabajar un mercado de carbono regional; finalizar los acuerdos para facilitar el comercio de los suplementos alimenticios; así como la implementación de emisión y recepción de certificados de origen digital y certificados fitosanitarios electrónicos. En total nos propusimos 73 objetivos en diferentes áreas como Educación, Innovación, Pymes, Facilitación de Comercio y Género, entre otros.

El acercamiento a la región Asia Pacífico es un objetivo estratégico para el bloque y estamos avanzando de forma concreta en esa dirección.

¿Podría ser México un socio comercial y político en la zona del Pacífico para ustedes?

Con México tenemos relaciones comerciales reguladas desde 1991 cuando se firmó un Acuerdo de Complementación Económica (ACE17), que en 1999 fue reemplazado por un Tratado de Libre Comercio. Durante estos más de 25 años, hemos consolidado tanto nuestras relaciones comerciales como políticas, siendo México un socio estratégico de nuestro país. Junto a México participamos y colaboramos hoy estrechamente en el marco de la Alianza del Pacífico, del Foro APEC, OMC, de OCDE, de las negociaciones del TPP11 y de muchas otras instancias internacionales.

Con la tendencia proteccionista de la Administración Trump y la posible salida de Estados Unidos de NAFTA, o la renegociación pero a nivel bilateral, tal y como parece que sucederá, ¿Qué papel puede jugar en ese escenario el Nafta y las relaciones Chile-USA? ¿Podría Chile beneficiarse de este escenario?

Dado que se trata de un proceso en revisión de parte de sus países integrantes y del cual Chile no participa, prefiero no referirme a este proceso que está en pleno desarrollo. Lo que sí puedo asegurar es que las relaciones bilaterales con EE.UU. han sido siempre muy positivas, con un Acuerdo de Libre Comercio vigente desde hace 14 años, un intercambio comercial creciente, y un positivo desarrollo de la cooperación en un sin número de áreas, que en agosto pasado nos permitieron realizar una evaluación junto a las autoridades del gobierno estadounidense en el marco de la visita del vicepresidente de EE.UU. a Chile, Mike Pence, las cuales confirman este punto.

El experimento de ingeniería social que ni Mao se atrevió a soñar. Miguel Ors Villarejo

(Foto: Jean-François Altero, Flickr) En octubre de 1949, Aldous Huxley escribió una carta a George Orwell en la que le exponía sus dudas de que “la revolución definitiva” pudiera ser algo tan burdo como la distopía que describía en 1984. En su opinión, “la política de la-bota-en-la-cara” era insostenible. “En la siguiente generación”, teorizaba, “los gobernantes descubrirán que los condicionamientos […] son más eficaces […] que las porras y las cárceles” y que, enseñando a la gente a “amar su propia servidumbre”, puede conseguirse más que “pateándola y flagelándola”.

Cuánta razón. Salvo en algún desprestigiado régimen (Corea del Norte, Cuba), la tosca coerción de los soviets ya no se lleva. China renunció a ella hace décadas. “En los años posteriores a la revolución de 1949”, explica en Wired Mara Hvistendahl, “[Pekín] acomodó a cada ciudadano en una unidad local de trabajo, que se convirtió en el lugar de vigilancia y control. Había que espiar al vecino y hacer lo posible para evitar cualquier borrón en un expediente oficial. Era un sistema, sin embargo, que requería un esfuerzo masivo. Además, cuando las reformas [de Deng Xiaoping] obligaron a millones de personas a emigrar a la ciudad en los 80, la unidad local de trabajo saltó en pedazos”. Y aunque hubo varios intentos de recomponer el tipo de control orwelliano al que aspira todo buen revolucionario, el resultado fue siempre insatisfactorio.

Hasta que apareció el smartphone.

Al principio, el Partido Comunista Chino consideró el ciberespacio un territorio hostil, un ámbito en el que la gente podía expresarse a su antojo, reunirse, disentir. Su reacción fue la censura, pero ha ido descubriendo que, en lugar de reprimir el flujo de información, resulta más práctico embalsarlo, encauzarlo y usarlo para impulsar en la dirección deseada a los ciudadanos. Basta con que se descarguen Zhima Credit.

Detrás de esta aplicación está Alibaba, el mayor marketplace del planeta. (En un día, el 11 de noviembre, facturó 21.721 millones de euros, algo menos de lo que Inditex vende en un año). Zhima significa “sésamo” y, como la palabra que abría la cueva en la que los 40 ladrones guardaban sus tesoros, franquea el acceso al paraíso del consumo. La mecánica es sencilla: a partir de los pagos que el usuario efectúa con el móvil, la app elabora una clasificación crediticia. El modo en que se calcula no está claro, pero el algoritmo no tiene únicamente en cuenta si se está al corriente en el recibo de la luz o la hipoteca. También considera qué estudios se han cursado o con quién se junta uno, una información que los usuarios hemos ido volcando voluntariamente en las redes sociales. Según su director general, Zhima Credit no pretende simplemente agilizar la concesión de préstamos, sino “asegurarse de que las malas personas no tengan un sitio en nuestra sociedad y las buenas vayan a donde les plazca”.

Literalmente. Cada vez que la abres, la aplicación te dice cuál es tu puntuación y, si esta cae por debajo de un determinado nivel, te encuentras con que no puedes viajar a determinados lugares, ni comprar ciertos artículos, ni alojarte en los mejores hoteles, ni por supuesto obtener crédito en ningún banco. Hvistendahl cuenta que eso fue lo que le pasó a Liu Hu, un periodista que acabó en la Lista de Gente Deshonesta después de publicar un artículo supuestamente difamatorio.

Por supuesto, si uno paga sus facturas, rehúye las malas compañías y no difunde “rumores falsos”, la clasificación mejora. Y cuando eso sucede, el cerebro libera las correspondientes endorfinas y se experimenta una grata sensación, parecida a la que debía de obrar el soma en los personajes de Un Mundo Feliz.

El único modo de mantenerse fuera del alcance de Zhima es usar dinero físico, pero se trata de un hábito en vías de extinción, propio de salvajes. A base de correr hacia el futuro más deprisa que nadie, los chinos se han metido ellos solos en la vieja pesadilla totalitaria, sin necesidad de porras ni cárceles, como anticipó Huxley.

El hilo rojo invisible. Gema Sánchez.

Wang tiene 25 años, es un joven urbanita y moderno que está a la última en aplicaciones para el móvil y en música actual. Tiene un empleo estable, aunque con una remuneración algo baja para el gusto de su familia. Aun así, ha llegado muy lejos si se compara con su padre, un campesino que emigró a la ciudad, donde ahora regenta una pequeña tienda. Su madre le dice que todavía no es un buen partido, que debe conseguir un trabajo con mayor salario para poder tener una vivienda en propiedad, sólo así tendrá posibilidades de encontrar una novia y casarse. Como él, miles de jóvenes chinos sufren la presión familiar.

Cuando Wang nació, en China estaba en vigor la política del hijo único y las parejas en edad fértil preferían ser padres de un varón puesto que, según la tradición, a los ancianos les cuidan el hijo y la nuera. Ambas circunstancias produjeron un brusco descenso en el número de niñas, de forma que, a día de hoy, son millones los jóvenes que no encuentran pareja. Se calcula que en unos tres o cuatro años habrá millones de hombres, especialmente en el ámbito rural, que no encuentren esposa, con las dramáticas consecuencias que esto conllevará desde el punto de vista demográfico y sociológico.

A día de hoy, las chicas tienen muchas opciones para elegir marido, así que ponen el listón muy alto: un buen sueldo, una vivienda, un coche… símbolos de estatus e indicadores de la “valía” del candidato. Sin embargo, todo esto debe conciliarse con otra costumbre que dice que las bodas deben unir a “familias con puertas del mismo tamaño”, es decir, de una condición social parecida. Sobre esta base, se asientan muchos de los matrimonios concertados que todavía siguen celebrándose en China.

Con este panorama, a Wang y a otros muchos chinos de su generación, no les queda otro remedio que presentar su “currículo” para competir en la búsqueda de esposa. Los avances tecnológicos también han llegado al terreno de las relaciones amorosas, de forma que son miles los que buscan pareja para casarse a través de páginas de contactos. Una forma aséptica de postularse como novio ideal o, en el caso de las chicas, de poner condiciones y exigencias durísimas (desde la altura o la forma de la cara, hasta la manera de hablar o reírse, sin olvidar el tipo de trabajo, por supuesto). Los formularios que deben rellenar los aspirantes para ser clasificados en estas Web son extensísimos y sumamente detallados, tanto que algunos no saben bien cómo responder para obtener mejor nota. Vistos estos nuevos métodos, los cartelitos que los padres colocan en el famoso Parque del Pueblo de Shanghái, describiendo las innumerables bondades de sus hijos, resultan cuanto menos enternecedores.

Uno podría preguntarse, ¿entonces dónde queda el romanticismo que destilan todas esas películas tan de moda en China? Tal vez la respuesta sea que, en muchos casos, debe quedar para después, cuando los interesados y sus familias puedan respirar tranquilos, una vez que el matrimonio esté más o menos asegurado y pueda ser beneficioso para todos. Sin embargo, este pragmatismo no garantiza la felicidad en la pareja, no en vano la cifra de divorcios en China aumenta con los años. Todo esto parece que pone en entredicho aquel viejo proverbio chino que decía: “Un hilo rojo invisible conecta a aquellos destinados a encontrarse a pesar del tiempo, el lugar y las circunstancias. El hilo se puede apretar o enredarse, pero nunca se romperá”. Habría que añadir: si es que hay hilos rojos para todos.

Corea del Norte como catalizador

Donald Trump no parece un buen gestor de recursos humanos. Desde que llegó a la presidencia sus asesores, sus colaboradores, los altos cargos nombrados por él y el entramado de gestión ha sufrido bajas y altas fulminantes, no todas suficientemente explicadas que han provocado seísmo en la Administración por la incertidumbre que provocan esos cambios constantes y aparentemente sin sentido. Y a la vez, como han venido subrayando en esta página nuestros colaboradores, demostrando una parálisis en nombramientos en el Departamento de Estado y, lo que es más grave, en la definición de líneas estratégicas estables en la política exterior respecto a áreas tan sensibles como Siria y todo Oriente Medio y la zona de Asia-Pacífico.

Como informamos en esta edición, Rex Tillerson, próximo a un relevo por su falta de entendimiento con Trump como adelantó 4Asia, ha hecho declaraciones los últimos días señalando la importancia de abrir conversaciones, que no negociaciones, con Corea del Norte para serenar la tensa situación. Ya discutir la forma de la mesa en la que sentarse, o definir dónde reunirse, sería un avance, ha señalado con razón el secretario de Estado, y añadido que unas conversaciones probablemente entrañarían una tregua tácita de ensayos de misiles o de nuevos despliegues, al menos mientras se habla, y esto ya  sería un avance, ha dicho.

Es seguro que Corea del Norte quiere hablar porque busca un reconocimiento como potencia nuclear, aunque es más dudoso que vea este proceso de la misma manera que Tillerson. Y, al mismo tiempo, existe una duda razonable sobre si las palabras de Tillerson son exactamente un encargo de Trump o un intento autónomo de despedirse de su cargo como hombre que ha tenido iniciativas destacadas. En cualquier caso, sigue una lucha por el poder en la Administración estadounidense en la que los continuos cambios del presidente sirven de acicate y Corea del Norte y la tensión es un buen instrumento para situarse en un escenario en el que todo es posible.

Si no fuera porque un eventual conflicto tendría graves consecuencias, el panorama sería divertido. Mientras, el presidente sigue sin definir claramente el papel que quiere para EEUU en los grandes conflictos y juega al ajedrez con su entorno.

Washington: Navidad en las decoraciones; el espíritu está ausente. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- A mediados de la semana pasada veíamos un Secretario de Estado que finalmente asumía su rol y expresaba con la fuerza que le da su posición que “Estados Unidos estaría dispuesto a dialogar con Corea del Norte”. La prensa por un momento se sintió en los EEUU de siempre, donde la cabeza del Departamento de Estado tenía voz y la usaba, hablaba y se le oía y, por si fuera poco, decía algo concreto sobre la situación más compleja que enfrenta la Administración Trump.

¡Reunámonos! Fue la invitación directa que hizo, “podemos hablar de establecer plazos, e incluso de que tipo de mesa usar”, en un tono más jocoso, “si negociamos en una mesa redonda o una cuadrada, o tal vez sobre el estado del tiempo, si eso es lo que ellos prefieren. Pero al menos deberíamos sentarnos y vernos las caras los unos a los otros”. Y fue aún más allá afirmando que realísticamente entiende que Pyongyang no va a parar su programa nuclear, después de los avances que han hecho y lo que han invertido. Lo que a su vez lo lleva a explicar que, de llegar a una especie de mesa de dialogo, Kim Jung-un entenderá que habrá que parar los ejercicios y las pruebas de misiles. Esta apertura en negociar con Pyongyang, marca un antes y un después en la política exterior de Trump.

De acuerdo con el embajador Joseph Detroni, comisionado para el grupo de conversaciones de Seis Partes (The Six Party Talks, por su nombre en inglés) que fue creado en el 2003, por Estados Unidos, China, Corea del Norte, Corea del Sur, Japón y Rusia; las palabras de Tillerson son, en su opinión, la única salida posible a la bloqueada situación. Detroni valora muy positivamente la posición del secretario de Estado, porque podría abrir una salida real, y con la condición lógica de que mientras se conversa no puede haber intimidaciones a través de lanzamientos ni pruebas nucleares, como una prueba de fe y confianza entre las partes. Y si Pyongyang se sentara en esa supuesta mesa, ese tiempo de no recurso a los lanzamientos podría llevar a negociaciones formales mientras Corea del Norte se podría beneficiar con parte de levantamiento de las sanciones.

Todo esto nos hace plantearnos una pregunta ¿Ha habido un cambio real en la política exterior de Estados Unidos hacia Corea del Norte? Según la Casa Blanca, que replicó casi inmediatamente, ¡No! Lo que nos lleva a considerar que la estrategia de Rex Tillerson se basa simplemente en usar la diplomacia, como una herramienta (finalmente) o bien, que está intentando desesperadamente mejorar su golpeada imagen de “líder sin liderazgo”, que ha permanecido bajo la sombra en la segunda posición más importante en este país, y de las primeras posiciones en el contexto internacional.

Mientras tanto, el Financial Time afirma que esta semana Trump acusará a China de “agresión económica” en el momento en el que revele su estrategia de seguridad nacional, como una estrategia que defina a China como un competidor en todos los ámbitos, lo que lo convierte en un inminente riesgo. Sigue así con la línea de la campaña electoral que quedó neutralizada con la visita de Xi Jinping a Estados Unidos y por los intentos de Trump de conseguir el apoyo de Beijing con Corea del Norte.

De establecerse oficialmente la postura anti China, los avances conseguidos en la grave situación de Corea del Norte quedarían en un despeñadero. En él, las palabras de Tillerson podrían ser la única solución posible en la que en la mesa de diálogo se juegue a conversar, y en esa tónica diplomática el mundo gane un poco de tranquilidad, porque los misiles no estarán volando por encima de las cabezas de los japoneses, lo que a la vez detiene (al menos mientras dure la negociación) los ejercicios nucleares y evita más pruebas de ensayo y error.

La enigmática imperturbabilidad del índice del miedo. Miguel Ors Villarejo

(Foto: Dryhead, Flickr) Tras la caída del Muro de Berlín, los inversores dejaron de prestar atención a los debates electorales en los países ricos. Ese análisis se reservaba para el Tercer Mundo, donde sí te podía llegar al poder un partido que no reconocía los compromisos con el Fondo Monetario Internacional y sus lacayos imperialistas, y que te decretaba una moratoria unilateral o te nacionalizaba la banca de un día para otro.

En Occidente ese estadio parecía superado. Gobernara quien gobernara, se daba por supuesto que la gestión económica sería ortodoxa. Ahora no está claro. La Gran Recesión ha hecho verosímiles escenarios impensables. Si alguien le hubiera dicho hace solo un año que el Reino Unido iba a salirse de la Unión Europea o que el Parlamento catalán declararía la independencia, lo más probable es que se hubiera sonreído.

Pues ya ve.

Algunos bancos como Citigroup han incorporado a sus servicios de estudios a expertos en ciencias sociales para que les ayuden a prever estos cambios, pero no es fácil. Una de las herramientas de que disponen son los indicadores de riesgo geopolítico (GPR, por sus siglas en inglés), que rastrean los medios de comunicación en busca de informaciones sobre guerras, atentados, ensayos nucleares, etcétera. En principio, la abundancia de malas noticias encarece el coste del capital (los ahorradores exigen una rentabilidad superior cuando el peligro aumenta) y, por tanto, anticipa una ralentización del crecimiento. Por ello, la evolución de los GPR y la volatilidad suelen ir de la mano.

Esta correlación se ha roto, sin embargo, desde principios de 2017, lo que ha sumido “en la perplejidad a los observadores”, escriben en Vox los investigadores Lubos Pastor y Pietro Veronesi. Por una parte, el índice de Baker, Bloom y Davis “se halla muy por encima de su media de largo plazo. Esto no supone ninguna sorpresa, dada la incertidumbre que se cierne sobre las medidas de la Administración estadounidense. Pero, por otra parte, el […] índice VIX de volatilidad está en mínimos”.

Al VIX también se le conoce como “índice del miedo”, porque suele dispararse cuando la bolsa cae a plomo. Por ejemplo, el día siguiente al brexit el Ibex registró una pérdida del 12,5% y el VIX ganó un 49%. ¿No debería estar subiendo ahora, con media Europa en alerta terrorista, Kim Jong-un lanzando cohetes y Washington retirándose de tratados diplomáticos y comerciales? ¿Por qué no están nerviosos los inversores?

Pastor y Veronesi creen que no se fían de lo que leen. “Las señales que llegan de la nueva Administración [estadounidense] son difíciles de valorar. […] Un día la OTAN es obsoleta y al otro no. Un día Pekín se dedica a manipular las divisas y al otro no. Un día Donald Trump se lleva bien con Vladimir Putin y al otro no”.

El desconcierto ante estas idas y venidas se ha visto potenciado por los burdos intentos de manipulación, el más famoso de los cuales fue el empeño del presidente en que su toma de posesión había sido más multitudinaria que la de Barack Obama, cuando las fotografías de los dos actos mostraban claramente lo contrario. Como dice en Sopa de ganso Groucho Marx: “¿A quién va usted a creer? ¿A mí o a sus propios ojos?” Solo en los primeros 100 días, el Washington Post cogió a Trump en 492 tergiversaciones o mentiras. Ahora ya supera las 1.600.

La autoridad de un presidente de Estados Unidos no radica únicamente en las presiones que ejerce como general del mayor ejército del planeta o responsable de una gigantesca economía. Una declaración suya, incluso un gesto bastan a veces para mover voluntades en un sentido u otro. Este poder blando debe, sin embargo, emplearse con cautela, porque, como una moneda, se devalúa rápidamente si la emisión es excesiva.

Trump ha provocado una inflación de promesas y bravatas que se han revelado falsas o irrealizables y, ante la imposibilidad de interpretar sus señales, los inversores han dejado de tenerlas en cuenta. Por eso el VIX está plano. No es que todo vaya bien y no se vea ninguna amenaza por delante. Es que no se sabe lo que puede haber.

INTERREGNUM: Moon en Pekín. Fernando Delage

Tras varios meses de tensiones bilaterales, el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, realizó una visita oficial a China la semana pasada. La razón principal de las tiranteces entre ambos países ha sido el despliegue de un sistema de defensa antimisiles por Seúl (realizado bajo la administración de la presidenta Park Geun-hye, destituida en marzo), y las duras sanciones económicas impuestas por Pekín como respuesta.

Aunque fue una medida que tenía como objeto reforzar las defensas surcoreanas con respecto a la amenaza que representa Pyongyang, Pekín la interpreta como parte de la estrategia de Estados Unidos dirigida a debilitar sus capacidades estratégicas. Ambas partes parecían haber llegado en octubre a un acuerdo para dejar de lado sus discrepancias. Seúl se comprometió a no ampliar el número de plataformas desplegadas, y declaró que ni participará con Washington en una red regional de defensa antimisiles, ni se sumaría a ningún tipo de alianza trilateral con Japón y Estados Unidos en la región. A cambio, Pekín reduciría las sanciones a las empresas surcoreanas. No obstante, durante la visita de Moon, el presidente Xi Jinping reiteró la posición de su país sobre dicho sistema defensivo, que—según indicó—espera Corea del Sur “continúe respetando y considerando desde la perspectiva adecuada”.

No debe sorprender que tanto la prensa como la oposición política surcoreana hayan calificado la visita como un fiasco. Si a ello se suman la gestión del protocolo—a Moon lo recibió a su llegada un mero viceministro y no se le ofreció el almuerzo de rigor con el primer ministro chino—, y el acoso de la seguridad china a periodistas surcoreanos que acompañaban a su presidente, su viaje puso de relieve cómo actúa una República Popular más poderosa con quien no sigue sus preferencias políticas.

Sin embargo, como corresponde a un presidente surcoreano de centroizquierda, su perspectiva sobre Corea del Norte sigue más próxima de la de Pekín que la de Washington. Tema central en su agenda bilateral, Moon y Xi acordaron cuatro principios con respecto a la cuestión: no aceptarán una guerra en la península; están firmemente comprometidos con la desnuclearización; ésta debe perseguirse mediante negociación; y la mejora de las relaciones intercoreanas es decisiva para la resolución de la crisis. Pese a la obviedad de dichos principios, resulta llamativo que no hubo ni comunicado final ni comparecencia de prensa conjunta. Adversarios en la guerra de Corea (1950-53), China y Corea del Sur celebran este año el 25 aniversario del restablecimiento de relaciones diplomáticas. En este periodo, la República Popular se ha convertido en el primer destino de las exportaciones y de las inversiones directas surcoreanas. Al igual que otras naciones asiáticas, Seúl afronta ese complicado dilema de cómo equilibrar las relaciones entre su principal socio económico—China—y su aliado estratégico, Estados Unidos. Con la complicación añadida, compartida con Pekín, de una animosidad con Tokio derivada de la historia.