China, Estados Unidos y la trampa de Tucídides. Miguel Ors Villarejo

En su Historia de la Guerra del Peloponeso, Tucídides atribuye el conflicto al temor que la creciente preponderancia de Atenas inspiraba en Esparta. “Introdujo en la historiografía la noción de que las contiendas tienen causas profundas y que los poderes establecidos están trágicamente condenados a atacar a los emergentes”, escribe el catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad de Pennsylvania Arthur Waldron. Esta tesis, bautizada como trampa de Tucídides, “es brillante e importante”, observa, “pero ¿es cierta?”

Ni siquiera en el caso del Peloponeso. La literatura sobre la materia es amplia y concluyente: los espartanos no estaban interesados en pelearse con nadie. “Instalados en el oscuro sur”, escribe Waldron, “llevaban una sencilla vida campestre. Usaban trozos de hierro como moneda y comían sus alubias cuando no estaban adiestrándose para el combate”. Su rey Arquídamo II hizo lo que pudo para evitar el enfrentamiento y, solo cuando los atenienses se negaron a levantar el embargo a Mégara, invadió el Ática.

La trampa de Tucídides ha sido desmentida en infinidad de ocasiones. ¿Desató Rusia las hostilidades contra Japón en 1905? No. Fue Japón el que le hundió la flota al zar. ¿Adoptó Washington medidas preventivas contra Tokio en 1940? No, fue Tokio el que ocupó Indochina, firmó el Pacto Tripartito con el Eje y bombardeó Pearl Harbor. ¿Y agredieron Francia y Reino Unido al Tercer Reich? No, fue Hitler quien se anexionó Alsacia, los Sudetes, Austria y Polonia.

A pesar de toda esta evidencia, Waldron se queja de que la profesora de Harvard Graham Allison inste a Washington en Condenados a la guerra a hacer concesiones a Pekín para no sucumbir, como Esparta, a la trampa de Tucídides. Waldron dedica a Allison todo tipo de lindezas. Dice que sabe poca historia de China y que su libro es desconcertante y farragoso, y es obvio que la mujer no se ha documentado lo suficiente sobre cómo funciona la dichosa trampa, pero, en el fondo, ¿qué más da quien abra las hostilidades? Se trata de preservar la paz, y la emergencia de nuevos poderes genera siempre tensiones insuperables. ¿O no?

En realidad, la irrupción de una potencia no tiene por qué terminar en un Armagedón. Imaginen, dice Waldron, que un grupo de naciones formara una coalición cuyo PIB y territorio fuesen mayores que los de Estados Unidos y capaz de movilizar a casi dos millones de soldados. ¿Lo consentiría la Casa Blanca? La trampa de Tucídides sostiene que no, pero los hechos dicen que sí: es la Unión Europea.

“No culpen a Allison”, escribe Waldron con condescendencia. El problema es la ignorancia sobre China, que ha alentado una “plétora de fantasías, algunas pesimistas y otras absurdamente radiantes”. Los asuntos internacionales son más tediosos y no se gestionan con golpes de efecto (hostiles o amistosos), sino mediante una sorda labor diplomática. “La razón por la que las ciudades estado griegas […] habían vivido en paz [hasta la Guerra del Peloponeso]” fue “la red de amistades que establecieron sus líderes”. Por desgracia, “la peste mató a Pericles, el hombre clave de esta maquinaria”, “las pasiones se adueñaron [de Atenas]” y “la lucha se reanudó con redoblada fiereza”.

La hora de Francia

Superadas las celebraciones y apurados los primeros tragos amargos por sombras de corruptelas que han obligado a Enmanuel Macron a realizar ya varios ajustes de Gobierno, llega la hora de la verdad, la hora de tomar decisiones importantes y reveladoras de intenciones más allá de los discursos electorales.

Es verdad que el presidente Macron no lo tiene tan fácil como parece. Llegado en una ola de popularidad y apoyo, está sustentado por un partido organizado apresuradamente sobre los resentimientos, los fracasos y las derrotas de las otras formaciones. Esto obliga al presidente y a su Gobierno a decisiones cuidadosamente equilibradas y alejadas de posiciones ideológicas fácilmente etiquetables.

Así, y en la mejor traición francesa, Macron ha tomado decisiones urgentes que estaban pendientes y que apuntan al mantenimiento de criterios proteccionistas respecto a empresas francesas en crisis; por ejemplo, varios astilleros, y ninguna señal de querer la liberalización de un sistema que está fuertemente intervenido en muchos sectores. Una cosa son los discursos críticos con el presidente Trump y otra es poner en marcha medidas que demuestren que está dispuesto a diferenciarse en la práctica.

Sin embargo, hay un vector que empuja a Macron a no ser demasiado proteccionista y nacionalista, y es que la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea le obliga a volver a estrechar los lazos de Francia con Alemania y este país, que no es un campeón del liberalismo pero si temeroso de la excesiva intervención del Estado, va a poner límites a la política francesa.

En todo caso, es Francia y no Alemania el país con más actividad en la política exterior europea, y aspira a ocupar los espacios que pueda en Asia Pacífico. La concepción francesa de su propio papel, el aroma de grandeur, sus propósitos de fortalecer su industria y su presencia militar, la necesidad de proteger a sectores económicos que temen competir con productos asiáticos y sus deseos de volver a los escenarios de Oriente Medio van a marcar cierta política en nombre de Europa que no debemos perder de vista.

INTERREGNUM: Asia y la crisis de Qatar. Fernando Delage

La ruptura de relaciones diplomáticas con Qatar por parte de Arabia Saudí, Emiratos, Egipto, Bahrain y Yemen puede rehacer el mapa del Golfo Pérsico, con importantes consecuencias económicas y políticas más allá de Oriente Próximo. En el caso de Asia, países de población musulmana como Malasia, Indonesia o Pakistán, tendrán que esforzarse para no verse atrapados en la lucha de poder en la región. Mayores implicaciones puede tener la crisis para China, dado el volumen de su comercio e inversiones con las dos partes partes enfrentadas, así como su creciente proyección diplomática en la zona.

A priori el impacto parece más político que económico. El aislamiento diplomático de Qatar empuja a éste hacia Irán, Turquía y Rusia, agravando la polarización regional y debilitando el Consejo de Cooperación del Golfo (al que pertenecen las seis monarquías locales: Arabia Saudí, Emiratos, Qatar, Kuwait, Omán y Bahrain). Décadas de infiltración y de apoyo financiero saudí en el mundo islámico hacen más difícil para muchos Estados mantenerse al margen de la disputa. Para algunos, el momento no puede ser más desafortunado: el ministro de Asuntos Exteriores de Malasia, por ejemplo, visitó Qatar hace sólo unas semanas con la intención de reforzar las relaciones bilaterales.

Para Pakistán el dilema es aún mayor. En 2015, para sorpresa de Riad, el Parlamento rechazó la petición saudí de participar en la operación en curso en Yemen. Cuando, dos años más tarde, los saudíes solicitaron a Pakistán que el exjefe de las fuerzas armadas, el general Raheel Sharif, asumiera el mando de la alianza liderada por Riad, Islamabad no pudo negarse. El gobierno paquistaní se justificó indicando que Sharif utilizaría su posición para mediar entre Arabia Saudí e Irán, pero sus relaciones con Teherán se han agravado con rapidez y la violencia se ha incrementado en la frontera con la República Islámica. La visita a Riad del primer ministro Nawaz Sharif hace quince días es un reflejo de su difícil posición: el número de trabajadores paquistaníes en Arabia Saudí y Emiratos supera los tres millones, y sus remesas suponen 8.000 millones de dólares al año (las cifras son apenas significativas en el caso de Qatar), pero Islamabad no puede permitirse un enfrentamiento con Teherán y Ankara incorporándose a una “cuasi-alianza” Washington-Riad.

La crisis en el Golfo puede, por otra parte, complicar la ejecución de la Nueva Ruta de la Seda propuesta por China. Además de que otros países puedan sumarse al boicot impuesto por Arabia Saudí, Pekín teme que, para desestabilizar Irán, Riad extienda sus movimientos a Baluchistán, provincia paquistaní clave para la iniciativa china. El alineamiento de Washington con Arabia Saudí y Emiratos puede, por lo demás, crear nuevas presiones diplomáticas sobre la República Popular. China es el mayor socio comercial de Qatar y se encontraba negociando un acuerdo de libre comercio con el Consejo de Cooperación del Golfo antes de que estallara la crisis. Qatar es el segundo suministrador de gas natural a China, y Arabia Saudí su tercer suministrador de petróleo. A partir de de 2010, China sustituyó a Estados Unidos como mayor exportador a Oriente Próximo, y primer importador de recursos energéticos de la región.

Durante la reciente visita a Pekín del rey Salman de Arabia Saudí, ambos gobiernos acordaron una “asociación estratégica” bilateral. Además de contratos por valor de 65.000 millones de dólares, los dos países firmaron un acuerdo en materia de seguridad por cinco años, que incluye la lucha contra el terrorismo y maniobras militares. Nada de ello parece incompatible con la privilegiada relación que China mantiene con Irán. Durante su visita a Teherán en enero del año pasado, el presidente chino, Xi Jinping, y su homólogo Hasan Rouhani fijaron el objetivo de que el comercio bilateral alcance nada menos que 600.000 millones de dólares en el plazo de una década, la mayor parte en relación con la Ruta de la Seda. Desde 2016, ambos países intercambian mercancías a través de una línea ferroviaria directa que cruza Asia central, y que en pocos años se transformará en una conexión de alta velocidad que llegará hasta Turquía. Tanto Teherán como Ankara—ya se mencionó—, apoyan a Qatar. Como China empieza a descubrir, el avispero de Oriente Próximo puede condicionar los planes de las grandes potencias.

El deterioro de relaciones entre Washington y Pyongyang se agudiza. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Otto Warmbier es un buen ejemplo del extremismo que impera en Corea del Norte. Condenar a un joven universitario a 15 meses de trabajos forzados por intentar robar un póster de propaganda del régimen norcoreano es todo un símbolo. Y la gran incógnita que nos deja es cual fue la razón que lo llevó a un coma en el que vivió durante un año y que tras su liberación le produjo su fallecimiento. Esta defunción pone en un punto mayor de tensión, si cabe, las frágiles relaciones entre Washington y Pyongyang. ¿Y ahora qué?

Está claro que todos los intentos de Washington por evitar que Corea del Norte se hiciera con armas nucleares han fracasado. Mucho antes de que Pyongyang comenzara su carrera armamentística, Estados Unidos intentó sin ningún éxito evitarlo. Han sido distintas las maniobras para neutralizar la dinastía Kim con sanciones, ejercicios militares, presión externa, y más reciente el intento del presidente Trump de una maniobra novedosa de acercamiento a China, a pesar de la larga lista de calificativos negativos que usó durante la campaña en su contra Pekín. Trump apostó por pedirle a Xi Jinping directamente que intercediera en la tensa situación entre Estados Unidos y Corea del Norte. Y esta semana pasada, justo después de que fuera anunciada la muerte del estudiante, Trump publicó a través de un twitter que al menos sabe que China lo intentó. Sin embargo, no funcionó.

Mientras tanto, en el otro lado del Pacífico se llevaron a cabo maniobras aéreas de mano de los japoneses en cooperación con los estadounidenses a pocas horas de conocerse la noticia de la muerte de Warmbier. Al respecto, el medio oficial del régimen de la dinastía Kim dedica un par de editoriales en los que advierten a Japón de que podrían convertirse en su objetivo, además de recordarle a Corea del Sur que seguir a Trump los llevará a un desastre.

En medio de esta grave situación de dimes y diretes, la Administración estadounidense está intentando tomar el control de la situación. El pasado miércoles, en otro intento diplomático, se llevó a cabo en Washington una reunión de alto nivel entre funcionarios estadounidenses y chinos en la que el Secretario de Estado, Rex Tillerson, recordó a China “que tienen una responsabilidad diplomática de ejercer mayor presión económica y política al régimen de Kim Jon-un, para prevenir una escalada de violencia en la región”. Mientras, el Secretario de Defensa, James Mattis, afirmaba que los Estados Unidos seguirán tomando las medidas necesarias para defenderse y defender a sus aliados. Todo apunta a que aumentarán su presencia militar en la región y que la Administración Trump continuará presionando para conseguir que sean impuestas más sanciones a la dinastía Kim, a la vez que Tillerson terminaba el encuentro anunciando que Trump visitara a China en el transcurso de este año, como quien quiere ofrecer un premio con el que ejercer coerción diplomática.

De acuedo con David Sanger y William Broad, periodistas del New York Times, Estados Unidos está jugando un papel clave en el gran número de misiles fallidos de Corea del Norte, que explotan en el aire, que se desintegran o acaban en el mar. Hace tres años Obama ordenó intensificar los ataques electrónicos a Corea del Norte. El 88% de los lanzamientos de sus misiles han fallado, por lo que afirman que es parte del sabotaje de los estadounidenses a los programas cibernéticos al régimen de Pyongyang.

Sin embargo, reconocen que hay un grupo de expertos que se muestran escépticos con esta teoría y que explican que el margen de error puede deberse a problemas técnicos y/o de manufactura. Advierten que la prueba de que no estarían manipulados por Washington está en que en los últimos meses los coreanos del norte han lanzado 3 misiles de mediano alcance con éxito.

En lo que sí coinciden casi todos los expertos es en que Pyongyang tendrá un misil nuclear antes de que el presidente Trump termine su periodo presidencial. Y a esa amenaza Washington ha respondido aumentando sus radares de alerta temprana en las principales bases militares del país. Solo en la costa oeste, la más vulnerable a un posible ataque norcoreano, se han instalado 36 interceptores capaces de neutralizar misiles en vuelo. Paralelamente a los intentos diplomáticos y pacíficos se ha conocido que la Casa Blanca está valorando un ataque a Corea del Norte, en el que se pretendería erradicar el régimen cuyo tercer heredero ha potenciado drásticamente su carrera armamentística.

Las dudas no son pocas. Sólo la geografía de Corea del Norte es un gran obstáculo por su complejidad montañosa, además de la dificultad de acabar con el presidente norcoreano, pues Kim Jong-un, como todos los dictadores de su horma, está muy obsesionado con cambiar permanentemente de ubicación.

Esperemos que ante esta posible y drástica amenaza China reaccione con inteligencia y ponga a Kim Jong-un entre la espada y la pared. China cuenta con los mecanismos pra hacerlo, las caudalosas cuentas de las figuras del régimen están en sus bancos, así como el origen de la mayoría de las importaciones que salen de China a Corea del Norte. Esperemos, en fin, que la cordura sea el timón de este barco que cada día está más a la deriva y con rumbo muy negro.

Discursos y trampas

Una de las acusaciones más frecuentes contra China es el maltrato a los trabajadores, la carencia de protección de estos respecto a los empresarios, la facilidad de despido el trabajo de menores y otras tantas cosas parecidas.

Es obvio que en este tipo de acusaciones se mezclan verdades, verdades a medias y falsedades notorias, y que están todas teñidas de una fuerte ideologización. Y se puede hacer al respecto un ejercicio interesante. Reunamos todo lo que se dice de la reforma laboral en España y situémonos en una posición de observación desde fuera, como si no tuviéramos datos propios. En este caso sería fácil caer en la tentación de pensar que en España hay trabajadores en régimen de esclavitud, sin derechos, sometidos a la imposición empresarial y en un escenario de despidos, no solos libres, sino arbitrarios. Y todo esto en falso.
De la misma manera es rotundamente falso que en China no exista una legislación laboral. Que ésta requiera un perfeccionamiento desde la arbitrariedad que suponía el maoismo anterior y que la haga compatible con el crecimiento y la creación de empresas parece evidente, pero subrayemos que en China sí existe un sistema de seguridad social, pero aún se encuentra en construcción. En la medida que las empresas eran públicas en su mayoría éstas ya proveían al trabajador de prestaciones sociales, pero con el cambio de modelo económico operado en China los últimos 20 años, el sistema anterior se ha empezado a tambalear; en consecuencia, poco a poco (sobre todo después de 2010) se está intentando desarrollar un sistema que asegure pensiones de jubilación, atención médica, subsidio de desempleo y subsidio en caso de maternidad, pero las coberturas aún no son ni mucho menos universales.
China ha iniciado un modelo de crecimiento que necesita crear mercado, estimular empresas y, sobre todo, hacerlas competitivas en los grandes mercados internacionales. Aumentar los costes de producción, exigir aumentos salariales generalizados al margen de la productividad real y pretender que se haga a golpe de decreto sería, como en España, abonarse a que haya, esta vez sí, despidos masivos, pobreza y una gran inestabilidad social que, en el caso chino, sería una amenaza de escala planetaria.
Esto no quiere decir que los chinos y su sistema sean los buenos de la película; pero el asunto es lo suficientemente complejo para que se hagan reflexiones sosegadas y pegadas a la realidad y no desde púlpitos confortables en universidades progresistas o despachos sindicales que defienden privilegios. La exigencia de derechos “occidentales” para algunas sociedades es, en el fondo, un argumento que apoyaría algún sector de la Administración Trump por lo que tiene de barrera para el libre mercado. Hay que establecer normas para dar seguridad jurídica y estabilidad a los mercados, pero éstas no deberían ser instrumentos para mantener la intervención, el dirigismo económico y las barreras a la libertad que perpetúan la pobreza.

¿Está China lista para relevar a Estados Unidos? Miguel Ors Villarejo

Cuando arrancó el actual milenio, el PIB chino apenas suponía un 12% del estadounidense. Hoy es el primero del planeta. En tres lustros escasos ha acabado con siglo y medio de supremacía americana. Esta fulgurante expansión, que prosigue a tasas cercanas al 7%, ha ido acompañada por sendos incrementos del gasto militar y de la autoestima, y han animado a Pekín a reclamar la soberanía de prácticamente cualquier islote en disputa del Pacífico.

Por su parte, India crece aún más deprisa que China y, si a estos dos colosos se les suma Japón, es difícil no concluir que la Tierra bascula hacia el este. “El secular dominio occidental del mundo de los negocios toca a su fin”, escribe Gideon Rachman en Easternization: Asia’s Rise and America’s Decline from Obama to Trump and Beyond.

Este relevo no sería solo producto de la pujanza oriental, sino de nuestro declive. Mientras Europa lidia con el brexit y los populismos, las rencillas internas paralizan la OTAN y Estados Unidos sigue embarrancado en las interminables campañas de Irak y Afganistán. Tampoco es de gran ayuda la reluctancia occidental a invertir en armas. Rachman observa que incluso una potencia bélica como Reino Unido ha recortado tanto su presupuesto de defensa que todo su ejército cabe ahora en el estadio de Wembley, y aún sobran 16.000 asientos.

La acción combinada de estas tendencias alumbra un escenario poco halagüeño para Occidente y, aunque en la reseña que dedica Jessica Mathews al libro de Rachman en la New York Review of Books admite que su exposición de los hechos es impecable, cuestiona que vaya a traducirse “en una mayor influencia de las naciones asiáticas”.

Para empezar, el Este no forma un bloque homogéneo, ni siquiera bien avenido. “No hay un Oriente comparable a Occidente”, argumenta Mathews. “Aunque la región ha avanzado en la integración comercial, sigue dividida por los conflictos, el recuerdo de viejos agravios y profundas brechas culturales”. La nómina de aliados de Pekín no es muy impresionante. Se reduce, básicamente, a Pakistán y Corea del Norte, y supone “una carga más que un alivio”

Washington cuenta, por el contrario, con el firme respaldo de Japón y Corea del Sur y, desde la presidencia de George W. Bush, ha sabido ganarse a la India. Ahora es Estados Unidos, y no Rusia, el principal proveedor de armas de Nueva Delhi.

La propia China tiene suficientes problemas en casa como para pensárselo antes de salir a buscar más fuera. La legitimidad del Partido Comunista es precaria y, aunque lograra mantener los ritmos de crecimiento del pasado, deberá hacer frente a una grave crisis demográfica cuando en los próximos años empiece a jubilarse una generación “que dispondrá para mantenerse de un hijo y una inadecuada red de seguridad social”.

Finalmente, la occidentalización no ha sido producto únicamente de la presión militar y económica. Decenas de millones de personas de todo el planeta aspiran a formar parte de un sistema político que promueve los derechos humanos, el imperio de la ley, la educación y el progreso tecnológico, y que ha levantado un entramado institucional que, con todos sus defectos, permite que Ecuador gane pleitos en la OMC o que le saquen los colores a Estados Unidos en el Consejo de Seguridad.

¿Por qué bando se decantaría toda esta gente en el caso de que tuviera que optar entre Pekín y Washington? Cada cual hará lo que le dejen llegado el momento, por supuesto, pero si el sentido de circulación de los capitales sirve para anticipar qué modelo inspira más confianza, Mathews observa que “los millonarios rusos y chinos pugnan por colocar su dinero en activos estadounidenses y pisos de Miami y Londres”.

China podría conseguirlo con el beneplácito de Trump. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- El Pacífico es el océano más extenso del planeta, una región que incluye unas 25.000 islas y costas de unos 52 Estados cuyos usos, tradiciones y recursos naturales han moldeado el sistema económico regional. Y a pesar de las profundas diferencias y desigualdades entre países tan opuestos como Australia y Camboya, la necesidad de impulsar sus economías ha permitido el establecimiento de un variado grupo de asociaciones que promueven los intercambios comerciales y facilitan la inclusión de economías menos competitivas en el juego.

Fue esta idea la que impulsó la creación del hoy agónico TPP, al que China no pierde de vista mientras sugiere opciones alternativas como la Asociación Económica Integral Regional (RCEP por sus siglas en inglés) y la Asociación de Libre Comercio para el Asia- Pacífico (FTAAP).

La exclusión de China del TPP tuvo una razón lógica: dejar al gigante asiático fuera para evitar que se hicieran con el dominio regional. Y mientras se llevaban a cabo las conversaciones para materializar el TPP, Beijín creaba alternativas de las que ellos pudieran formar parte y sobre todo liderar. El TPP fue pensado para ayudar a las economías, razón por la cual facilitaba el crecimiento de sus miembros, a pesar de su tamaño; y se regían por los derechos de los trabajadores reconocidos por la Organización Internacional del Trabajador, lo que fundamentalmente se traduce en protección a los trabajadores y persecución a la corrupción. Este marco legal incomoda al gobierno chino, pues su modo de operar dista mucho de estas formalidades y funciona en un marco de amplios beneficios propios con limitadas restricciones.

Los acuerdos comerciales modernos en la región asiática comenzaron en la década de los 60. La Asociación de Naciones del Sudoeste Asiático (ASEAN por sus siglas en ingles), que cuenta con diez miembros, fue de las primeros en establecerse. El Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) es actualmente la organización que cuenta con más de 20 países junto con la Asociación de Libre Comercio para el Asia- Pacífico (FTAAP), que fue concebida bajo la cumbre de la APEC en Lima el año pasado, y tiene una ambiciosa meta que consiste en conectar las economías del Pacífico desde China a Chile, incluyendo a los Estados Unidos.

De acuerdo con China Daily la razón por la que se consiguió firmar el FTAAP fue debido a las previsiones de crecimiento publicadas por la Organización Mundial del Comercio para el 2016, que no se cumplieron, pues fue un año difícil para la economía y sobre todo para los intercambios, lo que hizo que se redujeran las previsiones hechas para el 2017. De entrar en vigencia, aunque fuese solo con las 21 economías que firmaron, se convertiría en la zona de intercambios más grande del planeta, con el 57% de la economía mundial, lo que representaría casi la mitad de los intercambios internacionales.

La Asociación Económica Integral Regional (RCEP), por su parte, es un acuerdo de libre comercio que incluye a China, India, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda junto con los países de la ASEAN (Filipinas, Indonesia, Tailandia, Brunei, Malasia, Singapur, Vietnam, Laos, Myanmar y Camboya). De entrar en vigor este bloque económico representaría alrededor del 30% de la economía y un cuarto de las exportaciones del mundo. A pesar de que el origen de RCEP es del 2012, no se ha logrado concretar aún. China respalda esta iniciativa y ha abogado por su aprobación, sin embargo, Deborah Elms, Directora Ejecutiva del Centro de Intercambios de Asia sostiene que la razón por la que todos los países del ASEAN están dentro es porque fueron arrastrados a participar por el hecho de que se les abría un nuevo mercado de oportunidades con los 6 grandes (China, India, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda) con los que no tienen acuerdos comerciales.

En este momento todas las opciones están en la mesa. Sin TPP y con un Trump sin interés en asumir el rol de líder en Asia, mientras Xi Jinping sigue acumulando riqueza y mayor liderazgo internacional, da la impresión de que la desesperación del abandono puede cobrar su precio. Beijín apuesta por dos vías estratégicas: La Asociación Económica Integral Regional (RCEP) y la Asociación de Libre Comercio para el Asia – Pacífico (FTAAP), la segunda más ambiciosa que liberaría más de la mitad de los intercambios comerciales llevados a cabo a día de hoy. En ambos casos, China estaría a la cabeza y contrariamente a lo que afirmó Obama siendo presidente, China escribirá las reglas del comercio mundial, lo que se traduce en mayor crecimiento de su economía y mayor influencia internacional.

INTERREGNUM: Daesh en el sureste asiático. Fernando Delage

El ataque a la ciudad de Marawai, en la provincia filipina de Mindanao, por parte de un grupo vinculado a Daesh desde el pasado 23 de mayo, —hecho que ha causado más de 200 víctimas y provocó la declaración de ley marcial por parte del presidente Rodrigo Duterte—, podría marcar el comienzo de un nuevo frente del terrorismo islamista en el sureste asiático. Se trata de la primera vez que se persigue la doctrina de lucha armada del Estado Islámico—ocupar territorios para imponer la sharia—en un entorno urbano en esta parte del mundo.

Diversas fuentes han confirmado la presencia de indonesios y malasios, además de filipinos y radicales de otros países—como uigures, saudíes y chechenos—en las filas de Maute, un grupo apenas conocido hasta la fecha. Según el gobierno de Indonesia, al menos 1.200 terroristas desplazados desde los campos de batalla en Irak y Siria se encontrarían en el sur de Filipinas, convertido, por unas características geográficas que limitan la capacidad de control del gobierno, en el epicentro de la infiltracion del Estado Islámico en la región. Algunos especialistas temen que la red de Daesh en la zona puede estar más extendida de lo que se pensaba con anterioridad.

Maute, el grupo que ha irrumpido como núcleo de la red islamista local, fue fundada por Omar y Abdulá Maute, dos hermanos que, tras trabajar durante unos años en Oriente Próximo, regresaron a Filipinas imbuidos de ideas radicales. Sus militantes se suman así a otras tres organizaciones relacionadas con Daesh en el país: Abú Sayyaf, Ansarul Khilafah, y los Luchadores Islámicos por la Libertad de Bangsamoro (este último es una escisión del Frente Moro de Liberación Islámico). Por el contrario, la Jemaah Islamiyah, basada en Indonesia, en su tiempo vinculada a Al Qaeda y considerada como la principal amenaza terrorista en el sureste asiático—fue la responsable del atentado de Bali de 2002, que causó 202 muertos—, ha declarado su oposición ideológica al Estado Islámico.

La cuestión para los gobiernos de la región es qué hacer con respecto a estos militantes que regresan a sus países con la voluntad de recurrir a la violencia para imponer su visión islamista. Su retorno se produce en un contexto en el que la tradicional moderación religiosa en países constitucionalmente laicos como Malasia e Indonesia, está siendo sustituida por una gradual islamización que, por complicidad o mera inacción, impulsan las propias autoridades. Estas circunstancias no ayudan a afrontar un fenómeno—el extremismo islamista—que podría convertirse en un creciente desafío a medida que Daesh se retire de los desiertos del mundo árabe.

En unos días o semanas, Manila declarará su victoria sobre Maute. Pero la alianza entre las distintas organizaciones radicales supondrá una grave amenaza si estos “soldados del Califato” deciden replicar las tácticas insurgentes ya empleadas en Siria o Irak. Si sus ideas y acciones violentas continúan extendiéndose, los gobiernos locales tendrán que actuar de manera conjunta, y recurrir a la ayuda de terceros. No es casual que Duterte haya reducido su tono de denuncia de Estados Unidos y solicitado su “asistencia técnica” a las fuerzas armadas filipinas.

¿Es China el nuevo Japón? Ojalá. Miguel Ors Villarejo

Cada vez que se forma una burbuja inmobiliaria en algún lugar del planeta, surge la misma pregunta: “¿Estaremos ante un nuevo Japón?” Nos ha pasado a nosotros no hace tanto. “Los paralelismos entre la situación española a partir de 2008 y la japonesa a partir de 1990 son evidentes”, escribía Albert Esteves en 2012. Y hemos perdido efectivamente una década: nuestro PIB solo va a recuperar este año el nivel de 2007. Pero mientras Japón no ha vuelto a conocer los vigorosos ritmos de crecimiento de la posguerra, nosotros llevamos 10 trimestres encadenando incrementos del 0,7% o superiores (lo que equivale a tasas anuales del 3%). Eso no significa que estemos libres de toda contingencia, pero sí al menos de la del estancamiento.

Otro notorio candidato al título de Nuevo Japón del Año es China. El Financial Times escribe que “su deuda total ha superado el 250% del PIB y continúa subiendo, mientras los funcionarios intentan contener los estratosféricos precios inmobiliarios y el Gobierno gestiona las secuelas del colapso bursátil de 2015”.

Por si no fuera suficiente parecido, hace un par de años el magnate Liu Yiqian compró un Modigliani por la desorbitada cifra de 170 millones de dólares, evocando los igualmente disparatados 40 millones que en 1987 pagó una aseguradora de Tokio por Los girasoles de Van Gogh. Aquel hito se considera hoy el cénit de los excesos nipones. A partir de entonces todo fue cuesta abajo. ¿Anuncia el Desnudo acostado una inflexión similar?

El propio Financial Times señala que “hay extremos en los que la comparación falla”. Para empezar, mientras Japón asistió impotente a la revalorización del yen, China no duda en calentarle de vez en cuando los nudillos a quienes especulan con su moneda, “y esto no es probable que vaya a cambiar”.

Además, dos tercios de la deuda de la República Popular están en manos de compañías y entidades públicas, lo que proporciona al Gobierno un amplio margen de maniobra a la hora de renegociar aplazamientos y quitas.

Pekín también ha aprendido de la experiencia ajena y, a diferencia de Tokio, ha iniciado una maniobra para pasar de un modelo orientado hacia las exportaciones a otro más sostenible basado en el consumo (aunque hay que señalar que sin el menor atisbo de éxito por el momento).

La diferencia clave es, no obstante, que la enfermedad japonesa no ha sido tanto económica como demográfica. Si la población hubiera mantenido la tendencia previa a la crisis, no habría habido estancamiento. El problema es que, como cada vez son menos, la suma de lo que venden (o sea, su PIB) no varía. Pero a lo largo de los años 90 la productividad no dejó de mejorar y, con ella, la renta per cápita.

La parálisis nipona ha sido, en buena medida, una ilusión estadística. Aunque la economía en su conjunto dejó de expandirse, los japoneses siguieron experimentando una saludable sensación de progreso.

Ojalá les pase lo mismo a los chinos.

Un escudo con tensiones. Julio Trujillo

A pesar de que los analistas consideran un riesgo moderado la posibilidad de un enfrentamiento con Corea del Norte, Estados Unidos y los países vecinos a la autocracia coreana llevan muchos meses en un alto nivel de alerta con despliegue creciente de fuerzas capaces de responder anticipadamente y de tecnología para neutralizar eventuales ataques. Predomina la doctrina de que quien tiene capacidad para hacer daño puede hacerlo y hay que prevenirlo. Toda la ilusión por mantener la estabilidad, pero toda la preparación para ganar la guerra.

Una de las medidas tomadas por Estados Unidos con sus aliados fue la instalación en Corea del Sur de la Terminal de Defensa de Área a Gran Altitud (Thaad, por sus siglas en inglés).

El sistema está operativo y tiene la capacidad de interceptar misiles norcoreanos y defender a Corea del Sur, señalaron las Fuerzas de EE.UU. en ese país a través de un comunicado en aquel entonces. Pero no era del todo verdad. Tras unos meses el sistema está parcialmente operativo. Se sabe que el dispositivo de defensa puede interceptar misiles que en un futuro podría lanzar Corea del Norte, aunque todavía el Thaad no alcanzó su capacidad operativa completa.

Se esperaba que el sistema de defensa llegara a estar plenamente en funcionamiento en los próximos meses. Sin embargo, hace unos días la oficina presidencial de Corea del Sur anunció que se paralizaba el despliegue del escudo antimisiles ante la necesidad de que se someta a un estudio detallado de impacto ambiental. A nadie se le oculta que el nuevo presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, es partidario de una política más suave con su vecino del norte y de abrir puertas a una eventual negociación y el escudo antimisiles no sólo ha molestado, como es obvio por su exhibición de fuerza, a Corea del Norte, sino que ha sido criticado por China que ve en el sistema un avance de posiciones de ventaja estratégica para Estados Unidos.

El sistema no puede interceptar un hipotético ataque chino con misiles balísticos sobre territorio continental norteamericano. Lo que preocupa a Pekín son los potentes radares de banda X del sistema, que pueden detectar inteligencia de señales y movimientos militares en profundidad en territorio chino.

A la cúpula militar de China le preocupa que estos podrían ser utilizados para detectar lanzamientos de misiles chinos y alimentar los datos de los sistemas defensivos de Estados Unidos, por ejemplo, misiles interceptores basados en EE.UU., que afectan potencialmente la capacidad disuasoria de China. Pero EE.UU. ya cuenta con potentes radares en Japón y un sistema Thaad en Guam. No es fácil cuantificar el beneficio adicional que los radares de Thaad desplegados en Corea del Sur tendría para el Pentágono. Pero proporcionarán a los surcoreanos una nueva e importante capa de defensa frente a ataques con misiles.

Paralelamente a esta decisión, Estados Unidos probó su propio escudo antimisiles, como analizó 4asia.com, con resultados completamente satisfactorios, según fuentes del Pentágono.

La respuesta de Corea del Norte ha sido una nueva andanada de misiles sobre el mar de Japón como una prueba, un pulso más en la escalada de tensión. Esto resta capacidad de maniobra al presidente surcoreano Moon y sube un grado la preocupación y la alerta de Japón.

Así están las cosas mientras China, que insiste en la posibilidad mediar en una solución que rebaje la tensión no encuentra la respuesta que espera de Corea del Norte ni la confianza completa de Estados Unidos y sus aliados en la zona.